EL PROFETA DE CRISTO ES PORTADOR DE UN MENSAJE QUE NO LE PERTENECE.

 


EL PROFETA DE CRISTO ES PORTADOR DE UN MENSAJE QUE NO LE PERTENECE.

"Al principio del reinado de Yoyaquim, hijo de Josías, rey de Judá, fue dirigida a Jeremías esta palabra de Yahveh: Así dice Yahveh: Párate en el patio de la Casa de Yahveh y habla a todas las ciudades de Judá, que vienen a adorar en la Casa de Yahveh, todas las palabras que yo te he mandado hablarles, sin omitir ninguna. Puede que oigan y se torne cada cual de su mal camino, y yo me arrepentiría del mal que estoy pensando hacerles por la maldad de sus obras. Les dirás, pues: «Así dice Yahveh: Si no me oís para andar según mi Ley que os propuse, oyendo las palabras de mis siervos los profetas que yo os envío asiduamente (pero no habéis hecho caso), entonces haré con esta Casa como con Silo, y esta ciudad entregaré a la maldición de todas las gentes de la tierra.» Oyeron los sacerdotes y profetas y todo el pueblo a Jeremías decir estas palabras en la Casa de Yahveh, y luego que hubo acabado Jeremías de hablar todo lo que le había ordenado Yahveh que hablase a todo el pueblo, le prendieron los sacerdotes, los profetas y todo el pueblo diciendo: «¡Vas a morir! ¿Por qué has profetizado en nombre de Yahveh, diciendo: "Como Silo quedará esta Casa, y esta ciudad será arrasada, sin quedar habitante"?» Y se juntó todo el pueblo en torno a Jeremías en la Casa de Yahveh."(Jer 26, 1-9)

Existen profetas del mundo, del diablo y de Dios El profeta de Cristo es su portador, habla las palabras de Cristo, es su boca, es su servidor. Anuncia los caminos de Dios y denuncia todas las injusticias, vengan de donde vengan. Hay integridad de vida, su vida no está divorciada entre fe y vida. Es de todos, no es elitista, ni hace negocio con su religión. Vive y está al servicio de la Verdad.

Su mensaje es relativo. Anuncia un castigo pero el pueblo se arrepiente, no hay castigo. Anuncia una lluvia de bendiciones, pero el pueblo se desvía, no hay bendiciones. Habla las cosas antes que sucedan y no después. Si habla algo que no sucede es entonces un falso profeta.

El destino del verdadero profeta es ser rechazado, al estilo de Jesús. El profeta Jeremías hablo algo que era inconcebible ante los oídos de la gente: La destrucción del Templo de Jerusalén y de la ciudad de David. Eran sus dioses. Tanto el Templo como la ciudad eran el orgullo de todo el Pueblo, y además el Pueblo irá al destierro, al exilio a Babilonia. El grito de todos fue: «¡Vas a morir! ¿Por qué has profetizado en nombre de Yahveh, diciendo: "Como Silo quedará esta Casa, y esta ciudad será arrasada, sin quedar habitante"?» Y se juntó todo el pueblo en torno a Jeremías en la Casa de Yahveh.

El Pueblo había invertido los papeles. Confundieron a Dios con sus obras. E hicieron de sus obras sus ídolos. No hagamos de nuestro Dios un ídolo, poniéndonos en su lugar o en poner a sus criaturas por encima de Él, o al poner las cosas por encima de las personas, todo eso es idolatría. Recordemos la importancia de toda persona, que es poseedora de una “Dignidad” que irrenunciable. Toda persona es valiosa, importante y digna por lo que es, y no por lo que tiene. Toda persona es creatura de Dios, creada a imagen y semejanza de Él; es y ha sido redimida y santificada por la acción del Espíritu Santo. La inversión de valores que nos lleva a la idolatría nos lleva a caer en el instrumentalismo, el peor enemigo del amor. 

El Mensaje de Jesús.

 

"Cuando llegó Jesús, se encontró con que Lázaro llevaba ya cuatro días en el sepulcro. Betania estaba cerca de Jerusalén como a unos quince estadios, y muchos judíos habían venido a casa de Marta y María para consolarlas por su hermano. Cuando Marta supo que había venido Jesús, le salió al encuentro, mientras María permanecía en casa. Dijo Marta a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano. Pero aun ahora yo sé que cuanto pidas a Dios, Dios te lo concederá.» Le dice Jesús: «Tu hermano resucitará.» Le respondió Marta: «Ya sé que resucitará en la resurrección, el último día.» Jesús le respondió: «Yo soy la resurrección El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?» Le dice ella: «Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo.»"(Jn 11, 17- 27)

En el encuentro entre Marta y Jesús se dio un diálogo liberador, gozoso, y revelador: Dijo Marta a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano. Pero aun ahora yo sé que cuanto pidas a Dios, Dios te lo concederá.» Sus palabras son sinceras, llenas de verdad, de esperanza y de confianza en Jesús. Le dice Jesús: «Tu hermano resucitará.» Marta le responde: Así lo creo que resucitará el último día. Jesús le dice: “Yo Soy la resurrección y la vida. La muerte no tiene la última palabra, ésta es de Jesús que le dice a Marta y a todos los que quieran tener vida eterna: “El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás.”

Muerte y resurrección son para Cristo un mismo momento, no son cosas separadas. Son dos momentos de un mismo acontecimiento: su Pascua. Para Jesús la resurrección es la obra poderosísima que Dios realiza en el cadáver de Jesús para transformarlo en un ser vivo, viviente y vivificador. Para nosotros es la obra poderosísima que el Espíritu Santo realiza en nosotros para transformarnos en hijos de Dios. Para que entremos en la Plenitud de Dios, en una Nueva Creación.

La pregunta de Jesús es para Marta y para todos nosotros: ¿Crees esto? Le dice ella: “Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo. La profesión de Marta es idéntica a la de Pedro”. (Mt 16, 16) Y a toda la Iglesia. Jesús es el Mesías, el don de Dios a los hombres. Es el Hijo de Dios que fue entregado por la redención del mundo. Es el Salvador que nos amó y se entregó por todos (Ef 5, 2) Es el Maestro que viene a enseñarnos los caminos de Dios y es nuestro Señor. A él el poder, el honor y la gloria, (cf Flp 2, 11) Jesús es el esperado de todas las naciones.

Todos vamos a morir, pero la muerte no es el fin de todo, la vida sigue. La última palabra es de Jesús: Yo Soy la Resurrección. ¿Cuándo es la resurrección? Hablamos de tres momentos. El Primero es histórico: Muerte y resurrección de Jesucristo. Con su sangre sella la Nueva Alianza que da a luz la Nueva Ley. El segundo momento es sacramental. El Bautismo en el que morimos con Cristo, somos sepultados y resucitamos con él a una nueva vida (Rm 6, 4ss; Gál 3, 26) El tercer momento es existencial. Cada vez que hacemos un acto de fe en Cristo Jesús. Cada vez que hacemos una oración íntima y cálida. Cada vez que celebramos un sacramento bien celebrado. Cada vez que en Cristo y por Cristo renunciamos al mal y hacemos el bien, estamos naciendo de Dios, estamos resucitando con Cristo y nos estamos haciendo hijos de Dios. Cada vez que conducidos por el Espíritu Santo somos transformados en Cristo, estamos resucitando con él (cf Rm 8, 29; Gál 5, 24)

No tengamos miedo a la muerte, porque el miedo nos oprime (Heb 2, 15) Con la muerte hay una renuncia, hay una ofrenda, hay una resurrección y hay una plenitud de Espíritu Santo que nos lleva a la Comunión con Dios y con los santos. No tengamos miedo a la segunda muerte que es la muerte eterna, pues ya vivimos para Dios, si morimos en la Gracia de Dios, es decir en Cristo Jesús.

"Dichoso y santo el que participa en la primera resurrección; la segunda muerte no tiene poder sobre éstos, sino que serán Sacerdotes de Dios y de Cristo y reinarán con él mil años." (Apoc 20, 6)



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