2. LA NUEVA JUSTICIA A LA LUZ DEL BUEN SAMARITANO



    Llamados a encarnar las actitudes del Buen Samaritano.

Jesús alerta a sus discípulos diciéndoles: “Si vuestra justicia no supera la justicia de los fariseos, no entraréis en el Reino de Dios”. (Mt 5, 20) Los fariseos ayunaban dos veces a la semana; hacían oración cuatro veces diarias, pagaban diezmo de manera estricta, pero Jesús tiene algo contra ellos: No tenían misericordia ni amor a su prójimo. Dos realidades que deben ser inseparables amar a Dios y amar al prójimo.

·        Se acercó y lo vio.
Los ciegos y cortos de vista son personas atrofiadas por el pecado, desnudas y desprovistas de los dones de Dios (cfr 2 Pe 1, 8s). Muchas veces le hacemos al ciego para evitar perder nuestro valioso tiempo o para evitar el compromiso. Unos más podrán decir: no puedo meter las manos porque me pueden culpar, le sacamos al parche. El miedo es un enemigo que paraliza, no nos permite manifestar el amor a los pobres, a los enfermos, a los que sufren.

Tener la mirada de la fe, es tener la mirada de Jesús, de Dios, para vernos a nosotros mismos y a los demás como Dios los mira: con amor, compasión, misericordia. El cristiano que tiene la mirada de Dios, también tiene la mente, la voz y las manos del Señor. El hombre de Dios nunca dice: “Pobrecito, Dios que lo bendiga”. La lástima no es lo nuestro, lo nuestro es la compasión. El grito del espíritu cristiano sería: “¿En qué puedo ayudar? ¿De a cómo nos toca? Ver las necesidades del otro; sus preocupaciones y penas. Ver también significa: descubrir la voluntad de Dios para la persona que Él ha puesto en mi camino.

·        Tuvo compasión.
Es el llamado a la compasión; un llamado a tener los mismos sentimientos de Cristo (Fil 2,7).  La compasión significa: Padecer con; sufrir con el que sufre; es hacerse solidario, meterse en los zapatos del otros; hacer nuestro su problema y su necesidad para responderle con lazos fraternos. Es el llamado que Jesús hace a sus discípulos a ser misericordiosos: “Sed misericordiosos como vuestro Padre celestial es misericordioso” (Lc 6, 36).

Pongamos los pies sobre la tierra: para ser misericordiosos, es necesario desprendernos del traje de tinieblas que envuelve nuestro corazón y revestirnos con las armas de luz que nos propone san Pablo: “La noche va pasando el día se acerca ya, despojaos, pues del traje de tinieblas y revestíos con la armadura de Dios” (Rom 13, 11s). La compasión no crece en la soberbia, en la envidia, en la avaricia. Será por eso que san Pedro nos recomienda: “Huyan de la corrupción para que puedan participar de la naturaleza divina” (2 Pe 1, 4) No podemos llenarnos de Dios si antes no vaciamos el corazón de todo aquello que es incompatible con la Gracia de Dios. Volviendo a san Pablo encontramos una exhortación que nos ayuda a entender nuestro mensaje: “Huyan de las relaciones sexuales impuras” (1 Cor 6, 18). El experto de Tarso dice a la comunidad de Efeso: “Fortaleceos en el Señor, con la energía de su poder, para que podáis resistir el día malo” (Ef 6, 10ss) Nadie que viva en la mentira, en el odio, en la injusticia podrá ver la Gloria de Dios.

La misericordia y la compasión necesitan de un corazón reconciliado, perdonado y renovado; que haya, y esté padeciendo la acción del Espíritu para que pueda ser pobre, humilde, manso y casto, para que pueda nacer y crecer en él, “el amor que Dios derrama en nuestros corazones con el Espíritu Santo que Él nos ha dado” (cfr Rom 5, 5). Para el autor de primera carta de Juan, la condición mínima es romper con el pecado y guardar los Mandamientos del Señor (1 Jn1, 8ss; 1, Jn 2,1ss).

En su Evangelio Juan nos dice: “El que conoce mis Mandamientos y los guarda, ese es el que me ama, y a ese, lo amo yo y lo ama mi Padre y vendremos y nos manifestamos en él” (Jn 14, 18- 21) El Señor se manifiesta enseñándonos a ser misericordiosos y compasivos. Dios es Misericordia y habita en el corazón que guarda sus palabras (cfr Jn 14, 23). Estas palabras son las Bienaventuranzas: “Limpios de corazón para poder ser misericordiosos” (Mt 5, 3ss) El amor sólo puede brotar de un corazón limpio, de una fe sincera y de una recta intención (cfr 1 Tim 1, 15)

·        Se acercó. Acercarse para hacerse prójimo, amigo, hermano, compañero de camino.
Quisiera recordar aquí el texto del libro del Éxodo: “He visto la opresión de mi pueblo; he escuchado el clamor de mi pueblo; he bajado para liberar a mi pueblo” (Ex. 3, 7) Acercarse exige levantarse, salir fuera, para ir al encuentro del pobre, del enfermo, de los hombres que están tirados al borde del camino, al margen de su realización. Es buscar la oveja perdida para invitarla a volver al camino que nos lleva a la casa del Padre. Esta acción, cuando es movida por la caridad exige romper con el conformismo, con la dulce vida, con la vida fácil. Veces hay que interrumpir el sueño, el descanso, abandonar la televisión, etc.

Las experiencias de los misioneros de los enfermos son muchísimas, y muy hermosas. Regresan a la Parroquia con carretadas llenas de enfermos, de leprosos, de cojos y paralíticos. Ancianos abandonados, sin la más mínima ayuda, viviendo en situaciones de miseria, algunos sin los sacramentos, otros, católicos, pero que por su enfermedad y soledad se habían retirado de la Iglesia.

La caridad pastoral nos da la triple disponibilidad para: hacer la voluntad del Padre, para acercarnos a una persona concreta para iluminarla con la luz del Evangelio y disponibilidad para dar la vida por realizar los dos objetivos anteriores. La exigencia es salir fuera movidos por el amor. No perdamos de vista que el alma de la pastoral es el amor a Cristo, a su Iglesia, a las almas, a los pobres.

·        Vendó las heridas. Es trabajo solo para experienciados: aquellos que antes se han dejado curar y que ahora son terapeutas heridos.
“Echó vino y aceite en las heridas de aquel hombre”. El vino del consuelo y el aceite de la ternura. Teológicamente sabemos que se trata del don del Espíritu Santo, el Consuelo que Dios nos ha dado para que nosotros consolemos a los que sufren y padecen cualquier tipo de opresión (cfr 2 Cor 4,1ss). Gracias a la presencia del Espíritu Santo en nuestros corazones, movidos por la compasión tenemos palabras que animan, motivan, exhortan, consuelan, alivian y dan vida a quienes las escuchan. Para consolar a los que sufren hemos de aprender a escuchar los problemas, las angustias, el dolor de los otros. Lavamos y vendamos heridas cuando damos amor, paz y alegría. Cuando tratamos a los que sufren como personas, como hijos de Dios; como seres valiosos, importantes y dignos.

·        Llevó a la Posada y Pagó por los servicios.
“Lo puso sobre su cabalgadura y lo llevó a la posada”.  El herido es un ser humano creado a la imagen y semejanza de Dios; no me debe ser extraño;  no es un extranjero ni un forastero, me pertenece, es de mi familia. Sólo entonces puedo entender al Espíritu Santo que se mueve en mi corazón pidiendo: “carga con sus debilidades” (Rom 15, 1). El herido es un “don de Dios”, y Yo, soy un “don de Dios para él”. El que ama no tiene miedo a manifestar su amor cargando las debilidades de los demás. La acción de cargar con los pobres pide tener un corazón libre de apegos, de esclavitudes, de miedos para darse y entregarse en servicio a los que sufren.

El Buen Samaritano lo puso sobre sus hombros antes de ponerlo sobre su cabalgadura. Lo abrazó y se dejó abrazar. No hubo miedo de hacerse impuro. Recordemos a Jesús que se dejo tocar y abrazar por el leproso que le pidió que lo curara. Jesús extendió su mano, lo toca con su poder y le dice: “Quiero queda sano” (Mc 1, 40). Nos recuerda al Buen Pastor que pone a la oveja que antes estaba perdida sobre sus hombros y regresa con ella al redil (Lc 15, 4) Los hombros de Jesús son los hombros de Dios, es el poder de su Espíritu que hace volver a los pecadores a la Iglesia. Ahí, en el redil, frente a la mirada curiosa de los presentes, Jesús cura y venda las heridas de los enfermos para que los que están mirando, aprendan la pedagogía del Médico de almas y de cuerpos para sanar a los enfermos.

Llevarlo a la posada significa no dejarlo en el camino en que se le encontró; significa no abandonarlo, sino buscar la ayuda adecuada, profesional, de otros. Algunas veces esta acción pide ir y buscar la ayuda a los hermanos de la comunidad para compartir responsabilidades. “Vengan encontré a un anciano abandonado”. “Encontré a una viuda con sus huérfanos sumergidos en la miseria”. “Encontré a una familia y quieren que le llevemos la Palabra, la oración, el amor de Dios”.  Cargar con el herido es poner en práctica el Mandamiento Nuevo que toca y llega hasta lo económico, hasta la cartera y nos invita hacernos responsables de los gastos médicos y aún a desprendernos de nuestro tiempo y de lo que podemos necesitar. Hagamos las cosas como hombres de Dios, movidos por la compasión, y no, como hombres mundanos y paganos buscando la vanagloria. Sin anhelar salir en la foto.

·        El Buen Samaritano dio al posadero dos denarios.
Los Padres de la Iglesia ven en este gesto el don de la Palabra y de los Sacramentos que el Señor Jesús dio a su Iglesia como medios para sanar los corazones enfermos por el pecado. “No los dejaré huérfanos, regresaré para estar con ustedes”. (Jn 14, 18) Soy testigo de la presencia de Cristo en el Sacramento de la Reconciliación y del poder sanador que hay en este sacramento. Para nosotros se trata de tener la disponibilidad de compartir lo económico hasta que nos duela.

·        Se Comprometió a volver.
“A mi regreso, si, es necesario te pagaré”. Se  trata de acompañar al enfermo hasta su plena recuperación. No basta con darles el pescado a los pobres, hay que enseñarlos a pescar sin crear dependencias, y ayudarles, a tener su propia caña de pescar.

Hay un momento de búsqueda, otro de acogida, y uno más de acompañamiento. La sanación se va dando en el proceso que no siempre es fácil, porque muchos tienen mente servil, de esclavos y un vestido de miseria. Pero, para el testigo del Evangelio, Dios tiene poder para darnos lo que necesitamos y mucho más. Pablo nos diría: “Todo lo puedo en Cristo Jesús que me fortalece” (Flp 4, 13). Jesús no sólo es nuestra fuerza, es también nuestra Fuente de motivaciones: “El  amor de Cristo nos apremia” (2 Cor 5, 14), es decir, nos anima y nos motiva.  El acompañamiento es necesario para que el enfermo se convierta en sujeto de su propio tratamiento, en agente de pastoral, en dueño de su propio destino y en protagonista de su propia historia.

·        Cuidar. Es pastorear, es acompañar, es ayudar a crecer en la fe, la esperanza y la caridad.
Cuidar es dar de comer el alimento espiritual. “Pastos de conocimiento y pastos de discernimiento” (Jer 4, 15). Es ayudar para que aprenda a distinguir entre lo bueno y lo malo. Aprender a discernir la voluntad de Dios es una urgencia del momento presente (Ef 6, 10). Cuidar es estar con él en sus primeras luchas y en sus primeras pruebas para animarlo y explicarle de que se trata. “Hijito mío te has decido a servir al Señor prepárate para la prueba” (Eclo 2, 2) Que no será mayor que tus fuerzas (cfr1 Cor 10, 12-13)), pero ánimo, esa es la señal de que Dios está contigo y tú estás con él. Cuidar es enseñar a dar los primeros pasos del crecimiento, de la misma manera que Jesús lo hizo con cada uno de nosotros, terapeutas heridos, ahora al servicio del cuidado de los enfermos: “Cuando Israel era niño, yo lo amé; a Efraín yo lo enseñé a caminar; lo atraía hacia mí con cuerdas de ternura y con lazos de misericordia” (Os. 11, 1-5).

3.     Conclusión.
El Encuentro personal con Jesús divide la vida del cristiano en dos: antes de conocer a Cristo y después de conocerlo. ¿Cómo era nuestro antes? Pablo nos diría: “ustedes antes eran tinieblas, más ahora sois luz en el Señor” (Ef 5, 8). Cristo nos invita a realizar sus obras y a proclamar sus palabras: “Hagan esto en memoria mía” (cfr Lc 22, 19). De la misma manera que Él se ha fraccionado en la presencia de Dios; se ha inmolado por los hombres, Jesús quiere que sus discípulos hagamos su mismo gesto: nos fraccionemos, nos inmolemos con Él, a favor de la humanidad.

Salimos de las manos de Cristo como regalo de Él para los demás; somos portadores del amor de Cristo, por donde caminemos vamos esparciendo “el buen olor de Cristo” y nos vamos haciendo “prójimos” de todos aquellos que necesitan del “consuelo de Dios”. Con la gracia de Dios y nuestros esfuerzos nos trasformamos en “buenos samaritanos” que compartimos la “casa”, el “pan” y nuestro “tiempo” con aquellas personas que Dios ponga en nuestro caminar cada día, sin hacer acepción de personas, sin prejuicios y sin complejos.

La Iglesia necesita de servidores que recorran las calles de nuestras ciudades llevando en sus manos una cubeta de agua y una toalla buscando a quien lavarle los pies. Esta es la revolución del servicio, la única capaz de cambiar el mundo y de dar sentido a nuestras vidas. Los hombres nos realizamos amando, y el amor, se expresa en el servicio libre, consciente y responsable. En el Reino de Dios el que no sirve, no sirve para nada: “Porque ninguno de nosotros vive para sí mismo; tanto en la vida como en la muerte somos del Señor” (Rom 14, 7).

Digamos con María: “He aquí la humilde esclava del Señor, hágase en mí según su Palabra” (Lc 1, 38). Ella es la “Virgen oyente que aceptó ser madre siendo virgen por amor a su Pueblo y la Humanidad. María, Mujer solidaria con prontitud se puso en camino para ir a servir a la anciana Isabel en casa de Zacarías, y años más tarde, solidaria con una joven pareja de esposos inexpertos intercede por ellos ante su Hijo: “No tienen vino” (Jn 2, 1ss). Pidamos al Señor que nos ayude a encarnar las actitudes del Buen Samaritano para que podamos ser discípulos misioneros de Jesús en el mundo de hoy. Que la mano de María nuestra Madre nos guíe y nos enseñe a ser misericordiosos y compasivos como su Hijo.

Pbro. Uriel Medina Romero.

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