Abiertos a la Verdad que nos hace libres.
Objetivo: Iluminar con la luz de la verdad que nos hace libres,
para que comprendamos que es una verdad que no nos pertenece como algo propio.
Ella vine de Dios, y ante su resplandor experimentemos nuestra pobreza (Doc. De
Puebla 165).
Iluminación: Profesar la fe en la
Trinidad –Padre, Hijo y Espíritu Santo– equivale a creer en un solo Dios que es
Amor (cf. 1 Jn 4, 8): el Padre, que
en la plenitud de los tiempos envió a su Hijo para nuestra salvación;
Jesucristo, que en el misterio de su muerte y resurrección redimió al mundo; el
Espíritu Santo, que guía a la Iglesia a través de los siglos en la espera del
retorno glorioso del Señor (Benedicto XVI. Carta Apostólica, 11 de octubre 2011).
Cada una de las verdades del
mundo creado son irradiación y esplendor de la suprema verdad. El hombre, que
tiene un anhelo insaciable de verdad, por el cual tiende hacia ella con todas
sus fuerzas, no puede prescindir del alimento de la verdad, y la busca con
todas sus ansias, como lo reconoce bellamente san Agustín: "Donde he hallado
la verdad allí he hallado a mi Dios, la verdad en persona" (Conf. 24,35).“Porque
Dios es la verdad” (Jer 10,10).
1.
Jesús pide la verdad para sus discípulos.
"Padre, dijo Jesús, en la
última Cena, santifícalos en la verdad” (Jn 17, 17). "El Espíritu de la
verdad, que procede del Padre, dará testimonio de mi". El "Espíritu
de la verdad" guiará a la
Iglesia "hasta la verdad
completa" (Jn 16,13). "Yo le pediré al Padre que os de otro abogado
que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad. El Paráclito, el
Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os
recordará todo lo que yo os he dicho" (Jn 14,26). Así, el "Paráclito", el Espíritu de la verdad, es el verdadero
"Consolador" del hombre, el verdadero Defensor y Abogado, el
verdadero Garante del Evangelio en la historia.
2.
Jesús es la Verdad
De esta
manera comprendemos que la Verdad que nos hace libres no es un invento de los
hombres, es Dios que se nos ha revelado en Jesucristo: Camino, Verdad y Vida”
(Jn 14,6). Jesús viene de Dios que es Amor, Verdad y Vida. Viene de arriba y
nos apropiamos de él por la fe, entendida como, respuesta a la iniciativa de
Dios que encuentra su delicia en estar con los hombres como Padre, hermano,
amigo, para ayudarles a vivir en comunión fraterna y solidaria, según las
palabras del mismo Señor: “Dijo entonces Jesús a los judíos que habían
creído en él: Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis
verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará
libres” (Jn 8, 31-32).
Creer en Jesús es la clave para vivir y crecer en la Verdad. El
alma de la experiencia religiosa es creer en Jesús, permanecer en su Palabra,
ser sus discípulos, conocer la verdad, fundamento de la verdadera libertad, la
interior, la del corazón. Lo anterior exige entrar en la dinámica del “grano de
mostaza” (Mc 4, 30ss), vivir el proceso de la fe para poder crecer en el
conocimiento de Dios: Padre, Amor, Perdón y Libertad. El Dios que se nos ha
revelado en Jesucristo ha tomado rostro humano para amarnos con un corazón de
hombre. Amor manifestado en Jesús, Verbo e Hijo de Dios, que se hace hombre
para acercarse al hombre y brindarle por la fuerza de su ministerio, la
salvación, el gran don de Dios"
3. Lo que la Iglesia nos dijo en Puebla.
Nos proponemos anunciar las verdades centrales de la evangelización:
Cristo, nuestra esperanza, está en medio de nosotros, como enviado del Padre,
animando con su Espíritu a la Iglesia y ofreciendo al hombre de hoy su palabra
y su vida para llevarlo a la salvación integral (Puebla 166).
Los
Obispos nos dijeron en Puebla: “Vamos a hablar de Jesucristo. Vamos a proclamar
una vez más la verdad de la fe acerca de Jesucristo. Pedimos a todos los fieles
que acojan esta doctrina liberadora. Su propio destino temporal y eterno está
ligado al conocimiento en la fe y al seguimiento en el amor, de Aquel que por
la efusión de su Espíritu, nos capacita para imitarlo y a quien llamamos, y es
el Señor y el Salvador de los hombres (Puebla 180).
4.
La pregunta
fundamental
"¿Y
vosotros quién decís que soy yo?" (Mt. 16,15). Esta pregunta de Jesús no
está dirigida solamente a sus
primeros seguidores se dirige permanentemente a sus discípulos. Es la cuestión fundamental que hemos de responder todos los que nos
llamados cristianos y seguidores del hombre de Nazaret, el Hijo amado del Padre.
La
respuesta es personal, no podemos pedirla prestada ni rebuscarla en libros.
Jesús no pide simplemente nuestra opinión, más bien nos interpela sobre nuestra
actitud ante él. Actitud que se refleja, más que en nuestras palabras en
nuestro seguimiento concreto a él. La respuesta para que sea válida, más que
doctrinal, nos pide haber hecho una “opción radical” por Jesucristo, su
Evangelio, su Misión y aceptar el Proyecto de Dios para nuestra vida: El Reino
de Dios. Más que decir quién es Jesús, me he de preguntar ¿Quién soy yo para
él? ¿Cómo vivo el llamado que me hace?
¿En qué o en quién realmente creo? ¿Cuál es mi compromiso? ¿A qué se
reduce mi fe? ¿A qué aspiro en esta vida? Ya que la fe no se puede reducir a
hermosas fórmulas doctrinales, para luego, vivir lejos del espíritu que esas
mismas proclamaciones piden y exigen (José Pagola).
5.
La Sagrada Escritura
“Llegada la plenitud de los
tiempos, Dios Padre envió al mundo a su Hijo Jesucristo, nacido de mujer, para
liberar a los oprimidos por la Ley y para traernos el Espíritu Santo"
(Gál. 4,4- 6). La fe de la Iglesia nos
dice que Nuestro Señor Jesucristo, es verdadero Dios, nacido del Padre antes de
todos los siglos, y es verdadero Hombre, nacido de María la Virgen, por obra
del Espíritu Santo. En Cristo y por Cristo, Dios Padre se une a los hombres
para amarlos y liberarlos de la servidumbre del pecado y para darse así mismo a
todos los que crean en la persona de su Hijo. El hijo de Dios asume lo humano y
lo creado para restablecer la comunión
entre su Padre y los hombres en virtud de su sangre derramada en la cruz (Ef 1,
7). De esta manera introducir y restablecer a los hombres en el Paraíso.
6.
La
respuesta de Pedro
“Tú
eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo" (Mt. 16,16). Es la respuesta de
Pedro que en nombre de toda Iglesia, con la ayuda de la gracia divina ha
confesado la “Verdad de Jesús de Nazaret” como el Cristo de Dios, el
Ungido, para rescatar a los hombres de
la esclavitud de la Ley y del pecado; para dar vista a los ciegos, libertad a
los oprimidos y proclamar al año de gracia del Señor” (Lc 4, 16ss). Ungido para
ser Redentor de los hombres, ofreciéndose a sí mismo en el Espíritu Santo a
favor de toda la Humanidad”.
Jesucristo es el Amor entregado del
Padre a los hombres: “Me amó y se entregó por mí” (Gál 2, 20); “Amó a los
hombres y se entregó por ellos” (Ef 5, 2); “Amó a su Iglesia y se entregó por
ella” (Ef 5, 25). Lo primero para conocer a Jesucristo es creer que Dios, Padre
nos ama con amor eterno (Jer 31, 3), incondicional, personal, universal e
inabarcable. Sólo después que se ha experimentado el amor de Dios que se hace
perdón, misericordia, compasión, liberación y salvación, podemos los hombres
tomar la decisión de seguir a Cristo y hacer una opción radical por él. Sólo
entonces nos adentramos en la aventura de la fe.
7. Unidad de verdad y vida
La verdad sobre Jesucristo pide un estilo de vida cristiano que nos propone
las condiciones básicas de la fe viva, auténtica, iluminada por la caridad y
cimentada en la verdad (cfr Gál5,6). Cuando la inteligencia y la voluntad son
unidas por el amor, la adhesión al Señor Jesús se conforma en una unidad
llamada “Conciencia Moral” que hizo decir a Pablo: “No vivo yo es Cristo quien
vive en mí” (Gál 2, 20). La Conciencia Moral es Cristo que habita por la fe en
nuestro corazón (Cfr Ef. 3, 16) Para darnos el discernimiento moral, la
capacidad para rechazar en mal y la fuerza para hacer el bien.
·
La adhesión viva a Jesucristo.
La fe no es
simplemente la adhesión a un conjunto de dogmas, completo en sí mismo, que
apagaría la sed de Dios presente en el alma humana. Al contrario, proyecta al
hombre, en camino en el tiempo, hacia un Dios siempre nuevo en su infinitud
(Benedicto XVI. Ángelus, 28 de agosto 2005).
La
fe es, ante todo, la adhesión a un Alguien, a una persona viva: Jesucristo, que
nos atrae hacia él con cuerdas de amor y con lazos de ternura; es la aceptación
de su Evangelio como norma para nuestra vida; es recibir de sus manos su Misión
y su Destino (Jn 20, 19ss), para entregarse apasionadamente al estilo de Jesús
a la “Obra del Padre” (Jn 4, 34), a favor de todos. Adhesión a la que se le
responde con la vida hecha donación y entrega como discípulos de Jesús.
·
Confesar a Jesús con la vida
¿Quién
soy yo para ustedes? Podemos responder
con la verdad más hermosa que salió de la boca de Pedro: “Tú eres el Cristo, el
Hijo de Dios vivo” (Mt 16, 16) A la confesión de Pedro podemos agregar: Tú eres
el Hijo de Dios hecho hombre, el Salvador del Mundo, nuestro Redentor, mi Señor
y mi Dios (Jn 20, 28). Pero, no basta pronunciar estas verdades para ser
discípulos de Jesús. Y menos cuando son repetidas de forma superficial y
mecánica, por costumbre o por disciplina, viviendo al margen del significado de
lo que estamos pronunciando. En la respuesta de Pedro está implícito el
testimonio más hermoso que pueda salir de la boca de un testigo del Evangelio: “Tú
eres quien le ha dado sentido a mi vida” “Tú eres quien ha venido a llenar los vacíos
de mi corazón” Para hacer de mí una “alabanza de tu sabiduría infinita”.
No
podemos confesar a Jesús como Señor y Rey del Universo, y seguir viviendo de
espaldas a su Persona sin que sea él, “el centro de nuestra vida”. Cuando lo
llamamos Maestro, pero, no vivimos motivados por su Palabra, por el amor a su
reinado. Nos engañamos a nosotros mismos, y no conocemos la verdad, no
confiamos en él, no lo amamos, ni le servimos y ni le pertenecemos ni somos sus
discípulos. De esta manera damos lugar a la hipocresía religiosa de la que
advierte Jesús a sus discípulos (Mt 5, 20).
·
Encontrarnos
con Jesús
No
olvidemos que la fe consiste en encontrarnos con un Alguien vivo que viene a
llenar los vacíos de nuestro corazón y darle sentido radical a
nuestra vida. El encuentro con Jesús transforma nuestra vida en una nueva
creación (2 Cor 5, 17), nos convierte de hombres viejos en hombres nuevos
revestidos de verdad, justicia, libertad y amor (Ef 4, 21ss). Experiencia que
nos da la certeza que Jesús es la respuesta a nuestras preguntas más decisivas,
a nuestros anhelos más profundos y nuestras necesidades más íntimas.
Sólo
cuando vivamos de encuentros con Jesús dejaremos de vivir una fe superficial y
mediocre. Sólo en la medida que destruyamos nuestras madrigueras y nuestros
nidos (Lc 9, 58), para seguir las huellas de Jesús, iremos construyendo nuestra
respuesta a la pregunta: ¿Quién soy yo para ustedes? Los lugares de encuentro
con Jesús resucitado son la oración íntima, confiada, agradecida; la lectura de
su Palabra a la luz de los Padres de la Iglesia y del Magisterio; la Liturgia,
especialmente los Sacramentos de la Confesión y de la Eucaristía, el encuentro
con los pobres, la pequeña comunidad y el apostolado libre, consciente y
voluntario, hecho por amor a Cristo y a su Iglesia.
Ser
discípulos de Jesucristo pide escuchar su Palabra y obedecerla, aceptar
pertenecer a él y a su Grupo, los Doce. Ser discípulo es vivir en comunión
solidaria con él y con su pueblo. Sólo entonces, llenos de entusiasmo, podemos presentar a Jesús de Nazaret compartiendo la
vida, las esperanzas y las angustias de los que le pertenecen y mostrar que él es el Cristo creído,
proclamado y celebrado por la Iglesia (Padre José Pagola).
·
La imagen
de Jesús
¿Qué
imagen nos hemos hecho de Jesús de Nazaret? ¿Cómo nos imaginamos a Jesús? Una
historia de más de dos mil años, en la que nuestros infantilismos, intereses,
estilos de vida, seguridades, eso y más, contribuyen en la elaboración de la
imagen de Jesús. No podemos desfigurar, parcializar o ideologizar la persona de
Jesucristo, ya sea convirtiéndolo en un político, un líder, un revolucionario o
un simple profeta, en una cosa, en un ídolo, o ya sea, reduciendo, a quien es
el Señor de la Historia, al campo de lo meramente privado.
He
preguntado a grupos de personas: ¿cómo se imaginan ustedes a Jesús? Las
respuestas han ido desde me lo imagino como lo veo en los almanaques, “Chulito”
o como lo veo en los crucifijos, muerto. Otros como una energía o fuerza
positiva; como un profeta; un hombre más; mientras que a otros no les preocupa
como sea Jesús. Para unos más, es un padre bonachón que da todo lo que le piden;
como alguien muy bueno que nos consuela y nos anima; un gran general que camina
delante de sus tropas invitando a conquistar la libertad y los más altos ideales;
para otros Jesús es el buen Pastor; el amigo que nunca falla, el abogado que
nos defiende, el maestro que enseña y camina delante de su pueblo.
También
he encontrado los que piensan que creen en Jesucristo porque aceptan los
“dogmas de la Iglesia”, pero, al margen del seguimiento, del compromiso y de la
obediencia de la fe. Es pura ilusión. Probablemente, nunca tendrán la
experiencia de tener un encuentro vivo con la persona de Jesús. No sospechan lo
que Jesús podría ser para ellos: Salvador, Maestro, Señor y Dios (Jn 20, 28);
sólo entonces puede cambiar nuestra mirada, nuestra manera pensar, de sentir,
de vivir, y, podamos descubrir el rostro de Jesús en la Eucaristía, en la
Creación, en todo hombre, especialmente,
en los pobres, en los enfermos, en los que sufren (José Pagola. El camino
abierto por Jesús).
·
Arriesgarlo
todo por Jesús.
La verdad sobre Jesucristo no está
expuesta a la superficialidad, a la curiosidad o al chismorreo. Al leer el
Evangelio con espíritu de contemplación, podemos descubrir en el corazón de
Jesús tres realidades que llenaron su vida e iluminaron su caminar en este
mundo: Una vida de intensa oración, su
identificación con los pobres y su confianza total en el Padre. Por un lado
sufre con la injusticia, las desgracias y las enfermedades que hacen sufrir a
tantos. Por otro lado, confía totalmente en ese Dios padre que quiere arrancar
de la vida lo que es malo y hace sufrir a sus hijos. Para eso ha sido enviado: “Anunciar
la Buena Nueva a los pobres, liberar a los oprimidos, dar vista a los ciegos,
unirnos a todos y conducirnos a la Casa del Padre” (Lc 4, 18).
·
¿Cómo lograrlo?
Amando y siguiendo a Jesús que
nos ha llamado a ser sus discípulos, a trabajar con él en la “Obra del Padre”,
siendo servidores del Reino a favor de todos, también de los que no creen. Con
los ojos fijos en Jesús, autor y consumador de nuestra fe (Heb 12, 2) y
olvidando lo que quedó atrás (cfr Lc 9, 62) nos vamos revistiendo con la Verdad
que nos hace libres; la Justicia que nos hace justos; la Libertad de los hijos
de Dios (Gál 5, 1); el Amor que da Gloria al Padre (Jn 15, 8), y se comparte
con los hermanos para no ser descalificados (1 Jn 2). Lo anterior pide esfuerzos, renuncias, hasta
llegar al sacrificio.
A ejemplo de María, la primera
creyente y discípula de Jesucristo que nos dijo: “Hágase en mi, según su
Palabra” (Lc 1, 38).
Oración compartida.
Compartir experiencias.
Oración individual y
comunitaria.
Publicar un comentario