No apaguéis el fuego
del Espíritu
(1 Tes 5, 19)
Objetivo: Formar evangelizadores que sepan dar
el Mensaje con alegría para despertar la fe de los que duermen y creyendo se
pongan en camino de amor y servicio a los demás.
Iluminación: “He venido a encender un fuego y
cuanto ardo en deseos de verlo arder” (Lc 12, 49)
1.
Los discípulos nacen y se hacen.
Los discípulos de Cristo son hijos de una verdadera
evangelización, de la escucha de la Palabra. Nacen por el Sacramento de la
Iglesia y por el encuentro vivo con la persona de Jesús el Señor. Sólo quien ha
tenido un encuentro con Jesús puede ser llamado testigo del Evangelio. Testigo
del amor de Dios y del poder liberador de Cristo Jesús. Nace con la Misión
debajo del brazo, es parte de él. El cristiano nace y crece para ser misionero.
Si la Iglesia es por naturaleza misionera, los animadores y
responsables de las Comunidades deben tener un espíritu misionero. Misionero es
aquel discípulo o discípula, que se mueve, vive, y trabaja, bajo la docilidad
al Espíritu Santo, el principal agente de evangelización. Ha de estar siempre
disponible para hacer la voluntad de Dios, para salir y ponerse en éxodo, para
ir al “encuentro de los demás y llevarles la alegría del Evangelio”
Es el Espíritu Santo, quien primero hace nacer en el corazón
los deseos de la Misión, nos da la fuerza para ponernos en camino, para luego
ir derramando sus dones de fortaleza y discernimiento en el misionero, como rasgos
esenciales que son de la espiritualidad misionera. Gracias a la acción del
Espíritu el discípulo va adquiriendo la doble certeza. Por un lado tiene la
certeza de que Dios lo ama, y por el otro, la certeza de que también, el ama a
Cristo, su Salvador.
Pablo V1 nos dijo: “No habrá nunca evangelización posible sin
la ayuda del Espíritu Santo”. Es por eso, que el compromiso de todo discípulo es dejarse
plasmar por el Espíritu para que pueda configurase con Jesús y cultivar la
identidad misionera.
Es el Espíritu Santo, quien primero hace nacer en el corazón
los deseos de la Misión, nos da la fuerza para ponernos en camino, para luego
ir derramando sus dones de fortaleza y discernimiento en el misionero, como
rasgos esenciales que son de la espiritualidad misionera. Gracias a la acción
del Espíritu el discípulo va adquiriendo la doble certeza. Por un lado tiene la
certeza de que Dios lo ama, y por el otro, la certeza de que también, el ama a
Cristo, su Salvador.
Pablo V1 nos dijo: “No habrá nunca evangelización posible sin
la ayuda del Espíritu Santo”. Es por eso, que
el compromiso de todo discípulo es dejarse plasmar por el Espíritu para
que pueda configurase con Jesús y cultivar la identidad misionera.
“Por tanto, que la gente nos
tenga por servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios. Ahora bien, lo que se exige de los administradores
es que sean fieles. Aunque a mí lo que
menos me importa es ser juzgado por vosotros o por un tribunal humano (1 de Cor 4, 1-3) Porque
pienso que a nosotros, los apóstoles, Dios nos ha asignado el último lugar,
como condenados a muerte, puestos a modo de espectáculo para el mundo, los
ángeles y los seres humanos (v 9) Hasta ahora venimos
pasando hambre, sed y desnudez. Somos abofeteados, y andamos de aquí para allá.
Nos fatigamos trabajando manualmente. Si
nos insultan, bendecimos; si nos persiguen, lo soportamos; si nos difaman, respondemos con bondad. Hasta
ahora venimos siendo la basura del mundo y el desecho de todos (vv11- 13).
Quién se anime a ser un Misionero de Cristo tiene que aceptar
ser un candidato para recibir, tanto, sufrimientos, como, honores. Nunca busca
que le vaya bien, como tampoco busca quedar bien, no obstante le pueda ir bien
y pueda quedar bien. El misionero es un ser para la cruz, sin ella, no será
enviado. Un ser para la renuncia y el sacrificio, manifestaciones de su amor a
Cristo y a su Iglesia. Es por lo mismo un portador del amor de Cristo que debe
ir irradiando en el rostro sufriente de sus hermanos que encuentre a lo largo
de su camino. Su lema debe ser: “No juzgar y no condenar” “No exigir lo que no
ha dado” y “No querer cosechar antes de tiempo”. Es enviado a sembrar y regar, no a cosechar. El trabajo por el Reino
pide no quemar etapas, ser paciente y tolerante, amable y generoso: una mano
firme para exigirse a sí mismo y una mano amable para extenderla hacia los
demás.
2.
La fuerza del sacrificio.
En la tarea evangelizadora, cuando es auténtica, el
sacrificio es la fuerza que levanta, salva e impulsa a caminar hasta los
confines de la tierra. El Misionero debe servir a sus hermanos con espíritu de
humildad, mansedumbre, oración y sacrificio. Nada de comodidades,
despreocupaciones o caprichos. No se puede perder el tiempo en cosas superfluas
ni enredarse en los asuntos de la vida civil. Escuchemos a Pablo el misionero
de Cristo decirnos: Como soldados… como atletas… como campesinos… (2 Tim 2, 2sss)
el misionero es invitado a ser el primero en creer, en vivir, en anunciar para
que pueda saborear los frutos de la vida apostólica.
3.
La fuerza de la humildad.
La humildad es la casa del Espíritu Santo, en ella se mueve a
sus anchas. Una espiritualidad sin humildad está vacía de su auténtico
contenido, el amor, la verdad y la vida (Jn 14, 6). Humilde es el de corazón
pobre, aquel que nada tiene por eso puede poner su confianza en Dios, que lo
sostiene y lo fortalece. Humilde es aquel que no pone su confianza en sí mismo
o en sus ejércitos. Reconoce sus debilidades y pecados, como también reconoce
que todo lo bueno que tiene, lo ha recibido de Dios como don inmerecido para
compartirlo con los demás (cfr 1 Cor 4, 7). La humildad lo levanta, lo hace
poner los pies sobre la tierra y caminar en la Verdad como discípulo de Cristo.
Cuando el espíritu de humildad no aparece en la vida del misionero,
es porque ha dejado entrar en la mente y
en el corazón el espíritu de fariseo, espíritu de soberbia espiritual, de
autosuficiencia y prepotencia, de crítica y de juicios sin misericordia que
hacen daño a quienes los escuchan, al margen de la verdad y de la caridad. Es
entonces cuando uno se puede sentir satisfecho de sí mismo, y sentirse superior
y mejor que los demás. Pero nada de eso edifica a las almas ni construye la
Iglesia.
La humildad es la raíz de las demás virtudes cristianas, es
fuerza para servir y darse a los demás. Sólo los humildes sirven al Reino de
Dios, y es la exigencia fundamental de todo discipulado cristiano. “El que
quiera ser grande que se haga servidor de sus hermanos nos ha dicho Jesús (Mt
23, 12). El trono de Jesús es el lugar para los humildes (Gál 5, 24), por eso
son salvados (Slm 18, 28), escuchados (Eclo 35, 17), honrados (Prov. 29, 23),
levantados (Mt 23, 12), fortalecidos (2Cor 12, 10). Pidamos al Señor el don de
la humildad y de un corazón pobre.
4.
La fuerza de la Palabra.
La verdadera evangelización está centrada en la Palabra de
Dios. Por lo que toda auténtica evangelización tiene que ser bíblica, o no será
evangelización. La fe viene de lo que se escucha (Rm 10, 17), es decir la
Palabra de Dios. Palabra poderosa capaz de limpiar los corazones de los hombres:
“Ustedes ya están limpios por las palabras que les he dado” (Jn 15, 1-3); capaz
de liberar a los oprimidos: “La verdad os hará libres” (Jn 8, 32); capaz de
consagrar los corazones al Dios: “padre conságralos en la verdad, tu Palabra es
la Verdad” (Jn 17, 23); capaz de conducirnos a la salvación y a la perfección por
la fe en Cristo (2 Tim 3, 14- 17). Palabra poderosa capaz de cambiar a los
hombres de pecadores en justos; de enemigos en amigos de Dios, en discípulos
misioneros de Jesús, el Señor. La Palabra de Dios es:
Como la lluvia que empapa el corazón y pone fin a la aridez
espiritual (Is 55, 9ss). Tus palabras son espíritu y vida (Jn 6, 67) Como el fuego
y el martillo (Jer 23, 29) Como semilla de inmortalidad (1 Pe 1, 23). Como
espada de doble filo, es viva y eficaz (Heb 4, 12). Casco de salvación y espada
del Espíritu (Ef 6, 17). La Palabra de Dios es luz en nuestro caminar y lámpara
para nuestros pies.
5.
¿Para qué evangelizar?
“Hay de mi si no evangelizara” (1 Cor 9, 16) Cuando
evangelizamos con la fuerza del Espíritu estamos ayudando a que los hombres
abran sus corazones a Dios, el único capaz de salvar y dar vida eterna a los
hombres pecadores. Hoy, a nosotros como a san Pablo se nos ha dado la gracia de
anunciar el Evangelio. Las inescrutables riquezas de Cristo a los gentiles (Ef
3, 8) Riquezas para ser comunicadas a todos los hombres. Por un lado hemos
recibido el mandato de Cristo (Mt 28, 20; Mc 16, 15; Jn 20, 23), y por otro
lado somos portadores del amor de Cristo, que arde en nuestros corazones como
fuego que quema, pero no destruye. Evangelizar
es exigencia profunda de la vida de Dios en nosotros (RM 11)
Ø Evangelizar para dar vida y resucitar
a los muertos.
Ø Para sanar los corazones enfermos y
limpiar a los leprosos.
Ø Para enseñar a los hombres el arte de
vivir en comunión y participación.
Ø Para enseñar a los hombres el arte de
amar y servir a ejemplo de Jesús.
Ø Evangelizar para enseñar a los
hombres a encontrar el sentido de la vida y orientarse hacia Dios, Meta y
Destino de todo hombre. Ponerse en camino de conversión (cf 1Ts 1, 9).
6.
¿Qué es evangelizar?
Ø Evangelizar es prender el fuego del
amor en el corazón de los hombres oprimidos por el sufrimiento causado por el
pecado que hunde sus raíces en la mentira y en odio para manifestarse en toda
clase de injusticias, depresiones, angustias, miedos, robos homicidios y
suicidios.
Ø Evangelizar de veras es buscar el
bien espiritual y material de los demás en profundidad, es decir, quitando las
causas que lastiman y oprimen a los hombres (Padre Luis Butera), para que
puedan llevar una vida digna y apropiarse de la libertad de los hijos de Dios
(Gál 5, 1ss).
Ø Evangelizar es ayudar al hombre a
liberarse del mal, del apego a las cosas, de la esclavitud de otras personas y
de la esclavitud de la ley para que pueda llevar una vida digna como persona y
como hijo de Dios, en el amor y el servicio a sus hermanos.
Ø Evangelizar es ayudar al hombre y a la
familia a humanizarse, para que sean mejores personas y más personas. Para que
puedan vivir con otros, de otros y a favor de otros. Enseñar a vivir en
relación consigo mismo, con Dios, con los demás, según la naturaleza creada por
Dios: sin egoísmos, envidias, no destruirse unos a los hombres, sino y más bien,
amando a Dios y a los otros como a uno mismo, según el mandamiento de Jesús (Jn
13, 34).
7.
La verdadera evangelización
La verdadera liberación, la que hace libre al hombre de
tantas esclavitudes, la que nos hace más humanos: originales, responsables,
libres y capaces de amar, sólo se puede dar, cuando la Palabra que damos está
en nuestros labios y en nuestros corazones, y es alimentada con la oración y el
sacrificio; cuando el único objetivo es la “gloria de Dios” y el bien de los
hombres a quienes se les reconoce como hermanos.
De la misma manera que el verdadero evangelizador, es el
discípulo de Cristo que con la ayuda del Espíritu Santo y sus esfuerzos va
alcanzando un corazón cada vez más limpio; una vez más sincera y auténtica
y una recta intención (1 Tim 1,5). La fe
sincera es confianza en Jesús que acompaña al evangelizador; es obediencia a su
Palabra y disponibilidad para servirle; es pertenecía incondicional al Maestro
de Nazaret; es amor, es donación, es entrega y servicio libre, consciente y
voluntario a la causa del Reino de Dios y de Cristo.
El peligro del Evangelizador es hacer de la evangelización su
negocio y hacerse rico o millonario con la fe de los hombres. Eso es hacerse
falso profeta, mercenario de la Palabra. La Salvación siempre será un “don gratuito e
inmerecido de parte de Dios para todos los pecadores.” Cuando el dinero llegue,
ha de ponerse al alcance de los más pobres siguiendo el mandato de Cristo Jesús:
“Dadles vosotros de comer” (Mc 6, 37).
María Madre de la
Evangelización, ruega por nosotros.
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