EL QUE NO RENACE DE LO ALTO NO PUEDE ENTRAR EL REINO DE DIOS.

 



EL QUE NO RENACE DE LO ALTO NO PUEDE ENTRAR EL REINO DE DIOS.

Iluminación: Si han resucitado con Cristo, busquen las cosas del cielo, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios. (Col 3, 1)

 

Había un fariseo llamado Nicodemo, hombre principal entre los judíos, que fue de noche a ver a Jesús y le dijo: "Maestro, sabemos que has venido de parte de Dios, como maestro; porque nadie puede hacer los signos que tú haces, si Dios no está con él". Jesús le contestó: "Yo te aseguro que quien no renace de lo alto, no puede ver el Reino de Dios". Nicodemo le preguntó: "¿Cómo puede nacer un hombre siendo ya viejo? ¿Acaso puede, por segunda vez, entrar en el vientre de su madre y volver a nacer?" Le respondió Jesús: "Yo te aseguro que el que no nace del agua y del Espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios. Lo que nace de la carne, es carne; lo que nace del Espíritu, es espíritu. No te extrañes de que te haya dicho: 'Tienen que renacer de lo alto'. El viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así pasa con quien ha nacido del Espíritu". (Jn 3, 1-8)

¿Qué hacer para nacer de nuevo y entrar en el Reino de Dios? Lo primero es creer en Jesús. La fe viene de lo que se escucha, la Palabra de Dios (cf Rm 10, 17) Después de escuchar la Palabra, ésta nos lleva por el camino del grano de trigo a la muerte: En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto. El que ama su vida, la pierde; y el que odia su vida en este mundo, la guardará para una vida eterna.(Jn 12, 24- 25) La fe nos lleva a la conversión que nos muestra que de Dios no nacemos una sola vez, siempre, es posible, estar naciendo de Dios, cada vez que aceptamos y nos sometemos a la voluntad de Dios, manifestada en su Palabra.

 

La verdad de Dios es ésta: "Yo te aseguro que quien no renace de lo alto, no puede ver el Reino de Dios". Recordemos que Jesús para resucitar, tuvo que morir, y para morir tuvo que nacer y para nacer tuvo su Madre que estar embarazada y luego dar a Luz a su Hijo que le puso por Nombre Jesús, que significa: Dios salva (Mt 1, 21) Es el camino del grano de trigo: para nacer hay que morir, para luego resucitar y dar frutos en abundancia (cf Jn 10, 10) Renacer de lo alto es nacer de Dios, del agua y del Espíritu. En el Bautismo renacemos de Dios, recibimos el perdón de los pecados y el don del Espíritu Santo, nos hacemos coherederos con Cristo de la herencia de Dios (Rm 8, 17) El Bautismo es para vivirse, vivir como hijos de Dios, como hermanos de los demás y como servidores de Dios y de los hombres.

La gran desgracia, que seguimos siendo pecadores, y pecamos, el pecado nos aleja de Dios, nos divide y nos da la muerte espiritual. Hay muchos bautizados que son ateos y paganos, viven como si Dios no existiera. Pero, “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad” (1 de Tim 2, 4) Y, como Buen Pastor que es, nos busca hasta encontrarnos (Lc 15, 4) Nos habla al corazón una Palabra que es Luz, fuerza y misericordia. Al escuchar esta Palabra y creer en ella, somos portadores de vida eterna, quedamos embarazados de Cristo que es nuestra redención, nuestra salvación y nuestra sabiduría (1 de Cor 1,30) Palabra ungida que ilumina nuestras tinieblas. Nos ayuda a reconocer nuestros pecados (Jn 16, 8; 1 de Jn 1, 8) Es un elemento esencial de nuestra fe: somos pecadores necesitados de la Gracia de Dios.

 

Este es el segundo lugar para nacer de Dios, reconocernos que somos pecadores ya que Cristo vino al mundo a salvar a los pecadores, de los cuales, yo soy el primero (1 de Tim 1, 15) Mi Padre siempre trabaja y yo también lo dice Jesús (Jn 5, 17) Trabaja para que renazcamos de nuevo, de lo alto, de Dios. Y ahora hace nacer en nuestros corazones un arrepentimiento sincero. “Me duele en mi corazón haberte ofendido, me propongo no volver hacerlo.” Para luego, la Gracia, nos lleva a un encuentro con Cristo, nos lleva al “Quirófano de Jesús, el Sacramento de la confesión” Donde nuestros pecados son perdonados y nos da el don del Espíritu Santo,. Donde nuestros pecados son perdonados nacemos de nuevo, nacemos de Dios. Por eso Jesucristo resucitado dio a la Iglesia sus dones:

"Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros.» Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús les dijo otra vez: «La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío.» Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.»"(Jn 2, 19- 23) Les hace partícipes de su Misión, les da Espíritu Santo y el Ministerio de la Reconciliación.

 

"Jesús se acercó a ellos y les habló así: «Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo.»"(Mt 28, 18- 20) Por el poder del Cielo y por el poder de su Muerte y Resurrección Jesucristo da autoridad a su Iglesia de predicar su Palabra, celebrar los Sacramentos y conducir a su Pueblo, su Promesa es actual y es eficaz: Y estaré con Ustedes todos los días hasta siempre.

 

Por la fe nos apropiamos de los frutos de la Redención de Cristo: el perdón de nuestros pecados, la paz, la resurrección y el don del Espíritu Santo. De Dios no nacemos una sola vez, siempre podemos estar naciendo de Dios. Que lo nuestro sea un parto permanente, estar naciendo en Cristo de Dios. En cada oración bien hecha, en cada Sacramento bien celebrado, en cada obra bien hecha (por Caridad) Cada vez que luchamos contra el mal y vencemos estamos naciendo de Dios. Cada vez que aceptamos y nos sometemos a la voluntad de Dios, estamos naciendo de lo Alto. Nos estamos haciendo hijos de Dios en Cristo, y por lo mismo, somos coherederos con Cristo, de la herencia de Dios (Rm 8, 17)

 

La fe que nace de la escucha de la Palabra de Dios y del Sacramento del bautismo, nos deja Luz, Fuerza y Amor.

 

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