LA FUERZA DEL ESPÍRITU SANTO ES PARA EL TESTIMONIO DE CRISTO

 


LA FUERZA DEL ESPÍRITU SANTO ES PARA EL TESTIMONIO DE CRISTO

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus apóstoles: “Cuídense de la gente, porque los llevarán a los tribunales, los azotarán en las sinagogas, los llevarán ante gobernadores y reyes por mi causa; así darán testimonio de mí ante ellos y ante los paganos. Pero, cuando los enjuicien, no se preocupen por lo que van a decir o por la forma de decirlo, porque, en ese momento se les inspirará lo que han de decir. Pues no serán ustedes los que hablen, sino el Espíritu de su Padre el que hablará por ustedes. El hermano entregará a su hermano a la muerte, y el padre a su hijo; los hijos se levantarán contra sus padres y los matarán; todos los odiarán a ustedes por mi causa, pero el que persevere hasta el fin, se salvará’’. Mt 10, 17-22

El Testimonio por Jesús.

"Los que estaban reunidos le preguntaron: «Señor, ¿es en este momento cuando vas a restablecer el Reino de Israel?» El les contestó: «A vosotros no os toca conocer el tiempo y el momento que ha fijado el Padre con su autoridad, sino que recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra.»"(Hch 1. 6- 8)

Por la acción del Espíritu Santo somos testigos de Cristo. Testigos de palabra y de obra. Hablamos bien de Jesús y con valentía y por otro lado nos negamos a nosotros mismos y hacemos las buenas obras (Ef 2, 10). Amamos y seguimos a Jesús por los caminos de la vida que algunas veces son tenebrosos, como lo dice el evangelista san Lucas.

"Sucedió que cierto día subió a una barca con sus discípulos, y les dijo: «Pasemos a la otra orilla del lago.» Y se hicieron a la mar. Mientras ellos navegaban, se durmió. Se abatió sobre el lago una borrasca; se inundaba la barca y estaban en peligro. Entonces, acercándose, le despertaron, diciendo: «¡Maestro, Maestro, que perecemos!» El, habiéndose despertado, increpó al viento y al oleaje, que amainaron, y sobrevino la bonanza. Entonces les dijo: «¿Dónde está vuestra fe?» Ellos, llenos de temor, se decían entre sí maravillados: «Pues ¿quién es éste, que impera a los vientos y al agua, y le obedecen?»"(Lc 8, 22- 25)

La barca es la Iglesia y la tempestad, los vientos y los huracanas que sacuden a la barca, son las tentaciones, las persecuciones, las pruebas, las luchas que nos sacuden y que amenazan con hundirnos. Jesús duerme para darnos una lección para la vida. Sin Jesús la barca se hunde y se pierde. Jesús es el guardián de la Iglesia, es nuestro defensor y nuestro salvador. Sin Jesús ni siquiera damos fruto (cf Jn 15, 4) El grito de auxilio de la Iglesia siempre ha de ser: “Sálvanos, Señor que perecemos” Y, Él que siempre está dispuesto ayudarnos, extiende su mano para sacarnos del peligro. Calma los vientos y las tempestades y viene la paz, la calma.

Por eso hay que ir a la otra orilla, esto es para los servidores, los discípulos y los amigos de Jesús que están siempre dispuestos a escuchar su Palabra y ponerla en  práctica (cf Jn 15, 13)

En el libro del Eclesiástico nos dice: "Hijo, si te llegas a servir al Señor, prepara tu alma para la prueba. Endereza tu corazón, manténte firme, y no te aceleres en la hora de la adversidad. Adhiérete a él, no te separes, para que seas exaltado en tus postrimerías. Todo lo que te sobrevenga, acéptalo, y en los reveses de tu humillación sé paciente. Porque en el fuego se purifica el oro, y los aceptos a Dios en el honor de la humillación"(Eclo 2, 1- 5)

Las pruebas no son las tentaciones, estas nos inclinan al pecado y las pruebas son un don de Dios, una lección para la vida, Dios quiere purificarnos para darnos crecimiento. La prueba es como la visita del Señor que nos vivita por dos razones: la primera para confirmarnos en la fe, y la segunda para corregirnos cuando nos estamos desviando del camino. Jesús nos advierte sobre las pruebas: "«¡Simón, Simón! Mira que Satanás ha solicitado el poder cribaros como trigo; pero yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca. Y tú, cuando hayas vuelto, confirma a tus hermanos.» El dijo: «Señor, estoy dispuesto a ir contigo hasta la cárcel y la muerte.» Pero él dijo: «Te digo, Pedro: No cantará hoy el gallo antes que hayas negado tres veces que me conoces.»"(Lc 22, 31- 34) Pedro no entendió lo que Jesús le decía, después lo entenderá.

Las pruebas Dios las permite para darnos rostro de profetas, manos y pies firmes para caminar en la fe, la esperanza y en la caridad. “En lo cual os regocijáis grandemente, aunque ahora, por un poco de tiempo si es necesario, seáis afligidos con diversas pruebas, para que la prueba de vuestra fe, más preciosa que el oro que perece, aunque probado por fuego, sea hallada que resulta en alabanza, gloria y honor en la revelación de Jesucristo” (1 Pedro 1,6-7) La prueba es la señal que estamos siguiendo a Cristo Jesús. Escuchemos de Pablo:

"Tres veces fui azotado con varas; una vez apedreado; tres veces naufragué; un día y una noche pasé en el abismo. Viajes frecuentes; peligros de ríos; peligros de salteadores; peligros de los de mi raza; peligros de los gentiles; peligros en ciudad; peligros en despoblado; peligros por mar; peligros entre falsos hermanos; trabajo y fatiga; noches sin dormir, muchas veces; hambre y sed; muchos días sin comer; frío y desnudez. Y aparte de otras cosas, mi responsabilidad diaria: la preocupación por todas las Iglesias." (2 de Cor 11, 25- 28)

Frente a esto Pablo responde: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Flp 4, 13) La fuerza de Pablo y de todo apóstol es el Espíritu Santo que nos ilumina, nos fortalece y nos santifica. Él es nuestro Abogado, Maestro y Consolador. El Espíritu Santo actualiza en nuestra vida la Obra redentora de Cristo. Sin el Espíritu Santo no hay cristianismo, no hay vida eterna en nosotros, somos un cadáver.

¿Qué hacer cuando lleguen las pruebas? No te enojes ni te desesperes, no te sientas defraudado, alégrate y aférrate al Señor, y clávate en oración. Invoca al Señor para que se haga presente tu ayuda. “Defiéndeme y consuélame Señor, estoy en tus manos.” Pablo rezó diciendo al Señor: Libérame Señor. La respuesta es precisa:

"Por este motivo tres veces rogué al Señor que se alejase de mí. Pero él me dijo: «Mi gracia te basta, que mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza». Por tanto, con sumo gusto seguiré gloriándome sobre todo en mis flaquezas, para que habite en mí la fuerza de Cristo. Por eso me complazco en mis flaquezas, en las injurias, en las necesidades, en las persecuciones y las "angustias sufridas por Cristo; pues, cuando estoy débil, entonces es cuando soy fuerte."(2 de Cor 12, 8-10) Las pruebas no son más grandes que nuestra fortaleza. "No habéis sufrido tentación superior a la medida humana. Y fiel es Dios que no permitirá seáis tentados sobre vuestras fuerzas. Antes bien, con la tentación os dará modo de poderla resistir con éxito. Por eso, queridos, huid de la idolatría."(1 de or 10, 13- 14) (Aquí tentar equivale a probar)

En oración preguntémosle a Dios: “¿Señor, qué me quieres enseñar?” “¿Qué lección me quieres enseñar?” El Señor, atento a nuestro corazón, nos responde sobre cuál es nuestra debilidad o nuestro defecto. A lo que se le responde: es cierto Señor, sólo tú eres Santo, yo soy pecador. En este primer encuentro la victoria es del Señor. No nos justifiquemos, reconozcamos lo que somos, débiles y frágiles.

En un segundo encuentro le preguntamos: “Señor, ¿Qué quieres que yo haga?” El Señor que conoce nuestro interior no anda con rodeos, pone su dedo en la llaga: haz descuidado la oración. O, haz descuidado mi Palabra. Tal vez criticaste a una hermano o hermana. Haz descuidado a tu familia por andar metida en Comunidad. Confiésate hace mucho tiempo que no lo haces. Pide perdón alguien a la cual ofendiste. Te estás alejando de los Sacramentos, etc. La respuesta es con prontitud, está bien Señor, haré lo que me pides. Cuando hay respuesta el segundo encuentro también es del Señor.

En un tercer momento poniendo en las manos del Señor nuestra vida le decimos con la Virgen madre: “Hágase en mi tu Palabra.” “Hágase en mí tu Voluntad” Para así entender que no todo el que lo llama diciendo: Señor, Señor, entra en el Reino de Dios, sino el que hace su Voluntad. (Mt 7, 21) Y la prueba pasó, dejando paz, luz, gozo y amor. Estas son las señales que hay victoria. La victoria es del Señor, nos ha vencido, pero su victoria es también nuestra. Entonces comprendemos sus Palabras:

"Yo a los que amo, los reprendo y corrijo. Sé, pues, ferviente y arrepiéntete. Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo. Al vencedor le concederé sentarse conmigo en mi trono, como yo también vencí y me senté con mi Padre en su trono. El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las Iglesias."(Apoc 3, 19- 22)

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