CONDUCIDOS POR EL ESPÍRITU SANTO HASTA LA PLENITUD EN CRISTO

 


CONDUCIDOS POR EL ESPÍRITU SANTO HASTA LA PLENITUD EN CRISTO

Sin embargo, os digo es la verdad: os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito. En cambio, si me voy, os lo enviaré. Y cuando venga, dejará convicto al mundo acerca de un pecado, de una justicia y de una condena (Juan 16,5-11)

Cuando venga el Paráclito va actualizar la Obra redentora de Cristo y nosotros por la fe en el primer Paráclito nos apropiamos de los frutos de la redención: El perdón de los pecados, la paz, la resurrección y el don del Espíritu Santo. El Paráclito es Consolador, es Maestro y es Abogado. Es el espíritu de la Verdad que ilumina nuestros corazones para que reconozcamos nuestra pecaminosidad. Nos lleva a Cristo con un corazón contrito y arrepentido para que recibamos el perdón de nuestros pecados y recibamos la vida eterna. Y hagamos nuestra la Nueva Alianza sellada con la sangre de Cristo. Jesús con su muerte y con su resurrección abre el camino para que venga el Espíritu Santo a nosotros. La muerte de Cristo llena a sus discípulos de tristeza…

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «En verdad, en verdad os digo: vosotros lloraréis y os lamentaréis, mientras el mundo estará alegre; vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría. La mujer, cuando va a dar a luz, siente tristeza, porque ha llegado su hora; pero, en cuanto da a luz al niño, ni se acuerda del apuro, por la alegría de que al mundo le ha nacido un hombre. También vosotros ahora sentís tristeza; pero volveré a veros, y se alegrará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestra alegría. Ese día no me preguntaréis nada».(Juan 16,20-23a)

La tristeza por la ausencia de Jesús puede llenar nuestros corazones, pero, su resurrección convierte la tristeza en gozo, en alegría. Jesús murió y resucitó para darnos vida eterna. Esta vida eterna la podemos gozar desde esta vida, pero, plenamente, después de nuestra muerte podemos estar con Jesús y con nuestra familiares, amigos y con toda la Iglesia que ha muerto en gracia de Dios, esa alegría nadie no la podrá quitar por que Cristo vive para siempre y para siempre estamos con él, esa es nuestra esperanza. Estar eternamente con Jesús y con todos los suyos.

Mientras estemos en esta vida terrenal, la vida en Cristo, es don y es lucha, podemos caer en el pecado que nos lleva a la muerte espiritual (Rm 6, 23) Pero, si nos arrepentimos y nos convertimos, volvemos a nacer de Dios, nuestros pecados son perdonados y resucitamos con Cristo a la vida Nueva. Volvemos al Camino que nos lleva a la Casa del Padre, el Camino es Cristo Jesús (Jn 14, 6) Es el camino del Amor. Cristo habita por la fe en nuestros corazones (Ef 3, 17) Él es nuestra vida, nuestra paz y nuestra salvación. Tenemos el espíritu del Hijo que nos hace decir: “Abba”, es decir Padre. (Gál 4, 6) Ahora podemos invocar a Dios, como lo recomienda el mismo Jesús:

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Yo les aseguro: cuanto pidan al Padre en mi nombre, se lo concederá. Hasta ahora no han pedido nada en mi nombre. Pidan y recibirán, para que su alegría sea completa. Les he dicho estas cosas en parábolas; pero se acerca la hora en que ya no les hablaré en parábolas, sino que les hablaré del Padre abiertamente. En aquel día pedirán en mi nombre, y no les digo que rogaré por ustedes al Padre, pues el Padre mismo los ama, porque ustedes me han amado y han creído que salí del Padre. Yo salí del Padre y vine al mundo; ahora dejo el mundo y vuelvo al Padre’’. (Jn 16, 23-28)

Por la fe de Jesucristo somos perdonados, recibimos la vida eterna y el don del Espíritu Santo que nos hace hijos de Dios, hermanos de Jesucristo, y servidores de Cristo y de los hombres, templos vivos del Espíritu e hijos de la Iglesia. Estamos en la Plenitud de Cristo (Col 2, 9) Si estamos en el proceso de conversión, conducidos por el Espíritu de Cristo que guía a los hijos de Dios (Rm 8, 14) Somos miembros de una Comunidad viva, fraterna, solidaria y servicial. Y el que no sirve, se queda fuera, al margen de su realización. Tenemos como Modelo al Mismo Jesús que nos dijo:

Mas Jesús los llamó y dijo: «Sabéis que los jefes de las naciones las dominan como señores absolutos, y los grandes las oprimen con su poder. No ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será vuestro esclavo; de la misma manera que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos.»(Mt 20, 25- 28) El que sigue a Cristo se convierte en su servidor. Tal como lo dice el mismo Jesús: Si alguno me sirve, que me siga, y donde yo esté, allí estará también mi servidor. Si alguno me sirve, el Padre le honrará.(Jn 12, 26)

La Iglesia y cada uno de sus miembros, tiene el mismo destino y la misma misión de Jesucristo. Su destino es dar Testimonio de Cristo y su misión es el Servicio a Dios y a los hombres. Por el Testimonio podemos negarnos a sí mismo, tomar la cruz cada día y seguir a Cristo (cf Lc  9, 23) Y al hacer lo anterior ya estamos sirviendo a Cristo, en la Iglesia y desde la Iglesia, seamos fieles a la misión (1 de Cor 4,1) Para que podamos realizar nuestra misión y nuestro destino Jesús nos da Espíritu Santo que nos abre la mente y el corazón para que comprendamos las palabras de Jesús, las podamos anunciarlas y podamos realizar sus obras que tienen como sentido dar vida en abundancia. Vida en abundancia que abarca la mente, la voluntad, el cuerpo, el espíritu, la familia, la sociedad y nuestra historia a la que hemos de responder con responsabilidad, libertad, amor y servicio.

El proceso a recorrer es el itinerario que si somos conducidos por el Paráclito seremos conducidos a la Plenitud de Cristo. Desde el reconocimiento de nuestros pecados y el arrepentimiento, al Nuevo Nacimiento que nos da el perdón de los pecados la paz, la resurrección y el Espíritu Santo que nos guía por los caminos de la conversión a la rectitud, a la sobriedad, a la justicia y a la santidad (Jn 16, 8- 9; Ef 4, 23- 24; 5, 9) Nos lleva a los terrenos de Dios donde vamos a saborear los frutos de la fe, llamados también frutos del Espíritu Santo, mediante el cultivo de las virtudes. (Gál 5, 22- 23) Podemos ver los Carismas o manifestaciones del Espíritu en nuestra vida de servicio (Ef 4, 11- 12) Y, poder ver, como corona del proceso, los dones del Espíritu Santo; Sabiduría, entendimiento, consejo, fortaleza, ciencia, piedad… y otros. Y poder decir con Jesús: el Espíritu del Señor está sobre mí, me ha ungido para ser servidores de Cristo y de su Iglesia.

 

 

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