CAMINOS PARA COMPRENDER LA PALABRA DE DIOS.
1. 1. Acercarnos
con frecuencia a la Palabra de Dios.
Como creyentes es necesario
acercarnos a la Palabra de Dios con fe, esperanza y caridad. Con el deseo de
conocer la Voluntad de Dios para crecer en el conocimiento de Cristo y de la
Iglesia. La Palabra de Dios nos descubre y nos desenmascara, nos ayuda a
conocernos a nosotros mismos, la vida y el mundo.
La pregunta que viene del corazón:
«¿Qué hemos de hacer, hermanos?» La respuesta de la Iglesia es la misma ayer, hoy
y siempre: Pedro les contestó: «Convertíos y que cada uno de vosotros se haga
bautizar en el nombre de Jesucristo, para remisión de vuestros pecados; y
recibiréis el don del Espíritu Santo; pues la Promesa es para vosotros y para
vuestros hijos, y para todos los que están lejos, para cuantos llame el Señor
Dios nuestro.» Con otras muchas palabras les conjuraba y les exhortaba:
«Salvaos de esta generación perversa.»" (Hch 2, 37- 40) La voluntad de
Dios es que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad
(1 Tim 2, 4)
Luego nos abre el camino a los
creyentes que querían conocer con hambre los Caminos de Dios: "Acudían
asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del
pan y a las oraciones." (Hch 2, 42) ¿Qué enseñaban los apóstoles? Lo mismo
que Jesús les había enseñado a ellos sobre la fe y la conversión para entrar al
reino de Dios (Mc 1, 15) En la enseñanza de los Apóstoles había una “Unidad en
la fe y el conocimiento de Dios, ” entre Anuncio, Moral y Culto. En tres
lecciones de Jesús a los suyos estaba cimentada toda su enseñanza: “En el arte
de amar” “En el arte de servir” y en el “arte de compartir (Jn 13, Lc 24, 30-
31))
Los tres mandamientos de Jesús a su Iglesia. Todo
bautizado es discípulo del Señor. Todos están llamados a la salvación, a la
santidad y al servicio. El Profético, el Social y el Litúrgico:
"Id,
pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del
Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, 20.y enseñándoles a guardar todo lo que
yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el
fin del mundo.»" (Mt 28, 19- 20)
"Sabiendo que el Padre le
había puesto todo en sus manos y que había salido de Dios y a Dios volvía, se
levanta de la mesa, se quita sus vestidos y, tomando una toalla, se la ciñó. Luego
echa agua en un lebrillo y se puso a lavar los pies de los discípulos y a
secárselos con la toalla con que estaba ceñido. (Jn 13, 3- 5)
"Vosotros me llamáis "el
Maestro" y "el Señor", y decís bien, porque lo soy. Pues si yo,
el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros
los pies unos a otros. Porque os he dado ejemplo, para que también vosotros
hagáis como yo he hecho con vosotros." (Jn 13, 13- 15)
"Os doy un mandamiento nuevo:
que os améis los unos a los otros. Que, como yo os he amado, así os améis
también vosotros los unos a los otros. En esto conocerán todos que sois
discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros.»" (Jn 13, 34- 25)
"Porque yo recibí del Señor lo
que os he transmitido: que el Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó
pan, y después de dar gracias, lo partió y dijo: «Este es mi cuerpo que se da
por vosotros; haced esto en recuerdo mío.» Asimismo también la copa después de
cenar diciendo: «Esta copa es la Nueva Alianza en mi sangre. Cuantas veces la
bebiereis, hacedlo en recuerdo mío.»" (1 de Cor 11, 23- 25)
El fruto de la predicación de los
apóstoles fue una comunidad fraterna, solidaria y servicial. Había una preocupación
mutua, una reconciliación continua y un compartir permanente, tal como lo dice
la escritura:
"El temor se apoderaba de
todos, pues los apóstoles realizaban muchos prodigios y señales. Todos los
creyentes vivían unidos y tenían todo en común; vendían sus posesiones y sus
bienes y repartían el precio entre todos, según la necesidad de cada uno. Acudían
al Templo todos los días con perseverancia y con un mismo espíritu, partían el
pan por las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez de
corazón." (Hch 2, 42- 46)
El temor no era el miedo, era más
bien la admiración, el respeto y el amor a la Palabra de Dios y al trabajo de
los Apóstoles. Todo era una fiesta, la fiesta de Cristo en el corazón de los
creyentes. La imagen del verdadero discípulo es María de Betania que escuchaba
a Jesús sentada a sus pies. De ella dijo Jesús: “María ha escogido la mejor
parte y nadie se la quitará” (Lc 10, 39- 42) La verdadera imagen del discípulo es
por excelencia, María de Nazaret que guardaba en su corazón las palabras de su
Hijo y las meditaba en su corazón (Lc 2, 19. 51)
2. El segundo camino es la Oración y la Contemplación.
Estas dos son por excelencia el
lugar para acoger la Palabra de Dios, que a su vez vienen de la escucha de la
Palabra. Que hermosas son las palabras de Oseas cuando nos dice: "Por eso
yo voy a seducirla; la llevaré al desierto y hablaré a su corazón." (Os 2,
16) Dios habla al corazón porque es el corazón lo que quiere cambiarnos para
hacer de él nuestra Morada. La palabra escuchada en el corazón nos convence de
que Dios nos ama a todos incondicionalmente (Ef 3, 4- 8) Nos convence que somos personas valiosas importantes y dignas (Is
43, 4) Nos convence de somos personas pecadoras necesitadas de su amor. Y nos
convence que nuestro único salvador es Jesús, tal como lo dice san Pablo:
"Porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que
nosotros debamos salvarnos.»" (Hch 4, 12)
La Palabra de Dios nos convence que
nadie se salva sólo, necesitamos de los demás y ellos necesitan de nosotros.
Cristo vino por todos, y cuando él encontraba a una de sus ovejas perdidas, las
levantaba en sus brazos y la traía al redil para reunirla con las demás ovejas.
(Lc 15, 4s) La palabra de Dios nos convence que
el Señor nos ama como somos y que nos ama a pesar de que somos pecadores
(Rm 5, 6) Por la vida que llevamos no podemos experimentar su amor, pues el
pecado nos priva de la Gracia de Dios (Rm 3,23)
Nos hace esclavos, enemigos de Dios y nos paga con la muerte (Rm 6, 20-
23) Pero Dios que es rico en amor y en misericordia, nos ha dado vida, nos ha
justificado y nos ha salvado. Con Cristo nos ha resucitado y nos sentado a su
derecha (Ef 2, 4ss)
3. 3. La comunión
con Jesús, Palabra de Dios.
"Todo sarmiento que en mí no
da fruto, lo corta, y todo el que da fruto, lo limpia, para que dé más fruto. Vosotros
estáis ya limpios gracias a la Palabra que os he anunciado. Permaneced en mí,
como yo en vosotros. Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo,
si no permanece en la vid; así tampoco vosotros si no permanecéis en mí."
(Jn 15, 2- 4)
A la comunión con Jesús entramos
por la escucha de la Palabra. De la escucha viene la fe y luego la conversión (Rm
10, 17; Mc 1, 15) El fruto que estamos llamados a dar es el Amor, la Verdad y
la Vida. Hablamos del Nuevo Nacimiento, Jesús viene a nuestros corazones por la
escucha de su Palabra y nace por Gracia de Dios en nuestros corazones. La
Palabra nos pone el ejemplo del trago de trigo: "En verdad, en verdad os
digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si
muere, da mucho fruto. El que ama su vida, la pierde; y el que odia su vida en
este mundo, la guardará para una vida eterna." (Jn 12, 24- 25)
Se trata de una muerte espiritual:
“Morir al pecado para vivir para Dios” (Rm 6, 10) Es un morir al pecado y
resucitar con él a la vida de Dios tal
como lo describe la Escritura: "Sabiendo que nuestro hombre viejo fue
crucificado con él, a fin de que fuera destruido este cuerpo de pecado y
cesáramos de ser esclavos del pecado. Pues el que está muerto, queda librado
del pecado. Y si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él,"
(Rm 6, 6- 8)
Jesús, el Señor invita a todos a
subir con él a Jerusalén para graduarse con él para ser servidores del Reino: "Decía a todos: «Si alguno quiere venir en
pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame. Porque quien
quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí, ése la
salvará." (Lc 9, 23- 24)
4. 4. Otro camino
es vivir la Palabra de Dios.
La Palabra de Dios es la semilla de
la santidad, de la libertad, del amor, de la justicia y de la verdad. Tiene que
nacer de lo Alto, nacer de Dios para que pueda crecer y dar frutos de vida
eterna. Un fruto que permanezca y le dé gloria a Dios. (Jn 15, 7-10) Lo primero
es lo que dice Jeremías: “Cultiven el barbecho de su corazón” (Jer 4, 3)
Cultivar es trabajar y trabajar es vivir la Palabra de Dios. Ponerla en práctica.
Como dice el apóstol Santiago no se conformen con escucharla, hay que ponerla
en práctica lo que equivale en engañarse a uno mismo (cf Snt 1, 22) Lo que equivale a obedecer la Palabra,
esto es vivirla, es hacer la voluntad de Dios.
Para cultivar la planta hay que
remover la tierra y echarle agua muchas veces. Con la Oración removemos la
tierra y con la Palabra de Dios echamos agua para regarla y pueda crecer.
Después hay que podarla y echarle abono para ayudarle a crecer hasta que dé
buenos frutos. La poda es mediante la Confesión y el abono es mediante la
Eucaristía. Los frutos son las “Obras de misericordia,” fruto de la Palabra que
se vive y se pone en práctica. Vivir en el agua equivale a vivir en Cristo,
vivir según el Espíritu Santo, es vivir en Dios.
"«Así pues, todo el que oiga
estas palabras mías y las ponga en práctica, será como el hombre prudente que
edificó su casa sobre roca: cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron
los vientos, y embistieron contra aquella casa; pero ella no cayó, porque
estaba cimentada sobre roca. Y todo el que oiga estas palabras mías y no las ponga
en práctica, será como el hombre insensato que edificó su casa sobre arena:
cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, irrumpieron
contra aquella casa y cayó, y fue grande su ruina.»" (Mt 7. 24- 27)
No se contenten con ser oyentes como
tampoco se contenten con ser practicantes, hay que ser discípulos de Cristo,
para y por amor a su Palabra vivir para nutrirnos con su Palabra que es
“Espíritu y vida” Discípulo es aquel que escucha la Palabra y la obedece, como
lo dice el libro del Apocalipsis: “Mira que estoy a la puerta y llamo; si
alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él
conmigo" (Apc 3, 20) En la obediencia a la Palabra de Dios le abrimos la
puerta del corazón a Cristo para que entre en nuestro interior y se convierta
en nuestro maestro interior, nuestra guía y nuestro consolador.
El que vive de la Palabra de Dios
tiene vida, amor, paz y alegría. Hace Alianza con el Señor. Alianza de amor, de
amistad, de discipulado y de servicio (Os 2, 21) Muchos son los que escuchan el
evangelio de María y no lo entienden, están en la letra: “Hagan todo lo que él
les diga” (Jn 2, 5) Las palabra de María son dichas en clave, en clave de
Humildad y de Alianza. De humildad por que ella no se presenta como la grande: Es él, Jesús, el Hijo de Dios el
que viene a salvar, a dar vida eterna. María es tan sólo, la humilde esclava
del Señor (Lc 2, 38) Lo que ella pide en
su evangelio es que creamos en Jesús para que nos salvemos: que creamos en él
para que lo amemos y lleguemos a ser sus amigos para que lleguemos a ser sus
discípulos y sus apóstoles. (Jn 15, 14. 15)
5. 5. Leer la
Palabra de Dios con el mismo Espíritu que inspiró a los Autores de la Biblia.
Jesús nos dijo: "Os he dicho
estas cosas estando entre vosotros. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que
el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que
yo os he dicho." (Jn 14, 25- 26) El mismo Espíritu que estaba en Jesús y
que inspiró a los escritores de la Biblia, es el mismo que Jesús nos ha dado
para que se nuestro Abogado, Maestro y Consolador. Es el que hoy día nos abre
la mente y nos explica las Escrituras. (cf Lc 24, 45)
Se trata del espíritu de Cristo
resucitado que nos fortalece interiormente (Ef 3, 16) Nos transforma la manera
de pensar (Rm 1,2) Es el mismo Espíritu que nos guía y da testimonio de Cristo
en nosotros (Rm 8, 14- 17) El mismo espíritu que hace nacer en nosotros los
buenos deseos y nos da la fuerza para que los pongamos en práctica (Flp 2, 13)
La Obra del Espíritu Santo es llevarnos a Cristo para que creamos en él y nos
salve. Es el que actualiza la Obra redentora de Cristo en nuestros días y en
nuestra vida.
El Espíritu Santo es el espíritu de
la Verdad; es Luz y es Amor que llena los vacios de nuestro corazón para que
podamos comprender y recordar las palabras de Jesús para que poniéndolas en
práctica nos revistamos de Cristo y nos llenemos de él. Jesús mismo nos dijo: "Pero
yo os digo la verdad: “Os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no
vendrá a vosotros el Paráclito; pero si me voy, os lo enviaré: y cuando él
venga, convencerá al mundo en lo referente al pecado, en lo referente a la
justicia y en lo referente al juicio…” “Cuando venga él, el Espíritu de la
verdad, os guiará hasta la verdad completa; pues no hablará por su cuenta, sino
que hablará lo que oiga, y os anunciará lo que ha de venir." (Jn 16, 7-
13)
6. 6. Con la
ayuda de la Comunidad ya que la Biblia nace de una Comunidad: La iglesia.
Tanto en el Antiguo Testamento como
en el Nuevo Testamento la Biblia salió de la Comunidad, de la Iglesia y se
escribió para ella, especialmente, no obstante, algunas cartas fueron escritas
para individuos como Timoteo, Tito o Filemón , ellos hijos de comunidades entendieron
que sus escritos eran para todos. Por eso, leer la Biblia ha de hacerse con los
ojos de la Iglesia, Por que el Espíritu ha hecho nacer dentro de la Comunidad
de fe la Palabra de Dios. Por eso se ha dicho: No hay Evangelio sin la Iglesia El Evangelio vivo es la Iglesia, en ella el Espíritu
de Dios vivo, ha escrito, no en piedras sino en el corazón de los creyentes la
Palabra de Dios.
Es el Magisterio de la Iglesia el
que tiene la función de interpretar auténticamente la Escritura (DV 10), en
cuya comprensión cada vez más amplia participan todos los creyentes, a través
de la oración, el estudio, la predicación y de una luz que proviene de una vida
vivida evangélicamente y que tiene en el Mandamiento Nuevo la ley que hace que
un grupo sea Iglesia, casa en la que Dios es familiar: “Dónde hay dos o tres
reunidos en mi nombre allí estoy yo en medio de ellos (Mt 18, 20) Y dónde está
Jesús está la Luz, la sabiduría, la verdad, el Verbo que se despliega, nos
reconcilia, nos perdona y nos bendice, nos salva y nos santifica.
La Palabra de Dios es dirigida a un
Pueblo, es Palabra del Padre dirigida a sus hijos. Sólo cuando somos realmente
hermanos y hermanas podemos acoger, comprender y vivir la Palabra de nuestro
único Padre.
En la Liturgia de la Iglesia Cristo,
se hace presente en diversas maneras: en el pueblo que se reúne, en la Palabra
que se proclama, en el sacerdote celebrante y en las especies eucarísticas. En
la Eucaristía nos presenta dos mesas, la mesa de la Palabra y la mesa del Pan
bajado del Cielo, Cristo mismo que nos alimenta con su Palabra y con su Pan eucarístico.
Oremos: Padre, que has escondido tu
verdad a los sabios y entendidos y la has revelado a los pequeños, dadnos en tu
Espíritu, un corazón de niños para tener la alegría de creer y la libre
voluntad para obedecer la Palabra de tu Hijo, para que después de vivirla la
podamos anunciar para que el mundo crea y se salve.
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