Damos gracias sin cesar a Dios, Padre de
nuestro Señor Jesucristo, por vosotros en nuestras oraciones
"Damos gracias sin cesar a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo,
por vosotros en nuestras oraciones, al tener noticia de vuestra fe en Cristo
Jesús y de la caridad que tenéis con todos los santos, a causa de la esperanza
que os está reservada en los cielos y acerca de la cual fuisteis ya instruidos
por la Palabra de la verdad, el Evangelio," (Col 1. 3- 5)
El Apóstol Pablo ora por sus comunidades, da gracias a Dios e intercede
por ellas. La razón están dando frutos: la fe, la esperanza y la caridad. Son
comunidades que se han convertido a Jesucristo, al Evangelio. Comunidades en la
que el reino de Dios se ha extendido y se están viendo sus manifestaciones, esa
es la causa de alegría para el Apóstol.
"Para que viváis de una manera digna del Señor, agradándole en
todo, fructificando en toda obra buena y creciendo en el conocimiento de Dios; confortados
con toda fortaleza por el poder de su gloria, para toda constancia en el
sufrimiento y paciencia; dando con alegría gracias al Padre que os ha hecho
aptos para participar en la herencia de los santos en la luz. El nos libró del
poder de las tinieblas y nos trasladó al Reino del Hijo de su amor, en quien
tenemos la redención: el perdón de los pecados." (Col 1, 10- 14)
Por las
virtudes teologales: La fe, la esperanza y la caridad, la Comunidad vive de
manera digna del Señor. Sus frutos son las buenas obras de Misericordia y la
señal que están creciendo en el conocimiento de Dios, son las virtudes que brotan
de las teologales: la fortaleza, la constancia, la sencillez, la humildad, la
mansedumbre, etc. (Col 3, 12) Virtudes que son actitudes de la Comunidad por
las cuales la hacen participar de la herencia de los santos en la luz. Se han
despojado de las tinieblas y se han revestido de luz, de Jesucristo (Rm 13, 13-
14)
¿Cuál es la
herencia de los santos? Escudriñemos la Escritura y encontraremos la respuesta: "A él,
por quien entramos en herencia, elegidos de antemano según el previo designio
del que realiza todo conforme a la decisión de su voluntad, para ser nosotros
alabanza de su gloria, los que ya antes esperábamos en Cristo. En él también
vosotros, tras haber oído la Palabra de la verdad, el Evangelio de vuestra
salvación, y creído también en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de
la Promesa, que es prenda de nuestra herencia, para redención del Pueblo de su
posesión, para alabanza de su gloria. (Ef
1, 11- 14) Por la fe en Jesucristo y por nuestra conversión entramos ya en el
reino de Dios. Estamos ya sentados a la Mesa con el Padre Celestial, comiendo
los frutos del Árbol de la vida que está en el paraíso de Dios (Apoc 2, 7)
Por eso, también yo, al tener noticia de
vuestra fe en el Señor Jesús y de vuestra caridad para con todos los santos, no
ceso de dar gracias por vosotros recordándoos en mis oraciones, para que el
Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os conceda espíritu de
sabiduría y de revelación para conocerle perfectamente; iluminando los ojos de
vuestro corazón para que conozcáis cuál es la esperanza a que habéis sido
llamados por él; cuál la riqueza de la gloria otorgada por él en herencia a los
santos, y cuál la soberana grandeza de su poder para con nosotros, los
creyentes, conforme a la eficacia de su
fuerza poderosa," (Ef 1, 15- 19)
Por la
presencia de las virtudes teologales somos templos de Dios y por la acción de
los dones del Espíritu Santo podemos conocer perfectamente la voluntad de Dios:
el conocimiento de la verdad y nuestra salvación (1 Tim 2, 4) que en referencia
a la herencia de los santos la Escritura nos dice: "En efecto, todos los que son
guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Pues no recibisteis un
espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes bien, recibisteis un
espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre! El Espíritu
mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios.
Y, si hijos, también herederos: herederos de Dios y coherederos de Cristo, ya
que sufrimos con él, para ser también con él glorificados. Porque estimo que
los sufrimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria que se ha
de manifestar en nosotros." (Rm 8, 14- 18)
La herencias
de los santos es la misma herencia de los hijos de Dios que Cristo comparte con
nosotros, Él es el heredero, nosotros somos por participación, somos
coherederos con Cristo. La herencia es Dios mismo. Herencia que empezamos a
poseer desde esta vida, no esperemos morir para poseerla, desde aquí y desde
ya, somos partícipes de la multiforme gracia de Dios: Cristo y el Espíritu
Santo, son Nuestra Gracia. “Vengo para que tengan vida, y la tengan en abundancia”
(Jn 10, 10), Quien tenga esa vida tiene la Gracia de Dios, Cristo vive por la
fe en su corazón (cf Ef 3, 17) Pero, no echemos la gracia de Dios en saco roto,
porque se pierde. Escuchemos al Apóstol decirnos:
"Y como cooperadores suyos que somos, os exhortamos a que no
recibáis en vano la gracia de Dios. Pues dice él: En el tiempo favorable te
escuché y en el día de salvación te ayudé. Mirad ahora el momento favorable;
mirad ahora el día de salvación. A nadie damos ocasión alguna de tropiezo, para
que no se haga mofa del ministerio, antes bien, nos recomendamos en todo como
ministros de Dios: con mucha constancia en tribulaciones, necesidades,
angustias; en azotes, cárceles, sediciones; en fatigas, desvelos, ayunos; en
pureza, ciencia, paciencia, bondad; en el Espíritu Santo, en caridad sincera, en
la palabra de verdad, en el poder de Dios; mediante las armas de la justicia:
las de la derecha y las de la izquierda; en gloria e ignominia, en calumnia y
en buena fama; tenidos por impostores, siendo veraces; como desconocidos,
aunque bien conocidos; como quienes están a la muerte, pero vivos; como
castigados, aunque no condenados a muerte; como tristes, pero siempre alegres;
como pobres, aunque enriquecemos a muchos; como quienes nada tienen, aunque
todo lo poseemos." (2 Cor 6, 1- 10)
Por todo lo anterior la escritura nos dice: “Porque estimo que los
sufrimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria que se ha de
manifestar en nosotros” (Rm 8, 18) Si hay algo o por Alguien por que luchar es
por conservar la Gracia de Dios. “Huyamos de la corrupción para que
participemos de la naturaleza divina” (2 Pe 1, 4b) "Creced, pues, en la
gracia y en el conocimiento de nuestro Señor y Salvador, Jesucristo. A él la
gloria ahora y hasta el día de la eternidad. Amén"(2 Pe 3, 18)
Los medios para crecer en
la Gracia de Dios están al alcance de todos: la Oración íntima, cálida y
extensa. La Palabra de Dios puesta en práctica, los Sacramentos, especialmente
la Confesión y la Eucaristía, las Obras de Misericordia, la vida en Comunidad y
el Apostolado (Mt 26, 41; Snt 1, 22; Mc 16, 16; Mt 28, 19- 20; Mt 18, 20; Mt
25, 31,ss) Estos medios del crecimiento son, a la vez, lugares para encontrarse
con Cristo.
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