LA FE Y EL AMOR NI SE COMPRAN NI SE VENDEN SON DONES DE DIOS.

 


LA FE Y EL AMOR NI SE COMPRAN NI SE VENDEN SON DONES DE DIOS.

Las aguas torrenciales no podrían apagar el amor, ni anegarlo los ríos. Si alguien quisiera comprar el amor con todas las riquezas de su casa, se haría despreciable.  (Ct 8, 7)

La fe que viene de lo que se escucha, la Palabra de Dios (Rom 10, 17) La fe es fuerza y poder de Dios que echa fuera la soberbia y deja en nosotros un corazón pobre y humilde donde nace y crece la esperanza que se despliega hacia el amor. Donde está una, estás las otras dos, y si una desaparece desaparecen las tres. Donde hay amor hay fe y hay esperanza. Y donde hay esperanza hay fe y hay amor.  De las tres la más grande es el amor (la caridad), (1 de Cor 13, 13) pero, la más importante es la esperanza. Ésta es la fuerza que motiva la fe para cultivarse y dar frutos de vida eterna. “Fortaleceos con la energía de su poder para que podáis resistir en el día malo.” (Ef 6, 10) La Unidad de las tres: fe, esperanza y caridad, conforman la Gracia de Dios. La fe llegada a su madurez es caridad (Gal 5, 6) Unidas por la esperanza.

“Habiendo, pues, recibido de la fe nuestra justificación, estamos en paz con Dios, por nuestro Señor Jesucristo, por quien hemos obtenido también, mediante la fe, el acceso a esta gracia en la cual nos hallamos, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios. Más aún; nos gloriamos hasta en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación engendra la paciencia; la paciencia, virtud probada; la virtud probada, esperanza, y la esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado.” (Rom 1-5) La justificación por la fe nos trae el perdón de los pecados y el don del Espíritu Santo, la Gracia de Dios que nos ayuda a vivir como hijos de Dios y como hermanos unos de los otros.

Si, siendo aún enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, con mayor razón, estando ya reconciliados, seremos salvos por su vida. Y no sólo eso. Hasta ponemos nuestra gloria y confianza en Dios gracias a nuestro Señor Jesucristo, por cuyo medio hemos obtenido ahora la reconciliación. (Rm 5, 10-11) Dios nos ama aún a pesar de que somos pecadores, y pecamos, pero, en su gran misericordia nos perdona hasta setenta veces siete y nos reconcilia, en virtud de la sangre de Cristo (Ef 1, 7: 2, 14), para que volvamos a ser sus hijos y hermanos entre nosotros. Permanezcamos en su Gracia para cultivar la amistad con él, la amistad es amor. Cuando lo amamos somos los amigos de Dios, cuando tenemos la desgracia de caer en pecado de muerte, somos sus enemigos.

El salario del pecado es la muerte, pero en Cristo Dios nos da vida eterna (cf Rom 6, 23) Hablamos de muerte espiritual, vacíos de Dios, de su amor y de los valores del Reino. Pablo nos recuerda que la muerte del pecado viene del primer hombre, Adán, en cambio, por Cristo y en Cristo, nos ha traído la reconciliación y nuestra salvación: “Cristo resucitó de entre los muertos: el primero de todos. Lo mismo que por un hombre hubo muerte, por otro hombre hay resurrección de los muertos. Y lo mismo que en Adán todos mueren, en Cristo todos serán llamados de nuevo a la vida.” (1Co 15, 20-22) Todo es Gracia de Dios que nos amó y nos entregó a su Hijo para salvarnos (Jn 3, 16)

El amor de Cristo nos apremia, al pensar que, si uno murió por todos, consiguientemente todos murieron en él; y murió por todos, para que los que viven no vivan ya para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos.  (2Co 5, 14-15) Por la fe y el bautismo nos incorporamos a Cristo en su muerte, en su sepultura y  en su resurrección (Rom 6, 3- 4) Ahora nuestra vida no nos pertenece, somos de Cristo, si lo amamos. Pues los que son de Cristo Jesús, han crucificado la carne con sus pasiones y sus apetencias. Si vivimos según el Espíritu, obremos también según el Espíritu. No busquemos la gloria vana provocándonos los unos a los otros y envidiándonos mutuamente. (Gál 5, 24- 26)

Dos cosas nos piden la fe, la esperanza y la caridad: “Qué amemos a Cristo y lo sigamos.” Dos textos, uno de Juan y otro de Lucas, nos explican lo anterior: El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él.» (Jn 14, 21) Decía a todos: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí, ése la salvará. (Lc 9, 23- 24) El que dice que ama a Dios que ame también a su prójimo. Qué ame todo lo que Cristo ama, a su iglesia: “Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, purificándola mediante el baño del agua, en virtud de la palabra” (Ef 5, 24- 25)

La vida en Cristo es un don de Dios y es una lucha. La Lucha es entre el Bien y el mal; entre el Ego y el Amor; entre las virtudes y los vicios. ¿Quién ganará? Gana aquel o aquella que alimenta a uno o a otro. ¿Cómo se alimenta al Bien, es decir, a Cristo?  El alimento favorito es hacer la Voluntad de Dios (Mt 7, 21; Jn 4, 34) La Palabra de Dios y la Oración íntima que se hace por amor son armas poderosísimas, juntamente con las Obras de Misericordia y la vida comunitaria que nos ayudan a revestirnos de Jesucristo (Rom 13, 14) Con este alimento nos fortalecemos en fe, esperanza y caridad para darle muerte al hombre viejo, morir al pecado y vivir para Dios. Pablo nos recomienda dos cosas: “Huye de las pasiones juveniles. Vete al alcance de la justicia, de la fe, de la caridad, de la paz, en unión de los que invocan al Señor con corazón puro” ( 2 de Tim 2, 22) “Vuestra caridad sea sin fingimiento; detestando el mal, adhiriéndoos al bien;” (Rom 12, 9) Por amor a Cristo y a su Iglesia.

 

 



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