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Mira, yo pongo hoy ante ti vida y felicidad, muerte y desgracia.
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Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos, ni en la senda de los pecadores se detiene, ni en el banco de los burlones se sienta, mas se complace en la ley de Yahveh, su ley susurra día y noche! Es como un árbol plantado junto a corrientes de agua, que da a su tiempo el fruto, y jamás se amustia su follaje; todo lo que hace sale bien. ¡No así los impíos, no así! Que ellos son como paja que se lleva el viento. Por eso, no resistirán en el Juicio los impíos, ni los pecadores en la comunidad de los justos. Porque Yahveh conoce el camino de los justos, pero el camino de los impíos se pierde. (Slm 1)
La Sagrada Escritura divide a la humanidad es dos: los que hacen el bien y os que hacen el mal. En Justos y en Impíos. Los justos viven en comunión con Dios y los otros viven al margen de Él.
El Justo,”Es como un árbol plantado junto a corrientes de agua, que da a su tiempo el fruto, y jamás se amustia su follaje; todo lo que hace sale bien.”
El impío, ¡No así los impíos, no así! Que ellos son como paja que se lleva el viento. Por eso, no resistirán en el Juicio los impíos, ni los pecadores en la comunidad de los justos.
San Pablo nos confirma lo anterior
al decirnos: “Vuestra caridad sea sin fingimiento; detestando el mal,
adhiriéndoos al bien;” (Rm 12, 9) Que nuestra caridad sea sincera, alegre y
hospitalaria. Aquel que hace el mal se hace esclavo del mal y se hace malo; mientras
el que hace el bien, se hace generoso y se hace hijo de Dios. Queridos,
amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido
de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es
Amor. (1 Jn 4, 7- 8)
Todo hombre tiene la capacidad de
hacer el bien y mal: “frente al hombre está la muerte y la vida, la felicidad o
la desgracia.” El hombre es libre para decidir lo que le parezca, él decide
salvarse o perderse. Puede vivir y crecer o puede morir y perderse. Ésta es
nuestra decisión. Dios nos propone y nosotros elegimos hacer una cosa u otra. Dios
respeta nuestras decisiones: Dios no obliga nadie a hacer el bien, como tampoco
nos amarra las manos para que no que no hagamos cosas malas. El hombre es libre
para hacer una cosa u otra.
“Pero yo os digo a los que me
escucháis: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odien, bendecid a
los que os maldigan, rogad por los que os difamen. Al que te hiera en una
mejilla, preséntale también la otra; y al que te quite el manto, no le niegues
la túnica.” (Lc 6, 27- 29) La respuesta a la Palabra de Dios nos da el fruto
bueno.
“Porque no hay árbol bueno que dé fruto malo y, a la inversa, no hay árbol malo
que dé fruto bueno. Cada árbol se conoce por su fruto. No se recogen higos de
los espinos, ni de la zarza se vendimian uvas. El hombre bueno, del buen tesoro
del corazón saca lo bueno, y el malo, del malo saca lo malo. Porque de lo que
rebosa el corazón habla su boca.” (Lc 6, 43- 45)
San Pablo nos presenta las obras de la carne y los frutos del Espíritu: dos
estilos de obras, unos vienen del Ego, y los otros vienen del Amor. Son
antagónicos entre sí. “Por mi parte os digo: Si vivís según el Espíritu, no
daréis satisfacción a las apetencias de la carne. Pues la carne tiene
apetencias contrarias al espíritu, y el espíritu contrarias a la carne, como
que son entre sí antagónicos, de forma que no hacéis lo que quisierais.” (Gal
5, 16- 17) El fruto de la carne, no es gato a Dios (Rm 8, 8)
Ahora bien, las obras de la carne
son conocidas: “fornicación, impureza,
libertinaje, idolatría, hechicería, odios, discordia, celos, iras, rencillas,
divisiones, disensiones, envidias, embriagueces, orgías y cosas semejantes,
sobre las cuales os prevengo, como ya os previne, que quienes hacen tales cosas
no heredarán el Reino de Dios.” (Gál 5, 19- 21)
Los frutos de la fe, llamados
también los frutos del Espíritu, llamados por que han sido cultivado con la
ayuda de Dios y los esfuerzos de la conversión, son entre otros: “En cambio el fruto del Espíritu es
amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre,
dominio de sí; contra tales cosas no hay ley. Pues los que son de Cristo Jesús,
han crucificado la carne con sus pasiones y sus apetencias. Si vivimos según el
Espíritu, obremos también según el Espíritu. No busquemos la gloria vana
provocándonos los unos a los otros y envidiándonos mutuamente.” (Gál 5, 22- 25)
Vivamos, pues según el Espíritu para que el pecado no reine
en nuestros corazones. “Efectivamente, los que viven según la carne,
desean lo carnal; mas los que viven según el espíritu, lo espiritual. Pues
las tendencias de la carne son muerte; mas las del espíritu, vida y paz, ya que
las tendencias de la carne llevan al odio a Dios: no se someten a la ley de
Dios, ni siquiera pueden; así, los que están en la carne, no pueden agradar a
Dios. (Gál 8, 6- )
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