Tema
1. Abiertos a la Verdad que nos hace libres.
Iluminación: Profesar la fe en la
Trinidad –Padre, Hijo y Espíritu Santo– equivale a creer en un solo Dios que es
Amor (cf. 1 Jn 4, 8): el Padre, que
en la plenitud de los tiempos envió a su Hijo para nuestra salvación;
Jesucristo, que en el misterio de su muerte y resurrección redimió al mundo; el
Espíritu Santo, que guía a la Iglesia a través de los siglos en la espera del
retorno glorioso del Señor (Benedicto XVI. Carta Apostólica, 11 de octubre 2011).
Cada una de
las verdades del mundo creado son irradiación y esplendor de la suprema verdad.
El hombre, que tiene un anhelo insaciable de verdad, por el cual tiende hacia
ella con todas sus fuerzas, no puede prescindir del alimento de la verdad, y la
busca con todas sus ansias, como lo reconoce bellamente san Agustín:
"Donde he hallado la verdad allí he hallado a mi Dios, la verdad en
persona" (Conf. 24,35).“Porque Dios es la verdad” (Jer 10,10).
1.
Jesús pide la verdad para sus discípulos. "Padre, dijo Jesús, en la
última Cena, santifícalos en la verdad” (Jn 17, 17). "El Espíritu de la verdad,
que procede del Padre, dará testimonio de mi". El "Espíritu de la
verdad" guiará a la Iglesia "hasta la verdad completa"
(Jn 16,13). "Yo le pediré al Padre que os de otro abogado que esté siempre
con vosotros, el Espíritu de la verdad. El Paráclito, el Espíritu Santo, que el
Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo
os he dicho" (Jn 14,26). Así, el "Paráclito",
el Espíritu de la verdad, es el verdadero "Consolador" del hombre, el
verdadero Defensor y Abogado, el verdadero Garante del Evangelio en la
historia.
2. Jesús
es la Verdad De esta manera comprendemos que la Verdad que nos hace libres no es un
invento de los hombres, es Dios que se nos ha revelado en Jesucristo: Camino,
Verdad y Vida” (Jn 14,6). Jesús viene de Dios que es Amor, Verdad y Vida. Viene
de arriba y nos apropiamos de él por la fe, entendida como, respuesta a la
iniciativa de Dios que encuentra su delicia en estar con los hombres como
Padre, hermano, amigo, para ayudarles a vivir en comunión fraterna y solidaria,
según las palabras del mismo Señor: “Dijo
entonces Jesús a los judíos que habían creído en él: Si vosotros
permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y
conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Jn 8, 31-32)
3.
Creer en Jesús es la clave para vivir y crecer en la
Verdad. El alma de la experiencia
religiosa es creer en Jesús, permanecer en su Palabra, ser sus discípulos,
conocer la verdad, fundamento de la verdadera libertad, la interior, la del corazón.
Lo anterior exige entrar en la dinámica del “grano de mostaza” (Mc 4, 30ss),
vivir el proceso de la fe para poder crecer en el conocimiento de Dios: Padre,
Amor, Perdón y Libertad. El Dios que se nos ha revelado en Jesucristo ha tomado
rostro humano para amarnos con un corazón de hombre. Amor manifestado en Jesús,
Verbo e Hijo de Dios, que se hace hombre para acercarse al hombre y brindarle
por la fuerza de su ministerio, la salvación, el gran don de Dios"
4.
Lo que la Iglesia nos dijo en
Puebla. Nos proponemos anunciar las verdades centrales de la evangelización:
Cristo, nuestra esperanza, está en medio de nosotros, como enviado del Padre,
animando con su Espíritu a la Iglesia y ofreciendo al hombre de hoy su palabra
y su vida para llevarlo a la salvación integral (Puebla 166). Los
Obispos nos dijeron en Puebla: “Vamos a hablar de Jesucristo. Vamos a proclamar
una vez más la verdad de la fe acerca de Jesucristo. Pedimos a todos los fieles
que acojan esta doctrina liberadora. Su propio destino temporal y eterno está
ligado al conocimiento en la fe y al seguimiento en el amor, de Aquel que por
la efusión de su Espíritu, nos capacita para imitarlo y a quien llamamos, y es
el Señor y el Salvador de los hombres (Puebla 180).
5. La
pregunta fundamental. "¿Y vosotros quién decís que
soy yo?" (Mt. 16,15). Esta pregunta de Jesús no está dirigida solamente a sus primeros seguidores se dirige
permanentemente a sus discípulos. Es la cuestión
fundamental que hemos de responder todos los que nos llamados cristianos y
seguidores del hombre de Nazaret, el Hijo amado del Padre. La respuesta es personal, no podemos pedirla prestada ni rebuscarla
en libros. Jesús no pide simplemente nuestra opinión, más bien nos interpela
sobre nuestra actitud ante él. Actitud que se refleja, más que en nuestras
palabras en nuestro seguimiento concreto a él. La respuesta para que sea
válida, más que doctrinal, nos pide haber hecho una “opción radical” por
Jesucristo, su Evangelio, su Misión y aceptar el Proyecto de Dios para nuestra
vida: El Reino de Dios. Más que decir quién es Jesús, me he de preguntar ¿Quién
soy yo para él? ¿Cómo vivo el llamado que me hace? ¿En qué o en quién realmente creo? ¿Cuál es
mi compromiso? ¿A qué se reduce mi fe? ¿A qué aspiro en esta vida? Ya que la fe
no se puede reducir a hermosas fórmulas doctrinales, para luego, vivir lejos
del espíritu que esas mismas proclamaciones piden y exigen (José Pagola).
6. Lo que dice la Sagrada Escritura. “Llegada la plenitud de los tiempos, Dios Padre envió al
mundo a su Hijo Jesucristo, nacido de mujer, para liberar a los oprimidos por
la Ley y para traernos el Espíritu Santo" (Gál. 4,4- 6). La fe de la Iglesia nos dice que Nuestro
Señor Jesucristo, es verdadero Dios, nacido del Padre antes de todos los
siglos, y es verdadero Hombre, nacido de María la Virgen, por obra del Espíritu
Santo. En Cristo y por Cristo, Dios Padre se une a los hombres para amarlos y
liberarlos de la servidumbre del pecado y para darse así mismo a todos los que
crean en la persona de su Hijo. El hijo de Dios asume lo humano y lo creado para
restablecer la comunión entre su Padre y
los hombres en virtud de su sangre derramada en la cruz (Ef 1, 7). De esta
manera introducir y restablecer a los hombres en el Paraíso.
7.
La respuesta de Pedro. “Tú eres el Cristo, el
Hijo de Dios vivo" (Mt. 16,16). Es la respuesta de Pedro que en nombre de
toda Iglesia, con la ayuda de la gracia divina ha confesado la “Verdad de Jesús
de Nazaret” como el Cristo de Dios, el Ungido,
para rescatar a los hombres de la esclavitud de la Ley y del pecado;
para dar vista a los ciegos, libertad a los oprimidos y proclamar al año de
gracia del Señor” (Lc 4, 16ss). Ungido para ser Redentor de los hombres,
ofreciéndose a sí mismo en el Espíritu Santo a favor de toda la Humanidad”. Jesucristo es el Amor entregado del
Padre a los hombres: “Me amó y se entregó por mí” (Gál 2, 20); “Amó a los
hombres y se entregó por ellos” (Ef 5, 2); “Amó a su Iglesia y se entregó por
ella” (Ef 5, 25). Lo primero para conocer a Jesucristo es creer que Dios, Padre
nos ama con amor eterno (Jer 31, 3), incondicional, personal, universal e
inabarcable. Sólo después que se ha experimentado el amor de Dios que se hace
perdón, misericordia, compasión, liberación y salvación, podemos los hombres
tomar la decisión de seguir a Cristo y hacer una opción radical por él. Sólo
entonces nos adentramos en la aventura de la fe.
8.
Unidad de verdad y
vida. La verdad sobre
Jesucristo pide un estilo de vida cristiano que nos propone las condiciones
básicas de la fe viva, auténtica, iluminada por la caridad y cimentada en la
verdad (cfr Gál5,6). Cuando la inteligencia y la voluntad son unidas por el
amor, la adhesión al Señor Jesús se conforma en una unidad llamada “Conciencia
Moral” que hizo decir a Pablo: “No vivo yo es Cristo quien vive en mí” (Gál 2,
20). La Conciencia Moral es el órgano de la vida, es el faro que lleva al barco
a puerto seguro; es Cristo que habita por la fe en nuestro corazón para llenar
los vacíos de la vida y darle sentido a la existencia (Cfr Ef. 3, 16) Para
darnos el discernimiento moral, la capacidad para rechazar en mal y la fuerza
para hacer el bien.
La adhesión viva a Jesucristo. La fe no es simplemente la adhesión a un
conjunto de dogmas, completo en sí mismo, que apagaría la sed de Dios presente
en el alma humana. Al contrario, proyecta al hombre, en camino en el tiempo,
hacia un Dios siempre nuevo en su infinitud (Benedicto XVI. Ángelus, 28 de
agosto 2005). La fe es, ante todo,
la adhesión a un Alguien, a una persona viva: Jesucristo, que nos atrae hacia
él con cuerdas de amor y con lazos de ternura; es la aceptación de su Evangelio
como norma para nuestra vida; es recibir de sus manos su Misión y su Destino
(Jn 20, 19ss), para entregarse apasionadamente al estilo de Jesús a la “Obra
del Padre” (Jn 4, 34), a favor de todos. Adhesión a la que se le responde con
la vida hecha donación y entrega como discípulos de Jesús.
Confesar a Jesús con la vida ¿Quién soy yo
para ustedes? Podemos responder con la verdad más hermosa que salió de
la boca de Pedro: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16, 16) A la
confesión de Pedro podemos agregar: Tú eres el Hijo de Dios hecho hombre, el
Salvador del Mundo, nuestro Redentor, mi Señor y mi Dios (Jn 20, 28). Pero, no
basta pronunciar estas verdades para ser discípulos de Jesús. Y menos cuando
son repetidas de forma superficial y mecánica, por costumbre o por disciplina,
viviendo al margen del significado de lo que estamos pronunciando. En la
respuesta de Pedro está implícito el testimonio más hermoso que pueda salir de
la boca de un testigo del Evangelio: “Tú eres quien le ha dado sentido a mi
vida” “Tú eres quien ha venido a llenar los vacíos de mi corazón” Para hacer de
mí una “alabanza de tu sabiduría infinita”.
No podemos confesar a Jesús como Señor y Rey del Universo, y seguir
viviendo de espaldas a su Persona sin que sea él, “el centro de nuestra vida”.
Cuando lo llamamos Maestro, pero, no vivimos motivados por su Palabra, por el
amor a su reinado. Nos engañamos a nosotros mismos, y no conocemos la verdad,
no confiamos en él, no lo amamos, ni le servimos y ni le pertenecemos ni somos
sus discípulos. De esta manera damos lugar a la hipocresía religiosa de la que
advierte Jesús a sus discípulos (Mt 5, 20).
Encontrarnos con Jesús No olvidemos que la fe
consiste en encontrarnos con un Alguien vivo que viene a llenar los vacíos de
nuestro corazón y darle sentido radical a nuestra vida. El encuentro con
Jesús transforma nuestra vida en una nueva creación (2 Cor 5, 17), nos
convierte de hombres viejos en hombres nuevos revestidos de verdad, justicia,
libertad y amor (Ef 4, 21ss). Experiencia que nos da la certeza que Jesús es la
respuesta a nuestras preguntas más decisivas, a nuestros anhelos más profundos
y nuestras necesidades más íntimas.
Sólo
cuando vivamos de encuentros con Jesús dejaremos de vivir una fe superficial y
mediocre. Sólo en la medida que destruyamos nuestras madrigueras y nuestros
nidos (Lc 9, 58), para seguir las huellas de Jesús, iremos construyendo nuestra
respuesta a la pregunta: ¿Quién soy yo para ustedes? Los lugares de encuentro
con Jesús resucitado son la oración íntima, confiada, agradecida; la lectura de
su Palabra a la luz de los Padres de la Iglesia y del Magisterio; la Liturgia,
especialmente los Sacramentos de la Confesión y de la Eucaristía, el encuentro
con los pobres, la pequeña comunidad y el apostolado libre, consciente y
voluntario, hecho por amor a Cristo y a su Iglesia. Ser discípulos de
Jesucristo pide escuchar su Palabra y obedecerla, aceptar pertenecer a él y a
su Grupo, los Doce. Ser discípulo es vivir en comunión solidaria con él y con
su pueblo. Sólo entonces, llenos de entusiasmo, podemos presentar a Jesús de Nazaret compartiendo la
vida, las esperanzas y las angustias de los que le pertenecen y mostrar que él es el Cristo creído,
proclamado y celebrado por la Iglesia (Padre José Pagola).
La imagen de Jesús ¿Qué imagen nos hemos
hecho de Jesús de Nazaret? ¿Cómo nos imaginamos a Jesús? Una historia de más de
dos mil años, en la que nuestros infantilismos, intereses, estilos de vida,
seguridades, eso y más, contribuyen en la elaboración de la imagen de Jesús. No
podemos desfigurar, parcializar o ideologizar la persona de Jesucristo, ya sea
convirtiéndolo en un político, un líder, un revolucionario o un simple profeta,
en una cosa, en un ídolo, o ya sea, reduciendo, a quien es el Señor de la
Historia, al campo de lo meramente privado.
Arriesgarlo todo por Jesús.
La verdad sobre
Jesucristo no está expuesta a la superficialidad, a la curiosidad o al
chismorreo. Al leer el Evangelio con espíritu de contemplación, podemos descubrir
en el corazón de Jesús tres realidades que llenaron su vida e iluminaron su
caminar en este mundo: Una vida de
intensa oración, su identificación con los pobres y su confianza total en el
Padre. Por un lado sufre con la injusticia, las desgracias y las
enfermedades que hacen sufrir a tantos. Por otro lado, confía totalmente en ese
Dios padre que quiere arrancar de la vida lo que es malo y hace sufrir a sus
hijos. Para eso ha sido enviado: “Anunciar la Buena Nueva a los pobres, liberar
a los oprimidos, dar vista a los ciegos, unirnos a todos y conducirnos a la
Casa del Padre” (Lc 4, 18).
¿Cómo lograrlo? Amando y siguiendo a Jesús que nos ha
llamado a ser sus discípulos, a trabajar con él en la “Obra del Padre”, siendo
servidores del Reino a favor de todos, también de los que no creen. Con los
ojos fijos en Jesús, autor y consumador de nuestra fe (Heb 12, 2) y olvidando
lo que quedó atrás (cfr Lc 9, 62) nos vamos revistiendo con la Verdad que nos
hace libres; la Justicia que nos hace justos; la Libertad de los hijos de Dios
(Gál 5, 1); el Amor que da Gloria al Padre (Jn 15, 8), y se comparte con los
hermanos para no ser descalificados (1 Jn 2). Lo anterior pide esfuerzos,
renuncias, hasta llegar al sacrificio.
A ejemplo de María, la primera creyente y discípula de
Jesucristo que nos dijo: “Hágase en mi, según su Palabra” (Lc 1, 38).
Publicar un comentario