EN UNA CASA GRANDE NO HAY SOLAMENTE UTENSILIOS DE ORO Y DE PLATA, SINO TAMBIÉN DE MADERA Y DE BARRO., EL QUE QUIERA SER DE USO ESPECIAL,QUE SE CONSAGRE AL SEÑOR

EN UNA CASA GRANDE NO HAY SOLAMENTE UTENSILIOS DE ORO Y DE PLATA, SINO TAMBIÉN DE MADERA Y DE BARRO.

 (2 Tim 2, 20)

De la misma manera en la Iglesia hay fuertes y hay débiles, hay enfermos y hay sanos, hay pobres y hay ricos, hay santos y hay pecadores. El que quiera ser de un uso especial que se consagre al Señor. ¿Cómo  consagrarnos al Señor? Por medio de la fe en Jesucristo, nuestro Salvador, Maestro y Señor. Jesús es nuestro Camino, la Verdad y la Vida (Jn 14, 6) Consagrarse a él, equivale a pertenecerle, es decir, confiar en él, obedecerlo y amarle, seguirlo y servirle. Quién así vive es un discípulo de Cristo. Escuchemos al Apóstol decirnos:

"Y como cooperadores suyos que somos, os exhortamos a que no recibáis en vano la gracia de Dios. Pues dice él: En el tiempo favorable te escuché y en el día de salvación te ayudé. Mirad ahora el momento favorable; mirad ahora el día de salvación. A nadie damos ocasión alguna de tropiezo, para que no se haga mofa del ministerio, antes bien, nos recomendamos en todo como ministros de Dios: con mucha constancia en tribulaciones, necesidades, angustias; en azotes, cárceles, sediciones; en fatigas, desvelos, ayunos; en pureza, ciencia, paciencia, bondad; en el Espíritu Santo, en caridad sincera, en la palabra de verdad, en el poder de Dios; mediante las armas de la justicia: las de la derecha y las de la izquierda; en gloria e ignominia, en calumnia y en buena fama; tenidos por impostores, siendo veraces; como desconocidos, aunque bien conocidos; como quienes están a la muerte, pero vivos; como castigados, aunque no condenados a muerte; como tristes, pero siempre alegres; como pobres, aunque enriquecemos a muchos; como quienes nada tienen, aunque todo lo poseemos." (2 Cor 1-10)

Poseemos a Cristo y en él, poseemos a Dios (1 Cor 3, 21- 23) Con cuanta esperanza nos lo recuerda el Apóstol: "Así pues, si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Aspirad a las cosas de arriba, no a las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está oculta con Cristo en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida vuestra, entonces también vosotros apareceréis gloriosos con él." (Col 3, 1- 4) La clave de todo esto es “Morir al pecado para vivir para Dios” (cf Gál 5, 24) Sentarse a la derecha de Dios, significa estar sentados en el poder de Dios, lo que equivales a estar crucificados con Cristo. Así lo confirma el Apóstol en la carta a los efesios: "estando muertos a causa de nuestros delitos, nos vivificó juntamente con Cristo por gracia habéis sido salvados y con él nos resucitó y nos hizo sentar en los cielos en Cristo Jesús, a fin de mostrar en los siglos venideros la sobreabundante riqueza de su gracia, por su bondad para con nosotros en Cristo Jesús." (Ef 2, 5- 7) Todo el que cree en Jesús se convierte en su discípulo, y la clave del discipulado es el “Negarse a sí mismo” para abrazar la voluntad de Dios. La voluntad a Dios es “Amar a Cristo y seguirlo” Para la Gloria de Dios y para el bien de la Iglesia. Quien ama a Jesús es fiel a la Ley y a los Profetas: guarda sus Mandamientos y practica la Palabra de Dios (cf Jn 14, 2. 23) Se configura con Cristo, según el sermón de la Montaña: Las Bienaventuranzas.

Estamos todos en un proceso de conversión cristiana que consiste en revestirnos y en llenarnos de Cristo para ser pobres como él, misericordiosos y limpios de corazón como él, justos y pacíficos como él…(Mt 5, 3ss) Lo que implica el “Negarnos a nosotros mismos” al estilo de vida en el que hay ignorancia religiosa: "Como hijos obedientes, no os amoldéis a las apetencias de antes, del tiempo de vuestra ignorancia" (1 de Pe 1, 14), para dedicarnos a buscar a Dios en la práctica de la Bondad, la Verdad y la Justicia (Ef 5, 9) Y poder responder a la Voluntad de Dios: “Sed misericordiosos como vuestro Padre celestial es misericordioso (Lc 6, 36) “Sean perfectos como vuestros Padre celestial es perfecto (Mt 5, 48) y ser “Santos como vuestro Padre del cielo es Santo (cf 1 Pe 1, 16)

Este proceso de conversión exige ser conducidos por el Espíritu Santo y por nuestras decisiones (Rm 8, 14) Por la acción del Espíritu Santo somos transformados en la más profundo de nuestra mente para que podamos conocer la voluntad de Dios y la pongamos en práctica, tal como Jesús nos lo ha enseñado en el Padre Nuestro: “Hágase tu voluntad a si en los cielos como en la tierra” (Mt 6, 10) No basta con saberlo hay que ponerlo por obra, según lo dice el Apóstol Santiago: "Por eso, desechad toda inmundicia y abundancia de mal y recibid con docilidad la Palabra sembrada en vosotros, que es capaz de salvar vuestras almas. Poned por obra la Palabra y no os contentéis sólo con oírla, engañándoos a vosotros mismos. Porque si alguno se contenta con oír la Palabra sin ponerla por obra, ése se parece" (Snt 1, 21- 23)

"«No todo el que me diga: "Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial. Muchos me dirán aquel Día: "Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?" Y entonces les declararé: "¡Jamás os conocí; apartaos de mí, agentes de iniquidad!" «Así pues, todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica, será como el hombre prudente que edificó su casa sobre roca: cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, y embistieron contra aquella casa; pero ella no cayó, porque estaba cimentada sobre roca." (Mt 7, 21- 25)


"«Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo. No juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados. Dad y se os dará; una medida buena, apretada, remecida, rebosante pondrán en el halda de vuestros vestidos. Porque con la medida con que midáis se os medirá.»" (Lc 6, 36- 38).

La Voluntad de Dios es Jesús de Nazareth. En él, Dios se hizo hombre para amarnos con un corazón de hombre. Jesús es el Rostro de Dios, es el Revelador, y es a la vez el revelador del hombre, de quien no se avergonzó de llamarle hermano, se hizo uno de nosotros en todo menos en el pecado. Tal como lo dice Palabra de Dios: "Pues no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado." (Heb 4, 15)

Para Jesús todos somos iguales, pero, a la vez diferentes, pero, todos con la misma Misión y con el mismo Destino. La Misión de caminar juntos, reconciliándonos unos con los otros y compartiendo con los demás los dones que hemos recibido (1 Cor  4, 7) Trabajando todos en la edificación del Reino de Dios, en la construcción de la Familia de todos, en la “Civilización del Amor que está cimentada en la Bondad, la verdad y la Justicia” (Ef 5, 9) Que nadie sea excluido. Que seamos “Casitas” dentro de una “Casa grande”. Nuestro destino lo realzamos con Jesús: ser con él y en él, hijos de Dios. Nuestro destino es el mismo destino de Jesús: servidores al servicio del Reino. Para eso nos dejó sus tres Mandamientos:

El mandamiento profético: "Jesús se acercó a ellos y les habló así: «Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo.»" (Mt 28, 18- 20)

El mandamiento social: "Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que, como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros.»" (Jn 13, 34- 35)

El mandamiento litúrgico: "Porque yo recibí del Señor lo que os he transmitido: que el Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó pan, y después de dar gracias, lo partió y dijo: «Este es mi cuerpo que se da por vosotros; haced esto en recuerdo mío.» Asimismo también la copa después de cenar diciendo: «Esta copa es la Nueva Alianza en mi sangre. Cuantas veces la bebiereis, hacedlo en recuerdo mío.» Pues cada vez que coméis este pan y bebéis esta copa, anunciáis la muerte del Señor, hasta que venga. Por tanto, quien coma el pan o beba la copa del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor." (1 de Cor 11, 23- 27).

Todos los que los pongan en práctica, son servidores de Jesús y de su Iglesia.


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