TODO PARA SALIR VICTORIOSOS CON CRISTO JESÚS.

 


TODO PARA SALIR VICTORIOSOS CON CRISTO JESÚS.


¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios? Él, Jesucristo, vino por el agua y por la sangre; no con el agua solamente, sino con el agua y con la sangre. (1Jn 5, 5-6ª)

Creer en Jesus es amarlo y obedecerlo. Amar a Jesús es creer en su Persona y en su Mensaje de vida, en su misión y en su servicio. Quién así crea, se une a la victoria de Cristo, el Vencedor del Mundo, del Pecado, de la Muerte y del Maligno. Por la fe y el bautismo estamos incorporados y revestidos de Cristo (Gál 3,26- 27)

¿Cuál es el corazón de nuestra fe? Es que Jesús, el Hijo de Dios murió y resucitó para que nuestros pecados fueran perdonados y para darnos vida eterna. Lo hizo porque nos ama, para perdonarnos, salvarnos y para darnos vida eterna. “Si verdaderamente hemos muerto con Cristo, tenemos fe de que también viviremos con él, pues sabemos que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere; la muerte no tiene ya poder sobre él. Su muerte fue un morir al pecado de una vez para siempre, mas su vida es un vivir para Dios. Así también, considerad vosotros que estáis muertos al pecado, pero que vivís para Dios en unión con Cristo Jesús.”  (Rm 6, 8-11)

Morir con Cristo es morir al pecado, es negarnos a nosotros mismos, es dejarnos crucificar con él para poder resucitar con él a la vida de Dios. Así lo dice san Juan: En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto. El que ama su vida, la pierde; y el que odia su vida en este mundo, la guardará para una vida eterna. Si alguno me sirve, que me siga, y donde yo esté, allí estará también mi servidor. Si alguno me sirve, el Padre le honrará. (Jn 12. 24- 26) y Pablo nos dice: Así pues, si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Aspirad a las cosas de arriba, no a las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está oculta con Cristo en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida vuestra, entonces también vosotros apareceréis gloriosos con él. (Col 3, 1- 4)

 

El que muere al pecado vive para Dios. Resucita con Cristo, y el que resucita con él, vive, camina, trabaja para el Reino, se dona, se entrega, lava pies y ama, como Jesus lo hizo. Con fe y amor.  Qué toda nuestra vida sea una vida resucitada, como la de Cristo Jesús que se pasó la vida haciendo el bien  liberando a los oprimidos por el Diablo porque Dios estaba con él (Hch 10, 38) Toda la vida de Cristo fue una vida resucitada, conducida por el Espíritu Santo. Jesús nos invita a ser sus discípulos para ser como él: hijos de Dios, hermanos de los demás y servidores de todos. El camino es la cruz que nos lleva a la resurrección.

Estamos viviendo el tiempo pascual, la cincuentena, por eso no nos cansamos de hablar de la Pascua de Cristo: “Creemos en aquel que resucitó de entre los muertos a Jesús, nuestro Señor, que fue entregado a la muerte por nuestros pecados, y resucitado para nuestra justificación.” (cf. Rm 4, 24-25) Y en enfatizamos la importancia de la resurrección. Porque si Cristo no resucitó vana es nuestra fe (1 de Cor 15, 14)

Por eso como personas resucitadas Pablo nos invita a “Renovaos en la mente y en el espíritu y vestíos de la nueva condición humana, creada a imagen de Dios: justicia y santidad verdaderas.” (cf. Ef 4, 23-24) Lo que por lógica nos pide el despojarnos del hombre viejo, del traje de tinieblas para ponernos el traje de bodas, revestirnos de Jesucristo (Ef 4, 23; Rm 13,12; Mt 22, 12) Por que Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre (Heb 13, 8), su Mensaje y su Misión son lo mismo (cf Mt 28, 18-20)

Jesús, como permanece para siempre, tiene un sacerdocio eterno. De aquí que tiene poder para llevar a la salvación definitiva a cuantos por él se vayan acercando a Dios, porque vive para siempre para interceder por ellos. Y tal era precisamente el sumo sacerdote que nos convenía: santo, sin maldad, sin mancha, excluido del número de los pecadores y exaltado más alto que los cielos. No tiene necesidad, como los sumos sacerdotes, de ofrecer víctimas cada día, primero por sus propios pecados y luego por los del pueblo. Esto lo hizo una vez por todas, ofreciéndose a sí mismo. (Hb 7, 24-27)

Sacerdote, Víctima y Altar porque se ofreció a sí mismo como Víctima en el altar de su corazón. Sacerdocio eterno que no cambia, es el mismo, atrae a los pecadores con cuerdas de ternura y con lazos de misericordia para acercarlos a Dios. Porque vive para siempre e intercede por todos por siempre por su sacrificio vivo, santo y agradable a Dios (Rm 12,1)

Para los creyentes la fe viva y santa es nuestra victoria, podemos con la luz, la fuerza y el amor de la fe vencer el pecado y a sus aliados: el mundo, el Maligno y la carne. La señal de nuestra victoria es la cruz, es decir, el amor, la verdad y la vida. Pues los que son de Cristo Jesús, han crucificado la carne con sus pasiones y sus apetencias. Si vivimos según el Espíritu, obremos también según el Espíritu No busquemos la gloria vana provocándonos los unos a los otros y envidiándonos mutuamente. (Gál 5, 24- 26) La clave de la victoria viene de Cristo Jesús: “Estén ceñidos vuestros lomos y las lámparas encendidas,” (Lc 12, 35) Luchen contra el mal y hagan el bien, practiquen las virtudes que son nuestras lámparas para que con el bien venzan al mal (Rm 12,21) Yo estoy con ustedes todos los días. (Mt28, 20)

Resistan al mal (1 de Pe 5, 8) Niéguense a sí mismos, tomen su cruz y síganme (Lc 9,23) Permanezcan en mi amor (Jn 15, 9) Vigilen y oren para no caer en la tentación (Mt 26, 41) Busquen crecer en la Gracia de Dios (2 de Pe 3, 18) Fortaleceos con la energía de su poder (Ef 6,10) Todo para salir victoriosos con Cristo Jesús.





¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios? Él, Jesucristo, vino por el agua y por la sangre; no con el agua solamente, sino con el agua y con la sangre. (1Jn 5, 5-6ª)

Creer en Jesus es amarlo y obedecerlo. Amar a Jesús es creer en su Persona y en su Mensaje de vida, en su misión y en su servicio. Quién así crea, se une a la victoria de Cristo, el Vencedor del Mundo, del Pecado, de la Muerte y del Maligno. Por la fe y el bautismo estamos incorporados y revestidos de Cristo (Gál 3,26- 27)

¿Cuál es el corazón de nuestra fe? Es que Jesús, el Hijo de Dios murió y resucitó para que nuestros pecados fueran perdonados y para darnos vida eterna. Lo hizo porque nos ama, para perdonarnos, salvarnos y para darnos vida eterna. “Si verdaderamente hemos muerto con Cristo, tenemos fe de que también viviremos con él, pues sabemos que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere; la muerte no tiene ya poder sobre él. Su muerte fue un morir al pecado de una vez para siempre, mas su vida es un vivir para Dios. Así también, considerad vosotros que estáis muertos al pecado, pero que vivís para Dios en unión con Cristo Jesús.”  (Rm 6, 8-11)

Morir con Cristo es morir al pecado, es negarnos a nosotros mismos, es dejarnos crucificar con él para poder resucitar con él a la vida de Dios. Así lo dice san Juan: En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto. El que ama su vida, la pierde; y el que odia su vida en este mundo, la guardará para una vida eterna. Si alguno me sirve, que me siga, y donde yo esté, allí estará también mi servidor. Si alguno me sirve, el Padre le honrará. (Jn 12. 24- 26) y Pablo nos dice: Así pues, si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Aspirad a las cosas de arriba, no a las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está oculta con Cristo en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida vuestra, entonces también vosotros apareceréis gloriosos con él. (Col 3, 1- 4)

 

El que muere al pecado vive para Dios. Resucita con Cristo, y el que resucita con él, vive, camina, trabaja para el Reino, se dona, se entrega, lava pies y ama, como Jesus lo hizo. Con fe y amor.  Qué toda nuestra vida sea una vida resucitada, como la de Cristo Jesús que se pasó la vida haciendo el bien  liberando a los oprimidos por el Diablo porque Dios estaba con él (Hch 10, 38) Toda la vida de Cristo fue una vida resucitada, conducida por el Espíritu Santo. Jesús nos invita a ser sus discípulos para ser como él: hijos de Dios, hermanos de los demás y servidores de todos. El camino es la cruz que nos lleva a la resurrección.

Estamos viviendo el tiempo pascual, la cincuentena, por eso no nos cansamos de hablar de la Pascua de Cristo: “Creemos en aquel que resucitó de entre los muertos a Jesús, nuestro Señor, que fue entregado a la muerte por nuestros pecados, y resucitado para nuestra justificación.” (cf. Rm 4, 24-25) Y en enfatizamos la importancia de la resurrección. Porque si Cristo no resucitó vana es nuestra fe (1 de Cor 15, 14)

Por eso como personas resucitadas Pablo nos invita a “Renovaos en la mente y en el espíritu y vestíos de la nueva condición humana, creada a imagen de Dios: justicia y santidad verdaderas.” (cf. Ef 4, 23-24) Lo que por lógica nos pide el despojarnos del hombre viejo, del traje de tinieblas para ponernos el traje de bodas, revestirnos de Jesucristo (Ef 4, 23; Rm 13,12; Mt 22, 12) Por que Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre (Heb 13, 8), su Mensaje y su Misión son lo mismo (cf Mt 28, 18-20)

Jesús, como permanece para siempre, tiene un sacerdocio eterno. De aquí que tiene poder para llevar a la salvación definitiva a cuantos por él se vayan acercando a Dios, porque vive para siempre para interceder por ellos. Y tal era precisamente el sumo sacerdote que nos convenía: santo, sin maldad, sin mancha, excluido del número de los pecadores y exaltado más alto que los cielos. No tiene necesidad, como los sumos sacerdotes, de ofrecer víctimas cada día, primero por sus propios pecados y luego por los del pueblo. Esto lo hizo una vez por todas, ofreciéndose a sí mismo. (Hb 7, 24-27)

Sacerdote, Víctima y Altar porque se ofreció a sí mismo como Víctima en el altar de su corazón. Sacerdocio eterno que no cambia, es el mismo, atrae a los pecadores con cuerdas de ternura y con lazos de misericordia para acercarlos a Dios. Porque vive para siempre e intercede por todos por siempre por su sacrificio vivo, santo y agradable a Dios (Rm 12,1)

Para los creyentes la fe viva y santa es nuestra victoria, podemos con la luz, la fuerza y el amor de la fe vencer el pecado y a sus aliados: el mundo, el Maligno y la carne. La señal de nuestra victoria es la cruz, es decir, el amor, la verdad y la vida. Pues los que son de Cristo Jesús, han crucificado la carne con sus pasiones y sus apetencias. Si vivimos según el Espíritu, obremos también según el Espíritu No busquemos la gloria vana provocándonos los unos a los otros y envidiándonos mutuamente. (Gál 5, 24- 26) La clave de la victoria viene de Cristo Jesús: “Estén ceñidos vuestros lomos y las lámparas encendidas,” (Lc 12, 35) Luchen contra el mal y hagan el bien, practiquen las virtudes que son nuestras lámparas para que con el bien venzan al mal (Rm 12,21) Yo estoy con ustedes todos los días. (Mt28, 20)

Resistan al mal (1 de Pe 5, 8) Niéguense a sí mismos, tomen su cruz y síganme (Lc 9,23) Permanezcan en mi amor (Jn 15, 9) Vigilen y oren para no caer en la tentación (Mt 26, 41) Busquen crecer en la Gracia de Dios (2 de Pe 3, 18) Fortaleceos con la energía de su poder (Ef 6,10) Todo para salir victoriosos con Cristo Jesús.




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