Tema
3. Jesús me sanó del miedo y me hizo su discípulo.
Objetico:
mostrar con claridad que el encuentro con el Señor es sanador y liberador, para
que sin miedo, como discípulos, misioneros abracemos con amor el servicio al
Reino de Dios.
Iluminación:
Jesús sana a la suegra de Pedro, y ella, se puso a servir (Mc 1, 30-31) Si
nosotros queremos ser fieles servidores del Señor, pidámosle que nos sane hasta
lo más íntimo de mi corazón (Mc 1, 32-34).
1)
No
basta con llamarnos cristianos.
Podemos rezar, leer la Biblia, y recibir los
Sacramentos y sin embargo, sentirnos llenos de angustia, caer en la
frustración, no ser felices. La razón no tenemos un conocimiento personal de
Cristo, debido a la mediocridad de nuestra fe, a la superficialidad de la misma
o al divorcio entre fe y vida. Por un lado creemos y por otro lado vivimos,
nuestra vida se encuentra dividida, desgarrada y por lo mismo llevamos una
existencia arrastrada gobernada por las fobias que son fuente de
comportamientos neuróticos y hasta esquizofrénicos.
2)
¿Cuál
es la causa de los miedos?
Muchas
explicaciones pudieran darse al respecto, pero no tengo miedo en afirmar a la
luz de mi propia experiencia que los miedos vienen de encuentros
interpersonales no sanos; vienen de un vacío existencial, de las imágenes
falseadas que se tienen de Dios, de la vida y del hombre; como también puede
ser su causa, una vida carente de sentido y de la ausencia casi total de vida
interior. La verdad es que el pecado de la cobardía ha echado raíces y se ha
instalado en el corazón de muchos llamados creyentes.
¿Miedo a qué? Miedo a la soledad, al mañana, al que
dirán, a la pobreza, a la enfermedad, al fracaso, hacer el ridículo; miedo a la muerte; miedo al servicio a favor de los
pobres; miedo a afrontar el sentido de nuestro vivir diario y a confrontarse
con la verdad; miedo a los otros, al sentido de autoridad, miedo al compromiso.
Pero, por encima de estos
y muchos otros miedos, está el miedo a tomar en serio todo lo que el Evangelio
significa, tal como Jesús nos lo propone: vivirlo sin componendas. Lo que exige
escuchar la Palabra de Cristo que nos invita a salir fuera de nuestros nidos y
madrigueras (Lc, 9, 58), es decir, abandonar el “Exilio”, entendido como
situación de servidumbre, de lejanía de la patria y de ausencia de valores (Is
48, 20), para ponerse en camino de “Éxodo” hacia la tierra que mana leche y
miel (Ex 33, 3), dejando atrás los terrenos de la idolatría, del conformismo y
del individualismo para ir adentrándose en medio de dificultades hacia los
terrenos de Dios: la libertad, la solidaridad, el servicio libre, consciente y
gratuito a los demás.
3)
Nuestra
realidad existencial. La pregunta de los discípulos.
“Maestro, ¿No te importa que nos hundamos?” Es el grito
de unos discípulos llenos de miedo y de angustia frente a un mar huracanado que
amenaza con hundir la barca mientras Jesús duerme y descansa después de un día
agobiador por el exceso de trabajo. No dudemos en decir que la angustia es la
barrera que nos impide confiar en Jesús. ¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no
tenéis fe? Pregunta Jesús a sus discípulos (Mc 4, 35- 40). El miedo paraliza a
la persona e impide su crecimiento integral: enferma, deshumaniza y
despersonaliza. Es normal que sintamos cierta porción de miedo, pero hemos de
enfrentarnos a él y vencerlo con el poder de la fe.
4)
¿De
qué fe se trata?
La fe viva, auténtica, la que es iluminada por la
caridad (Gál 5,8). La fe que no es un tranquilizante para vivir cómodamente
rodeados de esplendor, lujos, sexo, diversiones, llevando una vida llena de
dependencias, apegos desordenados y vicios. La fe no es el opio del pueblo que
adormece a unos y paraliza a otros. La fe verdadera, despierta a los hombres,
los cuestiona, los sacude, los pone de pie para que caminen con dignidad, y se
proyecten, hacia su plena realización.
No así los miedosos que
llevan una vida arrastrada, tienen miedo a enderezarse y poner los pies sobre
la tierra. Tienen miedo extender la mano para compartir con otros (Mc 3, 5),
especialmente, los pobres, por eso temen a su cercanía. El miedo que se anida
en el corazón del hombre, es a la vez, la capa que reviste y paraliza el
interior de las personas miedosas para que no amen ni se dejen amar. A todos
Jesús nos dice: “No teman, tengan confianza, mi Padre los ama y yo también los
amo” (Jn 14, 21. 23). “¿Por qué se preocupan por el día de mañana? Cada día
tiene sus propias preocupaciones” (Mt 6, 34). Como si nos dijera: “no quieran
vivir en el futuro que todavía no llega”, tampoco “vivan en el pasado, ese ya pasó y no
volverá”.
5)
El
Señor quiere sanarnos.
Jesús quiere sanar nuestro corazón de las
inseguridades, celos, miedos que generan comportamientos enfermizos que son
generados por la inseguridad que responde a un ser humano vacío de confianza,
esperanza y caridad. “No teman”, es el saludo de Jesús a sus discípulos (Mt 14,
27) Es a la vez el saludo de Dios a lo largo de toda la Sagrada Escritura. “No
temas le dice ángel Gabriel a Gedeón y después a María” (Lc 1, 26ss). “No teman
dice a Jesús acercándose a unos discípulos espantados y aterrorizados por el
miedo al verlo caminar sobre las aguas (Mt 14, 22- 30) El mismo día de la
resurrección Jesús saludo a los suyos diciéndoles: No teman, soy Yo” (Jn 20,
19ss). Jesús sanó a la mujer adúltera
del miedo a la muerte (Jn 8, 1-11).
“No hemos recibido
espíritu de miedo o de cobardía nos dice Pablo, sino de amor, fortaleza y
domino propio (2 Tim 1,7). Espíritu que se recibe para responder al llamado de
Dios de obrar con justicia, fraternidad, solidaridad y cercanía con los pobres.
Lo que todo auténtico creyente debe saber que Dios no quiere que nos hundamos
en el lodo, o que nos destruyamos unos a los otros. Dios es un Padre
misericordioso a quien no debemos temer; como tampoco Dios nos envía las
enfermedades o los accidentes, ni nos busca para castigarnos. La confianza en
el amor de Dios es fuente sanadora y liberadora de miedos y de neurosis.
6)
Condiciones
para seguir a Jesús.
La advertencia de Jesús a un voluntario que se ofrece a
seguirlo, tal vez motivado por la personalidad y enseñanza del Profeta de
Nazaret: “Maestro te seguiré a donde vayas”. A lo que Jesús responde: “La aves
tienen sus nidos y las zorras tienen sus madrigueras, pero el Hijo del hombre
no tiene donde reclinar la cabeza” (Lc 9, 57- 58). Muchos han entendido que las
palabras de Jesús hacen referencia su pobreza, mientras que otros afirman que
le avisa al postulante a su discipulado, que con Él, no hay tiempo para
vacaciones, no habrá seguridades económicas, vacaciones pagadas ni tiempo para
descansar. Para comprender el peso y el contenido de las palabras proféticas de
Jesús, escuchemos las condiciones del discipulado: “El que quiera seguirme que
se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día
y me siga” (Lc. 9, 23). La clave para entender el mensaje está en el
“Niégate a ti mismo”. Negarse y renunciar a los “nidos” que son las
dependencias, los apapachos
interpersonales, a los apegos o comportamientos infantiles: modos de
buscar vivir en la comodidad, en el esplendor o en los apegos a las personas que pueden ser nuestros
padres, hermanos, amigos, etc.
Las madrigueras o
dependencias en cambio, son los vicios, las cegueras y parálisis espirituales
que atrofian nuestra vida y desvían a los discípulos hacia situaciones de
desgracia, de no salvación, que no son queridas por el Señor de la Vida para
sus servidores. Las madrigueras son el hábitat de las zorras y de otros
animales salvajes. ¿Qué se puede encontrar en ellas? Pensamos que son huesos
secos, pellejos, pelos, pestilencia.
En Jesús no hay nidos ni
madrigueras, es decir, no hay pecado ni dependencias. Él es el Camino, la
Verdad y la Vida (Jn 14, 6); Jesús es la resurrección y la Vida (Jn 11, 25). Jesús
es la Luz del mundo, y en Él no tinieblas” (Jn 8, 12). Él quiere que sus
discípulos lo acepten a Él, su Mensaje, su Misión y su Destino para que puedan
vivir como Él, que se pasó la vida haciendo el bien y liberando a los oprimidos
por el Diablo (Hech 10, 38). Las condiciones para ser discípulo y seguir a
Jesús son a la vez mecanismos liberadores del miedo, de toda inseguridad que
impida que su Reino de amor, paz y gozo crezca en nosotros. Son cuatro
condiciones fundamentales:
·
La escucha y obediencia a la palabra de
Cristo, Maestro y Pastor. Tal como lo hizo Zaqueo que a la voz de Jesús se bajó
del árbol y con alegría abrió las puertas de su casa (Lc 19, 1ss). Como lo
hicieron los 10 leprosos que fueron sanados por el camino en obediencia a la
palabra de Jesús.
·
La aceptación libre y consciente de
pertenecer a Cristo y a su Grupo. Ser de Cristo y de su Comunidad (Jn 6, 67).
Todo el que pertenece a Cristo está crucificado con él, muriendo al pecado y
viviendo para Dios (Gál 5, 24).
Pertenecemos al Señor en
la medida que estemos en íntima comunión con Él (Jn 15, 1- 5), pongamos en Él
nuestra confianza (2Tim 1, 12), obedezcamos sus Mandamientos (Jn 14, 21)), lo
amemos, lo sigamos, lo sirvamos y le consagremos nuestra vida (jn 15, 9ss).
Quien es de Cristo, vive en comunión solidaria con el Pueblo de Dios,
especialmente los menos favorecidos, los pobres, con quienes el Señor Jesús se
identifica (Mt 25- 36).
7)
¿Cómo
dejar los nidos y las madrigueras?
Con la gracia de Dios por la fe en Jesucristo nuestro
Salvador, Maestro y Señor que derrama su amor en nuestros corazones con el
Espíritu Santo que Él nos ha dado y nuestra colaboración (Rom 5, 5). Todo es
gracia y respuesta. Escuchemos la profecía de Ezequiel: Escucha pueblo mío: “Yo
mismo abriré vuestros sepulcros; os sacaré de vuestros sepulcros y os llevaré a
vuestro suelo e infundiré mi Espíritu en vuestros corazones” (Ez. 37, 12s).
Abrir la tumba equivale a destapar la “cloaca de un drenaje” para que
manifieste lo que hay dentro: suciedad, escoria, huesos secos, etc. ¿Qué hace
el Señor nuestro Dios para sacarnos de los sepulcros?.
La respuesta la
encontramos en la misma Sagrada Escritura: La justicia de Dios se ha
manifestado en Cristo Jesús nacido para nuestra salvación y “entregado a la
muerte por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación” (Rm 4,
25). En la carta a los colosenses nos dice: “Dios nos libró del poder de la
obscuridad y nos llevó al reino de su amado Hijo” (Col. 1, 13). Cristo pagó el
precio para sacarnos del pozo de la muerte y llevarnos en alas de águila a la
Casa del Padre y ser injertados en el Cuerpo de Cristo por el Bautismo (Gál. 3,
26). El que cree en Jesús se apropia de los frutos de la redención, y en virtud
de la sangre de Cristo sus pecados son perdonados y recibe el don del Espíritu
Santo (Ef. 1, 7; Rom 5, 5).
La experiencia religiosa
fruto de la acción del divino Espíritu nos lleva a decir que todo parte de la
iniciativa de Dios: “Cuando el Espíritu Santo venga él nos dará la conciencia
de pecado, nos llevará a un juicio en donde Satanás es echado fuera y nos
conducirá por los caminos de la rectitud” (cfr Jn 16, 7- 8). El primer regalo
que Dios nos hace es el don de su Palabra que ilumina nuestras tinieblas para
que reconozcamos nuestros vicios, madrigueras, dependencias, ataduras, cegueras
o pecados, para luego llevarnos al encuentro con Cristo que nos libera de
nuestras cargas e inflama nuestro corazón con el fuego de su amor (Lc12, 49).
Ahora si podemos caminar en los caminos de Dios: guardar sus mandamientos y
practicar sus virtudes para llevar una vida digna del Señor (Col 1, 9- 12).
8)
¿Cuál
ha sido nuestro mérito?
Apropiarnos por la fe de los méritos que brotan del
corazón de Jesucristo, y que son muchísimos. Hoy, podemos salir de nuestras
madrigueras mediante la escucha y la obediencia
a la Palabra de Cristo, haciéndonos sus discípulos, y aceptando, libre y
conscientemente ser pertenencia total y exclusiva de Cristo y de su Grupo.
Quien camina detrás de
Cristo, sigue sus huellas, y con la fuerza del Espíritu, se esfuerza y renuncia
a sus “huesos secos” hasta llegar al sacrificio de sí mismo, para adentrase en
los terrenos de Dios, revistiéndose por la acción del Espíritu Santo, presente
en la Palabra de Cristo y en los Sacramentos del Amor, la Verdad y la Vida,
para decir con san Pablo: “No vivo yo es Cristo quien vive en mí, y la vida que
ahora vivo en el cuerpo, la vivo por la fe en el Hijo de Dios que me amó y se
entregó por mí” (Gál 2, 19-20).
Hemos de afirmar con toda
claridad que si no somos discípulos nos quedamos sin conocer a Cristo, sin
amarlo y sin servirlo. Arrastrando con nosotros un vacío de valores, un vacío
de Dios.
9.
¿Qué nos impide llevar una vida entregada?
Cuando la vida se recibe
como don de Dios, se agradece por ella y lo que sigue es donación y entrega.
Que importante es aceptar lo que nos dice Pablo: ¿Qué tenemos de bueno que no
lo hayamos recibido de Dios? Y si lo recibimos, ¿Para qué presumirlo. ¿Por qué
no compartirlo con los demás? (1 Cor 1, 4,7).
No creamos que somos buena
gente. No nos creamos merecedores de premios de parte de Dios porque nos
portamos bien y pensamos que él debe premiarnos porque lo merecemos. Esta
manera de pensar, sentir y vivir nos aleja del auténtico sentido de ser
cristianos y nos lleva al fariseísmo, legalista, rigorista, perfeccionista y
enfermizo. Nos roba el espíritu de pobreza, sencillez y mansedumbre para
revestirnos de tinieblas y darle vida al hombre viejo.
San Pablo nos muestra en la
carta a los Colosenses un itinerario que nos lleva a un crecimiento espiritual
y a un estilo de vida que irradia la gloria
de
Dios en el rostro de los discípulos de Cristo. Itinerario que nos da la certeza
de que podemos amar a Dios y gozar de sus bendiciones. Con la ayuda del Divino Espíritu podemos
conocer la voluntad de Dios y ponerla en práctica para que llevemos una vida
digna del Señor, dando siempre frutos de buenas obras y creciendo en el
conocimiento de Dios; fortalecidos con la energía de su poder y llenos de
alegría estallemos en gritos de júbilo, dando gracias al Señor, y ofreciéndonos
como hostias vivas nos ponemos al servicio del Reino de Dios y de Cristo (Col.
1, 10-12; Rom 12, 1; Ef 6, 10).
Oración:
Padre Misericordioso, queremos ver a Jesús, muéstranos su Rostro de Amor, de
Perdón, de Misericordia, de Santidad.
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