ESTOY CON USTEDES PARA AMARLOS Y PARA CONDUCIRLOS.

 


ESTOY CON USTEDES PARA AMARLOS Y PARA CONDUCIRLOS.

 

Después de la multiplicación de los panes en la Jesús dio de comer a más de cinco mil hombre con cinco panes y dos peces, sobrando doce canastos: “Inmediatamente obligó a los discípulos a subir a la barca y a ir por delante de él a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. Después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar; al atardecer estaba solo allí. La barca se hallaba ya distante de la tierra muchos estadios, zarandeada por las olas, pues el viento era contrario. Y a la cuarta vigilia de la noche vino él hacia ellos, caminando sobre el mar.” (Mt 14, 22ss)

 

Despidió a la gente, quería estar sólo para estar con su Padre. Por un lado estaba triste por la muerte de Juan el Bautista y por otro lado esta agradecido por el gran milagro que había hecho al darle de comer a tanta gente. Subió al monte para estar a solas para comunicarse con su Padre. Desde el atardecer oró, hasta muy avanzada  la noche. A la cuarta vigilia de la noche vino a buscar a sus discípulos. Vino caminando sobre el mar. Caminar sobre las aguas significa “vencer el mal” Jesús es el que camina sobre el agua, tiene poder para vencer la naturaleza, para vencer el mal, para vencer la enfermedad,  para vencer al Maligno y al Mundo. Los discípulos estaban en problemas, el viento era contrario y amenazaba con hundir la barca. Ellos asustados luchaban queriendo controlar la barca, y sacando el agua que le entraba. Derrepente ven algo como un fantasma que venía hacia ellos viviendo sobre el agua. Se llenaron de miedo y gritaban muy asustados.

 

Los discípulos, viéndole caminar sobre el mar, se turbaron y decían: «Es un fantasma», y de miedo se pusieron a gritar. Pero al instante les habló Jesús diciendo: «¡Animo!, que soy yo; no temáis. Jesús se identifica con su nombre: Yo soy. Su palabra les trae paz y calma. “No tengan miedo, ánimo.”

 

Pedro le respondió: «Señor, si eres tú, mándame ir donde ti sobre las aguas.» No tenía la certeza que fuera Jesús, por eso con miedo le pide: mándame ir a  ti. Jesús le responde: ¡Ven!», le dijo. Bajó Pedro de la barca y se puso a caminar sobre las aguas, yendo hacia Jesús. Pero, viendo la violencia del viento, le entró miedo y, como comenzara a hundirse, gritó: «¡Señor, sálvame!». Pedro pudo caminar sobre las aguas, pudo hacerlo. Pero poniendo sus ojos en las olas y en el viento, le quitó sus ojos a Jesús, y comenzó a hundirse. Cuántas veces nos ha pasado lo mismo. Nos comprometemos con Jesús, somos fieles una semana, un mes, y  luego fallamos.

 

Jesús atento a lo que le está pasando a Pedro, escucha el clamor de su discípulo, y viene en su auxilio: Al punto Jesús, tendiendo la mano, le agarró y le dice: «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?» Subieron a la barca y amainó el viento. Y los que estaban en la barca se postraron ante él diciendo: «Verdaderamente eres Hijo de Dios.» (Mt14, 22- 33)

 

Extender la mano es compartir el don que se tiene: la fe, la esperanza, el amor u otros dones materiales o espirituales. Jesús extiende su mano salvadora, liberadora y lo rescata, lo libra del peligro. Lo levanta y lo atrae hacia él con cuerdas de ternura y de misericordia, y cuando ya lo tiene seguro le dice: “Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?” ¿De qué dudó Pedro? Nos dice el profeta: “Bendito sea aquel que fía en Yahveh, pues no defraudará Yahveh su confianza.” (Jer 17, 7) El apóstol Pablo dice: Por este motivo estoy soportando estos sufrimientos; pero no me avergüenzo, porque yo sé bien en quién tengo puesta mi fe, y estoy convencido de que es poderoso para guardar mi depósito hasta aquel Día.(2 de Tim 1, 12).

 

Es una enseñanza: la barca sin Jesús, está en peligro de hundirse. Lo mismo le sucede a la Iglesia, cuando somos nosotros los que queremos conducirla, entramos en peligro, pongamos todo en la manos de Jesús. Su promesa es estar siempre con nosotros para protegernos, amándonos, y conduciéndonos: “Aquí estoy, porque te amo y para conducirte.  (Mt 28, 20) «Os aseguro también que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, sea lo que fuere, lo conseguirán de mi Padre que está en los cielos. Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.» (Mt 18, 19-20)

 

Si Jesús está con nosotros, estamos en su Gracia, nuestra fe está viva y dando frutos de vida eterna, pero, si perdemos el rumbo y nos desviamos, entonces nos hundimos y perdemos la fe y la gracia. Perdemos la luz, la fuerza y el amor, experimentamos el vacío de Dios y de su amor. Lo que nos queda es escuchar el clamor de Dios que nos invita a acercarnos a él. “Vengan a mí, los que están cansados y agobiados y yo os aliviaré (Mt 11,28) El encuentro con Jesús es liberador porque nos quita las cargas del pecado, y es gozoso porque experimentamos el triunfo de su resurrección, además es reconciliador porque nos reconcilia con Dios y con los hombres. Tengamos como modelo de gratitud a los tesalonicenses que nos dice su carta: “Ellos mismos cuentan de nosotros cuál fue nuestra entrada a vosotros, y cómo os convertisteis a Dios, tras haber abandonado los ídolos, para servir a Dios vivo y verdadero, y esperar así a su Hijo Jesús que ha de venir de los cielos, a quien resucitó de entre los muertos y que nos salva de la Cólera venidera.” (1 de Ts 1, 9- 10)

 

Por tanto, también nosotros, teniendo en torno nuestro tan gran nube de testigos, sacudamos todo lastre y el pecado que nos asedia, y corramos con fortaleza la prueba que se nos propone. fijos los ojos en Jesús, el que inicia y consuma la fe, el cual, en lugar del gozo que se le proponía, soportó la cruz sin miedo a la ignominia y está sentado a la diestra del trono de Dios. Fijaos en aquel que soportó tal contradicción de parte de los pecadores, para que no desfallezcáis faltos de ánimo. (Heb 12, 1- 13)

 

Que nuestra fe sea firme, férrea y fuerte: Tú, pues, hijo mío, manténte fuerte en la gracia de Cristo Jesús; y cuanto me has oído en presencia de muchos testigos confíalo a hombres fieles, que sean capaces, a su vez, de instruir a otros. Soporta las fatigas conmigo, como un buen soldado de Cristo Jesús. Nadie que se dedica a la milicia se enreda en los negocios de la vida, si quiere complacer al que le ha alistado. Y lo mismo el atleta; no recibe la corona si no ha competido según el reglamento. Y el labrador que trabaja es el primero que tiene derecho a percibir los frutos. Entiende lo que quiero decirte, pues el Señor te dará la inteligencia de todo. (2 de Tim 2, 1- 7)

 

“Y los que estaban en la barca se postraron ante él diciendo: «Verdaderamente eres Hijo de Dios.” En la Iglesia de Cristo y de Dios reconocemos que Jesús, es el Cristo, es el Señor, y es Dios (Jn 20, 28)

 

 

 

 

 

 

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