APRENDER EL ARTE DE PERDONAR

 


 

¿PORQUÉ HABLAR DEL PERDÓN?

 

Objetivo: Informar sobre el sentido del pecado en orden a nuestra salvación y como camino de sanación interior que nos capacita para el amor y para el servicio a la Iglesia.

 Iluminación. “Sed misericordiosos como vuestro Padre celestial es misericordioso” (Lc 6, 36). “No sólo hasta siete, sino hasta setenta veces siete” (Mt 18, 23).

 

1.    ¿Porqué hablar del perdón?
 
Porque existen recuerdos, situaciones, acontecimientos en las personas, que más que huellas han dejado heridas en el alma y se convierten en la piedra en el zapato que no nos dejan avanzar puesto que duele y lastima cada vez que intentamos caminar… es necesario, urge, aprender a perdonar… pensemos que el pasado ya pasó. Nada se puede cambiar, lo hecho, hecho está. Lo que si podemos hacer es “redimir el mal”. Redimir es vencer, sacarlo fuera para que deje de hacer daño y en su lugar dejar lugar al amor, a la verdad y a la vida.
 
La fuerza del perdón que recibimos y que damos tiene como fundamento la pasión, el sufrimiento y la muerte del Señor. Así lo dijo el profeta Isaías: “Él ha sido herido por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas. Él soportó el castigo que nos trae la paz, y con sus cardenales hemos sido curados” (Is 53, 5) En virtud de los méritos de Jesucristo, con la fuerza de su sangre podemos pedir a quienes hemos ofendido y dar perdón a quien nos ha ofendido. 
 
2.     ¿Y qué es el perdonar?
 
El perdón es un don de Dios y una respuesta del hombre. Con la ayuda de la Gracia y con nuestra cooperación podemos perdonar a quienes nos hayan herido. Cuando abrimos la puerta del corazón al rencor nos llenamos de amargura. Cuando hemos permitido que el odio eche raíces en nuestro interior, se pierde la sonrisa y la capacidad de vivir en armonía con Dios, con uno mismo y con los demás. Sólo se  puede perdonar cuando nos abrimos a la Palabra, a la oración, al amor de Cristo, que nos amó primero. “Sólo unidos a mí podréis dar fruto”; sólo entonces comprenderemos que la “fiesta” del corazón es fruto del perdón que Dios nos otorga y que nosotros damos a nuestros deudores.
 

2.1  Digamos primero lo que no es perdonar.

 

a)    No es un sentimiento…

El perdón no se da en los afectos, no es un acto emocional. No se trata de perdonar porque el corazón siente. El perdón trabaja, tanto en los afectos, como en la inteligencia y en la voluntad. La gente dice: No me nace perdonar. No puedo perdonar. El perdón no me nace… es una decisión que está en la voluntad iluminada por la inteligencia. Lo sienta o no lo sienta, me guste o no me guste, me conviene perdonar para no verme privado de la gracia de Dios.

 

Recordemos lo que dice la Biblia: “El pecado nos priva de la gracia de Dios”. (Rm 4, 23). ¿Por qué me conviene? Jesús ha dicho: “el que guarda mis mandamientos y mis palabras, ese es el que me ama, y mi Padre, también lo ama y venimos y nos manifestamos en él y hacemos de él nuestra morada” (cfr Jn 14, 18.21)

b)             Perdonar no es decir: perdono, pero, no olvido

Por eso cada vez que lo recuerdo me gruñen las tripas, me dan cólicos, me lleno de rabia y agarro el pesado y lo refriego en la cara de aquellos que están a mi lado. El perdón no se condiciona. Escuchamos a la gente decir: “lo perdono si me pide disculpas”. “Lo perdono si se humilla y se arrodilla a mis pies”. Eso no es perdonar, es más bien egoísmo y soberbia. Otros dicen que perdonan, pero viven recordando las ofensas recibidas en el pasado y echándolas en cara, eso es ser neurótico…hace daño, hace sufrir y da muerte a la familia. Por ejemplo una infidelidad de años atrás, cuando se recuerda y el corazón está vacío de amor, trae mucho dolor y sufrimiento.

Los que conocemos la historia del hijo pródigo hemos aprendido que el amor del Padre es incondicional, nunca es negociado. El Padre corre a su encuentro, lo abraza, lo besa, no lo deja terminar su discurso. Pronto, ordena a sus siervos, tráiganle la mejor ropa, el mejor anillo, las mejores sandalias, traigan el becerro gordo y preparen la fiesta, “la fiesta del perdón” (cfr Lc 15, 11ss). En esta historia Jesús nos enseña que para el Padre perdonar es amar. Nos acepta tal como somos, nos acoge y hace una fiesta.

 

2.2  Ahora digamos lo que sí es perdonar.

a)             Perdonar es la decisión de amar a una persona, como ella es, permanentemente, es decir, siempre; perdonar es amar; amar a una persona concreta, real de carne y hueso que me hizo sufrir, destruyó mi matrimonio; me despojó de mis bienes; me levantó una calumnia que me llenó de vergüenza y fui el hazme reír de la gente; esa persona puede ser mi padre, mi madre, mis abuelos, vecinos, maestros, novios, amigos, etc. Sin perdón no hay Paz, no hay vida, no hay alegría.

 

b)             Perdonar es aceptar a una persona como ella es y no como yo quisiera que fuera. Cuando acepto a alguien incondicionalmente, con sus defectos y con sus debilidades, con su historia y con su pasado, me estoy abriendo al perdón, para que fluya en mi interior la paz, el amor y el gozo del Señor.

 

c)              Perdonar es aceptar un pedido de disculpa. Si queremos que nuestra oración sea poderosa hemos de estar listos a dar perdón a quien nos haya ofendido, y dispuestos a pedir perdón a quien hayamos ofendido.

 

d)             Para el cristiano que ha recibido el perdón de Dios a pesar de sus muchos crímenes, perdonar es mostrar la misma misericordia que ha recibido del Señor: “sed misericordiosos como vuestro Padre celestial es misericordioso” (Lc 6, 36). Misericordia significa amar con el corazón al otro con su miseria. Dios ama al pecador, no ama el pecado, no obstante lo acoge y lo perdona incondicionalmente.

 

El Perdón es medicina que sana el dolor del alma, es el alivio que devuelve la esperanza, es el milagro que renueva o restaura la paz, es la magia que nos permite recordar sin sufrir, y muchas veces olvidar aquello que tanto nos hizo llorar, nos robó la fe, en el amor, en la amistad, en Dios, en uno mismo o en los demás. Por todo esto debemos hemos de aprender a “Perdonar”, nos conviene, nos es útil y lo necesitamos para ser personas libres de rencores, resentimientos y odios.  Perdonar es remover en tapón del “botellón” de nuestro corazón, para que podamos llenar de la Gracia redentora de Cristo, de su amor, de su paz y de su gozo. Mientras el “botellón” este sellado, aunque nos caiga el agua, sólo será superficial, no penetrará lo profundo y seguiremos secos por dentro.

 

 

3.    ¿Cuántas veces tengo que perdonar? 

En aquel tiempo, Pedro se acercó a Jesús y le preguntó: “Si mi hermano me ofende, ¿Cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete veces?” Jesús le contestó: “No sólo hasta siete, sino hasta setenta veces siete” (Mt 18, 23). Es decir, siempre. Esto sólo es posible si el perdonar se convierte en algo habitual: es decir, lo de diario, lo de todos los días. Pablo nos dice: “Enójense, pero no den lugar al diablo, reconcíliense antes de la puesta del sol” (Ef 4, 26). Cuando hay enojos y no hay reconciliación damos lugar a los resentimientos, al rencor, al odio, a la venganza… a la enemistad. Enemigo es toda aquel que me hace sentir mal, que me roba la paz, que estorba a mis intereses que pienso que no me ama, que habla mal de mí, que no está de acuerdo conmigo. La verdad es que me he llenado de cizaña, y lo negativo ha invadido mi alma. 

4.    La enseñanza de Jesús sobre el perdón.

El Señor Jesús ha venido a traernos el Perdón de Dios. Jesús es Maestro que da vida a los que hacen de su Palabra la delicia de su vida. A los que hacen de su Palabra la Norma para su vida. Él nos enseña a vivir como personas dignas, valiosas e importantes. Quien escuche su Palabra se hace inteligente. Para la Biblia ser inteligente es saber vivir: una persona que odia y es rencorosa no sabe vivir, no obstante tengas muchos títulos y diplomados, pero en su interior guarda resentimientos, rencores, odios venganzas. Jesús nos enseña  el arte de vivir en comunión con Dios, como Padre; con los demás como hermanos y con nosotros mismos como amos y señores de las cosas.

 

La enseñanza del perdón en el Evangelio. Escuchemos su Palabra:

  • “Habéis oído que se dijo: “Ojo por ojo y diente por diente, más yo os digo que no resistáis al mal” (Mt 5, 38-39). 
  •  “Perdonen para que puedan ser llamados hijos de su Padre celestial que es bueno hasta con los malos” (Mt 5, 44).
  •  “Que si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial, pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas” (Mt 6, 14- 15).
  • En el Padre nuestro rezamos: “Perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos han ofendido” (Mt 6, 12).
  •  “Amen a sus enemigos; hagan el bien a los que los odien; bendigan a los que los maldiga; rueguen por los que los difamen” (Lc 6, 27s).
  •  “Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso. No juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados “Perdonad y seréis perdonados”. Dad y se os dará: una medida buena, apretada a rebasar… Porque con la medida  con que midáis se os medirá a vosotros” (Lc 6, 36- 38).
  • Jesús sella su enseñanza sobre el perdón diciendo desde la cruz: “Perdónalos Padre, porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34). Lo dice al mismo tiempo que derrama su sangre sobre la humanidad. Él nos había dicho: “No hay amor más grande que el dar la vida por los amigos” (Jn 15, 15). Al final de la vida nos enseña que el amor a los enemigos y dar la vida por ellos, es aún mayor que el primero.

Para profundizar en la enseñanza del perdón Jesús nos dejó una historia sacada de la experiencia del pueblo: Entonces Jesús les dijo: “El Reino de los cielos es semejante a un rey que quiso ajustar cuentas con sus servidores. El primero que le presentaron le debía muchos millones. Como no tenía con que pagar, el señor mandó que lo vendieran a él, a su mujer, a sus hijos y todas sus posesiones, para saldar la deuda. El servidor arrojándose a sus pies, le suplicaba, diciendo: “ten paciencia conmigo y te pagaré todo”. El rey tuvo lástima de aquel servidor, lo soltó y hasta le perdonó la deuda.

Pero apenas había salido aquel servidor, se encontró con uno de sus compañeros, que le debía poco dinero. Entonces lo agarró por el cuello y casi lo estrangulaba, mientras decía: Págame lo que me debes. El compañero se le arrodilló y le rogaba: Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo. Pero el otro no quiso escucharlo, sino que fue y lo metió en la cárcel hasta que le pagara la deuda. Al ver lo sucedido, sus compañeros se llenaron de indignación y fueron a contar al rey lo sucedido. Entonces el señor lo mandó y le dijo: Siervo malvado. Te perdoné toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No debías tú también haber tenido compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti? Y el Señor, encolerizado, lo entregó a los verdugos para que no lo soltaran hasta que pagara todo lo que debía. “Pues lo mismo hará mi Padre celestial con ustedes, si cada cual no perdona de corazón a su hermano” (Mt 18, 21. 35)

Encontramos en la parábola dos tipos de personas: una llena de generosidad y de misericordia; la otra llena de resentimientos, de maldad y avaricia. La enseñanza de Jesús nos descubre el corazón del rey que no es otro, que su Padre celestial, y el corazón del hombre individualista y tacaño que puede ser uno de nosotros; encerrados en sí mismos y llenos de ambición, como aquel hombre que no fue capaz de perdonar a su prójimo que le debía una deuda pequeñísima comparada con lo que a él se le había perdonado.

 

 

 

5.    ¿A quién tenemos que perdonar?

 

a)                   Perdonar a Dios, es el primer perdón.  No porque haya hecho algo mal contra nosotros, Él sólo nos da lo bueno, salimos de sus manos muy bellos: “Hagamos al hombre a imagen y semejanza nuestra”. Cuando Dios terminó su obra dijo que estaba muy bueno, es decir, muy bello. De Dios sólo se recibe lo bueno, lo noble, lo justo, lo que construye y nos hace ser mejores: más libres y más capaces de amar.  Sin embargo por tener una falseada imagen de Dios, del hombre y de la vida, pensamos que toda cosa desagradable que nos sucede viene de Dios. Por ignorancia lo culpamos por: enfermedades, accidentes, consecuencias de los errores de la humanidad, infertilidades, hijos con características no esperadas, abundancias o carencias, inconformidades propias que nos impiden encontrar la paz, por la pérdida de un ser querido.
 
Hacemos de nuestra oración un muro de lamentos, nos alejamos de Él porque no logramos entender o discernir cuál es su voluntad, le culpamos de los errores de otros. Nos enojamos y nos vamos a buscar quien haga nuestros gustos. Para poder renovar nuestro interior, es preciso liberar de toda culpa a Dios, aprender a descubrir y experimentar su inmenso amor por cada uno de nosotros y encontrar en él la sanación interior.
 
b)                   Perdonarnos a nosotros mismos, es el segundo perdón.  Hay casos en los que nos cuesta reconocer, que es a nosotros mismos a los que debemos perdonar; porque nos culpamos de muchas de las cosas que pasan a nuestro alrededor, juzgamos muy severamente nuestros errores, nos atormentamos por lo que dejamos de hacer o hicimos mal; divorcios, muertes, separaciones, palabras dichas y otras que no se dijeron, flores marchitas, historias de amor y amistad que no lograron terminar de escribirse o que tuvieron un triste final, y nos quedamos estancados en el pasado sin poder avanzar; arrastramos complejos de culpa, negándonos la oportunidad de empezar de nuevo, liberarnos, restaurarnos y renovarnos. Perdonarnos, es ser capaces de aceptar e indultar nuestra propia humanidad; pasar la hoja, atrevernos a escribir un nuevo capítulo de nuestra historia personal.
 
c)                   Perdonar a los demás, es el tercer perdón.  Para encontrar la paz del alma, hace falta perdonar también a los demás; la palabra que dolió, la traición que golpeó, la acción que la vida destrozó, por el abandono que nos dejó vacío nuestro interior, la omisión, la indiferencia, los acosos, el cansancio, la fragilidad humana del otro que tanto nos hirió, que robó la fe y la esperanza de creer en el amor, en la amistad, aún en el mismo perdón. 
 
Perdonar al otro es liberarnos de sentimientos que causan mucho más dolor; porque nos encasillan en hechos que ya pasaron, en tormentas que cesaron, en diluvios y terremotos que aunque arrasaron con lo mejor de nosotros mismos, no todo se lo han robado; porque mientras nuestro corazón siga latiendo, tenemos la oportunidad de seguir viviendo, restaurando lo que está destruido, renovar el corazón herido, devolviendo la fe y la paz que se había perdido.
 
d)                   Perdonar a nuestros enemigos, es el cuarto perdón. Enemigo es todo aquel que nos estorba en nuestros proyectos, que ha destruido nuestro hogar, que nos llevó a la quiebra, que nos ha calumniado, que no piensa como nosotros o que nos contradice, el esposo que traicionó y se fue, etc. Jesús nos enseñó: “Ama a tu enemigo y reza por el que te persigue para que puedas llamarte hijo de Dios” En el Padre nuestro nos enseñó: “Perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. No nos engañemos, la medida del perdón que damos es la medida del perdón que recibimos. Pudiéramos también decir: “Enséñanos a perdonar como Tú nos has perdonado. Enséñanos a dar vida a nuestros enemigos como tú nos has dado vida a nosotros.
 
 
6.    Actitudes para tener en cuenta en el arte de perdonar.
 
V  Aceptar que no somos agradables para todo el mundo. A muchos pueden agradar nuestras enseñanzas, nuestra personalidad, nuestras acciones y a otros no. Muchas son las personas que se hunden cuando no son invitadas a una fiesta o no son tenidas en cuenta. Aceptemos que no somos: “moneditas de oro” para caerle bien a todos.
 
V  Saber aceptar nuestros errores es una buena medida para no deprimirnos y desanimarlos, y también para no llenarnos de rabia o rencor hacia nosotros mismos.
 
V  Aceptar que los demás son distintos a nosotros. No piensan como pensamos y pueden no estar de acuerdo con nuestros criterios. Cuando no se acepta esta verdad podemos caer en el “fanatismo” agresivo y violento.
 
V  Ser personas positivas y optimistas para no andar viendo enemigos en todas partes, pensando que los demás no nos quieren o nos tienen envidia. 
 
V  Aceptar que no siempre se cumplen nuestras expectativas y hagamos nuestro el principio de: “Nunca añadir sufrimiento a los demás”. 
 
V  Aceptar que los otros pueden saber más que nosotros; pueden tener y más hacer las cosas mejor que nosotros para no llenarnos de envidia o de tristeza. El tener o el saber no nos dan el valor esencial y fundamental, no nos sintamos ni menos ni más que los demás. Como tampoco doblemos la rodilla ante el “oro y ante el poder”.
 
V  Tener una actitud vigilante para no dejarnos sorprender por el enojo y la rabia; para no ser personas de impulsos, arrebatos y berrinches. No dejarnos sorprender por el espíritu de grosería, de crítica y de juicios negativos.

 

Publicar un comentario

Whatsapp Button works on Mobile Device only

Start typing and press Enter to search