C0N LA FUERZA DE LA RESURRECCIÓN
Objetivo. Mostrar
el camino que nos lleva a la Configuración con Cristo para ser transformados en
instrumentos de la Glorificación de Dios, para, desde la Iglesia ser servidores
de la Humanidad.
Iluminación. “Por él perdí todas las cosas; incluso las tengo por
basura para ganar a Cristo y encontrarme
arraigado en él, no mediante mi justicia, la que viene de la Ley, sino mediante
la que viene por la fe en Cristo, la justicia que viene de Dios, apoyada en la
fe. Pretendo así conocerle a él, sentir el poder de su resurrección y
participar en sus padecimientos, haciéndome semejante a él en la muerte” (Flp
3, 8- 10).
Con la fuerza de la Resurrección..
Ellos mismos comentan cómo llegamos
donde vosotros y cómo os convertisteis a Dios, tras haber abandonado los
ídolos, para servir a Dios vivo y verdadero; y cómo esperáis así a su Hijo
Jesús, que ha de venir de los cielos, a quien resucitó de entre los muertos y
que nos salva de la ira venidera (1 Ts 1-9- 10) El arrepentimiento nos hace
romper y destruir los ídolos, orientar nuestra vida hacia Dios, siguiendo las
huellas de Cristo para entrar a su Pascua y renovar la Alianza Nueva. Con la
fuerza del Espíritu Santo y nuestros esfuerzos, conquistaremos el corazón y una
fuerza voluntad firme, fuerte y férrea para amar a Cristo y a los que el ama.
Con la fuerza de la Resurrección tendremos un corazón de Cristo y revestido de
su Poder
.
La clave del triunfo.
El Señor Jesús nos dio la clave de
la victoria: “Decía a todos: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a
sí mismo, tome su cruz cada día y sígame.” (Lc 9, 23) Una sola palabra:
“Niégate”, Negarse a los pensamientos vacíos, mundanos, estúpidos que nos
llevan al “vacío del corazón” y a una voluntad vacía” de valores, de convicciones,
de virtudes, de Dios. Negarle el alimento al hombre viejo para darle muerte.
Negarse es con lo que dice Pablo: Además, los que son de Cristo Jesús han
crucificado la carne con sus pasiones y sus apetencias. Si vivimos por el
Espíritu, sigamos también al Espíritu. No seamos vanidosos, provocándonos los
unos a los otros y envidiándonos mutuamente (Gál 5, 24- 25) Muchos creyentes no
tienen hambre ni sed de Dios porque se alimentan con el alimento chatarra que
hace fuerte al hombre viejo y le dan muerte al hombre nuevo. Sólo seremos ser
“discípulos de Cristo Jesús en la medida de su obediencia, de su amor y de su
pertenencia a Él y a su Grupo”. Sin seguimiento en la fe no hay Resurrección.
El Grito de la resurrección es lo que nos presenta Pablo: “Todo lo puedo
con Aquel que me da fuerzas” (Flp 4, 13) Y esto lo confirma Jesús al confirmarlo: “Yo
soy la Resurrección y la Vida” (Jn 11, 25)
La recomendación a los discípulos.
Por lo demás, fortaleceos por medio
del Señor, de su fuerza poderosa. Revestíos de las armas de Dios para poder
resistir a las acechanzas del diablo. Porque nuestra lucha no va dirigida contra
simples seres humanos, sino contra los principados, las potestades, los
dominadores de este mundo tenebroso y los espíritus del mal que están en el
aire. Por eso, tomad las armas de Dios, para que podáis resistir en el día
funesto; y manteneros firmes después de haber vencido todo (Ef 6, 10- 13). Recordando a Santiago:
De qué sirve, hermanos míos, que
alguien diga: «Tengo fe», si no tiene obras? ¿Acaso podrá salvarle la fe? Si un
hermano o una hermana están desnudos y carecen del sustento diario, y alguno de
vosotros les dice: «Id en paz, calentaos y hartaos», pero no les dais lo
necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve? Pues así es también la fe; si no tiene
obras, está realmente muerta (Snt 2, 14- 17)
¿Cuáles son las armas de Dios?
La Disponibilidad para hacer la
voluntad de Dios, la Vida de oración, la escucha de la Palabra de Dios, la
práctica de las virtudes, el testimonio cristiano, el seguimiento de Cristo, la
docilidad al Espíritu Santo; la Comunidad fraterna.
“Manteneos firmes, ceñida vuestra
cintura con la verdad y revestidos de la justicia como coraza, calzados con el
celo por el Evangelio de la paz, embrazando siempre el escudo de la fe, para
que podáis apagar con él todos los encendidos dardos del maligno. Tomad,
también, el yelmo de la salvación y la espada del Espíritu, que es la palabra
de Dios. Manteneos siempre en la oración y la súplica, orando en toda ocasión
por medio del Espíritu, velando juntos con perseverancia e intercediendo por
todos los santos (Ef 6, 14- 18).
No hay amores fingidos
La hipocresía es un pecado, es un
vicio que hace daño a la comunión y a la
Comunidad (1 Pe 1, 1) No podemos servirle a dos amores. La verdad nos hace
honestos, sinceros, íntegros, leales y fieles. San Juan lo confirma: “Conozco
tu conducta: no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Pero
como eres tibio, es decir, ni frío ni caliente, voy a vomitarte de mi boca”
(Apoc 3, 15-16)
“Que vuestra caridad no sea
fingida; detestad el mal y adheríos al bien; amaos cordialmente los unos a los
otros, estimando en más cada uno a los otros”. (Rom 12, 9-10. La caridad
fraterna nos despoja del hombre viejo y nos reviste de Jesucristo Resucitado:
“Por tanto, dad muerte a todo lo
terreno que haya en vosotros: fornicación, impureza, pasiones, malos deseos y
la codicia, que es una idolatría, todo lo cual atrae la ira de Dios sobre los
rebeldes. También vosotros practicasteis eso en otro tiempo, y vivisteis de ese
modo. Mas ahora, desechad todo esto: cólera, ira, maldad, maledicencia y
obscenidades; ni lo mencionéis siquiera. No os mintáis unos a otros, pues os
habéis despojado del hombre viejo, con sus obras, y os habéis revestido del
hombre nuevo, que se va renovando hasta alcanzar un conocimiento perfecto,
según la imagen de su Creador. Para Él no hay griego o judío; circuncisión o
incircuncisión; bárbaro, escita, esclavo o libre, pues Cristo es todo y está en
todos. Así que, como elegidos de Dios, santos y amados, revestíos de entrañas
de misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre y paciencia, soportándoos
unos a otros y perdonándoos mutuamente, si alguno tiene queja contra otro. Como
el Señor os perdonó, perdonaos también vosotros. Y por encima de todo esto,
revestíos del amor, que es el broche de la perfección. Que la paz de Cristo
reine en vuestros corazones, pues a ella habéis sido llamados formando un solo
cuerpo. Y sed agradecidos (Col 3, 5- 15)
Rechazad, por tanto, malicias y
engaños, hipocresías, envidias y toda clase de maledicencias. Como niños recién
nacidos, desead la leche espiritual pura, a fin de que, gracias a ella,
crezcáis con vistas a la salvación, si es que habéis gustado que el Señor es bueno.
(1 Pe 2, 1- 2) No rompamos la comunión con Dios y con los hombres, seamos más
bien como mansos y humildes y compasivos como Jesús (Mt 11, 29; Lc 6, 36). Con
la Fuera de la Resurrección seamos pacíficos para ser llamados hijos de Dios”
(Mt 5, 9)
Ha comenzado la lucha.
La lucha espiritual, realmente ha
comenzado cuando el Espíritu Santo entra en nuestra existencia y guía nuestra
vida. Cuando otros espíritus que no sea el de Dios, nos conduce a los que
efectivamente, “viven según la carne y desean lo que es propio de la carne; mas
los que viven según el espíritu buscan lo espiritual. Ahora bien, las tendencias de la carne
desembocan en la muerte, mas las del espíritu conducen a la vida y la paz, ya que las tendencias de la carne llevan al
odio de Dios: no se someten a la ley de Dios, ni siquiera pueden. Así que los que viven según la carne no
pueden agradar a Dios. Mas vosotros no
vivís según la carne, sino según el espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita
en vosotros. El que no tiene el Espíritu de Cristo no le pertenece; la muerte
por una vida mundana, pagana, pecaminosa a la que Pablo le llama “vivir en la
carne”. (Rom 8, 5- 9; Gál 5, 16)
¡Feliz el hombre que soporta la prueba!,
porque, una vez superada ésta, recibirá la corona de la vida que ha prometido
el Señor a los que le aman. Que nadie, cuando sea probado, diga: «Es Dios quien
me prueba», porque Dios ni es probado por el mal ni prueba a nadie. Más bien
cada uno es probado, arrastrado y seducido por su propia concupiscencia. Y una
vez que la concupiscencia ha concebido, da a luz al pecado; y el pecado, una
vez consumado, engendra muerte.(Snt 1,12, 15)
Pedro: preciosas y sublimes promesas, para que por ellas os
hicierais partícipes de la naturaleza divina, huyendo de la corrupción que hay
en el mundo a causa de la concupiscencia (2 Pe 1, 4b).
Juan: Si decimos: «No tenemos
pecado», nos engañamos y no hay verdad en nosotros. 9 Si reconocemos nuestros
pecados, fiel y justo es él para perdonarnos los pecados y purificarnos de toda
injusticia. Si decimos: «No hemos pecado», hacemos de él un mentiroso y su
palabra no está en nosotros (1 Jn 1, 8-10).
Santiago: ¿Hay entre
vosotros alguien sabio o con experiencia? Pues que lo demuestre con su buena
conducta, con las obras inspiradas en la humildad que da la sabiduría. Pero si
vuestro corazón encierra amarga envidia y ambición, no os jactéis ni mintáis
contra la verdad. Tal sabiduría no desciende de lo alto, sino que es terrena,
natural, demoníaca. Pues donde hay envidia y ambición brota el desconcierto y
toda clase de maldad. (Snt 3, 13- 16)
Pablo: Huye de las pasiones juveniles y corre al alcance de la
justicia, de la fe, de la caridad y de la paz, en unión de los que invocan al
Señor con corazón puro. Evita las discusiones necias y estúpidas; sabes muy
bien que engendran altercados. Y a un siervo del Señor no le conviene altercar,
sino ser amable con todos, pronto a enseñar, sufrido (2 Tim 2, 22- 24).
¿Cuáles son las pasiones de la
juventud? Pensamientos, deseos, pasiones, preocupaciones mundanas,
incredulidad, dominio de instintos, impulsos y “dominio de los demonios”. El
fruto es el “vacío existencial” “el aburrimiento” “La agresividad” “ el aislamiento”
y la “pérdida de la vida”.
Con la fuerza de la Resurrección
Cristo vive en nuestro corazón por la fe (Ef 3, 17). Nos libera y nos
reconcilia (Jn 8, 31-32), nos transforma y nos promueve en el Designio de Dios
(Ef 1, 3-10). Con la fuerza de la Resurrección nos configura y somos transformados
en Testigos, Discípulos, en Hijos de Dios (Mt 5, 3- 12).
Sin seguimiento de Cristo no hay configuración
en Él, no hay transformación en una nueva Creación (2 Cor 5, 15).
«Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.»
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