La Misericordia toma Rostro humano para amarnos con corazón de hombre.
Iluminación: Ya conocéis la generosidad de nuestro Señor
Jesucristo, el cual, siendo rico, se hizo pobre por vosotros para enriqueceros
con su pobreza.” (2 Cor 8, 9)
Introducción: “El cual, siendo de
condición divina, no reivindicó su derecho a ser tratado igual a Dios, sino que
se despojó de sí mismo tomando condición de esclavo. Asumiendo semejanza humana
y apareciendo en su porte como hombre,
se rebajó a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y una muerte
de cruz” (Flp 2, 6- 8)
1. “Y
la Palabra se hizo carne y puso su Morada entre nosotros; y hemos contemplado
su gloria, gloria que recibe del Padre como Unigénito, lleno de gracia y de
verdad.” (Jn 1, 14) En Jesús el Amor de Dios ha tomado rostros humano. Él,
antes de realizar la obra que el Padre le encomendaba, quiso >>hacerse en
todo semejante a sus hermanos<< a
fin de experimentar las mismas debilidades, la misma miseria de los que venía a
salvar. Sus palabras, sus acciones su vida misma, traduce la misericordia de
Dios. Para Jesús, dice Lucas, sus preferidos son los “pobres”, los pecadores
encuentran en él un amigo, se sienta a la mesa con ellos (Mc 2, 15s); visita
sus casas (Lc 19,1s); y no se avergüenza de llamarlos hermanos. Jesús muestra
especial benevolencia por los más débiles, los enfermos, las viudas, las
mujeres y los extranjeros (Lc 7, 21s). Jesús todo lo hizo por compasión:
enseñar a la multitud y darle de comer a los hambrientos: “Al desembarcar vio una gran multitud y se compadeció, porque eran como
ovejas sin pastor” (Mc 6, 34s). En
Jesús la compasión pareciera ser la esencia de su ser. Padece con el que sufre
y hace suyo el dolor y la miseria de los enfermos y de los pobres.
2.
Le dijo Felipe: «Señor, muéstranos al Padre y nos
basta.» Respondió Jesús: «¿Tanto tiempo
hace que estoy con vosotros y no me conoces, Felipe? El que me ha visto a mí,
ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: «Muéstranos al Padre?» (Jn 14, 7-8) En Jesús
la misericordia es compasión, es bondad, es ternura, es solidaridad, es
servicio. Todo lo hace con compasión y sin compasión no hace nada. Por eso la
invitación que hace a sus discípulos es a ser como él: “Así que, como elegidos de Dios, santos y amados, revestíos de entrañas
de misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre y paciencia, soportándoos
unos a otros y perdonándoos mutuamente, si alguno tiene queja contra otro. Como
el Señor os perdonó, perdonaos también vosotros. Y por encima de todo esto,
revestíos del amor, que es el broche de la perfección. Que la paz de Cristo
reine en vuestros corazones, pues a ella habéis sido llamados formando un solo
cuerpo. Y sed agradecidos”(Col 3, 12- 15).
3.
Misericordia quiero y no sacrificios. “Sus solemnidades y fiestas las detesto; se
han vuelto una carga que no soporto más. Cuando extienden sus manos, cierro los
ojos; aunque multipliquen sus plegarias, no los escucharé” (Is 1, 14s). Los
profetas denuncian el culto externo y la religión vacía de justicia para con el
pobre y con el oprimido, resulta abominable al Señor. El culto agradable a Dios
ha de ser con las “manos limpias”. Lo que Dios exige es la purificación del
corazón y la práctica de la justicia y el derecho para con las viudas,
huérfanos, extranjeros y pobres en general: “Dios
grande, fuerte y terrible, no es parcial ni acepta soborno, hace justicia al
huérfano y a la viuda, ama al emigrante, dándole pan y vestido” (Dt 10,
18).
La misericordia es fidelidad a la ley del
amor, es, por lo tanto, obediencia a la Palabra de Dios: “Si saben obedecer, comerán lo sabroso de la tierra” (Is 1, 19). El
profeta Oseas nos presenta un himno a la misericordia y a la fidelidad en la
que han de ser involucradas ambas partes, Dios y el pueblo: “Por tanto, mira voy a seducirla, la llevaré
al desierto y le hablaré al corazón. Allí le daré sus viñas, y el valle del
Acor será Paso de la Esperanza. Allí me responderá como en su juventud, como
cuando salió de Egipto… Le apartaré de su boca los nombres de los baales y sus
nombres no serán invocados… Me casaré contigo para siempre, me casaré contigo
en justicia y en derecho, en afecto y cariño. Me casaré contigo en fidelidad y
conocerás al Señor” (Os 2, 16-22).
4. El profeta resalta, por un lado,
la iniciativa divina, la acción en sí misma, sus resultados y la respuesta
generosa de su pueblo. Oseas, el Profeta de la Misericordia, es testigo del
amor misericordioso por el trato a su esposa infiel, a quien busca, perdona,
ayuda… y no obstante, ella cree que las ayudas le vienen de sus amantes. Así es
como el Profeta comprende que el Señor es fiel con su pueblo infiel que ofrece
sacrificios a los ídolos para agradecer por las bendiciones que recibe del
Señor. Oseas a partir de su experiencia
nos revela las entrañas de misericordia del Dios de Israel: “Cuando Israel era
niño, lo amé, y desde Egipto llamé a mi hijo. Cuanto más lo llamaba más, más
ofrecían sacrificios a los Baales y quemaban ofrendas a los ídolos. Yo enseñe a
caminar a Efraín y lo llevé en mis brazos, y ellos sin darse cuenta de que yo
los cuidaba. Con correas de amor los atraía, con cuerdas de cariño. Fui para
ellos como quien alza una criatura a las mejillas; me inclinaba y les daba de
comer” (Os 11, 1-4)… Pero volverá a Egipto, asirio será su rey porque no
quisieron convertirse… Me da vuelco el corazón se me conmueven las entrañas… yo
soy Dios y no hombre, el Santo en medio de ti y no enemigo destructor” (Os
11, 5-9). La misericordia se impone a la justicia: Israel parece no tener
remedio; merecía recibir castigo, pero el Dios de toda misericordia tiene
piedad de su Pueblo; sabe de que está hecho: “Recordó su pacto con ellos y se
acordó de su gran amor” (Sal 106, 45).
5. Dios invita
a ser misericordiosos. El Dios de toda Misericordia, quien se ha
manifestado en Jesucristo quiere, invita y exhorta a todos sus seguidores a la
perfección: “Sed perfectos como vuestro
Padre celestial es perfecto” (Mt 5, 48). Es una amorosa invitación a tener
los mismos sentimientos de ternura, de bondad y de misericordia de Cristo Jesús
(cf Flp 2,5). Perfección que sólo será posible si estamos en comunión con el
Señor (cfr Jn 15,5s), y buscamos de todo corazón las cosas de arriba donde está
Cristo sentado a la derecha del Padre (cf Col 3, 1s). Para Lucas el evangelista
de la Misericordia, esta perfección sólo será posible mediante la práctica de
la bondad: “Sed compasivos” o “sed
misericordiosos” como vuestro Padre celestial es compasivo y misericordioso”
(Lc 6, 36). Esta ternura nos lleva a ser prójimo del miserable, del enfermo,
del pobre, del necesitado como lo hizo el Buen Samaritano (Lc 10, 30-37). A la misma vez me debe llevar a dar
misericordia al que me ha ofendido (cfr Mt 18, 23s), de acuerdo, también, a las palabras que rezamos en el Padre
Nuestro: “perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos
ofenden” (Mt 6, 9-13).
Quien cultiva la misericordia
con el prójimo es a la vez, fiel al Señor, a su Palabra, a su Mandamiento, y la
recompensa la podemos encontrar en la Biblia: “Sed santos como vuestro Padre
celestial es santo” (1Pe 1, 15). Sin amor, sin misericordia, no hay santidad;
lo que equivale a no tener los sentimientos de Cristo Jesús, para con el Padre
y para con el prójimo, entonces diremos con San Juan: “El amor de Dios no mora
en nuestros corazones” (1Jn 3, 17).
Oración: “Llena Señor
nuestros corazones de ternura, bondad y Misericordia para que seamos capaces de
amar con el corazón, la miseria en nuestros hermanos”.
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