INTRODUCCIÓN AL TEMA.
El
presente ensayo titulado “Las Virtudes Teologales” tiene como finalidad ofrecer
a los bautizados una idea cierta y amplia de lo que exige la vivencia de
nuestra fe cristiana-católica.
La
fe es un regalo de Dios que lleva al hombre a la vida en el Señor, la cual nos
pide responder a su Amor infinito, manifestado en la persona de Nuestro Señor
Jesucristo (Jn. 3, 16). La fe hecha experiencia de Amor lleva al cristiano a
ser fiel mediante la obediencia a la palabra de Dios, (Stgo. 1, 22). Palabra
que al ser escuchada y puesta en práctica proyecta al cristiano hacia su
realización como persona, como hijo de Dios, hermano y servidor de los demás.
PRÓLOGO
Se
pretende por medio de este trabajo ayudar a los laicos a descubrir quiénes
somos, quién es el hombre y qué está llamado a ser, a la luz de la fe
cristiana. Para profundizar en el conocimiento personal según el hombre de la
Biblia; queremos sembrar la semilla de fe, otras veces regarla; unas veces más
despertar en algunos, la fe dormida y en otros sacudirla para ponerlos en
camino.
Recordamos
las palabras de Pablo: unos siembran y otros riegan, pero es Dios el que hace
crecer en el corazón de los hombres que creen y se abren a la acción del
Espíritu Santo y se dejan conducir por él. Lo que nos hace decir y aceptar la
fe como un don gratuito e inmerecido de Dios, pero, además, como la respuesta que
los hombres damos a la acción amorosa del Señor a favor de la humanidad.
La
fe es respuesta a la Palabra de Dios, Palabra que llama constantemente a los
hombres, no sólo para ayudarlos a madurar en la fe, sino también como personas,
nos hace responsables, libres y capaces
de amar. El cultivo de la fe es a la vez cultivo del corazón y de todo lo bueno
que Dios por amor ha puesto en el interior de los seres humanos. Santiago en su
carta nos avisa: Una fe sin obras, es estéril, infecunda e infructuosa; es decir,
una vida convertida en caos, en vacío, en frustración que generan frutos de
muerte.
Me
propongo presentar la vida de la fe como la adhesión a la persona de Jesús y no
solamente como la aceptación de las verdades reveladas por la Sagrada
Escritura. La fe es mucho más que una creencia, es el Don de Dios por el cual
entramos en comunión con la vida Trinitaria; es la vida que el Padre nos ofrece
en Cristo; es el poder de Dios que actúa en el interior del creyente para que
remueva la basura espiritual de mente y
corazón, para que se pueda vivir en la verdad, practicar la justicia, caminar
en libertad, ser amable, generoso, servicial, hasta llegar a la Plenitud en
Cristo.
La
vida me ha llevado a descubrir que el mayor acto de amor que le podemos hacer a
una persona, no es darle cosas, sino, ayudarle a iniciar el proceso de la fe
que lleva a una vida plena, fértil y fecunda en frutos buenos para sí mismo y
para los demás. La experiencia de la fe nos dice que Dios estaba en el inicio,
a lo largo del recorrido y al final de la meta. La semilla, el fruto y la meta
de la Fe se identifican con la Persona de Jesús, el Cristo de nuestra fe, el
Salvador de todo el hombre y de todos los hombres. Hoy, como en los tiempos del
Evangelio hay hombres que quieren conocer a Jesús, y no sólo saber de Él, sino,
también amarlo y servirlo. Urge entonces la educación sólida, permanente y
sistemática en la fe.
El
conocimiento de la fe es más urgente que cualquier otra clase de conocimiento.
Descuidar la educación en el conocimiento de Cristo y de su Evangelio es señal
de una grave ingratitud. Todo creyente debería comprender la importancia de una
formación permanente, pero, especialmente los catequistas, evangelizadores,
sacerdotes y servidores en cualquiera que sea el área de la Pastoral en la que
colaboren en la Iglesia. Existe la necesidad de educar en la fe a los adultos.
No es suficiente con la homilía que se
escucha en la Misa. Se requiere reservar tiempo, energías, esfuerzo personal y
compartirlo con otras personas para testimoniar y crecer en la fe.
Jesús,
Maestro y Señor con toda autoridad dijo a los judíos que habían creído en Él: “Permanezcan en mi Palabra y serán mis
discípulos, conocerán la verdad, y la verdad los hará libres” (Jn 8, 31-32).
Sabemos que el “Misterio de la fe” es inabarcable e infinito, mientras que
nuestras capacidades de comprensión son limitadas y finitas, no obstante,
también sabemos que la condición para crecer en la fe y en su conocimiento, es
necesario la dedicación profunda al conocimiento de la verdad, tal como Pablo
lo recomienda a su discípulo Timoteo: “Hijo
mío, mantente fuerte en la gracia de Cristo Jesús, y cuanto me has oído en
presencia de muchos testigos confíalo a hombres fieles, que sean capaces, a su
vez, de instruir a otros” (2 Tim 2,
1-2). Y que su a vez instruyan a otros.
El
Apóstol invita al discípulo a perseverar en la enseñanza de la fe: “Tú en cambio persevera en lo que aprendiste
y en lo que creíste, teniendo presente de quienes lo aprendiste. Recuerda que
desde niño conoces las Sagradas Letras, ellas pueden proporcionarte la
sabiduría que lleva a la salvación mediante la fe en Cristo Jesús. Toda
Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para argüir, para corregir
y para educar en la justicia, así el hombre de Dios se encuentra religiosamente
maduro y preparado para toda obra buena” (2 Tim 3, 14- 17).
Descuidar
la educación de la fe, es un verdadero crimen, ya que la ignorancia religiosa
es la causa de que muchos hombres y mujeres en la Iglesia se pierdan. Con
palabras de la Madre Teresa decimos: La ignorancia de Dios es causa de
condenación de muchos. Ya San Jerónimo lo había dicho: El que no conoce la
Palabra, no conoce a Cristo.
¿Para
qué profundizar en la fe? Recuerdo que en los días del seminario a uno de mis
maestros de Teología, lo escuché decir: “El pueblo pobre y sencillo tiene el
derecho que se le enseñen las verdades que la Iglesia, madre y maestra enseña,
y no sólo a los teólogos”. Y no hacemos referencia al conocimiento intelectual,
sino también, tal como lo presenta san Juan: Como una captación amorosa
existencial: “Esta es la vida eterna:
que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado Jesucristo” (Jn 17, 3). El conocimiento existencial
abarca a la totalidad de la persona: mente, voluntad, memoria y afectos.
Quienes
buscan el conocimiento de la fe han de tener presente que éste es, sólo una
parte integral de la experiencia de fe, y que jamás, debe de ser vivido al
margen de la experiencia histórica. Como también se debe entender: que, saber
por saber, sólo hincha, lo que edifica es el amor. Saber para compartir nos
lleva a la integridad de fe y vida; unidad
indestructible entre la verdad y la bondad que llevan a la práctica de la
justicia para otorgar al hombre una “conciencia moral”, sostenida y alimentada
por la “Virtudes Teologales”.
Todo
cristiano que quiera tomar en serio su crecimiento en la fe, ha de tener
presente la unidad entre el Anuncio, la Moral o vida cristiana y la Liturgia (el
culto), tanto sacramental como existencial. El alma del culto cristiano es la
Eucaristía, fuente y culmen de todo apostolado, de toda acción evangelizadora.
La armonía de los tres: Anuncio, Moral y Culto garantizan la armonía y la
autenticidad de vida.
En
las siguientes lecciones pretendemos iluminar la dimensión existencial que nos
permita alcanzar una vida digna y agradable a Dios en beneficio personal,
familiar y comunitario. Una vida que llevada a su madurez nos permita vivir en
comunión con Dios, como hijos, con los demás como hermanos, con la naturaleza
como amos y señores, y con todos como servidores.
1.
Las Virtudes Teologales
Las
Virtudes Teologales, son el camino para apropiarnos de los dones que el Padre
nos da en su Jesucristo, y a la vez son el modo de cómo Dios Padre, Hijo y
Espíritu Santo habitan en nuestro corazón.
Objetivo:
Dar a conocer la importancia de la virtudes
teologales para llegar a tener una vida empapada de Dios como único camino para
conocer, amar y servir al Señor en esta vida.
Iluminación. “El que
permanece en mí y yo en él; ese da mucho fruto; porque separados de mí no
podéis hacer nada”, “permanezcan en mi amor, como yo permanezco en el amor de
mi Padre (Jn 15, 5. 8). Permanecer en las manos del Padre es
una condición de la fe cristiana. Lo anterior significa permanecer en la
Verdad, en la Justicia, en la Libertad, en el Amor, con la mente, la voluntad y
el corazón orientados hacia Dios.
1. ¿Cómo vivir en comunión con Dios?
Las virtudes morales o cardinales nos ayudan a
purificar el corazón de las impurezas del pecado (Jer 15, 7), mientras que las virtudes
teologales nos ayudan a crecer en la Gracia de Dios. Virtudes como la
prudencia, la justicia, la verdad, la bondad, la templanza y la fortaleza son
esenciales y fundamentales para dar consistencia a la estructura humana y para
crecer como personas. Mientras que la fe, la esperanza y la caridad nos ayudan
a alcanzar la perfección cristiana y a poseer en prenda de esta vida los bienes
eternos.
2. ¿Qué
son las Virtudes Teologales? La Sagrada Escritura nos dice: La fe es garantía de
lo que se espera; la prueba de las realidades que no se ven, pero que ya
poseemos, en esperanza (cfr Heb 11, 1). “Todo el que tiene esta esperanza se
hace puro como Él es puro” (1Jn 3, 1). “Todo el que ama ha nacido de Dios y
conoce a Dios” (1 Jn 4, 7).
V Son el camino para vivir en Comunión con Dios, conocerlo amarlo y
servirlo en esta vida y después la gloria eterna. Se trata de una unión
interior con el Señor: “Qué Cristo habite por la fe en vuestros corazones” (Ef
3, |7) “Vosotros soís templos del Espíritu Santo”. “Porque
nosotros somos templo de Dios vivo, como dijo Dios: Habitaré en medio de ellos
y caminaré entre ellos; yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo” (2 Cor 3, 16).
V Son dones de Dios y respuesta del hombre, como todos los otros dones que
recibimos de la bondad de Dios. Todo lo que de bueno y noble haya en nosotros
es un don de Dios. Son Gracia, que sólo puede ser fecunda con nuestra
cooperación.
De lo anterior podemos decir que las virtudes
teologales son el medio y el camino para acercarnos a Dios y para apropiarnos
de todo lo que el Padre en su infinita misericordia desea comunicarnos en
Cristo Jesús.
Jesús dice a los suyos: “Nadie puede venir a mí, si
mi Padre no lo atrae” (Jn 6, 65 ) “Ustedes no me eligieron a mí, he sido yo
quien los eligió a Ustedes” (Jn 6, 70 ) Tanto la Fe como la Esperanza y la
Caridad son dones gratuitos que Dios infunde en el alma de los creyentes para
que podamos conocerlo, amarlo y servirlo en esta vida. Podemos pedirlos, sin
miedo, Dios está dispuesto a escucharnos y a darnos lo necesario para nuestra
salvación. El mismo Señor Jesús nos ha dicho: “Pedid y recibiréis” (Mt 7, 7ss).
Todo lo que de bueno tenemos, es gracia de Dios:
“¿Que tenemos de bueno que no lo hayamos recibido de Dios?” (1 Cor 4, 7). San
Juan nos dice: “Todo don perfecto viene de Dios, de lo alto” (cfr Jn 3, 27).El
Señor nos eligió, aún a pesar de que somos pecadores y de que hacemos cosas
malas. Con las palabras del Apóstol entendemos lo anterior: “La prueba de que
Dios nos ama, es que siendo nosotros pecadores, Cristo murió por nosotros” (Rm
6, 5).
Las virtudes Teologales constituyen el dinamismo de
la vida cristiana. Todos los aspectos de la vida de piedad persiguen un solo
fin: Crecer en las Virtudes Teologales, sin las cuales el hombre se encuentra
en situación de desgracia.
Son el camino para alcanzar la perfección cristiana
y nuestra configuración con Cristo. El cristiano no busca “éxitos”, sino dar
frutos de vida eterna: “Si el grano de trigo que cae en tierra, no muere,
estéril se queda” (cfr Jn 12, 24). El fruto de las Virtudes Teologales es el
“hombre nuevo” que vive de Dios para los demás.
La Fe engendra la Esperanza, y ésta, posibilita y
favorece el despliegue de la Caridad. La Fe es la raíz de nuestra salud y
liberación; de ella nace todo un proceso de vida que constituye la curación de
muerte creada por el pecado. Este dinamismo es fruto de la gracia y obra del
Espíritu Santo, pero, sin lugar a dudas necesita de la cooperación de nuestra
voluntad. En todo acto de Fe, Esperanza o Caridad el cristiano es ayudado por
el Espíritu que viene en ayuda de nuestras debilidades (Rm 8, 26). Dios para
manifestar su Gracia, nos pide un corazón pobre; es decir, nos pide
reconocernos débiles y frágiles (2Cor 12, 9ss).
3. Significado del término virtud. La palabra virtud viene del latín “virtus” que significa: vigor, fuerza,
poder. Se trata del poder de Dios que actúa en nuestros corazones y fortalece
nuestras rodillas vacilantes. La exigencia fundamental de la fe es creer que la
“justicia” de Dios se ha manifestado en Cristo Jesús, nuestro Salvador. Al
hablar de la justicia de Dios se hace referencia al amor, la bondad, la
misericordia, el perdón que Dios ha manifestado en Cristo, el Hijo amado del
Padre. Somos salvados por la fe en el Hijo de Dios y no por nuestra justicia.
V Con el poder de la fe podemos arrancar árboles y plantarlos en el mar”.
Esto significa cambiar nuestra manera de pensar pesimista por la manera de
pensar de Cristo Jesús.
V Podemos caminar sobre las aguas y no hundirnos. Caminar sobre el agua
significa “Vencer el Mal”. “¿Quién es el que vence al mundo?” (1Jn 5, 5).
V Podemos caminar sobre las nubes; es decir, podemos caminar en el poder
de Dios para realizar toda obra buena. Camina sobre las nubes el que ama, quien
hace el bien.
La Sagrada Escritura nos dice que para “El creyente
todo es posible” (cf Mt 21, 18-22). Pablo es testigo de esta hermosa verdad
cuando exclama: “Todo lo puedo en Aquel que me conforta” (Fil 4, 13). Por la fe
de “apropiación” damos el salto que nos lleva al conocimiento de Dios y de su
poder transformador: El paso de una vida mundana y pagana a una “vida nueva”
que se vive en “El abandono en las manos de Dios”. Todo es posible para el
hombre que se encuentra en las manos de Dios y pone en Él toda su confianza.
Solo en las manos del Padre podremos llegar a tener el “Corazón de Cristo”. Esa
es nuestra feliz “Esperanza” llegar a tener los mismos sentimientos de Cristo
Jesús.
La virtud de
la esperanza pide de nosotros la “pobreza de espíritu”. Reconocer la pobreza de
nuestra justicia, de nuestras obras para que aparezca en nuestros corazones la
humildad, semilla de la esperanza, sin la cual no veremos cambios en nuestra
vida. La esperanza cristiana guía nuestras vidas por los caminos de Dios; nos
lleva de la esclavitud a la libertad; del odio al amor a Dios y al prójimo; del
pecado a la gracia.
La fe constituye el
principio de la salvación de los hombres y es la primera de las virtudes
sobrenaturales por la cual, con la ayuda de la gracia de Dios, creemos que son
verdaderas las cosas que él nos ha revelado para el bien de toda la humanidad.
En la oración sacerdotal el Señor Jesús nos revela el objeto de la Revelación:
Esta es la vida eterna: “que te conozcan a ti y a tu enviado
Jesucristo” (Jn 17, 3). El “camino” de este
conocimiento son la Virtudes Teologales: La fe, la esperanza y la caridad. “La fe es la certeza de lo que se espera, de
las realidades que no se ven” (Heb 11, 1).
4. El acto de fe: Creo en ti Señor Jesús“.
Nadie, puede decir: Jesús es Señor, si no es
ayudado por el Espíritu Santo” (1Cor 12, 3). En todo acto de fe, de esperanza y
de caridad el Espíritu Santo nos asiste, nos ayuda para que nuestra vida sea
conducida según Dios.
Todo acto de fe,
esperanza o caridad son fruto de la acción de Dios y nuestra colaboración. Son
actos saludables necesarios para la salvación, y para todos estos actos es
necesaria la gracia de Dios, y por tanto, son sobrenaturales, es decir, son actos de la gracia. Así la Fe es el asentimiento que damos a lo que
Dios dice, puesto que sabe y dice la verdad. En verdad, en verdad les digo: “nosotros
hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto” (Jn 3, 11).
Un verdadero acto de fe, es a la misma vez un acto
de esperanza y un acto de amor a Dios y al prójimo: Porque creo en el Señor
Jesús, renuncio al pecado para vivir en la libertad de los hijos de Dios (Gál
5, 1). Eso mismo lo podemos decir de otra manera: Porque amo al Señor y amo mi
sacerdocio, renuncio al poder, al tener y a
los placeres de la carne que deshumanizan y despersonalizan.
Cuando así es, el
creyente manifiesta en sus actos de fe, esperanza y caridad la aceptación de la
“voluntad de Dios” revelada en las Escrituras: «El que cree en mí, no cree en
mí, sino en aquel que me ha enviado;...» (Jn 12,
44). La obediencia de la fe: creer a Dios nos pide aceptar la voluntad de Dios:
nuestra fe en su Hijo Amado para tener vida eterna (cfr Jn 6, 39) En el mismo
Evangelio de San Juan el Señor nos hace una invitación: “Creen en Dios, creen
también en mi” (Jn 14, 1). Creer en Jesús es entrar en la Nueva Alianza,
sellada con la “Sangre del Cordero” para entrar en comunión con Dios y con
todos los miembros del Cuerpo de Cristo. Si aceptamos el testimonio de los hombres, mayor es
el testimonio de Dios, pues este es el testimonio de Dios, que ha dado acerca
de su Hijo (1Jn 5, 9). No obstante lo anterior, nuestro asentimiento a la fe
divina es esencialmente obscuro,... pues caminamos en la fe y no en la
visión... (2Cor 5, 6). Creemos para después entender.
2.
Origen y crecimiento de las Virtudes Teologales.
El
origen y crecimiento de las virtudes. Del Encuentro con Jesucristo a la
solidaridad con todos. En la escucha y en la obediencia a la Palabra de Dios
encontramos la salvación anhelada.
Objetivo:
Mostrar que las virtudes teologales son manifestación
de la gratuidad de la fe como don inmerecido que viene de lo Alto para que el
cristiano pueda vivir como hijo de Dios y hermano de los demás.
Iluminación: “El que conoce mis mandamientos y los guarda, ese es el que me ama, y a
ese lo ama mi Padre, y yo también lo amo, y venimos y nos manifestamos en él”
(cfr Jn 14, 21).
1.
El origen de las Virtudes Teologales.
Las Virtudes Teologales nacen y crecen en el
corazón del hombre gracias a la pedagogía del Espíritu Santo y a la cooperación
de la voluntad humana. No podemos provocar la aparición y el crecimiento de
ninguna de ellas. Nuestras recetas no son válidas sin la acción del Divino
Espíritu. “El viento sopla donde quiere”
(Jn 3, 8). Sin embargo, la Sagrada Escritura nos recuerda el origen de
la Fe: “La fe viene de lo que se escucha, y lo que se escucha es la palabra de
Cristo” (Rm 10, 17). El mismo Jesús dice a los judíos que habían creído en él:
“Permanezcan unidos a mi Palabra y seréis mis discípulos, conoceréis la verdad
y la verdad os hará libres” (Jn 8, 31-32). El origen de la fe es la Evangelización que nos lleva al conocimiento de la Verdad
(cfr 2Tim 2, 4).
2.
Lo primero: Creer en Jesús.
“La Fe viene de lo que se escucha, la Palabra de
Cristo” (cfr Rm 10, 17). La semilla del Reino es la Palabra de Dios, portadora
de la unción del Espíritu Santo, (Jn 16, 8) que cuando es aceptada como Palabra
de Dios, su primer trabajo es llevarnos
a la “muerte” (Reconocimiento de nuestras miserias; al arrepentimiento y a la
conversión a Cristo, para que pueda darse el nuevo nacimiento (cfr Jn 16, 7-9).
La fe es una
llamada de Dios que nos invita a la conversión y por ende a la santidad. La
misma fe es conversión; es la vuelta a Dios y a su reino. La Virtud Teologal de la fe, nace en la
escucha de la Palabra y crece en la obediencia a la Voluntad de Dios, expresada
y manifestada en los Mandamientos, especialmente, el Mandamiento del Amor (Jn
13, 35). No esperemos un crecimiento automático y rápido, sino lento y progresivo,
como el del “grano de mostaza” que siendo la más pequeña de las semillas del
huerto, cuando nace y crece, llega a ser un árbol grande que cobija a muchos
bajo sus ramas (cfr Mc 4, 31).
3.
Lo segundo: esperar en Jesús.
El Encuentro con Cristo en la fe, nos llena de
Esperanza. Esta Esperanza no es un concepto, es una Persona: Es Dios. Cristo
vino a traernos a Dios: “Vengo para que tengan vida y la tengan en abundancia”
(Jn 10, 10). La virtud Teologal de la Esperanza es el ámbito vital para que
crezca la virtud de la Caridad. Cuando se acaba la Esperanza el amor se enfría,
se debilita y muere, para dar lugar nuevamente al dinamismo del pecado.
4.
Lo tercero: Amar Jesús.
Una fe sin obras está muerta nos dice la carta de
Santiago (2, 14). El Señor Jesús nos invita a pensar donde hay fe
verdadera: “El que conoce mis
Mandamientos y los guarda, ese es el que me ama, y mi Padre amará al que a mí
me ama, y yo también lo amaré y me mostraré a él” (Jn 14, 21-24).
San Pablo, el experto en el tema de las Virtudes
Teologales, en la carta a los Gálatas nos muestra la unidad que existe entre
ellas: “Pues a nosotros nos mueve el Espíritu a aguardar por la fe los bienes
esperados por la justicia… lo único que vale es la fe movida por la caridad
(Gál 5, 5-6). En la carta a los Efesios el Apóstol nos explica con toda
claridad, no sólo el origen, sino también su desarrollo que nos lleva a la
plena madurez cristiana:
V Hasta que lleguemos todos a la unidad en la fe,
V y del conocimiento pleno del Hijo de Dios,
V Al estado del hombre perfecto, a la madurez de la plenitud de Cristo (Ef
4, 13).
5.
El Conocimiento de Dios.
El crecimiento en el conocimiento de Dios se
alcanza mediante “La guarda de sus Mandamientos” (1 Jn 2,3) y la práctica de
las virtudes cristianas especialmente la virtud de la caridad (2Pe 1, 5ss). Sin
el cultivo de la Virtudes Teologales y de las virtudes cardinales o morales no
hay conocimiento personal de Dios y de su Plan de Salvación.
El Encuentro liberador y gozoso en la fe con Cristo
nos llena de Esperanza y Amor, ya que es un encuentro “justificador”, que nos
hace gratos y agradables a Dios (Rm 5, 1-5). De la misma manera podemos afirmar
que el vacío existencial en el interior del hombre es una manifestación de
ausencia de Fe, es muerte espiritual, es caer en el infantilismo contra el
cual nos alerta el Apóstol: “Para que no
seamos ya niños, llevados a la
deriva y zarandeados por cualquier viento de doctrina, a merced de la malicia
humana y de la astucia que conduce engañosamente al error” (Ef 4, 15).
6.
La unidad de las tres Virtudes.
La Esperanza es la
sustancia de la Fe, y ésta, llegada a su madurez es Amor (Gál 5, 6). El Amor necesita de la Esperanza, y ésta se fundamenta en la Fe. Ninguna
de las tres Virtudes Teologales es capaz de existir sin las otras: son
inseparables. De las tres, la más grande es la Caridad, pero la más importante
es la Esperanza. Cuando se termina la Esperanza, el Amor se enfría para dar
paso a las “obras de la carne”. Un hombre sin Esperanza es un hombre sin Amor.
Sin Esperanza, lo único que hay en el hombre, es miseria.
Para San Pablo, la vida cristiana es don de Dios y
es lucha contra el mundo, el maligno y la carne (cfr Ef 2, 1-3) “Don y lucha”.
Razón por la que nos dice: “Fortaleceos
en el Señor con la energía de su poder” (Ef 6, 10ss). El modo para
fortalecernos en la gracia de Dios es mediante la práctica de las virtudes
teologales: “Revestidos con la coraza
de la fe y de la caridad, con el yelmo de la esperanza de la salvación”
(1Tes 5, 8). En la misma carta el apóstol nos habla de la unidad de obras,
trabajos y esfuerzos de la fe, la esperanza y la caridad (1Tes 1, 3). En el
himno a la caridad, San Pablo nos habla de la inseparabilidad en esta vida de
las tres virtudes: “Ahora subsisten la
fe, la esperanza y la caridad, estas tres. Pero la mayor de todas ellas es la
caridad” (1Cor 13, 13)
7. ¿Qué
significa ser cristiano?
A la luz de la Virtudes Teologales, cristiano es
aquel que cree en Dios y le cree a Dios. Todo lo espera de él y abre su corazón
al amor a Dios y al prójimo. El cristiano es portador de una presencia
transformadora: el amor de Dios, fuerza para salir de sí mismo para darse a los
demás. Por eso la fe cristiana implica:
V Creer en Dios. La virtud de la fe tiene tres apoyos que se interrelacionan mutuamente:
La confianza en Dios, la obediencia a su Palabra y la pertenencia al Señor.
V Esperar todo de
Él. La virtud de la esperanza se apoya en la fe y
descansa en la Caridad, en el Amor de Dios.
V Amar a Dios y al
prójimo. La Caridad se apoya en la Fe y en la Esperanza,
son sus siervas.
El cristiano es un hombre de Fe, Esperanza y
Caridad. Es alguien que no vive para sí mismo, no se pertenece, tanto en la
vida como en la muerte es del Señor. El cristiano por la Fe, se adhiere a la
verdad que nos presenta la Sagrada Escritura. Por la esperanza, se convierte un
portador de una presencia nueva que lo hace capaz de padecer y sufrir por
Cristo. Por la caridad, es capaz de darse en servicio y ofrecerse como hostia
viva por amor a Dios.
Dios por las Virtudes Teologales habita en el
corazón de sus hijos. San Juan nos dejó este hermoso legado: “El que conoce mis mandamientos y los
guarda, ese es el que me ama, y a ese lo ama mi Padre, y yo también lo amo, y
venimos y habitamos en él” (cfr Jn 14, 21). San Pablo al hablarnos de la fe
nos dice: “Que Cristo habite por la fe en
vuestros corazones… para que cimentados y enraizados en el amor…” (Ef 3,
16).
Cristo ha venido a traernos a Dios: “Vengo para que tengan vida en abundancia”
(Jn 10, 10). “He venido a encender un
fuego sobre la tierra” (Lc 12, 49). ¿De qué fuego se trata? Es el fuego del
amor de Dios; es el fuego del Espíritu; es el fuego de la Evangelización. Esa
presencia que Cristo siembra en nuestros corazones se llama Esperanza, con
mayúscula. Ésta Esperanza no es un objeto, es una Persona, con palabras de
Pablo afirmamos: “Cristo es nuestra Esperanza”. Cristo nos da de los suyo:
Espíritu Santo que guía a los hijos de Dios, los libera y santifica para que
puedan participar de la naturaleza divina (cfr 1Pe 1, 4).
8. Los
enemigos de las Virtudes Teologales.
Los enemigos son muchos, son verdaderos ladrones
que impiden la realización del cristiano y el crecimiento del Reino en la vida
de los hijos de Dios. Podemos decir que existen dos clases de hombres. Unos son
poseedores de “esperanza”: Saben, que no obstante son pecadores, y pecan,
tienen un Dios que es Padre Misericordioso, que les ama, les perdona y les
salva. Otros, en lugar de esperanza tienen “miseria”. Y cuando caen en
situaciones de desgracia, se desesperan, se desilusionan, se desmoronan y
buscan salidas falsas como el suicidio. Todo pecado es enemigo de la fe, de
esperanza y de la caridad. Podemos resaltar como enemigos de la “Vida
espiritual” los siete pecados capitales.
Todos y cada uno, son enemigos mortales de los
fieles creyentes. Cada uno de ellos son verdaderas barreras que impiden que el
hombre viva en comunión con Dios y con los demás hombres. La soberbia, es el
peor enemigo de la fe; la avaricia, es el enemigo por excelencia de la caridad.
La lujuria, asesina la esperanza de la vida en Cristo; la ira, es fuente de
crímenes; la envidia, es fuerza que mata y asesina para destruir a los hombres
y quitarles lo que tienen; la gula, es causa de enfermedades y de pobreza,
mientras que la pereza, es fuente de deshumanización, de pobreza y de miseria.
Todos los pecados capitales son impedimentos para que la persona alcance su
plenitud, en la donación y entrega a los demás. Frutos de los pecados capitales
son entre otros:
V El individualismo y el relativismo. El primero me lleva a vivir para sí mismo, buscando solo la propia
comodidad. El segundo me hace amar y aceptar tan solo a los que están al
servicio de mis intereses personales: lo que me deja placer, tener o me lleva
al poder. Los demás son valorados por lo
que tienen y por el bien que me pueden dejar. Una gran mentira.
V La superstición. La superstición aparta de la verdadera fe en el
Dios uno y Trino que se ha manifestado en Jesucristo, Salvador y Redentor del
hombre. Creencias en horóscopos, en la adivinación, encantamientos, brujería,
hechicería, espiritismo, espiritualismo ocultismo, etc. La palabra de Dios
prohíbe rotundamente todas estas prácticas: “cuando vayas a entrar al país que
yo te voy a dar, no imites las horribles costumbres de esos pueblos…” (Dt 18,
12ss), San Pablo, nos alerta diciendo: “Algunos
apostatan de la fe, entregándose a espíritus engañadores y a prácticas
diabólicas” (1Tim 4, 1).
V El ateísmo teórico. Esta corriente niega la existencia de Dios. Para
el ateo Dios es un estorbo, es un freno que impide que el hombre viva a su
manera. Fruto del ateísmo teórico es la “inversión de valores”, madre de la
“idolatría” y del “vacío existencial”. Hay quienes niegan la existencia del
Dios vivo y verdadero, pero se hacen sus dioses a su manera: los dioses del
poder, placer o tener que ayudan al hombre a sentirse dios.
V El ateísmo práctico. Se cree en
Dios, pero, se vive como si Dios no existiera. El ateísmo práctico es fuente de
descomposición humana: embota la
mente, endurece el corazón, lleva a la pérdida de la moral y al desenfreno de
las pasiones (Ef 4, 17ss). Los ateos prácticos de hecho, realizan
algunas obras de piedad, pero, mezclándolas con las obras de la carne (cfr Gál,
5, 19-21), resultando así, la enfermedad espiritual de la “tibieza” que no es
grata a Dios, de acuerdo a las palabras de Apocalipsis (Apoc 3, 16). El ateísmo
práctico lleva a muchos creyentes a la impiedad, al dominio de las pasiones, a
la opresión, explotación y a la práctica de las injusticias de unos para con
otros (cfr 2Tim 2, 12).
V El secularismo. Es el
alejamiento de lo sagrado, es el desprecio a la verdad: el abandono de Dios, de
los sacramentos y de la Iglesia para caer en la impiedad, en la idolatría.
Pero, a la vez, es fuente del “Caos” que se vive tanto, a nivel personal, como
familiar, social, nacional e internacional. San Pablo nos alerta cuando nos
dice: “En los últimos días sobre vendrán momentos difíciles; los hombres serán
egoístas, avaros, fanfarrones, etc. (2Tim 3, 1-5).
V El Fariseísmo. “Porque
os digo que, si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos,
no entraréis en el Reino de los Cielos” (Mt 5, 20). Jesús el Señor nos propone la “Ley nueva
del Amor” contra el fariseísmo rigorista, legalista y perfeccionista de los
fariseos que ponían cargas pesadas sobre la gente pero que ellos, ni con un
dedo las tocaban. Para Jesús es más importante el hombre con su dignidad que
las leyes y los preceptos.
V La pérdida del sentido del pecado. Causa de la pérdida del sentido del pecado es la falsa imagen que se
tiene de Dios, del hombre, de la vida, y es a la vez, fruto de la experiencia
personal del pecado. Cuando se ha perdido el sentido del pecado, todo es
válido, todo es permitido, a lo bueno se le llama malo y a lo malo se le llama
bueno. Se cae en la impiedad y en la irreligiosidad de la que nos habla el
apóstol Pablo (Rm 1, 18ss).
3. La Armadura
Espiritual del cristiano.
La
vida nueva en el Espíritu es don y lucha. El cristiano requiere de la armadura
espiritual para defender el Don y cultivarlo.
Objetivo:
Mostrar la importancia del cultivo de las Virtudes
teologales en referencia al conocimiento, al amor y el servicio a Dios, para
llevar una vida digna de los hijos de Dios.
Iluminación:
“Podéis comer de todos los árboles del Paraíso, mas del árbol de la
ciencia del bien y del mal no comeréis, porque el día que comieres de él
moriréis sin remedio” (Gn 2, 16-17).
1.
Las virtudes teologales: armas de luz.
La Teología de Pablo, resalta la importancia de las
Virtudes Teologales en la lucha contra el pecado, fuente de muerte (Ef 2, 1-3),
de esclavitud (Rm 7, 14ss) y de enemistad (Rm 5, 11). Para el apóstol las
Virtudes Teologales son las “armas del cristiano”, “la armadura de Dios” (cfr
Ef 6, 10ss); de ahí la constante invitación a revestirse de Jesucristo.
La Sagrada Escritura nos da algunas listas de
virtudes que son manifestación de vida cristiana o de la presencia de Cristo en
el interior del creyente: Fe, esperanza y caridad (1Tes 5, 8); santidad y
justicia (Ef 4, 23-24); humildad, sencillez, mansedumbre, amor, perdón (Col 3,
12ss), justicia, verdad y bondad (Ef 5, 8-9); verdad, justicia, misericordia,
fe, oración, entre otras (Ef 6, 14); prudencia, justicia, continencia,
tenacidad, piedad, amor fraterno y caridad (2Pe 1, 5ss). Todas y cada una de
estas virtudes son verdaderas armas en la lucha espiritual contra el pecado.
Sólo quien las cultive puede apropiarse de las palabras de San Pablo: “No vivo
yo, es Cristo quien vive en mí” (Gál 2, 19-20). Cuando se pierde la Gracia de
Dios, se vuelve al hombre al natural y aparece entonces, el vacío, el caos y la
muerte espiritual (cfr Apoc 3, 15ss).
2.
¿Por qué la lucha contra el mal?
Tengamos presentes las palabras del Génesis:
“Podéis comer de todos los árboles del Paraíso, mas del árbol de la ciencia del
bien y del mal no comeréis, porque el día que comieres de él moriréis sin
remedio” (Gn 2, 16-17). Es la lucha entre el bien y el mal que hoy se desata en
el corazón del hombre. San Pablo nos dice lo que sucede en el corazón del
hombre: “Realmente no comprendo mi proceder; pues no hago lo que quiero, sino que hago lo que aborrezco” (Rm 7,
15). ¿No es acaso esa la realidad que todos vivimos en nuestro interior? Gracias
a Dios que en Cristo nos ha liberado (Gál 5, 1).
Dios ha puesto frente al hombre la vida y la
muerte, el agua y el fuego, la bendición y la maldición (cfr Dt 30, 15ss; Eclo
15, 16). Dios quiere que todo hombre sea protagonista de su propio destino. El
hombre es libre para elegir, y a la misma vez es responsable de su propia
historia. El Paraíso, la Creación y la Vida son dones gratuitos de Dios, que se
han de recibir con gratuidad y se han de cultivar, según la voluntad de
Creador: “Cuida y cultiva” (Gn 2, 15).
3.
Cultiven el barbecho del corazón.
Es el grito del profeta Jeremías: “Cultivad el barbecho y no sembréis sobre
cardos” (Jer 4, 3). Ese es
el mandato que Dios le dio a nuestro Padre Adán acerca del paraíso, y hoy
acerca de cada ser humano: “Cuiden y cultiven” (Gn 2, 15) todos los talentos,
cualidades y valores que Dios ha puesto en el corazón del hombre, como
“semilla” para ser cultivada hasta alcanzar la madurez humana en la donación y
en la entrega a los demás. Nuestra lucha es contra el pecado que está en
nuestro interior como deseo o como tendencia hacia el fruto prohibido: Los
bienes ajenos, la mujer del prójimo, el deseo de dominar a los demás, ser como
dioses y el deseo de destruir a los otros con el poder de la envidia para ser
amos y señores de una Creación que pertenece a todos (cfr Rom 13, 9).
4.
Dos estilos de vida: la carne y el espíritu.
La realidad es que todo ser humano es una “Perla
preciosa:” “La Dignidad humana”, sede de valores, derechos, deberes y virtudes;
toda persona, lleva en sí misma un “tesoro” que debe proteger y cultivar, sin
cultivo no hay frutos. Jeremías nos habla del “cultivo del corazón” y no
sembréis sobre cardos (Jer 4, 3). Lo que se siembra es lo que se cosecha, nos
dirá el apóstol Pablo: “Así que hermanos
no seamos deudores de la carne para vivir según la carne, pues, si vivís según
la carne, moriréis. Pero si con el
Espíritu hacéis morir las obras del cuerpo, viviréis” (Rm 8, 12-13). La
carta a los Gálatas nos explica la realidad de la lucha espiritual entre la
carne y el espíritu como dos realidades que son entre sí antagónicas: “Os
digo, pues, que procedáis según el Espíritu, sin dar vía libre a las meras
apetencias humanas, es decir, a la carne. Pues la carne tiene apetencias
contrarias al espíritu, y el espíritu contrarias a la carne; y son tan opuestos
entre sí, que no hacéis lo que queréis” (cfr Gál
5, 16-17).
5.
La caída.
El hombre en los orígenes de su historia, rechazó
el Plan de Dios, quiso ser independiente, desobedeció y tuvo que abandonar el
Paraíso, dejando a sus descendientes un plan de muerte y no de vida. Pero
gracias a Dios que en Cristo Jesús, el hombre puede volver al Paraíso y comer
de los frutos del árbol de la Vida (Apoc 2, 7). Puede recuperar la libertad
perdida y ser nueva creatura (2Cor 5, 17). “Para ser libres nos libertó Cristo”
(Gál 5, 1). El cristiano lucha para no perder la “libertad Interior”; para no
perder la “Paz” que ha recibido como gracia de Dios, lucha para no caer en la opresión y en la esclavitud del pecado
(Gál 5, 2). Y, para dar frutos permanentes de “Vida eterna”. Sin lucha no hay
victoria, y sin ésta, no comeremos del Árbol de la Vida; sin victoria no hay
corona de la gloria, ni vestidura blanca, como tampoco nos sentaremos a la
derecha del trono de Dios (cfr Las siete cartas del Apocalipsis 2-3).
6.
Los Santos y las Virtudes Teologales.
Sin santidad, nadie verá al Señor, nos dice la
carta a los Hebreos (12, 14). Una vida en la carne no es grata a Dios (Rm 8,
8). No podemos pretender servir a dos señores, de la mezcla de las cosas de
Dios y una vida mundana y pagana, resulta la tibieza, y los tibios, son
expulsados de la presencia de Dios según las palabras del Apocalipsis: “A los
tibios los vomitaré de mi boca” (Apoc 3, 16).
Cuando no vivimos y practicamos las virtudes
teologales, estamos lejos de la santidad a la que somos llamados por Dios.
(1Tes 4, 3). Santos somos todos los que pertenecemos al Pueblo de Dios, según
las palabras de la Escritura: “A la
Iglesia de Dios que está en Corinto; a los santificados en Cristo Jesús,
llamados a ser santos” (1Cor 1, 2). La Santidad es la vocación de toda
bautizado, a este llamado se ha de dar una respuesta con la misma vida. Hoy
podemos decir que santo es el que ama al Señor y lucha para defender su Fe, su
Esperanza y su Caridad para permanecer en Comunión con el Dios uno y trino,
llegando así a dar frutos de vida eterna.
La clave para vivir en santidad es la comunión con
Cristo: “Sin mí, nada podéis hacer” (Jn
15, 7). A esta comunión somos llamados y entramos en ella mediante la escucha
de su Palabra, la práctica de los sacramentos y la obediencia de la fe: “Permanezcan en mi palabra, seréis mis
discípulos, conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (cfr Jn 8,
31-32). Libres de todo vicio y pecado, y libres para amar. Somos santos en la
medida que amemos a Dios y al prójimo. El amor cristiano y fraterno es una
participación de la vida nueva que el Padre en Cristo nos da gratuitamente.
Para que un cristiano sea canonizado en la Iglesia
se ha de comprobar que vivió las virtudes cristianas de modo heroico. Santo es aquel que se gasta por amor a Cristo
en servicio a sus hermanos, lucha contra el pecado y sus propias debilidades.
Ha vivido un proceso de conversión y purificación, de práctica y vivencia de
las todas las virtudes que hay en Cristo.
7.
Las virtudes teologales y los Sacramentos.
La vida de fe, esperanza y caridad nace y se desarrolla en el encuentro
del hombre con Cristo, de una manera especial, a través de los Sacramentos por
medio de los cuales se adhiere y entrega a Cristo. El hombre nuevo nace y vive por la celebración del Misterio de Cristo,
bajo la acción del Espíritu. El hombre nuevo es el hombre de la Celebración, de la Liturgia, de
la Fiesta, y por lo tanto, es el hombre espiritual que se goza con las cosas de
Dios: la escucha de su Palabra, el guardar sus Mandamientos, la práctica de la
justicia, la vida de piedad y la búsqueda de la felicidad para los demás. Los
grandes momentos de la vida de fe están significativamente configurados por la
presencia eficaz del Espíritu en la Liturgia.
Por el Bautismo, sacramento
del nacimiento a la fe y de la incorporación a Cristo (Gál 3, 26); la Confirmación, sacramento del
testimonio de la fe; la Penitencia, sacramento
de la reconciliación, misterio de misericordia y de conversión; la Eucaristía, sacramento del Pan de
Vida y celebración de la Pascua del Señor; la Unción de los enfermos, sacramento de la esperanza cristiana
frente al dolor de la enfermedad y de la muerte; el Orden, sacramento del servicio
a la comunidad de los creyentes; el Matrimonio, sacramento del amor humano, signo de fidelidad
definitiva y de paternidad sabia y responsable (Cfr. LG 11). En todos y cada
uno de los Sacramentos, el cristiano puede encontrarse con Cristo y con la
Comunidad eclesial por la acción del Espíritu Santo.
4.
Los medios que ayudan a crecer en la Virtud.
En
este capítulo encontramos los medios que ayudan a crecer y madurar como persona
y en la fe cristiana, medios que están al alcance de todos.
Objetivo: dar a conocer los medios del crecimiento en la fe, la esperanza y el
amor, como camino de madurez humana, para que poniéndolos en práctica, el
cristiano permita que en su corazón crezca el reino de Dios.
Iluminación: “En cuanto a vosotros que el Señor los haga progresar y sobre abundar en
el amor mutuo y en el amor para con todos” (1 Ts 3, 12).
1.
La vida de oración.
El cristiano que no permite que el dinamismo de la Vida Nueva lo impulse
y proyecte hacia adelante, se puede desviar hacia izquierda o derecha, como a
la vez puede estancarse y hundirse en el lodo de la mediocridad,
superficialidad o caer en la tibieza espiritual. El amor que no crece se
desvirtúa y muere. Razón por la que me preocupa dar a conocer los medios de
crecimiento en la Virtud.
Orar en todo tiempo o lugar. Que nuestra oración sea íntima, cálida y extensa. “ya
sea de acción de gracias, de petición, de aflicción o de intercesión” (Mt 7, 7; Fil 4, 4). “Pedid y recibiréis”. La
oración es un medio muy poderoso para ayudarnos a crecer en las Virtudes
Teologales. Cuando la oración brota de las virtudes teologales está revestida
de confianza filial, de afecto y cariño a un Padre que se sabemos que nos ama y
que nos escucha. Es una oración llena de gratuidad que no se apoya en méritos
personales, sino en la “méritos que brotan del corazón de Cristo, Jesús”. Por
eso la oración cristiana es agradecida, humilde, confiada, ardiente,
perseverante y revestida de la alegría por saber que Dios siempre nos escucha.
2.
La lectura y la
escucha de la Palabra de Dios.
Cada vez que ponemos la palabra de Dios en práctica
se da en nuestro interior un crecimiento espiritual. Como también, cada vez que
renunciamos al pecado, brota y crece en nosotros la vida, la libertad y el
amor. Sin renuncias, no hay vida. Escuchemos a Jesús decirnos: “Si tu ojo te
hace pecar, sácatelo”; “Si tu mano te hace pecar, córtatela”; “Si tu pie te
hace pecar, córtatelo” (Mt 5, 27ss). Es decir, niégale al hombre viejo el
alimento que le entra por los sentidos y no busques la ocasión de pecar. “Huye
de la corrupción para que puedas participar de la naturaleza divina” (2Pe 1, 4)
Jesús recomienda a los nuevos creyentes permanecer en su Palabra para ser
discípulos libres capoaces de amar y de servir a sus hermanos, como camino para
conocer la verdad y llevar la fe a la práctica de la justicia. (Jn 8, 31-32; Lc
8, 21; Lc 11, 28).
3.
La vivencia de
los Sacramentos.
La
primera comunidad cristiana llevaban una vida centrada en la Eucaristía. “Se mantenían constantes en la enseñanza de
los apóstoles, en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones” (Hech 2, 42). La
participación activa en los Sacramentos y una vida centrada en la Eucaristía,
culmen y fuente de vida cristiana, nos convierte en “don de Dios para los
demás”. Los Sacramentos son acciones de Cristo y de la Iglesia.
4.
El encuentro con
los pobres.
“Si vuestra
justicia no supera la justicia de los fariseos, no entraréis en el Reino de
Dios” (Jn 5, 25; Mt 25, 31ss). El compromiso cristiano
es expresado en el servicio a los débiles y a los más pobres. Recordando la
norma de Pablo: “La caridad no hace mal al prójimo” (Rm 13, 10). “Acoged al que es débil en la fe” (Rm
14, 1). “Nosotros los fuertes debemos
buscar las flaquezas de los débiles y no buscar lo que nos agrada” (Rm 15,
1).
5.
La aceptación de
la Cruz.
La Cruz es un estilo de vida, de liberación, de
madurez humana y cristiana. Es un camino lleno de experiencias, a veces
gozosas, otras dolorosas, otras veces liberadoras y gloriosas. A la luz de lo
anterior comprendemos las palabras del Apóstol: “Todo lo que nos sucede es para
bien de aquellos que aman al Señor” (Rm 8, 28). El camino de la cruz nos
reviste de humildad, amor fraterno y castidad. Es un camino de muerte y
resurrección, de plenitud en el Espíritu que nos identifica como discípulos del
Señor Jesús (Lc 9, 52ss).
6.
Abrazar la cruz
con amor.
Según la teología de san Pablo: “Morir para vivir”. “Mortificar vuestros miembros mortales” (Col
3, 5ss), “Morir al pecado” (Rm 6, 10ss) para resucitar con Cristo, para
revestirse de Cristo; para revestirse de luz; para revestirse con la armadura
de Dios, para revestirse de santidad y justicia; “Para alcanzar la madurez de Cristo”; para ser libres en Cristo, con la libertad de los hijos de Dios; para
crecer en el conocimiento de Dios (Rm 13, 11ss; Ef 4, 23); Gál. 5, 1; Col
3, 12ss).
7.
La práctica de
las virtudes.
Ésta práctica, está llena de renuncias al amor propio, al egoísmo y al
apego desordenado a las cosas, a las personas y a las ideologías. En su cartas,
Pablo nos enseña la “clave” para practicar los virtudes cristianas: “Despojaos del hombre viejo” (Ef 4, 23);
de las tinieblas (Rm 13, 12ss), “Huyan de las relaciones impuras” (cfr 1Cor 6, 18), “Desechar lo que no sirve”
(cfr Ef 4, 25ss). Pero no basta con no hacer cosas malas, hay que amar el bien
con intensidad (Rom 12, 9).
8.
La comunidad
cristiana.
El lugar por excelencia para crecer en las virtudes
cristianas es la Comunidad cristiana; comunidad fraterna y misionera. En ella
se aprende a vivir como hijos de Dios, como hermanos y como servidores de los
demás. Una comunidad cimentada en la verdad, en el amor y en la vida, es decir,
cimentada en Cristo (cfr Jn 14, 6; Hech 2, 42-47). Para la teología de San
Pablo sin la práctica de las virtudes no hay comunidad, por eso exhorta a los
Filipenses a tener los mismos sentimientos de Cristo Jesús:
“Así pues, si
hay una exhortación en nombre de Cristo, un estímulo de amor, una comunión en
el Espíritu, una entrañable misericordia, colmad mi alegría teniendo un mismo
sentir, un mismo amor, un mismo ánimo y buscando todos lo mismo. No hagáis nada
por ambición o vanagloria, sino con humildad, considerando a los demás como
superiores a uno mismo, y sin buscar el propio interés, sino el de los demás (Fil 2, 1-5).
9.
El apostolado.
El alma de todo apostolado cristiano es el amor. El
apóstol primero ha sido discípulo, ha sido llamado a estar con Jesús, para
luego ser enviado a llevar la Buena Nueva (Mc 3, 13ss). Es un servidor de la
fe, la esperanza, la caridad, la verdad, la justicia. Su identidad es la
solidaridad con el Señor Jesús, con la Iglesia y con la humanidad; sus
características han de ser la amabilidad, la generosidad y el servicio
desinteresado (cfr Mt 28, 20ss), llevando siempre la esperanza que Jesús estará
siempre con él, en cualquier situación concreta en la que se encuentre.
10.
María: Figura y Modelo de la
Iglesia.
María, Madre y modelo de toda virtud, ruega por
nosotros. María, la virgen creyente, la primera discípula de Cristo. Para ella
la fe es abandono en las manos de Dios. Es donación, entrega y servicio. Es
solidaridad con su pueblo y con toda la humanidad. Pablo VI en la Marialis
Cultus nos descubre algunas de las virtudes de la Madre: Ella es la Virgen
oyente, la Virgen orante, la Virgen Madre y la Virgen oferente.
La Sagrada Escritura nos confirma lo anterior al
hablarnos en la anunciación de María como la Mujer de la escucha (Lc 1, 26-39),
en la Visitación como la Mujer solidaria que sirve a los más débiles (Lc 1,
40ss); en el primer milagro de Jesús como la Mujer solícita y atenta a las
necesidades de los demás (Jn 2, 5ss); junto a la Cruz de Jesús como la mujer
fiel al designio de Dios (Jn 19, 25).
Las virtudes de la Madre son evidentes: la fe, la esperanza, la caridad,
la humildad, la sencillez, la solidaridad, la oración, el servicio, y más.
Razón por la cual la Iglesia llama a María: Madre, Figura y Modelo de la
Iglesia.
11.
Conclusión.
Cuando el cristiano deja de vivir de encuentros con
el Dios de la revelación; consigo mismo y con los demás, se convierte en un
pequeño monstruo, se deforma y se desfigura, se deshumaniza y despersonaliza.
Cae en situaciones de desgracia, de no salvación;
situaciones de opresión y explotación que no son queridas por Dios, ya que el
hombre se convierte en esclavo de sus pasiones, del Mal; se apega de manera
desordenada a las cosas, a otras personas; se hace esclavo de la ley.
El camino que Dios nos propone para salir del
“Vacío y del Caos” es Jesucristo, Camino, Verdad y Vida (Jn 14, 6). Por la
virtud de Fe, lo aceptamos como nuestro Salvador y Redentor. Por las virtudes
teologales, aceptamos el “Camino” que Jesús nos propone: El camino de las
virtudes, especialmente, la virtud de la Esperanza y de la Caridad (cfr Jn 13,
35), que se identifica con el camino de la Pascua: Morir, ser sepultado y
resucitar con Cristo, morir al pecado para vivir para Dios. Es un despojarse
del traje de tinieblas para revestirse con el traje de luz (Rm 13, 11ss).
Despojarse del hombre viejo para revestirse del
hombre nuevo mediante la práctica permanente y perseverante del cultivo de las
virtudes cristianas, sin las cuales no hay identificación o configuración con
Cristo. Las virtudes son luz y fuerza de Dios que iluminan nuestra
inteligencia, fortalecen nuestra voluntad y santifican nuestros corazones para
que podamos ser la “Imagen y semejanza” de Dios, dentro de una “Comunidad
fraterna”, en la cual nadie vive para sí mismo como tampoco nadie está por
encima de los demás, sino que se camina junto a otros hermanos y hermanas que
también buscan la voluntad de Dios: Nuestra liberación y santificación.
De la mano de María, nuestra Madre, pidamos a
Nuestro Señor y Salvador Jesucristo que nos conceda por sus méritos la gracia
de un crecimiento integral, como personas, que abarque todas nuestras
dimensiones humanas; como cristianos, que abarque las dimensiones de la fe:
creer, vivir, celebrar y anunciar; como servidores de la Comunidad, que nos dé
un crecimiento doctrinal, espiritual y pastoral. Para que podamos ser “Alabanza
de la gloria de Dios”, “Discípulos misioneros de Jesucristo para que el mundo
pueda tener Vida en Él (Aparecida).
Oración: Gracias Padre
por el don de la fe, la esperanza y la caridad. Gracias Padre por darnos a tu
Hijo y darnos al Espíritu Santo. Gracias por darnos a María y por darnos a la
Iglesia. Gracias por los Sacramentos y por todos los medios que pones a nuestro
alcance para ayudarnos a crecer en tu Gracia. Gracias por cada hermano y por
cada hermana que has puesto en nuestro camino como “lugares” de encuentro contigo,
Dios de toda Misericordia. Te pedimos, amado Padre, por los méritos de tu Hijo
Jesucristo que nos a crecer en la fe, esperanza y caridad para que podamos
amarte, conocerte y servirte en esta vida y después pasar la eternidad en
compañía de María, tus Ángeles y Santos. Amén.
5.
JUSTIFICADOS POR
LA FE EN JESUCRISTO
Justificados por la fe en Jesucristo,
en el cual se pretende profundizar que la salvación nos llega por la fe en
Jesucristo como don de Dios a la humanidad y no como resultado de las buenas obras
al margen de la fe.
OBJETIVO: Ayudar a eliminar las falsas concepciones que se
tengan de la fe y aportar nuevos elementos que ayuden a profundizar que la
salvación nos llega por la fe en Jesucristo como Don de Dios a la humanidad, y
no, como resultado de las buenas obras al margen de la fe.
Iluminación: “El
hombre no se justifica por las obras de la ley sino sólo por la fe en
Jesucristo, también nosotros hemos creído en Cristo Jesús a fin de conseguir la
justificación por la fe en Cristo, y no por las obras de la ley” (Gál 2, 16).
Justificación
del tema: La
urgente necesidad de educar en la fe, debido a la ignorancia religiosa (Col. 2,
6-7; Ef 4, 14-15).
1.
¿Qué es la justificación por la fe?
Ningún hombre se puede salvar así mismo. Los cristianos creen que
sólo pueden ser salvados por Dios, que para esto ha enviado al mundo a su Hijo
Jesucristo (Jn 3, 16).
La salvación significa que somos liberados del poder del pecado
por medio del Espíritu Santo y que hemos salido de la zona de la muerte a una
vida sin fin, a una vida en la presencia de Dios. (Catic 1987, 1995, 2017,
2020). El hombre debe prepararse para recibir la salvación que Dios nos ofrece
gratuitamente en Cristo y por Cristo. Salvación gratuita, pero no barata.
2.
Es una Gracia de Dios.
“y son justificados por el don de su Gracia, en virtud de la
redención realizada en Cristo Jesús,...” (Rom. 3, 24).La justificación es obra
divina, es decir, es un don libérrimo de parte de Dios que actúa en el corazón
de los hombres y en la Historia. Recordando las palabras de Jesús: “Mi Padre
siempre trabaja y yo también”. Dios trabaja en la salvación de los hombres para
que sean justificados, redimidos y salvados.
El
hombre recibe la primera justificación por la Bautismo, sacramento de la fe: “El que crea y se bautice, se salvará” (Mc
16, 15).
Pero
habéis sido lavados, habéis sido santificados, habéis sido justificados en el
nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios (1 Cor. 6, 11).
Por la Gracia santificante el hombre se hace justo y santo.
La
justificación es una gracia conseguida por la fe: Don gratuito e inmerecido que
Dios ofrece a los hombres en Cristo Jesús.
3.
Es un Nuevo Nacimiento.
Es el Nacimiento del cual el señor Jesús le habló a Nicodemo que
lo visitaba de noche por miedo a los judíos: “En verdad en verdad te digo, el que no nace de lo alto no puede ver el
reino de Dios” (cfr Jn 3, 1- 5) Nacer de lo Alto es nacer de Dios (Jn 1,
12- 13), por el “agua y el Espíritu”. La clave del Nuevo nacimiento es la fe en
Jesucristo, Hijo de Dios, que se ha hecho hombre para nuestra salvación.
4.
Es una generación nueva.
Generación que exige la escucha de la Palabra; el reconocimiento
del pecado; el arrepentimiento como abandono de las obras de las tinieblas y la
orientación de la vida hacia Dios, tras las huellas de Jesús (cfr Jn 8, 12).
“De hijos de las tinieblas pasamos a ser hijos de Dios (cfr Ef 5, 7-9) “De la
muerte pasamos a la vida; del odio al amor”
“Del pecado a la Gracia” (1 Jn 3,14).
5.
Es una creación nueva.
El hombre nuevo es un “proyecto de Dios”. No está hecho, sino
haciéndose; no es cosa del pasado, se vive en el hoy de cada día y cada hora
con una vida en proyección hacia lo que todavía no somos pero que estamos
llamados a ser: “hijos de Dios, en el Hijo, Cristo Jesús”. “Todo el que está en Cristo es una nueva creación, lo viejo ha pasado”
(2 Cor 5, 17). Por Él y en Él, Dios Padre se acerca a todo hombre para
amarlo con corazón de hombre. El amor consiste en que Dios nos amó primero y
nos envió a su Hijo Jesucristo (1 Jn 4,8). El amor pide reciprocidad, tanto,
entyre Dios como entre los hombres.
6.
Es una renovación interna.
Cristo ha venido a renovar la faz de la tierra: “Soy el que hace las cosas nuevas” (Apoc. 21, 1-5). De enemigos
de Dios ahora somos herederos con Cristo (Rom 8, 16). Es Él, quien hace de
nuestro interior una “casa de Dios”. “...habéis
sido lavados, habéis sido santificados, habéis sido justificados en el nombre
del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios” (1 Cor. 6, 11). Porque nada cuenta ni la circuncisión, ni la
incircuncisión, sino la creación nueva (Gál. 6, 15.). “Todo el que es de Cristo es una nueva Creación, lo viejo ha pasado”
(2Cor 5, 17).
7.
Es una acción santificadora.
¿A, qué
viene el Señor a nuestras vidas? “Vengo para que tengan vida y la tengan en
abundancia” (Jn 10, 10) “He venido a encender un fuego y cuanto ardo en deseos
de verlo arder” (Lc 12, 49) “Llevar una vida digna del Señor; dando frutos,
creciendo en el conocimiento de Dios; fortalecidos en todo, alegres y dando
siempre gracias a Dios” (Col 1, 9- 12)
“...en Él habéis sido enseñados conforme a la verdad de Jesús...a
renovar el espíritu de vuestra mente, y a revestiros del Hombre Nuevo, creado
según Dios, en la justicia y santidad de la verdad” (Ef. 4, 21-24). No podemos dar las cosas por echas. Una vida digna
del Señor nos pide guardar sus Mandamientos, especialmente los del Amor y
despojarnos del hombre viejo para poder revestirnos con las vestiduras de salvación:
“La túnica puesta, revestidos de Cristo”.
8.
Un tránsito de la muerte a la vida.
“Ustedes
estaban muertos a causa de los pecados en que vivían, pero Dios les ha dado
vida en Cristo Jesús” (Ef 2, 1-4) “Él nos libró del poder de las tinieblas y
nos trasladó al Reino del Hijo de su amor, en quien tenemos la redención: el
perdón de los pecados” (Col. 1, 13-14) “Nosotros
sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a los hermanos”
(1 Jn. 3, 14).
9.
Es el tránsito de las tinieblas a la luz.
Es el aspecto pascual de la fe
en cual entran dos realidades inseparables: la Gracia de Dios y la voluntad
humana; Dios que nos ayuda y nuestros esfuerzos que secundan la acción de Dios:
“despojaos de las tinieblas y revestíos
con la armadura de Dios” (Rom 13, 11) “Porque
en otro tiempo fuisteis tinieblas; mas ahora sois luz en el Señor” (Ef. 5, 8) Se
realiza por la Gracia que es principio de vida sobrenatural y la fe vista como
respuesta: “Solamente unidos a mí, podéis
dar fruto” (Jn 15, 5) “Hechura suya somos” (Ef 2, 8) “Ya sin el velo que nos
cubría la cara, vamos reflejando como en un espejo la gloria del Señor…y esto
por la acción del Espíritu que es el Señor” (2 Cor 3, 16- 18).
10.
El
Camino de la fe.
La fe cristiana es fe en Cristo Jesús, en su obra redentora
y en su Evangelio. Jesucristo, es el mismo Evangelio viviente que nos revela al
Padre y a cada hombre (Jn 14, 7); la fe cristiana es fe en el Padre que por
medio de su Hijo y por el don del Espíritu Santo, nos ama, nos perdona, nos
salva y nos llama a ser hijos adoptivos y a convertirnos en una sola Familia.
La fe es la exigencia esencial para salvarse, para conocer, amar y servir al
Señor en esta vida. La fe es el Camino seguro, firme y estable para apropiarnos
de los frutos de la Redención y de todo lo que Dios en su divina Gracia nos
quiere compartir, ya que sin la fe, nadie es agradable a Dios (Heb 11, 6). Sólo
por el camino de la fe podemos conocer a Dios de manera personal, penetrar sus
Misterios y recibir sus bendiciones espirituales. Sólo por el camino de la fe
podemos llegar a la unidad con Dios en Cristo y por Cristo.
El Camino de la fe está lleno de experiencias: gozosas,
dolorosas, liberadoras, gloriosas y luminosas. El primero en andar este camino
fue el mismo Cristo; tras de Él podemos contemplar con los ojos de la fe a
María, la Madre, sus Apóstoles, sus Mártires, y miles y miles que a lo largo de los Historia se arriesgaron a
vivir la “aventura de la fe”. Abrazar la fe como camino es aceptar la vocación
a ser Unidad. Cristo murió para ser uno con su Padre y con todos los creyentes:
“Que todos sean uno como nosotros somos
uno… No ruego sólo por éstos, sino también por aquellos que, por medio de su
palabra, creerán en mí. Que todos sean uno como tú, Padre, en mí y yo en ti,
que ellos también sean uno en nosotros para que el mundo crea que tú me has
enviado” (Jn 17, 11- 21). Camino que nos lleva a la PLENITUD (Col 2,
9), a la que entramos por la fe y la
conversión (cfr Mc 1, 15). Este Camino nos lleva a la vida, a la justicia, a la
fraternidad y a la solidaridad de los creyentes en Cristo. Camino que incluye
un proceso de conversión, sin el cual la fe no pasaría de ser una “creencia”,
sin la adhesión y entrega a Jesucristo.
San Pablo nos dice en qué consiste la salvación que
Dios ofrece a los hombres: “Todos ustedes
estaban muertos a causa de vuestros pecados, pero Dios, el Padre de toda
misericordia, nos ha dado vida juntamente con Cristo…” y esto no es por
méritos personales, sino por la fe… por la obediencia de Cristo al Padre, y por
el amor de Cristo a los hombres (cfr Ef 2, 1-8). La salvación que Dios nos
ofrece tiene dos dimensiones: una negativa, nos libera de la muerte y del
pecado, y la positiva, nos da su gracia en Cristo Jesús, para que realicemos
las obras de la fe.
Conclusiones.
La fe cristiana es mantenerse firme en lo que se
espera, estar convencidos de realidades que no se ven (Hb 11, 1) Para la Biblia
la fe abarca a la totalidad de la persona; entendimiento, voluntad y
sentimientos, es decir a la persona con todas sus potencias para expresar su
verdadero significado; fundar toda la existencia en Dios que se dona y se
entrega en Jesucristo en quien creemos, esperamos y amamos. La fe es un camino
que se debe recorrer siguiendo las huellas de Jesús.
La primera y fundamental actitud de la fe es la
escucha atenta de la palabra de Dios para percibir y recibir la fe como regalo,
como don que nos pide acogida y apertura al “ministerio de Dios” (Rom 10, 17).
En segundo lugar la fe está unida a la conversión
que nos invita a desprenderse y a renunciar a los modos habituales de pensar y
de actuar: “Crean y conviértanse” (Mc 1, 15). El camino de la fe está lleno de
experiencias que bien pueden ser liberadoras, dolorosas y gozosas. El que cree
no baila al son que le toca el mundo, no va hacia donde sopla el viento ni se
deja llevar por la corriente mundana o pagana.
Es de vital importancia, en tercer lugar, aceptar
que a la fe pertenece la actitud de la esperanza, para abrirse valientemente
hacia lo nuevo. La fe es un camino que se debe recorrer aferrándose a lo
todavía no se es pero que se va a llegar a ser: Una persona, plena, fértil y
fecunda, en la que no hay lugar para la superficialidad o para la mediocridad.
En cuarto lugar, tal conversión y tal abandono
esperanzado en Dios y en su Palabra, sólo es posible, en un acto de confianza.
El creyente responde al amor de Dios en confianza y abandono, para poder poseer
la fe que mueve montañas, aquella que se encuentra en las manos de Dios y que
pide renunciar a todas las agarraderas para hacer crecer la fe y la esperanza
que se despliegan hacia el amor a Dios, en oración. La oración es la expresión
más importante de la fe. La oración es para la fe como el aire para los
pulmones. Sin la oración la fe, sencillamente se encuentra vacía de su
verdadero contenido: Jesucristo.
El amor, en quinto lugar, se torna necesariamente
acción. Cuando el creyente se sabe aceptado por Dios, él se acepta a sí mismo,
a los demás y al mundo, y de un modo nuevo. Ya que tiene, ahora la mirada de
Dios. Recordando al Apóstol, decimos que una fe sin obras está muerta (cf St
2,1 4). Para que la fe sea auténtica tiene que traducirse en servicio como
expresión del amor al próximo. El creyente tiene que comprometerse por la
dignidad humana, la justicia, la libertad y la paz, para transformar en la
medida de sus posibilidades, la vida y el mundo (Cf Gál 5, 22). Pero, digamos,
también que la fe no es una acción, y mucho menos activismo, sino tranquilidad
y paz en Dios. La fe se acredita en la paciencia y la serenidad, orientando la
vida hacia Dios, buscando simpre su gloria y el bien de los demás.
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