JESUCRISTO DEJÓ A SU IGLESIA PARA QUE CONTINUARA SU OBRA DESPUÉS DE LA ASCENSIÓN

 JESUCRISTO DEJÓ A SU IGLESIA PARA QUE CONTINUARA SU OBRA DESPUÉS DE LA ASCENSIÓN

"Vid frondosa era Israel produciendo fruto a su aire: cuanto más aumentaba su fruto, más aumentaba los altares; cuanto mejor era su tierra, mejores hacía las estelas. Su corazón es doble, mas ahora van a expiar; él romperá sus altares, demolerá sus estelas. Entonces dirán: «No tenemos rey, porque no hemos temido a Yahveh, y el rey, ¿qué haría por nosotros? Pronuncian palabras, juramentos vanos, conclusión de alianzas, y el juicio florece como hierba venenosa en los surcos del campo. Por el becerro de Bet Aven tiemblan los habitantes de Samaria; sí, por él hace duelo su pueblo, por él sus sacerdotes: ¡que exulten por su gloria, porque ha emigrado lejos de él!" (Os 10. 1- 5)

La riqueza  lleva a la idolatría y a la doblez de corazón. El pecado de Israel era la “Idolatría” Por eso pecado fue llevado al exilio, donde no hay templo, no hay rey, no hay sacrificios y no hay patria. Todo es vacío, es caos es tinieblas (Gn 1, 1) La idolatría es el culto a los ídolos. Ídolo es todo aquello que ponemos en el corazón en lugar de Dios. Hacemos de nuestros cuerpos un dios, lo mismo hacemos de los lujos, del poder, del tener o del placer. La idolatría hoy día es llamada “Inversión de valores.” Hacemos del hombre y de las cosas un dios. Los ídolos nos oprimen y nos despersonalizan. Por eso el profeta nos dice: "Doble mal ha hecho mi pueblo: a mí me dejaron, Manantial de aguas vivas, para hacerse cisternas, cisternas agrietadas, que el agua no retienen" (Jer 2, 13) Al no contener el agua son nada, vacío, caos, tinieblas. La idolatría es dar la espalda a Dios para darse la media vuelta y abrasarse del dios personificado del mal.

Del corazón del hombre idolatra nacen los cardos y los espinos, la maleza. Esto nos lleva a entender que del vacío del corazón nace la frustración, el aburrimiento, la agresividad, el individualismo y el aislamiento que nos llevan a la pérdida de la vida. Por esta razón la Palabra de Dios nos avisa: "No améis al mundo ni lo que hay en el mundo. Si alguien ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Puesto que todo lo que hay en el mundo - la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la jactancia de las riquezas - no viene del Padre, sino del mundo. El mundo y sus concupiscencias pasan; pero quien cumple la voluntad de Dios permanece para siempre."(1 de Jn 2, 15- 17) El Mundo ofrece poder, tener y placer. Los tres ídolos o concupiscencias de la carne que son llamadas también serpientes (Mc 16, 16s) La vida según la carne nos lleva a la idolatría (Gál 5, 19- 21).

Los profetas de Dios alertan al Pueblo contra la idolatría, la desenmascaran y presentan sus obras como lo malo, como lo que oprime y deshumaniza, y a la misma vez, los profetas nos presentan los caminos de liberación, los caminos de la buena salud. (Gál 5, 22) Que son los frutos de la fe, de la esperanza y de la caridad, que exige guardar los Mandamientos, guardar la Palabra de Dios y cultivar las virtudes cristianas que nos llevan a las Bienaventuranzas (Mt 5, 3ss). Esto es posterior al Encuentro con Cristo. Encuentro liberador gozoso y reconciliador. Liberador por que Cristo nos libera y expulsa los ídolos de nuestro corazón, como lo dice san Pedro: "Vosotros sabéis lo sucedido en toda Judea, comenzando por Galilea, después que Juan predicó el bautismo; cómo Dios a Jesús de Nazaret le ungió con el Espíritu Santo y con poder, y cómo él pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el Diablo, porque Dios estaba con él;"(Hch 10, 37- 38) Jesús no sólo nos libera, sino que también nos perdona y nos da su Espíritu Santo que actualiza en nuestra vida la “Obra redentora de Cristo Jesús” para hacer de nosotros una “Nueva Creación.”

Jesucristo dejó a su Iglesia para que continuara su Obra después de la Ascensión: “Todo poder se me ha dado en los cielos y en la tierra; Así como el Padre me ha enviado yo también los envío a ustedes” (Mt 28.19) En vida Jesús envió a los Doce con el Poder del Espíritu Santo” y con instrucciones bien precisas:

"Y llamando a sus doce discípulos, les dio poder sobre los espíritus inmundos para expulsarlos, y para curar toda enfermedad y toda dolencia. Los nombres de los doce Apóstoles son éstos: primero Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés; Santiago el de Zebedeo y su hermano Juan; Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo el publicano; Santiago el de Alfeo y Tadeo; Simón el Cananeo y Judas el Iscariote, el mismo que le entregó. A estos doce envió Jesús, después de darles estas instrucciones: «No toméis camino de gentiles ni entréis en ciudad de samaritanos; dirigíos más bien a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Id proclamando que el Reino de los Cielos está cerca. Curad enfermos, resucitad muertos, purificad leprosos, expulsad demonios. Gratis lo recibisteis; dadlo gratis."(Mt 10, 1- 8)

Los dones de Jesús para que la Iglesia realice la Obra del Padre que es la redención, la salvación y la santificación de los hombres, sin excepción, por que Cristo vino, murió y resucitó por todos son: la Paz, el Gozo la Misión, el don del Espíritu Santo, el Ministerio de la reconciliación y la experiencia de la resurrección (cf Jn 20, 19- 20) Con la Paz viene el perdón de los pecados y la reconciliación con Dios y con los hombres. El Gozo viene del encuentro con Cristo y con la Iglesia ya que Él nos hace partícipes del Gozo de su resurrección. La Misión de Cristo es ahora la Misión de la Iglesia: Liberar Salvar y Reconciliar a los hombres. Por el Ministerio de la Reconciliación, así como Cristo perdonó los pecados, ahora la Iglesia con el poder del Espíritu Santo perdona y reconcilia a los hombres.(cf Mc 2,7- 11)

En la parábola del Buen Samaritano, se le entrega al mesonero dos denarios para cubrir los gastos por la curación del enfermo. El Buen samaritano es Jesús que ha venido a curar a una humanidad enferma por el pecado. Ahora le entrega a su Iglesia los dos denarios: La Palabra y los Sacramentos para curar enfermos, resucitar muertos, purificar leprosos, expulsar demonios. Los Sacramentos son signos de Cristo y de la Iglesia. Son signos de la Nueva Alianza que fue sellada con la sangre de Cristo y con la resurrección. Palabra de Dios y Sacramentos son inseparables del Espíritu Santo, por eso piden fe sincera y auténtica.

No tengáis miedo: Yo estaré con ustedes, hasta la consumación de los siglos nos dice el Señor (Mt 28, 20). Confía en el poder de mi sangre para perdonar los pecados y para exorcizar los corazones (Ef 1, 7; Heb 9, 14)

Para consuelo de todos: "En efecto, así como por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno solo todos serán constituidos justos. La ley, en verdad, intervino para que abundara el delito; pero donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia; así, la mismo que el pecado reinó en la muerte, así también reinaría la gracia en virtud de la justicia para vida eterna por Jesucristo nuestro Señor." (Rm 5, 19- 21)

Jesús nos habló del Reino de los cielos, que no es una ideología, sino una persona: Jesús, el Cristo. Para entrar al Reino hay que creer y convertirse, que consiste en pasarse a Jesús. Hay que hacer el paso de la muerte a la vida, de las tinieblas a la luz, de pecado  a la Gracia, de la aridez a las aguas vivas. Se trata del paso de una vida mundana, pagana de pecado al Jesús, el Hijo de Dios, Salvador, Maestro y Señor de nuestras vidas. Para llegar a ser hijos de Dios, hermanos y servidores de los demás. Para ser hombres libres con la libertad de los hijos de Dios que nos ha ganado Cristo.



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