Os rogamos y exhortamos en el Señor
Jesús a que viváis como conviene que viváis para agradar a Dios (1 Ts 4, 1)
Iluminación. “Por eso, tampoco nosotros dejamos
de rogar por vosotros desde el día que lo oímos, y de pedir que lleguéis al
pleno conocimiento de su voluntad con toda sabiduría e inteligencia espiritual,
para que viváis de una manera digna del Señor, agradándole en todo,
fructificando en toda obra buena y creciendo en el conocimiento de Dios; confortados
con toda fortaleza por el poder de su gloria, para toda constancia en el
sufrimiento y paciencia; dando con alegría gracias al Padre que os ha hecho
aptos para participar en la herencia de los santos en la luz.”
(Col 1, 9- 12)
¿Basta
con conocer la voluntad de Dios? «¿Por qué me llamáis:
“Señor, Señor”, y no hacéis lo que digo? (Lc 6, 46) El apóstol Santiago nos
dice que de nada sirve conocer la voluntad de Dios, sino la ponemos en práctica:
“Poned por obra la Palabra y no os contentéis sólo con oírla, engañándoos a
vosotros mismos. Porque si alguno se contenta con oír la Palabra sin ponerla
por obra, ése se parece al que contempla su imagen en un espejo: se
contempla, pero, en yéndose, se olvida de cómo es.” (St 1, 22- 24)
¿Cómo
poder conocer la voluntad de Dios? Pablo ruega por los de
Colosas para que Dios les dé sabiduría y entendimiento para que puedan conocer
la voluntad divina y puedan dar frutos (cf Col 1, 9-10? En la carta a los
romanos nos exhorta al cambio de la manera de pensar: “Y no os acomodéis al
mundo presente, antes bien transformaos mediante la renovación de vuestra
mente, de forma que podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo
agradable, lo perfecto” (Rm 12, 2) San Juan en su primera carta nos despierta
del sueño y del engaño: “Y este es el
mensaje que hemos oído de él y que os anunciamos: Dios es Luz, en él no hay
tiniebla alguna. Si decimos que estamos en comunión con él, y caminamos
en tinieblas, mentimos y no obramos la verdad. Pero si caminamos en la luz,
como él mismo está en la luz, estamos en comunión unos con otros, y la sangre
de su Hijo Jesús nos purifica de todo pecado. Si decimos: «No tenemos
pecado», nos engañamos y la verdad no está en nosotros. Si reconocemos nuestros
pecados, fiel y justo es él para perdonarnos los pecados y purificarnos de toda
injusticia. Si decimos: «No hemos pecado», le hacemos mentiroso y su Palabra no
está en nosotros.” (1 Jn 1, 5- 10)
El mismo Apóstol nos
enseña con toda autoridad la importancia de guardar los Mandamientos de Dios,
especialmente, los del Amor: En esto sabemos que le conocemos: en que guardamos
sus mandamientos. “Quien dice: «Yo le conozco» y no guarda sus mandamientos es
un mentiroso y la verdad no está en él. Pero quien guarda su Palabra,
ciertamente en él el amor de Dios ha llegado a su plenitud. En esto conocemos
que estamos en él. Quien dice que permanece en él, debe vivir como vivió él.”
(1 Jn 2, 3- 6) En su Evangelio, san Juan, nos dice la clave para ser fieles a
la Alianza: ser fieles al Amor (Jn 14, 21) “Os doy un mandamiento nuevo: que os
améis los unos a los otros. Que, como yo os he amado, así os améis también
vosotros los unos a los otros. En esto conocerán todos que sois discípulos
míos: si os tenéis amor los unos a los otros.” (Jn 13, 34- 35)
¿Qué
es lo que Dios quiere de los hombres? La voluntad de Dios
está manifestada en las 10 palabras, santas y divinas. El Decálogo que contiene
los 10 Mandamientos. Para los creyentes, es lo mínimo que podemos hacer “obedecer
las 10 palabras” para entrar en la “Voluntad de Dios y hacer lo que es grato a
Él. Lo que implica “romper el pecado y guardar sus Palabras (1 Jn 1, 5- 10; Jn
14, 23) En la oración del Padre nuestro pedimos al Padre que en nuestro corazón
esté su Nombre, su Reino y su Voluntad. Es decir que seamos “Templos vivos de
Dios.” “¿Qué conformidad entre el santuario de Dios y el de los ídolos? Porque
nosotros somos santuario de Dios vivo, como dijo Dios: = Habitaré en medio de
ellos y andaré entre ellos; yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo.” (2 Cor 6,
16) a la luz de lo anterior podemos enumerar algunos textos de la Biblia para
conocer la voluntad de Dios: que nos llama y nos atrae hacia Él con cuerdas de
ternura y de misericordia (Os 11, 1- 15)
El
llamado a creer en Jesucristo: “Y este es su
mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos
unos a otros tal como nos lo mandó. (1 Jn 3, 23) Por la fe en Jesucristo somos
hijos de Dios y portadores de la vida eterna (Jn 6, 39) Creer en Jesús aceptar
que él es el Hijo de Dios, el don de Dios a los hombres y Nuestra Salvación. Creer
es confía, obedecer, amar, pertenecer, seguir y servir a Cristo, para llevar
una vida consagrada a Él.
El llamado a recibir Espíritu Santo:
“Pero, al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de
mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y
para que recibiéramos la filiación adoptiva: La prueba de que sois hijos es que
Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá,
Padre. De modo que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero
por voluntad de Dios.” (Gál 4, - 7)
El llamado a ser hijos de Dios en
Cristo y ser Familia de Dios: “Pues todos sois hijos
de Dios por la fe en Cristo Jesús. En efecto, todos los bautizados en Cristo os
habéis revestido de Cristo: ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni
hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. Y si sois de
Cristo, ya sois descendencia de Abraham, herederos según la Promesa.” (Gál 3,
26- 28)
El llamado a la Salvación
universal: “Esto es bueno y agradable a Dios, nuestro
Salvador, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al
conocimiento pleno de la verdad. (1 Tim 2, 3- 4) El Llamado a la fe y a la
conversión: “El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos
y creed en la Buena Nueva.” (Mc 1, 15) Creer y convertirse a Jesucristo, al
Reino, al Amor, a la Familia.
El llamado a la Santidad:
“Porque esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación; que os alejéis de
la fornicación, que cada uno de vosotros sepa poseer su cuerpo con santidad y
honor, y no dominado por la pasión, como hacen = los gentiles que no conocen a
Dios: Pues no nos llamó Dios a la impureza, sino a la santidad.” (1 Ts 4, 3- 5.7)
El llamado a la Libertad de los
hijos de Dios: “Porque, hermanos, habéis sido llamados
a la libertad; sólo que no toméis de esa libertad pretexto para la carne; antes
al contrario, servíos por amor los unos a los otros. Pues toda la ley alcanza
su plenitud en este solo precepto: = Amarás a tu prójimo como a ti mismo. = Pero
si os mordéis y os devoráis mutuamente, ¡mirad no vayáis mutuamente a
destruiros!” (Gál 5, 13- 15)
El llamado al amor
mutuo y recíproco: “En cuanto al
amor mutuo, no necesitáis que os escriba, ya que vosotros habéis sido
instruidos por Dios para amaros mutuamente. Y lo practicáis bien con los
hermanos de toda Macedonia. Pero os exhortamos, hermanos, a que continuéis
practicándolo más y más” (1 Ts 4, 9- 10)
El llamado a la Unidad y al
crecimiento en Cristo: “Hasta que lleguemos todos a la unidad
de la fe y del conocimiento pleno del Hijo de Dios, al estado de hombre
perfecto, a la madurez de la plenitud de Cristo. Para que no seamos ya niños,
llevados a la deriva y zarandeados por cualquier viento de doctrina, a merced
de la malicia humana y de la astucia que conduce engañosamente al error” (Ef 4,
13- 14)
El llamado hacerse pobres en el espíritu:
“Tened entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo: El cual, siendo de
condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó
de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres y
apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta
la muerte y muerte de cruz. Por lo cual Dios le exaltó y le otorgó el Nombre,
que está sobre todo nombre. (Flp 2, 5- 8)
El llamado al discipulado:
“Decía a todos: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome
su cruz cada día, y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá;
pero quien pierda su vida por mí, ése la salvará.” (Lc 9, 23)
El llamado a ser apóstoles:
Convocando a los Doce, les dio autoridad y poder sobre todos los demonios, y
para curar enfermedades; y los envió a proclamar el Reino de Dios y a curar. Y
les dijo: «No toméis nada para el camino, ni bastón, ni alforja, ni pan, ni
plata; ni tengáis dos túnicas cada uno. Cuando entréis en una casa, quedaos en
ella hasta que os marchéis de allí. En cuanto a los que no os reciban, saliendo
de aquella ciudad, sacudid el polvo de vuestros pies en
testimonio contra ellos.» ( Lc 9, 1- 5).
El
llamado a reproducir la imagen de Jesús:
Pues
a los que de antemano conoció, también los predestinó a reproducir la imagen de
su Hijo, para que fuera él el primogénito entre muchos hermanos (Rm 8, 28) “Sed
compasivos, como vuestro Padre es compasivo.” (Lc 6, 36) “Vosotros, pues, sed
perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial.” (Mt 5, 48) «Venid a mí
todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad
sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; =
y hallaréis descanso para vuestras almas. = Porque mi yugo es suave y mi carga
es ligera” (Mt 11, 28- 29)
Dios ha puesto en
nuestro interior la “ley natural” con cuatro palabras y nos ha dado un “libre
albedrío” para las pongamos en práctica o les demos oídos sordos: “No hagas
cosas malas” “Haz cosas buenas” Si no hicimos caso a las dos anteriores,
escuchamos una tercera palabra: “Arrepiéntete” para que tus pecados sean perdonados.
Y Con una cuarta palabra nos invita a darle orientación a la vida: “Proyéctate”
con los ojos fijos en Jesús, el Autor y Consumador de nuestra fe (Hb 12, 2) Es
el llamado de Dios a amar y seguir a Jesús (cf 1 Ts 1. 9) Esto es posible con
nuestros esfuerzos y con la ayuda del Espíritu Santo. De esta manera somos
protagonistas de nuestra historia de Salvación.
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