VENGO PARA QUE TENGAN VIDA Y LA TENGAN EN ABUNDANCIA.

 


VENGO PARA QUE TENGAN VIDA Y LA TENGAN EN ABUNDANCIA.

Protégeme, Dios mío, pues eres mi refugio. Yo siempre he dicho que tú eres mi Señor. El Señor es el parte que me ha tocado en herencia; mi vida está en sus manos.(Slm 15, 1- 2)

El amor brota de una fe sincera y verdadera la cual nace de la escucha y obediencia de la Palabra de Dios (Rm 10, 17) Fe que está cimentada en dos pilares que anima a Pablo a orar por los creyentes: la fe en Jesucristo y el amor a los consagrados. "Por eso, también yo, al tener noticia de vuestra fe en el Señor Jesús y de vuestra caridad para con todos los santos, no ceso de dar gracias por vosotros recordándoos en mis oraciones” (Ef 1, 15- 16) Después de dar gracias a Dios recuerda siempre a sus hermanos en oración. ¿Qué pide el apóstol Pablo a Dios por los creyentes?

“Para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os conceda espíritu de sabiduría y de revelación para conocerle perfectamente; iluminando los ojos de vuestro corazón para que conozcáis cuál es la esperanza a que habéis sido llamados por él; cuál la riqueza de la gloria otorgada por él en herencia a los santos, y cuál la soberana grandeza de su poder para con nosotros, los creyentes, conforme a la eficacia de su fuerza poderosa. (Ef 17- 19) Los dones del Espíritu Santo son luces que iluminan nuestra inteligencia para que podamos comprender cuál es la esperanza y la gloriosa herencia de los santos y cuál es la soberana de su poder que actúa en nosotros. ¿De qué herencia estamos hablando?

Hablemos primero de la vida eterna que es nuestra por la Fe en Jesucristo. Juntamente con la vida eterna Dios nos justifica, perdonando nuestros pecados y nos da Espíritu Santo. Para recibir los dones espirituales de Dios hemos de estar en Gracia de Dios en las potencias de nuestra alma: la inteligencia y la voluntad. Entonces con la luz, el poder y el amor que nos otorga la fe podemos comprender de dónde venimos, para que estamos aquí y para donde vamos.

Con la luz de la fe discernimos lo que es bueno y lo que es malo y con el poder de la fe rechazamos lo malo y hacemos lo bueno: Pablo nos habla de dos estilos de vida: la carne y el Espíritu.  Por mi parte os digo: Si vivís según el Espíritu, no daréis satisfacción a las apetencias de la carne. Pues la carne tiene apetencias contrarias al espíritu, y el espíritu contrarias a la carne, como que son entre sí antagónicos, de forma que no hacéis lo que quisierais. (Gál 5, 16- 17) La carne consiste en dejarse conducir por cualquier espíritu que no viene de Dios, nos llevan al pecado (Rm 14, 23) en cambio la espiritualidad cristiana es dejarse conducir por el Espíritu de Dios.

"Y si el Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, Aquel que resucitó a Cristo de entre los muertos dará también la vida a vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que habita en vosotros. Así que, hermanos míos, no somos deudores de la carne para vivir según la carne, pues, si vivís según la carne, moriréis. Pero si con el Espíritu hacéis morir las obras del cuerpo, viviréis."(Rm 8, 11- 13) Vivir la carne es llevar una vida mundana, pagana, vida de pecado.

"En efecto, todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios.” (Rm 8, 14) La obra del Espíritu Santo es hacer que el mundo crea en Jesús, para que creyendo en él se salve. El Espíritu Santo nos lleva a Jesús para que incorporados a él podamos revestirnos y llenarnos de Jesús. (cf Rm 13, 14) Los frutos del Espíritu de Dios son: En cambio el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí; contra tales cosas no hay ley. Pues los que son de Cristo Jesús, han crucificado la carne con sus pasiones y sus apetencias. Si vivimos según el Espíritu, obremos también según el Espíritu.

 

Pues no recibisteis un espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes bien, recibisteis un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre! El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios. Y, si hijos, también herederos: herederos de Dios y coherederos de Cristo, ya que sufrimos con él, para ser también con él glorificados. Porque estimo que los sufrimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria que se ha de manifestar en nosotros."(Rm 8, 15- 18) Un Espíritu de amor, fortaleza y dominio propio (2 de Tim 1, 7) No hemos recibido un espíritu de miedo porque el amor echa fuera el temor (1 de Jn 4, 18) Miedo al qué dirán; miedo al futuro; miedo a caer en el pecado; miedo a ser pobres y a ser perseguidos, miedo a equivocarse, etc.


El Espíritu se une a nuestro espíritu para darnos testimonio de que ya somos hijos de Dios. y somos hijos, somos también herederos con Cristo que él comparte con nosotros. La Herencia de Dios. Dios es nuestra herencia. Espíritu de Fortaleza para soportar el dolor, el sufrimiento y hasta la muerte por Jesús. Fortaleza para hacer el bien y vencer el mal (Rm 12, 21) Fortaleza para seguir a Cristo sabiendo que si sufrimos con él, también reinaremos con él, si morimos con él también viviremos con él (cf 2 de Tim 2, 11- 12) La Resurrección es nuestra Esperanza, porque creemos en la Vida Eterna que la hacemos nuestra por la fe en Jesucristo (cf Jn 6, 40) Permanezcamos en el Amor de Cristo, es decir, en su Gracia, caminemos en la Luz llevando una vida resucitada en el amor y el servicio a Dios ya los hombres.

Y esta es la voluntad del que me ha enviado; que no pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite el último día. Porque esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en él, tenga vida eterna y que yo le resucite el último día.»(Jn 6, 39- 40) Así habló Jesús, y alzando los ojos al cielo, dijo: «Padre, ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti. Y que según el poder que le has dado sobre toda carne, dé también vida eterna a todos los que tú le has dado.” “Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo.” (Jn 17, 1- 3)

 

El deseo eterno de Dios ha sido manifestado por Jesús: “Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia.” (Jn 10, 10) Para esto Jesús murió y resucitó para darnos vida eterna.

 

 

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