2. LOS VALORES DEL REINO DE DIOS EN NUESTROS DÍAS

 

 

LOS VALORES DEL REINO DE DIOS EN NUESTROS DÍAS

8. El divorcio entre amor y justicia. No divorciemos el amor de la justicia, haciéndole favores al prójimo en vez de hacerle justicia. Evitemos el paternalismo, no insultemos la dignidad de las personas, dando limosnas, hagamos más bien justicia y defendamos los derechos de los demás. El amor no es un favor, es un mandamiento, el mayor de todos los Mandamientos de la Ley de Dios. Por lo tanto, mi prójimo tiene derecho a mi amor, es otro ser humano como yo, hecho a imagen y semejanza de Dios. Otra manera de evitar el divorcio entre amor y justicia es aprendiendo a aplicar ambos términos, tanto en nuestra vida privada como en nuestra vida social. El amor hace comunión, es cuestión de muchos y no de uno solo.

 

Cuando el amor y la justicia están juntos, en comunión, se puede construir una comunidad de personas en la cual existe: solicitud mutua, reconciliación continua y un compartir permanente. Sin individualismos ni relativismos ni exclusivismos. Según los planes del Creador, todo fue creado para todos, y nadie puede o debe apropiarse de aquello que otros necesitan para vivir con dignidad. Como también, nadie debe gastar en lujos innecesarios e inútiles, esto sería un fraude a los pobres; escándalo que hace que muchos rechacen la fe cristiana o nieguen la existencia de un Dios providente, justo y misericordioso.

 

El Valor de la Dignidad humana. Hoy día, como en la sociedad en los tiempos del Señor Jesús lo que las personas más valoran es “el status social”. Las relaciones sociales son medidas por el prestigio, la educación, la honra y la riqueza. ¿Cuánto tienes? Cuánto vales. Las personas son valoradas por el color de la piel, por los trapos que traen encima, por los títulos que poseen, por el carro que manejan o por el lugar donde viven. Cuando estos falsos valores rigen las relaciones sociales, hemos de decir que nuestra sociedad está determinada por las clases sociales: de primera, de segunda, de tercera y más… Hablemos claro, el mundo no tiene la mirada de Dios.

 

La dignidad humana es la perla preciosa que brilla en el rostro de todo ser humano. A la misma vez, la dignidad humana, como valor evangélico contradice el valor mundano de la “status social”. Para Jesús lo más importante es la persona humana, concreta de carne y hueso. Por eso criticó en especial a los fariseos por causa del deseo de status: “Les gusta ocupar los primero puestos en las comidas y los primeros asientos en las sinagogas; que les salude la gente por la calle y los llame maestros” (Mt 23, 6-7). A sus mismos discípulos los corrigió por su búsqueda de status. Estaban siempre discutiendo sobre los primeros lugares y cuál sería el mayor entre ellos (Mt 18, 1). También competían entre ellos por ocupar los opuestos más honrosos (Mc 10, 35-37).

 

De acuerdo a la doctrina del Evangelio, el ser humano redimido por Jesús es una persona valiosa en sí misma. Vale por lo que es; es un fin en sí mismo. Para el Señor todo somos iguales en dignidad, en honra, en status y en valor. La interiorización de este valor es muy importante para la vida espiritual. Podemos decir que es la base de una verdadera humildad: reconocer que somos débiles y al mismo tiempo reconocer que todas las cosas buenas que tenemos y somos, son regalo de Dios.

 

 El Apóstol nos dice: “¿Qué tienes que no lo hayas recibido? Y sí lo has recibido, ¿Por qué te glorías como si no lo hubieras recibido?” (1Cor 4, 7). Cuando esta verdad no está en nuestra mente, todas nuestras capacidades y talentos se pueden convertir en orgullo y soberbia. Nos creemos superiores y mejores que los demás al edificar una sociedad piramidal. Como puede ser dañino y vicioso el poseer una falsa humildad que nos lleve a perder el respeto y el afecto a nosotros mismos.

 

Nunca debemos de perder de vista que el respeto por la dignidad de las personas es la base del amor y de la justicia en las relaciones sociales. Amar a todos es tratar a todos con igual respeto. Practicar la justicia es estar en lucha contra la discriminación, la manipulación, la explotación y opresión de los seres humanos. Luchar contra la injusticia es erradicar toda forma de mentira y  fomentar la igualdad y en respeto entre las personas.

 

El valor del Compartir. Este valor evangélico viene a nosotros como interpelación. Cuando Jesús ha entrado en nuestra existencia, lo primero que deseamos es configurar nuestra vida con él, para un día llegar a tener sus mismos sentimientos, sus mismas luchas y sus mismas preocupaciones. Entre otras cosas incluye: el tipo de casa en el que vivimos, el tipo de comida que comemos, la marca de ropa que usamos, el modelo de carro que estamos usando,  y todos los otros bienes materiales que utilizamos. El compartir es un valor que ilumina el dinero y las posesiones que tenemos, sobre todo nuestro modo de usarlos.

 

En la época de Jesús los fariseos eran tenidos como amantes del dinero (Lc 16, 14), y la mayoría de pobres y ricos consideraban los bienes de fortuna como una bendición de Dios. No dudamos en decir, que el valor mundano por las cuales se luchaba y se vivía era el ser ricos y el tener un “patrón de vida alto”. Jesús llamó ricos a los que escogen el dinero en vez de a Dios. Para Jesús el ser rico no es un pecado, el pecado está en el no compartir como es el caso de Lázaro y el rico Epulón (Lc 16, 19). Aquellos que escogen el dinero en vez de a Dios, no lo comparten con los pobres se excluyen a sí mismos del Reino de Dios.

 

Jesús recomienda a los que quieren ser sus discípulos: “Vende tus bienes y comparte el dinero con los pobres” (Mt 6,19-21; Lc 12, 33-34), “Quien no renuncie a sus bienes no puede ser mi discípulo” (Lc 14, 33). La renuncia a los bienes es el precio que se tenía que pagar para ser discípulo de Jesús, o para hacerse cristiano. Así fue en los primeros días en que los cristianos vendían sus bienes para ponerlos a los pies de los Apóstoles. (Hech 2, 44-46; 4, 34; 5, 11). El valor evangélico aquí es el compartir, para asegurar que los pobres sean alimentados, que todos tengan lo necesario para vivir con dignidad. El compartir es poner en práctica el Mandamiento Nuevo; es la expresión del amor, de la justicia y de la compasión, que llega hasta lo económico y afecta los bolsillos o la cartera.

 

Cuando nos negamos a compartir, estamos poniendo un obstáculo muy grande a la vida espiritual. Nos hacemos esclavos de nuestros bienes, del confort material y de nuestro “patrón de vida”. La vida espiritual se refiere a la presencia de la Gracia en el interior del cristiano, y al modo como se manifiesta: en “nuestro estilo o nuestro patrón de vida”. Cuando nuestra vida, no está de acuerdo con el Evangelio, en vez de cristiana, es mundana, es pagana, es vida de pecado. La solidaridad con el pobre es el centro de toda espiritualidad bíblica.

 

El Valor de la Solidaridad humana.La raza humana está dividida en grupos sociales, frente a los cuales, podemos encontrar dos posturas una de egoísmo, o bien, otra de solidaridad. Naciones, tribus, clanes, familias, culturas, clases y sectas religiosas, conformaciones sociales que nos dan  un sentimiento de integridad, de lealtad y solidaridad de grupo. En la época de Jesús los grupos sociales eran muy fuertes. Y algunos eran rivales de los otros grupos como fue el caso de los fariseos, saduceos y herodianos. Mientras que al interior de los grupos podía haber fuertes experiencias de solidaridad al grado de decir: “lo que le hagas alguno de mi grupo, a mí me lo haces”.

 

El problema no son los grupos, sino el egoísmo frente a los otros. Hablamos, no de un egoísmo individual, sino entre grupos, mucho más serio, peligroso y perjudicial. El valor pecaminoso y mundano es el egoísmo y el exclusivismo de la solidaridad del grupo. Jesús luchó contra la solidaridad de grupo. Salió de su propio grupo religioso, social y cultural, para abrazar a toda la raza humana como hermanos y hermanas, como a parientes y vecinos. Jesús nos enseñó con sus palabras y con su vida a amar aún a los enemigos, a los que te odian y te hacen el mal” (Lc 6, 27-28). Para Jesús, el valor no es la “solidaridad de grupo”, sino la “solidaridad de humana”.

 

No obstante, nosotros podamos amar mucho a nuestro grupo, la solidaridad humana es mucho más importante. Cuando rompemos la solidaridad humana o no la valoramos correctamente, nuestra solidaridad de grupo se torna egoísta y pecaminosa. Como persona, como cristiano que soy y como sacerdote, mi primera lealtad es con la familia humana. Todo lo demás es secundario. Jesús se identificó con todos los seres humanos: “Todo lo que hicieras con el menor de mis hermanos, a mí me lo harías”. Esto es el amor cristiano, compasión divina, eso es lo que llevó al buen samaritano hacer lo que hizo con un judío socialmente despreciado (Lc 10, 25ss) Para Jesús, todos somos hermanos y hermanas e hijos de Dios.

 

El valor del Servicio. La cuarta área de interés es la del poder. La mayoría de nosotros tiene cierto poder y cierta autoridad. El poder en sí mismo, no es malo; lo malo es hacer de él un fin en sí mismo, un dios. Cuando el poder y la autoridad se ejercen para dominar y oprimir a otros, es entonces cuando se convierte en un valor mundano, pagano y pecaminoso. En todas partes encontramos personas luchando por el poder, usando y abusando de él, dominando a otras personas y tratando de controlarlas.

 

En la época de Jesús el poder y la autoridad fueron generalmente usados para dominar y oprimir, tanto a los pueblos como a las personas. Él rechazó el poder como un valor pagano y lo convirtió en un valor evangélico usando el poder y la autoridad para servir a los otros.

 

Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: “Los jefes de las naciones las gobiernan como si fueran sus dueños, y los poderosos las oprimen con su poder. Entre ustedes no debe ser así. El que quiera ser el más importante entre ustedes, que se haga el servidor de todos, y el que quiera ser el primero, que se haga el siervo de todos. Así como el hijo del Hombre, no vino para que lo sirvieran, sino para servir y dar su vida por los hombres recatados” (Mc 10, 42-45).

 

Dos estilos para usar el Poder. Existen dos estilos para usar el poder y la autoridad. Una manera es usar el poder para servir y otra para dominar. Una manera para oprimir y otra para liberar. Una cosa es desear ser servidos y otra cosa es desear ser servidores de los demás. Una cosa es el espíritu de dominación y opresión y otra cosa es el espíritu de servicio y de liberación. Sin el espíritu de servicio y de liberación no hay vida espiritual.

 

Cuando somos movidos por el Espíritu Santo comenzamos a erradicar de nuestra vida el egoísmo y todo obstáculo que impide nuestra realización en el amor. El Espíritu Santo hace nacer en nosotros el deseo de servir a los demás por amor y no porque deseamos ser admirados, ser reconocidos o por gratitud. Sin servicio a los demás el Mandamiento de Jesús se nulifica en nuestra vida: “Ustedes me llaman maestro y señor, y dicen bien: Pero si yo, que soy maestro y señor, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies unos a os otros” (Jn 13-14). Lavar pies significa servir como Jesús, por amor, sin buscar el bien propio. El Modelo del servicio es Jesús, no hay otro. “Les aseguro que el sirviente, no es más que su señor, ni el enviado más que el que lo envía” (Jn 13, 15), la Meta de todo servidor es “ser como su Señor”, el Servidor de todos.

 

Oración:

Padre nuestro que estás en el Cielo. Santificado sea tu Nombre, venga tu Reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el Cielo. Danos hoy el pan de cada día, perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden, no nos dejes caer en tentación y líbranos del mal (Mt 6, 9-11).

 

 

 

 

 

 

 

 

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