LAS VIRTUDES TEOLOGALES.





INTRODUCCIÓN AL TEMA.

El presente ensayo titulado “Las Virtudes Teologales” tiene como finalidad ofrecer a los bautizados una idea cierta y amplia de lo que exige la vivencia de nuestra fe cristiana-católica. 

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Podemos ver que somos muchos los católicos que a partir de nuestro bautismo hemos dado por hecho que tenemos fe, sin embargo, la realidad de nuestro entorno hoy revela que nuestra vida está alejada de lo que es la fe cristiana. Tal vez esta apreciación equivocada se debe a la creencia arraigada de que tenemos fe porque Dios nos ha hecho un milagro; porque vamos a misa o rezamos un rosario o tenemos algunas devociones. Estos actos, por el hecho de realizarlos al margen de una fe viva, auténtica e iluminada por la caridad, no llevan al hombre a la experiencia del encuentro con Cristo, encuentro que transforma profunda y radicalmente el corazón del ser humano; sino que nos mantienen en un letargo de tibieza espiritual de la cual urge despertar; abandonar Egipto, cruzar el Desierto y llegar a la Tierra de Vida que es el Señor.

La fe es un regalo de Dios que lleva al hombre a la vida en el Señor, la cual nos pide responder a su Amor infinito, manifestado en la persona de Nuestro Señor Jesucristo (Jn. 3, 16). La fe hecha experiencia de Amor lleva al cristiano a ser fiel mediante la obediencia a la palabra de Dios, (Stgo. 1, 22). Palabra que al ser escuchada y puesta en práctica proyecta al cristiano hacia su realización como persona, como hijo de Dios, hermano y servidor de los demás.








PRÓLOGO
Se pretende por medio de este trabajo ayudar a los laicos a descubrir quiénes somos, quién es el hombre y qué está llamado a ser, a la luz de la fe cristiana. Para profundizar en el conocimiento personal según el hombre de la Biblia; queremos sembrar la semilla de fe, otras veces regarla; unas veces más despertar en algunos, la fe dormida y en otros sacudirla para ponerlos en camino.

Recordamos las palabras de Pablo: unos siembran y otros riegan, pero es Dios el que hace crecer en el corazón de los hombres que creen y se abren a la acción del Espíritu Santo y se dejan conducir por él. Lo que nos hace decir y aceptar la fe como un don gratuito e inmerecido de Dios, pero, además, como la respuesta que los hombres damos a la acción amorosa del Señor a favor de la humanidad.

La fe es respuesta a la Palabra de Dios, Palabra que llama constantemente a los hombres, no sólo para ayudarlos a madurar en la fe, sino también como personas, nos hace  responsables, libres y capaces de amar. El cultivo de la fe es a la vez cultivo del corazón y de todo lo bueno que Dios por amor ha puesto en el interior de los seres humanos. Santiago en su carta nos avisa: Una fe sin obras, es estéril, infecunda e infructuosa; es decir, una vida convertida en caos, en vacío, en frustración que generan frutos de muerte.

Me propongo presentar la vida de la fe como la adhesión a la persona de Jesús y no solamente como la aceptación de las verdades reveladas por la Sagrada Escritura. La fe es mucho más que una creencia, es el Don de Dios por el cual entramos en comunión con la vida Trinitaria; es la vida que el Padre nos ofrece en Cristo; es el poder de Dios que actúa en el interior del creyente para que remueva la basura espiritual de  mente y corazón, para que se pueda vivir en la verdad, practicar la justicia, caminar en libertad, ser amable, generoso, servicial, hasta llegar a la Plenitud en Cristo.

La vida me ha llevado a descubrir que el mayor acto de amor que le podemos hacer a una persona, no es darle cosas, sino, ayudarle a iniciar el proceso de la fe que lleva a una vida plena, fértil y fecunda en frutos buenos para sí mismo y para los demás. La experiencia de la fe nos dice que Dios estaba en el inicio, a lo largo del recorrido y al final de la meta. La semilla, el fruto y la meta de la Fe se identifican con la Persona de Jesús, el Cristo de nuestra fe, el Salvador de todo el hombre y de todos los hombres. Hoy, como en los tiempos del Evangelio hay hombres que quieren conocer a Jesús, y no sólo saber de Él, sino, también amarlo y servirlo. Urge entonces la educación sólida, permanente y sistemática en la fe.

El conocimiento de la fe es más urgente que cualquier otra clase de conocimiento. Descuidar la educación en el conocimiento de Cristo y de su Evangelio es señal de una grave ingratitud. Todo creyente debería comprender la importancia de una formación permanente, pero, especialmente los catequistas, evangelizadores, sacerdotes y servidores en cualquiera que sea el área de la Pastoral en la que colaboren en la Iglesia. Existe la necesidad de educar en la fe a los adultos. No es  suficiente con la homilía que se escucha en la Misa. Se requiere reservar tiempo, energías, esfuerzo personal y compartirlo con otras personas para testimoniar y crecer en la fe.

Jesús, Maestro y Señor con toda autoridad dijo a los judíos que habían creído en Él: “Permanezcan en mi Palabra y serán mis discípulos, conocerán la verdad, y la verdad los hará libres” (Jn 8, 31-32). Sabemos que el “Misterio de la fe” es inabarcable e infinito, mientras que nuestras capacidades de comprensión son limitadas y finitas, no obstante, también sabemos que la condición para crecer en la fe y en su conocimiento, es necesario la dedicación profunda al conocimiento de la verdad, tal como Pablo lo recomienda a su discípulo Timoteo: “Hijo mío, mantente fuerte en la gracia de Cristo Jesús, y cuanto me has oído en presencia de muchos testigos confíalo a hombres fieles, que sean capaces, a su vez, de instruir a otros” (2 Tim 2, 1-2). Y que su a vez instruyan a otros.

El Apóstol invita al discípulo a perseverar en la enseñanza de la fe: “Tú en cambio persevera en lo que aprendiste y en lo que creíste, teniendo presente de quienes lo aprendiste. Recuerda que desde niño conoces las Sagradas Letras, ellas pueden proporcionarte la sabiduría que lleva a la salvación mediante la fe en Cristo Jesús. Toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para argüir, para corregir y para educar en la justicia, así el hombre de Dios se encuentra religiosamente maduro y preparado para toda obra buena” (2 Tim 3, 14- 17).

Descuidar la educación de la fe, es un verdadero crimen, ya que la ignorancia religiosa es la causa de que muchos hombres y mujeres en la Iglesia se pierdan. Con palabras de la Madre Teresa decimos: La ignorancia de Dios es causa de condenación de muchos. Ya San Jerónimo lo había dicho: El que no conoce la Palabra, no conoce a Cristo.

¿Para qué profundizar en la fe? Recuerdo que en los días del seminario a uno de mis maestros de Teología, lo escuché decir: “El pueblo pobre y sencillo tiene el derecho que se le enseñen las verdades que la Iglesia, madre y maestra enseña, y no sólo a los teólogos”. Y no hacemos referencia al conocimiento intelectual, sino también, tal como lo presenta san Juan: Como una captación amorosa existencial: “Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado Jesucristo” (Jn 17, 3). El conocimiento existencial abarca a la totalidad de la persona: mente, voluntad, memoria y afectos.
Quienes buscan el conocimiento de la fe han de tener presente que éste es, sólo una parte integral de la experiencia de fe, y que jamás, debe de ser vivido al margen de la experiencia histórica. Como también se debe entender: que, saber por saber, sólo hincha, lo que edifica es el amor. Saber para compartir nos lleva a la integridad de fe y vida; unidad indestructible entre la verdad y la bondad que llevan a la práctica de la justicia para otorgar al hombre una “conciencia moral”, sostenida y alimentada por la “Virtudes Teologales”.

Todo cristiano que quiera tomar en serio su crecimiento en la fe, ha de tener presente la unidad entre el Anuncio, la Moral o vida cristiana y la Liturgia (el culto), tanto sacramental como existencial. El alma del culto cristiano es la Eucaristía, fuente y culmen de todo apostolado, de toda acción evangelizadora. La armonía de los tres: Anuncio, Moral y Culto garantizan la armonía y la autenticidad de vida.

En las siguientes lecciones pretendemos iluminar la dimensión existencial que nos permita alcanzar una vida digna y agradable a Dios en beneficio personal, familiar y comunitario. Una vida que llevada a su madurez nos permita vivir en comunión con Dios, como hijos, con los demás como hermanos, con la naturaleza como amos y señores, y con todos como servidores.
























































1.        Las Virtudes Teologales

Las Virtudes Teologales, son el camino para apropiarnos de los dones que el Padre nos da en su Jesucristo, y a la vez son el modo de cómo Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo habitan en nuestro corazón.

Objetivo: Dar a conocer la importancia de la virtudes teologales para llegar a tener una vida empapada de Dios como único camino para conocer, amar y servir al Señor en esta vida.

Iluminación. “El que permanece en mí y yo en él; ese da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada”, “permanezcan en mi amor, como yo permanezco en el amor de mi Padre (Jn 15, 5. 8). Permanecer en las manos del Padre es una condición de la fe cristiana. Lo anterior significa permanecer en la Verdad, en la Justicia, en la Libertad, en el Amor, con la mente, la voluntad y el corazón orientados hacia Dios.

 1. ¿Cómo vivir en comunión con Dios?

El Espíritu Santo es el Espíritu de la Comunión. En Él, podemos vivir unidos con el Padre, con el Hijo y con todos los miembros del Cuerpo Místico de Cristo. Cristo vino, no solo a salvarnos, sino también a traernos a Dios: “Vengo para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10, 10). Esta hermosa verdad que nos presenta la misma Sagrada Escritura nos da la respuesta que necesitamos saber: Por la Fe, (Ef 3, 17); la Esperanza (1Jn 3, 3), y la Caridad podemos vivir la comunión con Dios (1Jn 4, 7). Puesto que Él habita en nuestros corazones por medio de las Virtudes Teologales que ha infundido en nuestro interior, de manera que el cristiano es llamado: “Templo y Sagrario de Dios”. Cristiano maduro es el que vive de la Fe, la Esperanza y la Caridad. La madurez en la fe nos pide conocer y cultivar las virtudes morales.

Las virtudes morales o cardinales nos ayudan a purificar el corazón de las impurezas del pecado  (Jer 15, 7), mientras que las virtudes teologales nos ayudan a crecer en la Gracia de Dios. Virtudes como la prudencia, la justicia, la verdad, la bondad, la templanza y la fortaleza son esenciales y fundamentales para dar consistencia a la estructura humana y para crecer como personas. Mientras que la fe, la esperanza y la caridad nos ayudan a alcanzar la perfección cristiana y a poseer en prenda de esta vida los bienes eternos.

2. ¿Qué son las Virtudes Teologales? La Sagrada Escritura nos dice: La fe es garantía de lo que se espera; la prueba de las realidades que no se ven, pero que ya poseemos, en esperanza (cfr Heb 11, 1). “Todo el que tiene esta esperanza se hace puro como Él es puro” (1Jn 3, 1). “Todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios” (1 Jn 4, 7).

V  Son el camino para vivir en Comunión con Dios, conocerlo amarlo y servirlo en esta vida y después la gloria eterna. Se trata de una unión interior con el Señor: “Qué Cristo habite por la fe en vuestros corazones” (Ef 3, |7) “Vosotros soís templos del Espíritu Santo”. “Porque nosotros somos templo de Dios vivo, como dijo Dios: Habitaré en medio de ellos y caminaré entre ellos; yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo” (2 Cor 3, 16).

V  Son dones de Dios y respuesta del hombre, como todos los otros dones que recibimos de la bondad de Dios. Todo lo que de bueno y noble haya en nosotros es un don de Dios. Son Gracia, que sólo puede ser fecunda con nuestra cooperación.

De lo anterior podemos decir que las virtudes teologales son el medio y el camino para acercarnos a Dios y para apropiarnos de todo lo que el Padre en su infinita misericordia desea comunicarnos en Cristo Jesús.

Jesús dice a los suyos: “Nadie puede venir a mí, si mi Padre no lo atrae” (Jn 6, 65 ) “Ustedes no me eligieron a mí, he sido yo quien los eligió a Ustedes” (Jn 6, 70 ) Tanto la Fe como la Esperanza y la Caridad son dones gratuitos que Dios infunde en el alma de los creyentes para que podamos conocerlo, amarlo y servirlo en esta vida. Podemos pedirlos, sin miedo, Dios está dispuesto a escucharnos y a darnos lo necesario para nuestra salvación. El mismo Señor Jesús nos ha dicho: “Pedid y recibiréis” (Mt 7, 7ss).

Todo lo que de bueno tenemos, es gracia de Dios: “¿Que tenemos de bueno que no lo hayamos recibido de Dios?” (1 Cor 4, 7). San Juan nos dice: “Todo don perfecto viene de Dios, de lo alto” (cfr Jn 3, 27).El Señor nos eligió, aún a pesar de que somos pecadores y de que hacemos cosas malas. Con las palabras del Apóstol entendemos lo anterior: “La prueba de que Dios nos ama, es que siendo nosotros pecadores, Cristo murió por nosotros” (Rm 6, 5).

Las virtudes Teologales constituyen el dinamismo de la vida cristiana. Todos los aspectos de la vida de piedad persiguen un solo fin: Crecer en las Virtudes Teologales, sin las cuales el hombre se encuentra en situación de desgracia.

Son el camino para alcanzar la perfección cristiana y nuestra configuración con Cristo. El cristiano no busca “éxitos”, sino dar frutos de vida eterna: “Si el grano de trigo que cae en tierra, no muere, estéril se queda” (cfr Jn 12, 24). El fruto de las Virtudes Teologales es el “hombre nuevo” que vive de Dios para los demás.

La Fe engendra la Esperanza, y ésta, posibilita y favorece el despliegue de la Caridad. La Fe es la raíz de nuestra salud y liberación; de ella nace todo un proceso de vida que constituye la curación de muerte creada por el pecado. Este dinamismo es fruto de la gracia y obra del Espíritu Santo, pero, sin lugar a dudas necesita de la cooperación de nuestra voluntad. En todo acto de Fe, Esperanza o Caridad el cristiano es ayudado por el Espíritu que viene en ayuda de nuestras debilidades (Rm 8, 26). Dios para manifestar su Gracia, nos pide un corazón pobre; es decir, nos pide reconocernos débiles y frágiles (2Cor 12, 9ss).

3.  Significado del término virtud. La palabra virtud viene del latín “virtus” que significa: vigor, fuerza, poder. Se trata del poder de Dios que actúa en nuestros corazones y fortalece nuestras rodillas vacilantes. La exigencia fundamental de la fe es creer que la “justicia” de Dios se ha manifestado en Cristo Jesús, nuestro Salvador. Al hablar de la justicia de Dios se hace referencia al amor, la bondad, la misericordia, el perdón que Dios ha manifestado en Cristo, el Hijo amado del Padre. Somos salvados por la fe en el Hijo de Dios y no por nuestra justicia.

V  Con el poder de la fe podemos arrancar árboles y plantarlos en el mar”. Esto significa cambiar nuestra manera de pensar pesimista por la manera de pensar de Cristo Jesús.

V  Podemos caminar sobre las aguas y no hundirnos. Caminar sobre el agua significa “Vencer el Mal”. “¿Quién es el que vence al mundo?” (1Jn 5,  5).

V  Podemos caminar sobre las nubes; es decir, podemos caminar en el poder de Dios para realizar toda obra buena. Camina sobre las nubes el que ama, quien hace el bien.

La Sagrada Escritura nos dice que para “El creyente todo es posible” (cf Mt 21, 18-22). Pablo es testigo de esta hermosa verdad cuando exclama: “Todo lo puedo en Aquel que me conforta” (Fil 4, 13). Por la fe de “apropiación” damos el salto que nos lleva al conocimiento de Dios y de su poder transformador: El paso de una vida mundana y pagana a una “vida nueva” que se vive en “El abandono en las manos de Dios”. Todo es posible para el hombre que se encuentra en las manos de Dios y pone en Él toda su confianza. Solo en las manos del Padre podremos llegar a tener el “Corazón de Cristo”. Esa es nuestra feliz “Esperanza” llegar a tener los mismos sentimientos de Cristo Jesús.

 La virtud de la esperanza pide de nosotros la “pobreza de espíritu”. Reconocer la pobreza de nuestra justicia, de nuestras obras para que aparezca en nuestros corazones la humildad, semilla de la esperanza, sin la cual no veremos cambios en nuestra vida. La esperanza cristiana guía nuestras vidas por los caminos de Dios; nos lleva de la esclavitud a la libertad; del odio al amor a Dios y al prójimo; del pecado a la gracia.

La fe constituye el principio de la salvación de los hombres y es la primera de las virtudes sobrenaturales por la cual, con la ayuda de la gracia de Dios, creemos que son verdaderas las cosas que él nos ha revelado para el bien de toda la humanidad. En la oración sacerdotal el Señor Jesús nos revela el objeto de la Revelación: Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti y a tu enviado Jesucristo (Jn 17, 3). El “camino” de este conocimiento son la Virtudes Teologales: La fe, la esperanza y la caridad. “La fe es la certeza de lo que se espera, de las realidades que no se ven (Heb 11, 1).

4. El acto de fe: Creo en ti Señor Jesús“.

Nadie, puede decir: Jesús es Señor, si no es ayudado por el Espíritu Santo” (1Cor 12, 3). En todo acto de fe, de esperanza y de caridad el Espíritu Santo nos asiste, nos ayuda para que nuestra vida sea conducida según Dios.

Todo acto de fe, esperanza o caridad son fruto de la acción de Dios y nuestra colaboración. Son actos saludables necesarios para la salvación, y para todos estos actos es necesaria la gracia de Dios, y por tanto, son sobrenaturales, es decir, son actos de la gracia. Así la Fe es el asentimiento que damos a lo que Dios dice, puesto que sabe y dice la verdad. En verdad, en verdad les digo: “nosotros hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto” (Jn 3, 11).

Un verdadero acto de fe, es a la misma vez un acto de esperanza y un acto de amor a Dios y al prójimo: Porque creo en el Señor Jesús, renuncio al pecado para vivir en la libertad de los hijos de Dios (Gál 5, 1). Eso mismo lo podemos decir de otra manera: Porque amo al Señor y amo mi sacerdocio, renuncio al poder, al tener y a  los placeres de la carne que deshumanizan y despersonalizan.

Cuando así es, el creyente manifiesta en sus actos de fe, esperanza y caridad la aceptación de la “voluntad de Dios” revelada en las Escrituras: «El que cree en mí, no cree en mí, sino en aquel que me ha enviado;...» (Jn 12, 44). La obediencia de la fe: creer a Dios nos pide aceptar la voluntad de Dios: nuestra fe en su Hijo Amado para tener vida eterna (cfr Jn 6, 39) En el mismo Evangelio de San Juan el Señor nos hace una invitación: “Creen en Dios, creen también en mi” (Jn 14, 1). Creer en Jesús es entrar en la Nueva Alianza, sellada con la “Sangre del Cordero” para entrar en comunión con Dios y con todos los miembros del Cuerpo de Cristo. Si aceptamos el testimonio de los hombres, mayor es el testimonio de Dios, pues este es el testimonio de Dios, que ha dado acerca de su Hijo (1Jn 5, 9). No obstante lo anterior, nuestro asentimiento a la fe divina es esencialmente obscuro,... pues caminamos en la fe y no en la visión... (2Cor 5, 6). Creemos para después entender.












2.        Origen y crecimiento de las Virtudes Teologales.

El origen y crecimiento de las virtudes. Del Encuentro con Jesucristo a la solidaridad con todos. En la escucha y en la obediencia a la Palabra de Dios encontramos la salvación anhelada.
Objetivo: Mostrar que las virtudes teologales son manifestación de la gratuidad de la fe como don inmerecido que viene de lo Alto para que el cristiano pueda vivir como hijo de Dios y hermano de los demás.

Iluminación: “El que conoce mis mandamientos y los guarda, ese es el que me ama, y a ese lo ama mi Padre, y yo también lo amo, y venimos y nos manifestamos en él” (cfr Jn 14, 21).


1.          El origen de las Virtudes Teologales.

Las Virtudes Teologales nacen y crecen en el corazón del hombre gracias a la pedagogía del Espíritu Santo y a la cooperación de la voluntad humana. No podemos provocar la aparición y el crecimiento de ninguna de ellas. Nuestras recetas no son válidas sin la acción del Divino Espíritu. “El viento sopla donde quiere”  (Jn 3, 8). Sin embargo, la Sagrada Escritura nos recuerda el origen de la Fe: “La fe viene de lo que se escucha, y lo que se escucha es la palabra de Cristo” (Rm 10, 17). El mismo Jesús dice a los judíos que habían creído en él: “Permanezcan unidos a mi Palabra y seréis mis discípulos, conoceréis la verdad y la verdad os hará libres” (Jn 8, 31-32). El origen de la fe es la Evangelización que nos lleva al conocimiento de la Verdad (cfr 2Tim 2, 4).

2.          Lo primero: Creer en Jesús.

“La Fe viene de lo que se escucha, la Palabra de Cristo” (cfr Rm 10, 17). La semilla del Reino es la Palabra de Dios, portadora de la unción del Espíritu Santo, (Jn 16, 8) que cuando es aceptada como Palabra de Dios,  su primer trabajo es llevarnos a la “muerte” (Reconocimiento de nuestras miserias; al arrepentimiento y a la conversión a Cristo, para que pueda darse el nuevo nacimiento (cfr Jn 16, 7-9).

La fe  es una llamada de Dios que nos invita a la conversión y por ende a la santidad. La misma fe es conversión; es la vuelta a Dios y a su reino.  La Virtud Teologal de la fe, nace en la escucha de la Palabra y crece en la obediencia a la Voluntad de Dios, expresada y manifestada en los Mandamientos, especialmente, el Mandamiento del Amor (Jn 13, 35). No esperemos un crecimiento automático y rápido, sino lento y progresivo, como el del “grano de mostaza” que siendo la más pequeña de las semillas del huerto, cuando nace y crece, llega a ser un árbol grande que cobija a muchos bajo sus ramas (cfr Mc 4, 31).

3.          Lo segundo: esperar en Jesús.

El Encuentro con Cristo en la fe, nos llena de Esperanza. Esta Esperanza no es un concepto, es una Persona: Es Dios. Cristo vino a traernos a Dios: “Vengo para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10, 10). La virtud Teologal de la Esperanza es el ámbito vital para que crezca la virtud de la Caridad. Cuando se acaba la Esperanza el amor se enfría, se debilita y muere, para dar lugar nuevamente al dinamismo del pecado.

4.          Lo tercero: Amar Jesús.

Una fe sin obras está muerta nos dice la carta de Santiago (2, 14). El Señor Jesús nos invita a pensar donde hay fe verdadera:  “El que conoce mis Mandamientos y los guarda, ese es el que me ama, y mi Padre amará al que a mí me ama, y yo también lo amaré y me mostraré a él” (Jn 14, 21-24).

San Pablo, el experto en el tema de las Virtudes Teologales, en la carta a los Gálatas nos muestra la unidad que existe entre ellas: “Pues a nosotros nos mueve el Espíritu a aguardar por la fe los bienes esperados por la justicia… lo único que vale es la fe movida por la caridad (Gál 5, 5-6). En la carta a los Efesios el Apóstol nos explica con toda claridad, no sólo el origen, sino también su desarrollo que nos lleva a la plena madurez cristiana:

V  Hasta que lleguemos todos a la unidad en la fe,
V  y del conocimiento pleno del Hijo de Dios,
V  Al estado del hombre perfecto, a la madurez de la plenitud de Cristo (Ef 4, 13).

5.           El Conocimiento de Dios.

El crecimiento en el conocimiento de Dios se alcanza mediante “La guarda de sus Mandamientos” (1 Jn 2,3) y la práctica de las virtudes cristianas especialmente la virtud de la caridad (2Pe 1, 5ss). Sin el cultivo de la Virtudes Teologales y de las virtudes cardinales o morales no hay conocimiento personal de Dios y de su Plan de Salvación.

El Encuentro liberador y gozoso en la fe con Cristo nos llena de Esperanza y Amor, ya que es un encuentro “justificador”, que nos hace gratos y agradables a Dios (Rm 5, 1-5). De la misma manera podemos afirmar que el vacío existencial en el interior del hombre es una manifestación de ausencia de Fe, es muerte espiritual, es caer en el infantilismo contra el cual nos alerta el Apóstol: “Para que no seamos ya niños, llevados a la deriva y zarandeados por cualquier viento de doctrina, a merced de la malicia humana y de la astucia que conduce engañosamente al error” (Ef 4, 15).

6.              La unidad de las tres Virtudes.

La Esperanza es la sustancia de la Fe, y ésta, llegada a su madurez es Amor (Gál 5, 6). El Amor necesita de la Esperanza, y ésta se fundamenta en la Fe. Ninguna de las tres Virtudes Teologales es capaz de existir sin las otras: son inseparables. De las tres, la más grande es la Caridad, pero la más importante es la Esperanza. Cuando se termina la Esperanza, el Amor se enfría para dar paso a las “obras de la carne”. Un hombre sin Esperanza es un hombre sin Amor. Sin Esperanza, lo único que hay en el hombre, es miseria.

Para San Pablo, la vida cristiana es don de Dios y es lucha contra el mundo, el maligno y la carne (cfr Ef 2, 1-3) “Don y lucha”. Razón por la que nos dice: “Fortaleceos en el Señor con la energía de su poder” (Ef 6, 10ss). El modo para fortalecernos en la gracia de Dios es mediante la práctica de las virtudes teologales: “Revestidos con la coraza de la fe y de la caridad, con el yelmo de la esperanza de la salvación” (1Tes 5, 8). En la misma carta el apóstol nos habla de la unidad de obras, trabajos y esfuerzos de la fe, la esperanza y la caridad (1Tes 1, 3). En el himno a la caridad, San Pablo nos habla de la inseparabilidad en esta vida de las tres virtudes: “Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas tres. Pero la mayor de todas ellas es la caridad” (1Cor 13, 13)

7. ¿Qué significa ser cristiano?

A la luz de la Virtudes Teologales, cristiano es aquel que cree en Dios y le cree a Dios. Todo lo espera de él y abre su corazón al amor a Dios y al prójimo. El cristiano es portador de una presencia transformadora: el amor de Dios, fuerza para salir de sí mismo para darse a los demás. Por eso la fe cristiana implica:

V  Creer en Dios. La virtud de la fe tiene tres apoyos que se interrelacionan mutuamente: La confianza en Dios, la obediencia a su Palabra y la pertenencia al Señor.

V  Esperar todo de Él. La virtud de la esperanza se apoya en la fe y descansa en la Caridad, en el Amor de Dios.

V  Amar a Dios y al prójimo. La Caridad se apoya en la Fe y en la Esperanza, son sus siervas.

El cristiano es un hombre de Fe, Esperanza y Caridad. Es alguien que no vive para sí mismo, no se pertenece, tanto en la vida como en la muerte es del Señor. El cristiano por la Fe, se adhiere a la verdad que nos presenta la Sagrada Escritura. Por la esperanza, se convierte un portador de una presencia nueva que lo hace capaz de padecer y sufrir por Cristo. Por la caridad, es capaz de darse en servicio y ofrecerse como hostia viva por amor a Dios.

Dios por las Virtudes Teologales habita en el corazón de sus hijos. San Juan nos dejó este hermoso legado: “El que conoce mis mandamientos y los guarda, ese es el que me ama, y a ese lo ama mi Padre, y yo también lo amo, y venimos y habitamos en él” (cfr Jn 14, 21). San Pablo al hablarnos de la fe nos dice: “Que Cristo habite por la fe en vuestros corazones… para que cimentados y enraizados en el amor…” (Ef 3, 16).

Cristo ha venido a traernos a Dios: “Vengo para que tengan vida en abundancia” (Jn 10, 10). “He venido a encender un fuego sobre la tierra” (Lc 12, 49). ¿De qué fuego se trata? Es el fuego del amor de Dios; es el fuego del Espíritu; es el fuego de la Evangelización. Esa presencia que Cristo siembra en nuestros corazones se llama Esperanza, con mayúscula. Ésta Esperanza no es un objeto, es una Persona, con palabras de Pablo afirmamos: “Cristo es nuestra Esperanza”. Cristo nos da de los suyo: Espíritu Santo que guía a los hijos de Dios, los libera y santifica para que puedan participar de la naturaleza divina (cfr 1Pe 1, 4).

8. Los enemigos de las Virtudes Teologales.

Los enemigos son muchos, son verdaderos ladrones que impiden la realización del cristiano y el crecimiento del Reino en la vida de los hijos de Dios. Podemos decir que existen dos clases de hombres. Unos son poseedores de “esperanza”: Saben, que no obstante son pecadores, y pecan, tienen un Dios que es Padre Misericordioso, que les ama, les perdona y les salva. Otros, en lugar de esperanza tienen “miseria”. Y cuando caen en situaciones de desgracia, se desesperan, se desilusionan, se desmoronan y buscan salidas falsas como el suicidio. Todo pecado es enemigo de la fe, de esperanza y de la caridad. Podemos resaltar como enemigos de la “Vida espiritual” los siete pecados capitales.

Todos y cada uno, son enemigos mortales de los fieles creyentes. Cada uno de ellos son verdaderas barreras que impiden que el hombre viva en comunión con Dios y con los demás hombres. La soberbia, es el peor enemigo de la fe; la avaricia, es el enemigo por excelencia de la caridad. La lujuria, asesina la esperanza de la vida en Cristo; la ira, es fuente de crímenes; la envidia, es fuerza que mata y asesina para destruir a los hombres y quitarles lo que tienen; la gula, es causa de enfermedades y de pobreza, mientras que la pereza, es fuente de deshumanización, de pobreza y de miseria. Todos los pecados capitales son impedimentos para que la persona alcance su plenitud, en la donación y entrega a los demás. Frutos de los pecados capitales son entre otros:

V  El individualismo y el relativismo. El primero me lleva a vivir para sí mismo, buscando solo la propia comodidad. El segundo me hace amar y aceptar tan solo a los que están al servicio de mis intereses personales: lo que me deja placer, tener o me lleva al  poder. Los demás son valorados por lo que tienen y por el bien que me pueden dejar. Una gran mentira.

V  La superstición. La superstición aparta de la verdadera fe en el Dios uno y Trino que se ha manifestado en Jesucristo, Salvador y Redentor del hombre. Creencias en horóscopos, en la adivinación, encantamientos, brujería, hechicería, espiritismo, espiritualismo ocultismo, etc. La palabra de Dios prohíbe rotundamente todas estas prácticas: “cuando vayas a entrar al país que yo te voy a dar, no imites las horribles costumbres de esos pueblos…” (Dt 18, 12ss), San Pablo, nos alerta diciendo: “Algunos apostatan de la fe, entregándose a espíritus engañadores y a prácticas diabólicas” (1Tim 4, 1).

V  El ateísmo teórico. Esta corriente niega la existencia de Dios. Para el ateo Dios es un estorbo, es un freno que impide que el hombre viva a su manera. Fruto del ateísmo teórico es la “inversión de valores”, madre de la “idolatría” y del “vacío existencial”. Hay quienes niegan la existencia del Dios vivo y verdadero, pero se hacen sus dioses a su manera: los dioses del poder, placer o tener que ayudan al hombre a sentirse dios.

V  El ateísmo práctico. Se cree en Dios, pero, se vive como si Dios no existiera. El ateísmo práctico es fuente de descomposición humana: embota la mente, endurece el corazón, lleva a la pérdida de la moral y al desenfreno de las pasiones (Ef 4, 17ss). Los ateos prácticos de hecho, realizan algunas obras de piedad, pero, mezclándolas con las obras de la carne (cfr Gál, 5, 19-21), resultando así, la enfermedad espiritual de la “tibieza” que no es grata a Dios, de acuerdo a las palabras de Apocalipsis (Apoc 3, 16). El ateísmo práctico lleva a muchos creyentes a la impiedad, al dominio de las pasiones, a la opresión, explotación y a la práctica de las injusticias de unos para con otros (cfr 2Tim 2, 12).

V  El secularismo. Es el alejamiento de lo sagrado, es el desprecio a la verdad: el abandono de Dios, de los sacramentos y de la Iglesia para caer en la impiedad, en la idolatría. Pero, a la vez, es fuente del “Caos” que se vive tanto, a nivel personal, como familiar, social, nacional e internacional. San Pablo nos alerta cuando nos dice: “En los últimos días sobre vendrán momentos difíciles; los hombres serán egoístas, avaros, fanfarrones, etc. (2Tim 3, 1-5).

V  El Fariseísmo. “Porque os digo que, si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos” (Mt 5, 20). Jesús el Señor nos propone la “Ley nueva del Amor” contra el fariseísmo rigorista, legalista y perfeccionista de los fariseos que ponían cargas pesadas sobre la gente pero que ellos, ni con un dedo las tocaban. Para Jesús es más importante el hombre con su dignidad que las leyes y los preceptos.

V  La pérdida del sentido del pecado. Causa de la pérdida del sentido del pecado es la falsa imagen que se tiene de Dios, del hombre, de la vida, y es a la vez, fruto de la experiencia personal del pecado. Cuando se ha perdido el sentido del pecado, todo es válido, todo es permitido, a lo bueno se le llama malo y a lo malo se le llama bueno. Se cae en la impiedad y en la irreligiosidad de la que nos habla el apóstol Pablo (Rm 1, 18ss).





3.   La Armadura Espiritual del cristiano.

La vida nueva en el Espíritu es don y lucha. El cristiano requiere de la armadura espiritual para defender el Don y cultivarlo.
Objetivo: Mostrar la importancia del cultivo de las Virtudes teologales en referencia al conocimiento, al amor y el servicio a Dios, para llevar una vida digna de los hijos de Dios.

Iluminación: “Podéis comer de todos los árboles del Paraíso, mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comeréis, porque el día que comieres de él moriréis sin remedio” (Gn 2, 16-17).

1.           Las virtudes teologales: armas de luz.

La Teología de Pablo, resalta la importancia de las Virtudes Teologales en la lucha contra el pecado, fuente de muerte (Ef 2, 1-3), de esclavitud (Rm 7, 14ss) y de enemistad (Rm 5, 11). Para el apóstol las Virtudes Teologales son las “armas del cristiano”, “la armadura de Dios” (cfr Ef 6, 10ss); de ahí la constante invitación a revestirse de Jesucristo.

La Sagrada Escritura nos da algunas listas de virtudes que son manifestación de vida cristiana o de la presencia de Cristo en el interior del creyente: Fe, esperanza y caridad (1Tes 5, 8); santidad y justicia (Ef 4, 23-24); humildad, sencillez, mansedumbre, amor, perdón (Col 3, 12ss), justicia, verdad y bondad (Ef 5, 8-9); verdad, justicia, misericordia, fe, oración, entre otras (Ef 6, 14); prudencia, justicia, continencia, tenacidad, piedad, amor fraterno y caridad (2Pe 1, 5ss). Todas y cada una de estas virtudes son verdaderas armas en la lucha espiritual contra el pecado. Sólo quien las cultive puede apropiarse de las palabras de San Pablo: “No vivo yo, es Cristo quien vive en mí” (Gál 2, 19-20). Cuando se pierde la Gracia de Dios, se vuelve al hombre al natural y aparece entonces, el vacío, el caos y la muerte espiritual (cfr Apoc 3, 15ss).

2.           ¿Por qué la lucha contra el mal?

Tengamos presentes las palabras del Génesis: “Podéis comer de todos los árboles del Paraíso, mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comeréis, porque el día que comieres de él moriréis sin remedio” (Gn 2, 16-17). Es la lucha entre el bien y el mal que hoy se desata en el corazón del hombre. San Pablo nos dice lo que sucede en el corazón del hombre: “Realmente no comprendo mi proceder; pues no hago lo que quiero, sino que hago lo que aborrezco” (Rm 7, 15). ¿No es acaso esa la realidad que todos vivimos en nuestro interior? Gracias a Dios que en Cristo nos ha liberado (Gál 5, 1).
Dios ha puesto frente al hombre la vida y la muerte, el agua y el fuego, la bendición y la maldición (cfr Dt 30, 15ss; Eclo 15, 16). Dios quiere que todo hombre sea protagonista de su propio destino. El hombre es libre para elegir, y a la misma vez es responsable de su propia historia. El Paraíso, la Creación y la Vida son dones gratuitos de Dios, que se han de recibir con gratuidad y se han de cultivar, según la voluntad de Creador: “Cuida y cultiva” (Gn 2, 15).

3.              Cultiven el barbecho del corazón.

Es el grito del profeta Jeremías: “Cultivad el barbecho y no sembréis sobre cardos” (Jer 4, 3). Ese es el mandato que Dios le dio a nuestro Padre Adán acerca del paraíso, y hoy acerca de cada ser humano: “Cuiden y cultiven” (Gn 2, 15) todos los talentos, cualidades y valores que Dios ha puesto en el corazón del hombre, como “semilla” para ser cultivada hasta alcanzar la madurez humana en la donación y en la entrega a los demás. Nuestra lucha es contra el pecado que está en nuestro interior como deseo o como tendencia hacia el fruto prohibido: Los bienes ajenos, la mujer del prójimo, el deseo de dominar a los demás, ser como dioses y el deseo de destruir a los otros con el poder de la envidia para ser amos y señores de una Creación que pertenece a todos (cfr Rom 13, 9).

4.         Dos estilos de vida: la carne y el espíritu.

La realidad es que todo ser humano es una “Perla preciosa:” “La Dignidad humana”, sede de valores, derechos, deberes y virtudes; toda persona, lleva en sí misma un “tesoro” que debe proteger y cultivar, sin cultivo no hay frutos. Jeremías nos habla del “cultivo del corazón” y no sembréis sobre cardos (Jer 4, 3). Lo que se siembra es lo que se cosecha, nos dirá el apóstol Pablo: “Así que hermanos no seamos deudores de la carne para vivir según la carne, pues, si vivís según la carne, moriréis.  Pero si con el Espíritu hacéis morir las obras del cuerpo, viviréis” (Rm 8, 12-13). La carta a los Gálatas nos explica la realidad de la lucha espiritual entre la carne y el espíritu como dos realidades que son entre sí antagónicas: “Os digo, pues, que procedáis según el Espíritu, sin dar vía libre a las meras apetencias humanas, es decir, a la carne. Pues la carne tiene apetencias contrarias al espíritu, y el espíritu contrarias a la carne; y son tan opuestos entre sí, que no hacéis lo que queréis” (cfr Gál 5, 16-17).
5.           La caída.

El hombre en los orígenes de su historia, rechazó el Plan de Dios, quiso ser independiente, desobedeció y tuvo que abandonar el Paraíso, dejando a sus descendientes un plan de muerte y no de vida. Pero gracias a Dios que en Cristo Jesús, el hombre puede volver al Paraíso y comer de los frutos del árbol de la Vida (Apoc 2, 7). Puede recuperar la libertad perdida y ser nueva creatura (2Cor 5, 17). “Para ser libres nos libertó Cristo” (Gál 5, 1). El cristiano lucha para no perder la “libertad Interior”; para no perder la “Paz” que ha recibido como gracia de Dios, lucha para no caer  en la opresión y en la esclavitud del pecado (Gál 5, 2). Y, para dar frutos permanentes de “Vida eterna”. Sin lucha no hay victoria, y sin ésta, no comeremos del Árbol de la Vida; sin victoria no hay corona de la gloria, ni vestidura blanca, como tampoco nos sentaremos a la derecha del trono de Dios (cfr Las siete cartas del Apocalipsis 2-3).

6.          Los Santos y las Virtudes Teologales.

Sin santidad, nadie verá al Señor, nos dice la carta a los Hebreos (12, 14). Una vida en la carne no es grata a Dios (Rm 8, 8). No podemos pretender servir a dos señores, de la mezcla de las cosas de Dios y una vida mundana y pagana, resulta la tibieza, y los tibios, son expulsados de la presencia de Dios según las palabras del Apocalipsis: “A los tibios los vomitaré de mi boca” (Apoc 3, 16).

Cuando no vivimos y practicamos las virtudes teologales, estamos lejos de la santidad a la que somos llamados por Dios. (1Tes 4, 3). Santos somos todos los que pertenecemos al Pueblo de Dios, según las palabras de la Escritura: “A la Iglesia de Dios que está en Corinto; a los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos” (1Cor 1, 2). La Santidad es la vocación de toda bautizado, a este llamado se ha de dar una respuesta con la misma vida. Hoy podemos decir que santo es el que ama al Señor y lucha para defender su Fe, su Esperanza y su Caridad para permanecer en Comunión con el Dios uno y trino, llegando así a dar frutos de vida eterna.

La clave para vivir en santidad es la comunión con Cristo: “Sin mí, nada podéis hacer” (Jn 15, 7). A esta comunión somos llamados y entramos en ella mediante la escucha de su Palabra, la práctica de los sacramentos y la obediencia de la fe: “Permanezcan en mi palabra, seréis mis discípulos, conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (cfr Jn 8, 31-32). Libres de todo vicio y pecado, y libres para amar. Somos santos en la medida que amemos a Dios y al prójimo. El amor cristiano y fraterno es una participación de la vida nueva que el Padre en Cristo nos da gratuitamente.

Para que un cristiano sea canonizado en la Iglesia se ha de comprobar que vivió las virtudes cristianas de modo heroico.  Santo es aquel que se gasta por amor a Cristo en servicio a sus hermanos, lucha contra el pecado y sus propias debilidades. Ha vivido un proceso de conversión y purificación, de práctica y vivencia de las todas las virtudes que hay en Cristo.

7.           Las virtudes teologales y los Sacramentos.

La vida de fe, esperanza y caridad nace y se desarrolla en el encuentro del hombre con Cristo, de una manera especial, a través de los Sacramentos por medio de los cuales se adhiere y entrega a Cristo. El hombre nuevo nace y vive por la celebración del Misterio de Cristo, bajo la acción del Espíritu. El hombre nuevo es el hombre de la Celebración, de la Liturgia, de la Fiesta, y por lo tanto, es el hombre espiritual que se goza con las cosas de Dios: la escucha de su Palabra, el guardar sus Mandamientos, la práctica de la justicia, la vida de piedad y la búsqueda de la felicidad para los demás. Los grandes momentos de la vida de fe están significativamente configurados por la presencia eficaz del Espíritu en la Liturgia.

Por el Bautismo, sacramento del nacimiento a la fe y de la incorporación a Cristo (Gál 3, 26); la Confirmación, sacramento del testimonio de la fe; la Penitencia, sacramento de la reconciliación, misterio de misericordia y de conversión; la Eucaristía, sacramento del Pan de Vida y celebración de la Pascua del Señor; la Unción de los enfermos, sacramento de la esperanza cristiana frente al dolor de la enfermedad y de la muerte; el Orden, sacramento del servicio a la comunidad de los creyentes; el Matrimonio, sacramento del amor humano, signo de fidelidad definitiva y de paternidad sabia y responsable (Cfr. LG 11). En todos y cada uno de los Sacramentos, el cristiano puede encontrarse con Cristo y con la Comunidad eclesial por la acción del Espíritu Santo.









4.           Los medios que ayudan a crecer en la Virtud.

En este capítulo encontramos los medios que ayudan a crecer y madurar como persona y en la fe cristiana, medios que están al alcance de todos.
Objetivo: dar a conocer los medios del crecimiento en la fe, la esperanza y el amor, como camino de madurez humana, para que poniéndolos en práctica, el cristiano permita que en su corazón crezca el reino de Dios.

Iluminación: “En cuanto a vosotros que el Señor los haga progresar y sobre abundar en el amor mutuo y en el amor para con todos” (1 Ts 3, 12).

1.                La vida de oración.

El cristiano que no permite que el dinamismo de la Vida Nueva lo impulse y proyecte hacia adelante, se puede desviar hacia izquierda o derecha, como a la vez puede estancarse y hundirse en el lodo de la mediocridad, superficialidad o caer en la tibieza espiritual. El amor que no crece se desvirtúa y muere. Razón por la que me preocupa dar a conocer los medios de crecimiento en la Virtud.

Orar en todo tiempo o lugar. Que nuestra oración sea íntima, cálida y extensa.  “ya sea de acción de gracias, de petición, de aflicción o de intercesión”  (Mt 7, 7; Fil 4, 4). “Pedid y recibiréis”. La oración es un medio muy poderoso para ayudarnos a crecer en las Virtudes Teologales. Cuando la oración brota de las virtudes teologales está revestida de confianza filial, de afecto y cariño a un Padre que se sabemos que nos ama y que nos escucha. Es una oración llena de gratuidad que no se apoya en méritos personales, sino en la “méritos que brotan del corazón de Cristo, Jesús”. Por eso la oración cristiana es agradecida, humilde, confiada, ardiente, perseverante y revestida de la alegría por saber que Dios siempre nos escucha.

2.                 La lectura y la escucha de la Palabra de Dios.

Cada vez que ponemos la palabra de Dios en práctica se da en nuestro interior un crecimiento espiritual. Como también, cada vez que renunciamos al pecado, brota y crece en nosotros la vida, la libertad y el amor. Sin renuncias, no hay vida. Escuchemos a Jesús decirnos: “Si tu ojo te hace pecar, sácatelo”; “Si tu mano te hace pecar, córtatela”; “Si tu pie te hace pecar, córtatelo” (Mt 5, 27ss). Es decir, niégale al hombre viejo el alimento que le entra por los sentidos y no busques la ocasión de pecar. “Huye de la corrupción para que puedas participar de la naturaleza divina” (2Pe 1, 4) Jesús recomienda a los nuevos creyentes permanecer en su Palabra para ser discípulos libres capoaces de amar y de servir a sus hermanos, como camino para conocer la verdad y llevar la fe a la práctica de la justicia. (Jn 8, 31-32; Lc 8, 21; Lc 11, 28).


3.                La vivencia de los Sacramentos.

La primera comunidad cristiana llevaban una vida centrada en la Eucaristía. “Se mantenían constantes en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones” (Hech 2, 42). La participación activa en los Sacramentos y una vida centrada en la Eucaristía, culmen y fuente de vida cristiana, nos convierte en “don de Dios para los demás”. Los Sacramentos son acciones de Cristo y de la Iglesia.

4.                 El encuentro con los pobres.

“Si vuestra justicia no supera la justicia de los fariseos, no entraréis en el Reino de Dios” (Jn 5, 25; Mt 25, 31ss). El compromiso cristiano es expresado en el servicio a los débiles y a los más pobres. Recordando la norma de Pablo: “La caridad no hace mal al prójimo” (Rm 13, 10). “Acoged al que es débil en la fe” (Rm 14, 1). “Nosotros los fuertes debemos buscar las flaquezas de los débiles y no buscar lo que nos agrada” (Rm 15, 1).

5.                La aceptación de la Cruz.

La Cruz es un estilo de vida, de liberación, de madurez humana y cristiana. Es un camino lleno de experiencias, a veces gozosas, otras dolorosas, otras veces liberadoras y gloriosas. A la luz de lo anterior comprendemos las palabras del Apóstol: “Todo lo que nos sucede es para bien de aquellos que aman al Señor” (Rm 8, 28). El camino de la cruz nos reviste de humildad, amor fraterno y castidad. Es un camino de muerte y resurrección, de plenitud en el Espíritu que nos identifica como discípulos del Señor Jesús (Lc 9, 52ss).

6.                Abrazar la cruz con amor.

Según la teología de san Pablo: “Morir para vivir”.  “Mortificar vuestros miembros mortales” (Col 3, 5ss), “Morir al pecado” (Rm 6, 10ss) para resucitar con Cristo, para revestirse de Cristo; para revestirse de luz; para revestirse con la armadura de Dios, para revestirse de santidad y justicia; “Para alcanzar la madurez de Cristo”; para ser libres en Cristo, con la libertad de los hijos de Dios; para crecer en el conocimiento de Dios (Rm 13, 11ss; Ef 4, 23); Gál. 5, 1; Col 3, 12ss).

7.                 La práctica de las virtudes.

Ésta práctica, está llena de renuncias al amor propio, al egoísmo y al apego desordenado a las cosas, a las personas y a las ideologías. En su cartas, Pablo nos enseña la “clave” para practicar los virtudes cristianas: “Despojaos del hombre viejo” (Ef 4, 23); de las tinieblas (Rm 13, 12ss), “Huyan de las relaciones impuras”  (cfr 1Cor 6, 18), “Desechar lo que no sirve” (cfr Ef 4, 25ss). Pero no basta con no hacer cosas malas, hay que amar el bien con intensidad (Rom 12, 9).


8.                 La comunidad cristiana.

El lugar por excelencia para crecer en las virtudes cristianas es la Comunidad cristiana; comunidad fraterna y misionera. En ella se aprende a vivir como hijos de Dios, como hermanos y como servidores de los demás. Una comunidad cimentada en la verdad, en el amor y en la vida, es decir, cimentada en Cristo (cfr Jn 14, 6; Hech 2, 42-47). Para la teología de San Pablo sin la práctica de las virtudes no hay comunidad, por eso exhorta a los Filipenses a tener los mismos sentimientos de Cristo Jesús:

“Así pues, si hay una exhortación en nombre de Cristo, un estímulo de amor, una comunión en el Espíritu, una entrañable misericordia, colmad mi alegría teniendo un mismo sentir, un mismo amor, un mismo ánimo y buscando todos lo mismo. No hagáis nada por ambición o vanagloria, sino con humildad, considerando a los demás como superiores a uno mismo, y sin buscar el propio interés, sino el de los demás (Fil 2, 1-5).

9.                 El apostolado.

El alma de todo apostolado cristiano es el amor. El apóstol primero ha sido discípulo, ha sido llamado a estar con Jesús, para luego ser enviado a llevar la Buena Nueva (Mc 3, 13ss). Es un servidor de la fe, la esperanza, la caridad, la verdad, la justicia. Su identidad es la solidaridad con el Señor Jesús, con la Iglesia y con la humanidad; sus características han de ser la amabilidad, la generosidad y el servicio desinteresado (cfr Mt 28, 20ss), llevando siempre la esperanza que Jesús estará siempre con él, en cualquier situación concreta en la que se encuentre.

10.            María: Figura y Modelo de la Iglesia.

María, Madre y modelo de toda virtud, ruega por nosotros. María, la virgen creyente, la primera discípula de Cristo. Para ella la fe es abandono en las manos de Dios. Es donación, entrega y servicio. Es solidaridad con su pueblo y con toda la humanidad. Pablo VI en la Marialis Cultus nos descubre algunas de las virtudes de la Madre: Ella es la Virgen oyente, la Virgen orante, la Virgen Madre y la Virgen oferente.

La Sagrada Escritura nos confirma lo anterior al hablarnos en la anunciación de María como la Mujer de la escucha (Lc 1, 26-39), en la Visitación como la Mujer solidaria que sirve a los más débiles (Lc 1, 40ss); en el primer milagro de Jesús como la Mujer solícita y atenta a las necesidades de los demás (Jn 2, 5ss); junto a la Cruz de Jesús como la mujer fiel al designio de Dios (Jn 19, 25).  Las virtudes de la Madre son evidentes: la fe, la esperanza, la caridad, la humildad, la sencillez, la solidaridad, la oración, el servicio, y más. Razón por la cual la Iglesia llama a María: Madre, Figura y Modelo de la Iglesia.

11.             Conclusión.

Cuando el cristiano deja de vivir de encuentros con el Dios de la revelación; consigo mismo y con los demás, se convierte en un pequeño monstruo, se deforma y se desfigura, se deshumaniza y despersonaliza.

Cae en situaciones de desgracia, de no salvación; situaciones de opresión y explotación que no son queridas por Dios, ya que el hombre se convierte en esclavo de sus pasiones, del Mal; se apega de manera desordenada a las cosas, a otras personas; se hace esclavo de la ley.

El camino que Dios nos propone para salir del “Vacío y del Caos” es Jesucristo, Camino, Verdad y Vida (Jn 14, 6). Por la virtud de Fe, lo aceptamos como nuestro Salvador y Redentor. Por las virtudes teologales, aceptamos el “Camino” que Jesús nos propone: El camino de las virtudes, especialmente, la virtud de la Esperanza y de la Caridad (cfr Jn 13, 35), que se identifica con el camino de la Pascua: Morir, ser sepultado y resucitar con Cristo, morir al pecado para vivir para Dios. Es un despojarse del traje de tinieblas para revestirse con el traje de luz (Rm 13, 11ss).

Despojarse del hombre viejo para revestirse del hombre nuevo mediante la práctica permanente y perseverante del cultivo de las virtudes cristianas, sin las cuales no hay identificación o configuración con Cristo. Las virtudes son luz y fuerza de Dios que iluminan nuestra inteligencia, fortalecen nuestra voluntad y santifican nuestros corazones para que podamos ser la “Imagen y semejanza” de Dios, dentro de una “Comunidad fraterna”, en la cual nadie vive para sí mismo como tampoco nadie está por encima de los demás, sino que se camina junto a otros hermanos y hermanas que también buscan la voluntad de Dios: Nuestra liberación y santificación.

De la mano de María, nuestra Madre, pidamos a Nuestro Señor y Salvador Jesucristo que nos conceda por sus méritos la gracia de un crecimiento integral, como personas, que abarque todas nuestras dimensiones humanas; como cristianos, que abarque las dimensiones de la fe: creer, vivir, celebrar y anunciar; como servidores de la Comunidad, que nos dé un crecimiento doctrinal, espiritual y pastoral. Para que podamos ser “Alabanza de la gloria de Dios”, “Discípulos misioneros de Jesucristo para que el mundo pueda tener Vida en Él (Aparecida).

Oración: Gracias Padre por el don de la fe, la esperanza y la caridad. Gracias Padre por darnos a tu Hijo y darnos al Espíritu Santo. Gracias por darnos a María y por darnos a la Iglesia. Gracias por los Sacramentos y por todos los medios que pones a nuestro alcance para ayudarnos a crecer en tu Gracia. Gracias por cada hermano y por cada hermana que has puesto en nuestro camino como “lugares” de encuentro contigo, Dios de toda Misericordia. Te pedimos, amado Padre, por los méritos de tu Hijo Jesucristo que nos a crecer en la fe, esperanza y caridad para que podamos amarte, conocerte y servirte en esta vida y después pasar la eternidad en compañía de María, tus Ángeles y Santos. Amén.


5.         JUSTIFICADOS POR LA FE EN JESUCRISTO


Justificados por la fe en Jesucristo, en el cual se pretende profundizar que la salvación nos llega por la fe en Jesucristo como don de Dios a la humanidad y no como resultado de las buenas obras al margen de la fe.

OBJETIVO: Ayudar a eliminar las falsas concepciones que se tengan de la fe y aportar nuevos elementos que ayuden a profundizar que la salvación nos llega por la fe en Jesucristo como Don de Dios a la humanidad, y no, como resultado de las buenas obras al margen de la fe.

Iluminación: “El hombre no se justifica por las obras de la ley sino sólo por la fe en Jesucristo, también nosotros hemos creído en Cristo Jesús a fin de conseguir la justificación por la fe en Cristo, y no por las obras de la ley” (Gál 2, 16).

Justificación del tema: La urgente necesidad de educar en la fe, debido a la ignorancia religiosa (Col. 2, 6-7; Ef 4, 14-15).

1.          ¿Qué es la justificación por la fe?

La Justificación, es la acción poderosa de Dios manifestada en Cristo Jesús para arrancar al hombre del pecado (Catic 1990); es a la misma vez, acogida de la Gracia de Dios por la fe en Jesucristo (Catic 1991); la Justificación se nos concede por los méritos de Jesucristo y nos apropiamos de ella por el Bautismo.

Ningún hombre se puede salvar así mismo. Los cristianos creen que sólo pueden ser salvados por Dios, que para esto ha enviado al mundo a su Hijo Jesucristo (Jn 3, 16).

La salvación significa que somos liberados del poder del pecado por medio del Espíritu Santo y que hemos salido de la zona de la muerte a una vida sin fin, a una vida en la presencia de Dios. (Catic 1987, 1995, 2017, 2020). El hombre debe prepararse para recibir la salvación que Dios nos ofrece gratuitamente en Cristo y por Cristo. Salvación gratuita, pero no barata.

2.          Es una Gracia de Dios.

“y son justificados por el don de su Gracia, en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús,...” (Rom. 3, 24).La justificación es obra divina, es decir, es un don libérrimo de parte de Dios que actúa en el corazón de los hombres y en la Historia. Recordando las palabras de Jesús: “Mi Padre siempre trabaja y yo también”. Dios trabaja en la salvación de los hombres para que sean justificados, redimidos y salvados.
El hombre recibe la primera justificación por la Bautismo, sacramento de la fe: “El que crea y se bautice, se salvará” (Mc 16, 15).
Pero habéis sido lavados, habéis sido santificados, habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios (1 Cor. 6, 11). Por la Gracia santificante el hombre se hace justo y santo.
La justificación es una gracia conseguida por la fe: Don gratuito e inmerecido que Dios ofrece a los hombres en Cristo Jesús.
3.          Es un Nuevo Nacimiento.

Es el Nacimiento del cual el señor Jesús le habló a Nicodemo que lo visitaba de noche por miedo a los judíos: “En verdad en verdad te digo, el que no nace de lo alto no puede ver el reino de Dios” (cfr Jn 3, 1- 5) Nacer de lo Alto es nacer de Dios (Jn 1, 12- 13), por el “agua y el Espíritu”. La clave del Nuevo nacimiento es la fe en Jesucristo, Hijo de Dios, que se ha hecho hombre para nuestra salvación.

4.         Es una generación nueva.

Generación que exige la escucha de la Palabra; el reconocimiento del pecado; el arrepentimiento como abandono de las obras de las tinieblas y la orientación de la vida hacia Dios, tras las huellas de Jesús (cfr Jn 8, 12). “De hijos de las tinieblas pasamos a ser hijos de Dios (cfr Ef 5, 7-9) “De la muerte pasamos a la vida; del odio al amor”  “Del pecado a la Gracia” (1 Jn 3,14).

5.         Es una creación nueva.

El hombre nuevo es un “proyecto de Dios”. No está hecho, sino haciéndose; no es cosa del pasado, se vive en el hoy de cada día y cada hora con una vida en proyección hacia lo que todavía no somos pero que estamos llamados a ser: “hijos de Dios, en el Hijo, Cristo Jesús”. “Todo el que está en Cristo es una nueva creación, lo viejo ha pasado” (2 Cor 5, 17). Por Él y en Él, Dios Padre se acerca a todo hombre para amarlo con corazón de hombre. El amor consiste en que Dios nos amó primero y nos envió a su Hijo Jesucristo (1 Jn 4,8). El amor pide reciprocidad, tanto, entyre Dios como entre los hombres.

6.          Es una renovación interna.

Cristo ha venido a renovar la faz de la tierra: “Soy el que hace las cosas nuevas” (Apoc. 21, 1-5). De enemigos de Dios ahora somos herederos con Cristo (Rom 8, 16). Es Él, quien hace de nuestro interior una “casa de Dios”. “...habéis sido lavados, habéis sido santificados, habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios” (1 Cor. 6, 11).  Porque nada cuenta ni la circuncisión, ni la incircuncisión, sino la creación nueva (Gál. 6, 15.). “Todo el que es de Cristo es una nueva Creación, lo viejo ha pasado” (2Cor 5, 17).

7.            Es una acción santificadora.

¿A, qué viene el Señor a nuestras vidas? “Vengo para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10, 10) “He venido a encender un fuego y cuanto ardo en deseos de verlo arder” (Lc 12, 49) “Llevar una vida digna del Señor; dando frutos, creciendo en el conocimiento de Dios; fortalecidos en todo, alegres y dando siempre gracias a Dios” (Col 1, 9- 12)  “...en Él habéis sido enseñados conforme a la verdad de Jesús...a renovar el espíritu de vuestra mente, y a revestiros del Hombre Nuevo, creado según Dios, en la justicia y santidad de la verdad” (Ef. 4, 21-24). No podemos dar las cosas por echas. Una vida digna del Señor nos pide guardar sus Mandamientos, especialmente los del Amor y despojarnos del hombre viejo para poder revestirnos con las vestiduras de salvación: “La túnica puesta, revestidos de Cristo”.

8.         Un tránsito de la muerte a la vida.  

“Ustedes estaban muertos a causa de los pecados en que vivían, pero Dios les ha dado vida en Cristo Jesús” (Ef 2, 1-4) Él nos libró del poder de las tinieblas y nos trasladó al Reino del Hijo de su amor, en quien tenemos la redención: el perdón de los pecados” (Col. 1, 13-14) “Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a los hermanos” (1 Jn. 3, 14).

9.         Es el tránsito de las tinieblas a la luz.

Es el aspecto pascual de la fe en cual entran dos realidades inseparables: la Gracia de Dios y la voluntad humana; Dios que nos ayuda y nuestros esfuerzos que secundan la acción de Dios: “despojaos de las tinieblas y revestíos con la armadura de Dios” (Rom 13, 11) “Porque en otro tiempo fuisteis tinieblas; mas ahora sois luz en el Señor” (Ef. 5, 8) Se realiza por la Gracia que es principio de vida sobrenatural y la fe vista como respuesta: “Solamente unidos a mí, podéis dar fruto” (Jn 15, 5) “Hechura suya somos” (Ef 2, 8) “Ya sin el velo que nos cubría la cara, vamos reflejando como en un espejo la gloria del Señor…y esto por la acción del Espíritu que es el Señor” (2 Cor 3, 16- 18).
10.     El Camino de la fe.

La fe cristiana es fe en Cristo Jesús, en su obra redentora y en su Evangelio. Jesucristo, es el mismo Evangelio viviente que nos revela al Padre y a cada hombre (Jn 14, 7); la fe cristiana es fe en el Padre que por medio de su Hijo y por el don del Espíritu Santo, nos ama, nos perdona, nos salva y nos llama a ser hijos adoptivos y a convertirnos en una sola Familia. La fe es la exigencia esencial para salvarse, para conocer, amar y servir al Señor en esta vida. La fe es el Camino seguro, firme y estable para apropiarnos de los frutos de la Redención y de todo lo que Dios en su divina Gracia nos quiere compartir, ya que sin la fe, nadie es agradable a Dios (Heb 11, 6). Sólo por el camino de la fe podemos conocer a Dios de manera personal, penetrar sus Misterios y recibir sus bendiciones espirituales. Sólo por el camino de la fe podemos llegar a la unidad con Dios en Cristo y por Cristo.

El Camino de la fe está lleno de experiencias: gozosas, dolorosas, liberadoras, gloriosas y luminosas. El primero en andar este camino fue el mismo Cristo; tras de Él podemos contemplar con los ojos de la fe a María, la Madre, sus Apóstoles, sus Mártires, y miles y miles que  a lo largo de los Historia se arriesgaron a vivir la “aventura de la fe”. Abrazar la fe como camino es aceptar la vocación a ser Unidad. Cristo murió para ser uno con su Padre y con todos los creyentes: “Que todos sean uno como nosotros somos uno… No ruego sólo por éstos, sino también por aquellos que, por medio de su palabra, creerán en mí. Que todos sean uno como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros para que el mundo crea que tú me has enviado” (Jn 17, 11- 21). Camino que nos lleva a la PLENITUD (Col 2, 9),  a la que entramos por la fe y la conversión (cfr Mc 1, 15). Este Camino nos lleva a la vida, a la justicia, a la fraternidad y a la solidaridad de los creyentes en Cristo. Camino que incluye un proceso de conversión, sin el cual la fe no pasaría de ser una “creencia”, sin la adhesión y entrega a Jesucristo.

San Pablo nos dice en qué consiste la salvación que Dios ofrece a los hombres: “Todos ustedes estaban muertos a causa de vuestros pecados, pero Dios, el Padre de toda misericordia, nos ha dado vida juntamente con Cristo…” y esto no es por méritos personales, sino por la fe… por la obediencia de Cristo al Padre, y por el amor de Cristo a los hombres (cfr Ef 2, 1-8). La salvación que Dios nos ofrece tiene dos dimensiones: una negativa, nos libera de la muerte y del pecado, y la positiva, nos da su gracia en Cristo Jesús, para que realicemos las obras de la fe.

Conclusiones.
La fe cristiana es mantenerse firme en lo que se espera, estar convencidos de realidades que no se ven (Hb 11, 1) Para la Biblia la fe abarca a la totalidad de la persona; entendimiento, voluntad y sentimientos, es decir a la persona con todas sus potencias para expresar su verdadero significado; fundar toda la existencia en Dios que se dona y se entrega en Jesucristo en quien creemos, esperamos y amamos. La fe es un camino que se debe recorrer siguiendo las huellas de Jesús.

La primera y fundamental actitud de la fe es la escucha atenta de la palabra de Dios para percibir y recibir la fe como regalo, como don que nos pide acogida y apertura al “ministerio de Dios” (Rom 10, 17).

En segundo lugar la fe está unida a la conversión que nos invita a desprenderse y a renunciar a los modos habituales de pensar y de actuar: “Crean y conviértanse” (Mc 1, 15). El camino de la fe está lleno de experiencias que bien pueden ser liberadoras, dolorosas y gozosas. El que cree no baila al son que le toca el mundo, no va hacia donde sopla el viento ni se deja llevar por la corriente mundana o pagana.

Es de vital importancia, en tercer lugar, aceptar que a la fe pertenece la actitud de la esperanza, para abrirse valientemente hacia lo nuevo. La fe es un camino que se debe recorrer aferrándose a lo todavía no se es pero que se va a llegar a ser: Una persona, plena, fértil y fecunda, en la que no hay lugar para la superficialidad o para la mediocridad.

En cuarto lugar, tal conversión y tal abandono esperanzado en Dios y en su Palabra, sólo es posible, en un acto de confianza. El creyente responde al amor de Dios en confianza y abandono, para poder poseer la fe que mueve montañas, aquella que se encuentra en las manos de Dios y que pide renunciar a todas las agarraderas para hacer crecer la fe y la esperanza que se despliegan hacia el amor a Dios, en oración. La oración es la expresión más importante de la fe. La oración es para la fe como el aire para los pulmones. Sin la oración la fe, sencillamente se encuentra vacía de su verdadero contenido: Jesucristo.
El amor, en quinto lugar, se torna necesariamente acción. Cuando el creyente se sabe aceptado por Dios, él se acepta a sí mismo, a los demás y al mundo, y de un modo nuevo. Ya que tiene, ahora la mirada de Dios. Recordando al Apóstol, decimos que una fe sin obras está muerta (cf St 2,1 4). Para que la fe sea auténtica tiene que traducirse en servicio como expresión del amor al próximo. El creyente tiene que comprometerse por la dignidad humana, la justicia, la libertad y la paz, para transformar en la medida de sus posibilidades, la vida y el mundo (Cf Gál 5, 22). Pero, digamos, también que la fe no es una acción, y mucho menos activismo, sino tranquilidad y paz en Dios. La fe se acredita en la paciencia y la serenidad, orientando la vida hacia Dios, buscando simpre su gloria y el bien de los demás.








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