LA EVANGELIZACIÓN COMO PROCESO

 

9.  La Evangelización como Proceso.

 

Objetivo. Dar a conocer la importancia de aceptar la evangelización y la vida nueva como proceso y no como acontecimiento para buscar el crecimiento espiritual y los frutos de la fe como don y respuesta, como cultivo y conquista.

 

Iluminación. Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar, es decir, para predicar y enseñar, ser canal del don de la gracia, reconciliar a los pecadores con Dios, perpetuar el sacrificio de Cristo en la Santa Misa, memorial de su Muerte y Resurrección gloriosa (EN #14)

 

El reino de Dios comienza pobre, sencillo y humilde.  En los escritos del Nuevo Testamento encontramos la Buena Nueva anunciada de dos formas: la de un sencillo y profundo mensaje que Jesús lanzó a todos los vientos, anunciando el Reino de Dios y exhortando a la conversión y a la fe; y la de una enseñanza más desarrollada que, como Maestro, dio a sus discípulos. A estas dos formas, que se remontan al mismo Jesús, corresponden dos actividades esenciales a toda evangelización: la actividad kerygmática (kerygma: mensaje, proclamación) y la actividad catequética. La Iglesia como evangelizadora a de anunciar el testimonio y el anuncio explícito del Evangelio. Kerigma, predicación y catequesis. Por arte de los destinatarios se ha de esperar una adhesión vital y comunitaria. Para que con la fuerza de la palabra los hombres se adhieran de corazón al Reino de Dios, al nuevo orden de las cosas, a una manera nueva de pensar y de acruar.

El Señor Jesús nos dio claros ejemplos para que entendiéramos que la evangelización es un proceso y que no podemos cosechar donde no hemos sembrado y no donde lo que no hemos cultivado:

 

Decía también: «¿Con qué podremos comparar el Reino de Dios, o con qué parábola lo explicaremos? Es como un grano de mostaza que, en el momento de sembrarlo, es más pequeño que cualquier semilla que se siembra en la tierra. Pero una vez sembrado, crece y se hace mayor que todas las hortalizas, y echa ramas tan grandes que las aves del cielo anidan a su sombra.» (Mc 4, 30- 32) “En verdad, en verdad os digo que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, allí queda, él solo; pero si muere, da mucho fruto” (Jn 12, 24).

 

Con la fuerza del Espíritu,  Iglesia se evangeliza a sí misma.  Evangelizadora, la Iglesia comienza por evangelizarse a sí misma. Comunidad de creyentes, comunidad de esperanza vivida y comunicada, comunidad de amor fraterno, tiene necesidad de escuchar sin cesar lo que debe creer, las razones para esperar, el mandamiento nuevo del amor. Pueblo de Dios inmerso en el mundo y, con frecuencia, tentado por los ídolos, necesita saber proclamar "las grandezas de Dios", (EN # 41) que la han convertido al Señor, y ser nuevamente convocada y reunida por El. En una palabra, esto quiere decir que la Iglesia siempre tiene necesidad de ser evangelizada, si quiere conservar su frescor, su impulso y su fuerza para anunciar el evangelio (EN # 15). La finalidad de la evangelización es el cambio interior, la conversión de la conciencia personal y colectiva. Transformar con la fuerza del Evangelio los criterios de juicio, los valores determinantes, los modelos de vida de la humanidad.

 

Ser testigos del Amor de Dios. La finalidad de la Evangelización es hacer que los hombres lleguen a ser partícipes del Amor de Dios, de la vida divina, o con palabras de la segunda carta de Pedro, de la Naturaleza divina (2 Pe 1, 4b) Cuando los hombres han probado lo bueno que es el Señor (Jn 6, 68); cuando han tenido la experiencia de un encuentro liberador y gozoso con el Señor Jesús, nace en sus corazones el deseo de compartir esa hermosa experiencia. He ahí la prueba de la verdad, la piedra de toque de la evangelización: es impensable que un hombre haya acogido la Palabra y se haya entregado al reino sin convertirse en alguien que a su vez da testimonio y anuncia (EN # 24).

 

La Exhortación Apostólica nos sigue diciendo: “La evangelización, hemos dicho, es un paso complejo, con elementos variados: renovación de la humanidad, testimonio, anuncio explícito, adhesión del corazón, entrada en la comunidad, acogida de los signos, iniciativas de apostolado. Estos elementos pueden parecer contrastantes, incluso exclusivos” . En realidad son complementarios y mutuamente enriquecedores. Hay que ver siempre cada uno de ellos integrado con los otros. El mérito del reciente Sínodo ha sido el habernos invitado constantemente a componer estos elementos, más bien que oponerlos entre sí, para tener la plena comprensión de la actividad evangelizadora de la Iglesia (EN # 24).

 

a)     La renovación de la humanidad. “Evangelizar significa para la Iglesia llevar la Buena Nueva a todos los ambientes de la humanidad y, con su influjo, transformar desde dentro, renovar a la misma humanidad: "He aquí que hago nuevas todas las cosas". (Apoc 21, 5) Pero la verdad es que no hay humanidad nueva si no hay en primer lugar hombres nuevos, con la novedad del bautismo (EN # 47) y de la vida según el Evangelio. (EN # 48) La finalidad de la evangelización es por consiguiente este cambio interior y, si hubiera que resumirlo en una palabra, lo mejor sería que la Iglesia evangeliza cuando, por la sola fuerza divina del Mensaje que proclama, trata de convertir al mismo tiempo la conciencia personal y colectiva de los hombres, la actividad en la que ellos están comprometidos, su vida y ambiente concretos” (E N # 18).

 

“Vengo para que tengan vida en abundancia” (Jn 10, 10) “Yo soy el que hace las cosas nuevas” (Apoc 21, 5) Esto significa que la Evangelización nos ayuda a ser “hombres nuevos”. La Fe es un camino de humanización. Con la fuerza de la Palabra podemos ser más persona y mejores personas. Es decir, más humanos. La familia evangelizada es escuela del más rico humanismo. En la Familia para que pueda lograr la plenitud de su vida y misión se requieren un clima de benévola comunicación y unión de propósitos entre los cónyuges y una cuidadosa cooperación de los padres en la educación de los hijos (GS 52). La renovación de la humanidad exige, cuatro acciones para humanizar la educación, la economía, la política y la religión. Educar a los niños como lo que son, y están llamados a ser. La persona es un ser original (único e irrepetible), responsable, libre y capaz de amar. Toda persona está llamada a madurar para llegar a ser personas plenas y fecundas.

 

Evangelizar al hombre es iluminarlo con la luz de la Verdad para que comprenda que no es una cosa, no es un algo, sino un alguien, una persona digna y valiosa. Su dignidad no se lo dan las cosas, no vale por lo que tiene, como tampoco se la dan las personas: Lleva consigo una dignidad intrínseca, recibida de su Creador. Humanizar al hombre exige enseñarle a distinguir entre el bien y el mal. El mal deshumaniza y el bien ayuda a realizarse como personas. Haz el bien y rechaza el mal es un valor que se aprende dentro del seno familiar. Cuando en la familia se educa para la responsabilidad, y la libertad en ella se aprende los valores del compartir, de la dignidad humana, de la sinceridad, de la solidaridad y del servicio.

 

b)    El testimonio de vida. Ante todo, y sin necesidad de repetir 1o que ya hemos recordado antes, hay que subrayar esto: para la Iglesia el primer medio de evangelización consiste en un testimonio de vida auténticamente cristiana, entregada a Dios en una comunión que nada debe interrumpir y a la vez consagrada igualmente al prójimo con un celo sin límites. "El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que ensenan, decíamos recientemente a un grupo de seglares, o si escucha a los que ensenan es porque dan testimonio.". San Pedro 1o expresaba bien cuando exhortaba a una vida pura y respetuosa, para que si alguno se muestra rebelde a la palabra, sea ganado por la conducta. Sera sobre todo mediante su conducta, mediante su vida, como la Iglesia evangelizara al mundo, es decir, mediante un testimonio vivido de fidelidad a Jesucristo, de pobreza y despego de los bienes materiales, de libertad frente a los poderes del mundo, en una palabra: de santidad (EN # 41).

 

c)     Una predicación viva. No es superfluo subrayar a continuación la importancia y necesidad de la predicación: "Pero, como invocaran a Aquel en quien no han creído? Y como creerán sin haber oído hablar de Él? Y como oirán si nadie les predica? … luego la fe viene de la audición, y la audición por la palabra de Cristo" (Rom 10, 17). La palabra permanece siempre actual, sobre todo cuando va acompañada del poder de Dios. Por esto conserva también su actualidad el axioma de San Pablo: "la fe viene de la audición", es decir, es la Palabra oída la que invita a creer (EN 42). El hombre por la fe es justificado, salvado, santificado (cf Rom 5, 1-5). Se acepta a Cristo como Salvador personal, como Maestro de vida y como Señor de la historia. El creyente es ahora por la fe un hijo de Dios.

 

d)    La adhesión del corazón a Jesucristo. La vida nueva de la que nos habla san Pablo no es posible para el hombre lograr por sí mismo. Brota del Encuentro liberador y transformador con Cristo que derrama su amor en nuestros corazones (Rom 5, 5). A partir de este momento comienza realmente la aventura de la fe. Benedicto XVI nos enseña: "No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva" (Deus Caritas est 1)

 

El encuentro con Cristo es el “motor de la vida nueva” que nos pone en camino de conversión.  La conversión no se trata de un mero cambio de prácticas. Es algo mucho más profundo: Es la obra del Espíritu Santo que transforma la mente y el corazón ordenándolo todo hacia Cristo quien está por encima de todo. Antes la mente estaba cerrada en la esfera del ego, en el placer egoísta, el poder, el dinero, en las pasiones. Pero por el Espíritu el creyente posee la Gracia de Dios que encuentra en los medios de crecimiento que la Iglesia nos propone.

 

 

e)     La entrada en la Comunidad. Del encuentro con Jesucristo a la incursión en la comunidad  cristiana. La Comunidad de fe es la madre espiritual del cristiano. Por el encuentro con el Señor el hombre entra en Comunión y se hace portador de una presencia que antes no tenía. Por la acción del Espíritu Santo y la respuesta del hombre, la Comunión se hace Comunidad, de manera que ésta es manifestación de la Comunión, y la comunión es el alma de la Comunidad.

 

En la Comunidad cristiana nadie se realiza sólo (cf Gn 2, 18). En la Comunidad cristiana somos miembros unos de los otros (Rom 12, 5), Todos somos hijos de Dios (Gál 3, 26), y todos somos hermanos (Mt 9, 23) Llamados a vivir la espiritualidad de comunión, en donación y entrega mutua, Comunidad en la que los más fuertes aprenden a cargar con las debilidades de los más débiles (Rom 15, 1) “Dónde se reúnen dos o tres en mi nombre yo estoy en medio de ellos” (cf Mt 18, 20) Allí se construye la Iglesia y se crece como Iglesia.

 

Mi primer regalo cuando regresé a la Iglesia fue una parroquia, y dentro de ella una pequeña comunidad que me enseño a orar, a leer la Biblia, a servir, y de manera especial a socializarme, a salir del yo para pensar como un nosotros. Sin esa comunidad yo no hubiera podido permanecer en mi proceso.

 

f)      La acogida de signos e iniciativas de apostolado. Del encuentro con a la Palabra al encuentro con Cristo en el sacramento: “Te haré mi esposa para siempre; te desposaré en justicia y en derecho, en amor y en compasión; te desposaré en fidelidad” (Os 2, 21) La Palabra de Dios es el primero de los regalos que el Señor da una persona o familia, pueblo o comunidad para salvarla. Guiada la Persona por  la Palabra, es llevada como de la mano a recibir en segundo reglo, el perdón de los pecados, en el sacramento de la reconciliación por el cual el cristiano renace a la vida de la Gracia para el dar el paso de la muerte a la vida; de las tinieblas a la luz, de la esclavitud a la libertad, y de la aridez a las aguas vivas en confrontación con las Palabra del Profeta: “Doble mal ha hecho mi pueblo: a mí me dejaron, manantial de aguas vivas, para hacerse cisternas, cisternas agrietadas, que el agua no retienen” (Jer 2, 13). Se ha dado la vuelta  a la casa del Padre y se ha recibido con el perdón, el don del Espíritu Santo: «Si alguno tiene sed, que venga a mí, y beberá; del que cree en mí se puede decir lo que afirma la Escritura: De su seno manarán ríos de agua viva.» (Jn 7, 37s).

 

¿Y ahora qué? Aprender a caminar en la Nueva Vida. Ahora, de la mano de la Comunidad, madre y hermana, el neófito, ha de recibir el alimento espiritual de la Palabra de Dios para aprender el modo como se ha vivir en la Comunidad de Dios: “Te escribo estas cosas con la esperanza de ir pronto a ti;  pero si tardo, para que sepas cómo hay que portarse en la casa de Dios, que es la Iglesia de Dios vivo, columna y fundamento de la verdad” (1 Tim 3, 15)

 

La primera de Pedro nos dice: “Habéis purificado vuestras almas, obedeciendo a la verdad, para amaros los unos a los otros sinceramente como hermanos. Amaos profundamente unos a otros, con corazón puro, pues habéis sido reengendrados a partir de una semilla no corruptible, sino incorruptible: la palabra de Dios viva y permanente. Pues toda carne es como hierba, y todo su esplendor como flor de hierba; se seca la hierba y cae la flor, pero la palabra del Señor permanece eternamente. Y ésta es la palabra: la Buena Nueva que se os ha anunciado (1 Pe 1, 22ss).

 

“Rechazad, por tanto, malicias y engaños, hipocresías, envidias y toda clase de maledicencias. Como niños recién nacidos, desead la leche espiritual pura, a fin de que, gracias a ella, crezcáis con vistas a la salvación, si es que habéis gustado que el Señor es bueno” (1 Pe 2, 1- 3).

 

Los medios de crecimiento en  la Iglesia. Para llevar una vida conforme a la verdad, el hombre nuevo aprende de la mano de sus hermanos de comunidad a vivir las exigencias de la vida nueva: “para que procedáis de una manera digna del Señor, agradándole en todo, fructificando en toda obra buena y creciendo en el conocimiento de Dios. Le pedimos también que os fortalezca plenamente con su glorioso poder, para que seáis constantes y pacientes en todo y deis con alegría gracias al Padre, que os hizo capaces de participar en la luminosa herencia de los santos (Col 1, 10- 12). Los medios que recibimos de Dios por medio de  la Iglesia para crecer en la fe, la esperanza y la caridad, son:

·       La oración cristiana. Personal, comunitaria y litúrgica,

·       La Palabra de Dios. Leída y meditada a la luz de los padres de la Iglesia.

·       La Liturgia de la Iglesia. Especialmente los Sacramentos  de la Eucaristía y la Reconciliación y la Lectio divina.

·       Las Obras de Misericordia que nos ayudan a salir del individualismo (Mt 25, 36ss).

·       La pertenencia a una pequeña comunidad de vida. (cf (Mt 18, 20)

·       El apostolado. El envío es para toda la Iglesia (Mt 28, 18ss; Mc 16, 16ss).

 

Cómo podemos ver estos medios de crecimiento espiritual son los mismos lugares de encuentro con el Señor Jesús. El que abandone los medios que el Señor ha entregado a su Iglesia, sencillamente se vacía y da muerte a su fe.

 

¿Cuál es el fruto de la acción pastoral? “La catequesis es el proceso de formación en la fe, la esperanza y la caridad que informa la mente y toca el corazón, llevando al persona a abrazar a Cristo de modo pleno y completo (I en A 69).  El primer fruto de la acción pastoral es el “hombre nuevo”, remido y justificado por Cristo (Rm 5, 1-5; 2 Cor 5, 17); al apropiarse de los frutos de la redención ha sido reconciliado con Dios y con los miembros del Cuerpo de Cristo…se ha adherido a la persona de Jesucristo con todas sus implicaciones teológicas y morales ilustradas por el Magisterio (I en A 52); ha aceptado el evangelio como norma para su vida…y toma la decisión de seguir a Cristo. (cnf 2 Cor 5, 15) El Apóstol Pablo nos hace dos exhortaciones que nos ayudan comprender este estilo nuevo de vida: “Os exhorto hermanos por la misericordia de Dios a que ofrezcáis vuestros cuerpos como hostia vida, santa y agradable a Dios, este ha de ser vuestro culto espiritual.” (Rm 12, 1) Esta palabra de Pablo nos ayuda a entender que en la Iglesia nadie estorba, todos son importantes y todos, desde su pobreza, enfermedad o fracaso son útiles a los intereses del Reino. El sufrimiento y el dolor tienen un sentido oblativo que nos hace decir: “Los pobres también nos evangelizan”.

 

“Hermanos os exhorto a que llevéis una vida digna del llamamiento que han recibido”.  Es el llamado a la santidad, a vivir como hijos de Dios, de acuerdo al Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo (Fil 1, 29).  ¿Qué implica vivir este Evangelio? Un estilo de vida que ha sido vivido por Jesús que nos invita a aprender de Él: Manso y humilde corazón (cf Mt 11, 29). Pablo nos recuerda: sean siempre humildes y amables; sean comprensivos y sopórtense mutuamente con amor; esfuércense en mantenerse unidos en el espíritu con el vínculo de la paz. (Ef 4, 1ss)

 

Un segundo fruto. No podemos olvidar que otro fruto de la acción apostólica son “los Nuevos Agentes de Pastoral”, los nuevos discípulos y apóstoles que se han aventurado en el seguimiento de Cristo. Hombres y mujeres que han tenido un encuentro personal con Jesús, el Señor,  que los llevado a encarnar la “doble certeza” en sus vidas: “La certeza de saberse amados y elegidos por Dios y la certeza de su amor a Dios y a la Iglesia”. Cuando esta doble certeza se ha enraizado en el corazón de los creyentes, entonces se puede hacer la “Opción fundamental y radical por Cristo” aceptando todas las implicaciones que conlleva el seguimiento. Es tomar la firme decisión de seguir a Cristo.

 

Un tercer fruto precioso de la Evangelización son las Comunidades florecientes convocados por la Palabra, alimentadas por la Eucaristía, revestidas con ministerios y servicios, caminan de la mano de Jesús y de María en comunión con sus pastores y trabajan en la edificación de una Comunidad parroquial. Comunidades que son “verdaderas lámparas vivas de fe, esperanza y caridad (I en A 52).

 

Todo esto vivido como proceso: No demos las cosas por echas, no queramos cosechar donde no hemos sembrado, la espiritualidad misionera, nos pide conocer y vivir las leyes del Reino, para no exigir lo que no hemos dado a nuestro hermanos de comunidad. Recordando las palabras del Génesis: “Tomó, pues, Yahvé Dios al hombre y lo dejó en el jardín de Edén, para que lo labrase y cuidase” (Gn 2, 15). Cultivar y proteger la fe para poder comer los frutos de la acción pastoral es responsabilidad de todo evangelizador. Recordando a san Pablo: “Si alguno no quiere trabajar, que tampoco coma” (2 Ts 3, 10).        

 

Oremos: Padre de toda misericordia, envía obreros a tu viña…….

 

 

Publicar un comentario

Whatsapp Button works on Mobile Device only

Start typing and press Enter to search