1.- LA EUCARISTÍA COMO “PRESENCIA REAL” DE JESUCRISTO.

 

 


1.- LA EUCARISTÍA COMO “PRESENCIA REAL” DE JESUCRISTO.

Objetivo: profundizar el conocimiento de Jesús Eucaristía en los fieles para suscitar el hambre del Pan Eucarístico y la devoción al Santísimo Sacramento.

Iluminación.“Estaré con ustedes todos los días, hasta la consumación de los siglos” (Mt 8, 20) y para estar siempre con los hombres, Cristo Jesús inventó “La Eucaristía”. 

Papa Francisco nos ha dicho: “la Eucaristía no es un premio para los perfectos sino un generoso remedio para los débiles»

Jesús: Amor entregado.Jesús es el amor entregado por Dios a los hombres. El Evangelio describe la vida de Jesús como donación y entrega incansable e incondicional a todos y por todos. Nos preguntamos: ¿quién entregó a Jesús? La Escritura nos dice que el Padre entregó a su Hijo (Jn 3, 16) Pero también nos dice que Jesús se entregó a sí mismo: “mi vida yo la entrego” (Jn 10, 18) Pablo nos confirma lo anterior diciendo: “Me amó y se entregó por mí” (Gál. 2, 20); “Nos amó y se entregó por nosotros (Ef 5, 1); “Amó a su Iglesia y se entregó por ella” (Ef 5, 25) Pedro en su primer discurso el día de Pentecostés Nos lo dijo con entera claridad: “Escuchen Israelitas… Jesús de Nazareth fue un hombre… Ustedes entregaron a Jesús para que lo crucificaran por medio de gente malvada…” (Hch 2, 21ss)

 

Toda la vida de Jesús fue una entrega a su Padre en servicio a los hombres: “Se pasó la vida haciendo el bien, liberando a los oprimidos por el diablo” (Hch 10, 38). Al final de sus días lo mataron por medio de gente malvada, pero Dios lo resucitó de entre los muertos y lo sentó a su derecha. Es el mensaje de los Apóstoles el día de Pentecostés, el hombre Cristo Jesús, el profeta de Dios. El que había dicho: “Vengo para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10, 10), ha muerto y ha resucitado para ser Señor de vivos y muertos, para ser alimento de vida eterna.

Dios inventó la Eucaristía.¡Quédate con nosotros, Señor porque atardece y el día va de caída! (Lc 24, 28). Es la invitación que los discípulos de Emaús hacen a su Maestro, después de que él les ha explicado las Escrituras, y a ellos les ardía el corazón. ¡Quédate con nosotros!, es el anhelo más profundo del corazón, Jesús acepta la invitación y entra en la casa de los discípulos a eso ha venido ¡a quedarse! Y a quedarse para siempre, es su promesa: “Estaré con ustedes todos los días, hasta la consumación de los siglos” (Mt 28, 20) y para estar siempre con los hombres, Cristo Jesús inventa “LA EUCARISTÍA” .Podemos recordar que Jesús es Emmanuel: “Dios con nosotros”, “Dios entre nosotros” y “Dios a favor de nosotros”. Y con esta presencia en la Eucaristía, Cristo se hace presente, a lo largo de los siglos, el Misterio de su muerte y de su Resurrección. En ella, se le recibe a Él en persona, “Pan Vivo que ha bajado del Cielo”. Jesús inventó la Eucaristía  para ser luz,  alimento de su Cuerpo que es la Iglesia y perpetuar por su medio su Muerte y Resurrección.

 

La Eucaristía como “presencia real” de Jesucristo. Pablo VI llamó a la Eucaristía “Presencia Real de Jesucristo”, no por exclusión, porque las otras no fueran “reales”, sino por antonomasia, ya que es sustancial, ya que por ella ciertamente se hace presente Cristo, Dios y Hombre, entero e íntegro (Misterio de Fe No. 39). El grito, el clamor de los fieles debe ser como el de los testigos de Emaús: “Señor, quédate con nosotros”: Jesús responde con un permanente sí: “y entró para quedarse con ellos” (Lc 24. 28s) La Iglesia católica cree firmemente que después de las palabras de la Consagración, Cristo vivo, está presente sobre el Altar ofreciéndose como “Víctima viva al Padre por la salvación de la humanidad”. Presente en cada uno de los fieles, miembros de su Cuerpo; presente en la Palabra que se proclama; presente en el sacerdote celebrante y presente en las especies eucarísticas del pan y del vino que por las palabras de la consagración y por la acción del Espíritu Santo son trasformados en cuerpo y sangre de Cristo. Esta es nuestra fe católica, que la Iglesia recibió de los Apóstoles.

 

El Camino de Emaús. ¡Volvamos a la experiencia de Emaús! Jesús se sentó a la mesa con los discípulos, tomó el Pan en sus manos, dio Gracias, lo bendijo, lo partió, y en ese momento a ellos se les abrieron los ojos y reconocieron al Señor, al partir el Pan. Esta es la primera misa que Jesús celebra el mismo día de la Resurrección. Jesús desaparece ante la vista de los discípulos, pero permanece en el Pan convertido en su cuerpo y en el vino convertido en su sangre. Los discípulos de Emaús, vuelven gozosos a Jerusalén a reencontrarse con los demás discípulos  y asumir la misión de llevar a Jesús “a todas las naciones” (Lc 24,47): la obra de Jesús retoma su camino. La Cruz no fue un fracaso, el grano de trigo murió, pero ha resucitado, y está dando frutos en abundancia.

 

El camino de Emaús es nuestra vida. Muchas veces caminamos en la vida como los testigos de Emaús: sin sentido y sin esperanza. Diciendo: todo fue inútil, creíamos que él era nuestro Liberador”, y luego para que… todo terminó en la Cruz. Nosotros decimos: hago oración y parece que Dios no me escucha; trabajamos y no vemos frutos y dan ganas de abandonar el misterio; pero el Señor Jesús se nos acerca y nos da su Palabra, para que recobremos nuevos ánimos., y vuelve a surgir el grito de nuestro interior: “Quédate con nosotros, porque se hace de noche”.  Sin la luz de su Palabra, pronto sería de noche y dejaríamos de ver, seríamos ciegos y necios, hombres sin esperanza y sin sentido de la vida. La Palabra nos revela el claro proyecto de Dios, se revela en Jesús porque quiere permanecer con nosotros eternamente, se puede comer a Jesús, escuchando su Palabra, creyendo en Él y se puede comer a Jesús a través del Pan Eucarístico.

 

De esa Eucaristía nace la Iglesia Misionera. De esa primera Misa ha nacido la iglesia misionera que somos nosotros. En nuestro caminar, de hecho, Emaús, inaugura una cadena milenaria de Eucaristías; cada vez que, en nuestro camino, decimos: “Quédate con Nosotros”, El responde en la mesa Eucarística que nosotros le preparamos, dándonos su pan y su cuerpo, su vino y su sangre y a través de ellos, lo reconocemos y somos sanados, perdonados, fortalecidos, unidos por Él y en Él, haciendo realidad hoy sus palabras: “El que me come, vivirá por mí” (Jn,6, 57). Juan Pablo II, nos lo dijo con toda claridad: El encuentro con Cristo en la Eucaristía suscita en la Iglesia y en cada Cristiano, la exigencia de Evangelizar y dar testimonio de la muerte y la Resurrección de Jesucristo, recordando las Palabras del Apóstol: “Cada vez que coméis de este Pan y bebéis de esta copa, proclamareis la muerte del Señor hasta que vuelva” (1 Cor 11, 26). La fe cristiana se anuncia, se vive, se celebra y proclama.

 

La “Fracción del pan” es la Eucaristía. El primer nombre con el cual se llamó a nuestra Misa fue la “fracción del pan” (cf Hech 2, 42; 20, 7; Lc 24, 28s) Partir pan significa para Jesús “ofrecerse como hostia viva al Padre”; significa sacrificarse, dándose y entregándose por la salvación de la Humanidad; significa inmolarse en la presencia de Dios a favor de toda la humanidad; significa no vivir para sí mismo, sino, para los demás. Antes de ser “presencia” “banquete” y “sacrificio” la Eucaristía nos descubre cómo vivió Jesús: abrazando la voluntad de su Padre y empeñado en la construcción del “Proyecto de Dios para la Humanidad”: Un Reino de amor, paz y justicia para todos los hombres.  En la última cena, el Señor Jesús dejó a su Iglesia su más hermoso legado: “Esto es mi cuerpo… esta es mi Sangre… que será entregado y derramada por vosotros. “Hagan esto en Memoria Mía”. Es un Mandamiento, es una invitación gozosa, no sólo, a actualizar el memorial de la Muerte y Resurrección hasta que el Señor vuelva, sino también a vivir como Jesús vivió: haciendo el bien y amando a los suyos (Jn 13, 1). Los cristianos sabemos qué tanto, en la Iglesia como en el Reino de Dios, nadie vive para sí mismo, sino para el Señor y para los demás (Rom 14, 8). Vivir para los demás compartiendo con ellos los dones de Dios, reconociendo en los otros la “dignidad humana y cristiana”, siendo solidario y servicial con todos, tal como lo pide el Mandamiento Regio de Jesús (Jn 13, 34-35).

 

En la “Ultima cena” Jesús celebró toda su vida, desde su nacimiento hasta su muerte como “Don del Padre” a los hombres y como “Don de sí mismo”. Toda su vida fue un vivir dándose y entregándose a los suyos hasta el extremo. La última cena es la hora a la que Él había hecho referencia diciendo: “Cuanto he deseado celebrar esta Pascua con ustedes”. Es la noche en la que fue entregado, y es la noche en la que Él se entregó anticipadamente: “instituyó el Sacrificio Eucarístico de su Cuerpo y de su Sangre”. Y lo dejó a su Iglesia como el “don por excelencia”. Don de sí mismo, de su persona, en su santa humanidad y divinidad, además, de su obra de Salvación. Cuando la Iglesia celebra la Eucaristía memorial de su muerte y su resurrección, se hace realmente presente este acontecimiento central de salvación y se realiza la obra de nuestra redención.

La Eucaristía como encuentro con Cristo. Juan Pablo II en la exhortación apostólica “La Iglesia en América”, nos habló de los lugares para encontrar a Cristo, señalándonos en primer lugar La Sagrada Escritura, leída a la luz de la tradición, de los Padres y del Magisterio, profundizada en la Meditación y la Oración.  En el encuentro con las personas, especialmente con los pobres, con los que Cristo se identifica, pero, también el Papa, nos habló de las múltiples presencias de Cristo en la Liturgia, de manera especial en la Eucaristía: “Cristo está presente en los fieles, en la Palabra que se proclama, en el sacerdote celebrante y está presente “sobre todo bajo las especies Eucarísticas” (EIA No. 12). El Encuentro con Cristo siempre será liberador y gozoso. Liberador porque, en virtud de su sangre preciosa, nos quita las cargas del pecado, y gozoso por que experimentamos el triunfo de la Resurrección de Jesucristo. Dos realidades, dos momentos de una misma experiencia: Muerte y Resurrección. La Pascua del Señor que celebramos en la Eucaristía es encuentro que nos lleva a la conversión, a la comunión y a la solidaridad con todos.

 

Las dos mesas. La Eucaristía, no obstante es una, se divide en dos grandes partes, la Mesa de la Palabra y la Mesa de la Eucaristía: Palabra y Eucaristía son inseparables, razón por lo que la Iglesia pide a los fieles pasar a recibir la comunión, solamente si han estado presentes en la proclamación de la Palabra. En la misa, encontramos dos mesas, dos comidas que son alimento y Vida: la mesa de la Palabra y la mesa de la Eucaristía. Muchos podrán decir: me hubiera gustado vivir en la época de Jesús para haber escuchado su Palabra, nosotros hoy más de dos mil años después, no necesitamos hacer un viaje y regresar a la época histórica de Jesús, hoy y aquí nosotros, gracias a la Liturgia de la Iglesia, podemos ver a Jesús, escucharlo, tocarlo, creer en Él, ofrecernos con Él y comérnoslo,

 

La Mesa de la Palabra, hace que la Eucaristía sea encuentro de Luz, Cristo nos ha dicho: “Yo soy la Luz del mundo y el que me sigue, no camina en tinieblas” (Jn 8, 12). Su Palabra es Luz, es Luz en nuestro camino, es antorcha para nuestros pies y alimento para nuestra alma de acuerdo a las palabras del mismo Señor: “Mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre” (Jn 4, 34). Su Palabra nos ilumina: “Permaneced en Mí y Yo en vosotros” (Jn 15, 4), es decir nos señala el camino para vivir en comunión con Dios. La Palabra de Dios es viva porque es Palabra de Dios vivo, Palabra de vida. Exige adhesión plena y abandono total a lo que Dios manifiesta en ella. Podemos decir que en la Misa Dios nos habla, se nos revela y a esa Palabra hay que prestarle la obediencia de la Fe. Escuchar significa, adherirse plenamente y obedecer significa adecuarse a lo que Dios dice. Acoger y vivir la Palabra es la respuesta adecuada al amor de Dios.

 

La Mesa de la Eucaristía. Jesús nos enseñó con parábolas, pero su misma vida es una parábola, se sienta a la mesa con pecadores (Mc 2, 15), para enseñarnos que los pecadores son invitados a sentarse a la mesa con el Padre celestial, de manera que en la enseñanza de Jesús, Él se entrega a los suyos en la Palabra y en la Eucaristía, único alimento que suscita y alimenta la vida. Jesús no dejó lugar a dudas: "Yo soy el pan vivo bajado del cielo; si alguno come de este pan, vivirá para siempre"; "en verdad os digo, si no coméis la carne del Hijo de Dios y no bebéis su sangre no tendréis vida en vosotros"; "El que come mi cuerpo y bebe mi sangre tiene vida eterna" (cfr. Juan 6, 30-58) ¿Qué hacer para tener vida eterna y permanecer en comunión con Dios?.

 

Existe un único banquete: Jesús-Palabra y Jesús-Eucaristía, no se pueden separar. Antes es necesario comer a Jesús Palabra, es necesario creer en Él y después tomar a Jesús Eucaristía, la Palabra precede y sigue, porque la Eucaristía es Pan de Vida en la medida que existe una Fe que acoge a Jesús y a sus Palabras. La misma Eucaristía es Palabra que se cree, que se vive, que se celebra y que se anuncia. En la Misa se celebra la Palabra y también la Eucaristía y en su punto central, recordamos el memorial de la Muerte y Resurrección de Cristo: ¡La expresión más grande del amor! Según las Palabras de mismo Jesús: “No hay amor más grande que dar la vida por los amigos” (Jn 15, 13). Es muy importante entender que “cuerpo y sangre” es una frase semítica que significa “toda la persona”. Al decir que el pan y el vino se convierten en el “cuerpo y sangre, decimos que el pan y el vino se convierten, por las palabras de la consagración y la acción del Espíritu Santo, en la “persona de Cristo”: “cuerpo y sangre, alma y divinidad”.

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