¿Quién es este que hasta los pecados perdona?
Iluminación. “Pero Yahvé me dijo: No digas que eres un muchacho,
pues irás donde yo te envíe y dirás todo lo que te mande. No les tengas miedo,
que contigo estoy para protegerte” (Jer 1, 7-8) “Entonces me dirigió Yahvé la
palabra en estos términos: Ve y grita a los oídos de Jerusalén: Esto dice
Yahvé: De ti recuerdo tu cariño juvenil, el amor de tu noviazgo; cuando tú me
seguías por el desierto, por tierra no sembrada” (Jer 2, 1- 2)
Los profetas de Dios.

La respuesta del pueblo condiciona el mensaje del profeta. Al profeta
verdadero, Dios lo llama mensajero y testigo suyo, no obstante, pueda ser
tomado por el pueblo como un ave de mal
agüero (Jeremías o como un canción de moda: «En cuanto a ti, hijo de
hombre, tus compatriotas andan hablando de ti junto a los muros y a las puertas
de las casas. Comentan entre sí: ‘Vamos a escuchar qué palabra viene de parte
de Yahvé.’ Y mi pueblo acude a ti en masa y se sienta delante de ti; pero, tras
escuchar tus palabras, no las ponen en práctica. Me lanzan lisonjas de palabra,
pero su corazón sólo anda buscando su interés. Te han tomado por un intérprete
de cantos de amor, de voz encantadora, que se acompaña de buenos instrumentos.
Sí, escuchan tus palabras, pero luego nadie las cumple. Mas cuando todo esto
llegue —ya está llegando—, sabrán que había un profeta en medio de ellos.» (Ez. 33,31- 33)
Llamados a ser libres.
Una vez que Dios ha creado
al hombre, “Lo entregó en poder de su albedrío” (Eclo 15, 14). Es decir lo hace
señor de sus acciones. Dios quiere que todo hombre sea responsable de sus
propios pensamientos, palabras y acciones. Dios no interviene en la historia
del hombre con golpes de Estado, con hechos consumados, reprimiendo,
suprimiendo o violentando la libertad humana. ¿Quiere decir esto que Dios nos
abandona, nunca. Escuchemos la Palabras de Jesús: “Mi Padre siempre trabaja y
yo también” (Jn 5, 27). Dios actúa en la historia, pero no a solas como en la
creación, sino en comunión con el hombre. San Agustín solía decir: “El Dios que
te creó sin tu consentimiento, para salvarte te pide permiso”. El medio que
Dios emplea para actuar sobre la libertad humana, respetándola, es la Palabra. Dios no violenta, no atropella,
Dios no impone, no invade de manera arrolladora el interior del hombre. El nos
envía su Palabra por medio de hombres de su pueblo. Así surge el personaje del
profeta, predicador y mensajero de Dios, elegido, consagrado y enviado por el
Señor, una y otra vez, a un pueblo o a una persona determinada, a quien Dios
ama y quiere prevenirlo para que no caiga en el
error. Otras veces para corregir o para invitarlo a corregir su historia
volviéndose a los terrenos del bien.
Hombre libre es aquel que
decide.
El hombre no es una marioneta o títere que Dios mueve con hilos invisibles,
sino que lo conduce desde dentro, desde el corazón. Para eso Dios ha puesto en
el corazón del hombre lo que comúnmente se llama “La voz de la conciencia”, o
ley natural, la cual propone a cada ser humano “la conducta moral” que ayuda a
construir la historia de cada hombre: “Haz el bien y rechaza el mal” (Rom 12,
9). Es cierto que la historia de los hombres ha sido siempre acompañada por el
“problema” que pareciera ser común a muchos: “No saber distinguir entre lo
bueno y lo malo. A lo bueno se le llama malo y a lo malo se le llama bueno.
Aquí es donde podemos entender la voz del profeta de Dios o de Cristo. “Yo
pongo mis palabras en tu boca, hoy te establezco sobre los pueblos y reyes,
para arrancar y arrasar…edificar y construir (Jer. 1, 10) El trabajo del
profeta es el de ser sembrador de criterios, de convicciones firmes, de forjar
hombres y mujeres con conciencia moral, capaces de evitar toda manipulación,
venga esta de donde venga.
La Palabra es liberadora.
“Decía, pues, Jesús a los judíos que habían creído en él: «Si os
mantenéis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; conoceréis la
verdad y la verdad os hará libres” (Jn 8, 31- 32). De la libertad que brota de
la verdad nacen dos preguntas: ¿libres de qué? Y ¿libres para qué? Libres de las ataduras de
la muerte de las fauces del abismo y libres para amar y servir al prójimo.
La palabra que Dios dirige
a su pueblo es la manifestación de que El quiere actuar y que no abandona a los
que Él ama. Su Palabra se cumple siempre (Is 55,9), y sin embargo, es
proclamada por medio de signos débiles. Es débil el hombre que la pronuncia,
cuando no dispone de riquezas que la recomiendan, ni de ejércitos que la
respalden y de tribunales que la hagan cumplir. Débil por que es dirigida a
corazones humanos torpes, flacos, tercos o cobardes. Es débil porque puede
escaparse como Jonás o callarse como Jeremías, o porque, quien la recibe puede
cerrar los oídos o endurecer el corazón. Esto nos ayuda a entender que la
Palabra se hace palabra humana, se hace débil. En esa debilidad de la palabra
Dios muestra su poder. ¿Cómo? Engranando la libertad humana. Desde el momento
que es escuchada, el hombre, los hombres no pueden permanecer indiferentes. Las
acciones que siguen no pueden ser neutras: son ejecución o son rechazo.
“Conmigo o contra mí, el que junta desparrama” (Mt 12, 30). Cuando la Palabra
es acogida con fe, su acción es sanadora, liberadora, santificadora. El poder
de Dios se manifiesta en medio de las debilidades humanas perdonando, sanando
las heridas del pecado o iluminando los caminos de la historia. “¿No es mi
Palabra fuego o martillo que tritura la piedra?” (Jer 23, 29). Leamos la
primera lectura de este domingo y descubramos la labor del profeta.
“En aquellos días, dijo el
profeta Natán al rey David: “así dice el Dios de Israel: ‘Yo te consagré rey de
Israel y te libré de las manos de Saúl, te confié la casa de tu Señor y puse
sus mujeres en tu brazos; te di poder sobre Judá e Israel, y todo esto te
parece poco, estoy dispuesto a darte todavía más. ¿Por qué, pues, has
despreciado el mandato del Señor, haciendo lo que es malo a sus ojos? Mataste a
Urías, el hitita, y tomaste a su esposa por mujer. A él lo hiciste morir por la
espada de los amonitas. Pues bien, la muerte por espada no se apartará nunca de
tu casa, pues me has despreciado, al apoderarte de la mujer de Urías, el
hitita, y hacerla tu mujer’”. David le dijo a Natán: “¡He pecado contra el
Señor!” Natán le respondió: “El Señor te perdona tu pecado. No morirás”. Palabra
de Dios. (2 Sm12, 7-10.13)
El trabajo del profeta
Natán fue denunciarle a David su doble pecado: el adulterio del rey y su
homicidio. Por otro lado le anuncia le misericordia de Dios que perdona el
pecado de su siervo, el rey. ¿Qué tan grave es el pecado del adulterio? ¿Cuál
es la gravedad de quitarle la esposa a un pobre? ¿Meterse con la mujer del
amigo o de alguien que trabaja para el adultero? A la luz de la enseñanza de la
Biblia es de tal magnitud que Jesucristo rotundamente se opuso al “divorcio y
al adulterio” (Mt 5, 31-32). La gravedad es tal que podemos llamarla tres en
uno: es “crimen” porque mata el amor y mata la familia. Es un “sacrilegio”
porque la familia es terreno sagrado, es una “Iglesia doméstica” y es un
“fraude” por se da a se le quita lo que pertenece a otro. Además atenta contra
la “dignidad” de la persona, al ser reducida a un simple medio instrumento de placer. ¿Sabrán los padres de
familia el daño que hacen a sus hijos cuando se divorcian o practican el
adulterio?
El rey David reconoció su
pecado, se arrepintió y confesó su pecado. Actitud que queda manifiesta en el
Salmo 50: “En pecado me concibió mi madre”. “Contra ti, contra ti solo pequé”.
“Dame Señor un corazón nuevo”. “Renuévame por dentro mi Señor”. La actitud
humilde de David frente a su pecaminosidad atrae sobre él la misericordia
infinita del Señor que se compadece de nuestras miserias y nos da su perdón, no
por nuestros méritos, sino en virtud de la sangre preciosa de Cristo que nos
amó y se entregó a la muerte por nuestra justificación:
La justificación por la fe.
“Hermanos: Sabemos que el
hombre no llega a ser justo por cumplir la ley, si no por creer en Jesucristo.
Por eso también nosotros hemos creído en Cristo Jesús, para ser justificado por
la fe en Cristo y no por cumplir la ley. Porque nadie queda justificado por el
cumplimiento de la ley. Por la ley estoy muerto a la ley, a fin de vivir para
Dios. Estoy crucificado con Cristo. Vivo, pero ya no soy yo el que vive, es
Cristo quien vive en mí. Pues mi vida en este mundo la vivo en la fe que tengo en el Hijo de Dios, que me amó y se
entregó a sí mismo por mí. Así no vuelvo inútil la gracia de Dios, pues si uno
pudiera ser justificado por cumplir la ley, Cristo habría muerto en vano.” (Gál 2, 15- ss) Palabra de Dios.
El relato evangélico.
En aquel tiempo, un fariseo invitó a Jesús a comer con el. Jesús fue a casa
del fariseo y se sentó a la mesa. Una mujer de mala vida en aquella casa
ciudad, cuando supo que Jesús iba a comer ese día en casa del fariseo, tomo
consigo un frasco de alabastro con perfume, fue y se puso detrás de Jesús, y
comenzó a llorar, y con sus lágrimas bañaba sus pies, los enjugo con su
cabellera, los besó y los ungió con el perfume.
Viendo esto, el fariseo
que lo había invitado comenzó a pensar: “si este hombre fuera profeta, sabría
qué clase de mujer es la que lo esta tocando; sabría que es una pecadora”. Entonces
Jesús le dijo: “Simón, tengo algo que
decirte”. El fariseo contestó: Dímelo maestro”. El le dijo: “Dos hombres le
debían dinero a un prestamista. Uno le
debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían con que pagarle,
les perdono la deuda a los dos, ¿Cuál de ellos amará más?” Simón le respondió:
“Supongo que aquel quien le perdonó más”.
Entonces Jesús le dijo:
“Has juzgado bien”. Luego señalo a la mujer, dijo a Simón: “¿ves a esta mujer?
Entre a tu casa y tu no me ofreciste agua para los pies, mientras que ella me
los ha bañado con sus lagrimas y me los ha enjugado con sus cabellos. Tu no me
diste el beso de saludo, ella en cambio, desde que entro, no ha dejado de besar mis pies. Tu no ungiste
con aceite mi cabeza; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume. Por
lo cual, yo te digo: sus pecados, que son muchos le han quedado perdonado,
porque ha amado mucho. En cambio, al que poco se le perdona, poco ama”. Luego
le dijo a la mujer: “Tus pecados te han quedado perdonados”.
Los invitados empezaron a
preguntarse a sí mismo: “¿Quién es esté, que hasta los pecados perdona?” Jesús
le dijo a la mujer: “Tu fe te ha salvado; vete en paz”. Después de esto, Jesús
comenzó a recorrer ciudades y poblados predicando la buena nueva del Reino de
Dios. Lo acompañaban los doce y algunas mujeres que habían sido liberadas de
espíritu malignos y curadas de varias enfermedades. Entre ellas iba Maria,
llamada Magdalena, de la que había salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa,
el administrador de Herodes; Susana y otras muchas, que los ayudaban con sus
propios bienes. Palabra de Dios. (Lc 7,
36-8,3)
La recta intención de seguir a Cristo.

Las palabras del fariseo acerca de ella nos dicen que era una pecadora
pública, conocida en el pueblo. A Jesús no le importó, se deja tocar y abrazar
por ella, es decir, se deja amar. El se arriesga, no le importa los juicios que
se hacen sin amor. Juicios a los que Jesús responde con una pregunta que nos
dejará una bella enseñanza: “Simón tengo algo que decirte”. “Vine A tu casa y
no me…lavaste los pies…no me diste el beso…no me ungiste con aceite…en cambio
ella… ¿Qué nos preguntaría hoy Jesús a nosotros? ¿Podremos escuchar las
palabras que Jesús dirigió a Simón, el fariseo o a la mujer? “Tus pecados te
quedan perdonados” “Tu fe te ha salvado, vete en paz”. La experiencia de Dios
es coronada por las palabras que hoy día Cristo pronuncia cada vez que los
pecadores visitamos el Sacramento de la Reconciliación con un corazón
consciente de nuestra pecaminosidad y arrepentido, es decir, con grandes deseos
de cambiar de vida, de corazón. “Al que mucho ama mucho se le perdona, y, al
que poco ama poco se le perdona”.
Aquella mujer salió de la
casa del fariseo justificada con un corazón limpio de las cargas del pecado y
lleno con la “Gracia de Dios”. “Una nueva creación”. Capaz de decir con Pablo:
“No vivo yo, es Cristo que vive en mí” (Gál 2, 20). Una persona capaz de
agradar a Dios y relacionarse con los demás de manera consciente y responsable,
libre y solidaria.
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