|. LA PASTORAL DE JESÚS, EL SEÑOR

1.  La Pastoral de Jesús, el Señor.

 

 

 

Objetivo: Conocer la pastoral de Jesús, el Buen Pastor,  como modelo de toda pastoral en la Iglesia, para siguiendo sus huellas podamos realizar sus obras y hablar sus palabras para gloria de Dios y bien de los hombres.

 

Iluminación: “Porque de Él salía un poder que sanaba a todos y por eso toda la gente procuraba tocarle” (Lc 6, 19). “Se pasó la vida haciendo el bien y liberando a los oprimidos por el diablo” (Hech 10, 38).

 

 

1.    Jesús, el evangelizador del Padre

 

Jesús es el buen pastor. Él mismo se dio este nombre (Jn 10, 11). “Él da la vida por sus ovejas y las conoce” (Jn 10, 11-14). El conocimiento de Jesús por sus ovejas es el conocimiento bíblico pues conlleva la entrega amorosa y la donación por todas y cada una de sus ovejas. Jesús es también “puerta de las ovejas (Jn 10, 7) y “camina delante de ellas” y ellas le siguen porque conocen su voz” (Jn 10, 4). Jesús buen Pastor alimenta al rebaño con fresca hierba y lo hace abrevar en aguas de reposo lo consuela y lo defiende con su vara y su cayado (Sal 23), y da su vida por él (Jn 10, 11).

 

Jesús, Nos dice el Concilio Vaticano II, después de haber padecido la muerte de cruz, resucitó, se presentó por ello constituido en Señor, Cristo y Sacerdote para siempre y derramó sobre sus Apóstoles el Espíritu prometido por el Padre. Por esto la Iglesia, enriquecida con los dones de su Fundador recibe la misión de anunciar el Reino de Cristo y de Dios e instaurarlo en el corazón de cada hombre y de todos los hombres (LG 6).

 

 

2.    ¿Cómo fue la Pastoral de Jesús?

 

 Jesús, movido por la más grande compasión a los hombres y buscando siempre la gloria de su Padre, se dedicó a salvar a todo el hombre y a todos los hombres, tal como aparece en el Evangelio. Se preocupó por liberar al pecador del pecado y de todas sus secuelas, sanó toda enfermedad y dolencia, “Porque de Él salía un poder que sanaba a todos y por eso toda la gente procuraba tocarle” (Lc 6, 19). Vendó y sanó heridas del corazón y derramó por todas partes sanidad interior de odio, miedo, y complejos, liberó de la opresión y aún de la posesión demoníaca y fue el modelo perfecto de oración y del ejercicio de todas las virtudes. Jesús con sus palabras, con sus exorcismos, con sus milagros, y sobre todo con su estilo de vida sembró el reino de Dios en el corazón de los hombres. “Se pasó la vida haciendo el bien y liberando a los oprimidos por el diablo” (Hech 10, 38).

 

 

a)             La glorificación del Padre

 

Lo primero que aparece en la pastoral de Jesús es el deseo de dar gloria  a su Padre del cielo: “No sabéis que tengo que estar en las cosas de mi Padre” (Lc 2, 49), “Mi alimento es hacer la voluntad del Padre que me ha enviado y en llevar a cabo su obra” (Jn 4, 34). “El Padre no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada” (Jn 8, 27-30). “Mi Padre siempre me escucha porque yo hago lo que a Él le agrada” (Jn 14, 31)Todas estas palabras nos muestran que el objetivo principal de la Pastoral de Jesús fue siempre la gloria de su Padre y no su interés personal. La recompensa que recibe es la “exaltación a la diestra de Dios, y ser proclamado como Señor y Mesías. (cf Fil 2, 6-11).

 

 

b) Amor fraternal al hombre

 

Unido a su Amor filial al Padre existió siempre en el corazón de Cristo un amor ardiente por los hombres, especialmente los enfermos y pecadores. El ministerio de Jesús fue siempre animado por la compasión: “Él tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades” (Mt 8, 17). “Y al desembarcar, vio mucha gente, sintió compasión de ellos y curó a sus enfermos” (Mt 14, 14). “Me da lástima esta gente, porque hace ya tres días que permanecen conmigo y no tienen que comer” (Mt 8, 2). “Y al ver al a muchedumbre, sintió compasión porque estaban vejados y abatidos como ovejas que no tienen pastor” (cf Mt 11, 28). En su Evangelio Marcos nos dice: “Sintió compasión por la gente y se puso a enseñarles muchas cosas y al final del día les dio de comer” (Mc 6, 34ss).

 

c) Pastoral nutrida con intensa oración

 

La eficacia pastoral de Jesús se debió a su intensa comunión con el Padre, alimentada con una íntima, profunda, intensa y frecuente oración. La oración de Jesús es uno de los mayores ejemplos para el ejercicio de nuestra pastoral. Jesús está en oración cuando recibe la unción del Espíritu Santo en el Jordán (Lc 3, 21). Prepara su ministerio con cuarenta días de intensa oración y ayuno en el desierto. “Después de despedir a la gente subió al monte a solas para orar” (Mt 14, 23). “De madrugada cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó, salió y fue a un lugar solitario, donde su puso a orar” (Mc 1, 35).

 

Con una noche de oración prepara la elección de los Doce (Lc 6, 12). Con una intensa noche de oración se prepara para su Muerte de Cruz: “Sentaos aquí, mientras que voy allá a orar” (Mt 26, 36). “Sumido en agonía insistía más en su oración” (Lc 22, 44). Oró por sus verdugos en la Cruz y muere con una oración de entrega al Padre.

 

La súplica de los discípulos siempre ha de ser la misma: “Maestro, enséñanos a orar” (Lc 11, 1). Jesús atendió la súplica y nos dio algunas normas para la eficacia de nuestra oración: Pedir perdón, perdonar a los que nos ofenden y amar a los enemigos (Mc 11, 24-25; Mt 5, 44-45). La oración de Jesús nos pide practicar la humildad: “Cuando hagáis oración no seáis como los hipócritas que hacen oración para que los vean” (Mt 6, 5/). Y de manera especial nos invita a vigilar: “Vigilad y orad para no caer en la tentación” (Lc 22, 46).

 

 

d) Jesús, Pastor pobre

 

Jesús, nace pobre y vive pobre, ejerció su pastoral en tal pobreza que pudo decir: “Las zorras tienen su madriguera y las aves del cielo sus nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza” (Lc 9, 58). Jesús comienza su “Carta Magna” las bienaventuranzas poniendo en primer lugar a los pobres: Dichosos los pobres de espíritu porque de ellos es el reino de Dios” (Mt 5, 3) Pablo al hablarnos de la generosidad de nuestro Señor Jesucristo nos dice: “El cual, siendo rico, se hizo pobre, por nosotros a fin de que os enriquecierais con su Pobreza.” (2 Cor 8, 9). La pobreza de Jesús es el haberse hecho uno de nosotros; es su estilo de vida, su pasión y su muerte. Como también podemos decir que la riqueza de Jesús es ser el hijo amado del Padre, el  hermano universal de los hombres y ser el servidor de todos.

 

 

3.             Jesús nos llama a ser testigos del amor de Dios

 

El primer testigo del amor de Dios en el mundo es Jesús. Él curaba, consolaba, perdonaba porque quería dar a conocer el amor que recibía de su Padre, porque quería que el mundo se enterase de que hay un Dios Creador de todo y de todos que además nos ama como un Padre misericordioso, un Padre vigilante que cuida de nosotros, que nos sostiene, que nos guía para que aprendamos a vivir como personas, queriéndonos los unos a otros, en una familia universal que recuerde la familia de las personas divinas, la relación de cariño y de ternura que Dios tiene con nosotros. Este es el camino que nos lleva hasta Dios, el camino que nos salva de verdad y nos lleva  a la Vida.

 

La religión de Jesús es el amor, el amor con el que amaba a su Padre y el amor con que nos quería y nos quiere a todos. Por eso fue condenado y por eso mismo se dejó matar.”No hay amor más grande que dar la vida por los amigos” (Jn 15, 13) Jesús no podía dejar de hablar de Dios como un Padre universal que quiere igual a todos los hombres y a todos los pueblos, que perdona los pecados y se alegra por la conversión de los pecadores. Desde entonces los cristianos, y de forma especial los sacerdotes, dedicamos la vida a anunciar a unos y otros que Dios es Amor, que Dios nos quiere y que la religión verdadera, fuente de la vida y de la felicidad es el amor que Dios nos da cuando de verdad acudimos a Él con humildad y confianza.

 

 

4.             Llamados a ser Discípulos de Jesús.

 

E Papa Francisco nos ha recordado la vocación de todo bautizado a ser discípulo de Jesús para con la fuerza del Evangelio ser impulsado a evangelizar (EV 119- 120) Todo cristiano es discípulo misionero en la medida que se ha encontrado con el Amor de Dios Manifestado en Cristo Jesús, al estilo de la mujer samaritana (Jn 4, 1ss) de Zaqueo (Lc 19, 1-11); de Pablo, el Heraldo de Cristo (Hech 9, 20). Para el Papa Francisco discípulo es todo aquel que lleva dentro la disponibilidad de salir fuera para ir y anunciar el amor de Cristo, de manera espontanea y en cualquier lugar donde se encuentre (EG 127).

 

Para san Juan las condiciones para ser discípulos siguen vigentes hoy día: “Ustedes me aman sí hacen lo que yo les diga” “Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les diga” (Jn 15, 14-15) “Permanezcan en mi amor, como yo permanezco en el amor de mi Padre”. ¿Cuál es la clave para permanecer en amor de Jesús? “Guardar sus Mandamientos: “Vayan y anuncien todo lo que yo les he enseñado (Mt 28, 19s). EL Mandamiento Regio: “Ámense los unos a los otros como yo los he amado” (Jn 13, 34), y la Fracción del Pan: “Hagan esto en memoria mía” (Lc 22, 19). El discípulo que ha dejado sus nidos y sus madrigueras (Lc 9, 57), puede ahora reproducir la imagen de su Maestro (Rm 8, 29), ser como Él, servidor de los demás (Jn 13, 15) y don de Dios para los hombres, llevando una vida entregada y partida a favor de sus hermanos, los hombres.

 

5.    Para la gloria de Dios.

 

Qué hermoso suenan las palabras del Apóstoles os oídos de todo discípulo auténtico del Señor Jesús: “Nosotros, en cambio, con el rostro descubierto, reflejamos, como en un espejo, la gloria del Señor, y somos transfigurados a su propia imagen con un esplendor cada vez más glorioso, por la acción del Señor, que es Espíritu”.

 

Lo anterior es posible cuando tenemos en el corazón del discípulo brota como des su fuente la “Fidelidad al amor primero”, al amor de Jesús que según el Apóstol sólo puede brotar de un corazón limpio, de una fe sincera y de una recta intención (1 Tm 1, 5). En corazón del discípulo se convierte entonces en “manantial” que se desborda y refresca a muchas almas sedientas, y con la fuerza del Espíritu se convierte en “reparador de casas en ruinas (Is 58, 6,ss).

 

Todo está orientado para el discípulo de Jesús hacia la gloria de su Señor. Nada hace por rivalidad ni por interés propio, tanto en la vida como en la muerte, su Señor recibe el honor, la alabanza y la gloria. Por eso su descanso, su fuerza, su aliento lo encuentra en la oración, en el contacto con la Palabra y en la Eucaristía. Su alegría la encuentra en el servicio a sus hermanos a quienes es enviado y por quienes se gasta y derrocha. Su cansancio y sus contradicciones, sus posibles fracasos o derrotas son siempre una hermosa oportunidad para ofrecerse como hostia viva, santa y agradable a su Señor, (cf Rm 12, 1) a ejemplo de la Señora del Sagrado Corazón.

 

María, Señora del Sagrado Corazón ruega por nosotros.

 

 

 

 

 

2.  ¿Cómo fue la pastoral de la Iglesia primitiva?

 

Objetivo: Dar a conocer la pastoral de la primitiva Iglesia para destacar los más importantes elementos que sirven como modelo a la Iglesia de hoy.

 

Iluminación: “Acudían al templo todos los días con perseverancia y con un mismo espíritu partían el pan con alegría y sencillez de corazón. Alababan a Dios y gozaban de la simpatía de todo el pueblo” (Hech 2, 44-47)

 

La Palabra Iglesia significa convocación. Designa la Asamblea de aquellos a quienes convoca la Palabra de Dios, para formar el Pueblo de Dios y que, alimentados con el Cuerpo de Cristo, se convierten ellos mismos en Cuerpo de Cristo. (Catic 777)

 

1.    La predicación del Kerygma.

 

En la Iglesia primitiva el orden seguido por los Apóstoles partiendo de la experiencia de Pentecostés fue, en primer lugar el anuncio profético de Pedro que presentó a Jesús como el Mesías de Dios: “Israelitas, escuchad estas palabras: A Jesús de Nazaret, hombre acreditado por Dios entre vosotros con milagros, prodigios y señales…ustedes lo mataron por medio de gente malvada…a este, Jesús, Dios lo resucitó; de lo cual todos nosotros somos testigos…sepa con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo, a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado” (Hech 2, 21- 36). Dos momentos claves se han de resaltar: El primer anuncio y la experiencia del Espíritu Santo. El crecimiento en la fe y la organización de la pastoral vendrán después (Hech 6)

 

Al anuncio profético de los Apóstoles el pueblo responde compungido: “¿Qué tenemos que hacer”?  Los Apóstoles hacen la invitación a la conversión, a la recepción del bautismo para el perdón de los pecados y a la recepción del Espíritu Santo (Hech 2, 38). El encuentro personal con Jesús nos da la experiencia del Espíritu Santo: Encuentro liberador por que nos quita las cargas, y gozoso, por que experimentamos el triunfo de la Resurrección.  (Palabra y Sacramentos son inseparables)

 

2.    La catequesis apostólica.

 

El segundo momento viene el crecimiento de la Comunidad con cuatro características bien definidas:

 

a)     El conocimiento creciente de la enseñanza comunicada por los apóstoles, maestros de esa verdad. Los apóstoles enseñan lo que Jesús les enseñó a ellos. ¿Qué enseñamos nosotros?

b)    La integración de una auténtica comunidad cristiana en donde cada miembro contaba con la ayuda espiritual y temporal de sus hermanos.

c)     La vida sacramental centrada en la Eucaristía o fracción del pan de vida. Eucaristía celebrada el primer día de la semana (Hech 20, 7)

d)    La oración asidua en sus diversas formas, recomendada y practicada por Jesús y que fue el alma y la fuerza de esa comunidad.

 

En un tercer momento la primera Comunidad se organiza para el servicio de las mesas: la pastoral de la caridad.

 

Según el libro de los Hechos de los apóstoles la pastoral de la Primera Comunidad sigue pasos muy concretos: la primera predicación apostólica, la catequesis como segundo término y en tercer lugar el cultivo organizado de la caridad:

 

>>Por aquellos días, al multiplicarse los discípulos, hubo quejas de los helenistas contra los hebreos, porque sus viudas eran desatendidas en la asistencia cotidiana. Los Doce convocaron la asamblea de los discípulos y dijeron: «No parece bien que nosotros abandonemos la Palabra de Dios por servir a las mesas. Por tanto, hermanos, buscad de entre vosotros a siete hombres, de buena fama, llenos de Espíritu y de sabiduría, y los pondremos al frente de este cargo; mientras que nosotros nos dedicaremos a la oración y al ministerio de la Palabra.

 

Pareció bien la propuesta a toda la asamblea y escogieron a Esteban, hombre lleno de fe y de Espíritu Santo, a Felipe, a Prócoro, a Nicanor, a Timón, a Pármenas y a Nicolás, prosélito de Antioquía; los presentaron a los apóstoles y, habiendo hecho oración, les impusieron las manos. La Palabra de Dios iba creciendo; en Jerusalén se multiplicó considerablemente el número de los discípulos, y multitud de sacerdotes iban aceptando la fe << (Hech 6, 1-7).

 

3.    ¿Qué encontramos en la Iglesia primitiva?

 

A la luz del texto de los Hechos, encontramos que en la Pastoral de la Iglesia se han de tener presente: La Palabra, la vida comunitaria (los servicios), los sacramentos y la vida de piedad. Encontramos una gran sencillez y una gran eficacia en la pastoral de la primitiva comunidad cristiana. El Espíritu del Señor estaba y actuaba en unos pastores que lo habían recibido en plenitud y eran dóciles a la acción del Divino Espíritu en su misión apostólica. La eficacia de esta pastoral la encontramos en la lectura del mismo libro de los Hechos de los Apóstoles:

 

·       “Todos los creyentes vivían unidos y tenían todo en común; vendían sus posesiones y sus bienes y repartían el precio entre todos, según la necesidad de cada uno”.

·       “Acudían al templo todos los días con perseverancia y con un mismo espíritu partían el pan con alegría y sencillez de corazón. Alababan a Dios y gozaban de la simpatía de todo el pueblo” (Hech 2, 44-47)

·       “Muchos de los que oyeron la Palabra creyeron; y el número de hombres llegó a unos cinco mil” (Hech 4, 4)

·       “La multitud de los creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola alma. Nadie llamaba suyo a sus bienes, sino que todo lo tenían en común” (Hech 4, 32)

 

 

4.    ¿Cómo ha de ser la Pastoral de la Iglesia?

 

Lo primero para tener presente es que nuestra pastoral ha de ser como la de Jesús: invitando, pero, no imponiendo. Ha de estar llena de los mismos sentimientos de Cristo Jesús, especialmente la compasión. No solamente eso, sino que además, toda nuestra predicación debe nutrirse con la “Palabra de Dios para que no sea palabrería vana” y “La catequesis debe extraer siempre su contenido de la Palabra de Dios” (Juan Pablo II, CT 27) “Es tan grande el poder y la fuerza de la palabra de Dios, que constituye el sustento y vigor de la Iglesia, firmeza de fe para sus hijos, alimento del alma, fuente límpida y perenne de vida espiritual” (DV 27)

 

En segundo lugar hemos de tener en cuenta el no menospreciar alguna de las vertientes de la pastoral en detrimento de las demás: sacramentos sin evangelización, o evangelización sin sacramentos o sin la práctica de la caridad, empobrece la pastoral de la Iglesia.

 

En tercer lugar se ha de tener siempre en cuenta al hombre integral, hijo  de una cultura, poseedor de un cuerpo, un alma y un espíritu y situado en un contexto familiar y social. La pastoral de la Iglesia está al servicio del hombre y de la familia.

 

5.    Aplicación en nuestros días.

 

Los primeros cristianos crecieron pronto en el conocimiento de la doctrina del Señor, gracias a la enseñanza de los Apóstoles que trasmitían con toda fidelidad lo que el Señor Jesús les había trasmitido a ellos (Cfr Mt 28, 18ss). La primera predicación de los Apóstoles tenía una mayor pureza doctrinal: eran testigos de las palabras y hechos de Jesús, de su muerte y de su resurrección, además eran hombres poseídos por el Espíritu Santo, según la promesa de Jesús: “Sabed que yo estaré con ustedes hasta el fin de los siglos” (Mt 28, 20).

 

·       La pastoral bíblica.

Los Apóstoles eran hombres penetrados y poseídos por la palabra de Dios; verdad que hace que Pablo recomiende a la comunidad de Colosas: “Que la palabra de Cristo habite en ustedes con toda su riqueza” (Col 3, 16) y a su discípulo Timoteo le dice: “Toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para argüir, para corregir y para educar en la justicia: así el hombre de Dios se encuentra perfecto y preparado para toda buena obra” (2 Tim 3, 16)

 

Hoy por fortuna existen cada vez más personas que están leyendo la Biblia de una manera asidua y apasionada que les permite poseer las riquezas de la Palabra. La experiencia y la Iglesia nos han enseñado que la lectura de la Palabra de Dios ha de ir acompañada por la práctica de la oración para que según san Agustín se dé un verdadero diálogo con Dios: A Dios hablamos cuando oramos, y a Dios, escuchamos cuando leemos su Palabra (Dei Verbum 25). Toda predicación y catequesis en la Iglesia ha de nutrirse con la Palabra de Dios para que no resulte ser sólo vana palabrería (Ct 27)

 

Al gusto por la Sagrada Escritura (leerla o escucharla asiduamente, amarla y ponerla en práctica) Dios lo apremia abriendo la mente, explicando su sentido y llenando con su poder a quienes así lo hagan. El Concilio nos dice: “Dios viene al encuentro de sus hijos para conversar con ellos, y es tan grande el poder y la fuerza de la Palabra de Dios, que constituye sustento y vigor de la Iglesia, firmeza de fe para sus hijos, alimento del alma, fuente límpida y perenne de vida espiritual” (Dei Verbum 21).

 

·       La pastoral de comunión.

El término comunión que encontramos en texto de Hechos 2, 42, y que constituyó un medio de gran crecimiento espiritual y comunitario para la Iglesia primitiva, hace referencia a la creación de pequeñas comunidades cristiana mediante la unión de espíritus y la solicitud por los pobres y necesitados de todo orden: “todos los creyentes vivían unidos” (Hech 2, 46).

 

Todo cristiano necesita el apoyo, el estimulo y la ayuda para cultivar sus valores y virtudes; ayuda que encuentra eficaz en una pequeña comunidad de hermanos que se preocupen por él, le enseñen a orar y a servir a la Iglesia desde el “don recibido”.  Nadie se realiza solo; nadie camina solo; nadie aprende a vivir para los demás, cuando camina solo. El cristiano solitario pronto cae y se queda caído. La acción del Espíritu Santo que es amor, guía a los hombres a la comunión con otros creyentes para que hagan comunidad con ellos y de esta manera trabajen en la construcción de la Iglesia: “Donde dos o tres se reúnen en mi Nombre... ahí se construye la Comunidad  (Mt 18, 20).

 

Lo importante que se ha de saber es que para que la comunidad sea auténtica ha de ser animada y conducida por el Espíritu Santo para que pueda proporcionar ayuda a todos sus miembros, esté centrada en la Eucaristía y esté insertada en la vida parroquial y unidas a los Pastores que el Señor ha dado a su Iglesia.

 

·       La Eucaristía o “fracción del Pan”.

El término “fracción del pan” significa en el lenguaje cristiano “La cena del Señor”, es la primera forma que la Iglesia uso para referirse a la “Misa”. Después pasó a conocerse como “Eucaristía” que significa “acción de gracias”, rito eucarístico que las comunidades cristianas celebraban en las casas, nunca en el templo de Jerusalén.

 

Dos textos de Pablo nos ayudan a entender el misterio de la “fracción del Pan”: “El cáliz de bendición, no es acaso el comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, no es comunión con el cuerpo de Cristo?” (1 de Cor 10, 16). “Porque yo recibí del Señor lo que os he trasmitido: que el Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó pan, y después de dar gracias, lo partió y dijo: este es mi cuerpo que se da por vosotros, haced esto en recuerdo mío”…. Este es el cáliz de la Nueva Alianza en mi sangre. Cuantas veces lo bebiereis, hacedlo en recuerdo mío. Pues cada vez que coméis este pan y bebéis este cáliz, anunciáis la muerte del Señor hasta que venga. Por tanto, quien coma del pan y beba el cáliz del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor.

 

Examínese, pues, cada cual, y coma entonces del pan y beba del cáliz. Pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propio castigo. Por eso hay entre vosotros muchos enfermos y muchos débiles, y mueren no pocos” (1 Cor 11, 23, 30)

 

La vida espiritual de los primeros cristianos estaba centrada en la participación de la Eucaristía. Nosotros si queremos tener un alimento que nos nutra y nos fortalezca debemos hacer lo mismo: comer del pan y beber del cáliz del Señor.  El Concilio definió la Eucaristía como “Sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de caridad, banquete pascual en el cual se recibe como alimento a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da como prenda de la gloria venidera” (S:C: No. 47) Para enseguida invitarnos a participar de una manera consciente, piadosa y activa de todos en la acción sagrada para que los fieles no sean mudos espectadores, sino aprendan a ofrecerse a sí mismos como hostias inmaculadas (SC No. 48).

 

La Eucaristía contiene todo el Bien espiritual de la Iglesia: Cristo mismo,  y a ella se ordenan todos los ministerios y apostolados. Aparece como la fuente de toda predicación evangélica y es el centro de toda Asamblea de los fieles que preside el presbítero” (P.O: No. 5). Más delante el mismo Documento nos dice como hacer de la Eucaristía la fuente principal de santificación personal y de crecimiento pastoral: “practicar la oración frente al Sagrario para dar testimonio de la presencia real de Cristo en la Eucaristía, por la predicación para mostrar a los fieles la insondable riqueza de la Eucaristía y la enseñanza diaria a insertarse diariamente en la vivencia de la Pascua eucarística; ayudando eficazmente a la comunidad a crecer en la fe, la esperanza y la caridad y a vivir el “sacrificio eucarístico en el que los Sacerdotes cumplimos nuestro principal ministerio” (P.O. No. 13)

 

·       Las oraciones.

La primera comunidad cristiana tuvo tanta vitalidad,  pues los cristianos impregnaron sus vidas con una intensa, continua y cálida oración: Era una comunidad orante. Asistían asiduamente a las oraciones (Hech 2, 42). La comunidad y los Apóstoles al frente de ellas, seguían el ejemplo de Jesús Buen Pastor que fue para la comunidad primitiva el modelo de Pastor Orante. Dos modos de orar: personal y comunitariamente. Oración acompañada siempre con el ayuno y la caridad.

 

El Libro de los Hechos de los Apóstoles nos describe la intensidad de oración de la primitiva comunidad. Los Apóstoles esperaron en oración la llegada del Paráclito Divino (Hech 1, 13s) “Subían al Tempo a orar diariamente (Hech 3, 1): se dedicaban a la oración y  a la predicación de la Palabra (6, 4) Oran en momentos importantes como acciones y ordenaciones para cargos en la Iglesia (6, 6; 13, 3; 14, 23. Oran con la comunidad en momentos de persecución (4, 24- 31; 12, 5- 12). Esteban ora al estilo de Jesús por él y sus verdugos (Hech 7, 59s). Pablo hace oración después de su encuentro con Cristo (9,11). Pedro cuando el Señor lo envía a casa de Cornelio (10,9). Pablo y Silas oran mientras estaban en prisión (16, 25) y en muchas otras ocasiones se dedica a la oración (20,36; 21,5).

 

Sólo una vida de intensa oración puede explicarnos el crecimiento y la fortaleza de las comunidades en tiempo de persecución. Una pastoral que no tenga como alma la oración estará siempre vacía y sus frutos serán pobres o nulos. Urge que los pastores aprendamos a orar con la comunidad, con las personas y no solamente por ellas. Hagamos de nuestra Parroquia una Comunidad orante.

 

3.   Iglesia existe para Evangelizar.

 

 

Objetivo: Manifestar el verdadero fin de la Iglesia: ser instrumento del Señor Jesús para llevar a término la obra redentora comenzada por él, para que los hombres en Cristo tenga vida eterna.

 

Iluminación: La Evangelización no se agota con la predicación y la enseñanza de una doctrina, sino que conduce  a la vida. Se da una intercomunicación entre la palabra y los sacramentos que produce la eficacia de la evangelización y es educación en la fe y vida en la gracia sacramental (EN 47)

 

1.    A modo de introducción.

 

El mayor remedio para combatir la pobreza, la ignorancia y los ateísmos, es la enseñanza viva y prolongada de la doctrina evangélica. No podemos negar que muchas veces se descuida esta enseñanza, se anuncian medias verdades, otras veces se dan las cosas por hechas (ya están evangelizados) o se le relega a un segundo plano. Por gusto o por dejarse llevar por la comodidad, pueden emplearse actividades cuyo resultado espiritual es más brillante que sólido. Se prepara la cosecha, pero se descuida la siembra, se construye rápidamente, pero se descuidan los cimientos. Se realizan actividades evangelizadoras buscando el lucro económico (se cobra en los congresos o en los retiros de evangelización dejando en duda la recta intención de los organizadores.) Otras veces se exagera en el costo de los estipendios por los sacramentos causando escándalo en los fieles que tienen una fe débil e incipiente... Llegan las primeras tempestades y todo se derrumba.

 

2.    ¿Qué es evangelizar?

 

  1. Evangelizar es ofrecer una Buena Noticia que se presenta a sí misma como el principio más hondo de salvación para el hombre. La Buena Noticia consiste en que Jesús de Nazaret, el Cristo de Dios, que pasó por el mundo haciendo el bien y que fue crucificado está vivo, presente y operante en los que creen el él para transformarlos en hombres nuevos, a su propia imagen .

 

  1. “Evangelizar significa para la Iglesia llevar la Buena Nueva a todos los ambientes de la humanidad y, con su influjo, transformar desde dentro y renovar a la misma humanidad” (EN 14, 18). Evangelizar, es por eso,   sembrar el “poder de Dios” en el corazón de los hombres y de las culturas para instaurar el Reino del Señor, o sea, continuar como ministros de Cristo, su misma obra evangelizadora.

 

  1. Evangelizar es enseñar a la gente el arte de vivir en comunión. Evangelizar es anunciar la persona de Jesús, la adhesión a su persona, a su destino  y a su misión; dicho de otra manera, anunciar a Jesús, su obra redentora, su Reino y sus valores. Evangelizar es ante todo dar testimonio de una manera sencilla y directa, de Dios revelado por Jesucristo mediante el Espíritu Santo (EN 26) Una clara proclamación de que en Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre, muerto y resucitado, se ofrece la salvación a todos los hombres, como don de l gracia y de la misericordia de Dios (EN 27).

 

  1. Evangelizar es enseñar el arte de vivir en comunión con Dios, consigo mismo, con los demás y con la naturaleza. Todo bautizado está llamado a ser discípulo misionero de Jesús. Así lo dice Aparecida: “Discípulos Misioneros de Jesucristo para que nuestros pueblos tengan en él vida eterna” (DA 3) para que el mundo pueda tener vida en Cristo.

 

3.    La acción evangelizadora.

 

La Iglesia evangeliza cuando proclama el primer anuncio, cuando celebra la Eucaristía y demás sacramentos, cuando da testimonio de la caridad de Cristo, cuando reconcilia a los hombres; cuando ayuda a crecer en la fe y en humanidad. La Iglesia Evangeliza dando vida. Para esto necesitamos la “unción poderosa del Espíritu Santo”. “Como el Padre me envió también yo os envío. Dicho esto sopló sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo”. A quienes perdonéis los pecados…” (Jn 20, 21-23)

 

En la Liturgia, la Palabra se hace acontecimiento. Digámoslo con toda claridad: La iniciativa evangelizadora viene de Dios, autor de las promesas, pero se requiere la cooperación del evangelizador a modo de acción instrumental. Lo anterior nos lleva a comprender lo que es la “pastoral de la Iglesia”: >>>continuar o hacer presente la acción liberadora y salvadora de Cristo en la Historia para que los hombres creyendo, tengan en Él vida eterna<<<

 

  1. ¿Cuál es el contenido de la Evangelización?

 

Lo esencial del anuncio del Evangelio es proclamar que Jesús de Nazaret es el Cristo de Dios; “es nuestra paz” (Ef 2, 14) “es nuestra vida” (Col 3, 4)  “es nuestra sabiduría”, “nuestra justicia”, “redención y santificación” (1 de Cor 1, 30), es nuestro “único fundamento” (1 de Cor 4, 11) y “nuestra única esperanza” (Col 1, 27). Es también la Cabeza de la Iglesia y la Plenitud de todo.  Lo primero es saber que Cristo salvador, es el centro de la evangelización (1 de Cor 1, 17ss), que Él, actúa por medio de la Iglesia para dar a los hombres el contenido, que no es otro, que la salvación anunciada, proclamada y realizada por Jesús redentor, y es, hoy dia actualizada en nuestras vidas por la acción del Espíritu Santo.

 

La evangelización cristiana proclama con fuerza y poder: a Jesús Hijo de Dios (vida, muerte y resurrección), predica la fe y la conversión, administra el bautismo, la eucaristía, el perdón de los pecados, el don del Espíritu Santo, enseña sobre los valores del Reino, la dignidad del hombre y los derechos que le asisten, la práctica de las virtudes, la última venida de Jesús al final de los tiempos, la comunión eclesial (EN 37).

 

La oración y el testimonio de vida, las obras de caridad y los compromisos concretos, personales y sociales son parte de una gama de posibilidades; son parte del contenido de la Evangelización. Puede darse la preferencia momentánea en alguno de los puntos, sea por la vocación de cada uno, sea por las instancias actuales de la acción del Espíritu Santo, sea por las necesidades concretas de una comunidad humana, pero nunca debe olvidarse la riquísima gama que abarca la acción evangelizadora.

 

 

5.    ¿Qué medios tenemos para evangelizar?

 

“No habrá nunca evangelización posible sin acción del Espíritu Santo” (EN 75) La salvación anunciada y comunicada por Jesús y su Iglesia no pone su esperanza en los medios humanos, sino en la fuerza de Dios. El Señor Jesús no envió a los “Doce” con las manos vacías para que realizaran la misión de anunciar el Evangelio, perdonar los pecados, sanar los enfermos y expulsar el mal (Mc 3, 12-13), los “ungió” con el Espíritu Santo, el primer y principal evangelizador; es Él quien impulsa a cada evangelizador a  anunciar el Evangelio. (EN 75).

 

Hay, en la Iglesia, diversidad de ministerios, pero, unidad de misión. Cristo ha confiado a los apóstoles y a sus sucesores, el cargo de enseñar, santificar y gobernar en su nombre y con su poder. El Papa Pablo VI nos dejó dicho: “Bástenos recordar algunos sistemas de evangelización, que por un motivo u otro tiene una importancia fundamental:

 

El testimonio de vida, una predicación viva, la liturgia de la Palabra, la catequesis, la utilización de los medios de comunicación social, el contacto personal, la función de los Sacramentos y la Piedad popular (EN 40-48)

 

Hoy podemos decir que la Palabra, los Sacramentos y las Obras de Misericordia son lugares y medios para evangelizar, es decir, para dar vida. Evangelización, ya sea personal o comunitaria, por medio de retiros, talleres de capacitación, catequesis, congresos, grupos de oración y estudio bíblico. La Iglesia evangeliza cuando hace apostolado de casa en casa, visita los enfermos, los presos, atiende a los pobres mediante dispensarios médicos y comedores públicos, etc.

 

EL Documento de Apostolado para los Laicos nos dice: “Pero los laicos, hechos participantes del cargo sacerdotal, profético y real de Cristo, asumen en la Iglesia y en el mundo su parte en lo que es la misión del pueblo de Dios… Los laicos sacan de su unión misma con Cristo el deber y el derecho de ser apóstoles…los sacramentos, y sobre todo la Eucaristía, comunica, y alimenta en los laicos, esa caridad que es como el alma de todo apostolado” (El apostolado de los laicos, 11-3)

 

6.    Los Carismas en la Iglesia.

 

Un carisma, sencillamente, podemos decir que es, el instrumento de trabajo que Dios  en Cristo por el Espíritu pone en nuestras manos para que contribuyamos en la construcción de la Iglesia. Es una manifestación de la Gracia de Dios en favor de toda la comunidad. El sentido del carisma siempre será el bien común, son dados para edificar la Iglesia, ayudarnos a crecer en Santidad..

 

Para la “misión” que el Señor ha dado a su Iglesia, la ha dotado de carismas, tanto, ordinarios como extraordinarios con la finalidad de construir el “Cuerpo de Cristo”. En la eclesiología de san Pablo encontramos esta distribución de dones que tienen como objetivo el bien común. Para esto Cristo concede a unos ser profetas, a otros ser apóstoles y a otros ser maestros. A unos más ser evangelizadores y a otros ser pastores.

 

  • El profeta es el que abre brecha; tumba monte, anuncia, denuncia y renuncia a sus propios criterios para predicar los caminos de liberación y denunciar los caminos de opresión.
  • El apóstol viene después del profeta a confirmar el trabajo que se ha hecho y a organizar nuevas formas de trabajo y nuevos ministerios.
  • El maestro profundiza lo realizado por los carismas anteriores; es un catequista que explica y ahonda las verdades de la fe.
  • El evangelizador es un sembrador, que siembra y riega los corazones con la Palabra de Dios, llevando a los hermanos en un proceso de crecimiento a enamorarse de Jesús, de la Iglesia y de la humanidad.
  • El pastor guía y conduce a los pastos de discernimiento y conocimiento de Dios. El pastor es también un acompañante, un amigo que camina junto con el rebaño dando su vida y enseñando a dar vida con su palabra y con su testimonio. “Y esto para capacitar a los fieles, a fin de que, desempeñando debidamente su tarea, construyan el cuerpo de Cristo”. El pastor no es peor ni mejor que los demás.

 

Los carismas que nos presenta san Pablo son  cada uno de ellos “don y respuesta”. Son el fruto de la acción pastoral debidamente llevada  “en la comunión con Dios, mediante la vida de oración, la predicación o enseñanza, las oblaciones y los sacrificios, la organización y la puesta en común de los dones que Dios derrama en su Pueblo. Son ya frutos de la acción pastoral, de la evangelización.

 

En esta perspectiva las acciones de los “obreros de la Viña”, según Esquerda Bifet, aparecen como los signos eclesiales de la evangelización, portadores de gracia y salvación y tienen como finalidad “implantar la Iglesia” es decir, enraizar en la vida humana la epifanía y la cercanía de Dios. Estos signos son manifestación de las tres vertientes de la pastoral: la Palabra, el sacerdocio y el signo de la realeza o de la organización de la comunidad: Profetas, Sacerdotes y Reyes. (Espiritualidad misionera de Esquerda Bifet. Pág. 103).

                                                                                 

 

7.    ¿Cuál es el fruto de la acción pastoral?

 

1)             Fruto de la acción pastoral es el “hombre nuevo” remido y justificado por Cristo (Rm 5, 1-5; 2 Cor 5, 17); al apropiarse de los frutos de la redención ha sido reconciliado con Dios y con los miembros del Cuerpo de Cristo…se ha adherido a la persona de Jesucristo con todas sus implicaciones teológicas y morales ilustradas por el Magisterio (I en A 52); ha aceptado el evangelio como norma para su vida…y toma la decisión de seguir a Cristo. (cnf 2 Cor 5, 15) El Apóstol Pablo nos hace dos exhortaciones que nos ayudan comprender este estilo nuevo de vida:

 

“Os exhorto hermanos por la misericordia de Dios a que ofrezcáis vuestros cuerpos como hostia vida, santa y agradable a Dios, este ha de ser vuestro culto espiritual.” (Rm 12, 1) Esta palabra de Pablo nos ayuda a entender que en la Iglesia nadie estorba, todos son importantes y todos, desde su pobreza, enfermedad o fracaso son útiles a los intereses del Reino. El sufrimiento y el dolor tienen un sentido oblativo que nos hace decir: “Los pobres también nos evangelizan”.

 

“Hermanos os exhorto a que llevéis una vida del llamamiento que han recibido”.  Es el llamado a la santidad, a vivir como hijos de Dios, de acuerdo al Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo (Fil 1, 29). ¿Qué implica vivir este Evangelio? Un estilo de vida que ha sido vivido por Jesús que nos invita a aprender de Él: Manso y humilde corazón. Pablo nos recuerda: sean siempre humildes y amables; sean comprensivos y sopórtense mutuamente con amor; esfuércense en mantenerse unidos en el espíritu con el vínculo de la paz. (Ef 4, 1ss)

 

2)             No podemos olvidar que otro fruto de la acción apostólica son los nuevos Agentes de Pastoral, los nuevos discípulos y apóstoles que se han aventurado en el seguimiento de Cristo. Hombres y mujeres que han tenido un encuentro personal con Jesús el Señor que los llevado a encarnar la “doble certeza” en sus vidas: La certeza de saberse amados y elegidos por Dios y la certeza de su amor a Dios y a la Iglesia. Cuando esta doble certeza se ha enraizado en el corazón de los creyentes, entonces se puede hacer la “opción por Cristo” aceptando todas las implicaciones que conlleva el seguimiento.

 

3)             Un fruto precioso de la Evangelización son las Comunidades florecientes convocados por la Palabra, alimentadas por la Eucaristía, revestidas con ministerios y servicios, caminan de la mano de Jesús y de María en comunión con sus pastores y trabajan en la edificación de Comunidad parroquial. Comunidades que son “verdaderas lámparas vivas de fe, esperanza y cridad (I en A 52)

 

8.    Para profundizar el Tema.

 

  • Leer y reflexionar en grupos el Himno Cristológico de Efesios 1, 3- 10, que nos revela el Plan salvador de Dios a favor de toda la humanidad.
  • Compartir en Plenario lo que la Palabra haya revelado a cada uno de los integrantes de los grupos.
  • Despedirse con una oración abierta y compartida pidiendo a Dios que realice su Plan de Vida y dando gracias al Señor por todas las manifestaciones amorosas y liberadoras que estamos viendo en nuestra vida y en los demás.

                                      

 

 

4.  La Iglesia existe para servir.

 

 

Iluminación: “Permanezcan en mi amor, como yo permanezco en el amor de mi Padre;  Si guardan mis mandamientos como yo guardo los Mandamientos de mi Padre, permanecerán en mi amor, como Yo guardo los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor” (Jn 15, 9).  “Ustedes me llaman a mi Maestro y Señor, y en verdad lo soy, pues, si Yo, siendo Maestro y Señor les he lavado a ustedes los pues, hagan ustedes lo mismo que yo he hecho con ustedes” ( Jn 13, 13- 14). 

 

1.    Somos los servidores del Reino.

 

Nuestro encuentro con Jesús no puede limitarse al culto que le tributamos. Él quiere instruirnos con sus enseñanzas para que las vivamos, llevando así una vida recta en su presencia. Pero el discípulo no puede quedarse únicamente en la escucha fiel de la Palabra de Dios y en la práctica personal de la misma. El Señor nos quiere enviar como testigos suyos en el mundo. Y esta encomienda apostólica no corresponde sólo a los Apóstoles y a sus sucesores, sino a toda la Iglesia. Todos debemos sentirnos involucrados en el anuncio del Evangelio. Satanás ha caído sobre la tierra como el rayo, pero no tengamos miedo;

 

2.    El verdadero poder es el servicio.

 

En la Iglesia se vive para servir. Un servicio al Reino de Dios desde la Iglesia y a favor de toda la humanidad. No tengamos miedo, unidos a Cristo tenemos poder para aplastar serpientes y escorpiones y para vencer toda la fuerza del enemigo, y nada nos podrá hacer daño (cf Rm 16, 20). Pero no nos engolosinemos con el poder que Dios nos ha concedido. Esforcémonos con toda valentía para que el Reino de Dios llegue a  los hombres con todo su poder salvador. Pero antes que nada, que ese Reino que es Cristo, llegue a nosotros mismos, de tal forma que, revestidos de Él podamos continuar realizando su obra de liberación y de salvación en el mundo a favor de toda la humanidad.

 

3.    Vayan también ustedes a mi Viña

 

¿Qué puedo hacer para salir de la depresión? ¿A quién tengo que ir para tener un poco de alegría y de paz interior? ¿Por qué otros tienen o se miran bien, y yo no soy feliz? Estas y otras son preguntas que la gente se hace y que frecuentemente se escuchan. Preguntas, lamentos, quejas y reproches que muchos se hacen a sí mismos y que más de una vez le hacen a Dios. Hago oración y parece que Dios no me escucha, me ha abandonado, está enojado conmigo. Leo la Biblia y no la entiendo. ¿Por qué? ¿Por qué Dios no me hace justicia?

 

Lo anterior va unido a una falsa concepción de Dios, del hombre y de la vida. Muchos son los que no saben de dónde vienen, para qué están aquí o para donde van. No logran encontrar el camino que les lleve a encontrar el sentido a su vida, y hasta llegan a experimentar el deseo de arrojar la toalla y salir por la puerta falsa. La pérdida del sentido de la vida es manifestación de una frustración, de una no proyección o de un estilo de vida encerrados en sí mismos que genera miedos, resentimientos, soledad, apatía, y arroja a muchos al alcoholismo, drogadicción, prostitución, angustia y más. ¿Qué decir frente a esta cruel realidad que padece nuestra sociedad? O al menos gran parte de ella.

 

4.    La Respuesta la tiene Jesús.

 

La respuesta la ha dado Aquel que caminó sobre las aguas, Jesús, el Señor: “Vengo para qué tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10, 10) y en otra parte del Evangelio nos dice: “No he venido a ser servido, sino a servir, y a dar mi vida por muchos” (Mt, 20, 28) La clave de la felicidad, de la armonía y de la paz interior o exterior ha sido revelada por el mismo Jesucristo: “Ustedes me llaman a mi Maestro y Señor, y en verdad lo soy, pues, si Yo, siendo Maestro y Señor les he lavado a ustedes los pues, hagan ustedes lo mismo que yo he hecho con ustedes” ( Jn 13, 13- 14) La clave es el servicio. Lavar pies en sentido bíblico-religioso es compartir con los demás el don de Dios, lo que sabemos, lo que tenemos y lo que somos. Qué hermoso es saber que somos don de Dios para los demás. Soy un siervo de Dios. Soy alguien que no existe para mí mismo, mi alegría brota de la paz interior, de la entrega y de la donación a mis semejantes en el nombre de Dios.

 

5.    Servidores de Cristo.

 

¿Cómo saber si somos servidores del Señor o de nosotros mismos? ¿Cómo saber si somos llamados por Él o nos llamamos a nosotros mismos? “El que busca su propia gloria, su propio bien o su propio interés, en ese hay maldad, pero el que busca la gloria de Dios en ese hay verdad.”. (Jn 7,18) Dios amor, nos llama a salir del pecado, a huir de la corrupción para poder participar de su Gracia divina. Primero nos perdona y nos da su amor y, después nos confía algún servicio. A quienes llama a dar frutos de vida eterna nos dice: “Permanezcan en mi amor, como yo permanezco en el amor de mi Padre;  Si guardan mis mandamientos como yo guardo los Mandamientos de mi Padre, permanecerán en mi amor, como Yo guardo los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor” (Jn 15, 9) Si la clave de la felicidad es el servicio, la ley del vivir bien, es el amor. Escuchemos al Maestro decirnos: “Ámense, los unos a los otros, como Yo les he amado” (Jn 13, 34). El guardar el Mandamiento Nuevo pide estar en comunión con Jesús, romper con el mal y hacer el bien, es decir, servir, y servir con amor, es dar vida a los demás.

 

6.    ¿Cómo ha de ser nuestro servicio? 

 

Con  amor, fe sincera, solidaridad, desprendimiento, con recta intención (1 Ti 1, 4-5). Servir con otros y para otros buscando siempre la gloria de Dios y el bien de los otros. En la “Empresa” de Dios no estamos solos, muchos están entre nosotros y con nosotros. Servir con otros no es fácil; existen los enemigos del servicio: la soberbia, el individualismo, la envidia, la ambición de poder o de dinero; en otros el principal enemigo es el miedo al fracaso, al que dirán, a la pobreza. Por eso Jesús a sus discípulos les pide un cambio de mentalidad y de actitudes para poder dejar cálculos personales y crecer en generosidad, en misericordia, en la acogida de los demás como seres portadores de una dignidad que es la misma en todos.

 

Lo importante es el trabajo por el Reino de Dios, para comprender la importancia  del trabajar unidos, mirando en una misma dirección con Jesús que gastó “su vida haciendo el bien y liberando a los oprimidos por el Diablo” (Hech 2, 38) Trabajar juntos por un mundo mejor: más humano y más fraterno; no importa que unos vayan delante y otros vayan atrás, o que unos lleguen temprano y otros lleguen tarde, sino, que lo importante es trabajar unidos, prestando un servicio, en apertura y solidaridad con todos y especialmente con los menos favorecidos, y evitando todo espíritu de competencia y de proselitismo.

 

7.    No escondamos el Evangelio debajo del tapate nuestras justificaciones.

 

No digas que es tarde, que no tienes tiempo, que no vale la pena. No te auto justifiques, el compromiso evangélico te espera. La auto justificación es el principio de la decadencia, primero espiritual, luego moral, después familiar y luego civil. El hombre que no sirve a los demás no sirve para nada; su realización humana está en peligro; su vida está en proceso de descomposición; su situación es de desgracia, de no salvación, y por lo tanto nos es querida por Dios, que nos dice: “Mis pensamientos no son tus pensamientos, mis caminos no son tus caminos” (Is 55, 9) “Misericordia quiero y no sacrificios” “Aprended a hacer el bien y a rechazar el mal” (Is 1, 17) para que la tierra de sus frutos a su tiempo. Los frutos de la tierra, es decir, del corazón, son el amor, la paz y el gozo en el Espíritu. La satisfacción de hacer lo que se tiene que hacer, con espontaneidad y no por obligación. Lo que sí creo que se debe tener bien claro, es aquello de que Dios conoce nuestros corazones y discierne nuestras intenciones, no podemos ser sus servidores, cuando prestamos un servicio a los demás con la intención de cultivar la fama, el honor, el prestigio en nuestro favor; cuando buscamos nuestros intereses personales, nuestras ganancias o nuestro propio enriquecimiento, y no el bien de los demás.

 

8.    La Regla de oro en el Servicio.

 

Tengamos siempre la regla de oro: “Has a los demás lo que quieres que los demás te hagan a ti” (Mt 7, 12) Hoy día se habla mucho de “excelencia” en los servicios; no podrá haber excelencia si no deseamos para los demás el bien que queremos para nosotros mismos. El cristianismo es servicio, es entrega y es donación en Cristo, Camino, Verdad y Vida, y en Él, a los hombres. En clave de servicio entendemos las palabras de la Escritura: “El que no trabaje que no coma” (2 Tes 3, 10) y “el que no trabajaba, que se ponga a trabajar, para que pueda con sus manos  ayudar a los demás.”  (Ef 4, 28) Recordando que en todo trabajo por el Reino de los Cielos es Dios quien paga a cada uno y a todos con el mismo “Denario”, su Gracia, y es Dios quien hace crecer lo que se planta con amor. En el reino nadie vive para sí mismo, vivimos para Dios y para los demás o nos excluimos a nosotros mismos del “Reinado de Dios”. Todos nacemos con un destino, destino glorioso, el ser hijos de Dios y hermanos de los hombres. Todo ser humano es valioso, de gran valor; su vida tiene sentido, que se debe buscar, encontrar y realizar. La felicidad brota de la realización personal que se cultiva y madura en el servicio a los demás y con los demás. Cuando se frustra el sentido, aparece la frustración y sus derivados. Animo, no tengas miedo responder a la vida.

 

5.  Criterio y actitudes del Evangelizador

 

 

Iluminación: A todos, pastores y fieles se les pide asumir y profundizar en la autentica espiritualidad cristiana. En efecto, espiritualidad que es un estilo o forma de vivir según las exigencias cristianas, la cual es la “vida en Cristo” y “en el Espíritu Santo”, que se acepta por la fe, se expresa por el amor y, en esperanza, es conducida a la vida dentro de la comunidad eclesial (I en A 29).

 

1.     Dejarse encontrar por el Señor.

 

El Señor Jesús ha irrumpido en la vida de muchos pecadores para iniciar en ellos un proceso de liberación, de sanación y santificación que nos lleva, a lo que Pablo llama: la Plenitud en Cristo (Col. 2, 9). El Señor necesita “Embajadores” que en su nombre busquen a los descarriados, a los alejados, a las ovejas perdidas para que sus palabras y con su estilo de vida les digan: “Dios nos ama, pero el pecado nos priva de la gloria de Dios”. “Andas equivocado, vuélvete al Camino que te lleva a la Casa del Padre”.

 

El embajador de Cristo, es también su discípulo, su misionero, su apóstol, su evangelizador, su catequista, su servidor. Es portador de un “mensaje” que no le pertenece, lo ha recibido, lo ha creído, lo ha hecho vida y lo anuncia como “mensajero del Reino”,  para  quienes lo escuchen y crean en su  “Mensaje”, entren en “comunión de vida” con Aquel que puede llevarnos a la Casa del Padre.

 

2.     El poder de la Palabra de Dios.

 

La Palabra que se escucha es Poder que refresca, quema, limpia, sana, libera y santifica,  consagra, lleva a la salvación y a la perfección cristiana (Is 55,10s; Jer 23, 29; Jn 15, 3; Jn 8 32; Jn 17, 17; Hech 20, 32; 2 Tm 3,16). Nos promueve, de siervos y esclavos del pecado al servicio de una vida mundana y pagana, a hijos de Dios, amigos, discípulos y apóstoles de Jesucristo.

 

Por la acción del Espíritu, y una respuesta generosa de nuestra parte,  se produce en el interior del hombre lo que Jesús el Señor llamó: “Nuevo Nacimiento” (Jn 3, 1-5); se da un verdadero despertar a la vida de la Gracia que nos hace poner de pie, abandonar la vida arrastrada para comenzar a caminar con los pies sobre la tierra, es decir, con dominio propio, con lucidez y valentía en el “Camino que lleva a Jerusalén”, tras las huellas de Jesús (cfr Lc 9, 23), nos vamos haciendo servidores de la “Multiforme” Gracia de Dios (cfr 1 Cor 4, 1-3). La guía en el nuevo caminar es la Palabra de Dios (cfr Jn 8, 31); el alimento es la Eucaristía (cfr Jn 6, 27); su aliento es la vida de oración (cfr Mt 26, 41); la confianza es la fidelidad al único criterio que se nos da: “El Evangelio de Jesucristo” (cfr Jn 15, 15).

 

3.     Dos columnas sostienen la estructura del Evangelizador.

 

No hay engaños, el camino a recorrer ha sido ya transitado, primero por Jesús (Lc 9, 51- 52), después por sus Apóstoles y luego por miles y miles de hombres y mujeres que enamorados de la persona de Jesús, de su Evangelio, de su Iglesia… fueron al desierto, hicieron alianza con el Señor, para luego ir con la fuerza del Espíritu a proclamar la Buena Nueva, y al final, plasmaron su entrega con el sacrifico de sus vidas, sometieron su voluntad a la voluntad de Dios, para servirle con todo, al estilo de los grandes personajes de la Sagrada Escritura: Moisés, Josué, los Profetas, María, los Apóstoles, San Agustín, San Francisco, Monseñor Oscar Romero, Teresa de Calcuta y miles más. Todos ellos realizaron el objetivo del Evangelio: la amistad con Jesucristo, el amor fraterno y la donación de sus vidas.

 

·       Primera columna. Quién quiera servir al Señor ha de aceptar y respetar incondicionalmente las “Leyes del Reino”. No hay lugar para vanas ilusiones o falsos mesianismos. No se puede quemar etapas y ni cortar caminos para llegar más rápido.

·       Segunda columna. Dejar las madrigueras y los nidos: “Las zorras tienen sus madrigueras y las aves sus nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar la cabeza” (Lc 9, 52); romper con infantilismos, vicios, ataduras, para entrar en el proceso que nos lleva a “Encarnar las grandes actitudes que configuran y definen al cristiano misionero o apóstol de Jesucristo”, elegido por voluntad del Padre para ser servidor del Evangelio. Servidores llenos de compasión y misericordia para con todos, al igual que su Maestro.

 

La actitud misionera exige una espiritualidad específica que concierne especialmente a todos aquellos a quienes el Señor ha llamado a ser sus misioneros. Este modo de vida es iluminado por la Palabra de Dios y fortalecido por la Eucaristía que da la fuerza al misionero para ponerse de pie, salir fuera e ir al encuentro de los hombres para iluminarlos con la “luz de la verdad”; esto es, disponibilidad para el servicio evangélico.

 

4.     Actitudes del Evangelizador

 

La actitud, es una  inclinación o tendencia hacia algo o hacia alguien,  está presente en la mente y en la voluntad del hombre antes de la acción. En el fondo de las actitudes, cuando son cristianas, se va formando lo que en espiritualidad misionera se llama “Pastoral de la caridad”: la triple disponibilidad, para hacer la voluntad del Padre, para acercarse al hombre concreto e iluminarlo con la luz del Evangelio y la disponibilidad de dar la vida por realizar los dos objetivos anteriores.

 

La actitud se forja en la respuesta al llamado iluminador de Dios que invita a crecer y madurar en la fe, mediante el seguimiento de Jesús, El Misionero del Padre. Nunca será lo mismo tener criterios mundanos o paganos que a poseer criterios cristianos que son el fruto del cultivo de una voluntad firme, férrea y fuerte para amar. La práctica asidua, continúa y permanente de la lectura y escucha de la Palabra de Dios, unida a una vida centrada en la Eucaristía y a una vida de intensa oración y a la abierta a la práctica de as “obras de misericordia” son fuente de las actitudes y criterios de los evangelizadores y misioneros de Jesús al servicio del Reino de Dios y su justicia.

 

 

5.     El Decálogo del Evangelizador.

 

1.     Convertirse al Evangelio. Está primera conversión implica reconocer la propia debilidad y el propio pecado, aceptar que se está necesitado de ayuda, y aceptar el amor gratuito de Dios que se nos da en Cristo Jesús. Convertirse es “llenarse de Cristo”, sacando fuera todo lo que no “viene de la fe”.

2.     Vivir en comunión íntima con Jesús. Esto nos pide romper en pedazos los ídolos que se llevan en el corazón en lugar de Cristo. Ser evangelizador es vivir con Cristo, en Cristo y para Cristo, para poder después ser trasparencia de él ante los demás. Porque el Evangelio es Jesús mismo.

3.     Dejarse guiar por el Espíritu. El Espíritu es el alma de la Iglesia y el primer agente de la Evangelización. La clave del éxito para todo evangelizador es la “docilidad al Espíritu” para dejarse plasmar interiormente por Él, y poder, así llegar a configurase con Cristo., hasta llegar a decir con San pablo: “Ya no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí” (Gál 2, 19).

4.     Tener conciencia de enviado. Aunque parezca lo contrario, en medio de nuestras muchas debilidades vamos encarnado una doble certeza: Primero que Dios nos ama y nos ha elegido para ser sus ministros. Segundo nosotros también lo amamos y con alegría y agradecimiento hemos decidido servirlo y amarlo

5.     La docilidad a la voluntad de Dios. No servimos a cualquier proyecto, sino al Proyecto que Dios ofrece a toda la  humanidad: El Reino de Dios. El Proyecto es de Dios y es para todos los hombres, razón por la que nos hemos de sentir responsables de todos y cada uno de ellos. Que nuestra única preocupación sea poner en práctica la voluntad del Señor.

6.     Vivir en comunión con la Iglesia. Jesús ha confiado el Ministerio de su Palabra, de la Reconciliación y de la conducción a su Iglesia. Ella animada por el Espíritu continua y prolonga en la Historia la “Obra Redentora de su Fundador”. Ella llama, forma y envía a los evangelizadores: Pone en su boca la Palabra que salva.

7.     El amor apasionada por la Iglesia. Amarla como es; débil, enferma y pecadora en sus miembros, pero también, fuerte, sana, santa y consagrada. En la Iglesia no somos perfectos, tan solo perfectibles. El evangelizador acoge con fidelidad el mensaje revelado que ella custodia y trasmite, vive en ella la comunión de fe, de culto y de caridad, pone al servicio de ella todos los dones recibidos de Dios y participa con su entrega en sus tareas evangelizadoras.

8.     Tener valentía profética. Sin confiar en sí mismo se lanza como el misionero de Cristo, confiando en la fuerza del evangelio y en la acción del Espíritu Santo que superan todo esfuerzo humano. Al evangelizador tan sólo se le pide su “obediencia incondicional a Dios antes que a los hombres”. Sólo entonces tendrá la fuerza para predicar el Evangelio,  con fidelidad en situaciones de conflicto, con plena libertad, para corregir, denunciar y construir una nueva humanidad.

9.     Amar a los hombres como Jesús los ha amado. El evangelizador, elegido por el Señor, ha sido también justificado y glorificado (cfr Rom 8, 29). Dios ha derramado su Amor en su corazón (Rom 5, 5) para que ame a Dios y a los que el Señor ama, de manera especial a los más débiles y pobres. El evangelizador ama todo lo que Dios ama y se gasta por dar vida a sus hermanos.

10.  Buscar a los descarriados. Superando todas las fronteras y divisiones busca a los que se han perdido, comprende a los pecadores, les corrige con amor, abre perspectivas nuevas de vida, reconstruye los lazos de la fraternidad y entrega su vida por los demás.

 

6.     En camino de crecimiento espiritual.

 

La vida es un viaje que nos pide ponernos en camino de crecimiento hasta llegar a la Meta. Buscar entender nuestras actitudes nos pone de frente a una pregunta: ¿Cómo me comporto frente al dinero, al sexo, al poder, al trabajo, servicio, a la fama, al prestigio? ¿Cómo me comporto frente a un espíritu de soberbia, de lujuria, de amor a la riqueza? Podemos definir las actitudes en grupos: positivas y negativas, pesimistas y optimistas, en buenas y malas. A la luz del Evangelio decimos que las actitudes pesimistas, negativas, derrotistas, deterministas, conformistas o totalitaristas no vienen de la fe (cf Rm 14, 23), y por lo mismo, no nos ayudan a ser mejores personas o mejores cristianos misioneros.

 

Las actitudes cristianas nacen y crecen a la sombra de la Palabra de Dios, acompañada por una vida de oración para que la Palabra sea: escuchada, guardada, cumplida y orada (Lc 8,21; 11,28). La actitud crece con el uso de su ejercicio, en la práctica en buenos hábitos, de criterios sólidos, de virtudes cristianas hasta llegar ser “armas de luz” (Rm 13, 12) o “armadura de Dios” (Ef 6, 11) para “revestirse del Señor Jesucristo y no dejarse conducir en la lucha contra el mal por los deseos del instinto (Rm 13, 14). Una mente iluminada por el Evangelio y una voluntad fortalecida por el Espíritu Santo hacen unidad con el corazón para dar al misionero una “conciencia moral, misionera, llena de amabilidad, generosidad, solidaridad con todos, bondad, justicia y verdad (cfr Gál 5, 22; Ef 5, 9). Las actitudes cristianas del misionero de Cristo, cuando se convierten en acciones concretas a favor de la obra del Reino de Dios son para beneficio de toda la Iglesia. Hagamos presente  lo que comúnmente se dice: >>el que no crece disminuye; el que se estanca no avanza y el que no avanza retrocede, como “el que no junta desparrama”<< (Mt 12, 30).

 

7.     Les Leyes del Reino.

 

Lo que todo misionero debe saber es que el Reino de Dios crece en el mundo según un dinamismo establecido por el mismo Dios. Todo el que se integre al Reino y quiera desarrollar su dinamismo ha de acoger y respetar sus leyes internas. Estas leyes fueron explicadas por el Señor Jesús a través de sus parábolas.

 

Ø  La ley de la gratuidad. El reino crece por su sola fuerza. Hay que tener confianza absoluta en que la semilla fructificará por sí sola. Basta sembrarla con valor, paciencia y perseverancias (Cfr Mc 4, 26- 29)

 

Ø  La ley de la acogida. La Palabra de Dios no da fruto automático, ya que éste depende también de la respuesta del hombre. El Reino es una realidad que se propone y, por tanto, puede ser aceptada, rechazada y descuidada.

 

Ø  La ley de la gradualidad. El Reino de Dios empieza siempre de forma sencilla y humilde, para después, siguiendo un ritmo obscuro, pero creciente de maduración, alcanzar unos resultados inesperados (Mc 4 19. 13,20). No hay que escandalizarse porque comience pobre, sencillo y humilde, hay que respetar sus procesos de crecimiento con paciencia y esperanza.

 

Ø  La ley de la contradicción. El Reino será juzgado por muchos como impiedad, subversión o locura, y, por eso, será llevado a la cruz. Sólo si es capaz de aceptar la crisis, la oposición y la muerte, brotará como una realidad nueva (Cfr Jn 12, 23- 28). El discípulo no es más que su maestro, ni el siervo es más que su señor. Bástale al discípulo ser como su maestro, y al siervo como su señor” (Mt 10, 24).

 

Ø  La ley de la donación. En el Paraíso de Dios se encuentra el “Árbol de la vida” (Apoc 2, 7) del cual el misionero ha de alimentarse para que pueda ser capaz de darlo todo y  para poder poseer la “Perla Preciosa”. El Reino no pide poco, tampoco pide mucho, él lo pide todo (cfr Mt 5, 44- 45). No es válido dejar algo en reserva; no es válido convertirse a medias; no puede regatear la entrega, la donación, no se puede perder el tiempo, dejaríamos de ser útiles para el Reino (cfr Lc 9, 59- 62).

 

La reino de Dios es una fuerza humanizadora y trasformadora que irrumpe por la fe en el corazón de los hombres para llevarlos a su Plenitud en Cristo. Fuerza que nos pone de pie, nos saca fuera de situaciones menos humanas para hacernos más humanos, más personas y mejores personas, capaces de “vivir en comunión y participación”, ser hombres y mujeres para el servicio a la “comunidad fraterna”. Puesto que en el reino de Dios nadie vive para sí mismo (cfr Rm 14, 8).

 

Oración: Padre nuestro…venga a nosotros tu Reino de amor, de paz, de gozo, de justicia.

 

María, Señora del Sagrado Corazón, ruega por nosotros.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

                 

 

 

 

 

 

 

 

6.  Exigencias de la Misión.

 

 

Objetivo: Descubrir el sentido de la Misión para despertar el amor y la pasión por ella, para llamar a os hombres a la salvación  ofrecida por el Padre en Jesucristo su amado Hijo.

Iluminación: “Rueguen al dueño de la mies que envíe trabajadores a sus campos” (Lc 10, 2). “Para que la Palabra de Cristo habite en ustedes con toda su riqueza”  (Col 3, 16) “Que todos los hombres puedan llegar al conocimiento de la verdad y a la salvación, por Cristo Jesús Nuestro Salvador” (2 Tim 2, 4).

1.    La vocación a la Misión.

“El encuentro con el señor produce una profunda trasformación de quienes no se cierran a él.  El primer impulso que surge de esta transformación es comunicar a los demás la riqueza adquirida en la experiencia de este encuentro” (I en A 68). La vocación a la misión tiene cuatro elementos:

Ø  La Llamada. Es Dios quien tiene la iniciativa y marca la vida del elegido. No somos nosotros quienes elegimos a Dios; ha sido Él quien por amor nos eligió desde antes de la creación del mundo (Cfr Ef 1, 4). La elección divina es gratuita, Dios llama por amor. El llamado suscita la búsqueda y el seguimiento de Jesús. Seguirle es vivir como Él vivió, aceptar su mensaje, asumir sus criterios, abrazar su suerte, participar su propósito que es el Plan del Padre.

Ø  La Misión. Es llamado para desempeñar una tarea específica y especial. Llamados para ser enviados con la fuerza del Espíritu como mensajeros de la Buena Nueva. Primero discípulos y después apóstoles, pero sin dejar de ser discípulos. Enviados a ofrecer  a los hombres la “comunión con Dios y con los hermanos.

Ø  La Respuesta. El hombre tiene que responder poco a poco por el don de la gracia. Dios llama a crecer y madurar en la fe, quien responde al llamado vive como hijo de Dios. El don de Dios se puede rechazar, descuidar o abandonar; la elección es inalterable, está ahí, esperando que el hombre la descubra y responda con su vida.

Ø  La Consagración. El llamado de Dios al hombre es funcional: es elegido para algo, para una misión que pide que el misionero comprometa toda su existencia y comprenda que no se pertenece, es propiedad, total y exclusiva de Cristo.

 

2.    La experiencia de Dios.

Esta experiencia es el punto de partida de la vida nueva que encarna en el “elegido” una doble certeza: De que Dios lo ama y que él también ama a su Señor.  Dios irrumpe en la vida de una persona, hombre o mujer, no importa su estrato social, ni su vida moral, fama o reputación… El Señor, Buen Pastor se acerca, nos hace entender que andamos equivocados; nos invita a volver al camino que nos lleva a la casa del Padre; nos perdona, sana y libera; al pecador, tan solo le toca responder  a la iniciativa de Dios dejándose amar, perdonar y conducir. A esto es lo que llamamos la experiencia de Dios; experiencia que se vive y que compromete nuestra vida: “Déjame ir contigo Señor” Le dijo el hombre que Jesús había liberado de una “legión de demonios”. Jesús lo envía como su primer misionero a tierra de paganos. (Mc 5, 18- 20).

Encontrar a Cristo vivo es aceptar su amor primero, optar por Él, adherir libremente a su persona y proyecto, que es el anuncio y la realización del Reino de Dios” (I en A 68) El encuentro tiene una dimensión eclesial y conlleva al compromiso misionero.

Un ejemplo de lo anterior es la “sanación de la suegra de Pedro” (Mc 1, 29- 31), a quien Jesús sanó de la fiebre, la levantó de la cama, y ella se puso a servirles. La fidelidad al servicio es la garantía de que el Señor sostiene al elegido en su trabajo; al misionero tan sólo se le pide que se fiel al amor de aquel que lo llamó.

3.    Del encuentro con Cristo a la conversión del corazón.

El hombre liberado, reconciliado y renovado es ahora un misionero en potencia, con su testimonio y su palabra estará, en su momento, al servicio de la familia, de la sociedad o de la Iglesia. No habrá cambio de estructuras en la sociedad, si, primero, no cambia el corazón de los hombres. La soberbia, madre y raíz de todo pecado (incluyendo los pecados capitales) es el peor enemigo de la realización humana. Recordemos a lo largo del camino que el hombre se realiza cuando vive su compromiso, en la donación y en la entrega a favor de todos los demás.

El Señor Jesús nos sana de la fiebre de las concupiscencias: la soberbia, la avaricia, la lujuria, la ira, la gula, la envidia y la pereza para que podamos ser mejores servidores. La enfermedad del pecado atrofia a los hombres y los incapacita para el servicio a favor de los demás: hedonismo, consumismo, materialismo, instrumentalismo, individualismo…son manifestaciones de una sociedad enferma que genera frutos de muerte: angustia, miedo, odio, frustraciones, resentimientos, supersticiones…mientras la enfermedad persista, los hombres encerrados en sí mismos, se pasan la vida buscando razones para sentirse bien; buscan su propio bienestar al margen de los demás. La iniciativa de Dios para liberar y sanar el corazón de los hombres tiene como fin, además, del bien individual, el bien de la sociedad. Cuando el corazón del hombre sana por la acción de Dios, es mejor esposo, mejor, padre…san Lucas nos diría: “Si los demonios empiezan a ser expulsados es que el Reino de  Dios ha llegado a ustedes” (Lc 11,20).

4.    Las exigencias de la misión

Colaborar en la misión de Cristo tiene sus exigencias y compromete la vida entera de los misioneros. Es propio del discípulo de Cristo gastar su vida como sal de la tierra y luz del mundo (DA 110) Veamos cuales son las indicaciones que hace Jesús a los 72 discípulos recién enviados. (Lc 10, 1ss)

Ø  Reconocer que Dios es el Dueño de la obra y que uno nos es más que un jornalero o trabajador.

Ø  Que  “la cosecha es mucha y los trabajadores pocos”, que se necesitan muchas manos y corazones bien dispuestos para que la Obra del reino se extienda y alcance a muchas más personas.

Ø  Que la misión es gracia y no voluntarismo humano; y que por tanto, es necesario no dejar de rogar “al Dueño de la mies que envíe trabajadores a sus campos”.

Ø  Que la misión está bajo el signo de la debilidad y de la mansedumbre: “los envío como corderos en medio de lobos”.

Ø  Que la misión es urgente y no hay que perder tiempo en saludos, reconocimientos y protagonismos: “No se detengan a saludar a nadie por el camino”.

Ø  Que el misionero ha de ser siempre un amante y protagonista de la paz: “Cuando entren en una casa digan: “Que la paz reine en esta casa”.

Ø  Que el misionero ha de estar siempre donde hay más necesidad y dolor, y ha de mostrar con  signos que Dios es Padre y tiene un Reino para nosotros: “Curen a los enfermos que haya y dígales: “Ya se acerca a ustedes el reino de Dios”.

Ø  Que no hay que sentirse mal por no ser bien recibidos en algunas ciudades: “Sacúdanse hasta el polvo de los pies” en señal de protesta y distanciamiento de esa cerrazón.

Ø  Y que todo esto ha de hacerse con entusiasmo, confianza y alegría: “Alégrense más bien de que sus nombres están grabados en el cielo”.

5.    El Misionero conoce el Camino de la Misión.

Al misionero fiel y consagrado a su Misión, Dios, por la acción del Espíritu Santo le abre caminos para que vaya a los lugares y personas que el Señor le designe para que siembre en ellos la semillas del Reino y abra campos de acción que sean signos permanentes de Iglesia. Recordemos las palabras del poeta Charles Péguy: Caminante no hay camino, el camino se hace al caminar. El misionero ha de estar atento a recibir las indicaciones de lo Alto que siempre serán confirmadas por los Pastores de la Iglesia.

Ø  El contacto con la Palabra. La lectura asidua de la Palabra de Dios irá abriendo la mente del misionero y ayudándole a descubrir la voluntad de Dios para su vida; también, en el contacto con la Palabra, Dios hace nacer los deseos de conocerlo amarlo y servirlo (cfr Flp 2, 13).

Ø  La oración íntima, cálida y continua. Juntamente con la “escucha de la Palabra, el misionero orante va creciendo en la capacidad de escucha y respuesta. Oración y Palabra  van llenando el corazón del misionero de caridad pastoral, de amor por la voluntad de Dios, por el servicio y de amor a la Iglesia y a las almas.

Ø  La opción por los pobres. El discípulo misionero de Jesucristo no busca quedar bien y no busca que le vaya bien, razón por la que siguiendo las huellas de su Maestro, sin excluir a nadie, hace una “opción preferencial” por los pobres a quienes sirve y ama con alegría.

Ø  La universalidad de la Misión. La oración y Palabra nos llevan a descubrir que Dios ama a todos los hombres y que Cristo murió por todos, por lo tanto, Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (2 Tim 2, 4). El discípulo de Jesús ha de ser un hombre abierto  a la verdad, y a la universalidad de la salvación.

Ø  El desprendimiento de cargas inútiles. Seguir a Jesús sin tantas maletas, significa vivir el Evangelio sin componendas ni arreglos ni matices. Desprenderse de las cargas del corazón es renunciar a la lujuria, a la soberbia, a todo aquello que hoy se llaman malos deseos o desorden de las concupiscencias.

Ø  Soportar las pruebas. Pablo, apóstol y siervo de Cristo Jesús recuerda su discípulo Timoteo la exigencia de soportar como buen soldad de Cristo Jesús los sufrimientos por la causa de la predicación del Evangelio (2 Tim 2,4)

Ø  Fiel a su Identidad. De la misma manera le recuerda, que para recibir el premio y no ser descalificado, hay que jugar limpio, sin mezclar las cosas del mundo con las cosas de Cristo; sin mezclar la luz con las tinieblas; la carne con la gracia de Dios: “No se puede servir a dos señores”. (2 Tim 2, 5 )

Ø  Ser primero: Dios es Aquel que nos amó primero, Él siempre toma la iniciativa. Pablo le dice a Timoteo que el misionero es como el agricultor: tiene el derecho a ser en primero en comer de los primeros frutos de la cosecha. (2 Tim 2, 6 ) De la misma manera el misionero tiene que ser el primero en creer, en vivir lo que cree y en anunciar lo que vive. En apóstol de Cristo habla de su experiencia de fe, iluminada por la Palabra de Dios.

 

6.    Algo más para saber.

La exigencia  fundamental es el ser llamados, lo que equivale a entrar por la puerta del redil (Jn 10, 1ss) Si escuchamos la voz del Buen Pastor, la ponemos en práctica, tengamos la seguridad que nos iremos llenado con sus mismos sentimientos, con sus mismos pensamientos, con sus mismos preocupaciones, con sus mismas intereses y con sus mismas luchas (cfr Flp 2, 5)

 

Una segunda exigencia, consecuencia de la anterior es la dejarnos conducir al desierto por la acción del Espíritu Santo. El desierto es la etapa de la preparación para la misión. Es el lugar de la victoria de Dios, donde al comprender su voluntad, nos rendimos a su acción amorosa para decir con Jeremías: “Me sedujiste Señor, y me dejé seducir” (Jer 20, 7). En el  desierto el futuro misionero aprende a escuchar y discernir lo que es y vine de Dios y lo que viene de otros espíritus.

 

Al final del desierto, cuando la lección ha sido aprendida, ha llegado el momento de la opción fundamental: Opción por Jesucristo, abrazando la voluntad de Dios, se confirma el llamado respondiendo con una triple afirmación: “Sí amaré, sí obedeceré y sé serviré. Para confirmarse como el misionero de Cristo que ha vencido al demonio y lo ha atado para quedar totalmente disponible para servir por amor al Señor en el lugar y con las gentes que le sean asignadas.

 

Aceptar el momento presente y el lugar que se le designe es una señal de la madurez y de la fidelidad del Misionero a la Misión: “Iré a donde Tú Señor, me lleves, y diré las palabras que Tú pongas en mi boca”. Al salir de misiones el Misionero de Cristo no pide cartas de recomendación, tampoco exige que le vaya bien o bonito, como de la misma manera no buscará quedar bien… tan sólo hacer la voluntad del que lo envió.

 

7.  Llamados a ser Apóstoles.

Objetivo: Resaltar con toda claridad que la Iglesia es el Apóstol de Jesucristo.  Toda ella es Misionera y existe para evangelizar para que todos sus miembros tomando conciencia acepten el compromiso de la misión.

 

Iluminación: Cristo resucitado, antes de su ascensión al Cielo envió a sus Apóstoles a anunciar el Evangelio al mundo entero, confiriéndoles los poderes necesarios para realizar esta misión. Pero, también, a los fieles laicos, precisamente por ser miembros de la Iglesia, tiene la vocación y misión de ser anunciadores del Evangelio: son habilitados y comprometidos en esta tarea por los sacramentos de iniciación cristiana y por los dones del Espíritu Santo. (I en A 66)

 

1.  ¿Qué significa la palabra apóstol?

 

Significa enviado, mensajero, servidor. Así decimos que Jesús es el Apóstol del Padre y los Discípulos son los Apóstoles de Jesús. El Padre envió a su Hijo para realizar la misión de salvar a los hombres y de comunicarles el don de su Espíritu. Jesús envía a sus discípulos para que continúen en la tierra la “obra” que Él comenzó, “anunciando a Cristo con gozo y con fuerza, pero principalmente con el testimonio de la propia vida” (I en A 67)

 

2.   La vida nueva

 

“Hermanos os exhorto a que llevéis una vida según del llamamiento que han recibido”.  Es el llamado a la santidad, a vivir como hijos de Dios, de acuerdo al Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo. ¿Qué implica vivir este Evangelio? Un estilo de vida que ha sido vivido por Jesús: “Qué abrazó la voluntad de su Padre hasta el fondo” (cfr Jn 4, 34) “Qué se pasó la vida haciendo el bien y liberando a los oprimidos por el diablo” (Hech 10, 38) Jesús mismo nos dice: Aprendan de mí que soy manso y humilde corazón (Mt 11, 25). Pablo nos recuerda: sean siempre humildes y amables; sean comprensivos y sopórtense mutuamente con amor; esfuércense en mantenerse unidos en el espíritu con el vínculo de la paz.

 

La vida nueva es la vida que el Padre nos da en su Hijo Jesucristo, y que Él nos la da por medio de  la Iglesia que es su Cuerpo. Por la Evangelización y por los Sacramentos, todos los hombres tenemos acceso a la Verdad de Dios y a la Salvación. Pablo le recuerda a su discípulo Timoteo: “Te escribo estas cosas para que sepas como hay que portarse en la casa de Dios, que es la Iglesia de Dios vivo, columna y fundamento de la verdad” (1ª de Tim 3, 15) Este es el trabajo del evangelizador: anunciar a Cristo y enseñar a vivir para que los hombres crean y lleguen a ser discípulos de Jesús. Este es el mandato recibido: “Vayan y enseñen todo lo que les he enseñado, bauticen y hagan discípulos míos” (cf Mt 28, 19) No basta que la gente crea, todos estamos llamados a ser discípulos misioneros de Dios en la unidad de la fe.

 

 

3.      ¿Cuál es la finalidad del trabajo apostólico?

 

La construcción del Reino de Dios en la tierra. Un Reino de amor, de paz y de justicia. Un Reino que para pertenecer a él, hay que creer y convertirse. Este Reino crece en la Iglesia, Cuerpo místico de Cristo y se manifiesta en la vida de las comunidades y de los creyentes. Podemos decir que el fin de todo trabajo apostólico es construir una comunidad fraterna en la cual todos seamos hijos de Dios y hermanos unos de los otros; en esta comunidad, llamada también comunidad cristiana, nadie vive para sí mismo, vivimos para Dios y para los demás o nos excluimos de ella (cf Rm 14, 8).

 

4.  ¿Qué es lo propio de esta comunidad?

 

Lo propio es la Unidad, la Comunión que se hace Comunidad. “Un solo cuerpo, y un solo Espíritu. Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que reina sobre todos, actúa a través de todos y vive en todos. Un solo cuerpo, el Cuerpo de Cristo, la Iglesia. No hay muchos cuerpos, uno solo como una sola es la Iglesia. Un solo Espíritu, el Espíritu Santo que es el alma de la Iglesia, que la santifica y la guía a los terrenos de la santidad, del amor, de la entrega y del servicio.

 

Cada uno de nosotros ha recibido la gracia en la medida en que Cristo se la ha dado. Es la gracia recibida en el bautismo; gracia por la cual somos llamados con toda la Iglesia a ser servidores. La Iglesia existe para servir, para evangelizar, para comunicar a los hombres la vida de Dios por medio de la Palabra y por medio de los Sacramentos. Para esto Cristo concede a unos ser profetas, a otros ser apóstoles y a otros ser maestros. A unos más, ser evangelizadores y a otros ser pastores (cf Ef 4 ).

 

El profeta es el que abre brecha; tumba monte, anuncia, denuncia y renuncia a sus propios criterios para predicar los caminos de liberación y denunciar los caminos de opresión. El apóstol viene después del profeta a confirmar el trabajo que se ha hecho y a organizar nuevas formas de trabajo y nuevos ministerios. El maestro profundiza lo realizado por los carismas anteriores; es un catequista que explica y ahonda las verdades de la fe. El evangelizador es un sembrador, que siembra y riega los corazones con la Palabra de Dios, llevando a los hermanos en un proceso de crecimiento a enamorarse de Jesús. El pastor guía y conduce a los pastos de discernimiento y conocimiento de Dios.

 

El pastor es también un acompañante, un amigo que camina junto con el rebaño dando su vida y enseñando a dar vida con su palabra y con su testimonio. “Y esto para capacitar a los fieles, a fin de que, desempeñando debidamente su tarea, construyan el cuerpo de Cristo.” El desempeñar debidamente la tarea tiene dos dimensiones que se complementan armoniosamente: la Gloria de Dios y el bien de la Iglesia, el bien de las almas. Por otro lado no hemos de olvidar lo de una sola fe, un solo bautismo, un solo Señor, un solo Espíritu y un solo Padre, y una sola Iglesia.

 

5.  La unidad en la fe

 

Hasta que todos lleguemos a estar unidos en la fe y en conocimiento del Hijo de Dios y lleguemos a ser hombres perfectos, que alcancemos en todas sus dimensiones la plenitud de Cristo”. A la unidad en la fe llegamos por la predicación de un mismo y único Evangelio; por el Bautismo que nos da la fe y que nos quita el pecado original; por el sacramento de la Reconciliación que nos perdona los pecados cometidos después del bautismo;  por la Eucaristía que nos hace partícipes de un  único Pan, el Pan que el Padre nos da. Para los creyentes la unidad de la fe se rompe con el pecado y se restituye por el camino del arrepentimiento. La Iglesia es para nosotros el Sacramento de la unidad y de la comunión con Dios y con los hombres.

 

La unidad en la fe y el crecimiento en el conocimiento de Dios, no puede darse por supuesta, sino que debe ser presentada en toda su amplitud y riqueza. Este es el objetivo de la Catequesis, la cual es una dimensión de la evangelización. “La catequesis es el proceso de formación en la fa, la esperanza y la caridad que informa la mente y toca el corazón, llevando al persona a abrazar a Cristo de modo pleno y completo (I en A 69)

 

6.  ¿Cómo llegar al conocimiento del Hijo de Dios?

 

Hay que superar la justicia de los fariseos, su estilo de vida y su religión (cfr Mt 5,20). En la escuela de Jesús aprendemos a ser discípulos, para un día llegar a ser apóstoles. El conocimiento de Cristo no está expuesto a la superficialidad ni a la charlatanería. “El Señor quiere misericordia y no sacrificios”. “Todo el que ama conoce a Dios y ha nacido de Dios” (1 de Jn 4, 7). A Dios podemos conocerlo, amarlo y servirlo si guardamos su palabra, sus mandamientos y su doctrina (Jn 14, 21-23). Esto nos lleva a decir que la práctica de las virtudes es el camino más confiable para conocer al Hijo de Dios. Las virtudes teologales: la fe, la esperanza y la caridad, la humildad, la amabilidad, la solidaridad, la mansedumbre… Quien practica estas y otras virtudes cristianas se reviste de luz; se reviste de justicia y santidad (Ef 4, 24); se reviste de Jesucristo (Rm 13, 11s), es el traje de bodas del cual nos habla el Evangelio.

 

7.  ¿Cómo llegar a la Plenitud de Cristo?

 

San Pablo nos hace una bella exhortación: “Ser hostias vivas, santas y agradables a Dios” (Rm 12, 1) ¿Cómo llegar a serlo? “Sin la comunión con Jesucristo no hay trasformación del corazón”. Lo  que exige romper la amistad con el mundo; muriendo cada día al pecado y dando muerte a las pasiones y deseos desordenados;  renovando la mente y el corazón y siguiendo las huellas de Jesús; siendo servidores de la verdad, de la vida, de la palabra; dando misericordia a los débiles; aceptando las contradicciones que la vida nos presente; ofreciendo con Cristo al Padre nuestro sacrificio espiritual: aceptar la voluntad de Dios y someterse a ella; sufriendo con Cristo para también reinar con Él. “No vivo yo, es Cristo el que vive en mí, y la vida que ahora vivo la vivo de mi fe en el Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí” (Gál 2, 19-20).Ser hostia viva exige abrazar la cruz con amor y aceptar la voluntad de Dios para nuestra vida al estilo de María, de Mateo, de Pablo y miles y miles de cristianos que se animaron a vivir la aventura de la fe: vivir el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo sin componendas.

 

8.  ¿Cómo vivir la vida apostólica?

 

Abrazamos la voluntad de Dios con amor en cada circunstancia de nuestra vida, siendo dóciles a la acción del Espíritu, en la entrega, donación y servicio al Pueblo santo de Dios. Pablo nos hace tres exhortaciones

 

·       “Soporta las fatigas conmigo como un buen soldado de Cristo”. El apóstol tiene que estar dispuesto a pagar el precio por liberar a los hombres de la opresión del Maligno.

·       “Y lo mismo el atleta no recibe la corona sino ha competido según el reglamento.” Al apóstol lo que se le pide es que sea fiel a la multiforme gracia de Dios.

·       “Y el labrador que trabaja es el primero que tiene derecho a percibir los frutos de la cosecha” (2 Tim 2, 2-4) Ser el primero en creer; el primero en vivir lo que ha creído y en anunciar y trasmitir las experiencias vividas.

 

Ahora podemos deducir cual es el alma de todo apostolado: “El amor de Cristo”. La Caridad que inflama el corazón del apóstol y lo dispone para que tenga la triple disponibilidad: hacer la voluntad del Padre, ir al encuentro de un hermano concreto para iluminarlo con la luz del Evangelio y la disponibilidad de dar la vida por realizar los dos objetivos anteriores. La Caridad pastoral es fuente de motivaciones y es fuerza que impulsa a la “misión”, al “servicio” a la “entrega” y a la “donación” en el Nombre del Señor Jesús a favor de los más débiles, de los menos favorecidos.

 

Apóstol es aquel que ha sido enviado, teniendo presente que primero fue llamado a ser discípulo (Mc 3, 13); realidad que nunca se debe abandonar. El discipulado es tarea permanente. El único Maestro es Jesús, que elige, llama, capacita y envía a quienes se han dejado amar y enseñar por Él.

 

 

Para reflexionar por grupos.

 

·       ¿Cuál es el alma de todo apostolado? La respuesta es el amor a Dios y a las almas.

·       ¿Qué señales encuentras en tu apostolado?  Señales liberadoras y gozosas. Cambios en la vida: en la manera de pensar, de sentir y de vivir.

·       ¿Qué es lo esencial del apostolado? Estar enamorados de Jesucristo y de su Iglesia.

·       ¿Cuál es la finalidad del apostolado? La construcción de una Comunidad fraterna que esté cimentada en Cristo.

·       ¿Cuál es la fuerza del apostolado? Digamos con firmeza que es la Cruz de Cristo.

·       ¿Cuál es la exigencia de todo apostolado? Un corazón limpio, una fe sincera y una conciencia recta. ( 2 Tim 1, 5)

·       ¿Qué estilo de vida se pide al apóstol de Dios? Vivir bajo el influjo de los dones del Espíritu Santo para lograr la unidad de tres: la unidad, la libertad y la amistad.

 

María, Señora del Sagrado Corazón ruega por nosotros.

 

8.  Parroquia Red de Comunidades.

 

 

Iluminación: Entre las comunidades eclesiales, en las que viven y se forman los discípulos de Jesucristo, sobresalen las Parroquias. Ellas son células vivas de la Iglesia y el lugar privilegiado en que la mayoría de los fieles tienen una experiencia concreta de Cristo y de comunión eclesial (DA 170).

 

1.    Introducción.

 Digamos que nadie se realiza solo. No fuimos creados para vivir en soledad ni en solitario. El hombre se realiza en familia, en comunidad viviendo con otros,  para otros y de otros. La vida en comunión o comunitaria es un verdadero intercambio que exige el reconocimiento personal mutuo, la aceptación personal incondicional, el respeto personal mutuo y el intercambio de valores. La Palabra de Dios nos recuerda: “No es bueno que el hombre esté solo, démosle una ayuda adecuada” (Gn 2, 18). Todo hombre es ayuda adecuada para los demás, tanto en la familia como en la Iglesia y en la sociedad. Nadie se realiza viviendo en solitario.

 

Lo anterior nos lleva a decir que todo hombre es un don de Dios para los demás; un regalo precioso, útil y necesario. Está manera de pensar es herencia de la Biblia, razón por la que nos atrevemos a decir que la semilla de toda comunidad cristiana es la Palabra de Dios. La comunidad cristiana es fruto de la Evangelización que lleva a los hombres al conocimiento de la verdad.

 

2.    ¿Qué es la Parroquia?

 

La Parroquia es una comunidad estable y pública, formada por todos los cristianos que viven en un territorio determinado y que, presida por un presbítero en nombre del Obispo, asume el conjunto de la misión evangelizadora sobre todos los hombres de ese territorio.

 

La Parroquia no es una masa de fieles, sino, una realidad  que está llamada ser una comunidad de fieles creyentes en la bondad de Dios que se ha manifestado en Cristo, el Hijo de Dios nacido para nuestra salvación.  Comunidad integral, esto por dos razones, en primer lugar porque acoge a todos los bautizados, cualquiera que sea su nivel de fe, edad, sexo, condición social, opción política… los une a todos en lo común y radical de ser cristianos, es decir, portadores de Cristo. Y, en segundo lugar, porque intenta llevar a cabo el conjunto de la “misión evangelizadora” con todas las tareas que comporta. Por lo anterior podemos decir que la Parroquia es una “comunidad fraterna, solidaria y misionera”.

 

Aparecida urge a la Iglesia a transformar la Parroquia cada vez más en “Comunidad de Comunidades” en la cual los diversos elementos de la vida cristiana estén debidamente integrados entre sí: la Palabra, la Liturgia, la comunión fraterna y el servicio a los menos favorecidos (DA 517  g).

 

La Parroquia es a la vez comunidad Madre y Maestra de comunidades que a la vez son hijas y hermanas entre ellas. Como Madre da vida a sus hijas y como Maestra les enseña a vivir la comunión. Se preocupa por ellas, las integra y reconcilia y comparte con ellas sus bienes materiales y espirituales. Las educa con la Palabra y con el testimonio; las promueve para que un día puedan llegar a ser “Matriz donde se gesta la vida” dando a luz nuevas comunidades o nuevas parroquias.

 

3.     La Parroquia fuente de discipulado misionero.

 

La Parroquia es algo así como la “Matriz” donde se gesta la vida por la predicación de la Palabra y la recepción de los Sacramentos. En ella se nace a la nueva vida, se crece y se madura en la fe, la esperanza y la caridad. De esta manera es “fuente y escuela de discipulado”. El Papa Francisco nos ha recordado que todo bautizado es discípulo misionero de Jesucristo en potencia, cuando crezca y se encuentre con Cristo lo será en acto (GE ). Como discípulos misioneros somos llamados a intensificar nuestra respuesta de fe y a anunciar que Cristo ha redimido todos los pecados y males de la humanidad (DA 134)

 

Todos los miembros de la comunidad parroquial son responsables de la evangelización de los hombres y mujeres en cada ambiente en el que se encuentren (DA 171). Por lo tanto de fomentarse la formación comunitaria, para que los fieles experimenten la Parroquia como una familia en la fe y la caridad, la que mutuamente se acompañen y ayuden en el seguimiento de Jesucristo (DA 305)

 

Toda Parroquia está llamada a ser el espacio donde se recibe y acoge la Palabra de Dios, se celebra y se expresa en la adoración del Cuerpo de Cristo, y así es la fuente dinámica del discipulado misionero (DA 172)

 

No puede haber vida cristiana sino en comunidad. (El que se aísla se muerte) Entre familias, parroquias, comunidades de vida consagrada, comunidades de base y otras pequeñas comunidades y movimientos. (DA 178d)

 

En toda Parroquia, comunidad de discípulos misioneros, ha de estar animada por la espiritualidad de comunión misionera: “Sin este camino de espiritualidad de poco servirían los instrumentos externos de la comunión. Se convertirían en medios sin alma, máscaras de comunión más que sus modos de expresión y de crecimiento” (DA 203)

 

La Parroquia no se propone llegar sólo a sujetos aislados, sino a la vida de todas las familias para fortalecerlas en su acción misionera. La familia cristiana, primera célula de la sociedad, es el campo para cultivar los valores y las virtudes cristianas. Los padres son los primeros educadores en la fe des sus hijos, enseñan con el ejemplo y la palabra. Se le llama Iglesia doméstica” (DA 204).  

 

La Parroquia encierra una inagotable riqueza comunitaria porque en ella se encuentra una inmensa variedad de situaciones, de edades, de tareas. Sobre todo hoy, cuando la crisis de la vida familiar afecta a tantos niños y jóvenes. La Parroquia brinda un espacio comunitario para fortalecer la fe y crecer comunitariamente. (DA 304)

 

 

4.    La Comunidades Cristianas en la Parroquia.

 

La pequeña comunidad cristiana es un grupo reducido de personas que se conocen, se respetan y que de verdad se aman en nombre del Señor Jesús. Vienen a ser un medio precioso para vivir la comunión y misión que El Señor Jesús encomendó a su Iglesia.

 

Entre las comunidades eclesiales en las que viven y se forman los discípulos misioneros de Jesucristo sobresalen las Parroquias. Ellas son células vivas de la Iglesia y el lugar privilegiado en el que la mayoría de los fieles tiene una experiencia concreta de Cristo y de la comunión eclesial. Están llamadas a ser casas y escuelas de comunión. (DA 170)

 

Todas las comunidades y grupos eclesiales darán fruto en la medida en que la Eucaristía sea el centro el su vida y la Palabra de Dios sea faro de su camino y su actuación en la única Iglesia de Cristo. (DA 180)

 

Cuando son auténticas se esfuerzan por vivir en el mundo los valores evangélicos de la verdad, la justicia, la libertad, el amor y el bien común. Como encuentro fraterno de personas que se reúnen libre y gozosamente para escuchar juntas la Palabra de Dios, para orar en común, intercambiar experiencias, vida, caminar juntos y crecer en el conocimiento del Señor Jesús.

 

5.    La misión de las comunidades cristianas en la Parroquia

 

El Documento de Aparecida nos dice que las Comunidades Eclesiales son un medio privilegiado para hacer a los bautizados auténticos discípulos  misioneros de Cristo (DA 307) Ellas son el ámbito propicio para escuchar la Palabra de Dios, para vivir la fraternidad, para animar en la oración, para profundizar procesos de formación en la fe y para fortalecer las exigencias del compromiso de ser  Apóstoles en la sociedad de hoy.  Ellas son lugares de experiencia cristiana y evangelización. (DA 308)

 

Cuando realmente las Comunidades  tienen un sentido eclesial, cada pequeña comunidad se convierte en un foco de evangelización, su misión es la misión de la Iglesia grande:

 

·       Por medio de las pequeñas comunidades, también se podría llegar a los alejados, a los indiferentes y a los que alimentan descontento o resentimientos frente a la Iglesia. (DA 310)

 

·       Ayuda a crecer y madurar en la fe enseñando a leer y a compartir la Palabra de Dios; enseña y ayuda a los hermanos a orar y a compartir experiencias. Son un verdadero lugar para la catequesis de adultos y para el intercambio de bienes, tanto espirituales como materiales.

 

·       Ayuda a llevar una vida litúrgica, más cercana a la vida concreta de cada uno. Cuando ha habido un despertar a la vida comunitaria, la Liturgia, especialmente la Eucaristía se vive de manera más cálida, intensa y participativa.

 

Para que estás comunidades eclesiales sean auténticas, vivas y dinámicas, es necesario suscitar en ellas una espiritualidad sólida, basada en la Palabra de Dios, que las mantenga en plena comunión con la vida e ideales de la Iglesia local, y en particular, con la parroquia (DA 309). Este es el trabajo del Párroco, Pastor de la comunidad parroquial, a quien el Obispo le ha confiado esta porción, tan amada y querida, llamada Parroquia o Comunidad de Comunidades.

 

6.    Para ser comunidades eclesiales de base.

 

a)     Buscan su alimento en la Palabra de Dios y no dejarse politizar por las ideologías de moda, prontas a explotar su potencial humano

b)    Evitan la tentación de estar criticando a la Iglesia, bajo pretexto de autenticidad.

c)     Permanecen firmemente unidas a la Iglesia local, para evitar el peligro de aislarse y encerrarse en sí mismas.

d)    Guardan una sincera comunión con los pastores que el Señor le dado a su iglesia.

e)     No se creen el único destinatario o el único agente de evangelización. Aceptan que la Iglesia es mucho más vasta y diversificada; aceptan que la Iglesia se encarna en formas que no son las de ellas.

f)     Crecen cada día en responsabilidad y celo apostólico; compromiso e irradiación misionera.

g)     Se muestran universalistas y no sectarias.

 

Con estas condiciones, ciertamente exigentes, pero también exaltantes, las comunidades eclesiales de base corresponden a su vocación más fundamental: escuchar el Mensaje de Jesucristo que les ha sido comunicado, para que se conviertan en evangelizadoras del Evangelio (EN 58).

 

Padre, por Tú Verbo y por María, concédenos la gracia del Espíritu Santo, para que fieles a su conducción podemos ser instrumentos útiles del reino de Amor, de Paz y de Alegría.

 

María, Señora del Sagrado Corazón, ruega por nosotros.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La Iglesia  es el Pueblo de Dios.

 

Objetivo: enseñar que la Iglesia es el verdadero Pueblo de Dios, redimido por Jesucristo,  a quien cree, le obedece y le ama, su une a él, aceptando su Palabra, su Misión y su destino, para como discípulos colaborar con el Señor en la Obra de la salvación.

 

 

  1. El Pueblo de su propiedad

“Pero, vosotros sois linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido, para anunciar las alabanzas de Aquel que os ha llamado de las tinieblas a su admirable luz, vosotros que en otro tiempo no erais mi  pueblo y que ahora sois el pueblo de Dios”. (1 de Pe 2, 9-10)

 

Un pueblo que fue arrancado de las tinieblas y traído  a la luz de la verdad, de la justicia, de la equidad y del amor. Un pueblo libre que ha hecho alianza con Aquel que lo amó, lo justificó y lo glorificó (Rm 8, 29). Un pueblo llamado a ser luz, sal y fermento en medio de los pueblos (Mt 5, 13).

 

 

 

Como Iglesia, somos el pueblo consagrado a Dios. Tengamos presente esto: cuando decimos el pueblo de Dios no aludimos al pueblo en general con sindicatos, comercios, empresas, etc.  Es una pretensión de los grupos humanos quererse constituirse en intérpretes del pueblo. El pueblo es muy autónomo, muy variado, muy pluriforme. Nadie puede arrogarse: "Yo soy la voz del Pueblo". Por eso, el pueblo de Dios es el grupo de los seguidores de Dios; es el grupo de los hombres y mujeres que inspirados en la fe en Jesucristo, lo obedecen, lo siguen, lo sirven, le pertenecen, celebran los sacramentos de la Iglesia y tienen la palabra divina como norma para su vida; para hacerse más agradables a Dios y, desde su unión en Cristo, ser un pueblo que sea luz, sal y fermento para el pueblo en general. Esto es la Iglesia. El Catecismo de la Iglesia, haciéndose eco del Concilia Vaticano, dice que el pueblo de Dios tiene características que lo distinguen de los otros pueblos.

 

  1. Características del Pueblo de Dios.

 

  1. Es el pueblo de Dios; Dios no pertenece en propiedad a ningún pueblo. Pero El ha adquirido para sí pueblo de aquellos que antes no eran pueblo: “una raza elegida, un sacerdocio real, una nación santa” (1 Pe 2, 9)
  2. Se llega a ser miembro de este pueblo, no por el nacimiento físico, sino por “el nacimiento de arriba”, “del agua y del Espíritu” (Jn 3,3-5). Por la fe en Cristo y el Bautismo.
  3. Este Pueblo tiene por Cabeza a Jesús el Cristo. “la Unción de Cristo, Cabeza fluye de la cabeza al Cuerpo, es el “Pueblo Mesiánico”.
  4. La identidad de este Pueblo, es la dignidad y la libertad de los hijos de Dios en cuyos corazones habita el Espíritu Santo como en un templo”.
  5. “Su Ley, es el Mandamiento Nuevo:” Amar como el mismo Cristo nos amó (Jn 13, 34) Esta es la Ley nueva del Espíritu” (Rom 8,2)
  6. Su misión es ser luz, sal y fermento del mundo (cf Mt 5,13-14)
  7. “Su destino es el Reino de Dios. Que él mismo comenzó en este mundo, que ha de ser extendido hasta que él mismo lo lleve a su perfección” (LG 9; CATIC 782)

 

  1. El origen de la Iglesia.

 

Para penetrar en el Misterio de la Iglesia conviene, primeramente considerar su origen  dentro del Designio de la Santísima Trinidad y su realización progresiva en la Historia. (Catic 758) La Iglesia encuentra su origen en la eternidad de Dios, que en la Plenitud de los tiempos envió a su Hijo al Mundo.

 

Por esta razón la Iglesia se siente y se sabe “asamblea convocada por el Padre”, que camina para volver a Él (LG 2) Dios envió a su Hijo a salvar a todos los hombres, pero no aisladamente, sino en Comunidad. En Cristo, el Padre nos llama a ser “Familia de Dios”, ese es su gran deseo:”Que todos sean Uno en Cristo Jesús”, para que de esta manera “los hombres lleguen a la salvación y al  conocimiento de la verdad” (cf 2 Tim 2, 4). La Iglesia es el sacramento de unidad en la que Dios se une íntimamente a los hombres y realiza la unidad de todo el género humano. (LG 1)

 

  1. La  Fundación de la Iglesia.

 

Vino el Hijo enviado por el Padre e instauró en la tierra el Reino de los cielos, nos reveló su misterio y con su obediencia realizó la Redención de los hombres. Nuestro Señor Jesucristo con la predicación de la Buena Nueva, milagros y exorcismos comenzó la fundación de su Iglesia (Catic 763) Siguiendo la voluntad de su Padre llamó  a sus discípulos: “Venid en pos de mí, seguidme, les dice…que os haré pescadores de hombres (Lc 5,10) De entre el grupo de discípulos  eligió a los Doce (Mt 10,5-7; Mc 3, 13ss; Lc. 6,12-16) Los Doce han sido llamados, elegidos, investidos de autoridad y poder y enviados expresamente por Jesús a predicar el Evangelio, a curar a los enfermos y a expulsar a los demonios (Catic 764).

 

Jesús con su predicación, milagros, exorcismos y con su estilo de vida, siembra el Reino de Dios en el corazón de los hombres. Acoger la Palabra de Jesús es acoger el Reino. El germen y el comienzo del Reino son el “pequeño rebaño” de Jesús (Lc 12, 32). El Señor Jesús de entre sus discípulos eligió a los Doce, eligió a Simón  a quien llamó Pedro como cabeza visible de su Iglesia, y le dijo: “Te eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y los poderes del Mal no prevalecerán sobre ella” (Mt 16, 17). Los Doce representan a las Doce tribus de Israel, ellos son los cimientos de la nueva Jerusalén (Apoc 21, 12- 14). Los Doce y los otros discípulos participan de la misión de Cristo, en su poder, y también en su suerte ( cf Mt 10, 25; Jn 15, 20). (Catic 765).

 

El Apóstol Juan ve en la muerte de Jesús, al ser traspasado su corazón por la lanza del soldado, el nacimiento de la Iglesia: “Y al instante salió sangre y agua” (Jn 19,34) Muchos de los Padres de la Iglesia han visto en el agua el símbolo el Bautismo y en la sangre la Eucaristía, y en estos dos sacramentos han visto, el signo de la Iglesia, nueva Eva, que nace del nuevo Adán. Jesús muere, y con su sangre compra para Dios su Padre un Pueblo de su propiedad; con su Resurrección Jesús comienza un “estado nuevo”, que ya no conoce la muerte; (Catic 766)

 

El acontecimiento de la Resurrección de Jesús de entre los muertos; es “el centro de nuestra fe” y representa además, la máxima revelación de Dios; la Resurrección de Jesús establece la comunidad apostólica como fundamento y norma de la Iglesia para todas la épocas. En la Resurrección nace el “Hombre Nuevo”, El Cristo total: Cabeza y Cuerpo.

 

Después de su Resurrección confirma lo que en vida había prometido. Jesús pregunta a Pedro: “Simón, hijo de Juan, ¿Me amas más que estos?” Le dice él: “Señor tu sabes que te quiero”. Le dice Jesús apacienta mis corderos. Vuelve a decirle por segunda vez: “Simón hijo de Juan, ¿Me amas?” Le dice él: “Señor tu sabes que te quiero” Le dice Jesús apacienta mis ovejas”. Le dice por tercera vez:”Simón hijo de Juan, ¿me quieres? Y le dijo:”Señor, tu lo sabes todo; tu sabes que te quiero” Le dice Jesús: apacienta mis ovejas.” (Jn 21, 15ss)

 

Después de la muerte-resurrección y ascensión del Señor Jesús, la Iglesia se reúne al alrededor de la María, la Madre de Jesús; estaban los Doce, algunas mujeres, y algunos familiares de Jesús, el número de los reunidos era de unos 120 personas (Hech 1, 12.15) El libro de los Hechos de los Apóstoles nos narra el “Cumplimiento de la Promesa” “Dentro de pocos días recibiréis el Poder de lo Alto (cf Hech 1, 8): En Pentecostés, Jesús bautiza a su Iglesia con el Espíritu Santo, “Y así toda la Iglesia aparece como un pueblo reunido en virtud de la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”(LG 4). En Pentecostés, con la Fuerza del Espíritu comienza el crecimiento de la Iglesia.

         

5.    La Misión de la Iglesia.

 

Jesús antes de su Ascensión convoca a los suyos y como despedida les comparte la Misión que el mismo Padre le había confiado a Él. En el libro de los Hechos les dice: “No se vayan de Jerusalén, dentro de muy pocos días recibiréis Poder y recibiréis la Promesa de la cual os hablé” (1, 8). El Concilio expresa lo anterior diciendo: “Cuando el Hijo terminó la obra que el Padre le encargó realizar en la Tierra, fue enviado el Espíritu Santo para que santificará continuamente  a la Iglesia ( LG 4) La Iglesia ha recibido la misión de “dar vida” “santificar  y “conducir” a los fieles a la perfección  en la Gloria del Cielo (LG 48).

 

·      “Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues,  haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo y enseñándoles a todo lo que yo os he mandado” (Mt 28, 19-20)

 

·      “Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado se salvará; el que no crea, se condenará” (Mc. 16, 15)

 

  • “Todo poder se me ha dado en el cielo y en la tierra, así cómo el padre me envió, Yo los envió a ustedes. Dicho esto sopló sobre ellos y les dijo “Recibid el Espíritu Santo. A quienes les perdonéis los pecados les quedaran perdonados… ” (Jn 20,21ss)

 

Todo lo anterior nos da razón suficiente para decir que la Iglesia hunde sus raíces  en la  eternidad: El Padre fuente de todo envío, es también la fuente del origen de la Iglesia.

 

  1. Imágenes de la Iglesia (LG 7)

 

En la Sagrada Escritura encontramos multitud de imágenes y figuras relacionadas entre sí, mediante las cuales la Revelación habla del <misterio inagotable de la Iglesia. Las imágenes tomadas del Antiguo Testamento constituyen variaciones de una idea de fondo, la del Pueblo de Dios. En el Nuevo Testamento (Ef 1, 22; Col 1, 18), todas etas imágenes adquieren un nuevo centro por el hecho de que Cristo llega a ser la Cabeza de ese Pueblo. (Catic 753)

 

  • La Iglesia redil, cuya única y obligada puerta es Cristo (Jn 10, 1-10). Es también una grey, de la que el mismo Dios se profetizó pastor. (Ez 34, 11ss) No obstante sea guiadas por pastores humanos, es Cristo mismo, Pastor y Cabeza de los pastores quien realmente guía a la Iglesia, la cuida y la alimenta. (Catic 754)

 

  • La Iglesia es labranza o campo de de Dios (cf 1 Co. 3, 9) En ese campo crece el árbol de olivo, cuya raíz santa fueron los patriarcas, y en la cual se realizó y se concluirá la reconciliación de los judíos y de los gentiles (cf Rom 11, 13-26). El Dueño de la “viña” la plantó como “viña escogida” de la cual Cristo es la Vid verdadera, que comunica vida y fecundidad a los sarmientos  que somos nosotros, que permanecemos en Él por medio de la Iglesia, y sin Él nada podemos hacer. (Jn 15, 1-5) (Catic755)

 

  • La Iglesia construcción y edificación de Dios. (1 de Co 3, 9) Los Apóstoles y los profetas construyen la Iglesia sobre el “fundamento” que es Cristo (cf 1 de Cor 3, 11; Ef 2, 20). Nosotros entramos como piedras vivas de esa construcción por  nuestro bautismo (1 de Pe 2, 5). La “Construcción”, Edificio espiritual cimentado en los Profetas y  en los Apóstoles tiene siempre como fundamento Cristo, la “La Piedra Angular”. (Catic 756)

 

  • Casa de Dios fundamento de la verdad (1 de Tim 3, 15) Familia habitación de Dios en el Espíritu (Ef 2, 19-22) Templo santo, representado en los templos de piedra. Templo que no fue  construido por la mano del hombre, sino, por la acción poderosa de Dios.  La Iglesia la Jerusalén de arriba y madre nuestra (Gal 4, 26; cf Apoc. 12,17)

 

  •   San Juan en el Apocalipsis describe a la Iglesia como la esposa inmaculada del Cordero Inmaculado (Apoc. 19, 7; 21, 2-9) “Cristo, la amó y se entregó por ella para santificarla” (Ef. 5,25-26); se unió a ella en alianza indisoluble, “la alimenta y la cuida (Ef. 5, 29) y la cuida sin cesar” (LG 6)

 

 

  1. Un Pueblo sacerdotal, profético y real.

 

Jesucristo es Aquel a quien el Padre ha ungido con el Espíritu Santo. Y lo ha constituido “Sacerdote, profeta y Rey”. Todo el Pueblo participa de estas funciones de Cristo y tiene las responsabilidades de la Misión y de servicio que se derivan de ellas. (Catic 783) Servicio como el enseñar la verdad, sobre Dios, sobre la Iglesia y sobre el Mundo. Anunciar y trasmitir la doctrina de la fe y de la moral cristiana, como una manera para convocar al Pueblo de Dios en tono a Cristo, prepara para la recepción de la Eucaristía y de la Vida sacramental comenzando por la Recepción del sacramento del Bautismo y culmina en la disponibilidad para servir, según el ejemplo de Cristo. (RM 19- 21)

 

El Catecismo nos sigue diciendo: “Cristo el Señor, Pontífice tomado de entre los hombres, ha hecho del nuevo Pueblo “un reino de sacerdotes para Dios su Padre”. Todos los bautizados participan de la “unción de Cristo” quedan consagrados para constituir  una casa espiritual y un sacerdocio santo (Catic 784, LG 10)

 

El Pueblo santo de Dios participa también del carácter profético de Cristo, todo el Pueblo, laicos y jerarquía que han recibido la fe y el Bautismo están llamados a profundizar en la comprensión de las verdades de la fe y a ser testigos de Cristo en este mundo (Catic 785)

 

Por último, el Pueblo de Dios, participa de la función “regia de Cristo”. Cristo realiza su realeza realizando la “Obra del Padre”, mediante su muerte y resurrección reconcilia a los hombres con Dios y entre sí en su propio Cuerpo. Cristo rey y Señor es el servidor de todos. Para el Cristiano, servir es reinar, particularmente en los pobres y en los que sufren, allí descubren la “imagen de su Fundador pobre y sufriente”. El Pueblo de Dios realiza su “dignidad regia” viviendo conforme a esta vocación de servir a Cristo. (Catic 786)

 

¿Qué podemos ofrecer a Dios? El gobierno de nuestro cuerpo, someter nuestra voluntad a Dios y servir a nuestros hermanos en comunión con Cristo: compartiendo con ellos el pan, siendo hospitalarios y poniendo nuestro tiempo al servicio de los enfermos, pobres y necesitados. Con Palabra de Pablo, el Pueblo de Dios está llamado a ofrecer un sacrificio vivo, santo y agradable a Dios. (Rm 12, 1)

 

La vocación del Pueblo de Dios: ser con Cristo y María Luz, Sal y Fermento, y así, poder ser ofrenda agradable a Dios. .

 

 

Señora del Sagrado Corazón, ruega por nosotros.

  

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