El Bautismo y la
conversión.
Objetivo: Ayudar a entender la voluntad
de Dios y la necesidad de conversión para poder apropiarse de los frutos de la
redención de Jesucristo.
Iluminación. Entonces Yahvé me dijo: Si
vuelves porque yo te haga volver, estarás en mi presencia; y si sacas lo
precioso de lo vil, serás como mi boca (Jer 15, 19)
DESARROLLO DEL TEMA
El Bautismo es el Sacramento de la primera
conversión. La
conversión según la misma Sagrada Escritura es volver a nacer de Dios (Jn. 3,
1-5). La primera conversión es el “paso de la muerte a la vida, “de las
tinieblas a la luz”, del pecado a la gracia”.
El Espíritu Santo es quien realiza esta conversión, quien la afirma y
desarrolla. El nos hace entrar en el Reino de Dios. A nosotros se nos pide tan
sólo ser dóciles a la acción amorosa del Espíritu, y con un humilde y
agradecido sí, responder a la voluntad salvífica de Dios.
¿Qué significa convertirse? "Cristo nos adquirió con su muerte". (2 Cor.
5, 15), nos sacó de la tinieblas y nos llevó al Reino de la luz (Col 1, 13).
Convertirse quiere decir ser arrancados del poder de las tinieblas, y recibir
un puesto en el Reino de la luz maravillosa de Dios. Porque Cristo mismo es la
luz de todos los que van a Él, de todos los que a Él se convierten (Jn 8, 12).
Dios quiere santificar su "Nombre", lo hace cada vez que alguien es
sacado del pecado, crucificado con Cristo y revestido de la Gracia
Santificante. Hermosa realidad que no obliga, la fe no se impone, implica creer
en Jesucristo para pasar del paganismo, de la idolatría, de una vida mundana y
pecaminosa a Jesucristo, Redentor, Salvador y Señor de la Vida Nueva.
¿Cómo entender la conversión? La doctrina de Pablo nos dice:
“Por tanto, la fe viene de la
predicación, y la predicación, por la palabra de Cristo.” (Rm 10, 17) “Todos ustedes estaban
muertos a causa de los pecados en que vivían…pero Dios os ha dado vida en
Cristo Jesús” (Ef. 2, 1- 4). La conversión es el paso de la muerte a la vida:
de las tinieblas a la luz, del pecado a la gracia; de la esclavitud a la
libertad. La conversión aparece entonces como “un paso”: del Judaísmo a Cristo;
de las obras muertas de la carne a Cristo; de las obras del Diablo a Cristo.
Esa es la fe bautismal. El paso de la muerte a la vida por los méritos de
Jesucristo.
El fin de la conversión
cristiana. La conversión es un llenarse, empaparse y revestirse de Cristo, y por ende, del Amor,
de la Verdad y de la Vida” (Jn. 14, 6) Lo que exige un “Vaciarse de sí mismo”.
“Un despojarse del hombre viejo, para revestirse de Cristo, en justicia y
santidad (Ef. 4, 23- 24) Por el bautismo somos portadores de las semillas de la
reconciliación, embajadores de Cristo, con la misión de reconciliar a los
hombres con Dios y entre ellos mismos. (2 Cor. 5,17-20) Todo lo anterior se
realiza en nuestra vida por medio del Bautismo: La puerta para entrar a la
Iglesia.
La importancia de la
conversión. ¿De qué se trata? La Iglesia nos dice
que la conversión es un tema siempre
viejo y siempre nuevo. Tema que debe ser siempre ser predicado y ser
actualizado. No predicar la conversión sería dejar de ser fieles al Mensaje de
Jesús. Al hablar de conversión hemos de
tener presente que el Antiguo Testamento y el Nuevo son inseparables. El contenido
fundamental del Antiguo Testamento está resumido en el mensaje de San Juan
Bautista; <>. No se puede llegar a Jesús sin el Bautista; no es posible llegar a
Jesús sin responder a la llamada del Precursor. Más aun, Jesús asumió el mensaje de Juan en la síntesis de su propia
predicación: “Convertíos y creed en el
Evangelio” (Mc 1, 15). La Nueva creación y reconciliación de la humanidad con
Dios y con la Iglesia en Cristo Jesús, es el modelo de nuestra conversión. Lo
viejo ha pasado, lo que ahora hay, todo es nuevo. Para Pablo “la conversión
consiste en el abandono de los ídolos para volverse y servir al Dios vivo y
verdadero”: (I Tes. 1, 9) La palabra griega para decir
<> (ne: metanoeo; convertirse) significa: “Cambiar de
mentalidad”. Poner en tela de juicio el propio modo de vivir y el modo común de
vivir. “Dejar entrar a Dios en los criterios de la propia vida”, “No juzgar ya
simplemente según las opiniones corrientes”.
¿Cómo comprender hoy la conversión? “Dejar de vivir como viven todos.” “Dejar de obrar como obran todos”. “Dejar de sentirse justificados en actos dudosos, ambiguos, malos por el hecho de que los demás hacen lo mismo.” “Comenzar a ver la propia vida con los ojos de Dios, no estar pendientes del juicio de la mayoría de los demás, sino del juicio de Dios”, en otras palabras, buscar otro estilo de vida, una vida nueva. La conversión: significa salir de la autosuficiencia, aceptar la propia debilidad, la necesidad de los demás, y la necesidad de Dios, de su perdón y de su amistad. Es salir de sí mismo para ir al encuentro con la “Realidad”: Dios, los demás, las cosas, los valores que están al interior del ser humano como suspiros o anhelos esperando ser descubiertos y realizados. La conversión es la humildad de entregarse al amor del Otro. Amor que se transforma en medida y en criterio de mi propia vida. Si la conversión no es al amor, sencillamente no nos hemos convertido.
Dimensión social de la
conversión. Ciertamente la conversión es ante todo un marco de personalismo; es
personalización: “yo renuncio a vivir como todos”, “ya no me siento justificado
por el hecho de que todos hacen lo mismo que yo”. “Encuentro ante Dios mi
propio yo, mi responsabilidad personal.” Pero la verdadera personalización es
también una socialización nueva y profunda, se pasa “del yo al nosotros”, “del
mío al nuestro”. No hay duda, la conversión de cualquier hombre hace bien a
todos. Cuando el corazón del hombre cambia, cambian también las estructuras: la
familia. La educación, la política, la religión, etc. El hombre sólo se realiza en
la comunión con otros; en el intercambio interpersonal de valores, de dones, de
servicios. Otros enseñan al pecador que se convierte a caminar en la fe, en la
esperanza y en la caridad.
¿Cómo explicar hoy la
conversión? Como una invitación gozosa del Señor que nos llama a vivir con Él
la Eternidad. Es
un momento de gracia. Dios en Jesús, Buen Pastor, se acerca y a cada uno de los
invitados a sentarse a su Mesa Le muestra que andan equivocados y les invita a
volverse al camino que lleva a la casa del Padre. “Mi Padre les ama, esa es la
razón por la que estoy con ustedes”. ¿Qué quieres que haga por ti? ¿Qué
necesitas para realizarte y ser hombre en plenitud? “He venido para que tengas
vida y la tengas en abundancia” (Jn 10, 10)
¿Qué es lo que Dios espera de
nosotros? Jesús
se ha acercado a los hombres para hacerles entender que andan errados,
equivocados, sin sentido; que han convertido sus vidas en un “Caos”, y sin
embargo no reprocha ni recrimina. ¿Qué hace? El profeta Óseas la explica
diciendo: “Cuando Israel era niño Yo lo amé, y de Egipto llamé a mi Hijo. Con
cuerdas de ternura lo atraía hacía mí? (Os. 11, 1ss). Lucas bajo la unción el
Espíritu en “la parábola de la Oveja perdida describe la experiencia de los
discípulos de Jesús: “La tomó en sus manos, la atrajo hacía él, se inclinó para
darle de comer, la pone junto a su mejilla, para luego ponerla sobre sus
hombres y caminar con ella hacia el encuentro con la comunidad” (cf Os 11,4; Lc
15, 4).
¿Cómo entender la conversión
como don y respuesta? Podemos decir que la conversión es además repuesta humana a la invitación divina. Es acogida del Plan de
Dios. Acogida del “Don de la Gracia”. Pablo después de su encuentro con el
Señor Resucitado en el camino del Damasco pudo decir: “Qué Cristo habite por la fe en vuestros corazones para que cimentados
y enraizados en el amor, podáis comprender la altura, la anchura, la longitud y
la profundidad del amor de Cristo que supera todo saber, todo poder, todo
placer y todo tener (El 3,15ss)
¿Qué implica la conversión
cristiana? La
conversión a Jesucristo exige el reconocimiento de nuestros pecados y el cambio
radical de la mente y del corazón. (cf Jn 16, 8; Rm 10, 17) Cambio de
actitudes: “No os mintáis unos a otros.
Despojaos del hombre viejo con sus obras y revestíos, del hombre nuevo, que se
va renovando hasta alcanzar un conocimiento perfecto, según la imagen de su
Creador. (Col. 3, 9) Los hombres
somos llamados a renovar el espíritu de nuestra mente para llegar a conocer la
voluntad de Dios (Rom 12, 2). Pensar con la mente de hijo y con corazón de
hermano. Permítame decirlo sin rodeos:
convertirse es llegar a tener los mismos sentimientos de Cristo Jesús. Esto lo
podemos decir con tres palabras: Convertirse es “Llenarse de Cristo” Podemos decir que la conversión es la transformación de la
mente y del corazón mediante la acción poderosísima del Espíritu de Dios: “de
cueva de ladrones”, el que se convierte a Jesucristo es transformado a “casa de
Dios”; en casa de oración. (cf Mt 21, 12- 16; Lc 19, 45- 47; Jn 2, 13- 16) )
La conversión es volver a la
Casa del Padre.
Para san Lucas la conversión es un encuentro con el buen Pastor que busca a las
ovejas perdidas hasta encontrarlas. (cf Lc 15, 1- 4) Es encuentro con el Padre
del Cielo y con los hijos que habían abandonado la “Casa”. Miremos al “Hijo
Pródigo,”(cf Lc 15, 11ss) convertido en “Caos”, sumergido en una vida sin
sentido...pero con una chispa de “Esperanza”...En los hijos pródigos que no
existe esta “Esperanza”, en su lugar hay “Miseria humana”. La esperanza
consiste en saber que allá, en el lugar que antes se había abandonado, y en
donde se habían pasado los mejores y más felices épocas de la vida, espera una Mesa servida, con manteles largos, manjares suculentos y vinos
exquisitos. Esperan los brazos y el
perdón de un Papá que añora y desea el regreso de sus hijos ausentes. “Volveré
a la Casa de mi Padre y le diré: “Padre mío...he pecado... no soy digno...”
(Lc. 15, 18) Y se levantó, entró en sí... Y se puso en camino.” El camino de
regreso a casa no se hace solo, no obstante se haga en medio de muchas
debilidades, contigo está la oración de una madre o de una Iglesia que anhela
el regreso y la salvación para sus hijos, pero de manera única y especial, con
el que vuelve, está la mano y la mirada cariñosa del Buen Pastor. El Profeta
Jeremías lo comprendió y lo dijo: “Hazme volver y volveré”. (Jer 31, 18)
La conversión es vencer al mal
con el bien. (Rm 12, 21) “Cuando todavía estaba lejos”... (Lc. 15, 20) Dios es Amor que atrae y
que impulsa, se dispone a hacer justicia...va al encuentro de su hijo, al que
atrae hacía Él con cuerdas de ternura: lo
acoge, lo abraza, lo baña con lágrimas de Gozo. Con cuanta razón dice el Papa
Juan Pablo que la Redención es la Religión de vencer el Mal: es derrotar el mal
en cualquiera de sus formas. El hijo va preparado, comienza un discurso pensado
y repensado muchas veces: “Padre he pecado contra el Cielo y contra Ti...” El
Padre que no había dicho ni media Palabra, lo acalla con sollozos y con sus
besos, no le permite terminar su discurso, en el amor del Padre, no hay tiempo
para las palabras, para reprimendas, no hay tiempo ni lugar para regaños. Su
justicia no es como la justicia de los hombres, El Padre de toda misericordia vence, derrota el Mal, amando y
perdonando, dando misericordia al pecador. El Padre no dice palabra alguna al
hijo que tiene en sus brazos, cuando Él habla, es para comunicar su Gozo a los de Casa, a
sus amigos que también llama servidores y para dar les las últimas instrucciones para la “Fiesta”:
“Pronto, uno de ustedes corra
a la mejor tienda y traiga para mi hijo el mejor vestido...” a otro, corra a la
relojería y traiga para mi hijo el mejor anillo... a otro corra a la zapatería
y traiga para mi hijo los mejores zapatos... a otro corra a la carnicería y traiga para la fiesta de mi hijo el novillo
gordo... a otro corra y traiga para la fiesta de mi hijo la mejor música...y
comenzó la fiesta...” (Lc. 15, 11ss) ¿No nos sabe todo esto a signos
sacramentales, especialmente al Bautismo y a la Eucaristía? Vestido,
(revestidos de Cristo) anillo,(expresa la dignidad de hijos) zapatos, (el poder
del Espíritu) comida ( La Eucaristía). Todos estos son signos salvíficos, que
descubren las “Gracias del Jubileo”, Gracias mediadas que Dios hace llegar al
pecador por medio de sus sirvientes, por medio de la Iglesia, por medio de los
Sacramentos.
A modo de conclusión. La conversión a la luz de la
Encarnación es acoger a Jesús en el corazón y asumir su Evangelio como norma de
nuestra vida. Es hacer a Cristo experiencia de vida al estilo de María que por
su “Fíat” permitió que el Verbo de Dios se hiciera carne en su seno. Es algo
así como quedar embarazados con la Luz, la Verdad, el Amor y la Vida de Cristo.
Eso es lo primero, lo demás viene por añadidura. Lo demás es derrotar el mal
que está en nosotros. Cristiano es aquel que se sabe hijo de Dios y hermano de
los hombres en Cristo. Razón, por la cual,
los cristianos no podemos tener la mente y los criterios del mundo. No
podemos ser mundanos. El Señor nos llama a enfrentarnos a la vida con una mente
nueva, llena de los criterios
evangélicos y con un corazón renovado, rebosante de los sentimientos de Jesús.
Corazón renovado es el de aquellos hombres que se han lavado en la sangre del
Cordero, en la Fuente de la Misericordia divina.
Siempre
será la iniciativa divina. Jesús, Buen Pastor se acerca al pecador para decirle
que anda equivocado y para invitarlo a que se vuelva a la Casa del Padre. Nuestra
respuesta es aceptar la más bella de las verdades: “Mi Padre les ama” son las palabras de Jesús a las ovejas descarriadas que se dejan
encontrar por el Pastor de las ovejas; estas son aquellas que reconocen su
existencia o su hastío por la vida; aquellos que reconocen que no pueden
salvarse a sí mismos, que se han equivocado, que necesitan ayuda y que esa
ayuda, sólo puede venir de Cristo, el Hijo Eterno del Padre. Podemos
preguntarnos: “Sí El Señor no quiere discursos de nuestra parte,... El Salmista
diría: “Un corazón contrito Tú no lo rechazas” (Sal. 50, 19). No tengo miedo
decirlo, a la luz de mi propia experiencia, me atrevo a decir que lo que Dios
espera de nosotros pecadores es el deseo de cambiar de vida...un deseo oculto
de Dios...un deseo de entrar en su descanso, rompiendo con la ayuda de la
Gracia, las ataduras y los yugos de la servidumbre de los ídolos.
Aplicación a nuestra vida. La conversión es una respuesta
con la vida a la Voluntad de Dios. Sí Dios ha sido tan generoso, ¿por qué no
dar a los demás de lo que hemos recibido?....daré mi perdón al que me haya ofendido, daré mis
vestidos, al desnudo; daré mi amor a quien lo necesite...Dejaré actuar en mí la
acción del Espíritu de Dios. (Purificación) Me
consagro al Señor. (Santificación) Y me
dono y entrego a la misión del Redentor. Quiero ser misionero en acto y
no solo en potencia. Quiero gritar al mundo que sólo Cristo basta. Me propongo,
con la ayuda de la gracia de Dios ofrecer desde hoy sacrificios y oraciones por
los demás, especialmente por los más alejados. Me pongo en camino con celo de
almas; quiero ser mensajero de la paz y promotor del bien común. Pongo desde
hoy, todos los dones que el Dios generoso me regalado, al servicio de mi
familia pobre: la Iglesia.
“Venid a mí todos los que estáis fatigados y
sobrecargados, y yo os proporcionaré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de
mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras
almas. Porque mi yugo es suave y mi carga
ligera.” (Mt 11, 28- 30)
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