El camino para servir a
Dios vivo y verdadero
Iluminación. Ellos mismos cuentan de nosotros
cuál fue nuestra entrada a vosotros, y cómo os convertisteis a Dios, tras haber
abandonado los ídolos, para servir a Dios vivo y verdadero (1 Ts 1, 9)
Escuchar la Palabra de
Dios. “De ahí que también por nuestra parte
no cesemos de dar gracias a Dios porque, al recibir la Palabra de Dios que os
predicamos, la acogisteis, no como palabra de hombre, sino cual es en verdad,
como Palabra de Dios, que permanece operante en vosotros, los creyentes”. (1 Ts 2, 13) En la carta a los romanos nos dice que la fe
viene de lo que se escucha, la Palabra de Dios. (Rm 10,17) La fe es creer en
Cristo, y creer es confiar en Dios. Quién confía en el Señor no queda
defraudado, pone su confianza en la Palabra de vida, y hace de la voluntad de
Dios la delicia de su vida. Hace de los Mandamientos la Norma de su vida, la
obediencia a la Palabra está por encima de todo criterio personal o mundano.
La escucha de la
Palabra es un verdadero encuentro en la fe con el Señor. Encuentro de Luz y de Verdad que
ilumina nuestro interior para descubrir nuestras tinieblas para dividir nuestra
vida en dos: antes del encuentro con Cristo y después del encuentro. Antes
éramos tinieblas y después somos luz, verdad, bondad y justicia (cf Ef 5, 7-8)
Se abandona el camino ancho y se inicia el camino angosto. Es el resultado de
la Presencia que Cristo deja en el encuentro con nosotros: Una Esperanza que no
es un algo, sino un Alguien, una Persona que nos guía y nos conduce a los
terrenos de Dios: a la Verdad, al Amor, a la Libertad y a la Justicia.
Convertirse es
despojarse del hombre viejo y revestirse del hombre nuevo. La conversión cristiana consiste en
llenarse de Cristo. Llenarse de sus mismos sentimientos, como Hijo de Dios,
como hermano y servidor de los hombres. Es la obra del Espíritu Santo y
nuestros esfuerzos para renunciar a todo espíritu de impureza, a todo espíritu
mundano, a todo lo que impide que nos realicemos como personas, o que impide
que el reino de Dios crezca en nosotros. Es despojarse de tinieblas, vicios,
ídolos para adentrarse en la lucha interior entre el Ego y el Amor; lucha entre
vicios y virtudes, es la lucha entre el Bien y el Mal. San Pablo nos
recomienda: “Huye de las pasiones de su juventud” (2 Tim2, 22) “Huyan de la
fornicación” (1 Cor 6,18) “Despojaos del traje de tinieblas y revestíos de luz,
con la armadura de Dios” (Rom 13, 13) “No se dejen vencer por el mal, más bien
con el bien venzan al mal” (cf Rm 12, 21)
Los ídolos son todo lo que ocupa nuestro corazón en lugar de
Cristo. El que ama a los Ídolos, ama al mundo y ama lo impuro, se deshumaniza y
despersonaliza, se convierte en un
oprimido por el poder, el tener y el placer (cf 1 Jn 2, 15s) Que son dones de
Dios, pero al invertirlos, los convierten en los ídolos que nos arrastran a la
idolatría que nos lleva a dar a espalda a Dios. La inversión de valores es la
idolatría, el culto a los ídolos. Consiste en hacer de las obras de Dios, los
dones del Dios, hacerlos dios. Confundimos a Dios con sus obras. Ponemos a las
cosas sobre el hombre, y a este lo ponemos por encima de Dios, a esto lo
llamamos “inversión de valores” que nos atrofia y nos incapacita para servir a
Dios.
La conversión cristiana
consiste en cambiar la manera de pensar, para que luego nos cambie la manera de sentir y de vivir.
San Pablo nos muestra el resultado de la Inversión de valores: “Os
digo, pues, esto y os conjuro en el Señor, que no viváis ya como viven los
gentiles, según la vaciedad de su mente, sumergido su pensamiento en las
tinieblas y excluidos de la vida de Dios por la ignorancia que hay en ellos,
por la dureza de su cabeza los cuales, habiendo perdido el sentido moral,
se entregaron al libertinaje, hasta practicar con desenfreno toda suerte de impurezas.”
(Ef 4, 17-19)
El Espíritu Santo, implícito en la Palabra, nos convence de
que Dios nos ama, nos convence que somos personas valiosas importantes y
dignas; nos convence de que somos pecadores y que él único que puede salvarnos
es Cristo, nuestra Salvación y nuestro Salvador. Esta experiencia religiosa es
lo primero que hemos de saber: “Que Dios nos ama” Para luego a pasar al amor
personal: Si Dios me ama, entonces yo también me amo; si Dios me perdona, yo
también me perdono y si Dios me reconcilia, yo también me reconcilio, conmigo y
con otros. Lo que no hicieron los ídolos, Dios no está haciendo y de manera
gratuita. La salvación que Dios nos ofrece es un don gratuito, pero, no barato.
Hay que apropiarse de la Libertad que Dios nos ofrece en Cristo (cf Gál 5,
1.13)
El Espíritu Santo nos convence de que somos pecadores. Que nadie puede salvarse así mismo,
nadie puede desprenderse por sí mismo de sus pecados. “Pero es una verdad que
tiene que ser predicada:”Que Cristo Jesús, vino al mundo a morir por los pecadores
de los cuales yo soy el primero” (1 Tim1, 15) Al reconocer nuestros pecados nos
convertimos en candidatos para que se manifieste el poder redentor de
Jesucristo en nuestras vidas, y en virtud de su sangre seamos perdonados de
nuestros pecados (Ef 1, 7)
El Espíritu Santo nos conduce por el
camino de la fe, la esperanza y de la caridad (Col 1, 3) Nos lleva al
rompimiento de nuestros pecados (1 Jn 1, 5-10) Nos lleva a guardar los
Mandamientos de Dios, especialmente el del Amor (1 Jn 2, 3) Para que seamos un
sacrificio vivo, santo y agradable a Dios, que este sea nuestro culto agradable
a Dios (Rm 12, 1) El Espíritu Santo nos guía, nos renueva y hace conocer la
voluntad de Dios (Rm 8,14; 12, 2) Y nos lleva a la comunión con los hermanos y
nos ayuda a conocer nuestros “Talentos” para que nos unamos y nos ayudamos
sirviendo unos a los otros (Rm 12,4-6).
La clave para dar por terminado el reinado de la idolatría en nuestra
vida es la fidelidad a la voluntad de Dios, acompañada de la obediencia a su Palabra de Cristo y
la docilidad al Espíritu Santo. Tal como lo dice el Apóstol san Pablo: “Por
eso, tampoco nosotros dejamos de rogar por vosotros desde el día que lo oímos,
y de pedir que lleguéis al pleno conocimiento de su voluntad con toda sabiduría
e inteligencia espiritual, para que viváis de una manera digna del Señor,
agradándole en todo, fructificando en toda obra buena y creciendo en el
conocimiento de Dios; confortados con toda fortaleza por el poder de su gloria,
para toda constancia en el sufrimiento y paciencia; dando con alegría gracias
al Padre que os ha hecho aptos para participar en la herencia de los santos en
la luz. El nos libró del poder de las tinieblas y nos trasladó al Reino del
Hijo de su amor, en quien tenemos la redención: el perdón de los
pecados.” (Col 1, 9- 14)
Este es el camino para que el reino de Dios crezca en
nuestros corazones y podamos ser servidores del Reino de la Verdad, del Amor y
de la Justicia. Libres de toda idolatría, podamos caminar con muchos hermanos y
hermanas siguiendo las huellas de Jesús siendo conducidos por el Espíritu
Santo. La finalidad de todo servidor del Reino, es la honra y la Gloria a Dios
y el bien y el servicio al prójimo. Este es el camino de la fe, y elprimero en
recorrerlo fue Jesús, el Cristo. Y después de Él, su Madre, ls discípulos y
miles y miles y miles de hermanos y hermanas que se aventuraron por el Reino de
Dios.
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