3. EN PROCESO DE HACERSE LIBRES

 

 

EN PROCESO DE HACERSE LIBRES

 

1.    La docilidad al Espíritu Santo

 

Por la acción del Espíritu en el Sacramento de la Reconciliación hemos renovado nuestro Bautismo. De la misma manera que el Faraón y sus ejércitos fueron ahogados en el Mar Rojo, hoy el demonio, nuestros pecados, nuestro hombre viejo y nuestros pecados actuales han sido vencidos, expulsados, y nosotros somos hombres nuevos, reconciliados y salvados. Ya no están, ahora somos libres con la libertad que Cristo nos otorga y revestidos con su poder podremos luchar para permanecer siendo libres. Así podemos decir que la libertad cristiana es don y conquista.

 

Recuerdo el mismo día que por gracia de Dios viví está inefable experiencia dentro de un “confesionario”, al llegar a casa ofrecía al Señor mi primer “sacrificio acción de gracias de alabanza y de reparación”, (Eclo 35, 1-5) con libertad y conciencia dije: “Te prometo Señor no volver a fumar cigarros ni marihuana en toda mi vida”. Si se puede, no estamos solos, el Señor está con nosotros.

 

Pocos días después, guiado por el Espíritu, de eso estoy convencido, decidí no volver a los centros nocturnos, romper con la borrachera y guardar el “Sexto Mandamiento”: No al adulterio, no a la fornicación, no a la pornografía y no a la masturbación. La razón: El Espíritu Santo es el espíritu de Libertad (cfr 2 Cor 3, 17). “Para ser libres nos libertó Cristo” (Gál, 5,1). Ahora podía ofrecer sacrificios de acción de gracias: Guardar los Mandamientos. No hay duda el “Espíritu Santo guía a los hijos de Dios” (Rm 8, 14). Lo importante es conocer el camino: nos lleva a Cristo, al Amor, a la Libertad, a la santidad. Esto implica varios pasos, el primero es el desierto, la alianza, la tierra prometida…

 

El Espíritu Santo nos guía al Desierto

 

Es el lugar de la victoria de Dios, y es la vez, el lugar donde habitan los demonios. Demonio es todo aquello que estorba, que impide el crecimiento del Reino de Dios en nuestra vida: impureza, miedos, inseguridades, odios, machismo, ambiciones, apegos, y muchísimos más. Uno a uno tiene que ir siendo descubierto, atado y echado fuera para ser quemado en la “hoguera del Espíritu”. De la manera que el Espíritu llevó a Jesús al desierto para prepararse para su misión, todo discípulo-misionero, es llevado a la intimidad, a la interioridad, al silencio, a la oración, a la lectura asidua de la Palabra, a nuevas opciones y decisiones que van limando sus asperezas y llenándolo de luz, de verdad, de amor, de Cristo. En el desierto Dios vence a sus elegidos, mejor aún, nos dejamos vencer por Él, aceptamos su voluntad para nuestra vida y nos abrimos a ella libre y conscientemente, renunciando a nuestros planes de vida para aceptar alegremente los que Dios nos propone. Dios no nos obliga, no nos violenta. Él amorosamente propone y el discípulo lo acepta o lo rechaza.

 

Por la acción del Espíritu Santo hacemos y renovamos la Alianza con el Señor.

 

En el desierto Dios hace alianza con sus elegidos. Él no hace alianza con esclavos, primero los libera, los hace libres y luego, a manera de seducción los lleva al momento de hacer una “Opción radical” por el Reino. Renuncio a ser amigo del Mundo para ser amigo de Dios. Renuncio a ser del Mundo para ser de Cristo, caminar con Él y vivir con Él. Ésta Opción radical por el Reino de Cristo y sus valores, se da, más o menos, tres meses después de haber cruzado el Mar Rojo, es decir, después de haber nacido de nuevo por medio del Encuentro Personal con la Misericordia de Dios que ha tomado rostro humano: Jesús, el Salvador del hombre.

 

Dos experiencias, dos encuentros inolvidables: en el primero acepté ser hijo de Jesús y en el segundo, acepté ser amigo. Las dos fueron dentro de una misma experiencia. El primero fue en el “encuentro con el Señor en el Sacramento de la Confesión”  El segundo fue en un “centro nocturno” al que no iba desde hacía tres meses. El siete de noviembre regresé a la Iglesia, y está bella experiencia fue el día 14 de febrero, día, del amor y la amistad. Romper la amistad con el mundo para ser amigo de Jesús, sólo puede ser fruto de la Gracia dentro de un proceso de liberación lleno de experiencias gozosas, liberadoras, gloriosas y dolorosas. En honor a la verdad, sólo puede haber dolor cuando no se ha experimentado “lo bueno que es el Señor”. Entre más estemos enraizados en el pecado más doloroso es el rompimiento.

 

Cuando llegué a aquel lugar el recibimiento fue espectacular. Me dijo el mesero: “Ya llegó el que andaba ausente”. Me sirvió una copa de cogñac con una porción cinco veces mayor que lo normal, diciéndome: “La casa paga”. Vino la mesera con una muy amable sonrisa me saluda, me besa y me ofrece mesa, en un lugar donde había tanta gente que no había lugar ni para estar de pie. Me hizo sentir importante. Llegaban los antiguos amigos con palabras llenas de halagos. Había invitaciones para irme a sentarme a la mesa con antiguas novias y amantes, realmente aquello era una invitación a volver la mirada al pasado, a la vida mundana. “los reinos de la tierra eran para mi.” Por un momento me separé del lugar del bar hacía el lado del restaurant que estaba vacío, parado junto a una chimenea en la cual ardía el fuego, medité cada una de las palabras del mesero, la mesera, los amigos y las ex novias… me dije, así andaba yo antes… vacío, comprando amores, amistades… ahí, en ese momento hice mi opción por Jesús.

 

La opción fundamental por Cristo fue como la corona de los dos momentos. Acepté libre y conscientemente “Ser de Cristo,” rompiendo con el mundo del pecado. Comencé por darle gracias por lo que había comenzado a hacer en mi vida. Luego le ofrecí no volver a tomar bebidas alcohólicas y no volver a pisar un “centro nocturno”, lugar de vicio. Inmediatamente salí de aquel lugar. Era la hora de “la luz y la verdad”. Sólo experimentaba una paz profunda y un gozo inefable. Una hora más tarde, ya en casa, tome la Biblia en mis manos y encontré que Jesús mismo me decía estas palabras del Evangelio de san Juan 15, 14- 27:

 

“Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando”. “El mundo los odia porque ustedes me aman; sí ustedes me odiaran el mundo los amaría”. “Ya nos los llamó sirvientes… A ustedes los llamó amigos… Yo los he elegido a ustedes y los destiné para que vayan y den fruto… Ustedes no son del mundo… Yo los he sacado del mundo”

 

Hice mías todas estas palabras: amigo, elegido, destinado, enviado, con la misión de llevar amor. La experiencia de la Opción radical por Cristo y su reino hice mías las “leyes de la Alianza” : “Ser pertenecía de Cristo” “Amar a Cristo” y “Servir a Cristo”.

 

El compromiso: fruto de laacción del Espíritu Santo y nuestra decisión.

 

El compromiso es con Dios y exige haber experimentado su amor, estar viviendo de encuentros con el Señor y con la Comunidad. La clave del compromiso es: “Ser de Cristo” y su ley es: “el Amor”. Cuando en el corazón del discípulo se ha ido entretejiendo una doble certeza: la primera certeza tiene su iniciativa en la acción de Dios que nos amó primero. La certeza de que Dios me ama. La segunda certeza, fruto de la acción del Espíritu y de respuestas generosas es indispensable para sellar el compromiso: La certeza que también yo lo amo. Dos amores que se encuentran, dos voluntades que se donan una a la otra.

 

El compromiso no es por uno o dos años es para toda la vida. “Soy del Señor que me amó primero” (1 Jn 4, 10). Acepto pertenecerle a Él (Gál 5, 24) y al grupo que le pertenece: Los Doce (Mc 3, 14). Iré a donde me envíe y diré lo que me ordene decir. Le entrego las llaves de mi vida para que haga conmigo lo que Él quiera. Estoy en sus manos, mi vida le pertenece. El compromiso es expresión de triunfo y victoria contra las fuerzas del demonio, es la victoria de Dios que se manifiesta en su discípulo con la triple afirmación de: “Obedecerlo”, “Amarlo” y “Servirlo”. Nuestro corazón es ahora un odre nuevo dispuesto a recibir el vino nuevo que es el Espíritu Santo.

 

2.     La libertad y la práctica del bien

 

Libres para hacer el bien, para amar. La liberación del mal se despliega con la fuerza del Espíritu al cultivo de las virtudes, sin las cuales la libertad queda en entre dicho, en su simple concepto, pero no en fuerza liberadora. De la misma manera que para poder crecer en el conocimiento de Dios, es indispensable  que  “La virtud de la fe, tenga frutos que son a la vez “frutos de la libertad”. Sin la virtud de la continencia, la fe está muerta y vacía y el hombre, ha vuelto a ser esclavo. La fe es vida, es amor, es libertad; la fe es inseparable de la libertad. Unidas, son  poder que actúa en nuestros corazones. El ejercicio de la libertad se manifiesta en la renuncia al mal y en la práctica de la virtud. Cada virtud es manifestación y despliegue de la libertad. Decimos que sin libertad no hay continencia, pero a la misma vez, decimos que la continencia perfecciona la libertad y al amor, por lo tanto, fortalece y robustece la voluntad. Una voluntad orientada a Dios sería el arma más poderosa contra cualquier acechanza del pecado que busca hacernos esclavos. La continencia nos hace castos, puros y nos da la templanza, quien las posea, es libre y está haciéndose libre.

 

Fe y libertad… están siempre alumbrando a un “hombre nuevo” que está siempre naciendo, capaz de caminar con los pies sobre la tierra y con la cabeza levantada, con dignidad. Con los ojos abiertos y el corazón palpitante; la mirada siempre hacia arriba, pero sin perder el piso, sencillamente, es protagonista de su propia historia y de su propio destino, hombre con visión y con misión al servicio de Cristo y de su Iglesia.

 

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