Dios hará justicia a sus elegidos que claman a él.
El relato evangélico.
En aquel tiempo,
para enseñar a sus discípulos la necesidad de orar siempre y sin desfallecer, Jesús les propuso esta
parábola: “En cierta ciudad había un juez que no temía a Dios ni respetaba a
los hombres. Vivía en aquella misma ciudad una viuda que acudía a él con
frecuencia para decirle: ‘Hazme justicia contra mi adversario’. Por mucho
tiempo, el juez no le hizo caso, pero después se dijo: ‘Aunque no temo a Dios
ni respeto a los hombres, sin embargo, por la insistencia de esta viuda, voy
hacerle justicia para que no me siga molestando’. Dicho esto, Jesús me comentó:
“Sí así pensaba el juez injusto, ¿creen acaso que Dios hará justicia a sus elegidos, que claman
a él día y noche, y que los hará esperar? Yo les digo que les hará justicia sin
tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿creen que encontrara fe sobre
la tierra?”. Palabra del Señor.
Jesús nos enseña a orar.
Jesús nos enseña
a dirigirnos a Dios llamándole padre y sintiendo su proximidad amorosa. Padre
de infinita bondad y ternura, cercano y atento al más mínimo latido del corazón
de sus hijos. Jesús nos enseña a dirigirnos a El. La oración de los hijos de
Dios ha de estar por ello revestida de una confianza filial ilimitada. Es lo
primero de toda oración cristiana: la confianza que nos da el saber que somos
hijos de Dios y que el Espíritu del Señor clama en nosotros “Abbá Padre”. En
referencia a la oración, el Maestro Jesús nos sobre avisa: “No todo el que me
dice Señor, Señor entrará en la Casa de mi Padre (Mt 7, 21)“Cuando oréis no
seáis como los hipócritas” (Mt 6) Oraciones largas con palabras rebuscadas,
querían quedar bien y que les fuera mejor. Jesús en cambio dice: “Mi alimento
es hacer la voluntad de mi Padre y llevar a cabo su obra” (Jn 4, 34) “Orar
siempre sin descanso” (Lc 18, 1) La eficacia de nuestra oración no es la
abundancia de nuestras palabras, sino la perseverancia, lo inquebrantable y la
persistencia tenaz. Dios puede tardar, y nuestra paciencia puede llegar a su
límite, pero eso no es razón para dejar de pedir y cansarse de esperar. La
viuda que clama ante el juez inicuo hasta llegar a aturdirlo muestra lo
ilimitada que debe ser nuestra oración: ¿No va a hacer Dios justicia a sus
elegidos que están clamando a El día noche, y les va a hacer esperar?
En la enseñanza
de Jesús la oración ocupa un lugar fundamental: “velad y orad para no caer en
la tentación, por que el espíritu es presto pero la carne es débil" (Mt
26, 41) “Pedid, y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá"
(Mt 7, 7) El sabe que la Vida eterna es un don de Dios, y a la misma vez, una
lucha espiritual, por eso recomienda a sus seguidores: “Oren siempre sin
desfallecer” (Lc 18, 1) nos da consistencia, nos ayuda a ser perseverantes, y
firmes en lo referente a la vida espiritual. El quiere que aprendamos a
expulsar el mal de nuestros corazones mediante la oración, por eso dice: “Velen
y oren para no caer en tentación”.
Jesús nos invita
a orar para pedir el Espíritu Santo, el Maestro de la oración cristiana:
"El Padre que está en los cielos dará El Espíritu Santo a quien se lo pida”
(Lc 11, 13) (y, “Dará cosas buenas a quien se las pida" (Mt. 7, 11). La
respuesta a nuestra oración se fundamenta en una promesa: "Por eso os
digo: “Todo cuanto pidáis en la oración, creed que ya lo habéis recibido y lo
obtendréis" (Mc. 11, 23) "Todo lo que pidáis en mi nombre, yo lo
haré". (Jn. 14, 13) Orar en el Nombre de Jesús es mucho más que una simple
fórmula. Exige estar en comunión íntima y profunda con Él. Más aún, que “Él,
habite por la fe en nuestros corazones”. Él, es el modelo en toda oración.
Frente a la tumba de su amigo Lázaro exclamó: “Mi Padre siempre me escucha, por
que yo siempre hago lo que a Él le agrada” (cf Jn 11, 42). Él nos enseña la
clave de toda auténtica oración: El Padre me ama y me escucha por que yo hago
siempre su voluntad. Jesús mismo se inserta en la inmensa corriente de los que
han suplicado a lo largo de toda la historia religiosa de la humanidad: En el
monte de los Olivos suplicó al Padre con sudor y lágrimas: "Padre no me
dejes morir ahora" (Mc. 14- 36). La carta a los Hebreos nos recuerda sobre
la oración de Jesús que pidió al que podía librarlo de la muerte (Heb. 5, 7).
Para entender la
legitimidad de la oración de petición hay que tener en cuenta las siguientes
consideraciones: a) La primera es tener una correcta Imagen de Dios. Dios es santo
y trascendente, es además un Misterio que no podemos abarcarlo con nuestra
razón, pero El se hace cercano y podemos llamarlo "Padre", y sabemos
que nos escucha porque en lo más profundo de nuestro corazón escuchamos su voz
que nos dice:"tu eres mi hijo amado y te he amado con amor eterno" b)
En segundo lugar hay que entender que Dios quiso asociarnos a su historia de
salvación y a su acción creadora. Nos ha dado la capacidad de humanizar la
naturaleza. El cristiano sabe que Dios
escucha realmente su oración, aún cuando Dios guarde silencio. Tenemos
la promesa de que El siempre nos escucha y que nuestra oración no es
inadvertida a su misterio de amor, ya que El puede darnos lo que le pedimos por
otros caminos que son inadvertidos para nosotros. c) Por último hay que comprender la
profunda solidaridad que une a todos los hombres. Somos seres en relación.
Todos los seres humanos juntos formamos la gran familia de Dios. Somos una
misma familia, con un mismo origen, un mismo caminar y un mismo destino.
Tenemos la misión de abrirnos y solidarizarnos con los todos y cada uno de los
demás seres humanos. Compartir nuestras angustias y esperanzas con los
compañeros de camino.
¿Por qué tenemos que orar?
Oramos por que
Cristo oró y para estar unidos a Dios como sus hijos. Oramos porque sólo Cristo da el crecimiento.
El orante reconoce su necesidad de caminar, de seguir adelante. Se reconoce
proyecto de Dios que necesita orar para pedir, dar gracias y alabar a Dios por
las maravillas que está haciendo en él. Oramos para que nuestra fe se apoye en el poder de Dios, y no en
nuestras propias fuerzas. Sólo el orante podrá reconocer que lo que tiene es
don de Dios. Oramos porque nuestra lucha no es contra los hombres, sino contra
los Poderes espirituales, frente a los cuales nuestras solas fuerzas son
insuficientes para derrotarlos (Ef. 6,10ss). La oración es una de las armas más
poderosas de los cristianos, Satanás sencillamente le teme a la auténtica
oración. Oramos porque somos ministros de la multiforme gracia de Jesús. Somos
sus canales, portadores de su Palabra, de su Luz y de su Gracia. Quien ora está
dispuesto siempre para ministrar gracia divina a los hombres. Oramos para poder
ser cristianos aprobados. Cuando el cristiano pierde de vista a Jesús es porque
ha dejado de orar. Podrá estar trabajando mucho y sin descaso, pero, la verdad
es que un Ministerio sin oración, es un auténtico activismo, vacío de la
verdadera esencia de la Evangelización: Jesús. Oramos para ser los hombres que
nos ofrendamos a Dios por la salvación de nuestros hermanos. (Rm12, 1)
Aplicación a nuestra vida.
La condición esencial para una verdadera oración es que se ame a Dios. Qué
Dios sea verdadera mente una persona viva para nosotros, el pensamiento mas
importante de nuestra vida. Que nuestra vida sea referida y ofrecida a Dios
continuamente para que nuestro culto pueda ser el “culto espiritual” que nos
pide Jesús (Jn 4, 24), Pablo, (Rom 12, 1) y Pedro (1 de Pe 22, 5). Huir de la
agitación superficial, de la diversión que no edifica, de las mil ruidos
ofrecidos por el medio ambiente. Si queremos que nuestra oración sea poderosa y
llegue hasta el corazón de Dios, pidamos perdón a todos los que hemos ofendido;
demos perdón a todos los que nos han ofendido y seamos breves y estemos
abiertos a la voluntad de Dios. Pidamos al señor que nos dé el don de la
oración, auténtica y verdadera, aquella que se apoya en la voluntad del Señor.
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