Habla Señor que tu siervo escucha.
Iluminación. ¿Para qué quieren conocer mi voluntad si no la van a poner en práctica?
¿Cómo es una actitud de escucha? Es la disponibilidad de hacer
silencio, tanto, interior como exterior para enfrentarse a la dictadura del
ruido. Es hacer un alto para entrar dentro y hacer recogimiento interior. Es
hacer soledad para entrar al silencio del corazón. El silencio no es una
ausencia, al contrario, se trata de la manifestación de una presencia, de un
Alguien, que busca corazones que lo busquen con sinceridad para conocerlo,
amarlo y servirlo. Sólo en el silencio podemos escuchar los latidos del corazón
(Mt 6, 6;) que responden a los anhelos más profundos de nuestro corazón. (Rm 8,
26) Para permanecer en la escucha de la Palabra de Dios es necesario aceptar la
invitación del Señor a recogeré interiormente para acallar el alma de la
dictadura del ruido (cf Slm 131, 2) El lugar secreto para encontrarse con Dios,
es el corazón, lugar de auténtica acogida y morada silenciosa de la presencia
en el que se escucha la voz nítida y llena de ternura, de luz, de verdad y de
amor: “Tú eres mi hijo, y Yo te amo”. El silencio es confianza y abandono en
las manos de Dios que conoce nuestras preocupaciones, miedos, ruidos y
activismos.
El hombre sólo puede encontrar a Dios de verdad en el silencio y en la
soledad interior y exterior, lo que nos lleva a entender la
prioridad del ser, sobre el quehacer. (el Ser está por encima del poder, del
tener y del hacer) El ejemplo de María, la hermana de Marta y de Lázaro, que
sentada a los pies del Señor Jesús, lo escuchaba en el silencio de su corazón
las palabras de su Maestro que ardían en su corazón. (Lc 10, 38- 42) Sólo
después que el “Fuego de Dios” arde en nuestro corazón podemos realmente
ponernos en el camino de la verdadera fe, para amar y servir a Dios y a los
hombres. Con certeza podemos decir que toda acción evangelizadora debe de
iniciarse con ratos largos de oración interior, contemplación silenciosa y en
la ascesis para descubrir con alegría que “Dios ha tomado la iniciativa” (cf 1
Jn 4, 10) y poder así, armonizar la vida contemplativa y la vida activa. Marta
y María viven en nuestro interior. Cuando se descuida la escucha de la Palabra
y la oración interior, llamada la oración del corazón, se cae en los terrenos
de la carne: el activismo, el protagonismo, el individualismo, el hedonismo
para convertirnos en casas en ruinas. Se habita en una casa sin cerco, sin
murallas y vamos quedando vacíos del Dios manso, humilde, misericordioso y
compasivo (cf Mt 11, 29; Col 3, 12)
¿Qué hay que hacer frente a la
dictadura del ruido? El ruido de las máquinas de la publicidad, del radio y
de la televisión, las preocupaciones,
las desesperaciones, miedos y preocupaciones y de la música vulgar, están
llevando al hombre al vacío del corazón y al desenfreno de las pasiones (cf Ef
4, 18-19). Viviendo en el mundo de ruidos y superficialidades, no agradamos a
Dios. En la búsqueda de poder, de placer y de riquezas materiales construimos
pozos para llenarlos de “agua muerta.” Cuando se tiene el deseo de Dios, el
Espíritu hace nacer en nuestro corazón los buenos deseos y nos fortalece para
que los pongamos en práctica (cf Flp 2, 13) Es la vuelta del corazón a Dios, se
huye de la corrupción (2 Pe 1, 4b) Se huye de las pasiones de la juventud (2 Tm
2, 22) Para sanear el corazón herido y agrietado que dejó escapar la vida
espiritual (Jer 2, 13) Y volver hacer “manantial de aguas vivas” (Jn 7, 38) Huyan
del ruido interior y exterior, hagamos lo que hizo Moisés que puso la “tienda
de la reunión fuera del campamento para encontrarse con el Dios vivo y
verdadero “cara a cara” y recibir de Él, las instrucciones para conducir a un
pueblo en camino de éxodo hacia la tierra prometida (Ex 33, 7- 11) San Pablo
nos dice que el amor, el agua viva, sólo puede brotar, nacer y crecer de un
corazón limpio, de una fe sincera y de una recta conciencia (1 Tim 1, 5)
No nos acostumbremos al ruido que
agobia y nos hace sordos a la verdad, a la bondad y a la justicia, frutos de la Luz. Sólo quienes
se abren a la Verdad que nos hace libres, podrán conocer el fruto del Gozo, el
Espíritu Santo que nos une, nos libera y nos transforma en “casa de oración,”
dejando de ser “cueva de ladrones”(Jn 2, 16; 8, 31-32). Que nadie nos engañe,
sólo en la escucha de la Palabra de Dios podemos dejar los infantilismos
espirituales para crecer en Cristo hasta la madurez en el seguimiento del
Señor. “Para que no seamos ya niños, llevados a la deriva y zarandeados por
cualquier viento de doctrina, a merced de la malicia humana y de la astucia que
conduce engañosamente al error,” (cf Ef 4, 14)
“Permanezcan en mi Palabra y serán mis discípulos” (Jn 8, 31)
El discípulo de Cristo, aprende, renunciando a las fuentes del ruido, para
adentrarse en la vida interior que exige esfuerzos, renuncias y sacrificios que
puede alcanzar con la ayuda de la gracia de Dios; una vida con disciplina,
fruto del amor a Dios y al prójimo a quien busca amarlo y servirlo. Sólo a la
luz de lo anterior el discípulo puede comprender que la vida de silencio tiene
que preceder a la vida activa, y tener, una vida serena, sincera, honesta e
íntegra: Una vida conducida a la Plenitud por el espíritu de la Verdad, del
Amor y de la Vida (cf Jn 14, 6) Una vida plena libre de agitaciones, miedos,
apegos y esclavitudes. Con la disponibilidad de abrazar la “voluntad de Dios,
la obediencia a la palabra de Cristo y ser dócil al Espíritu Santo.” Para el verdadero
discípulo de Cristo, el reinado de la dictadura del ruido, ha llegado a su fin,
para dar lugar al reinado del silencio y conocer como fruto la desaparición de
los juicios y las condenaciones (Mt 7, 1; Lc 6, 37ss) Vivir de manera auténtica
la Pascua cristiana: “Del dominio de las pasiones y de una vida sumergida en la
mentira, para dar paso, a “la escucha, la acogida, a la paz y al amor.” Ahora
soy capaz de esperar, ser paciente y tolerante. La razón estoy aprendiendo
hacer silencio, a la misma vez, comprendo la necesidad de vivir en comunión con
los demás. Ahora, con los ojos de la fe, estoy mirando una verdadera Pascua en
mi vida; Y con un corazón agradecido alabar al Señor por habernos conducido a
dar el paso de la muerte a la vida; del ruido al silencio, de las tinieblas a
la luz; de la esclavitud a la libertad de los hijos de Dios; de la aridez a las
aguas vivas del Espíritu (cf Jer 2, 13; Jn 7, 38) del pecado a la Gracia (cf
Col 1, 13) Es hermoso ir al encuentro de la soledad, pero, no a quedarse en
ella para siempre, para que deje frutos buenos, hay que salir de ella para ir
al encuentro de los hermanos para acogerlos, escucharlos e intercambiar los
dones y talentos que han sido iluminados por la luz del Amor. Para volver
nuevamente al desierto de la soledad para recargar las pilas.
El silencio es una actitud de escuchar y acoger al otro como es, sin hacer
acepción de personas, sin querer hacerlo a nuestra manera. El otro es un ser
único e irrepetible, digno en sí mismo. La petición de todo el que quiera
madurar como persona ha de ser como la de Salomón “dame, Señor, un corazón que
escuche” (1 de Re 3, 5- 15) No pide riquezas, ni la vida de sus enemigos, sino
un corazón silencioso para escuchar a Dios. Santiago en su carta nos invita a
evitar el mucho hablar para no caer el chismorreo y en la charlatanería que
haría de nosotros, hombres vacíos y lejos de Dios.
“No os hagáis maestros muchos de vosotros, hermanos míos, sabiendo que
nosotros tendremos un juicio más severo, 2. pues todos caemos muchas
veces. Si alguno no cae hablando, es un hombre perfecto, capaz de poner freno a
todo su cuerpo. 3. Si ponemos a los caballos frenos en la boca para que
nos obedezcan, dirigimos así todo su cuerpo. 4. Mirad también las naves:
aunque sean grandes y vientos impetuosos las empujen, son dirigidas por un
pequeño timón adonde la voluntad del piloto quiere. 5. Así también la
lengua es un miembro pequeño y puede gloriarse de grandes cosas. Mirad qué
pequeño fuego abrasa un bosque tan grande. 6. Y la lengua es fuego, es un
mundo de iniquidad; la lengua, que es uno de nuestros miembros, contamina todo
el cuerpo y, encendida por la gehenna, prende fuego a la rueda de la vida desde
sus comienzos. 7. Toda clase de fieras, aves, reptiles y animales marinos
pueden ser domados y de hecho han sido domados por el hombre; 8. en cambio
ningún hombre ha podido domar la lengua; es un mal turbulento; está llena de
veneno mortífero. 9. Con ella bendecimos al Señor y Padre, y con ella
maldecimos a los hombres, hechos a imagen de Dios; 10. de una misma boca
proceden la bendición y la maldición. Esto, hermanos míos, no debe ser así. 11. ¿Acaso
la fuente mana por el mismo caño agua dulce y amarga? 12. ¿Acaso, hermanos
míos, puede la higuera producir aceitunas y la vid higos? Tampoco el agua
salada puede producir agua dulce.” (Snt 3, 1- 12)
Para el Apóstol Santiago la palabrería o la charlatanería nos llevan a la
inversa de la vida espiritual a los terrenos de la vida en la carne; (cf Gál 5,
19- 21) a una vida que no es agradable a Dios (Rm 8, 8-9) El charlatán, habla
mucho de sí mismo, es como un navío borracho, no tiene tiempo para pensar, para
recogerse, para vivir en profundidad; es vano y superficial con su ruido de
gritos y música a todo volumen impide que otros trabajen y descansen. En el
fondo es un protagonista que busca llamar la atención de todos los que lo
rodean para que se crea como el más valiente, el más rico, el que más puede,
convirtiéndose en un ser peligroso. Es muy importante que escuchemos a san
Pablo decirnos: “Por tanto, desechando la mentira, = hablad con verdad cada
cual con su prójimo, = pues somos miembros los unos de los otros. 26. = Si
os airáis, no pequéis; = no se ponga el sol mientras estéis airados,
27. ni deis ocasión al Diablo. 28. El que robaba, que ya no robe,
sino que trabaje con sus manos, haciendo algo útil para que pueda hacer
partícipe al que se halle en necesidad. 29. No salga de vuestra boca
palabra dañosa, sino la que sea conveniente para edificar según la necesidad y
hacer el bien a los que os escuchen. 30. No entristezcáis al Espíritu
Santo de Dios, con el que fuisteis sellados para el día de la redención.
31. Toda acritud, ira, cólera, gritos, maledicencia y cualquier clase de
maldad, desaparezca de entre vosotros. 32. Sed más bien buenos entre
vosotros, entrañables, perdonándoos mutuamente como os perdonó Dios en Cristo.
(Ef 4, 25- 32) Lo anterior sólo puede ser posible cuando nos hemos encontrado
con Jesús, que su autoridad divina ordena al desenfreno de las pasiones, a los
vientos, a las olas encrespadas por los huracanes y tempestades en nuestra vida
mundana pagana y pecaminosa: “El,
habiéndose despertado, increpó al viento y dijo al mar: «¡Calla, enmudece!» El viento se calmó
y sobrevino una gran bonanza” (Mc 4, 39).
No nos engañemos y no engañemos a los demás con verdades a medias. La
Salvación es un don gratuito e inmerecido, pero no barato: Es don y respuesta;
es don y conquista. Las palabras de Jesús son actuales: “creed y convertíos”
(Mc 1, 15) “Ámenme y síganme” (Jn 21, 15- 19) “Entrad por la puerta estrecha”
(Mt 7, 13- 14) Escuchemos todos la advertencia de Pablo: “Ciertamente no somos
nosotros como la mayoría que negocian con la Palabra de Dios. ¡No!, antes bien,
con sinceridad y como de parte de Dios y delante de Dios hablamos en Cristo. (2
Cor 2, 17)
Proclamen la Verdad y repudien el silencio vergonzoso. Es la
invitación de todo verdadero profeta y discípulo de Cristo: “no sean como
perros mudos” (Is 56, 10) “1. Por esto, misericordiosamente investidos de este
ministerio, no desfallecemos. 2. Antes bien, hemos repudiado el silencio
vergonzoso no procediendo con astucia, ni falseando la Palabra de Dios; al
contrario, mediante la manifestación de la verdad nos recomendamos a nosotros
mismos a toda conciencia humana delante de Dios. 3. Y si todavía nuestro
Evangelio está velado, lo está para los que se pierden, 4. para los
incrédulos, cuyo entendimiento cegó el dios de este mundo para impedir que vean
brillar el resplandor del Evangelio de la gloria de Cristo, que es imagen de
Dios. 5. No nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús como
Señor, y a nosotros como siervos vuestros por Jesús.” (2 Cor 4, - 5) Sin amor a
Jesús nuestras voces están vacías, fruto de una “fe dormida o muerta.” El fruto de la fe, es el hombre de esperanza
que se orienta hacia el amor, la verdad y la vida. Que vive de encuentros con
su Señor y con sus hermanos. Para el Apóstol,
el verdadero testimonio lo damos con el ejemplo silencioso, puro y radiante de
nuestra vida.
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