VAYAN, PUES, Y ENSEÑEN A TODAS LAS NACIONES


“Vayan, pues, y enseñen a todas las naciones.”

  1. El relato Evangélico
En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea y subieron al monte en el que Jesús los había citado. Al ver a Jesús, se postraron, aunque algunos titubeaban. Entonces, Jesús se acercó a ellos y les dijo: «Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y estad seguros que yo estaré con vosotros día tras día, hasta el fin del mundo.» (Mt 28, 16-20)

  1. Explicación del texto.
“Vayan, pues y haced discípulos a todas las gentes” ¿Cómo hacer discípulos? El discípulo se hace en la escucha y en la obediencia de la Palabra de Cristo: “Permanezcan unidos a mi Palabra y serán mis discípulos” (Jn 8, 31). Quién y acepta a Jesús como Maestro, hace Alianza con él, debe aceptar pertenecer a su Maestro y al Grupo de Jesús. Por el bautismo somos injertados en el Cuerpo de Cristo, recibimos el Espíritu Santo para ser consagrados al Padre, al hijo y al Espíritu Divino. Guardar es poner en práctica, es compartir la experiencia, es amar, es servir. La fe y todos los dones de Dios crecen con el uso de su ejercicio. Viviendo la fe es como trasmitimos la experiencia de Dios. Jesús enseño a sus discípulos el “arte de amar y el arte de servir” (Jn 13, 14. 34-35),

¿Qué enseñaba Jesús a sus discípulos?

Los discípulos enseñaban lo que Jesús les ha enseñado a ellos: “El arte de vivir en comunión” con Dios, con los hombres, consigo mismo y con las cosas. Con Dios como sus hijos, con los demás como hermanos y con las cosas como amos y señores. Jesús enseñó con su vida y con sus palabras que Dios es un Padre que a todos ama y que a todos perdona. Jesús nos enseñó a distinguir entre el bien y el mal; también nos enseño a orar para pedir la protección contra el mal y para que el Reino de Dios venga a nosotros. Para Jesús no hay pecado que Dios no perdone y no hay enfermedad que Dios no pueda curar. Jesús enseña a sus discípulos cuál es la voluntad de su Padre…la pueden leer en el “Rostro de su Maestro”, escuchar en sus palabras y la pueden ver en las acciones liberadoras que Jesús realiza a favor de los hombres: “Quiero queda sano” (Mc 1, 40ss), “Tus pecados te son perdonados, vete en paz”, le dice Jesús a la mujer adultera (Jn 8, 11). Cada palabra y cada gesto de Jesús nos revelan la voluntad amorosa  y liberadora del Padre de toda misericordia, y del Dios de todo consuelo.

  1. El Gran envío.
Vayan y anuncien la Buena nueva a todos los hombres para que todos los pueblos conozcan la bondad del  Señor. Él ama a todos los hombres, y quiere salvarlos a todos, y que todos lleguen al conocimiento de la verdad” (2 de Tim 2, 4). Quien escucha la Buena Nueva y cree, entra en comunión de vida y de Alianza con Dios en Cristo y es llamado a hacerse “Comunidad de vida” con otros a quienes puede llamar hermanos en la fe. Esto es posible por la obra redentora realizada por Cristo desde la cruz: “Nos amó y se entregó por nosotros como hostia viva, santa y agradable a Dios” (Ef 5, 1s)

“Me ha sido dado todo poder en los cielos y en la tierra”. La Autoridad de Jesús viene de Dios.  El poder que el Señor Jesús ha recibido para realizar la Obra del Padre es la “Fuerza del Espíritu Santo para ser el Consagrado, el Ungido, el Santo de Dios. Ahora Cristo resucitado comparte la Misión a él confiada con los suyos. Así como el Padre me envió yo los envío a Ustedes: “Vayan y anuncien”“Háganlos mis discípulos. “Y bautícenlas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28, 20.

 “Todo el que crea y se bautice se salvará” (Mc 16, 16). La salvación es entrar en comunión con Dios en Cristo y con los demás.  Por el bautismo somos incorporados al Cuerpo de Cristo y revestidos de Cristo (Gál 3, 27). Recibimos el Espíritu de adopción que nos hace hijos de Dios (Ef 1, 5; Rom 8, 15) Por el bautismo morimos con Cristo y fuimos sepultados con él (Rom 6, 8) “Morimos con Cristo al pecado y vivimos para Dios” (cf Rom 6, 10). De manera especial el bautismo hace referencia a nuestra consagración a Dios: Padre, Hijo y  Espíritu somos del Señor, y por el bautismo entramos a formar parte de la Nueva Alianza, para ser de Cristo y para Cristo. Le pertenecemos lo amamos y le servimos; por lo que somos y hemos de vivir como ministros de la Nueva Alianza, consagrados a Él, en favor de la humanidad.

  1. Las Obras de Cristo.
“Y enseñándolas a cumplir todo cuanto yo les he enseñado”.  Cumplir es poner por obra; es hacer las obras que el Hijo ha realizado en nombre del Padre. Jesús ha mostrado al mundo el Rostro de misericordia, de verdad, de amor, de perdón de libertad de su Padre querido. Razón por la que Jesús nos dice: “El Padre siempre me escucha, porque yo siempre hago lo que a él le agrada” (Jn 14, 31) El gozo de Jesús fue en esta vida hacer la voluntad de Dios: por un acto de obediencia de Cristo al Padre y por acto de amor de Cristo a los hombres, hemos sidos salvados.

Las obras de Jesús están llenas de compasión y de ternura. San Juan lo dice todo con una frase: “Habiendo amado a los suyos los amó hasta el extremo” (Jn 13, 1) “Hasta la muerte de Cruz”. Nada ni nadie queda fuera del abrazo de Dios; nadie es excluido… “Todo el que tenga sed, venga y beba gratis del agua de la vida” (Apoc 22, 17) “La voluntad del Padre es que todo el crea en el que él ha enviado tenga vida eterna y yo lo resucitaré en el último día” (Jn 6, 39-40) En Jesús y por Jesús los hombres entramos en la edificación del Nuevo Templo espiritual para ofrecer a Dios oraciones y sacrificios a favor de los demás y para la gloria de Dios Padre: “Mi casa será llamada casa de oración”. La primera carta de Pedro lo expresa diciéndonos. “Pero vosotros sois linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido, destinado a anunciar las alabanzas de Aquel que os ha llamado de las tinieblas a su admirable luz; vosotros, que si en un tiempo no fuisteis pueblo, ahora sois Pueblo de Dios: ésos de los que antes no se tuvo compasión, pero que ahora son compadecidos”.

  1. Los frutos de la Palabra.
El primer fruto es la “nueva creación” “hombre nuevo justificado por la fe” (Rom 5, 1; 2 Cor 5, 17) Lo que nos lleva a ser “Casa de oración” o “Casa de Dios”. Esto implica dejar de ser “Cueva de ladrones” Dejar de realizar las obras de la carne para poder hacer las buenas obras u “obras de la misericordia”. Las obras de la carne son: fornicación, adulterio, robos, asesinatos, avaricias, maldades, fraudes, libertinaje, envidia, injuria, insolencia, insensatez. Todas estas perversidades salen de dentro y contaminan al hombre (Mc 7, 22-23; cf Gál 5, 16-19)) Las obras de la carne son manifestación de una vida no conducida por el Espíritu Santo, y por lo tanto vivida al margen de Dios.

Las obras de la fe llamadas también “Frutos del Espíritu”, son entre otras: Amor, alegría, paz, magnanimidad, afabilidad, bondad, confianza, mansedumbre y dominio de sí. (Ga 5,22) Bondad, justicia y verdad (Ef 5, 9) El paso de las obras de la carne a las obras del Espíritu pasa necesariamente por la “Cruz del discípulo”. Porque he creído en Jesús y en su amor, renuncio a salvarme a mí mismo, acepto la voluntad de Dios y me someto a ella para entrar en la “Muerte de Cristo” negándome a mí mismo para dar muerte al hombre viejo y dar vida al hombre nuevo, dar vida a la familia o los miembros del Cuerpo de Cristo. Sólo entonces podré decir con san Pablo: “Mi naturaleza humana esta crucificada con Cristo” (cfr Gál 5,25).

Todas las obras de misericordia están inspiradas en el Evangelio: “Vengan benditos de mi padre y reciban en herencia el reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver”. (Mateo25, 31- 46). “Vestir al desnudo” “Dar de comer al hambriento” “Dar de beber al sediento” “Dadles vosotros de comer”. No basta con decir “yo creo”, “yo tengo fe”, “Cristo es mi Salvador”, recordemos las palabras de la Escritura: “la fe sin obras está muerta” (St 2, 14) De Jesús la Escritura dice: “Se pasó la vida haciendo el bien y liberando a los oprimidos por el Diablo” (Hech 10, 38).  

  1. “Yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo”
Jesús vuelve al Padre de donde vino. Estuvo entre los hombres, realizó la obra del Padre, se va, pero se queda con nosotros…esa es su promesa. ¿Dónde encontrarlo? Cuando un hombre se consagra al Señor, ahí está él animando y motivando, dando ánimo: “No tengas miedo” “Si se puede” “Yo estaré contigo”. Otras veces nos defiende contra los espíritus que no vienen de la fe (Rom 14, 23) Cuando se renuncia al pecado a los vicios, el Jesús vivo es quien hace nacer en nosotros los buenos deseos y nos da la fuerza para realizarlos (Flp 2, 13) El mismo espíritu de Jesús resucitado es quien nos guía y nos invita hacer Alianza con él para que hagamos la “Opción fundamental” por Cristo. Para que tomemos la “Firme determinación” de pertenecerle, amarlo y seguirlo.

  1. Lugares de encuentro.
El lugar señalado por Jesús: donde su familia: “Dónde dos o tres se reúnen en mi Nombre yo estoy en medio de ellos” (Mt 18, 20) Lo encontramos en su Palabra, leída y meditada con fe, esperanza y amor. También Jesús se hace presente en la Liturgia de la Iglesia, es decir, en cada Sacramento, de modo especial en la Eucaristía y en la Reconciliación. Jesús está presente cuando se hace oración en su Nombre, individual o comunitaria (cf Mt 18, 19). Pero también lo encontramos en el encuentro con todo hombre; especialmente en los menos favorecidos, los pobres. Otro modo muy especial para encontrarnos a Jesús cuando hacemos apostolado: en la visita a los enfermos, a los presos, a los marginados, a los que sufren; cuando servimos al Señor como catequistas, evangelizadores y en cualquier obra en bien de los demás, su promesa de estar con nosotros es una realidad. El Dios hecho hombre es Fiel y cumple sus promesas…no tengamos miedo…no estamos solos, Él está con nosotros. “Todo lo puedo en Cristo Jesús que me fortalece” (Cf Flp 4, 13)

  1. Aplicación a nuestra vida
  • Como creyentes estemos abiertos a la misericordia de Dios, que “tanto amó al mundo, que envió a su único Hijo, para que todo el crea en El no se pierda” (Jn 3, 16).
  • Confiados en ese amor, los hombres regresamos arrepentidos hacia Dios, pidiendo perdón por nuestros pecados, seguros que por nuestra conversión, y por la inmensa misericordia del Padre, serán olvidadas todas nuestras culpas.
  • Y a la misma vez,  nos abrimos a la acción de toda obra de misericordia. La lógica del Evangelio nos pide para hacer las obras de la fe, dejar de lado las obras de la carne (1Ts 1, 9).
  • Quitarse el traje de tinieblas para ponerse el traje de luz y realizar las obras de la luz (Ef 5, 8-9) El Señor, primero, y la lógica de la razón, nos enseñan: “No se puede servir a dos amos”.
  • Como discípulos vigilantes“Vigilad y orad para no caer en tentación” (Mt 26, 41) Estar atento a nuestros mociones y sentimientos, vigilando nuestras actitudes y comportamientos para no caer el un activismo enfermizo y desenfrenado. Con la disponibilidad de hacer siempre la voluntad de Dios y con la disponibilidad de salir a buscar en encuentro con los pobres y necesitados del Evangelio.


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