HERMANOS MÍOS, NO MEZCLÉIS CON LA ACEPCIÓN DE PERSONAS LA FE QUE TENÉIS EN NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO GLORIFICADO.

 

HERMANOS MÍOS, NO MEZCLÉIS CON LA ACEPCIÓN DE PERSONAS LA FE QUE TENÉIS EN NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO GLORIFICADO.

Supongamos que entra en vuestra asamblea un hombre con un anillo de oro y un vestido espléndido, y que entra también un pobre con un vestido andrajoso; y supongamos que, al ver al que lleva el vestido espléndido, le decís: «Siéntate aquí, en un buen sitio», mientras que al pobre le decís: «Quédate ahí de pie», o «Siéntate a mis pies».  ¿No sería esto hacer distinciones entre vosotros y ser jueces con mal criterio? (St 2, 2- 4) Este es el pecado religioso que muy pocos reconocen y lo confiesan

Lo anterior está cimentada en una mentira: “Cuánto tienes cuánto vales” Es lo que se le llama inversión de valores. Lo que equivale a vivir en el engaño, éste nos lleva a la parálisis (que equivale a abandonar la moral). La parálisis nos lleva a la frustración, al aburrimiento. A la agresividad, al aislamiento y éste nos lleva la pérdida de la vida. Todo lo anterior es manifestación del “Vacío existencial” Vacío de Dios, de Amor, de Valores y de Virtudes, pero llenos de muerte espiritual: Ustedes estaban muertos a causa de sus faltas y sus pecados. Con ellos seguían la corriente de este mundo y al soberano que reina entre el cielo y la tierra, el espíritu que ahora está actuando en los corazones rebeldes. De ellos éramos también nosotros y nos dejamos llevar por las codicias humanas, obedeciendo los deseos y propósitos de la carne, gente reprobada como los demás. (cf Ef 21- 3) Al Inversión de valores de donde proviene el Vacío existencial, los profetas lo llamaban “Idolatría.” Escuchemos a Jeremías decirnos: “Que los cielos se asombren y tiemblen espantados por eso, palabra de Yavé;  doble falta ha cometido mi pueblo: me ha abandonado a mí, que soy manantial de aguas vivas, y se han cavado pozos, pozos agrietados que no retendrán el agua.” (Jer 2, 12-13)

Los pozos agrietados son los ídolos que ponemos en nuestro corazón en lugar de Cristo. Reducimos a Dios en cosa, en objeto, preferimos a las personas en su lugar. De la misma manera preferimos a las cosas que a las personas. Preferimos a los lujos, al dinero, y a las personas las desechamos: Valoramos a las personas por la ropa, o las joyas que traen, la casa que poseen o por el carro o vehículo que tienen: Se valora más el sexo que a la misma persona. Se les valora por su cuenta en el Banco, es decir por el dinero que tienen. Es de muchísima importancia que conozcamos el valor de toda persona: Todos valemos por lo que somos y no por lo que tenemos, hacemos o sabemos” Para que no hagamos acepción de personas, porque entonces nuestra fe está vacía, está muerta.

Pongámonos como tarea el buscar a Dios con la doble tarea de rechazar el mal y hacer el bien (Rm 12, 9) Cómo le dice el Apóstol Pablo a su discípulo Timoteo: “Evita los deseos desordenados, propios de la juventud. Busca la rectitud, la fe, el amor, y ten buenas relaciones con aquellos que invocan al Señor con corazón puro. Pero evita las cuestiones tontas e inútiles, pues sabes que originan peleas.” (2 Tim 2, 22- 23)

Que importante es escuchar la Palabra de Verdad para que nos cambie nuestra manera de pensar egoísta, dándonos una mente nueva: la mente de Cristo (cf Rm 12, 2; Flp 2,5) y cambie nuestros sentimientos y nuestra mirada a los demás para que podamos ver a Cristo Jesús en el rostro de todos: hombres y mujeres, niños y ancianos pobres o menos favorecidos y poder entender las palabras de Jesús: Tuve hambre y me diste de comer, enfermo y me visitaste, forastero y me hospedaste (Mt 25, 31ss) Para que a la luz de la Palabra de la Verdad reconocernos y aceptarnos como miembros de una Comunidad fraterna, solidaria y servicia; Comunidad de iguales en dignidad, todos somos llamados a ser hijos de Dios, hermanos de todos y servidores unos de los otros. No desvaloremos a los otros, porque todos son regalo de Dios unos para los otros, carguemos con sus debilidades para así profundizar en la misión que se nos han encargado: Ayuda al otro con sus debilidades.

Santiago nos sigue diciendo: Escuchad, hermanos míos queridos: ¿Acaso no ha escogido Dios a los pobres según el mundo como ricos en la fe y herederos del Reino que prometió a los que le aman? El Apóstol Pablo nos dice: “No es una orden, sino que sólo me baso en la generosidad de otros para ver si ustedes aman de verdad. Ya conocen la generosidad de Cristo Jesús, nuestro Señor, que, siendo rico, se hizo pobre por ustedes para que su pobreza los hiciera ricos.” (2 Cor 8, 8-9) Muchos son los que reconocen a Cristo como el mejor Líder de todos los tiempos, otros lo miran como a un gran Profeta, pero no lo ven como al Hijo de Dios que nos amó y se entregó por todos los hombres, no es su Salvador, por eso no entienden su Palabra que a todos nos dice: “El que quiera ser mi discípulo que se niegue a sí mismo, que tome su cruz y me siga” (cf Lc 9, 23) La Palabra de Verdad nos hace pobres, con la pobreza evangélica para que hagamos ricos con la pobreza de Jesús a otros, especialmente a los más pobres, aquellos que no conocen a Cristo.

El Apóstol Santiago sigue hablándonos de la Inversión de valores: ¡En cambio vosotros habéis menospreciado al pobre! ¿No son acaso los ricos los que os oprimen y os arrastran a los tribunales?  ¿No son ellos los que blasfeman el hermoso Nombre que ha sido invocado sobre vosotros?  Si cumplís plenamente la Ley regia de la Escritura: Amarás a tu prójimo como a ti mismo, obráis sin duda bien;  pero si tenéis acepción de personas, cometéis pecado y sois condenados por la Ley como transgresores.  Porque quien observa toda la Ley, pero falta en un solo precepto, se hace reo de todos. (St 2, 6- 10)

“Hablen, por tanto, y obren como quienes han de ser juzgados por una ley de libertad. Habrá juicio sin misericordia para quien no ha sido misericordioso, mientras que la misericordia no tiene miedo al juicio.” La fe se demuestra con las obras (St 2, 12-13) y Las obras de la fe, son las que llenan nuestro corazón de Cristo: “En cambio, el fruto del Espíritu es caridad, alegría, paz, comprensión de los demás, generosidad, bondad, fidelidad, mansedumbre y dominio de sí mismo. Estas son cosas que no condena ninguna Ley.” (Gál 5, 22- 23) y quien las tenga se está revistiendo de Cristo, su corazón se llena de Dios: “Pónganse, pues, el vestido que conviene a los elegidos de Dios, sus santos muy queridos: la compasión tierna, la bondad, la humildad, la mansedumbre, la paciencia. Sopórtense y perdónense unos a otros si uno tiene motivo de queja contra otro. Como el Señor los perdonó, a su vez hagan ustedes lo mismo.”

Por encima de esta vestidura pondrán como cinturón el amor, que lo hace todo perfecto. Así la paz de Cristo reinará en sus corazones, pues para esto fueron llamados y reunidos. Finalmente, sean agradecidos. Que la palabra de Cristo habite y se sienta a gusto en ustedes. Tengan sabiduría para que puedan enseñar y aconsejar unos a otros; canten a Dios de todo corazón y con gratitud salmos, himnos y alabanzas espontáneas.  Y todo lo que puedan decir o hacer, háganlo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él. (Col 3, 12- 17)

La Clave para llenar los vacíos del corazón es ser de Cristo. Escuchemos al Apóstol decirnos: “Los que pertenecen a Cristo Jesús han crucificado la carne con sus impulsos y deseos. Si ahora vivimos según el espíritu, dejémonos guiar por el Espíritu; depongamos toda vanagloria, dejemos de querer ser más que los demás y de ser celosos. (Gál5, 24. 26)  

Seamos con las palabras de Cristo: “aprendan de mí que soy manso y humilde corazón y tendrán descanso para sus almas” (Mt 11, 29- 30)

 

 

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