Jesús es nuestra Salvación.
OBJETIVO:
Ayudar a conocer el Rostro de Cristo para poder dar una respuesta válida de
nuestra esperanza y anunciar al Evangelio con toda claridad.
1.
Jesús es la respuesta de Dios a los hombres[1].
Los hombres en su búsqueda por la felicidad han dado
la espalda a Dios y se han complicado la vida, se les endurecido el rostro y
han perdido sus mejores capacidades. Pero frente a la respuesta que el hombre
ha dado a Dios, Él a su vez tiene una palabra que es Buena Nueva para todos los
hombres: Jesús. Él es la respuesta que Dios da a todo ser humano. Escuchemos a
la Sagrada Escritura decirnos: “Bajo las estrellas del cielo sólo en el Nombre
de Cristo Jesús encontramos la salvación”[2]
“Cristo Jesús vino al mundo a salvar a los pecadores de los cuales yo soy el
primero[3]”.
“El salvará a su pueblo de sus pecados”[4].
El es el cumplimiento de las promesas que Dios nos hace a lo largo de todo el Antiguo Testamento.
El pueblo de Israel estaba a la espera del Mesías;
su llegada significaba el fin de la opresión y de la explotación por parte de
las potencias extranjeras que habían oprimido al pueblo de Dios. Su llegada
significaba también la vuelta al esplendor y a la gloria de los mejores días en
tiempos de David y Salomón. Esta mentalidad estaba enraizada en la mente de los
discípulos, es necesario que Jesús, el Revelador del Padre[5]
nos descubra y realice en la Historia el verdadero Plan de Dios. Plan que el
Espíritu Santo actualiza hoy en la historia de los hombres y de cada hombre.
2.
En la Plenitud de los tiempos.
“Llegada la plenitud de
los tiempos Dios envió a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para
rescatar a los que se hallaban bajo la
ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva”. (Gál. 4,4).
La Plenitud de los tiempos hace referencia al Ciclo Cristológico. Jesús,
el enviado del Padre, podemos decir sin más: “El es la Plenitud”[6].
La plenitud de los tiempos abarca desde la Encarnación hasta Pentecostés.
Mientras Jesús de Nazareth camina a orillas del río
Jordán, Juan El Bautista, muestra a sus discípulos al “Mesías de Israel”: “He aquí el Cordero de Dios que quita el
pecado del mundo” (Jn 1, 29) San Juan en su Evangelio nos da la “Gran
Noticia”: “Tanto amó Dios al mundo que
dio a su Hijo único para que todo el que
crea en él, no se pierda sino que tenga vida eterna” (Jn. 3, 16). El mundo,
es la humanidad, todos los hombres, de todos los tiempos y lugares, sin hacer
distinción de personas. Cristo vino por todos.La novedad de Jesús expresada por san Juan en su Evangelio: “Vengo para que tengan vida y la tengan en
abundancia” (Jn 10, 10). El sentido
de la venida de Jesús a los hombres responde al deseo eterno de Dios: Comunicar
a los hombres el Espíritu Santo, es decir, Cristo vino a traernos a Dios.
3.
Jesús quiere decir Salvador.
El vino para destruir el pecado con su propio
sacrificio sacerdotal y para devolvernos la vida divina que habíamos perdido
por el pecado. La salvación que Jesús nos gana y ofrece tiene dos dimensiones,
por un lado, nos quita el pecado y por otro, nos da el don de su Espíritu que nos hace hijos de Dios y
herederos de la Herencia de Dios. (Rom. 8, 17).Por un lado nos saca de la
sepultura, y por otro, nos lleva a la Tierra de promisión[7].
La voluntad de Dios es la salvación de y todos los hombres[8],
y para eso Dios actúa en la historia, irrumpe en ella. El Ángel del Señor le
revela a san José la misión de Jesús: “María tendrá un hijo y le pondrás por
nombre Jesús. “El salvará a su pueblo de
los pecados”(Mt. 1, 21) Jesús, sin mas, significa Salvador. El es el único,
bajo las estrellas del Cielo que puede dar Espíritu Santo y salvara los hombres[9].
“Todo el que crea en Él, no queda defraudado”[10].
Creer en Jesús implica buscarlo de todo corazón para que se cumpla la promesa
de Jeremías: “Me dejaré encontrar por los que me busquen de todo corazón”[11].
4.
¿Cómo nos salva Jesús?
Dios en su gran amor ha otorgado en Cristo y por
Cristo a toda la humanidad la salud. Por la obra redentora de Cristo el Padre
nos presenta la posibilidad de salvación. Como posibilidad la podemos acoger o
la podemos rechazar; ya no depende de Dios, sino de nosotros. Escuchemos a san
Pablo:
“Pero ahora
independientemente de la ley, la justicia de Dios se ha manifestado, para todos
los que creen, pues no hay diferencia alguna; todos pecaron y están privados de
la gloria de Dios y son justificados por
el don de su gracia, en virtud de la
redención realizada en Cristo Jesús, a quien Dios exhibió como propiciación
por su propia sangre, mediante la fe, para, mostrar su justicia, pasando por
alto todos los pecados cometidos anteriormente en el tiempo de la paciencia de Dios; en orden a mostrar
su justicia en el tiempo presente, para ser él justo y justificador del que
cree en Jesús” (Rom.
3, 21-26).
La carta a los
Efesios nos dice esta hermosísima verdad: “En
Él tenemos por medio de su sangre la redención, el perdón de los pecados, según
la riqueza de su gracia que ha prodigado sobre nosotros en toda sabiduría e
inteligencia dándonos a conocer el Misterio de su voluntad.” (Ef. 1, 7- 8).
Este Misterio, es Cristo, que nos
descubre el deseo eterno del Padre: La salvación de todos los hombres. En
cuatro pasos podemos decir cómoDios salva a la Humanidad:
a) La
Encarnación.Para sacar a los hombres
de la sepultura y llevarlos a la “Tierra Prometida”[12],
Dios envía su mensajero, el ángel Gabriel a visitar a María[13].
Entre la doncella de Nazareth y el Ángel del Señor se da el diálogo más
liberador de la historia que culmina con la hermosa respuesta de María:” He
aquí la esclava del Señor, hágase en mis según su Palabra”. El “Fiat” de María
hizo que el Cielo bajara a la tierra y uniera lo que estaba separado. Juan en
su Evangelio lo expresa diciendo: “Y el Verbo se hizo carne y puso su morada
entre nosotros”[14].
b) La vida
pública de Jesús.Después de ser
bautizadopor Juan en el Jordán el Espíritu lleva a Jesús al desierto para
prepararse para la Misión que el Padre le ha encomendado. Dejando el desierto
Jesús comienza su vida pública predicando la Buena Nueva del Reino de Dios. Con
la predicación. Jesús nos enseña a vivir como hijos de Dios, como hermanos de los hombres y como amos y
señores de las cosas. Reconcilia a los hombres con Dios, (Mc 2, 5) les regresa
su dignidad perdida[15]
(La mujer adúltera) y reconcilia a los hombres entre ellos[16]
(El caso de Zaqueo). Con su Palabra, con sus milagros, curaciones, exorcismos,
y de manera especial con su testimonio de vida, Jesús siembra el reino de Dios
en los corazones de los hombres. (Jn 8, 1-11; Lc 19, 1-10; Lc. 15, 11,ss)
c) La pasión y
muerte. Jesús es el vencedor del pecado ha venido a salvarnos
del pecado y de la muerte. Muere para que nuestros pecados sean perdonados[17].
En virtud de la sangre de Cristo nuestros pecados son perdonados (Ef. 1, 7) y
nuestras conciencias son lavados de los pecados que llevan a la muerte (Heb 9,
14). Jesús con su muerte de Cruz es el Vencedor del mundo, del Maligno y del
Pecado. (Col. 2, 14- 15) Y así paga el precio de rescate por nuestra salvación
(cfr Col 2, 13)
d) La
Resurrección. Es el triunfo de Jesús
sobre la muerte. Jesús resucita para que tengamos vida en abundancia. Con su
resurrección ha vencido la muerte y nos abierto las puertas de la verdadera
libertad: “Para ser libres nos liberó Cristo” (Gál. 5, 1) Jesucristo resucita
para nuestra justificación y para hacernos hijos de Dios (Rom 4, 25).
San Pedro en su primer discurso nos revela la
hermosísima verdad, fundamento de nuestra salvación: “Israelitas, escuchad estas palabras. A Jesús de Nazareth, hombre
acreditado por Dios con milagros, prodigios y señales que Dios hizo por su
medio entre vosotros, como vosotros mismos sabéis, a éste que fue entregado
según el determinado designio y previo conocimiento de Dios, vosotros le
matasteis colgándolo en la cruz por mano de los impíos; a éste, pues, Dios le
resucitó, librándole de los dolores del Hades” (Hechos 2, 22- 24)
Por la obediencia de Cristo al Padre y por el amor
de Cristo a los hombres hemos sido salvados.La salvación es un don de Dios y
una posibilidad para nosotros: Jesús ha pagado el precio por nuestra salvación,
pero, Dios, no nos salva a fuerzas, es por eso, hoy día, una posibilidad para
nosotros, si queremos, podemos salvarnos, aceptando el don de Dios o podemos también perdernos, rechazando el
regalo que Dios nos ofrece. Don que podemos aceptar para después descuidarlo y
abandonarlo.
5.
El antes y el ahora.
La vida de los
hombres está marcada con un antes y un después: antes de conocer a Cristo y
después de conocerlo. El antes lleva el sello de la esclavitud, de la no
“Alteridad”; el después lleva el sello de la libertad: Para ser libres nos
libertó Cristo” (Gál. 5, 1). “Que no reine,
pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, ni deis vuestros miembros como armas
de iniquidad al pecado, sino ofreceos a Dios y dad vuestros miembros a Dios
como instrumentos de justicia” (Rom. 8, 12-14). El antes es de muerte, el ahora es de vida de acuerdo a las palabras de
la Escritura: “pero Dios, rico en
amor y en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando muertos a
causa de nuestros delitos, nos vivificó juntamente con Cristo, por gracia
habéis sido salvados”. (Ef. 1, 5) El antes es de separación, el ahora es
presencia, de unidad de ser familia, se ser ciudadanos del reino de Dios, de
responsabilidad y servicio. (cf. Ef. 2,13)
Jesús nos salva
reconciliándonos con el Cielo y con la Tierra, por la reconciliación entramos
en Alianza con Dios y con su Pueblo. Al mismo tiempo Jesús nos salva
liberándonos del Mal, de la esclavitud de las cosas, de las personas y la
servidumbre de la Ley; pero también nos salva promoviéndonos: de esclavos del
pecado nos hace hombres libres; de enemigos y adversarios de Dios nos hace sus
hijos: como una señal de promoción nos capacita para toda obra buena, nos hace
sus amigos, discípulos, mensajeros, hermanos.
6.
¿Cómo nos llega
la salvación realizada por el sacrificio redentor de Cristo?
“La voluntad de Dios es que todos los hombres se
salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1ª Tim, 2,4)
Podemos afirmar que los hombres llegan al conocimiento de la verdad por medio
de la predicación de la Palabra de Dios, y a la misma vez, decir que la
salvación llega a los hombres por medio de los Sacramentos de la Iglesia.
El Concilio
Vaticano II nos recuerda una gran verdad: “que Dios ha querido salvar y
santificar a los hombres, no aisladamente y sin conexión alguna de unos con
otros, sino constituyendo un pueblo que le confesara y sirviera santamente”[18].
(L. G. No. 9).“No se salvaran aquellos hombres que, reconociendo que la Iglesia
católica fue instituida por Jesucristo como necesaria, sin embargo, se niegan a
entrar o a perseverar en ella”[19].
Este pueblo de
Dios, es, ha sido y será siempre la Iglesia de Cristo, “adquirida con su sangre”[20],
pensada por Dios desde la eternidad[21], Casa
de Dios vivo y fundamento de la verdad[22]
e instituida por Cristo para que
continuara en la historia su obra redentora.
Iglesia que con toda propiedad es llamada: “Sacramento de Salvación”.
San Pedro en su
primera carta nos dice que este pueblo de Dios es regio, sacerdotal y profeta:
pueblo de sacerdotes, profetas y reyes[23]. Iglesia
que existe para evangelizar[24],
es decir, para dar vida. En esta gran
verdad descubre la Iglesia su carácter Sagrado y Sacerdotal, orgánicamente
estructurado en la comunidad eclesial y actualizada en la predicación, en la
administración de los Sacramentos y en la práctica de las virtudes[25].
Los católicos
tenemos que valorar cada día más la riqueza sacramental de la Iglesia y
aprovecharla lo mejor posible, especialmente la Eucaristía, que es “fuente y cumbre de toda la vida cristiana”,
Tal como lo afirma el Concilio[26].
Como tampoco debemos despreciar ninguno de los medios de salvación que nos dejó
Cristo en su Iglesia: Su Palabra, sus Sacramentos, sus Carismas, su Oración, la
práctica de la caridad, el Magisterio.
[1]Jn
3, 16ss
[2]
Hechos 4, 12
[3] 1
de Tim 2, 15
[4]
Mt. 1, 21
[5]
Juan 14, 7
[6]
Col. 2, 9
[7]Ezequie,
37, 21ss
[8] 2
Tim 2, 4
[9]
Hechos 4, 12
[10]Cfr 2 Tim 1, 12
[11]Jer
29, 13
[12]
Ez. 37, 12ss
[13]Lc.
1, 16- 38
[14]Jn
1, 18
[15]Jn 8, 11ss
[16]Lc 19, 1-11
[17]Rom 4, 25.
[19] LG 3, 14
[20] 1
de pe 1, 18-20
[21]
Ef. 1, 4
[22] 1
de pe 3, 15
[23] 1
de Pe 2, 9
[24]
Mt 28, 20ss: Mc 16, 15ss.
[25]Cfr LG 11
[26] IBID
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