11. LA CONVERSIÓN CRISTIANA SEGÚN JESÚS DE NAZARETH


  
La conversión cristiana según Jesús de Nazareth.

1. “Conviértanse y crean en el Evangelio”

La conversión para Jesús no es algo triste y doloroso para vivir quejándonos o suspirando por las cebollas de Egipto, con la mano puesta en el arado y la mirada hacia atrás. Eso no es la conversión. Tampoco es cambiar de costal, es decir, no es dejar de hacer algo malo porque nos conviene o por agradarle a la gente. Eso no capacita para el Reino de Dios. El anuncio gozoso de la Buena Nueva, proclamado por Jesús, es como el preludio de toda conversión cristiana: Para entrar al Reino de Dios exige “creer y convertirse” (cf Mc 1, 15). Lo que exige entrar en la Nueva Alianza que otorga el espíritu Santo y que ha sido sellada con la Sangre de Cristo
La conversión predicada por Jesús es Buena Nueva, es anuncio gozoso y liberador. A quien lo escucha y lo acoge, Jesús pone en su corazón la “Esperanza” liberadora que realiza la conversión de mente vida y corazón. Nosotros creemos que Jesús ha venido a traernos a Dios: “Vengo para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10, 10). La “Esperanza” que Jesús pone en nuestros corazones es Dios mismo que ha venido a iniciar en nosotros un proceso; el proceso de nuestra conversión que tiene como meta la “La vida íntima con Dios en Cristo Jesús, por la acción del Espíritu Santo”. El que responde al llamado y a la acción de Dios se convierte en “Testigo de la esperanza”.
El contenido fundamental del Antiguo Testamento está resumido en el mensaje de San Juan Bautista; <>. No se puede llegar a Jesús sin el Bautista; no es posible llegar a Jesús sin responder a la llamada del Precursor, es decir, sin convertirse a Cristo. No obstante, Jesús asumió el mensaje de Juan en la síntesis de su propia predicación: “Convertíos y creed en el Evangelio para que entréis en el Reino de Dios”(Mc 1, 15). Para Jesús, la conversión, no es volver atrás, a la Antigua Alianza, sino, entrar en la Nueva Alianza, en la época de la Gracia, en la cual la salvación no se debe a las obras, sino a la bondad de Dios manifestada en Cristo Jesús, Salvador y Liberador del Hombre. Alianza que ha sido sellada con la Sangre del Cordero y su signo es el “Don del Espíritu Santo”.

2.     En la Nueva Alianza, la conversión predicada por Jesús es:

a)     La conversión es “Ir a Jesús”[1]. “Vengan a mí los que estáis cansados y agobiados” (MT 11, 28). Lo primero es el encuentro con Jesús. No es que seamos nosotros los que vamos a Jesús, es él, quien nos busca como Buen Pastor; se nos acerca para indicarnos que andamos equivocados e invitarnos a volver al Camino que nos lleva a la Casa del Padre. El punto de partida de la conversión es la iniciativa de Dios que nos amó primero: A nosotros nos toca dejarnos encontrar y aceptar el Camino que Él nos propone: El camino del Amor.

b)     La Conversión es “Volver a nacer”[2]. “En verdad, en verdad os digo, el que no nazca del agua y del Espíritu no puede ver el Reino de Dios” (jN 3, 1-5). No basta tener ciertas devociones o algunas prácticas religiosas. No se puede depositar el vino nuevo en odres viejos, “a vino nuevo odres nuevos”. (cf Mc 2, 22). No basta con ponerle un parche a nuestra vida o ponernos mascarillas para vernos bien ante los demás. El oráculo divino dice: “Hay que nacer de nuevo”. ¿Cómo? Creyendo en Jesús, lo que implica aceptarlo como el Hijo de Dios que se hizo hombre para realizar la redención y la salvación de los hombres[3]; reconocerlo y aceptarlo como nuestro Salvador personal para  morir con Él y resucitar con Él a una Nueva Vida[4]. Apropiándose de los frutos de la Redención de Cristo: el perdón y la paz, la resurrección y el don del Espíritu Santo.

c)     La conversión es “Hacerse como Niños”[5]. “Yo os aseguro que si no cambiáis y os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos” (Mt 18, 2). En verdad, puro está el niño de envidia, de odio o de ambición por los primeros lugares. El niño posee la mayor de las virtudes: la humildad unida a la sencillez y la transparencia. Aprender de Jesús que es Manso y Humilde de corazón, (Mt 11, 29) es tarea para toda la vida. Si nos faltan estas virtudes nuestra salvación anda coja también en lo más importante.

d)     La conversión es “Dar la media vuelta para volver a la Casa del Padre”[6]. El hijo pródigo salió de la Casa del Padre para irse a un país lejano donde derrochó los bienes de fortuna viviendo como un libertino.La conversión es darse media vuelta para volver a la Fuente del Amor, a Cristo, a la Casa del Padre. Volver dejando a atrás y rompiendo con situaciones de injusticia, de fraude, de mentira, de no salvación; situaciones que no son queridas por Dios. Con la media vuelta comienza el acercamiento a Dios. El camino de regreso a casa, no es fáci,l porque tenemos mentalidad servil: “Trátame como uno de tus sirvientes” (Lc  15, 19) y además tenemos se arrastra con espíritus negativitas, pesimistas y derrotistas: “Soy un caso echado a perder, ya no tengo remedio, nada se puede hacer”.

e)     La conversión es “Actuar con misericordia”. “En verdad os digo, si vuestra justicia no supera la justicia de los fariseos no entraréis al Reino de los Cielos”[7]. La conversión, es a la misericordia o no es conversión: “Misericordia quiero y no sacrificios”, nos recuerda el Señor. La misericordia es amar con el corazón la miseria del otro, del pobre, del pecador, del próximo, excluyendo de nuestra vida los sentimientos de grandeza, los juicios despectivos, las actitudes de envidia, egoísmo y todo sentimiento de mezquindad. “sólo los limpios de corazón pueden llegar a ser misericordiosos” (cf Mt 5, 7-8), razón por la cual, hemos de pensar que nuestra conversión, para que sea cristiana,  ha de ser radical.

f)      La conversión es la invitación gozosa del Señor que nos llama a vivir en intimidad con Dios, como sus hijos,  y con los demás como hermanos:“En la Casa de mi Padre hay una habitación para cada uno de ustedes” (Jn 14, 2-3)En La casa del Padre habita su Familia, sus hijos, igualmente amados por Él. Cuando “El hijo pródigo” regresa a la casa que había abandonado, va preparado, comienza un discurso pensado y repensado muchas veces: “Padre he pecado contra el Cielo y contra Ti...”(Lc 15, 21) El Padre que no había dicho ni media Palabra, lleno de gozo porque su hijo perdido ha vuelto a sus brazos, lo acalla con sollozos y con sus besos, no le permite terminar su discurso; en el amor del Padre, no hay tiempo para las palabras, para las reprimendas, no hay tiempo ni lugar para regaños. Su justicia no es como la justicia de los hombres.Su delicia es estar con los hombres quien ama incondicionalmente y los llama a ser sus hijos.


El Padre de toda misericordia vence, derrota el Mal, amando y perdonando, dando misericordia al pecador. El Padre no dice palabra alguna al hijo que tiene en sus brazos, cuando Él habla, es para comunicar su Gozo a los de Casa, a sus amigos que también llama servidores y para darles las últimas instrucciones para la “Fiesta”: “Pronto, uno de ustedes corra a la mejor tienda y traiga para mi hijo el mejor vestido...otro, corra a la relojería y traga para mi hijo el mejor anillo...otro corra a la zapatería y traiga para mi hijo los mejores zapatos...otro corra a la carnicería  y traiga para la fiesta de mi hijo el novillo gordo...otro corra y traiga para la fiesta de mi hijo la mejor música...y comenzó la fiesta...”(Lc 15, 11ss)
Vestido, (revestidos de Cristo) anillo, (expresa la dignidad de hijos) zapatos, (el poder del Espíritu) comida (La Eucaristía). Todos estos son signos salvíficos, que descubren las “Gracias del Jubileo”, Gracias mediadas que Dios hace llegar al pecador por medio de sus sirvientes, por medio de la Iglesia. Dios quita al hijo pródigo su vestido de harapos y lo reviste con el vestido nuevo de su Gracia. Lo reviste con su Poder para que pueda caminar con  los pies sobre la tierra, con dominio propio, con control de sí mismo, siendo amo y señor en su propia casa.
El hombre cuando peca rompe el abrazo, la alianza con Dios, se aleja y pone su morada en el país lejano en donde derrocha su vida viviendo como un libertino. La conversión tiene que ser un momento de gracia: “Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva” (Ez 36, 10). Dios en Jesús es un Buscador, es Buen Pastor, se acerca e invita a cada uno de los pecadores a sentarse a su Mesa. La pregunta de Jesús para todos es: ¿Qué quieres que haga por ti?“He venido para que tengas vida y la tengas en abundancia”(Jn 10, 10) “He venido porque “Mi Padre te ama” y quiere darte lo que tu corazón anhela”. “¿Qué necesitas para realizarte y ser hombre en plenitud?” Es Dios el que pronuncia las palabras más liberadoras de la historia de hombre: “Quiero queda sano” (Mc 1, 41) “Levántate toma tu camilla y vete a casa” (Mc 2, 11)
Jesús le dijo a un cobrador de impuestos: “levántate y sígueme; Levy se levantó y lo siguió” (Mc 2,14) ¿A dónde lo invita a ir? A la intimidad con Diosy al encuentro con los hermanos. Para poder conocer, amar y servir al Señor en esta vida, aquí y ahora, lo primero es dejarse encontrar por Él.Convertirse y creer en Jesúspide dejarse encontrar por el Pastor de las ovejas; dejarse encontrar  equivale a la respuesta que el hombre da a la acción de Dios. Es  reconocer que no sé es feliz; es reconocer que sé es pecador, que no se puede salvar a sí mismo; es reconocer que sé está necesitado de ayuda, y que esa ayuda sólo puede venir de Cristo, el Hijo Eterno del Padre. Sólo Él tiene palabras de vida eterna. Los que han creído en Jesús son aquellos que han quedado embarazados con una “Esperanza” que desde lo más profundo de su ser grita: “Dios es mi Padre y me ama, me perdona, me salva y me da su Espíritu. Quien tenga esa “Esperanza, tiene la fuerza para ponerse en camino e iniciarse en un proceso de conversión.
Es respuesta al “Don de la Gracia” que ya se tiene como poder, y se despliega y desenvuelve en nuestro interior para sacar fuera lo que no sirve y desarrollar las capacidades que Dios ha puesto en todo ser humano. La conversión a Jesucristo es también conversión a la familia, a los pobres, a los otros…al cultivo de los valores y de las virtudes cristianas. Pablo después de su encuentro con el Señor Resucitado en el camino del Damasco pudo decirlo  (Ef 3, 8ss). La conversión a Dios es también conversión a los demás; a los pobres, a los enfermos, a los marginados.
El encuentro con Cristo nos pone en “camino” y nos va llevando a descubrir que Cristo es la Perla Preciosa (Mt 13, 44-45), por la cual se ha de estar dispuesto a dejarlo todo. Por Él se debe de darlo y dejarlo todo, sólo entonces podremos vivir en su amor, en su paz y en su gozo. Sólo entonces podremos dejar los ídolos para volvernos al  Dios vivo para conocerlo, amarlo y servirlo (1 Tes 1, 9) La conversión a Jesucristo tiene dos caras: una es entregarle nuestros Ídolos, ataduras, miedos, complejos…todo tiene que ser puesto a los pies de Cristo; la segunda cara es el dejar de hacer el mal para orientar la vida hacia Dios; hacia el Amor, la Justicia, la Solidaridad. Sin conversión nuestro corazón será siendo tierra árida, desértica e inhóspita.
La experiencia de conversión nos hace comprender las palabras de Jesús: “Si no perdonan y aman a sus enemigos no podrán llamarse hijos de su Padre celestial” (cfr Mt 5, 44) Lo anterior es posible  a la luz de la Encarnación: cuando acogemos a Jesús en el corazón y asumimos su Evangelio como norma de nuestra vida. Es vivir haciendo a Cristo experiencia de vida al estilo de María que por su “Fiat” permitió que el Verbo de Dios se hiciera carne en su seno. Es algo así como quedar embarazados con la Luz, la Verdad, el Amor y la Vida de Cristo. Cuando esto suceda, tendremos la mente y la mirada de Jesús. Eso es lo primero, lo demás viene por añadidura.
La conversión puede ser vista como el barbechar del corazón que nos pide el profeta Jeremías para arrancar la maleza: “Cultivad el barbecho y no sembréis entre cardos. Circuncidaos para Yahvéh y quitad el prepucio de vuestro corazón” (Jr 4, 3-4).  Cultivar el corazón exige arrancar los espinos, la mala cizaña y derrumbar las murallas que hemos levantado en nuestro interior impidiendo el sano acercamiento con los demás y con Dios. Convertirse es sacar fuera la vieja levadura de las pasiones que gobiernan nuestro corazón para dejar lugar a la nueva levadura de verdad, justicia, libertad y amor como las nuevas bases que hacen presente el Reino de Dios en nuestra vida.
a)     ¿De qué nos hemos de convertir?
 De todo aquello que impide que el Reino de Dios crezca en nosotros: la autosuficiencia, la manipulación, la mediocridad, la tibieza, la superficialidad, la vida mundana, tan llena de ídolos, los vicios, de la vida según la carne, de las supersticiones, del espíritu del servilismo y de toda miseria humana, todo como fruto del reinado de los 7 pecados capitales en nuestra vida. Con palabras de Jesús: de todo lo que contamina al hombre: la maldad[8].
b)     ¿Para qué nos hemos de convertir?
 Para vivir en la verdad, para ser libres, para amar y para servir al Señor Nuestro Dios como hombres y mujeres de verdad (cfr 1ª de Tes. 1, 9). Para salir del conformismo y dejar de ser copia de los demás y títeres de otros. Nuestra conversión no será cristiana si no nos vaciamos de nosotros mismos para llenarnos de Cristo: Tener su manera de pensar, de mirar; poseer sus virtudes y no engreírse por ellas; tener su manera de amar y servir, sin buscar el propio interés, sino la gloria de Dios y el bien de los demás. Reconocemos que la conversión cristiana es un verdadero camino de sanación interior de miedos, inseguridades, complejos y de alteraciones de la mente.
c)     ¿Qué exige la conversión?
La conversión a Jesucristo exige el cambio radical de la mente y del corazón. Pensar con la mente de hijo y con corazón de hermano. Es decir, sin rodeos: convertirse es llegar a tener los mismos sentimientos de Cristo Jesús. Esto lo podemos decir con tres palabras: Convertirse es “Llenarse de Cristo”  Podemos decir que  la conversión es la transformación de la mente y del corazón, mediante la acción poderosísima del Espíritu de Dios para pasar de ser cueva de ladrones a ser transformados en casa de Dios,  portadores de la verdad, el amor y la vida por la presencia de Cristo en nuestros corazones[9].
Convertirse es cambiar de mentalidad, poner en tela de juicio el propio modo de vivir y el modo común de vivir.  Dejar entrar a Dios en los criterios de la propia vida. No juzgar ya simplemente según las opiniones corrientes: “No juzguen para no ser juzgados” (Mt 7, 1)Dejar de vivir como viven todos. Dejar de obrar como obran todos. Dejar de sentirse justificados en actos dudosos, ambiguos, malos por el hecho de que los demás hacen lo mismo (tomar por que otros toman). Comenzar a ver la propia vida con los ojos de Dios. No estar pendientes del juicio de la mayoría, sino del juicio de Dios.
d)     El camino de la conversión.

El encuentro personal con Jesús Buen Pastor que busca al pecador para indicarle que anda equivocado y para invitarlo a volver al camino que lo llevará a la “Casa del Padre”. Encuentro que deja luz, que anima, que siembra esperanza y que pone en camino. Es el punto de partida, es toda una iniciativa divina, al pecador le corresponde dejarse encontrar para que en brazos del Buen Pastor podamos volver y ser establecidos en el Reino de Dios, y recuperar la dignidad de hijos de Dios y, al a vez participar de la gloria de Cristo.En el camino de la conversión encontramos ciertos pasos o etapas:

1.  El reconocimiento de los pecados personales. “Sí reconocemos nuestros pecados y los confesamos Dios nos perdonará todas nuestras iniquidades (1ª de Jn 1, 8) “Dios no quiere la muerte del pecado sino que se arrepienta y viva (Ez. 33, 10)
2.  El arrepentimiento. “Arrepentíos para que vuestros pecados sean perdonados” (Hechos 3, 19). Arrepentirse es orientar la vida a Dios, tras las huellas de Jesús, el Señor.
3.  La confesión. Confesar los pecados ante el sacerdote de la Iglesia, Ministro de Cristo y de la Iglesia (Jn 20, 22- 23)
4.  Cumplir la penitencia que imponga el sacerdote como una expresión de querer participar en la pasión de Cristo.
5.  La reparación  o satisfacción. Cristo ha perdonado mis pecados, pero yo soy responsable y debo regresar lo que he robado; pagar por los objetos que haya destruido, etc.

La acción amorosa de Jesús en el pecador es bella y liberadora, seduce y compromete a vivir la Vida nueva. El Corazón lavado en la sangre del Cordero es también poseedor de una Gracia, de una Fuerza divina por la cual podemos romper con situaciones de pecado, destruir ídolos: abandonar el alcohol, abandonar la marihuana para siempre, respetar la dignidad de los otros, hacer el bien, prepararse para la misión, etc.Ciertamente la conversión es ante todo un proceso de personalización: yo renuncio a vivir como todos para tener criterios y tomar decisiones propias. Ya no me siento justificado por el hecho de que todos hacen lo mismo que yo. En otras palabras busco otro estilo de vida, una vida nueva.

La conversión cuando es verdadera humaniza y personaliza. Teniendo además presente que la conversión es también una socialización nueva y profunda; se pasa del yo al nosotros, del mío al nuestro. No hay duda, la conversión de cualquier hombre hace bien a todos. Cuando el corazón del hombre cambia, cambian también las estructuras: la familia, la educación, la política, la religión, etc.  Me permito profundizar un poco más en el camino de la conversión hablando de los caminos de la penitencia.




[1]Mt 11, 28.
[2]Jn 3, 1- 5.
[3] Mt, 1, 21;Rom 4, 25; Col. 1, 13;
[4]Rom 6, 4-10
[5] Mateo 18. 2
[6] La parábola del Hijo pródigo Lc 15, 11ss
[7] Mateo 5, 20
[8] Marcos 7, 14- 15
[9] Efesios ,4, 15-16

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