NO OS ESTIMÉIS MÁS DE LO DEBIDO, NO SEÁIS ALTIVOS





“No os estiméis más de lo debido, no seáis altivos”

Objetivo: dar a conocer la necesidad que tenemos todos de la humildad como virtud, sede de la esperanza cristiana, que nos ayuda crecer como personas y como cristianos, y como camino para alcanzar la perfección cristiana en la caridad.

Iluminación. “No os estiméis más de lo debido, no seáis altivos, antes bien poneos al nivel de los sencillos. Y no seáis autosuficientes” (Rm 12, 3. 16)

1.     La humildad bíblica.

 “Señor Jesús, Hijo de Dios, ten piedad de mí, soy un pecador” (Lc 18, 13).  La humildad bíblica es primeramente la modestia que se opone a la vanidad y a la presunción. El hombre modesto, según el libro de los Proverbios, tiene por norma la prudencia y no se fía de su propio juicio: “No te tengas por sabio” (Prov 3, 7). El sabio, entre más sabiduría tiene, más humilde debe ser. De la misma manera, entre el hombre más rico es, más humilde debe ser, para no ser esclavo de su riqueza y sentirse por encima de los débiles. El Apóstol Pablo nos dice: “No os estiméis más de lo debido.” No tengan pretensiones desmedidas, más bien, sean moderados en su propia estima, cada uno según el grado de fe que Dios le haya asignado (cf Rm 12, 3.16).

Otra realidad que se opone a la humildad so la soberbia y la codicia: “ser como Dios” Tal como lo dice el Señor Jesús a los habitantes de Cafarnaún. “Y tú, Cafarnaún, ¿pretendes encumbrarte hasta el cielo? (Mt 11, 23) Es la actitud de la creatura que se levanta contra su Creador, el tres veces santo. El humilde reconoce que todo lo bueno que tiene lo ha recibido de Dios para su propia realización y para la realización de los demás (1Cor 4, 7) El humilde se sabe siervo inútil en las manos de Dios, en quien pone toda su confianza y da la gloria (cf Lc 17, 10), no es nada por sí mismo (Gál 6, 3), se sabe pecador y reconoce sus pecados (Is 6, 3ss), reconoce su necesidad de Dios (Salmo 63), y se abre a la gracia de Dios y a los demás también (cf St 4, 6) Es un ser agradecido, desprendido, con la disponibilidad para servir a su prójimo. No se sabe dueño, sino tan sólo, administrador de la multiforme gracia de Dios (1 Cor 4, 1; 1 Pe 4, 10).

2.     La Promesa de Jesús.

 “No os dejaré huérfanos, os enviaré al Paráclito:” “Cuando el Espíritu Santo venga, convencerá al mundo en lo referente al pecado, en lo referente a la justicia y en lo referente al juicio” (Jn 16, 8) La fe viene de lo que se escucha, la Palabra de Cristo (cf Rom 10, 17) El Espíritu Santo está implícito en la Palabra de Dios que nos convence de somos pecadores necesitados del perdón y de la misericordia que sólo puede de Cristo Jesús, nuestra salvación y nuestro salvador (cf Hech 4, 12).

Para la Biblia la humildad es “hacerse como niños” (cf Mt 18, 1- 5.10) ¿Cómo? Con la ayuda de Dios y con sus esfuerzos, renunciado a toda grandeza humana, a todo autoritarismo, a todo fariseísmo, a toda malicia, engaño, envidia, hipocresía y maledicencia para entrar al Nuevo Nacimiento y entrar al Reino de Dios (cf jn 3, 30; Jn 3, 1-5) Disminuir para desaparecer para que aparezca Cristo en nuestros corazones. Razón por la que la primera carta de Pedro nos dice a los recién nacidos en la fe de Cristo: “Como niños recién nacidos, desead la leche espiritual pura, a fin de que, gracias a ella, crezcáis con vistas a la salvación, si es que habéis gustado que el Señor es bueno” (1 Pe 2, 2- 3) Para luego ir, con la gracia de Dios, creciendo en toda virtud que brota de la fe de Cristo que ya habita en nuestro corazón para un día ser discípulos y siervos de Jesucristo por voluntad del Padre (cf Ef 3, 17). El Hacerse como niños, para llegar ser “Regalo por la acción del Espíritu Santo” en todo el que acepta la voluntad de Dios manifestada en Jesucristo, fiel a la Palabra y a la voluntad de Dios (cf Mt 7, 21)


3.    La humildad del Hijo de Dios

Jesús es el Mesías humilde anunciado por Zacarías: “¡Exulta sin freno, Sión, grita de alegría, Jerusalén! Que viene a ti tu rey: justo y victorioso, humilde y montado en un asno, en una cría de asna¡” (Zac 9, 9s). La humildad en Jesucristo es donación, entrega, es servicio incondicional a su Padre y los hombres, a sus hermanos. Podemos decir de Él que es el Mesías de los humildes, a los que proclama bienaventurados (Mt 5, 3-4), como el estilo de vida que él propone a los hombres y especialmente a sus discípulos: “Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas” (Mt 11, 29) No busca su gloria, ni sus intereses, al contrario se humilla hasta lavar los pies a sus discípulos (Jn 13, 14ss), y se humilló a sí mismo hasta la muerte de cruz por nuestra redención para gloria del Padre y el bien de los hombres (Flp 2, 6ss) para destruir la fuerza del pecado. Él no nos salvó con discursos o palabras bonitas, sino, y ante todo por medio de su pasión, muerte y resurrección. Pablo lo afirma diciendo: “Se anonadó”, “Se humilló a sí mismo” “Se hizo obediente hasta la vergonzosa muerte de cruz” (Flp 2, 6-8).

4.    El hombre para parecer humildad se pone mascarillas.

El hombre, nosotros, pareciera que tenemos dos vidas: una es la verdadera y otra es la imaginaria que está en nuestras opiniones o en la de la gente. Somos de corazón doble (cf Snt 1, 8) Nuestro amor es fingido (cf Rom 12, 9) Nuestra mascarilla es la hipocresía (cf 1 Pe 2, 1) Al soberbio le preocupa mucho el qué dirán. Por eso trabaja hasta el cansancio para embellecer y conservar su ser imaginario, descuidando su ser verdadero. Vive en las apariencias, se valora por lo que tiene, por lo que sabe o por lo que hace, se alimenta con la mentira. Le gusta que lo alaben y le aplaudan y odia que lo critiquen o lo corrijan.  Fácilmente cae en situaciones de rencor, odio, venganza, aún, hacia su familia o amigos que no hacen las cosas como él las quiere. Es un manipulador que busca que los demás le rindan culto. La primera carta de Pedro nos enumera cinco cosas que rompen la comunión con Dios y entre los hombres: “Rechazad, por tanto, malicias y engaños, hipocresías, envidias y toda clase de maledicencias” (1 Pe 2,1). Un hombre con su “ego” inflado por el orgullo le gusta humillar y aplastar con sus palabras, humillar y despreciar a los demás, encerrando en “individualismo” se convierte en un “oprimido” y a la vez en un opresor de sus hermanos.


5.     La gran empresa de llegar a ser humildes
El hombre es un buscador de perlas preciosas (cfr Mt 5, 45) Es cosa de toda la vida, exige “conocer el arte de amar” “Caminar en la Vertdad” y “practicar la Justicia” (cf Ef 5, 8) La verdad y la libertad son fruto del Encuentro con Cristo, la “Perla preciosa” que nos hace libres para ser humildes. La humildad que solo se puede encontrar si bajamos y disminuimos para bajar hasta el fondo de nuestra existencia (cf Jn 3, 3) para poner los pies sobre la verdad. El Señor Jesús nos ha dicho a los que hemos creído en él: “Si se mantienen fieles a mi palabra, serán realmente discípulos míos, conocerán la verdad y la verdad los hará libres” (Jn  8, 31-32). Quien vive en la verdad se hace humilde, de la misma manera que quien vive en la mentira se hace soberbio y presumido. El ser humilde nos hace ser humanos. Hombre y humildad proceden de la misma raíz: “humus” que significa tierra. El humano ama, perdona, disculpa, reconoce sus defectos y sus cualidades, es realmente un hombre, sin máscaras y sin necesidades artificiales. Nuestra guía para encontrar la Verdad, será San Pablo, más aún, la Sagrada Escritura. Lo primero que el Apóstol nos hace, es una descripción del que no tiene la humildad: “Por tanto, os digo y os repito en nombre del Señor que no viváis ya como los gentiles, que se dejan llevar por su mente vacía, obcecados en las tinieblas y excluidos de la vida de Dios por su ignorancia y por la dureza de su corazón. Habiendo perdido el sentido moral, se entregaron al libertinaje, hasta practicar con desenfreno toda suerte de impurezas” (Ef 4, 17- 19). Cuatro cosas: mente vacía corazón endurecido, abandono de la moral y el desenfreno de impurezas.

Para san Pablo el camino para “hacer niños” tiene una dimensión negativa y otra positiva; “Despojaos del hombre viejo y revestios del Hombre Nuevo”, Jesucristo (Ef 4, 22- 24: cf Rom 13, 14) “No os estiméis más de lo debido, no seáis altivos, antes bien poneos al nivel de los sencillos. Y no seáis autosuficientes” (Rm 12, 3. 16). Para San Pablo, la humildad es el camino que hemos de trabajar para renovar nuestra vida en el Espíritu. Podemos usar nuestra inteligencia y nuestra voluntad como armas de doble filo. Podemos ser altivos con nuestra inteligencia y con nuestra voluntad ambicionar los mejores puestos y tareas de prestigio, de esta manera damos muerte a la esperanza cristiana que nos invita a ser como Jesús: “mansos y humildes de corazón” (Mt 11, 29). Decimos con el Apóstol que la presunción de la mente y la ambición de la voluntad son modos antagónicos a la vida según el Espíritu (Gál 5, 16), y por lo tanto, de toda auténtica humanización.

San Pablo exhorta a despojarse del traje de tinieblas (Ef 4, 22-23; Rom 13, 12) Para luego revestirse de Cristo, (v. 14) y fortalecerse en el Señor con  la energía de su Poder: La Verdad, El Amor y la Vida (Ef 6, 10; Jn 14, 6) La invitación de la Biblia a ser humildes hunde sus raíces en la verdad. “La humildad es caminar en la Verdad.” Dios ama al humilde porque el humilde está en la verdad; y la verdad nos guía al amor, y éste, nos lleva a la verdad. El humilde es por eso un hombre real, estable y verdadero, honesto, sincero, leal y fiel, porque Dios está con él, por eso puede ser un testigo de la esperanza. Es capaz de levantar su mirada y ver el rostro de aquellos que lo interpelan, pero no responde con agresividad a quienes lo insulten porque la “mansedumbre” llena su corazón. Es capaz de responder con una bendición a quien blasfeme contra él (cf Rom 12, 14). La mansedumbre, la verdad y el amor son, entre otras, las armas de los humildes, de los que esperan en el Señor. Ellos, con el bien, vencen el mal (Rm 12, 21).

6.     Dios da su Gracia a los humildes
“Ámense sin fingimiento” (Rom 12, 9) No tengan miedo en recorrer el camino de la austeridad para ser un cristiano instruido y saber que más allá de la arrogancia, todo es mentira, falsedad, hipocresía y apariencia. De manera que en el hombre todo lo que no sea verdad, es mentira. Por esta razón, Pablo invita a los cristianos a no hacerse una idea equivocada y exagerada de sí mismos, sino a valorarse, más bien, de manera justa y sobria; de manera que el hombre, es sabio, en cuanto es humilde, y, es humilde en cuanto es sabio. Para el apóstol la humildad es sobriedad y es a la vez sabiduría. Dios da su gracia a los humildes porque solo el humilde es capaz de reconocer el don de Dios y de saberse “don” de Dios para sus hermanos. En el Magnificat de María encontramos esta poderosa verdad que recurre a lo largo de la Sagrada Escritura: “Dios, derriba del trono a los poderosos y  eleva a los humildes” (Lc 2, 52).

7.     Algo para nunca olvidar
La verdad es que el hombre es limitado, finito, débil, capaz de equivocarse y también de vivir en las apariencias. Una frase lapidaria de Pablo nos dice: ¿Qué tienes que no lo hayas recibido? ¿Por qué presumes como si no lo hubieras recibido? (1Cor 4, 7). Sólo hay una cosa que no he recibido de Dios, y que es sólo mía. ¿Cuál será? Eso es mi pecado. Viene de mí, encuentra su fuente en mí o en el hombre o en el mundo, pero nunca en Dios. En la carta a los Gálatas Pablo nos dice: “Si alguno piensa que es algo, no siendo nada, se engaña a sí mismo” (Gál 6, 3). Engañarse a sí mismo, vivir en el error y estar falto de juicio es pensarse bueno, sabio, educado y pensarse como aquél que debe estar siempre por encima de los otros. Como engañada es aquella persona que llena su casa y su corazón de lujos superfluos para sentirse bien o feliz, mientras que muchos seres humanos pasan hambre y viven en situaciones infrahumanas.

8.     La humildad se cimenta en la verdad y genera esperanza.
El terreno firme en que pisa el hombre humilde es el sinceridad y la paz, reconocer de que por sí sólo es nada, nada puede pensar, nada puede hacer. San Juan pone en la boca de Jesús éstas palabras: “Sin mí, nada podéis hacer” (cfr Jn 15, 5). Pablo añade: “Y no presumimos de poder pensar algo por nosotros mismos” (2Cor 3, 5). El humilde puede decir con la fuerza del Espíritu: “Yo soy aquel que cree que es algo, y no es nada”. Lo que verdaderamente soy es una “nada soberbia” Yo soy aquel que no tiene nada que haya recibido, pero que siempre presume, como si no lo hubiera recibido. Es la situación del hombre viejo que experimenta en su interior otra ley, otro poder: el poder del pecado: soberbia, orgullo, vanagloria, presunción, ambición, etc. Somos soberbios y envidiosos por nuestra culpa y no por la de Dios, debido al mal uso que hemos hecho de nuestra libertad. Esta libertad es la humildad que es la verdad. Descubrir esta realidad a la luz de la palabra de Dios es una gracia muy grande que nos otorga una paz nueva que brota de la esperanza. (Raniero Cantalamesa).

9.     No estar por encima de los demás
“Considerad a los demás como superiores a vosotros mismos” (Flp 2, 3). Para el Apóstol la humildad es cerrarse al egoísmo, y no encerrarse en el egoísmo para no morir de asfixia. El hombre que quiere estar por encima de los demás; aquel que usa de los otros para llenarse de vanagloria, oprime la verdad en la injusticia, consiguiendo un corazón inflado y endurecido como piedra. No así el humilde que caminando en la verdad, reconoce su nada y busca a Dios con un corazón contrito y humillado, agradecido y desprendido para hacerse regalo para los demás. En ese corazón esdonde resplandece la verdad y en el que Dios hace su morada y pone su trono de acuerdo a las palabras del profeta: “Todo esto es obra de mis manos, todo es mío”. ¿En qué lugar podré establecer mi morada? ¿Sobre quién voy a posar la mirada? “¡Sobre el humilde y sobre el que tiene el corazón contrito!” (Is 66, 1ss).

El Salmista nos dice: “Un corazón contrito Tú no lo desprecias” (Sal 51, 19). El corazón contrito es obra de Dios y de la libertad humana, del hombre que reconoce su nada y su miseria ante Dios y se convierte en un buen candidato para en él que se manifiesta el poder redentor de Jesucristo. Este corazón contrito y arrepentido hace que el corazón de Dios se llene de alegría y que puede obtener el favor del Señor (Eclo 3, 18), y puede a la vez, apropiarse, lleno del gozo del Espíritu de la alabanza del Señor Jesús a favor de los humildes y de los sencillos a quienes Dios revela sus secretos y sus maravillas: “Te alabo Padre y bendigo… porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has dado a conocer a los sencillos” (cfr Mt 1, 25).

10.  Los Pobres son la “Opción de Cristo Jesús”.
Son los sencillos y humildes de corazón a quienes el Señor revela los secretos de su sabiduría (Mt 11, 25). Son a ellos a quienes les da su Espíritu sin medida (Jn 3, 34), por eso, sólo ellos son capaces de darse y entregarse sin medida en servicio en favor de los menos favorecidos (cf Gál 2, 20; Ef 5, 2). El grito de Jesús, el Pobre fue en el desierto para vencer a su adversario: “Sí obedeceré, sí amaré y sí serviré” (cf 4, 1- 13). Sin humildad no hay caridad y, a la inversa, sin caridad no hay humildad. Las dos virtudes son como las caras de una misma moneda. Una sin la otra es fingida, es falsa, no es válida. Miremos a Jesús, el Hijo de María, el hombre humilde que se humilló a sí mismo hasta la muerte de cruz para vencer el pecado, al mundo y al demonio ofreciéndose por amor en favor de toda la humanidad (cf Flp 2, 6- 8). La humildad es el arma más poderosa para vencer a los espíritus del mal que hunden sus raíces en el corazón del hombre. Digamos  con los profetas: “El Altísimo habita con aquel que es humilde de espíritu y tiene corazón contrito” (Is 57, 15). El fruto de la humildad es el temor de Dios, porque sólo los humildes encuentran gracia delante del Señor” (Eclo 3, 18).

11.¿Qué es la humildad?
La humildad es don de Dios, el “Humilde”, que en Cristo Jesús nos da su Gracia. En Dios la humildad es positiva, es: darse, donarse, entregarse por amor a los hombres. En nosotros, la humildad es negativa, es decir, con la ayuda de la Gracia, podemos negarnos o renunciar a todo egoísmo, orgullo o soberbia para poder darnos, donarnos y entregarnos como regalo salido de las manos de Dios a los demás. El papa Francisco llama a la humildad la “regla de oro”, sin ella, los canales del corazón están obstruidos para que fluya en nosotros el amor.

El grito de los humildes siempre será: Padre, “Sí te obedeceré, sí te amaré y sí te serviré”. El modo como podemos vencer la fuerza del enemigo, y a la misma vez, vencer los ídolos del poder, del tener y del placer, es abrazar la humildad como antorcha que ilumina las tinieblas del corazón, para reconocer  nuestros pecados y pedir perdón por ellos y dar perdón a los que nos hayan ofendido; como antorcha que ilumina el camino que nos lleva a reconocer todo lo bueno que hemos recibido de Dios para nosotros y para los demás. Escuchemos  al Humilde de Nazareth que nos dijo: “Aprendan de mí que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso para su vida” (Mt 11, 29), y a ejemplo de la Madre, la humilde esclava del Señor, para tener la disponibilidad de hacer la voluntad del Padre, amar a sus semejantes y dar la vida por ellos. Sólo el humilde se deja corregir: “de humildes es dejarse corregir”, por eso, también sólo él sabe amar, ofrecerse en servicio para lavar pies a sus hermanos (cf Jn 13, 13).




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