EL QUE PERMANECE EN MÍ Y YO EN ÉL DARÁ MUCHO FRUTO; PORQUE SEPARADOS DE MÍ NADA PODÉIS HACER.

 

El que permanece en mí y yo en él dará mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer

Iluminación. “Acuérdate de Jesucristo, resucitado de entre los muertos, descendiente de David, según mi Evangelio. Por él estoy sufriendo en la cárcel, como si fuera un malhechor; pero la palabra de Dios no está encadenada. Así que todo lo soporto por los elegidos, para que también ellos alcancen la salvación y la gloria eterna que están en Cristo Jesús” (2 Tim 2, 8- 10)

1.      ¿Por qué murió por nuestros pecados?

La respuesta la encontró la Iglesia en las palabras de Jesús: “No hay amor más grande que dar la vida por los amigos” (cf Jn 15, 13) ¡¡¡ Porqué nos amaba!!!. Pablo nos dirá: “Me amó y se entregó por mí” (Gal 2,20); “Nos amó y se entregó por nosotros” (Ef 5, 2) “Amó a su Iglesia y se entregó por ella” (Ef 5, 25). La respuesta sobre la pasión de Cristo es definitiva y no admite más preguntas. ¡¡¡Nos amó, porque nos amó, y basta!!!. El amor de Dios no tiene un porque, es gratuito. San Juan nos lo explica mejor al decirnos: “El amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino, en que Él nos amó primero” (1 Jn 4, 10).

Jesús, pues, sufrió y murió libremente, por amor. No por casualidad, ni por necesidad, ni por obscuras fuerzas de la historia, sin que Él se diera cuenta o a pesar suyo. Digamos con firmeza y con alegría que el Evangelio es el alegre mensaje del Amor de Dios a los hombres. Y eso es lo que es toda la Sagrada Escritura: una carta de amor de Dios para los hombres. Si por un milagro, la palabra escrita se convirtiera en palabra pronunciada, nos diría con la toda la fuerza de lo Alto: ¡¡¡Dios os ama!!!.

2.      ¿Qué encontramos en la Biblia?

Jeremías nos dice que el amor de Dios hunde sus raíces en la eternidad: “de lejos Yahvé se le apareció. Con amor eterno te he amado: por eso te he reservado mi favor” (Jer 31, 3) san Pablo en el Nuevo Testamento confirma lo anterior cuando nos dice:”Dios nos ha elegido en él antes de la fundación del mundo, para que vivamos ante él santamente y sin defecto alguno, en el amor” (Ef 1, 4). Los profetas, mensajeros del amor de Dios a su pueblo nos hablaron de la sublimidad de ese amor para todos los hombres y para cada uno de ellos: Nos ama con amor de madre: ¿Acaso olvida una mujer a su niño, sin dolerse del hijo de sus entrañas? “Pues aunque esas personas se olvidasen, yo jamás te olvidaría” (Is 49, 15ss); lo compara con el amor de un padre: “Cuando Israel era niño, lo amé, y de Egipto llamé a mi hijo”. Yo enseñé a caminar a Efraín, tomándole por los brazos, pero no sabían que yo los cuidaba.  Los atraía con cuerdas humanas, con lazos de amor; yo era para ellos como las personas que alzan a un niño contra su mejilla; me inclinaba y le daba de comer. (Os 11,1. 4); Isaías compara el amor de Dios al de un esposo: “Como un joven desposa a una chica, se casará contigo tu edificador; el gozo de un novio por su novia será el gozo de tu Dios por ti”.   (Is 62, 5).

3.      El Amigo que nos ama

En el Nuevo Testamento, Dios nos habla en persona, porque Jesús es Dios: es el Amigo que ama hasta dar la vida por los suyos (Jn 15, 13); los ama hasta el extremo (Jn 13, 1). Para la Biblia Dios es amor, y ama por primero. En Jesús Dios se ha hecho cercano para amar con corazón de hombre: El Amor de Dios se hace carne para vivir en medio de nosotros, para amarnos con  un corazón divino y humano a la vez. (cf Jn 1, 14) Un amor lleno de fuerza y delicadeza. Tiernísimo e incansable para amar a sus discípulos, a los niños, a los enfermos, a los pobres… Jesús amando libera, perdona, sana, transforma promueve para hacernos crecer como personas, para devolver la dignidad y la esperanza. Grandes pecadores a lo largo de la historia que se han acercado a Jesús con sencillez han sido transformados por su Amor.

4.      El amor de Jesús se hace amistad.

“Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando” (Jn 15, 13-14); Jesús muere por amor para hacernos hijos de Dios. Para hacernos familia de hermanos: “Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!” (1 Jn 3, 1) La prueba suprema de ese amor la descubre san Juan cuando nos dice: “Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo los amó hasta el extremo” (Jn 13, 1) San Pablo nos dice: “Así que la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros” (Rom 5, 8).  Dos cosas revelan al verdadero amor: la primera consiste en hacer el bien al amado: La segunda es superior a la primera, consiste en sufrir por él.

¿Cómo nos amó Jesús?

Para saber cuánto nos ha amado Dios, miremos a Cristo crucificado, contemplemos su pasión y veamos ¡Cuánto ha sufrido por nosotros! Porque la verdadera pasión de Jesús es la que lo hizo exclamar en Gestemaní: “Me muero de tristeza” (Mc 14, 34). Sólo a la luz de estas palabras podremos comprender las palabras de san Juan: “Tanto amó Dios al mundo” (Jn 3, 16) En esto reconocemos que moramos en él y él, en nosotros: en que nos ha dado su Espíritu (1 Jn 4, 13). Y la de san Pablo: “y la esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Rom 5, 5). 

5.      Creer en el amor de Dios.

 

1)      “Y nosotros hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene. Dios es Amor: y el que se mantiene en el amor se mantiene en Dios y Dios en él” (1Jn 4, 16) Lo primero es creer que Dios me ama, y me ama incondicionalmente:

2)      Amar a Dios con todo nuestro ser como Él nos ha amado: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Éste es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas.» (Mt 22, 37- 40).

3)      Amarnos los unos a los otros como Dios nos ha amado: “Queridos, si Dios nos ha amado de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros” (1Jn 4, 11).

4)      “Permaneced en mi amor, como yo permanezco en el amor de mi Padre” (Jn 15,9)

 

6.      ¿Cómo permanecer en el amor de Dios?

 

·               Permanecer siendo amados. (Liberados, reconciliados, transformados y promovidos). Para fomentar la comunión con Dios y con el prójimo.

·               Permanecer amando. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre”. Amar al que nos amó primero (1 Jn 4, 10) “Ámense los unos a los otros como yo los he amado” (Jn 13, 34)

·               Permanecer en la obediencia a la Palabra.  «Si os mantenéis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; conoceréis la verdad y la verdad os hará libres.  (Jn 8, 31s)

·               Permanecer adorando a Dios. Como el Padre me amó, yo también los he amado; permaneced en mi amor (JUn 15, 9). La adoración a Dios pide llevar una vida digna del Señor. Agradándole en todo.  Llevar una vida centrada en Dios y dando frutos de vida eterna (cfr Col 1, 10). Mediante la oración de contemplación y adoración.

·               Permanecer sirviendo. ¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis ‘el Maestro’ y ‘el Señor’, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros. Os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis lo que acabo de hacer con vosotros (Jn 13, 13-15)

 

7.                  Todo el que vive en Cristo vive en la Ley del amor.

 

Podemos afirmar que la obra del Espíritu Santo es ayudarnos a ser en Cristo una Plenitud, mediante la fe y la conversión. Dios quiere que seamos Amor para que podamos amarlo a él y a nuestros hermanos con el mismo amor que él gratuitamente nos ama. Sólo entonces podremos hacer nuestras las palabras de la Sagrada Escritura: “Si alguno que posee bienes materiales ve que su hermano está necesitado y le cierra sus entrañas, ¿cómo puede residir en él el amor de Dios? Hijos míos, no amemos de palabra, sólo con la boca, sino con obras y según la verdad” (1 Jn 3, 16).

 

Amar como Cristo nos amó nos pone en camino de la Pascua: Morir al egoísmo para resucitar a la vida nueva para crecer en el amor dándonos y entregándonos en servicio a los demás. Esta ha sido realmente la invitación de Jesús: Decía a todos: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame” (Lc 9, 23) La cruz de Jesús está hecha de bondad, verdad, justicia, obediencia y servicio, no podeos seguir a Jesús de cualquier manera, abrazar la cruz es acepar la voluntad de Dios y someterse a ella. Este modo de vivir está lleno de esfuerzos, renuncias y sacrificios, para poder ser discípulos de Jesús y llevar una vida grata y agradable a Dios (Heb 11, 6).

 

La cruz de Jesús es fuente de conocimiento, de santidad, de amor, es el camino para que los discípulos se revistan de Cristo: “Por lo demás, fortaleceos por medio del Señor, de su fuerza poderosa. Revestíos de las armas de Dios para poder resistir a las acechanzas del diablo.” (Ef 6, 10s) En la carta a los romanos san Pablo nos presenta camino para estar “revestidos de Jesucristo”: “Tened en cuenta el momento en que vivís e id pensando en espabilaros del sueño, pues la salvación está más cerca de nosotros que cuando abrazamos la fe. La noche está avanzada; el día se acerca. Despojémonos, pues, de las obras de las tinieblas y revistámonos de las armas de la luz.  Vivamos con decoro, como en pleno día: nada de comilonas y borracheras; nada de lujurias y desenfrenos; nada de rivalidades y envidias. Revestíos más bien del Señor Jesucristo, y no andéis tratando de satisfacer las malas inclinaciones de la naturaleza humana” (Rom 13, 11- 14)

 

Hoy podeos decir que amar es salir fuera… para ir al encuentro de personas concretas…. Para iluminarlas con la luz del Evangelio: el amor. Para los que lo están haciendo, amar, es darse es donarse, es entregarse, es inmolarse en la presencia de Dios, para ayudar a otros a realizarse como personas. La “cultura del amor” exige, entre otras cosas, el reconocimiento personal mutuo, la aceptación personal mutua, el reconocimiento incondicional mutuo, el perdonarse mutuamente, amarse recíprocamente y abrirse  a un  diálogo interpersonal.

 

Amar se aprende amando, razón por la que se dice que nadie se realiza solo, necesitamos de los demás y los otros necesitan de nosotros. Aprender a vivir para los demás nos ayuda cultivar lo realmente humano: la humildad, el amor fraterno y el dominio propio, El cultivo del barbecho de nuestro corazón (Jer 4, 3), sólo podremos hacerlo con la Gracia del Espíritu Santo de acuerdo a las palabras del Señor Jesús: “Él corta todo sarmiento que en mí no da fruto, y limpia todo el que da fruto, para que dé más fruto. Vosotros estáis ya limpios gracias a la palabra que os he dicho. Permaneced en mí, como yo en vosotros. Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, tampoco vosotros podréis si no permanecéis en mí.  Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él dará mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer” (Jn 15, 2- 5).

 

Con la Gracia de Dios y nuestros esfuerzos, la cruz es fuente de vida, amor y santidad.

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