Tema 2.Si conocieras el camino que lleva a la paz.
Objetivo:
Fomentar
el amor a la verdad, a la libertad y a la vida para que se comprenda que la
mentira es el poder del mal que engendra corrupción, violencia y muerte en las
personas, en las familias, en la sociedad, tanto a nivel regional como nacional
e internacional.
“Pero
ellos no escucharon ni prestaron oído. Caminaron según sus ideas, según la
maldad de su corazón obstinado, y en vez de darme la cara me dieron la espalda,
desde que sus padres salieron del país de Egipto”
(Jer 7, 24s).
La naturaleza específica de la fe es la relación con el Dios vivo, un
encuentro que nos abre nuevos horizontes mucho más allá del ámbito propio de la
razón (Benedicto XVI: Encíclica-28,
25 de diciembre).
1.
Los dos caminos.
El hombre, todo hombre, es un
ser único e irrepetible porque es
original; es un ser responsable, libre y capaz de amar. La estructura de su ser
es la unicidad, la belleza, la bondad y la verdad, que está llamado a cultivar.
La Biblia llama dichoso
al hombre que no se guía por criterios puramente humanos, sino que su delicia
es la ley del Señor. Este hombre a quien la Biblia le llama “justo” es como un
árbol plantado a la orilla de un río, sus raíces están siempre en el agua, sus
hojas están siempre verdes y sus ramas dan fruto los doce meses del año” (Slm 1
; Ez. 47, 1-13; Apoc 22, 1-2) No sucede así con el hombre que hace el mal, a
quien la Escritura lo llama “impío” “insensato” o “malvado”, será como paja
barrida por el viento” (Slm. 1, 1-6). Dos modos de ser; dos modos de proceder,
dos estilos de vida. El Señor Jesús nos habló de dos caminos: uno es angosto y
el otro es ancho:
“Entren
por la puerta estrecha; porque es ancha la puerta y espacioso el camino que
lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella. ¡Qué estrecha es la
puerta!, ¡qué angosto el camino que lleva a la vida!, y son pocos los que
entran por ella.” (Mt 7, 13- 14) ¿Son pocos los que se
salvan? El hombre, movido por la curiosidad se ha hecho siempre esta pregunta.
No nos preocupe la respuesta, más bien deberíamos de preguntarnos: ¿En cuál
camino me encuentro?
El profeta Jeremías,
haciendo eco del Deuteronomio, dice: “Mirad que yo os propongo el camino de la
vida y el camino de la muerte” (Jer 21, 8). Dios propone y el hombre
elije; se decide por una de las dos
realidades; frente a él está la vida y la muerte; la bendición y la maldición;
el agua y el fuego (Dt 30, 15-20). Uno es el camino de la verdad y del amor que
lleva a la justicia, y por ende a la vida y a la paz; el otro es el camino de
la mentira y del odio que lleva a la injusticia, a la opresión y por ende a la
muerte. Cada camino tiene sus propios criterios de acción y sus propias líneas
de reflexión.
Los criterios humanos,
aquellos que no están de acuerdo con los criterios de Dios manifestados en sus
Mandamientos, son estériles. Los criterios puramente humanos contradicen la
Palabra de Dios, y cuando el hombre es conducido por ellos, van dejando en él,
una mente embotada, una voluntad atrofiada, para el bien; un corazón
endurecido, unos oídos sordos a la verdad, una negación a la práctica de la
Justicia; negación que lleva al desenfreno de las pasiones (cfr Ef 4,17-18);
este modo de ser y de actuar lleva al
hombre a situaciones de injusticia, de
opresión, de pobreza y miseria; a estilos de vida que no realizan ni humanizan
ni personalizan. Un hombre que no responde a lo que debería y está llamado a
ser.
2.
La
verdad y el amor son una vocación humana.
Los Obispos de la
región del Golfo nos han recordado en su mensaje de Pascua que la verdad y el
amor son vocación inscrita en el interior de todo ser humano. Vocación a la que
el hombre debe responder con la vida; con dedicación, esfuerzo y empeño. El
amor y la verdad están profundamente enraizados en la persona misma. Son la
vocación que Dios ha puesto en el corazón y en la mente de cada ser humano. La
verdad y el amor son dados al hombre y recibidos por él, con la naturaleza
humana. La verdad es luz que da valor y sentido a la caridad. El hombre no
produce el amor, como tampoco hace la verdad, las recibe como don al que ha de
cuidar y cultivar para que encuentre su propio desarrollo. Benedicto XVI
resalta la inseparabilidad entre verdad y amor, en orden a construir el
auténtico bien del hombre.
Es una verdad que la
existencia humana se debate entre dos fuerzas que son entre sí antagónicas: el
espíritu y la carne (Gál 5, 16s); puede el hombre tener en su interior buenos
deseos, pero, termina haciendo el mal que no quiere (Rm 7, 14ss). Tendremos que
aceptar que la existencia del hombre se debate en una lucha interior, en la
cual, él mismo, es protagonista, tiene la posibilidad de ganar como también de
perder. ¿Por quién apostar? La victoria depende del alimento que se proporcione
a uno de los dos enemigos que luchan entre sí: el bien y el mal. El ser humano,
todo hombre puede elegir a cualquiera de los dos, tiene libertad para hacerlo.
Libertad que recibió como don y puede tener la seguridad que nadie se la
quitará… de lo que elija dependerá su futuro. Se alimenta el hombre interior
cuando se cultivan los buenos hábitos, los valores, las virtudes. Por otro
lado, el alimento también pueden ser los malos hábitos, los vicios y la maldad.
3.
El
deber ser.
A la luz de la verdad
decimos que todo ser humano tiene en sí mismo la grandeza de la libertad y por
lo tanto del error; la capacidad de decidir y por lo tanto, la responsabilidad
de sus decisiones. Jesús el Señor nos enseñó que el pecado no está en lo que
nos rodea, sino en el corazón de donde salen las intenciones” (Mt 15, 19- 20).
La Sagrada Escritura ofrece a los creyentes una respuesta acerca de mal y del
pecado. Adán y Eva viven felices y en armonía en el paraíso; armonía con ellos,
con Dios y con el resto de la creación. Todo cambia con el engaño de la
serpiente, representante, del origen del mal, que con astucia, para sembrar en
sus corazones la duda y la malicia, confunde a Eva poniendo en boca de Dios lo
que Él no ha dicho: “¿Así que Dios dijo que no comieran de ninguno de los
árboles del huerto?” (Gn 3, 1) La primera respuesta de Eva fue desde su
inocencia, declarando que Dios no había dicho aquello que se le atribuía (cf Gn
3, 2-3). El mal es siempre un engaño; hay que desenmascararlo haciendo evidente
que es enemigo de la naturaleza humana. (Mensaje de los Obispos Mexicanos 2010.
Pág. 117)
El hombre recibió de su
Creador como gracia todo cuanto es y cuanto tiene; pero a la vez, que lo ha
recibido como don, lo ha recibido también como tarea: “Crezcan y multiplíquense;
sometan la tierra y cultívenla” (Gn 1, 28). Todo jardín, el mismo paraíso,
necesita un jardinero para que lo proteja y lo cultive. Esa es la orden que el
hombre recibió de su Creador: “protégelo y cultívalo” (Gn 2, 15) Cuando el ser
humano descuida, abandona o destruye sus talentos, sus potencialidades,
facultades o cualidades, sea cual sea el modo o la razón por lo que esto
sucede, podemos decir que está usando mal su libertad; no está oyendo la voz
interior de su conciencia que le dice: “No te desvíes ni a izquierda ni a
derecha” (Jos 1, 7), “no mires hacia atrás para que no te conviertas es estatua
de sal” (Gn 18, 26), “Haz el bien y rechaza el mal” (Is 1, 16-17) “Cultiva el
barbecho de tu corazón” (Jer 4,3).
A la luz de la Sagrada
Escritura podemos afirmar que “El hombre”, está llamado a ser protagonista de
su propio destino; todo hombre es un ser en proyección: su vida está orientada
hacia algo o hacia alguien; está llamado a vivir de encuentros consigo mismo,
con los demás, con Dios y con unos valores que está llamado a realizar. Cuando
el hombre no vive de encuentros se convierte en un pequeño monstruo: se deforma
y se desfigura; el hombre no está hecho, sino haciéndose, es por lo tanto, un
ser en devenir, puede desplegar sus capacidades y desarrollar sus
potencialidades; puede avanzar y llegar a la madurez, como también, puede
retroceder y perder el sentido de la vida.
Al
hombre, a todo hombre se le debe dar la oportunidad de usar su capacidad de
auto formarse; de auto proyectarse con responsabilidad y libertad, ya que sólo así podrá tomar en sus
manos las riendas de su propio destino para que se trasforme y se supere
(Víktor Frankl).
Cuando el hombre se
niega a ser protagonista de su propio destino, se encuentra como el ciego
Bartimeo, (Bartimeo significa el hijo de lo impuro) arrojado al borde del
camino, esperando que otros hagan la “historia” por él (Lc 18, 35-43). Qué
otros sean los protagonistas de los cambios. Qué otros decidan por él. Esta
situación de desgracia, de no salvación y de no realización, no es querida por
Dios para ningún ser humano. En todo hombre, al menos, los que no estén
atrofiados de su mente, existe la capacidad de madurar, de ir más allá, es
decisión de toda persona: si así lo prefiere, puede quedarse, marchitarse y
morir. A nadie se le obliga, es cierto, pero, también es cierto que a nadie se
le ha de negar esa oportunidad, para no impedir el desarrollo y el despliegue
de las mejores potencialidades que hay en todo ser humano. La vida es don, es
decir, es llamado y a la vez respuesta. El hombre responde haciéndose
responsable de su crecimiento, de su madurez que se da en el amor y en el
servicio a sus semejantes.
Con tristeza podemos
afirmar que apenas una reducida minoría de hombres ha tomado en serio su
realización personal, mientras que una inmensa mayoría camina al margen de su
realización como personas dignas, valiosas e importantes. Pocos son los hombres
que saliendo de sí mismos, se hacen servidores de los demás para compartir con
ellos sus talentos… sus dones… sus facultades… éstos al vivir de encuentros
sanos con los demás, son felices; su alegría la encuentran en el servicio libre,
consciente y voluntario. Lo anterior nos hace decir que el “individualismo” es
el peor enemigo de la realización humana. Otro poderoso enemigo sería el
“relativismo”, si el primero reza diciendo: “estando yo bien los demás allá
ellos”; el segundo diría: “bueno es lo útil, lo que hace rico”, es incapaz de
servir o ayudar desinteresadamente.
Hemos dicho que todo
hombre es un ser en proyección, y no dudamos decir, que su meta es Dios mismo,
así lo ha dicho el Señor Jesús: “En la casa de mi Padre hay una habitación para
cada uno de ustedes” (Jn 14, 1ss). Para alcanzar su Meta, el hombre necesita de
algo o de alguien que lo guie a lo largo del camino. ¿Quién lo podrá conducir?
Digamos con toda certeza que nos son las normas o leyes externas a él. Lo guía
el mismo Dios, el Espíritu Santo (cfr Rm. 8, 15). El Espíritu presente,
implícito en la Palabra de Dios. La Palabra es “luz, es antorcha para nuestro
sendero” (Slm 119, 105). Nos da indicaciones por donde caminar, que hacer en
cada momento y que no hacer. Nos explica e interpreta los acontecimientos de la
vida a la luz de la Verdad; nos muestra la voluntad de Dios y como realizarla.
El que no conoce la Palabra está en tinieblas, y no conoce la Verdad.
La lectura asidua de la
Palabra de Dios nos hace entender que el camino que nos lleva a la Paz es la “Justicia”;
Justicia de Dios para los hombres. Justicia a Dios y al hombre. Le hacemos
justicia a Dios cuando elegimos el Camino que Él nos propone: Jesucristo, que a
la vez nos propone el camino de la verdad, del amor y de la vida (cfrJn 14, 6).
No basta con ser justos, se ha de tener “hambre y sed de justicia”, sólo
entonces se comprenderá que sin “Rectitud” todo lo demás, son caminos torcidos
que llevan a la muerte. Una vida recta implica guardar los Mandamientos de Dios,
cuyo sentido, no es otro, que el amor y el servicio al prójimo. El hombre recto,
el que camina en la verdad, es fiel, honesto, sincero, íntegro, veraz, servicial
y obediente a la Palabra de Verdad que está a nuestro alcance en la lectura de
la Biblia y en la Palabra proclamada en la Liturgia de la Iglesia. La paz brota
del amor y engendra el gozo que se convierte en agradecimiento y en compromiso a
favor de otros, especialmente los más necesitados.
Un Modelo de fidelidad
a la Palabra siempre será María de Nazaret, “La humilde esclava del Señor”. La
Virgen oyente que supo decir con su vida: “Hágase en mí, según su Palabra” (Lc
1, 38. “El hágase que hizo bajar el cielo a la tierra y “El Verbo se hizo carne
y puso su morada entre nosotros”: “Emmanuel, Dios con nosotros” ha querido
visitar a la Humanidad para llevarnos a la casa del Padre conducidos por su
Palabra de vida.
Leer en grupos el Evangelio de Juan el pasaje del
lavatorio de los pies (Jn 13, 1ss) y compartir en plenario el resultado de la
reflexión de todos los grupos a la luz de las palabras del papa Benedicto XVI.“El servicio a la fe, que es testimonio de aquel
que es la Verdad total, es también un servicio a la alegría, y ésta es la
alegría que Cristo quiere difundir en el mundo: es la alegría de la fe en él,
de la verdad que se comunica por medio de él, de la salvación que viene de él (Discurso, 10 de febrero, año 2006).
Oración de alabanza y
acción de gracias a la luz de la obra redentora que Dios ha manifestad a favor
de toda la humanidad.
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