2 LA ORACIÓN EN EL ESPÍRITU SANTO

La Oración en el Espíritu Santo

Por el Hijo en el Espíritu Santo, tributamos culto a Dios, es decir, al Padre. Bello es comenzar esta reflexión diciendo la Doxología que repetimos en cada Eucaristía: “Por Cristo con El y en El, a ti, Dios padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos. Amén.

1. La vida en el Espíritu.

La vida en el Espíritu es una existencia iluminada y conducida por el Espíritu Santo. Quien vive según el Espíritu, ora también según el Espíritu. Y quien vive en la carne, ora en la carne. Esta es una oración fría y pesada, sin frutos y sin el gozo del Espíritu. El gozo que brota de una conversión sincera a Cristo, a la Iglesia y a los pobres.

“Comienzo a ver cada día mejor a que se asemeja la vida en el Espíritu. Es verdaderamente una vida de milagros, de abandono a Dios que guía y enseña; de confianza en el poder del Espíritu para transformar la vida de los hombres de forma radical, una vida que es sin cesar, y cada vez más, es llenada por el amor creador y vivificador del Espíritu de Dios” (Ranaghan 93).

2. El culto en Espíritu y en Verdad.

El culto santo puede ir hasta Dios por Cristo, sacerdote único de la nueva y definitiva alianza, porque somos miembros de su cuerpo…un solo hombre nuevo…y todo ello en un solo Espíritu…porque todos nosotros judíos y griegos hemos sido bautizados en un solo Espíritu para formar un solo cuerpo (1 de Cor 12, 13) Y este cuerpo es un “templo santo en el Señor”. Llamado también a ser “casa de oración para todos los pueblos”. Lo anterior nos hace decir que el  “Culto en Espíritu y en Verdad” es el que damos al Padre, en Cristo por el Espíritu Santo.

3. La oración como don de Del Espíritu

Lo primero que debemos pedir a Dios es el don de la oración: “Señor abre mis labios y mi boca proclamara tu alabanza.” (Sal. 51, 17). El don de la oración sé nos es dado con el don del Espíritu Santo. Es Él, quien hace la verdadera oración en nosotros (Rm 8, 26). En la recomendación que nos hace Jesús, nos dice: “Si ustedes siendo malos dan cosas buenas a vuestros hijos mayor mente el Padre qué está en los cielos dará el Espíritu Santo a quien se lo pida.”(Lc 11,13).

El Espíritu Santo está dentro de nosotros pues ha sido dado a nuestros corazones al recibir la justificación por la fe en Jesucristo (Rm 1, 1-5). El Espíritu nos hace hijos de Dios (Ef 1, 5) porque él es el Espíritu del Hijo, y porque él,  mora en nosotros podemos orar como hijos de Dios. Escuchemos a Pablo decirnos esta hermosa verdad.

  • El Espíritu clama en nosotros: “ABBA”, Padre ( Gál. 4, 6) y da testimonio de que ya somos hijos de Dios (Rm 8, 14ss)
  •  “Y él que nos marcó con su Sello, nos dio en arras el Espíritu en nuestros corazones (2 Cor. 1, 22).
  •  “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones, con el Espíritu Santo que se nos ha dado” (Rom 5,5).
  • .”Recitad Entre vosotros salmos, himnos y cánticos inspirados; cantad y salmodiad en vuestro corazón al Señor”. (Ef. 5, 19) ”Qué Cristo habite por la fe en vuestros corazones; dando gracias siempre y en todo lugar a Dios Padre” (Ef 3, 17).

Orad es pensar en Dios amándole. (Carlos de Foucauld). Dios uno y Trino ha derramado su amor en nosotros para atraernos hacía Él con cuerdas de ternura y con lazos de misericordia (Os 11, 1-5). Es Él quien hace nacer en nosotros los deseos de la oración, prepara los canales que van al corazón, quita los obstáculos que impiden que  su Gracia llegue nosotros y hace que de nuestro interior brote la alabanza, la acción de gracias y la oración (cfr Flp 2,13).

4. Condiciones de una verdadera oración

  1. La condición esencial para una verdadera oración es que se amé a Dios que se nos da a conocer y permanece siempre más allá, incognoscible.
  2. Qué Dios sea verdadera mente una persona viva para nosotros, el pensamiento mas importante de nuestra vida.
  3. Que nuestra vida sea referida y ofrecida a Dios continuamente para que nuestro culto pueda ser el “culto espiritual” que nos pide Jesús (Jn 4, 24), Pablo, (Rom 12, 1) y Pedro (1 de Pe 2, 5).
  4. Huir de la agitación superficial, de la diversión, de las mil ruidos ofrecidos por el medio ambiente (2 Pe 1, 4).
  5. Pasar de la muerte a la vida y de las tinieblas a la luz (Ez 37, 12ss; Ef 5, 7-8).

5. Lo que todos debemos saber sobre la oración.

  1. Orad en el Espíritu. (Jds 1, 20).
  2. Dejaos llenar por el Espíritu…(Ef 5, 18-20)
  3. Cantad en vuestros corazones a Dios… (Col 3, 16-17)
  4. El Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad… (Rom 8, 26)
  5. El Espíritu Santo clama en nosotros Abbá Padre…(Ga. 4,4,; Rom 8, 15)

6. Qué nuestra oración sea como la de Jesús.

Para que la oración sea “comunión con Dios” y “comunión con su voluntad”. Para que pueda él ser reconocido como Dios de nuestras vidas, nuestra oración tiene que ser como la de Jesús: “Que no se haga mi voluntad sino la tuya” (Jn 4, 34). Hacer de la voluntad de Dios la delicia de nuestra vida. Esto solo puede ser posible si el mismo Espíritu de Dios hace nacer en nosotros los deseos de Dios y acude en nuestra ayuda ya que nosotros no sabemos orar como conviene.(Rom 8, 26). Todo lo anterior sólo puede entenderse a la luz del “Nuevo nacimiento” del cual habló Jesús a un fariseo llamado Nicodemo (Jn 3, 1-5). Nacer de lo Alto, nacer de Dios por la fe en Cristo Jesús y el Bautismo (Mc 16, 15- 16).

7. Orar como hijos de Dios.

El cristiano que tiene el Espíritu Santo, es ya hijo de Dios, y por lo tanto, ha de orar como hijo. La confianza filial es hija del don de Piedad que nos ayuda a sabernos amados, perdonados y reconciliados con Dios, Padre amoroso y Misericordioso. Recordemos las enseñanzas de Jesús sobre la oración:

  1. Cuando oréis no seáis como los hipócritas que gustan de orar en las sinagogas y por las calles. Con el fin de ser honrados por los hombres” (Mt 6, 2. 5)
  2. Y al orar no charléis mucho como los gentiles, que se figuran que por su palabrería van a ser escuchados.(Mt 6,7)
  3. “No todo el que me dice Señor, Señor, entra en el reino de mi Padre. (Mt 7, 21)
  4. Cuando te pongas a orar, entra en tu aposento, y, cerrando la puerta, ora tu Padre que está en lo secreto” (Mt 6,6,).

8. La Oración del Padre Nuestro.

Jesús, Maestro por excelencia de oración, nos ha propuesto “el Padre nuestro” como la “Oración en el Espíritu que los hijos de Dios” podemos hacer siempre y con la confianza de ser escuchados: “Padre nuestro que estás en los cielos. Santificado sea tu Nombre….Venga a nosotros tu reino….Hágase tu voluntad….Así en la tierra como en los cielos”.

Padre nuestro que estás en los cielos. Es la oración de los que han renacido de nuevo, de la Voluntad de Dios por un nuevo nacimiento. La mejor oración que alguna vez podamos hacer es rezar el “Padre nuestro” con espíritu filial, y a la misma la vez, con espíritu fraterno; Dios es Padre de todos los que se saben hermanos de los demás, especialmente los menos favorecidos

Santificado sea tu Nombre. Dios es Santo, y en su corazón de Padre bondadoso existe el deseo de santificar  a los hombres: Por esa razón envió a su Hijo al Mundo; Jesús nos amó y dio su vida por nosotros, luego nos envió el Espíritu Santo, dándose en él a nosotros, para que lo amemos y vivamos en su voluntad. La voluntad de Dios es nuestra santificación. Por eso no basta con decir que estamos unidos a Cristo, hemos de estar también unidos a su voluntad. Que digamos con Jesús: “Que nuestro alimento sea hacer su voluntad y llevar a cabo su obra” (Jn 4, 34)

Venga a nosotros tu reino. Al sumergirnos en la voluntad del Padre su reinado se inicia en nuestra vida. Un reinado de amor, de paz y de justicia, en el cual Cristo es Capitán, Jefe y Centro de nuestra vida. Entonces nos unimos a  Pablo y con él decimos: “No vivo yo, es Cristo quien vive en mí” (Gál 2, 19-20) En el reino de Dios nadie vive para sí mismo y nadie se pertenece a sí mismo. Se vive para el Señor y se pertenece a Él. (cnf 1 de Cor 3, 21)

Hágase su voluntad así en la tierra como en el cielo. “No todo el que me diga Señor, Señor, entrará en el reino de mi los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mt. 7, 21) No basta con rezar ni con hacer algunos actos de piedad. La vida de los cristianos es vida cristiana; vida en el Espíritu; es vivir según Dios. El profeta Miqueas nos describe el estilo de vida que Dios nos propone: “Se te ha hecho saber  hombre lo que es bueno, lo que Yahvé quiere de ti: tan solo respetar el derecho, amar la lealtad y proceder humildemente con tu Dios (Mi 6, 8). En el nuevo testamento este estilo de vida queda testimoniado por el seguimiento de Jesús y encuentra su plenitud en el Mandamiento Regio; “Amaos los unos a los otros…” (Jn 13, 34).

Dadnos el pan de cada día. Es la cuarta petición, al decir "danos", expresamos, en comunión con nuestros hermanos, nuestra confianza filial en nuestro Padre del cielo. "Nuestro pan" designa el alimento terrenal necesario para la subsistencia de todos y significa también el Pan de Vida: Palabra de Dios y Cuerpo de Cristo. Se recibe en el "hoy" de Dios, como el alimento indispensable, lo más esencial del Festín del Reino que anticipa la Eucaristía. (Catic 2860)

Perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a nuestros deudores. Esta petición implora para nuestras ofensas la misericordia de Dios, la cual no puede penetrar en nuestro corazón si no hemos sabido perdonar a nuestros enemigos, a ejemplo y con la ayuda de Cristo. (Catic 2862)

No nos dejes caer en tentación. Al decir: "No nos dejes caer en la tentación", pedimos a Dios que no nos permita tomar el camino que conduce al pecado. Esta petición implora el Espíritu de discernimiento y de fuerza; solicita la gracia de la vigilancia y la perseverancia final. (Catic 2863)

Y líbranos del mal. En la última petición, "y líbranos del mal", el cristiano pide a Dios con la Iglesia que manifieste la victoria, ya conquistada por Cristo, sobre el "Príncipe de este mundo", sobre Satanás, el ángel que se opone personalmente a Dios y a Su plan de salvación. (Catic 2864)

Con el "Amén" final expresamos nuestro "Fíat" respecto a las siete peticiones: Así sea, así es y así me comprometo. La auténtica oración no puede estar separada de la vida. La oración en el Espíritu está encarnada en la realidad de quien la hace. Con los pies sobre la tierra y la mirada en el Cielo. Con una mano se aferra a Dios y con la otra se toma de la mano de sus hermanos. Es la oración del hombre espiritual, el amigo de Dios y el hermano de los hombres que no se doblega ante las adversidades de la vida, sabe porque es testigo, que la oración es una batalla consigo mismo y con otras realidades espirituales.


El profeta Zacarías nos habla de una gracia de Dios: “Derramaré sobre la casa de David y sobre los habitantes de Jerusalén, el Espíritu de gracia y de súplica (Zac 12, 10). Hasta que se derrame sobre nosotros el Espíritu desde lo alto, nuestra vida será sequía, desierto: s´lo entonces, el desierto se convertirá en vergel y nuestro corazón será un manantial de agua viva (Jn 7, 39).


Oremos a María, la mujer orante, que interceda por nosotros para que el Padre, por los méritos de su Hijo derrame en nosotros un espíritu de oración y de arrepentimiento. Que el Espíritu Santo nos ayude a orar en la voluntad de Dios, especialmente a favor de los demás. Qué seamos los intercesores en la Iglesia que invocan las bendiciones de Dios sobre la humanidad necesitada del amor, la paz y la alegría del Señor.

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