Maestro, ¿Cuál es el primero de
los Mandamientos?
1 El
relato Evangélico
En aquel tiempo,
uno de los escribas se acercó a Jesús y
le preguntó: “¿Cuál es el primero de los mandamientos?” Jesús le respondió: “El
primero es: Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor; amarás
al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y
con todas tus fuerzas. El segundo es éste: amarás a tu prójimo como a ti mismo.
No hay ningún mandamiento mayor que éstos”. El escriba replicó: “Muy bien,
Maestro. Tienes razón, cuando dices que el señor es único y que no hay otro
fuera de él, y que amarlo con todo el corazón, con toda el alma, con todas las
fuerzas, y amar al prójimo como a uno mismo, vale más que todos los holocaustos
y sacrificios”. Jesús, viendo que había hablado sensatamente, le dijo: “No
estás lejos del Reino de Dios”. Y ya nadie se atrevió a hacerle más preguntas. Palabra del Señor. (Mc 12, 28-34)
2 Explicación del texto.
Cuando el escriba preguntó
a Jesús que nombrara el mayor mandamiento de
la Ley, emplazó a Jesús en un aparente dilema. La ley judía tocaba todos
los aspectos de la existencia humana; seleccionar un mandamiento como supremo
era ignorar muchos otros. La Ley judía tenía en total 613 preceptos. Si Jesús
decía que el mayor mandamiento era amar a Dios, sus oponentes podían
denunciarlo como un fanático religioso de otro mundo. Por otro lado si decía
que el mayor mandamiento era amar a los hombres, podían reprenderlo como un
impío maestro moralista. Jesús pasó la prueba al juntar los dos grandes
mandamientos. “Amarás a Dios con todo tu ser… y Amarás al prójimo como a tí
mismo”. Y ¿Quién es la persona que no se ama? Aunque se tenga una imagen débil
o pobre de uno mismo ¿Quién es el hombre que no busca hacerse el bien a sí
mismo? Igualmente debemos hacer con los hermanos.
El amor a Dios y al
prójimo son el resumen de lo que Jesús vivió, y a la misma vez son el
fundamento de su Mandamiento: “Ámense los unos a los otros como Yo los he
amado”. El cristiano que no guarde los 10 Mandamientos y pretenda guardar el
Mandamiento Nuevo, se engaña a sí mismo. La primera condición para poner el
práctica el amor a los hombres tal como lo hizo Jesús: hasta dar la vida por
todos es: estar en comunión con Jesús. La segunda es consecuencia de la
anterior: salir del pecado. La tercera condición es amar la voluntad de Dios
manifestada en cada una de las 10 Palabras o mandamientos de la Ley de Dios.
Juan el discípulo amado de Jesús nos dice en su primera carta: “Si alguno dice
amo a Dios” y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su
hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve (1 Jn 4, 20). Entonces,
el camino seguro para llegar a Jesús y por él, al Padre es amando al hermano.
3 Lo que no es amor.
El hombre moderno
concibe el amor como un sentimiento y como respuestas emocionales positivas, no
como una acción. Esta noción equivocada de amar a los hombres se parece al
equivocado concepto moderno de amar a Dios, ya que se describe ese amor como
una experiencia emocional. Un hombre moderno cree que experimenta amor
verdadero cuando se siente apasionado hacia otra persona, o está vencido por
una sensación de compasión por un mundo que sufre. Tal noción de amor no es bíblica. Las emociones
son útiles pero no son la realidad central del amor. Se confunde los sentimientos
egoístas y complacientes con el amor. El amor cristiano involucra relaciones
personales de compromiso; se expresa en cuidado, interés y servicio. El amor
cristiano es primeramente un asunto de voluntad y acción, no de emociones.
4. El amor fraterno.
El amor cristiano (la
caridad) se enraíza en la voluntad, es una acción potenciada por el Espíritu
Santo y es expresado en un compromiso personal y decidido hacia los otros. Amor
cristiano no necesita esperar por una emoción para amar a los compañeros de
oficina, al vecino o a los miembros de la Iglesia. El amor es la decisión de
entregarse a los demás, pedir ayuda a Dios y proceder a amar, aunque, no
sintamos emociones. No obstante el amor cristiano no surge del vínculo
emocional, sin embargo debe expresar aceptación y apoyo emocional. Los
sentimientos de afecto, compasión y admiración pueden ayudar al amor y no se
trata de suprimir tales sentimientos, ya que el amor cristiano no es seco e
impersonal, al contrario debe ser afectuoso, sensible, cálido y personal. Que
nos quede claro, las emociones positivas, sólo ayudan al amor, no son el amor
en sí mismas.
El amor cristiano
no puede ser encerrado en círculos familiares o de Iglesia. No tiene fronteras.
El cristiano debe amar a Dios, a los demás y aún a sus enemigos. San Agustín
decía que el amor tiene 4 dimensiones: Un hacia arriba, otra hacia abajo, una
más hacia fuera y otra más hacia dentro. Amar a Dios, a los demás; amar la
creación y amarse uno mismo. De las cuatro dimensiones solo dos son
mandamientos: Amar a Dios y amar a los demás. Pero el punto de partida está en
amarse a uno mismo para luego, salir de sí mismo para ir al encuentro de los
demás, y compartir con ellos lo que se tiene, lo que se sabe y lo que se es…el
hombre ha sido creado por Dios con la capacidad de darse y de compartir sus
bienes, ya sea materiales, espirituales o intelectuales. La verdadera
comunicación con los demás, es una expresión del amor personal, y se da en el
compartir los bienes que se posean con en el otro, sea pobre o sea rico. Nadie
es tan suficientemente rico que no necesite de los demás, y nadie es tan pobre
que no tenga algo para compartir con los otros. (Dom Cámara)
La poetiza María
Mañón de Almazán nos dice en una de sus muchas poesías: “Para muchos, hoy día
el amor es sólo placer, es dominar, poseer y nunca tener que dar. Esto es una
aberración, yo creo que no han entendido, que amor en el buen sentido es la
mutua donación. Es verse como personas, no es usarse como objeto, es ternura,
es comprensión, benevolencia y respeto. Es trabajar los dos juntos, en el mutuo
creciminento, es compartir alegrías, penas, dudas, sufrimientos. Es ver la
fecundidad como regalo de Dios, es saber que un hijo es: AMOR VIVO DE LOS DOS.
Lo importante es que los dos se empeñen con alegría, para poder algún día, juntos
la meta alcanzar.
5. Hablamos de la Caridad.
Cuando hablamos de
Caridad, no usemos sólo las palabras, sino también las obras “Toda obra buena es
fruto de la caridad y lleva el sello de Jesucristo, (El amor) entonces, dice el
Señor: “Todos conocerán que son mis discípulos” (Jn 13, 34- 35) En este mismo
sentido san Juan Crisóstomo nos decía: La caridad te hace ver en el prójimo
otro tú mismo, y te enseña alegrarte de sus bienes como de los tuyos propios, y
a soportar sus defectos como los tuyos propios. En la caridad es común de todos
lo que tiene cada uno”. La primera comunidad cristiana nos ha legado ese
hermoso testimonio: “La muchedumbre de los creyentes tenía un solo corazón y
una sola alma, y nadie decía ser propio nada de lo que tenía, sino que era todo
para ellos común y a cada uno se le repartía según su necesidad” (Hch 4, 32-35)
(Homilía sobre la caridad perfecta)
El hombre ama lo
que pueda hacerlo feliz, porque no puede serlo por sí mismo…sólo que en su
intento ama al revés…cae en la “inversión de valores”. Ama más las cosas que a
las personas, y veces ama más a las cosas y a las personas que a Dios. Ama las
riquezas (todo lo que le pertenece se llama riqueza) y se hace esclavo de
ellas. San Agustín nos decía: “Si quieres amar al prójimo como a ti mismo,
comparte con él tu riqueza”. (Sermón de la disciplina cristiana, VI, 6) San
Juan en la primera carta nos dice: “Quien tuviera riquezas de este mundo y
viere a su hermano padecer hambre y le cerrare sus entrañas, ¿Cómo podrá
habitar la caridad de Dios en él? (1Jn 3, 16)
6. Aplicación a nuestra vida
Hagamos un alto en
nuestra vida para entrar en nuestro interior y examinemos nuestra conciencia.
Sólo haciendo esto podremos descubrir los vacíos que llevamos en nuestro
interior. Enseguida proyectemos nuestra vida hacia los terrenos del amor, que
son los terrenos de Dios por que Dios es Amor. Comencemos a trabajar en la
adquisición de una voluntad firme y fuerte para amarnos unos a los otros sin
importar el color, el credo o la raza. Aprendamos amar a los demás como son. Cuando
hablemos de los defectos de los otros no los engrandezcamos y cuando hablemos
de sus talentos no los minimicemos. Cultivemos el hábito del compartir con
todos, especialmente los menos favorecidos. No esperemos que vengan a pedirnos,
salgamos a buscar a los que realmente tienen necesidad y por vergüenza no
piden, pero, si pasan hambre.
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