HE AQUI QUE YO SALVO A MI PUEBLO DEL PAÍS DE ORIENTE Y DEL PAÍS DONDE SE PONE EL SOL




He aquí que yo salvo a mi pueblo del país del oriente y del país donde se
pone el sol

Iluminación: Fue dirigida la palabra de Yahveh en estos términos: Así dice Yahveh Sebaot: Con gran celo he celado a Sión, con gran ira la he celado. Así dice Yahveh: Me he vuelto a Sión, y en medio de Jerusalén habito. Jerusalén se llamará Ciudad-de-Fidelidad, y el monte de Yahveh Sebaot, Monte-de-Santidad. Así dice Yahveh Sebaot:; Así dice Yahveh Sebaot: Si ello parece imposible a los ojos del Resto de este pueblo, en aquellos días, ¿también a mis ojos va a ser imposible?, oráculo de Yahveh Sebaot. Así dice Yahveh Sebaot: (Zac 8, 1- 8)

“Aún se sentarán viejos y viejas en las plazas de Jerusalén, cada cual con su bastón en la mano, por ser muchos sus días:”  Y ahora que llega la vejez y las canas, ¡oh Dios, no me abandones!, para que anuncie yo tu brazo a todas las edades venideras, ¡tu poderío  y tu justicia, oh Dios, hasta los cielos! Tú que has hecho grandes cosas, ¡oh Dios!, ¿quién como tú?  Tú que me has hecho ver tantos desastres y desgracias, has de volver a recobrarme. Vendrás a sacarme de los abismos de la tierra,  sustentarás mi ancianidad, volverás a consolarme” (Slm 71, 18, 21) Los ancianos y las ancianas son los hombres y mujeres llenan de la experiencia de Dios, su bastón el símbolo del poder que se manifiesta en el servicio a Dios, a la Iglesia y a la Humanidad.

“Las plazas de la ciudad se llenarán de muchachos y muchachas en sus plazas jugando.” La Iglesia se renueva con la Evangelización para dar nuevos frutos. Qué hermosos son los muchachos y muchachas que son conducidos al desierto, al recogimiento interior y al silencio del corazón para ser instruidos por Dios y conducidos a las “praderas verdes y a las aguas tranquilas” (cf Slm 22) para ser alimentados, lavados, purificados, ´para luego, ser enviados como discípulos misioneros, enamorados de Cristo y de su Iglesia para trabajar en la reconciliación de los pueblos de “oriente y de occidente”. A los que antes eran enemigos, ahora, serán hermanos, hijos de un mismo Padre. Que todos y cada joven que ha sido llamado al servicio que ponga su confianza en la Palabra de Dios como recomienda el Apóstol a su discípulo: “Que nadie menosprecie tu juventud. Procura, en cambio, ser para los creyentes modelo en la palabra, en el comportamiento, en la caridad, en la fe, en la pureza.” (1Tim 4, 12)

“Voy a traerlos para que moren en medio de Jerusalén. Y serán mi pueblo y yo seré su Dios con fidelidad y con justicia.” ¿Qué hace Dios para traernos a la “Nueva Jerusalén? Pablo, Apóstol, siervo de Jesucristo por voluntad del Padre (Ef 1, 1) Nos presenta el Plan de Dios, realizado en, y por Cristo, y actualizado hoy, por el Espíritu Santo: “Pero, al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva. La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre!. De modo que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero por voluntad de Dios ” (Gál 4, 4- 6). “Herederos con Cristo, de  la herencia de Dios” (Rm 8, 17) Dios es nuestra riqueza” (cf 2 Cor 8, 9)

“Mas ahora, en Cristo Jesús, vosotros, los que en otro tiempo estabais lejos, habéis llegado a estar cerca por la sangre de Cristo. Porque él es nuestra paz: el que de los dos pueblos hizo uno, derribando el muro que los separaba, la enemistad, anulando en su carne la Ley de los mandamientos con sus preceptos, para crear en sí mismo, de los dos, un solo Hombre Nuevo, haciendo la paz, y reconciliar con Dios a ambos en un solo Cuerpo, por medio de la cruz, dando en sí mismo muerte a la Enemistad.”  (Ef 2, 13- 16) Este ha sido el “Deseo eterno de Dios” Hacer de todos los hombres, en Cristo,” una sola Familia en la que todos seamos sus hijos y entre nosotros hermanos y servidores unos de los otros.

“Jerusalén se llamará Ciudad-de-Fidelidad, y el monte de Yahveh Sebaot, Monte-de-Santidad.” El llamado a todos es la “fidelidad a la voluntad del Padre” a la “fidelidad a su Palabra” Fidelidad a las mociones del Santo Espíritu” Con Palabras del Apóstol: Por tanto, que nos tengan los hombres por servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios. Ahora bien, lo que en fin de cuentas se exige de los administradores es que sean fieles. (1 Cor 4, 1) En lo poco y en lo mucho, y cuando fallamos, recordemos que Dios es fiel a su Promesas, y si lo buscamos de todo corazón Él se deja encontrar por nosotros (cf Jer 29, 13) Y fiel a su Amor nos acoge y lava nuestras debilidades en la fuente de su Misericordia. En la teología de San Pablo encontramos esta hermosa verdad: Es cierta esta afirmación: “Si hemos muerto con él, también viviremos con él; si nos mantenemos firmes, también reinaremos con él; si le negamos, también él nos negará; si somos infieles, él permanece fiel, pues no puede negarse a sí mismo. (2 Tim 2, 11- 13)

Para ser santos, el Padre, nos ha dado a su Hijo, y por Cristo y en Cristo, nos da Espíritu Santo. Espíritu de Unidad, de Libertad, de Amor que nos guía a la verdad plena (Jn 16, 13) Nos lleva a la Verdad que nos libera con la libertad de los hijos de Dios (Gál 5, 1.13) En la primera de sus cartas escrita por el Apóstol a la comunidad de Tesalónica, nos dice a ellos y a nosotros: “Para que se consoliden vuestros corazones con santidad irreprochable ante Dios, nuestro Padre, en la Venida de nuestro Señor Jesucristo, con todos sus santos. (1 Ts 3, 13) “Por lo demás, hermanos, os rogamos y exhortamos en el Señor Jesús a que viváis como conviene que viváis para agradar a Dios, según aprendisteis de nosotros, y a que progreséis más. Sabéis, en efecto, las instrucciones que os dimos de parte del Señor Jesús. Porque esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación; que os alejéis de la fornicación, que cada uno de vosotros sepa poseer su cuerpo con santidad y honor, y no dominado por la pasión, como hacen = los gentiles que no conocen a Dios. Que nadie falte a su hermano ni se aproveche de él en este punto, pues el Señor = se vengará = de todo esto, como os lo dijimos ya y lo atestiguamos, pues no nos llamó Dios a la impureza, sino a la santidad. (1 Ts 4, 1- 7)

Ahora podemos comprender el “Celo de Dios” por su templo. Quiere habitar en medio de nosotros y en nosotros, no quiere competencia con vicios, ídolos, apegos, esclavitudes. El deseo de Dios es dar a los hombres el don del Espíritu Santo para que habite por la fe en nuestro corazón (Ef 3, 14- 21) Para que seamos testigos del amor de Cristo y por la fe y en bautismo, lo ama, lo obedece, le pertenece, lo sigue y le sirve. Santo es el que permanece en su Palabra, en su Amor y en su Servicio: Permaneced en mí, como yo en vosotros. Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid; así tampoco vosotros si no permanecéis en mí. (Jn 15, 4) Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor” (Jn 15, 9) Con palabras de San Pablo, escucharíamos: “No se bajen de la Cruz” (cf Gál 5, 24) El fruto que estamos llamados a dar es el Amor, acompañado de la Paz, el Gozo, y otros (Gál 5, 22)
La recompensa la podemos cosechar desde esta vida: El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las Iglesias: al vencedor le daré a comer = del árbol de la vida, que está en el Paraíso = de Dios.”  (Apoc 2, 7) “El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las Iglesias: el vencedor no sufrirá daño de la muerte segunda.” (Apoc 2, 11) “Al vencedor le pondré de columna en el Santuario de mi Dios, y no saldrá fuera ya más; y grabaré en él el nombre de mi Dios, y el nombre de la Ciudad de mi Dios, la nueva Jerusalén, que baja del cielo enviada por mi Dios, y mi = nombre nuevo.” (Apoc 3,  12).

Todos, somos llamados a ser como niños, es decir, discípulos servidores de Cristo: “Se suscitó una discusión entre ellos sobre quién de ellos sería el mayor. Conociendo Jesús lo que pensaban en su corazón, tomó a un niño, le puso a su lado,  y les dijo: «El que reciba a este niño en mi nombre, a mí me recibe; y el que me reciba a mí, recibe a Aquel que me ha enviado; pues el más pequeño de entre vosotros, ése es mayor.” (Lc 9, 46- 48)




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