Hijo si
te acercas a servir al Señor permanece firme en la justicia y en el temor y
prepárate para la prueba
Hijo, si te acercas a servir al Señor permanece, firme en la justicia y en el temor, y prepárate para la prueba. Endereza tu corazón, mantente firme y no te angusties en tiempo de adversidad. Pégate a él y no te separes, para que al final seas enaltecido. Todo lo que te sobrevenga, acéptalo, y sé paciente en la adversidad y en la humillación. Porque en el fuego se prueba el oro, y los que agradan a Dios en el horno de la humillación. Confía en él y él te ayudará, endereza tus caminos y espera en él. Los que teméis al Señor, aguardad su misericordia y no os desviéis, no sea que caigáis. Los que teméis al Señor, confiad en él, y no se retrasará vuestra recompensa. Los que teméis al Señor, esperad bienes, gozo eterno y misericordia. Los que teméis al Señor, amadlo y vuestros corazones se llenarán de luz.
Fijaos en las generaciones antiguas y ved: ¿Quién confió en el Señor y quedó defraudado?, o ¿quién perseveró en su temor y fue abandonado?, o ¿quién lo invocó y fue desatendido?Porque el Señor es compasivo y misericordioso, perdona los pecados y salva en tiempo de desgracia, y protege a aquellos que lo buscan sinceramente. (Eclo 2,1-11)
Salmo
responsorial
R/. Encomienda tu camino al
Señor, y él actuará
V/. Confía
en el Señor y haz el bien, habitarás tu tierra y reposarás en ella en fidelidad;
sea el Señor tu delicia, y él te dará lo que pide tu corazón. R/.
sea el Señor tu delicia, y él te dará lo que pide tu corazón. R/.
V/. El
Señor vela por los días de los buenos, y su herencia durará siempre; no se
agostarán en tiempo de sequía, en tiempo de hambre se saciarán. R/.
V/. Apártate
del mal y haz el bien, y siempre tendrás una casa; porque el Señor ama la
justicia y no abandona a sus fieles. Los inicuos son exterminados, la estirpe
de los malvados se extinguirá. R/.
V/. El
Señor es quien salva a los justos, él es su alcázar en el peligro; el Señor los
protege y los libra, los libra de los malvados y los salva porque se acogen a
él. R/.
Sal
36,3-4.18-19.27-28.39-40
El relato
del Evangelio.
En aquel
tiempo, Jesús y sus discípulos atravesaron Galilea; no quería que nadie se
enterase, porque iba instruyendo a sus discípulos. Les decía: «El Hijo del
hombre va a ser entregado en manos de los hombres y lo matarán; y después de
muerto, a los tres días resucitará». Pero no entendían lo que decía, y les daba
miedo preguntarle. Llegaron a Cafarnaún, y una vez en casa, les preguntó: «¿De
qué discutíais por el camino?».
Ellos callaban, pues por el camino habían discutido quién era el más importante. Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo: «Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos». Y tomando un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo:
«El que acoge a un niño como este en mi nombre, me acoge a mí; y el que me acoge a mí, no me acoge a mí, sino al que me ha enviado». (Mc 9, 30-37)
El Señor Jesús, es formador de discípulos.
“Al encontrarle a la orilla del mar, le
preguntaron: “Rabbí, ¿cuándo has llegado aquí?” Jesús les respondió: “En
verdad, en verdad os digo que vosotros me buscáis no porque habéis visto
signos, sino porque habéis comido pan y os habéis saciado” (Jn 6, 25- 26) El
Señor Jesús, en la primera etapa de su Ministerio se dedicó a las grandes
multitudes, les hacía milagros y exorcismos, eran muchísimos los que lo
seguían, Pero se dio cuenta que muchos no realmente habían creído en él. Entre
la gente había espías de Jerusalén que tomaban nota de lo que él enseñaba y le hacía
preguntas capciosas para hacer que cayera en la trampa y poder acusarlo. De
frente a la enseñanza de la Eucaristía muchos lo abandonaron: «En verdad, en
verdad os digo que si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su
sangre, no tenéis vida en vosotros. El
que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo le resucitaré el
último día. Porque mi carne es verdadera
comida y mi sangre verdadera bebida,” “Y decía: «Por esto os he dicho que nadie
puede venir a mí, si no se lo concede el Padre.» Desde entonces muchos de sus discípulos se
volvieron atrás y ya no andaban con él (Jn 6, 53- 55. 65)
En una segunda
etapa de su Ministerio, descubre que lo van a matar, y lo anuncia a sus
discípulos tres veces. Pero, toma la decisión de formar a los Doce para que prolonguen
en la historia la Obra redentora que él ha iniciado con su predicación, con sus
milagros, con sus exorcismos, con su pasión, su muerte y resurrección. Jesús
enseña con su Palabra, con su trabajo y con su vida. Elige a los discípulos,
pero no los obliga a seguirlo. Quiere cultivar en los suyos la libertad
afectiva, la del corazón para que respondan con amor y no por servilismo: “Jesús
dijo entonces a los Doce: «¿También vosotros queréis marcharos?” Le respondió Simón Pedro: «Señor, ¿a quién
vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que
tú eres el Santo de Dios.” (Jn 6, 67- 69) ¿Qué pensaría Pedro? Volver a la casa
de la suegra. Volver a las barcas y a las redes, viejas y remendadas. Volver
a la sinagoga donde nos juzgan y nos van
a correr. “Nosotros hemos probado lo bueno qué es el Señor” “Nosotros creemos y
sabemos que tú eres el Santo de Dios”.
Por el camino
seremos purificados y confirmados.
Muchísima es la
gente que dice: Dios me ama y me da todo lo que yo le pido. Gente que hace
oración, tienen alguna devoción, pero, realmente no conocen al Señor. No han tomado
la firme determinación de amarlo, seguirlo y servirlo. Se sigue a otro
espíritu, pero no al Señor. Cuando en todo nos va muy bien y quedamos bien con
los demás, prepárate, por que el Ángel de la purificación, está a la vuelta de
la esquina y en cualquier momento llega para realizar la “Obra de Dios”. El
Señor quiere darnos crecimiento espiritual y darnos madurez humana, para eso
manda un “Serafín” que significa “ardiente” para purificar los labios y poder
responder con generosidad. Experiencia de la que habla Isaías: “Entonces voló
hacia mí uno de los serafines con una brasa en la mano, que con las tenazas había
tomado de sobre el altar, y tocó mi boca
diciendo: «Como esto ha tocado tus labios, se ha retirado tu culpa, tu pecado
está expiado.” ( Is 6, 6- 7).
La experiencia
del encuentro con Jesús, deja en nosotros su Espíritu que nos lleva al desierto
para prepararnos para la Misión. En el desierto es lugar de la prueba, del
combate, del encuentro con ángeles buenos y con ángeles malos. Al final del desierto
se toma la “firme determinación de seguir a Cristo y romper con el mundo”.
Cuando no se conoce el desierto, como lugar donde habitan los demonios, como la
“victoria de Dios”, nuestra fe será siempre mediocre y superficial, más que
recoger desparramamos (cf Mt 12, 30)
El desierto es
una etapa de preparación y formación en el que aparecen las pruebas, pero no
como castigos, sino como un medio de crecimiento espiritual y madurez humana
cristiana. La Visita del Ángel de la purificación tiene dos características: “Viene
a confirmarnos en la fe y en el servicio al Reino, y viene, también, a
corregirnos para que enderecemos el camino y reorientemos nuestra vida en el
seguimiento del Señor Jesús.”
“Te aconsejo que
me compres oro acrisolado al fuego para que te enriquezcas, vestidos blancos
para que te cubras y no quede al descubierto tu vergonzosa desnudez, y un
colirio para que te eches en los ojos y recobres la vista. Yo reprendo y
corrijo a los que amo. Sé, pues, ferviente y arrepiéntete.” (Apoc 3, 18- 19) “De
ese modo, cuando Jesucristo se manifieste, la calidad probada de vuestra fe,
más preciosa que el oro perecedero que es probado por el fuego, se convertirá
en motivo de alabanza, de gloria y de honor.” (1 pe 1, 7) “¡Feliz el hombre que
soporta la prueba!, porque, una vez superada ésta, recibirá la corona de la
vida que ha prometido el Señor a los que le aman.” (Snt 1, 12) “Escucha el
consejo, acepta la corrección y al final llegarás a sabio.” (Prov 19, 20).
Durante la prueba espiritual, no digamos: ¿Por qué a mí? Más bien digamos:
¿Para qué a mí?
¿Qué hacer cuando estemos dentro de la prueba
espiritual?
Aférrate al
Señor en íntima, cálida y sólida oración. “ Sé paciente, confía en él, espera
en él y en su misericordia” Cuatro hermosas virtudes se van apareciendo en el
rostro del discípulo que se deja enseñar durante la prueba por su Maestro:
Paciencia, Confianza, Esperanza y Misericordia, es el “Camino” para hacerse
como niños” para ser servidores aprobados que han pasado la “noche fría”, “el
desierto de la aridez.” Recordemos la experiencia de Jeremías: Entonces Yahvé
me dijo: “Si vuelves porque yo te haga volver, estarás en mi presencia; y si
sacas lo precioso de lo vil, serás como mi boca. Que ellos vuelvan a ti, pero
no tú a ellos. Yo te haré para este
pueblo muralla de bronce inexpugnable. Y pelearán contigo, pero no te podrán,
pues contigo estoy yo para librarte y salvarte —oráculo de Yahvé—“ (Jer 15, 19-
20)
En la prueba, el
Señor nos da una doble porción de luz a la que no estamos acostumbrados,
haciendo entonces “berrinche”. La finalidad de esta iluminación es hacer que
reconozcamos nuestros, defectos de carácter, y dejemos de auto justificarnos, creyendo
que estamos bien y que le estamos sirviendo al Señor, cuando en realidad nos
servimos a nosotros mismos, y por lo mismo estamos en decadencia espiritual,
moral, familiar, comunitaria, civil… “no tires la toalla” “no abandones el
servicio” “No abandones el Ministerio” Diríamos con Job: Cíñete, pues, de
grandeza y majestad, vístete de gloria y esplendor” (Job 40, 10) Con Pablo: Despójate
del hombre viejo y revístete del hombre nuevo (Ef 4, 24) En la prueba no estás
sólo, el Señor está contigo, ha venido para que tengas vida y en abundancia (cf
Jn 10, 10). Pero también cerca el “ángel malo” que te aconseja, que te mete
miedo, diciendo: “no vas a poder” “no pierdas tu tiempo o tu vida” “vas a vivir
en la soledad en tu vejez, abandona tu sacerdocio y busca compañera….”
En oración
íntima, humilde, sincera y confiada hagamos tres preguntas al Señor a quien
queremos servir: a) “Señor que me quieres enseñar” b) “Señor que quieras que yo
haga” c) “Aquí estoy Señor, haz conmigo lo que tú quieras.” La “prueba
espiritual es una visita del Señor; es un don de Dios; es una enseñanza para la
vida para purificar nuestro corazón y revestirlo de gracia. Con la ayuda del Espíritu
Santo reconocemos y aceptamos nuestras tinieblas, nuestros pecados, el primer
combate, es del Señor. Con humildad pedimos orientación: ¿Qué quieres que yo
haga? Que vuelvas a la oración, que vuelvas a la Palabra que abandonaste; que
te reconcilies y pidas o des perdón; que seas responsable de tu familia y que
no gastes lo que no tienes o pagues lo que debes. Este segundo combate, si se
acepta, es también del Señor. La victoria plena para recibir la “corona” sigue
el ejemplo de María (Lc 1, 38) “Acepto Señor, tu voluntad y me somete a ella”.
Pasa la prueba y deja huella. Se abandona las viejas intenciones para seguir a
Cristo por lo que es y no por lo que tiene. Ha sido destruido el ídolo para dar
lugar al Señor Jesús para que reine en nuestro corazón. Hemos retomado el
camino que lleva a la Verdad y a la Vida. La prueba se hace victoria cuando
terminamos Amando a Dios y al prójimo. Lo contrario no dejó superación,
crecimiento, santidad, amor.
Padre Santo y Justo,
por tu Hijo Jesucristo dadnos Espíritu Santo para nos guié y sea nuestro
Maestro interior y nos haga ver a Jesús como nuestro Salvador, Maestro y Señor.
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