LA VIRTUD TEOLOGAL DE LA FE


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1.    Si conocieras el don de Dios

Si conocieras el don de Dios. La respuesta a la pregunta de Jesús ¿Quién soy Yo para ustedes?, no se puede pedir prestada, es la misma para todos los tiempos: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo”.
Objetivo: Dar todo el énfasis que sea necesario para resaltar la gratuidad de la salvación y la respuesta que los hombres hemos de dar a Dios que se manifiesta en Jesucristo para poder apropiarnos de los frutos de la redención.

Iluminación: “Si conocieras el don de Dios y supieras quien es el que te pide, tú le pedirías a Él y Él te daría agua viva” (Jn 4, 10).  “Por la fe en Cristo Jesús hemos sido salvados”. Por la Obediencia de Cristo, hoy podemos entrar y permanecer en la presencia de Dios (Gál 2, 16 y Ef 1, 4; 2, 14). “Dichoso tú, Simón hijo de Juan, porque eso no te lo ha revelado la carne sino mi Padre… (Mt 16, 29) Es posible conocer, amar y servir a Dios en esta vida y después la vida eterna.

1.       ¿Qué es entonces la fe?

La fe debe entenderse como la respuesta que los hombres dan a Dios, al aceptar, no sólo las verdades que Él nos revela, sino y sobre todo al aceptar a la persona de su Hijo como el Salvador, Maestro y Señor de los hombres; Camino de justificación, redención, salvación, santificación, donación, entrega y servicio (1 de Cor 1, 30). La fe es un estilo de vida; vivir como Jesús vivió. Como Hijo de Dios en comunión y obediencia a su amado Padre; como hermano de los hombres, los amó y dio su vida por ellos. Podemos afirmar que por un acto de obediencia de Jesús a su Padre y por un acto de amor de Cristo a  los hombres hemos sido redimidos y salvados (cfr Flp 2, 6ss).

Simón Pedro dijo: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Jesús le dijo entonces: “¡Dichoso tú Simón, hijo de Juan, porque esto no te lo ha revelado ningún hombre, sino mi Padre está en los cielos!” (Mt 16, 16- 17). La fe es  don de Dios, gratuito e inmerecido, y a la vez es aceptar gratuitamente el don que Él nos hace4. Creer es también alimentarse con la verdad y con la vida que el Padre nos da en Cristo. Para comprender mejor:

V   Para Jesús. Para comprender lo que es la fe, miremos a Jesús, el Autor y Consumador de nuestra fe (Heb 12, 2). Jesús el Siervo, emprende el camino hacia Jerusalén para obedecer hasta la muerte (Flp 2, 6ss). En presencia de la muerte lleva la fe a su perfección mostrando una confianza absoluta en el que podía salvarlo de la muerte (Hb 5, 7). Para Jesús la fe es confianza ilimitada  y obediencia a su Padre (Jn 14, 31), pertenencia absoluta y permanencia total en las manos de su amado Padre, además de  una vida entregada a favor de todos los hombres, especialmente los menos favorecidos a quienes amó con predilección.

V   Para nosotros. Digamos primero lo que no es la fe:

1.       La fe no es un algo.

No es un objeto, una cosa que podemos usar y luego desechar, medir, pesar o guardar en un lugar seguro.
2.       La fe no es un sentimiento. Los sentimientos humanos son neutros, es decir, ni buenos ni malos, depende de la orientación que se les quiera dar.
3.       La fe no es una idea o una teoría. Toda teoría es la manifestación de impresiones subjetivas. “No puedo ser creyente a mi manera”.
4.       La fe no es un conjunto de normas, que tengamos que obedecer para salvarnos. Caeríamos en un fariseísmo legalista, rigorista y perfeccionista. Hombres y mujeres sin misericordia.

Ahora digamos lo que sí es la fe:
1.       Es la respuesta que el hombre da al amor de Dios; a la Palabra que Él le dirige. Es la decisión de confiar y abandonarse en Jesús: Es la convicción que sólo en Cristo hay salvación… (Hech 4, 12). La fe es la adhesión a la Persona de Jesús y a su Mensaje de salvación. Es darse y entregarse al que nos amó y se entregó por nosotros. Es la disponibilidad de servir al Señor, aunque no se nos permita.

2.       La fe  es un Don inmerecido: “He sido yo quien los eligió a Ustedes” (cfr. Jn 6, 70), nos ha dicho Jesús. La fe no se puede comprar ni vender, de manera que debemos decir: la salvación es el don gratuito que Dios ofrece a todos los hombres.

3.       La fe  es un Poder. Poder “para vencer el mal y para hacer el bien”, fuerza de Dios para cambiar la manera de pensar y los criterios mundanos y torcidos. “Poder para arrancar árboles y sembrarlos en el mar” (Lc 17, 5-6) Es decir, poder para cambiar la manera de pensar, de sentir y de vivir. El poder de la fe siempre se manifiesta en el servicio a la Obra del reino.

4.       La fe es una Vida: “El Padre nos ha dado vida, esa vida está en Cristo, quien tiene a Cristo tiene vida” (1Jn 5, 14ss). Jesús mismo nos dice quién es Él: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (1Jn 14, 6). “Yo soy la Resurrección y la vida” (Jn 11, 25).

5.       La fe es un Alguien que habita por la fe el corazón del creyente (Ef 3, 15-16). Una persona divina que ha tomado rostro humano: Jesús. Él es el Don de Dios a los hombres, la Palabra hecha carne mediante la cual fueron creados los mundos; la Vida que el Padre nos da para que “tengamos vida en abundancia” (Jn 10, 10). Él es el Pensamiento, la Acción, la Sabiduría, la Impronta de su ser, es Emmanuel; es Dios con nosotros. La fe es vida encarnada, crucificada y resucitada: Es don, es gracia inmerecida.

2.       Todo hombre es un buscador.

“Sin fe es imposible agradarle a Dios, pues el que se acerca a él ha de creer que existe y que recompensa a los que lo buscan” (Heb 11, 6) “Me buscaréis y me encontraréis, si me buscáis de todo corazón” (Jer 29, 13). El hombre todo hombre es un buscador, busca sentirse bien; busca ser feliz, pero lo que no se imagina que en el fondo de su corazón lo que realmente busca, es a Dios. ¿Dónde lo busca? A veces en los lugares lóbregos y desérticos, en las tumbas vacías, en los vicios… Dios se deja encontrar cuando lo buscas en la justicia, en la misericordia, en la caridad, en la verdad; a la luz de la fe, lo podemos encontrar en los acontecimientos de la vida, al igual que los testigos de Emaús (Lc 24,13ss); en su Palabra, en la oración, en los demás, en la Liturgia, especialmente la Eucaristía y a reconciliación, en el pobre, en el apostolado.

3.       En el Nombre de Jesús.

https://encrypted-tbn1.gstatic.com/images?q=tbn:ANd9GcR0rgpsSOLGhv6hqa8Bc_bBPhZjDtSEbHS3TEmfpHMq9eaJopiOPor la fe cristiana sabemos que en el nombre de Jesús, y por sus méritos, los pecados son perdonados; los demonios son expulsados, los enfermos se curan, y por Él, y en Él, somos hijos de Dios. Cristo ha venido a traernos a Dios, según las palabras de san Juan: “Vengo para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10, 10). Realidad que hacemos nuestra por la fe, de acuerdo a las palabras del apóstol: “Somos salvados por la fe en Jesucristo” (Gál 2, 16) “Qué Cristo habite en vuestros corazones por la fe” (Ef 3, 16-17).Cristo es la Vida (Jn 11, 25; Jn 14, 6) que el Padre gratuitamente comunica a los hombres para hacerlos partícipes de sí mismo y caminar entre los hombres. Ese es el deseo eterno de Dios: darse y comunicarse a la Humanidad redimida del pecado. Para un cristiano maduro, la fe es caridad, es donación, es entrega y servicio a Dios en la Iglesia a favor de la humanidad (cfr Gál 5, 6).
4.       ¿Qué tenemos que hacer para tener vida eterna?

La respuesta es de Jesús, es clara y breve: “Que crean en el que Dios ha enviado” (Jn 6, 40). Al creer en el Señor Jesús, entramos en  comunión con el Padre. Al principio de su Ministerio Jesús nos dice: “Convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1,15). Dos cosas que significan lo mismo: pasar o entrar en la Nueva Alianza sellada con la sangre del Cordero. San Pablo nos habla de la justificación por la fe:

«Todos pecaron y están privados de la gloria de Dios, pero son justificados gratuitamente por su Gracia, en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús, a quien exhibió Dios como instrumento de propiciación por su propia sangre, mediante la fe, para mostrar su justicia, habiendo pasado por alto los pecados cometidos anteriormente, en el tiempo de la paciencia de Dios; en orden a mostrar su justicia en el tiempo presente, para ser el justo y justificador del que cree en Jesús» (Rm 3, 23-26).

5.       ¿Cómo entender el concepto de «justicia de Dios»?
«Cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador y su amor a los hombres, él nos salvó, no por obras de justicia que hubiésemos hecho nosotros, sino según su misericordia» (Tito 3, 4-5).
«Se ha manifestado la justicia de Dios», equivale por lo tanto a decir: se ha manifestado la bondad de Dios, su amor, su misericordia. No son los hombres quienes, de improviso, han cambiado vida y costumbres y se han puesto a hacer el bien; la novedad es que Dios ha actuado primero, ha sido el primero en amarnos; Él ha tendido, primero su mano al hombre pecador y su acción redentora lo ha justificado. “Dios nos amó primero” al llamarnos a la existencia, al darnos a su Hijo y al enviar el Espíritu a nuestros corazones para que podamos responder a su Plan de vida y de salvación.
 “Porque se ha manifestado la Gracia de Dios a todos los hombres, que nos enseña que renunciemos a la impiedad y a las pasiones mundanas, y vivamos con sensatez, justicia y piedad en el tiempo presente, aguardando la feliz esperanza y la Manifestación de la gloria del gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo. Él se entregó por nosotros a fin de rescatarnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo suyo, deseoso de bellas obras” (Ti. 2, 11-14).
Oremos: enciende Señor en mi corazón el fuego de tu amor… purifica mi corazón de la escoria del pecado y llena de la fortaleza de tu Espíritu.







2.    ¿Cómo se manifiesta la justicia de Dios?
¿Cómo se manifiesta la justicia de Dios? En Cristo Jesús se ha manifestado la Justicia de Dios amando, perdonando y reconciliado a los hombres desde la Cruz.
Objetivo: Mostrar con toda claridad la diferencia entre la justicia divina y la justicia humana para que nadie ponga su confianza en sí mismo o en sus buenas obras con miras a la salvación, don gratuito de Dios ofrecido en Cristo a favor de toda la humanidad.
Iluminación: “El hombre es justificado por la fe sin las obras de la ley” (Rm 3, 28; Gál 2, 16). “Murió para que nuestros pecados fueran perdonados y resucitó para nuestra justificación” (Rom 4, 25).

1. La Justicia de Dios.

https://encrypted-tbn2.gstatic.com/images?q=tbn:ANd9GcSwYCg3iOBgAhh7ZAN1ek0fFlvfg5OU4d0iLN9L5AJTZZxfLusmLa justicia de Dios se ha manifestado en Cristo Jesús, enviado y nacido para nuestra salvación: “Murió para que nuestros pecados fueran perdonados y resucitó para nuestra justificación” (Rm 4, 25). Se manifiesta perdonando y sanando, reconciliando y promoviendo a los hombres: nos hace gratos y agradables a Dios. El pecador justificado por la fe entra en el Reino de Dios, en virtud de la sangre de Cristo en quien Dios nos muestra su justicia, pero no como castigo, sino como manifestación de su amor, de su perdón, de su misericordia, para con los pecadores y de esta manera hacerlos justos, es decir, gratos y agradables a Él.
Que nos quede claro: No es nuestra justicia la que nos abre las puertas del Reino, sino la bondad y la misericordia que se han manifestado en Cristo Jesús. Tal como lo dice el Apóstol: «Cristo Jesús se hizo para nosotros sabiduría, justicia, santificación y redención» (1 Co 1,30). «Para nosotros», ¡no para sí mismo!, ya que nosotros pertenecemos a Cristo más que a nosotros mismos, habiéndonos él, comprado a buen precio (1Co 6, 20), inversamente lo que es de Cristo nos pertenece más que si fuera nuestro.

2.       Cristo es el buscador de las ovejas perdidas.

La religión de la Encarnación y de la Redención nos hace decir que el cristianismo no comienza por lo que el hombre debe hacer para salvarse, sino con lo que Dios ha hecho para salvarle. Jesús, buscador de las ovejas perdidas irrumpe en la vida de los pecadores para decirles: Mi Padre les ama, andan equivocados, vuélvanse al Camino que les lleva a la Casa del Padre. Al final de sus días da su vida por todos.

Jesús invita a los hombres «a creer en Él»; lo que significa por lo tanto: pasar de la Antigua Alianza, basada en la ley, a la Nueva Alianza, basada en la fe. San Juan nos dice: “Creed en el que Dios ha enviado” (Jn 6, 39). “Creed en mí” (Jn 14, 1). Tanto para san Juan como para el Apóstol Pablo la  justificación se alcanza  mediante la fe. La única diferencia es debida a lo que ha sucedido, mientras tanto, entre la predicación de Jesús y la de Pablo: Cristo ha sido rechazado y llevado a la muerte por los pecados de los hombres. La fe «en el Evangelio» («creed en el Evangelio») ahora se configura como fe «en Jesucristo», «en el poder de su sangre» (Rm 3, 25).

3.       La fe-apropiación.

Todo, por lo tanto, depende de la fe. ¿De qué fe se trata cuando se habla de la justificación «mediante la fe»?. Se trata de una fe del todo especial: la fe-apropiación. Recordemos las palabras de San Bernardo: «Por mi parte lo que no puedo obtener por mí mismo me lo apropio con confianza del costado traspasado del Señor porque está lleno de misericordia. Mi mérito, por eso, es la misericordia de Dios. Mi mérito no es lo que yo he hecho, es la misericordia de Dios. Ciertamente no soy pobre en lo que se refiere a méritos mientras siga siendo Él rico en misericordia. Que si las misericordias del Señor son muchas (Sal 119, 156), también yo tendré méritos en abundancia. ¿Qué hay entonces de “mi” justicia? Pues, Señor, recordaré sólo tu justicia, pues esa es también la mía, porque tú eres para mí justicia de parte de Dios».

La fe-apropiación me hace renunciar a mi propia justicia para apropiarme de la “justicia de Cristo”. Renuncio a querer salvarme por mis obras para apropiarme de los frutos de la redención, mediante el “salto de la fe”. Un salto de audacia que nos lleva a las mismas manos de Dios. Estar en las manos de Dios es la “fe que mueve montañas”.

¿Cómo se logra? Acercándose a Jesús con la confianza de que Él mismo nos atrae con cuerdas de ternura y con lazos de misericordia: “Vengan a mí los que están cansados y agobiados por la carga” (Mt 11, 28). Para luego abandonarse en sus manos, renunciando a toda agarradera o atadura, para soltarse y dar el “Salto de la fe”. Sólo la fe del que se encuentra en las manos de Dios es capaz de mover montañas y plantar arbustos en el mar.

6.       Justificación y confesión.

La justificación don gratuito, mediante la fe, debe transformarse en experiencia vivida por el creyente. Los católicos tenemos en eso una ventaja enorme: los Sacramentos y, en particular, el sacramento de la reconciliación. Éste nos ofrece un medio excelente e infalible para experimentar de nuevo cada vez la justificación mediante la fe. En ella se renueva lo que sucedió una vez en el bautismo en el que, dice Pablo, el cristiano ha sido «lavado, santificado y justificado» (cfr. 1Co 6, 11).

En la confesión ocurre cada vez el “admirable intercambio”. Cristo toma sobre sí mis pecados y yo tomo sobre mí su justicia. En nuestra ciudad, como en cualquier ciudad del mundo, hay desgraciadamente muchos llamados vagabundos, pobres hermanos vestidos con sucios harapos que duermen a la intemperie arrastrando consigo sus pocas cosas. Imaginemos qué sucedería si un día se corriera la voz de que en un Almacén muy importante y lujoso de ropa de nuestra ciudad, hay una “ganga” donde cada uno de ellos puede acudir, dejar sus harapos, darse una buena ducha, elegir la ropa que más le guste y llevársela así, gratuitamente, «sin gastos ni dinero», porque por algún desconocido motivo al propietario le ha dado por la generosidad.

Es lo que acontece en cada confesión bien hecha. Jesús lo inculcó con la parábola del hijo pródigo: «Traed aprisa el mejor vestido» (Lc 15, 22). Levantándonos de nuevo después de cada confesión podemos exclamar con las palabras de Isaías: «Me ha revestido de ropas de salvación, en manto de justicia me ha envuelto» (Is 61, 10). Se repite cada vez la historia del publicano: « ¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy pecador!». «Os digo que éste bajó a su casa justificado» (Lc 18, 13ss.). (Raniero Cantalamesa).

4.       ¿Qué es entonces creer en Jesús?

Cristiano es aquel que cree que las “obras de la Ley” no pueden salvar a los hombres. Cristiano es aquel que cree que nadie puede salvarse a sí mismo ni a otros. Cristiano es aquel que cree que sólo Cristo puede darnos “vida eterna”. “Creer entraña, pues, una doble referencia: a la persona y a la verdad; a la verdad por confianza a la persona que la atestigua” (Catic 177). “No debemos creer en ningún otro que no sea Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo” (Catic 178). “Creer es un acto humano, consciente y libre, que corresponde a la dignidad de la persona humana, y es, a la vez, un acto eclesial. La fe de la Iglesia precede, engendra, conduce y alimenta nuestra fe” (Catic 180- 181).

a.       Creer en Jesús es aceptar a Dios como Padre que nos ama.

Padre que nos ama y perdona, que nos salva y que nos da su Espíritu Santo. Lo primero es creer que Dios es Amor y nos ama incondicionalmente e incansablemente, y que el amor de Dios ha tomado rostro humano en la persona de Jesús para amarnos con corazón de hombre: “Murió para que nuestros pecados fueran perdonados y resucitó para nuestra justificación” (Rm 4, 25). Creer en Jesús es la condición para tener vida eterna: “Ésta es la voluntad de mi Padre: que quien vea al Hijo y crea en él tenga vida eterna, y que yo le resucite el último día” (Jn 6, 39)
b.       Creer es confiar en Jesús y confiar en Jesús es creer en él. 

Cuando se confía en Jesús se le acepta “como nuestro único Salvador personal”: “me amó y se entregó por mí” (Gál 2, 20). Es mi Redentor: con su sangre me ha comprado para Dios: “Me ha sacado del reino de tinieblas y me ha llevado al reino de la luz” (Col 1, 13). Creer en Jesús implica: reconocerlo como nuestro Salvador personal, Señor de nuestras vidas, consagrarle nuestra persona y nuestra vida. Él es el único que ha muerto y resucitado por los pecadores (Rom 4, 25).

c.        Creer en Jesús es amar a Jesús y amar es creer en él.

Creer es adherirse a su persona: entregarse darse y servir a Aquel que nos amó y se entregó por nosotros. es hacerse uno con él, buscando participar de su vida de su gloria y de sus luchas. Para Pablo lo primero es la “justificación por la fe”, para luego, llegar a tener su rostro, su mirada, tener sus pensamientos, sus sentimientos, sus intereses, sus preocupaciones, para él lo esencial, la meta de su vida es “El vivir en Cristo”. “Ser de Cristo” para que todo lo de Cristo sea también suyo (Flp 3, 7ss).

d.       Creer es obedecer a Jesús y obedecer en creer en él.

Creer en Jesús es aceptar su Palabra como “Norma” para nuestra vida: Vivir según el Evangelio es vivir como hijo de Dios, hermano de los hombres y servidor de los demás. Tiene fe quien obedece a Jesús. La obediencia de la fe pide, guardar los mandamientos de la Ley de Dios (Jn 14, 21. 23)

e.       Creer es seguir a Jesús y seguir es creer en él.

Seguirlo para configurarse con él en su muerte y en su resurrección como respuesta de fidelidad a la Alianza, para que la obra de la salvación crezca siempre en nosotros. San Juan nos dice en su Evangelio: “El que quiera servirme que me siga, que donde yo esté estará también mi servidor” (Jn 12, 26).Seguir a Jesús para servirlo llevando una vida totalmente consagrada a él de acuerdo a las palabras de san Juan ha de ser nuestro objetivo primordial de cada cristiano.

f.         Creer en Jesús es “caminar sobre el agua”

Es decir, “vencer el mal con el poder de la fe” (cfr Mt 14, 22- 36). Cuando la fe nos falla, entonces se da el reinado del mal en la vida de los hombres. Sin la fe es imposible dar el fruto que el Señor espera que demos los que decimos creer en Él (Jn 15, 5-7). Quien es capaz de caminar sobre el agua, es a la vez capaz de “caminar sobre las nubes”, lo que significa que se camina en el poder de Dios. Es ya la fe que se hace amor, donación, entrega y servicio.

5.       ¿Qué implica el creer en Jesús?

Poner la mirada en Jesús, los ojos del corazón fijos en Él, Autor y Consumador de nuestra fe (Heb. 12, 2). Él, Jesús, ha iniciado en nosotros la “obra de la fe” y no descansará hasta llevarla a feliz término. “Cristo invitó a la fe y a la conversión; Él no forzó jamás a nadie. Dio testimonio de la verdad pero no quiso imponerla por la fuerza a los que lo contradecían. Pues su Reino no se impone por la fuerza (Catic 160). Creer en Jesús implica:

a)       Confianza infinita en Dios. Dios que se nos ha manifestado en Cristo Jesús que se entregó a la muerte por nuestros pecados y resucitó para nuestra justificación. “El hombre es justificado por la fe sin las obras de la ley” (Rm 3, 28; Gál 2, 16). Significa que la salvación nunca es algo debido, sino una gracia de Dios acogida por la fe. De esta manera el creyente nunca puede gloriarse de sus obras o de su propia justicia ni apoyarse en sus obras, sino más bien, como lo enseña  Pablo: Creer con el corazón y confesar con la boca. “Porque, si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvo” (cf. Rom 10, 9). Creer es adherirse a la persona de Jesús. Sólo puedo adherirme auténtica y personalmente a aquél en quien confío y a quien amo, a aquel que confía en mí y me ama.

b)       Obediencia a la Palabra de Cristo. “Haced lo que os diga” (Jn 2, 5). Sin la obediencia de la fe todo es vacío, muerte, caos. La obediencia a la Palabra es la respuesta que el creyente da a la Voluntad de Dios, manifestada en el Evangelio.

c)       Pertenencia a Cristo Jesús: Somos del Señor, de Aquel que nos ha redimido, que ha pagado el precio por nosotros (1Co 3, 21; Ef. 1, 7). La pertenencia en la fe al Señor exige el amor al Padre, en Jesucristo por la acción del Espíritu, como signo de liberación de la esclavitud del mal, de las cosas, de las personas y de la esclavitud de la Ley: “Los que son de Cristo han crucificado su carne con sus pasiones y sus apetencias” (Gál 5, 24). Todo el que es de Cristo es nueva creación, ha sido incorporado a su Cuerpo por la fe y el bautismo, por eso nuestra vida está escondida con Cristo en Dios (2Cor 5, 17; Gál 3, 26; Col 3, 4).

d)       Abandono incondicional en las manos del Padre. “Yo sé en quien he puesto mi confianza” “Quien pone su confianza en Él, no queda defraudado” (2 Tim 1,12). El abandono en sus manos es darse, entregarse a Él para amarlo y servirlo con toda la mente, con todo el corazón y con todas las fuerzas, a la misma vez que pone en las manos del Señor todas sus preocupaciones, intereses y luchas. El verdadero creyente se preocupa por vivir con la gracia del Espíritu Santo, amando a Dios y al prójimo, para que pueda llegar a la integración de fe y vida, y ser así, un adorador en espíritu y en verdad.

e)       https://encrypted-tbn0.gstatic.com/images?q=tbn:ANd9GcQklpf7bzLZOEnFbuGWu7VToKCq-_EN2JEJYsoDY-zb1kLjNbTd4wDisponibilidad para hacer la voluntad de Dios. Disponibilidad  para hacer la voluntad de Dios en cualquier situación concreta de nuestra vida; disponibilidad para salir de sí mismo e ir al encuentro de una persona concreta para iluminarla con la luz del Evangelio. Disponibilidad por dar la vida por realizar los objetivos anteriores: “El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos” (Mt 20, 28).La fe es la disponibilidad de servir al Señor, no obstante, encontremos obstáculos o no nos dejen.

6.       Una mirada en María, la Madre del Salvador.

Una mirada a María nos ayudará a comprender lo que es la fe. Para la Madre la fe es “don de Dios”, “es apertura a la acción divina: confianza infinita y abandono en las manos del Padre”, “es acogida de la voluntad de Dios”,  es “entrega, donación y servicio a la “Obra del Padre”.

7.       Cristo es el centro de la fe cristiana.

En Cristo y por medio de Él, el Padre vuelve su rostro hacia los hombres, para amarlos con corazón de hombre. La Buena Nueva es que ahora la humanidad puede honrar y agradar a Dios, en Cristo y por Cristo. Puede conocerlo, amarlo y servirlo. Al ser portador el hombre de la vida divina que Dios nos da en Cristo puede conocer la salvación, dejando atrás la sepultura del pecado y el pozo de la muerte (Ez 37, 12), para vivir en Cristo, por la acción del Espíritu Santo, en alianza de comunión, de fraternidad, de amor con Dios y con los demás hombres, a quien debe reconocer como hermanos, iguales en dignidad. No nos cansemos de proclamar que la salvación que Dios nos ofrece, es don gratuito e inmerecido y se alcanza, sólo por la fe en Jesucristo y nunca por nuestras obras. Nadie puede salvarse a sí mismo, ni salvar a los demás. Sólo a la luz de la fe comprendemos las palabras del Apóstol:
“Todo lo que hagáis, de palabra o de obra, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él” (Col 3, 17), para que podáis llegar a ser “alabanza de la gloria de Dios” (Ef 1, 6).
8.        La resurrección es el elemento esencial de nuestra fe cristiana.

La resurrección no es cosa del pasado, es una fuerza vital que ha irrumpido en el mundo y en nuestra vida de pecado para liberarnos de toda mentira, de todo odio y llenar los vacíos de nuestro corazón y llenarlos con la Verdad, el Amor y la Vida que nos hace hijos de Dios: hombres libres para amar.
Por la resurrección de Jesucristo en el corazón de los hombres, la fe es la convicción de que Dios tiene poder para liberar, salvar, dar vida a los muertos, y comenzar así, la nueva creación, en la que todo lo viejo ha pasado, para dar lugar a la plenitud de una vida en la verdad, la justicia, la libertad y en la caridad.
La experiencia me hace decir que la fe cristiana, viva, auténtica e iluminada por la caridad es la convicción que no admite dudas de que Dios ama incondicional a todos y cada hombre. Experiencia que tiene su iniciativa en Dios que nos ama por primero (1 Jn 4, 10.19). En la acción del Espíritu que irrumpe en nuestra vida para invitarnos a ponernos de pie, para iniciar el proceso de regreso hacia la casa del Padre.
Convicción que me da la certeza que sólo Cristo salva. Qué su Evangelio es la respuesta a todas incógnitas del corazón humano. Y que sólo en Él podemos dar fruto bueno y en abundancia (cfr Jn 15, 1-5).















3.     LA ESTRUCTURA DE LA FE

La estructura de la fe, en Cristo encontramos el origen, fundamento, contenido, corazón y las raíces de nuestra fe, así como sus características, todas ellas centradas en Jesucristo nuestro Salvador, Maestro y Señor.

Objetivo: Profundizar en la virtud de la fe como el don de Dios por excelencia y de su importancia para llevar una vida digna del Señor como hijos de Dios, hermanos de los hombres y amos y señores de las cosas.
Iluminación: Pero, vosotros ¿Quién decís que soy yo? Simón Pedro contestó: “Tú eres el Cristo, el hijo de Dios vivo”. “Dichoso tú, Simón hijo de Jonás, porque no te lo revelado esto la sangre ni la carne, sino mi Padre que está en los cielos” (Mt 16, 16- 17) “Vivid pues, según Cristo Jesús el Señor, tal como le habéis recibido, enraizados y edificados en él, apoyados en la fe, tal como se os enseñó, rebosando en acción de gracias” (Col 2, 6-7)
“Creer en Cristo Jesús y en Aquél que lo envió para salvarnos es necesario para obtener esa salvación” (Catic 161). “La fe es un don gratuito que Dios hace al hombre” (Catic 162). “La fe es un acto personal: la respuesta libre del hombre a la iniciativa de Dios que se revela. Pero la fe no es un acto aislado… Yo no puedo creer sin ser sostenido por la fe de los otros, y por mi fe, yo contribuyo a sostener la fe de los otros” (Catic 166).
1.       El Origen de la Fe.

La fe cristiana no deriva de un conocimiento filosófico, sino del encuentro con Cristo que llama e invita a vivir en su compañía. Es un don que viene de Cristo resucitado que se revela a los hombres para que crean en Él y lleguen a ser sus discípulos. Podemos entonces afirmar que el origen de la Fe cristiana se encuentra en el mismo Dios que por amor envió su Hijo a los hombres para hacerlos partícipes de su Espíritu Santo (Gál 4, 4-6). Dos textos bíblicos nos aclaran lo anterior, uno de Pablo y el otro de Juan: “Qué tenemos de bueno que no lo hayamos recibido de Dios” (1 Cor 4, 7) “Todo don perfecto viene de arriba, de Dios, del Padre de las luces” (Cfr Jn 3, 27).
En la parábola del Sembrador nos dice que la fe viene de lo que siembra: “La Palabra de Dios” que Cristo siembra en el corazón de los hombres. De la calidad de la escucha depende la calidad de nuestra fe. Para el Apóstol Pablo, el origen de la fe está en la escucha de la palabra de Cristo: “La fe viene de lo que se escucha, y lo que se escucha es  lo que se predica: la Palabra de Cristo” (cfr Rom 10, 17).
La semilla nace, crece y da frutos en el corazón que se cultiva. De la calidad de la escucha será la calidad de nuestra fe. Todo lo que se siembra con amor crece muy alto.
2.       El Fundamento de la Fe.

https://encrypted-tbn2.gstatic.com/images?q=tbn:ANd9GcTguq4nXpEWFgcmwPDaJzgHTFWDj1FBoc48Uqn5jzyQaQXD2HvUEl Fundamento es el mismo Cristo: Camino, Verdad y Vida (Jn 14, 6). No puede haber otro fundamento, sería una fe falsa. Para el Apóstol tanto el que siembra como el que riega son servidores de Cristo. Se siembra la Palabra y se riega con la Palabra, pero el que hace crecer es el mismo Dios (1 Cor 3, 5- 7). El Apóstol como colaborador de Dios ha puesto el cimiento: Jesucristo, que según las palabras de san Juan es el Amor, la Verdad y la Vida, los cimientos sobre los que descansa la estructura de la fe, el templo de Dios. Templo sagrado que es cada uno de los creyentes en Cristo Jesús. (1 Cor 3, 9- 16).
No demos las cosas por hechas. Muchos pueden cantar, rezar, saber cosas de la Biblia, pero, aún no han tenido un “Encuentro Personal con Cristo Jesús”. Existen personas y comunidades que parecieran conocer y amar al Señor, pero la realidad muestra lo contrario, viven como si Dios no existiera: no aman, no son generosas ni serviciales; con otras palabras viven en un individualismo enfermizo. No se comprometen con nada y con nadie en beneficio de los demás. Las palabras de los profetas son actuales: “Mi pueblo me honra con sus labios pero su corazón no me pertenece” (cfr Is  29, 13) A Dios no le agrada un culto que sea sólo externo que esté vacío de amor y de la obediencia a su Palabra. Muchos son los hermanos en la Iglesia que no han recibido el Kerygma o primer anuncio que revela a Jesús como Salvador, Maestro y Señor. Razón por la que se saben y se dicen: “Buena gente”, sin conciencia de pecado y de la necesidad de salvación.

3.       El Contenido de nuestra fe.

Podemos hablar de los contenidos de la fe, las verdades que la Sagrada Escritura nos revela y que el Magisterio de la Iglesia nos enseña, pero preferimos hablar de “contenido”. Los Apóstoles no dudan de que el contenido de la fe es el mismo Cristo Jesús, el Hijo de Dios que murió por nosotros y fue resucitado, constituido en Mesías y Señor nos envía el Espíritu Santo. Él es el Salvador de todo el hombre y de todos los hombres.
Hablamos del contenido de la fe cristiana- católica, la fe de la Iglesia, tal como lo profesamos cada domingo en la Eucaristía. Este contenido no es otro que la Revelación que Dios hace de sí mismo y de su Plan de salvación a favor de todos los hombres. Lo encontramos en los Patriarcas, los Profetas, los Salmos, en los Sapienciales, es decir, en todo el Antiguo Testamento y en Jesucristo, el Revelador del Padre, el Nuevo Testamento. Cuando aceptamos lo que Dios nos dice, con un firme “Yo creo” y “Yo confío en lo que Dios me dice y propone, hemos dado el “Salto de la fe”.
4.       ¿Cómo salir al encuentro del Revelador y de su revelación?

Para conocer a Cristo y su mensaje de salvación, se ha de ir con todo: mente, voluntad, memoria y afectos. Entrar en un proceso que dura toda la vida. “La fe que actúa por el amor”, se convierte en el criterio de pensamiento y de acción que cambia toda la vida del hombre (cfr Gál 5, 6).
A La luz del Credo decimos que: “El misterio de  la Santísima Trinidad es el misterio central de nuestra fe, y de la vida cristiana. Sólo Dios puede dárnoslo a conocer revelándose como Padre, Hijo y Espíritu Santo” (Catic 261)
V   Nuestra fe es Trinitaria. (Catic 266) Creemos en el Padre, Hijo y Espíritu Santo. Todo lo hacemos en el Nombre del Dios Uno y Trino. “Por Cristo, con Él y en El, a ti Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria…”

V   Nuestra fe es Cristo céntrica. (Catic 262)Pues ha sido la segunda Persona de la Santísima Trinidad la que ha tomado rostro humano para amarnos con corazón de hombre y llevarnos al Padre (Jn 14,6) Tal como lo dice la Escritura: “El cual siendo de condición divina, no reivindicó su derecho de ser tratado igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo tomando condición de esclavo. Asumiendo nuestra naturaleza humana y apareciendo en su porte como hombre se rebajó a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz (Flp 2, 6- 8)

V   Nuestra fe es Neumatológica. (Catic 264) El neuma hace referencia al Espíritu Santo, Señor y Dador de vida. “Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo” (Gál 4,6) El Divino Espíritu actualiza hoy en nuestra vida los frutos de la Redención realizada por el Hijo hace ya más de dos mil años y pensada por el Padre desde la eternidad. “El Espíritu guía a los hijos de Dios, ora en ellos y da testimonio de que ya somos hijos de Dios” (Rom 8, 14- 16) El Espíritu Santo es el Don de Dios a Jesús, y en él, a todos los que creen y le obedecen.

V   Nuestra fe es eclesial. (Catic 181) La profesión de fe es un acto personal y al mismo tiempo comunitario. El Credo; es la fe de la Iglesia, recibida de los Apóstoles, y hoy, profesada por cada creyente, principalmente en el Bautismo. “Hay un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos y actúa por todos y está en todos” (Ef 4, 5-6) La fe es una, y es para todos y está en todos los miembros del cuerpo de Cristo. Esto hace decir a San Pablo: “Todos vosotros, por la fe en Cristo Jesús, sois hijos de Dios” (Gál 3, 26)”Todos vosotros sois uno en Cristo” (v. 28) “Todos vosotros sois hermanos” (Mt 23, 8) “Todos vosotros sois comunión” (1 Cor 12, 10ss).  Por la fe en Jesucristo somos hijos de Dios y comunidad fraterna, en la cual nadie vive para sí mismo: todos y cada uno somos regalo de Cristo Jesús para los demás.

V   Nuestra fe es pascual. (Catic 985) Escuchemos a San Pablo: “En otro tiempo cuando no conocíais a Dios, servías a los que en realidad no son dioses” (Gál 4, 8) “Porque en otro tiempo fuisteis tinieblas, pero ahora sois luz en el Señor” (Ef 5, 8) Son las Palabras del mismo Señor Jesús la que nos dan la luz para comprender el sentido pascual de la fe: “En verdad, en verdad os digo que si el grano de trigo no muere, solo se quedará, pero si muere, dará mucho fruto” (Jn 12, 24) Se trata de morir al pecado para poder vivir para Dios (Rom 6, 11) Morir con Cristo para resucitar con él a una nueva vida, la vida de los hijos de Dios (cfr Rom 6, 5; 2 Tim 2, 11). De dar el paso de la muerte  a la vida (cfr 1 Jn 3, 14) Por la fe pasamos de la muerte a la vida, del pecado a la gracia, de las tinieblas a la luz (cfr Ef 5, 1-9).

V   Nuestra fe es Mariana. (Catic 963. 975) Creemos que el Hijo de Dios nació de Mujer (Gál 4, 4) y esta mujer es María, la Madre de Jesús, el hijo de Dios (Mt 1, 18- 22; Lc 1, 26- 38.43; Jn 2, 1-2) María es la mujer creyente, Madre, modelo y figura de la Iglesia. La Biblia dice que ella es “La llena de Gracia” y María se confiesa a sí misma como la humilde esclava del Señor” (Lc 1, 28. 38). Ella es el regalo de Dios a toda la humanidad y no solo a la Iglesia: “mujer ahí tienes a tu hijo” (Jn 19, 27). Ella es la Madre de Emmanuel y de los hijos de Dios.

V   Nuestra fe es Antropológica. (Catic 1002- 1005) La fe no adormece como lo han dicho algunos. La fe despierta, nos pone de pie y nos hace caminar con dignidad como personas responsables, libres, valiosas y dignas: “Despierta tú que duermes, levántate de entre los muertos y te iluminará Cristo” (Ef 5, 14). Para el hombre de fe, su valor no está en lo que se tiene, sino, en lo que se es: Persona, valiosa, importante digna, redimida, amada por Dios, y llamada a ser una Plenitud. Por la fe en Jesucristo somos hombres nuevos, es decir, reconciliados, justificados, libres, generosos y capaces de vivir con otros y para los otros. “Despojaos del hombre viejo y renovad vuestra mente espiritual y, revestíos del Hombre Nuevo, creado según Dios” (Ef 4, 22- 24) Por la fe somos una nueva creación, lo viejo ha pasado, ahora todo es nuevo (cfr 2 Cor 2, 17).

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5.       El corazón de nuestra fe cristiana.

Con la mirada puesta en Jesucristo “que inicia y completa nuestra fe” (Heb 12, 2), los cristianos caminamos en fe y escuchamos continuamente la confesión del Apóstol:
Simón Pedro contestó: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo”. A esto Jesús replicó: “ Bienaventurado eres Simón hijo de Jonás, porque eso no te lo ha revelado la carne, sino mi Padre qué está en los cielos” (Mt 16, 16-17) El corazón no puede ser otro que Cristo Jesús que nos ha manifestado el Amor del Padre, ha dado su vida por todos los hombres (1 de Jn 4, 8), ha muerto y resucitado para perdón de nuestros pecados, para darnos Espíritu Santo  y Vida eterna (Rom 4, 25);  ha sido constituido Señor y Mesías (Hech 2, 36). Con tres poderosas verdades podemos definir el corazón de nuestra Fe:
>>Cristo ha muerto<< >> Cristo ha resucitado<< >> Cristo es Señor<<. Con estas tres poderosas verdades, corazón de la fe cristiana, estamos proclamando el Kerigma, fuerza de la predicación apostólica. Creer en Jesús, es el camino para entrar a la casa del Padre, establecerse en el Reino de Dios y revestirse de Jesucristo para poder vivir como Él vivió: en donación, entrega y servició a su Padre del cielo y a los hombres de quienes no se avergonzó de llamarlos hermanos.



4.    ¿Es Posible conocer a Dios?

¿Es posible conocer a Dios? En este capítulo se profundiza en la respuesta de la fe, el crecimiento, las raíces y los pilares de la fe que garantizan una experiencia religiosa auténtica.
Objetivo: Mostrar la eficacia de las Virtudes cristianas como Camino para conocer, amar y servidor a Dios que se ha manifestado en Jesucristo para llevar una vida digna del Señor.
Iluminación: “Dichoso tú, Simón hijo de Jonás, por qué eso no te lo ha revelado la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los Cielos(Mt 16, 17). Dios en todo tiempo y en todo lugar está cerca del hombre. Lo llama y lo ayuda a  buscarlo, conocerlo y amarlo con todas sus fuerzas (Catic 1).

1.       La pregunta de la fe: ¿Es posible conocer a Dios?

La experiencia nos dice que lo primero es la acción de Dios que nos conduce  a la fe; es don de Dios y acción de la gracia que actúa y trasforma  hasta en lo más íntimo, como en el caso de Lidia a “quien Dios le abrió el corazón para que recibiera las palabras de Pablo” (Hech 16, 14) Conocer a Dios es un don libérrimo de la voluntad divina: Es posible porque Él se nos da a conocer. En la Biblia, Dios se nos da a conocer; nos dice quién es Él, y, nos revela el Misterio de su voluntad: La salvación de todos los hombres, y no sólo del pueblo judío. Es el gran descubrimiento de Pablo: Cristo vino y murió por todos. A la pregunta del discípulo:
“Maestro muéstranos al Padre, y eso  nos basta” Jesús responde: “¿tanto tiempo hace que estoy con ustedes y todavía no me conoces Felipe? El que me ha visto a mí ha visto al Padre” (Jn 14, 7) Si me conocéis a mí conoceréis también a mi Padre, el Padre y yo somos uno” (cf Jn 17, 21).
2.       La respuesta de la Fe ¿Quién soy yo para ustedes?

La respuesta no se puede buscar en los libros, tampoco se puede pedir prestada, ha de ser personal. Brota de la experiencia de encuentro con Jesús, Buen Pastor que busca a la oveja perdida y da su vida por ella. Pedro, con la ayuda del Espíritu Santo nos da la respuesta de la Iglesia de todos los tiempos: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16, 16). El conocer a Dios es posible por el camino de la fe, es un don de la Gracia. Con su respuesta Pedro nos dice: “Jesús es el único que puede darnos la verdadera alegría; traernos el perdón de Dios y llevarnos a la Casa del Padre: Jesús nos libera de nuestras opresiones. El único que puede llenar los vacíos de nuestro corazón  y darle sentido a nuestra vida.”

3.       ¿Qué implica la respuesta de la fe?

Dejarse encontrar por Cristo y permitirle hacer su “obra en nosotros”; romper con el pecado, guardar sus mandamientos y proteger y cultivar la fe, para poder decir con la alegría del Espíritu: “Bástale al siervo ser como su Señor y al discípulo ser como su Maestro” (Mt 10, 25; Lc 6, 40). La respuesta en la fe implica construir la experiencia cristiana: escuchar la Palabra y salir fuera de sí mismo para ir al encuentro de nuestra realidad como cristianos hijos de Dios, hermanos de los demás y servidores de ellos.

4.       El crecimiento en la fe.

El crecimiento nos lleva desde la fe como semilla, a la fe como fruto maduro. Este crecimiento no es automático, está sometido a las “Leyes del Reino”, comienza sencillo, pobre, humilde; pasa por el “renacer  a la vida de la gracia”, y llega hasta la configuración con Cristo, el que inicia y completa nuestra fe. Cuatro son las dimensiones del verdadero crecimiento:

V   La primera apunta hacia arriba. Crecer en la fe es crecer en el conocimiento de Dios como Padre, Creador y Redentor que ama a todos los hombres (Is 43 1-5). Crecer en el conocimiento de Dios que se ha manifestado en Jesucristo a favor de toda la humanidad. La oración de Pablo nos descubre la altura, la anchura, la profundidad  y la longitud del amor de Dios Padre que se ha manifestado en su Hijo a favor de toda la humanidad (Ef 3, 15).

V   La segunda apunta hacia abajo. Crecer en el amor a la naturaleza, Creación de Dios, el paraíso, porque es para todos los hombres e implica cuidarlo, cultivarlo y protegerlo (Gn 2, 15). Proteger los mares y los ríos, los montes y los bosques contra toda forma de contaminación, implica además, reforestar todo lo que se ha talado en detrimento de la naturaleza.

V   La tercera hacia afuera. El crecimiento hacia afuera nos orienta hacia los demás, especialmente a los más necesitados a quienes se les acepta y ama como a hermanos en Cristo. Sólo con la fuerza del amor podremos salir para ir al encuentro del otro y reconocerlo como de la familia, como regalo de Dios, hasta llegar a cargar sus debilidades.

V   La cuarta apunta hacia adentro. Conocerse a sí mismo, con todo: defectos, debilidades, tendencias, inclinaciones, talentos, cualidades, capacidades… para luego aceptarse con todo y su historia. El crecimiento hacia adentro es dominio propio, templanza, castidad; exige prudencia, justicia, tenacidad, fortaleza, etc. Crece en la fe el que ama a Dios y a su prójimo. Sólo cuando la fe es iluminada por la caridad (Gál 5,6) es auténtica y sincera (1 Tim 1, 5), salvadora y liberadora.

5.       Las raíces de la fe.

¿Cómo se logra echar raíces? Responde al crecimiento hacia abajo. Juan el Bautista nos da la clave: “Es necesario que yo disminuya para que él crezca” (Jn 3, 30) Pablo siguiendo el ejemplo de Juan nos dice: “Cristo se despojó de sí mismo; tomó nuestra condición humana; se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte de cruz” (cfr Flp 2, 7-8) A la comunidad de los colosenses el apóstol les dice: “Vivid, pues, según Cristo Jesús, el Señor, tal como lo habéis recibido: enraizados y edificados en Él; apoyados en la fe, tal como se os enseñó, rebosando de acción de gracias” (Col 2, 16-7) ¿Cuáles son entonces las raíces de la fe?

a)       El llamamiento. Dios no sólo llama a los hombres a la existencia (Ef 1, 4), sino que también los llama al arrepentimiento y a la conversión; para luego llamarlos a la libertad y a la santidad; el llamado es a todos los hombres a ser discípulos de su Hijo. Que nadie se sienta excluido, Cristo vino por todos y murió por todos. Para Pablo Dios ha tomado la iniciativa: Nos llamó a la existencia (Ef 1, 4) Nos llama  a la salvación (2 Tim 2,4) Nos llama a crecer en la fe y a crecer como personas (Ef 4, 13) Quien responde se hace responsable, libre y capaz de amar.
b) El despojamiento. Para san Juan la clave del crecimiento es el anonadamiento: “Es necesario que yo disminuya, para que Él crezca” (Jn 3, 30) Disminuir hasta a ir desapareciendo para que sea Cristo el que aparezca: la soberbia, la lujuria, la codicia, etc. tienen que desaparecer, para poder crecer en la humildad, la continencia, la sencillez, la misericordia, la compasión, la solidaridad, amor fraterno, etc.  Para el Apóstol Juan, amar es donarse y entregarse en servicio a los demás, al estilo de Dios que nos entregó su Hijo (Jn 3, 16) y al estilo de Jesús que se entregó a sí mismo por la salvación de los hombres (Gál. 2,20; Efesios 5, 1. 25; Jn 3, 16; 1 Jn 4, 8ss)
Nadie y nada crece en fe mientras se está sometido al “Régimen de la Ley”. La condición indispensable es el legado de Pablo a la Iglesia: “Despojaos del hombre viejo y revestíos del hombre nuevo” (Ef 4, 22-23). Es el llamado que hace el Apóstol para ser de Cristo y apropiarse de los frutos de la redención. Morir para resucitar es el camino del crecimiento en la fe para san Pablo: “la mortificación de los miembros terrenos y el despojamiento de sí mismo” (Col 3,5-9). Es el negarle al ojo, a la mano y al pie el placer de complacerse; es el renunciar a todo aquello que impide el crecimiento del reino de Dios (cfr Mt 5, 29-30). En la carta a los romanos nos deja esta bellísima verdad, clave de toda moral cristiana: “Aborrezcan el mal, y amen apasionadamente el bien” (Rm 12, 9). La fe crece, sólo, donde hay vida; cuando está viva, es auténtica y está iluminada por la caridad.
b)       El seguimiento. Es la petición que Jesús hace a sus discípulos: “El que quiera ser mi discípulo que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día, y me siga” (Lc 9, 23).Ellos dejándolo todo lo siguieron” (Mt 4,20; Mc 4, 14-20; Lc 5,11) ¿A dónde los lleva Jesús? El primer lugar  a la intimidad con Dios para luego llevarlos al encuentro con los pecadores. Es una invitación a ser como Él: servidor de los demás. El seguimiento de Jesús nos configura con Él, en su vida, pasión, sufrimientos, muerte y resurrección. Es el camino para conocerlo, amarlo y servirlo. Jesús llama a estar con Él y para enviarnos a llevar la Buena Nueva a los hombres de todos los tiempos y de todos los lugares, para que tengan vida en él.

Podemos complementar diciendo que las raíces de la fe son la humildad, la misericordia, la compasión, la solidaridad y el servicio al estilo de Jesús que abrazó la cruz por obediencia y amor a su amado Padre en favor toda la humanidad.

6.       Los Pilares de la Fe.

Sobre los cimientos de  la fe se puede construir con oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, paja, pero la obra de cada cual quedará latente el día de la prueba (cfr 1 Cor 3, 12-14). Según el Señor Jesús en la parábola de las dos casas, sólo permanece la que es construida sobre “roca”. La Roca es Dios, Jesucristo: Amor, Verdad y Vida. Las arenas movedizas son la falsedad, la mentira, el engaño, el odio… es decir, la no fe, la no verdad. Podemos entender que existe una fe que no es sincera (1Tim 1, 5) y que son muchos los que viven engañados, pero que en realidad no conocen a Dios y la verdad no está en ellos (cfr 1 Jn 2, 3). Los pilares se levantan sobre los cimientos como una prolongación que emana de ellos. Podemos hablar fundamentalmente de cuatro:

V   El primer pilar: La confianza en Aquel que es fiel a sus promesas: Jesucristo. Pablo dice: “Yo sé en quien he puesto mi confianza, quien en él ponga su confianza no queda defraudado”. (2 Tim 1, 12). Para el Apóstol la fe es confianza que nos lleva al abandono en las manos del Padre. Abandono que pide abandonar todas las demás seguridades, todas las otras ataduras, para poder entrar en el “descanso de Dios”. La confianza cristiana es fuente de esperanza en Aquel que nos amó (Ef 5, 1) y se entregó por nosotros (cfr Gál 2, 20), que amó a su iglesia y se entregó por ella (Ef 5, 25). La entrega de Cristo a favor de la humanidad es garantía de nuestra esperanza.

V   El segundo pilar: La obediencia a la Palabra de Cristo. Es la Virgen María quien así lo ha enseñado: “Hagan lo que él les diga” (Jn 2, 5) La felicidad y la salvación de los hombres está en la obediencia a la Palabra de Cristo. Quien escuche la Palabra y la cumpla queda limpio, libre, reconciliado, y santificado  (cfr Jn 15, 3; 32; 17, 17). Razón por la que Santiago nos exhorta diciendo: “No se contenten con ser oyentes, hay que ser practicantes” (Snt 1, 22). La Obediencia a la Palabra de Cristo nos pone en su Camino, tras sus huellas, es decir, nos hace sus discípulos, a quien llama amigos y hermanos (Jn 15, 14; 20, 17).

V   El tercer pilar: La Pertenencia a Cristo. Cuando pertenecemos a Cristo Jesús, lo único que tiene valor es la fe que actúa por la caridad (Gál 5; 6) La pertenecía al Señor es la llave para poseer todo lo que Dios quiere comunicarnos en Cristo: “Todo es vuestro y vosotros sois de Cristo, y Cristo es de Dios” (Cor 3, 22-23). “Los que son de Cristo, han crucificado la carne con sus pasiones y apetencias” (Gál 45, 24) La fe sin pertenencia a Cristo está muerta y vacía su contenido: Cristo Jesús. La desobediencia a la Palabra embota la mente, endurece el corazón, pierde la moral y lleva al desenfreno de las pasiones (Ef 4, 17-18) “El que es de Cristo es un hombre nuevo para quien lo viejo ha pasado” (Cfr 2 Cor 5, 17).

V   El cuarto pilar: La Permanencia en Cristo. “Permaneced en mí, como yo en vosotros” “Solamente unidos a mí podéis dar fruto, sin mí nada podéis hacer” (Jn 15, 4- 5) permanecer para no secarse; para permanecer verdes y para dar frutos abundantes, según la voluntad del Señor. La permanencia en el Señor es una garantía para pedir y recibir (Jn 15, 7) La comunión con Cristo nos garantiza la amistad con Dios, la filiación divina y la comunión fraterna. El Mandamiento Regio de Jesús es el indicador de la permanencia: “Ámense los unos a los otros como yo os he amado” (Jn 13, 34). La Palabra del Señor nos ilumina el camino de la Permanencia: “Si guardáis mis Mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los Mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor” (Jn 15, 10)






















5.    JESÚS: AMOR ENTREGADO, MODELO A SEGUIR
Jesús: Amor entregado, modelo a seguir; manifiesta cuatro acciones realizadas por Jesús: confiar, obedecer, pertenecer y permanecer en Dios Padre; y saber que ahora nosotros estamos llamados a vivirlas en el amor de Cristo.
Objetivo: Resaltar lo esencial del cristianismo, el amor de Dios manifestado a los hombres en Cristo Jesús para que a la luz de la justificación por la fe, aceptemos a Cristo como nuestro salvador, maestro y Señor de nuestras vidas.

Iluminación. “Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él tenga vida eterna” (Jn 3, 16) “La prueba de que Dios nos ama es que siendo nosotros pecadores, Cristo murió por nosotros” (Rom 5, 6)

“La fe es una adhesión personal del hombre entero a Dios que se revela. Comprende una adhesión de la inteligencia y de la voluntad a la Revelación que Dios ha hecho de sí mismo mediante sus obras y sus palabras” (Catic 176) Adherirse es darse, es entregarse, es amar, es obedecer y servir a Cristo y a su Mensaje de salvación.

1.       La Obediencia del Hijo.

Cristo es obediente a la voluntad del Padre, hasta la muerte de cruz (Flp 2, 8). Libre y conscientemente se convierte en el Siervo de Dios. Consciente, toma la decisión de subir a Jerusalén; sabe a dónde va y a qué va; camina obediente hacia el Padre a quien está unido en el amor. Antes de llegar a la Casa del Padre, acepta consciente y libremente pasar por la cruz como un signo de amor a los hombres sus hermanos; así éstos podrán estar donde Él está Cfr Jn 12, 26). San Pablo manifiesta esta hermosa verdad diciendo: “me amó y se entregó por mí” (Gál. 2, 20)Nos amó y se entregó por nosotros como hostia vivan santa y agradable a Dios” (Ef 5, 1). Jesús es el Amor entregado. Entregado por Dios a los hombres para que hicieran con Él lo que les diera la gana: lo mataron. Jesús es el Amor que se entrega a sí mismo: “Mi vida no me la quitan, yo la entrego” (cf Jn 10, 18) Para que el mundo tenga “Vida en abundancia” (Jn 10, 10)

2.       La delicia del Hijo.  

“Mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre y llevar a cabo su obra” (Jn 4, 34) La obra del Padre es mostrar al mundo su rostro de amor, de perdón, de ternura, de misericordia, de verdad…Todo Dios se revela en Jesús,  el Hijo amado del Padre. En Jesús y por Jesús Dios nos ama, nos perdona, nos salva, nos da su Espíritu, nos hace hijos suyos y hermanos de los hombres. Jesús viene a restaurar o reconstruir la Humanidad enferma y dañada por el pecado: “Porque tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3, 16). Este es un amor salvador. Un amor de Dios al hombre para que no muera, sino que  “tenga vida eterna en abundancia”.

3.       El acto de fe, manifestación del amor del Hijo.

Jesús pasa su prueba en la oración del Monte: “Padre si es posible aparta de mí este cáliz, pero que no se haga mi voluntad sino la tuya” (Lc 22, 42) Con este acto de fe sincera y profunda Cristo se afirma como el Mesías de Dios. Acepta hasta el fondo la voluntad de su Padre, respondiéndole con una triple afirmación: “Si te amaré, sí te obedeceré y sí te serviré”.  Esta acción Cristo la realiza en la cruz. Por este acto de obediencia la Humanidad ha sido redimida.

La salvación que Dios nos ofrece en Cristo tiene dos dimensiones: por un lado nos saca del mal y por el otro nos gana el don de la “Gracia” (cfr Gál 4, 4-6; Col 1, 13) La Gracia es Dios mismo que se nos dona en su Hijo y en el Espíritu Santo que nos hace hijos de Dios. Jesús con su muerte y resurrección libera al hombre del pecado y de la muerte. Pero sobre todo borra de la historia del hombre el dominio del pecado, y, quita además el dominio de la muerte. Jesús es el Redentor y el Salvador de los hombres.

4.       Cruz y Resurrección.

Para poseer el verdadero conocimiento de Dios en Cristo, el hombre es llamado a ser testigo de la “muerte y resurrección de Cristo”. Sumergirse en la Pascua de Cristo es morir con él y resucitar con él (Rom 6, 11) para salir victorioso del “pozo de la muerte” y apropiarse de los frutos de la redención: El perdón, la paz, la resurrección y el don del Espíritu Santo. Ha entrado al Reino, ha vuelto al Paraíso, ahora podrá comer nuevamente de los frutos del Árbol de la vida (Apoc 2, 7). Ahora puede gritar al mundo con toda la fuerza de sus pulmones: “He visto a Dios”, lo conozco y lo amo. Sólo entonces se abre al amor de Dios y podrá descubrir, por la acción del Espíritu en él, el sufrimiento redentor de Cristo en sus propios sufrimientos, los revive mediante la fe, enriquecidos con un nuevo contenido y un nuevo sentido. Este descubrimiento hizo decir a san Pablo: “Estoy crucificado con Cristo y ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí, que me amó y se entregó por mí” (Gál 2, 19-20).
El Apóstol no se detiene en la cruz, para él, los testigos de la pasión de Cristo, son también testigos de la resurrección: “Para conocerle a Él y el poder de su Resurrección y la participación en sus padecimientos, conformándose a Él en su muerte por si logro alcanzar la resurrección de los muertos” (Flp 3, 10-11).
5.       La fe y la doble certeza.

Pablo ha encarnado la doble certeza, como fruto de su fe: Cristo lo ama, y él ama a Cristo. Cristo dio su vida por Pablo y ahora el Apóstol da su vida por su Maestro, y lleno de alegría se atreve a decir: “Cuanto a mí, jamás me gloriaré a no ser en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo” (Gál. 6, 14). Para Pablo la cruz no se puede negociar, no se puede dialogar, se le acepta o se le rechaza. Al aceptarla perdemos la vida al abandonarnos en las manos de Dios, con la feliz esperanza que la recobramos de otra manera: como vida resucitada y glorificada.

6.       La fe y el sentido de la cruz.

Desde el comienzo de su vida pública, en su bautismo, Jesús es el “Siervo” enteramente consagrado a la obra redentora que llevará a cabo en el “bautismo” de su pasión y de su muerte (Catic 565).
La Cruz es la “batalla final y definitiva de Jesús” sobre los enemigos de la salvación. Para Jesús, la Cruz, es abandono en las manos de su amado Padre; es donación, entrega y servicio hasta la muerte; es anonadamiento, humillación y amor hasta el extremo (Jn 13, 1); es la expresión más grande de su amor al Padre y a los hombres. El cristiano no busca el sufrimiento por sí mismo, sino el amor. Entonces, la cruz acogida, se transforma en el signo del amor y del don total. Llevarla en pos de Cristo quiere decir unirse a él en el ofrecimiento de la prueba máxima del amor.
No se puede hablar de la cruz sin considerar el amor que Dios nos tiene, el hecho de que Dios quiere colmarnos de sus bienes. Con la invitación "sígueme", Jesús no sólo repite a sus discípulos: tómame como modelo, sino también: comparte mi vida, mi misión, mi destino y mis opciones, entrega como yo tu vida por amor a Dios y a los hermanos. Cristo abre ante nosotros el "camino de la vida", que, por desgracia, está constantemente amenazado por el "camino de la muerte". El seguimiento de Jesús exige el abandono de una vida y de una pastoral mediocre, superficial, vacía de su auténtico contenido; seguimiento que hace de nuestro corazón de discípulos un verdadero campo de batalla entre el “ego y el amor espiritual”, no hay términos medios: ”El que no está conmigo, está contra mí, y el que no recoge, desparrama” (Mt 12, 30) Para los discípulos de Jesús la cruz es humildad que elimina la soberbia; es amor fraterno que expulsa del corazón la envidia; es castidad y dominio propio que vence la lujuria; es mansedumbre que expulsa la ira y la violencia.
7.       La vida del Jesús de nuestra fe.
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Toda la vida de Cristo es ofrenda al Padre: El Hijo de Dios ha bajado del cielo, no para hacer su voluntad, sino la del Padre que lo ha enviado (Jn 6, 38). Cristo hace de la voluntad de su amado Padre la delicia de su vida, su alimento, su todo (Jn 3, 34) (Catic 606).
La Iglesia nos recuerda en la Lumen Gentium: “Mientras que Cristo, santo, inocente, sin mancha” (Heb 7, 26), no conoció pecado (cfr 2 Cor 5, 21), sino que vino solamente a expiar los pecados del pueblo y a traernos el don del Espíritu (cfr Heb 1, 17; Gal 4, 4-6). En la primitiva comunidad al hablar de Jesús decían: “se pasó la vida haciendo el bien y liberando a los oprimidos por el diablo” (Hch 10, 38). Este obrar de Jesús se dirigía ante todo, a los enfermos, consolaba a los afligidos, alimentaba a los hambrientos, liberaba a los hombres de la sordera, de la ceguera, de la lepra, del demonio y de diversas disminuciones físicas; tres veces devolvió la vida a los muertos. Era sensible a todo sufrimiento humano. Al mismo tiempo instruía, poniendo en el centro de la enseñanza las ocho bienaventuranzas, que son dirigidas a  los hombres probados por diversos sufrimientos en su vida temporal. Estos son los “pobres de espíritu, “los que lloran”, “los que tienen hambre y sed de justicia”, “los que padecen persecución por la justicia”, cuando los insultan, los persiguen y, con mentira, dicen contra ellos todo género del mal…por Cristo. (Mt 5, 3-11).
Cristo probó además en sus días terrenos, la fatiga, el hambre, la falta de casa, la incomprensión de parte, aún, de sus parientes; toda su vida recibió de manera única el rechazo y la hostilidad de muchos de sus paisanos. Al final de sus días, “habiendo amado a los suyos, los amó, hasta el extremo” (Jn 13, 1), es clavado en el madero de la cruz. Precisamente, por ese sufrimiento suyo hace que el hombre tenga vida eterna. La gente decía de Él: “Todo lo hace bien”, hace oír a los sordos y hablar a los mudos” (Mc 7, 37).
¿Qué ha hecho Cristo en tu vida? Mejor aún, ¿Qué lo has dejado hacer? ¿Has permitido que él sea tu Salvador, Maestro y Señor?
¿Estás disponible para ser ofrenda viva, santa  y agradable a Dios?
¿Qué te impide abrazar un compromiso libre, consciente y voluntario por los más pobres?






6.    LA FE: CAMINO DE MADUREZ HUMANA
El camino de madurez humana y cristiana; en este capítulo veremos cómo va creciendo la fe a través de su ejercicio y aceptando la voluntad de Dios como norma para nuestra vida. Se presentan cuatro estilos de vida: Vivir en la verdad, practicar la justicia, caminar en la libertad y llevar una vida centrada en la Eucaristía.
Objetivo: Enfatizar que la fe viva, animada por la caridad, es un camino de realización humana que toca todas las dimensiones de la persona para que en la obediencia a la Palabra de Cristo y en la docilidad al Espíritu Santo, el cristiano, creación nueva, se realice en la donación, en la entrega y en el servicio a los demás.
Iluminación: Jesús dijo a los judíos que habían creído en Él: “Si os mantenéis en mi Palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; conoceréis la verdad y la verdad os hará libre” (Jn 8, 31- 32)
El que cree en Cristo se convierte en hijo de Dios. Esta adopción filial lo trasforma, dándole la posibilidad  de seguir el ejemplo de Cristo. Lo hace capaz de obrar rectamente y de practicar el bien. En la unión con su Salvador, el discípulo alcanza la perfección de la caridad, la santidad. La vida moral, madurada en la Gracia culmina en vida eterna, en La gloria del Cielo (Catic 1709)
1.       La fe crece creyendo, es decir, crece en la medida que realicemos los ejercicios de la fe. 

La fe es un camino de realización humana que nos lleva a la Plenitud y a la madurez en Cristo. ¿Cómo se crece? Con una sola palabra podríamos dar la respuesta: En la obediencia a la Palabra de Cristo. Aceptando la voluntad de Dios como norma para la vida. Llevando una vida orientada a Él, tras las huellas de Jesús. Dios nos llama a crecer como personas y como cristianos. La vida como respuesta al llamado de Dios nos hace responsables y libres. La fe es un camino de maduración humana, nos hacer ser personas plenas. Pero para una mejor compresión  a la luz de la fe, pensamos en cuatro estilos de vida que se fusionan entre sí para dar consistencia  a la estructura de la fe:

a)       Vivir en la verdad, reconociendo la propia dignidad como personas y como hijos de Dios, y  la misma vez, reconociendo el rostro de Cristo en los demás. La vida en la verdad exige desechar toda mentira, falsedad y engaño y cultivar los valores morales, tales, como la honestidad, sinceridad, lealtad e integridad, la hospitalidad… (Cfr  Rm 13, 9-21). Las Palabras de Jesús son tan actuales ayer como hoy y lo serán mañana: “La verdad os hará libres (Jn 8, 32).

b)       Practicar la justicia, exige guardar los Mandamientos de Dios y cultivar el amor fraterno y los valores del Reino: El compartir, la solidaridad, el servicio libre y voluntario (Jn 14, 21-23) El Apóstol nos describe la señal de la fe adulta: “Nosotros los fuertes debemos llevar las flaquezas de los débiles, y no buscar lo que nos agrada”. Qué cada uno de nosotros trate de agradar a su prójimo buscando su bien y su madurez en la fe” (Rom 15, 1-2).

c)       Caminar en la libertad de los hijos de Dios que tiene como fundamento la verdad, evitando el libertinaje que lleva a la fornicación (1 Tes 3, 3), pues no nos ha llamado Dios a la impureza sino a la santidad (1Tes 4, 3). Libres en Cristo para amar, conocer la verdad y servir a la obra del Reino.

d)       Llevar una vida centrada en la Eucaristía, sacramento del amor de Dios a los hombres en Cristo: “El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él” (Jn 6, 56) En El Pan eucarístico encontramos la fuerza para la práctica del amor mutuo y para con todos (1Tes 3, 12) El amor es donación y entrega. La Palabra de Dios y la Eucaristía son las dos mesas de la fe, pero no son dos alimentos, sino el mismo: Cristo Jesús, Palabra de verdad y Pan de vida.

Estilos de vida que levantan y restauran las “casas en ruinas” para ir dando brillo a los rostros humanos. La persona está llamada a ser original, responsable, libre y capaz de amar. Estilos de vida que responden al Plan de Dios y que despiertan la “capacidad de los creyentes” a realizar las obras que desde antaño les fueron encomendadas (Ef 2, 8- 10).
2.       Los frutos de la Fe.

Para conocer y saborear los frutos de la fe, primero hemos de ser evangelizados, para luego entrar en el proceso de la fe–conversión a la luz de las “Leyes del Reino de Dios”. Sin cultivo no hay cosecha. Frutos que son también llamados “Los frutos del Espíritu Santo” (Gál 5, 22). Para conocerlos, poseerlos y saborearlos existen tres “ideas fuerza”:

“Ser de Cristo”, “Vivir en Cristo” y “Vivir para Cristo”. Estos  son los “ejes fuerza” de la fe y de la vida cristiana, y a la vez, son manifestación de la Gracia de Dios y de la voluntad humana que se abre a la acción del Espíritu que guía a los hijos de Dios (Rm 8, 14). Por la fe fecunda y fértil, el creyente, puede “Ir pasando de la muerte a  la vida; de la esclavitud a la libertad; del pecado a la gracia”. El fruto de la acción del Espíritu Santo en la vida del creyente es el “Hombre nuevo” (2Cor 5, 17). Los frutos son manifiestos: Una vida en la verdad en la cual se practica la justicia, se camina en libertad, se ejerce la caridad y se cree en el bien común. La carta a los Gálatas enumera nueve frutos: El amor, la paz, el gozo… (Gál 5, 22). Sabemos que no son los únicos, encontramos en la Sagrada Escritura varias listas que nos hablan de los frutos de la fe (Ef 4,23; 5, 9; 6, 14ss; Col 3, 12ss; 2 Pe 1,5ss).

3.       La descendencia  de la fe.

“Cristo manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la grandeza de su vocación” (Catic 1710; GS 22,1) Todo cristiano está llamado a dar fruto; llamado a dejar descendencia. Una vida estéril, infecunda y sin frutos, lleva el signo de la infelicidad, de la desgracia, de la frustración. Tal como lo dice Santiago: “una fe sin obras está muerta” (St. 2, 14)
El pastor de Hermas dejó a la Iglesia un camino para llegar, no sólo  a la santidad, sino también, a la madurez humana; un hermoso itinerario espiritual que no admite invertir los factores. Son siete virtudes que fundamentan la estructura espiritual del cristiano:

V   La fe. La virtud teologal de la fe es la fuerza que nos pone de pie (Hech 3, 6). La fe sincera nos pide “guardar los Mandamientos y escuchar, guardar y cumplir la Palabra de Dios”, es a lo que llamamos la “Obediencia de la fe”. Una fe que se vive, se celebra y se anuncia para que abarque todas las dimensiones de la vocación cristiana.

V   La continencia, primera hija de la fe, sin la cual no podremos caminar y llegar  a la Meta. Caminar con los pies sobre la tierra, con dominio propio; dueños de sí mismo, con la capacidad de soportar las tentaciones y las pruebas de la vida (cfr Mt 7, 21ss). La continencia contiene la templanza, la castidad y el dominio propio.

V   La sencillez, hija de la continencia nos enseña a vivir en comunión con Dios, con los demás y con la naturaleza. Cuando no se posee la sencillez somos personas conflictivas, violentas y agresivas. La sencillez es inseparable de la humildad y de la mansedumbre, sin ella no podremos hacernos como niños, exigencia para entrar al reino de Dios.

V   La pureza, hija de la sencillez nos aporta un corazón puro y limpio, sin malicia; una fe sincera y una recta intención (1Tim 1, 5). En la primera de las Bienaventuranzas el Señor nos dice: “Felices los limpios de corazón porque de ellos es el Reino de los Cielos” (Mt 5, 3ss). La conciencia limpia, nos dice, san Pablo es el guardián del “Misterio de la fe” (Col 3, 17)

V   La santidad, sin la cual nadie verá al Señor (Heb 12, 14). La santidad, hija de la pureza, nos pide llevar una vida libre del dominio de la carne, para vivir en Cristo, según Dios o viviendo en el Espíritu (Rm 8, 1-9). Para Pablo la santidad es la vocación de todo cristiano y se alcanza por la comunión con Cristo y llevando una vida digna del Señor (1 Tes 4, 1-7). Santa es la persona que unida a Cristo, ama y se dona sin más interés que la gloria de Dios y el bien de los demás.

V   El compromiso de la fe implica toda la vida del cristiano, con todas sus dimensiones: familiar, laboral, eclesial, vida de piedad, diversiones, estudios, amistades, negocios, noviazgo, etc. La vida en santidad es una vida iluminada y conducida por el Espíritu Santo. La medida de la santidad es el amor, la caridad, corona de todas las virtudes cristianas (2Pe 1, 1-10). Santo es el que ama a Dios y a sus semejantes. El amor cristiano y fraterno se expresa en el compromiso y en el servicio a Dios en la Iglesia y en la sociedad.

V   La ciencia, entendida, en primer lugar, como conocimiento. Lo que exige profundizar en el conocimiento de las verdades de la fe o del Misterio de Cristo. En segundo lugar la ciencia, entendida como sabiduría divina que nos hacer gustar de las cosas de Dios. Saborear su palabra, gustar de los Sacramentos, de la oración y del compromiso con los menos favorecidos.

V   El amor, corona del proceso. Es la fe llevada a su madurez (Gál 5, 6). Presencia de Dios en el corazón del creyente (Jn 14, 21- 24) que lo capacita para una vida consagrada al Señor que se gasta en la donación, entrega y servicio por la “causa de Jesús”.

La fe es la madre de todas y cada una de las virtudes cristianas, y a la vez, cada una, es madre de la que le sigue. Cada una de estas virtudes son manifestación de un “alumbramiento permanente”, que nos llevaría a la “configuración con Cristo” (El Pastor de Hermas. Fuentes Patrísticas 6.  Pág. 121).

Quien se olvide del cultivo de las virtudes humanas- cristianas, está desnudo, ciego y corto de vista (2 Pe 1, 9; Apoc 3, 17)  Se engaña a sí mismo, y no responde al Plan de Dios que quiere hacer de cada cristiano: “alabanza de su Gloria” (Ef 1, 12-14). Pero, quien las cultiva es “Hombre nuevo”, original, responsable, libre y capaz de amar. Es el hombre que en Cristo se convierte en “don” para los demás: “Porque ninguno de nosotros vive para sí mismo, como tampoco muere nadie para sí mismo. Si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así que, ya vivamos ya muramos, del Señor somos” (cfr Rm 14, 8).
4.       El Desafío de la fe.
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Todo empezó con Abram de Ur de Caldea: Yahvé dijo a Abram: “Vete de tu tierra, de tu patria y de la casa de tu padre a la tierra que yo te mostraré” (Gn 12, 1). Abraham creyó a Dios, y se puso en camino. De una cosa podemos estar seguros: la fe no nos pide carta de recomendación y no garantiza que habrá éxito, no exige que nos vaya bien como tampoco quedar bien. La fe pide escuchar, levantarse, salir fuera y ponerse en camino. ¿Hacia dónde? Abraham, Moisés, Samuel y los profetas nos dirían: “Hacía lo desconocido”, y lo desconocido es Dios.
Jesús dijo a alguien que quería unirse a sus discípulos: “Las zorras tiene sus madrigueras y las aves sus nidos, pero el Hijo del hombre, no tiene donde reclinar su cabeza” (Lc 9, 58). No hay garantías ni seguridades ni vacaciones pagadas. Ponerse de pie, salir fuera y ponerse en camino es aceptar el desafío de la fe; es creer para después entender; es ponerse en camino para después ver las maravillas del Evangelio. El desafío de la fe es aventurarse en búsqueda de “La Perla preciosa”. Pide la confianza de responder al llamado sin saber de qué se trata.
Para los discípulos, Pablo y las primeras comunidades fue dar el salto de la Antigua Alianza a las manos de Cristo, quien con su sangre selló la Nueva Alianza, con la confianza de no ser defraudadas, para luego abandonarse en las manos de Dios y esperarlo todo de Él. Para quien quiera dar el salto de la fe, éste exige la renuncia a los ídolos: soltarse de toda agarradera en la que se ponía la confianza, y a la vez orar para que el Espíritu Santo sea el principal protagonista y no se caiga en la tentación de hacer de los actos de fe un show o un negocio.
Aprendamos de Zaqueo que escuchó el llamado, creyó y dio el salto de la fe: con alegría se bajó de su “monopolio de dinero”, y abrió las puertas de su corazón y de su casa a Jesús (Lc 19, 1ss).
De Levy, el cobrador de impuestos, a quien Jesús lo llamó a seguirlo, y él dejándolo todo lo siguió (Mc 2, 13-14). Del mismo José el esposo de María: “No temas tomar  contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un  hijo a quien pondrás el nombre de Jesús…” (Mt 2, 20- 25). José creyó, abandonando sus planes, aceptó el desafío de la fe, fue por María su esposa y la acogió en su casa para desde ese momento dedicar su vida al cuidado del Niño y de su Madre.
5.       La mirada de la fe.

El hombre nuevo, aquel que ha salido del “Encuentro con Cristo”, que se ha puesto en camino, a partir de la “Experiencia de la fe” estrena un nuevo sentir, una manera nueva de pensar y de ver las cosas. El hombre que está en Cristo mira con los ojos del corazón. Existe en la vida de los hombres un antes y un después de conocer a Cristo. En el antes no se tenía la luz de la verdad que da la nueva mirada, por lo tanto, la mirada podía ser pesimista, negativa, derrotista, violenta y agresiva. Los juicios eran despectivos, cargados con una porción de envidia, odio y egoísmo. La fe nos dice: “No juzgues para no ser juzgado; no condenes para no ser condenado; perdona y serás perdonado” (Mt 7, 1) La realidad es que no podemos ver y escuchar y no juzgar.
¿Cómo entender entonces las palabras de Jesús? El Señor quiere que seamos maduros en la fe para que nuestros juicios estén llenos de misericordia y compasión, de justicia y solidaridad >>para que no hagamos a los demás lo que no queremos que nos hagan a nosotros<< (cfr Mt 7, 12).  
La mirada de la fe es amable, misericordiosa, compasiva, solidaria, abierta a la donación, la entrega y el servicio. La mirada de la fe descubre al pobre en su situación concreta de necesidad que clama por ayuda; mirada que reconoce la huella de Dios en todas sus creaturas; descubre a Cristo en sí mismo y en los demás. El cristiano de ojos limpios es un buscador de valores: se sabe un don de Dios para los demás; se reconoce persona, y descubre el sentido de las cosas y de la vida misma. La mirada de la fe responde a cinco preguntas fundamentales para saber quién soy y para que estoy aquí: ¿Cómo te piensas? ¿Cómo te miras? ¿Cómo te valoras? ¿Cómo te aceptas? ¿Cómo te amas? Ahora pregúntate: ¿Te piensas, te miras, te valoras, te aceptas y te amas como Dios te ama?



























7.     EL COMPROMISO DE LA FE

El compromiso de la fe; el cual nos ofrece la definición de compromiso, el milagro de la fe cuando se unen la gracia de Dios y nuestra fuerza de voluntad.
Objetivo: Enseñar que la Palabra de Dios interpela a los hombres pidiéndoles una respuesta libre, consciente y voluntaria con otros a favor de otros para ayudarles a crecer en la fe y como personas, puesto que en el Reino de Dios nadie vive para sí mismo; el creyente ha de ponerse al servicio de Dios en, y desde la Iglesia, especialmente a favor de los menos favorecidos.
Iluminación: “vivid pues según Cristo Jesús, el Señor, tal como lo habéis recibido. Permaneced arraigados en la fe, tal como se os enseñó, y rebosando de agradecimiento” (Col 2, 6- 7) “Ustedes me aman si hacen lo que yo les diga” (Jn 15, 14)
1.       El fundamento del compromiso.

El compromiso cristiano es auténtico cuando está cimentado en Cristo, en la Roca de nuestra salvación. Cuando se hace de manera libre, consciente y voluntariamente, es decir, por amor, es fuente de sanación y de liberación de miedos, angustias y vacíos existenciales. Tres hermosas columnas sostienen y dan consistencia al compromiso:
La Clave: Ser de Cristo. Ser propiedad total y exclusiva de Cristo. Todo el que es de Cristo está crucificado con Él (Gál 5, 24) y es una nueva creación (2 Cor 5, 17). Somos de Cristo en la medida que lo amemos y nos atemos a Él con cuerdas de ternura y lazos de misericordia.
La Ley: Amar a Cristo, su Iglesia y su Obra. “Ustedes me aman si hacen lo que yo les diga” (Jn 15, 14).La Ley de Cristo es la Ley del Amor: “Ámense los unos a los otros como yo los he amado” (Jn 13, 34).
El Camino: Servir a Cristo. Servir es lavar pies; es compartir, darse y entregarse a la causa del Reino. Esta es la verdadera fe, la que está iluminada por el amor (Gál 5,6) Camino en la vida significa un modo de ser o de vivir. El camino de Cristo es de amor, de luz, de justicia y se hace vida sirviendo, dándose y entregándose.
La palabra compromiso está formada por tres palabras latinas: >>Cum<< >>pro<< >>missio<<. Traducidas como: >>enviados<< >> con otros<< >>a favor de otros<<. Compromiso que exige la “experiencia de la fe”, el encuentro con Jesucristo que nos llama a estar con Él, para luego ser enviados con la fuerza de su Espíritu a llevar la Buena nueva hasta los confines de la tierra. “Vayan y anuncien todo lo que yo os he enseñado” (Mt 28, 20ss; Mc 15, 16ss)
Compromiso que pide estar encarnando la doble certeza: Cristo me ama y yo también lo amo. Por amor me comprometo con Cristo y con la Iglesia a llevar el anuncio de la fe para que muchos crean en Jesús y creyendo se salven. Por amor a Jesús, el compromiso me lleva a lavar los pies a los enfermos y a los pobres, limpiar a los leprosos y dar vida a los muertos (Cfr Mt 10, 7ss). Me comprometo con otros, a favor de otros. Pensemos en los que no tienen voz, no tienen los medios para vivir con dignidad o viven en situaciones infrahumanas.
2.       El Milagro de la fe. ¿Cómo puede esto hacer realidad?

Con la fuerza del Espíritu Santo y con  nuestros esfuerzos, renuncias y sacrificios, es decir, con la “Gracia de Dios” y nuestra colaboración conseguiremos llegar a tener una “voluntad fuerte, firme y férrea” para amar: “Por eso te recuerdo que avives del don de Dios que recibiste por la imposición de mis manos. Porque el Espíritu que Dios nos ha dado no es un espíritu de cobardía, sino de fortaleza, de amor y templanza” (2 Tim 1, 6- 7). La mezcla de la gracia y nuestras renuncias y esfuerzos, dan a luz una voluntad totalmente orientada y preparada para amar a Dios y al prójimo al estilo de Pablo. Voluntad que queda manifiesta en la “armadura de Dios” (Ef 6, 10ss).
La voluntad que se ejercita en la práctica del bien se convierte en arma poderosa para vencer al “hombre viejo”, es decir al pecado que se anida y se enraíza en nuestro interior: mente, voluntad, imaginación, memoria y afectos. La recomendación del Apóstol a los creyentes es todo un proyecto de vida: “vivid pues según Cristo Jesús, el Señor, tal como lo habéis recibido. Permaneced arraigados en la fe, tal como se os enseñó, y rebosando de agradecimiento” (Col 2, 6- 7) La voluntad de amar se construye con la ayuda de la gracia de Dios y con esfuerzos y renuncias que llevan hasta el sacrificio que hace de todo hombre de fe un ser para la donación y la entrega.
3.       El recorrido de la fe.

Para comprender el recorrido de la fe que nace de la escucha de la Palabra de Cristo (Rm 10, 17). Palabra de luz y de verdad que nos lleva a la toma de conciencia de nuestra pecaminosidad, al encuentro con Cristo Misericordioso y a una vida recta en la cual se practica la justicia (cf Jn 16, 8-9), hemos de hablar del Nuevo Nacimiento; nacer de lo Alto, nacer de Dios (Jn 1, 12; 2, 1-5). Pablo nos enseña un itinerario que nos hace echar raíces en la fe: “Y todo orientado a la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que lleguemos todos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, al estado del hombre perfecto, a la madurez en Cristo” (Ef 4, 12- 13).

V   Lo primero es la unidad en la fe. La semilla sale de la mano del sembrador, cae en el corazón del hombre que la recibe con fe para ser reconciliado por el perdón de sus pecados con Dios, con todos los miembros del cuerpo de Cristo, consigo mismo y con la naturaleza. Por la fe somos uno en Cristo Jesús que nos hace hijo de Dios y hermanos de los hombres.

V   Lo segundo es crecer en la fe mediante el cultivo de las virtudes cristianas: humildad, mansedumbre, paciencia, generosidad, bondad, amabilidad, dominio propio, y otras más. Por el camino de la fe y la conversión, el cristiano se llena de Cristo y reproduce en sí la imagen del Hijo de Dios (Cfr Rm 8, 29; Flp 2, 5)

V   Lo tercero es configurarse con Cristo que se entregó por nosotros por amor como hostia viva, para ser con Él oblación y suave aroma (Ef 5, 1). San Pablo nos exhorta a ofrecer nuestros cuerpos como hostias vivas santas y agradables a Dios como un signo de configuración con Él. (cfr Rom 12, 1) Para Pablo la Meta es Cristo, y todo lo demás es basura (cfr Flp 3, 7ss)

4.       El Testimonio de la fe.

“Si confiesas con tus labios que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvo” (Rom 10, 9) El testimonio es elemento esencial de la estructura de la fe. Estamos hablando de un don de la Gracia. Exige haber vivido la experiencia de encuentro con Jesús, juntamente con tener un camino recorrido, una experiencia de conversión y haber visto las maravillas que Dios ha hecho en nuestra vida. Para entender el sentido del testimonio recordemos las palabras de Jesús: “Porque quien se avergüence de mí y de mis palabras, de ese se avergonzará el Hijo del Hombre, cuando venga en su gloria, en la de su padre y en la de sus santos ángeles” (Lc. 9, 26).
Avergonzarse de Jesús es negarlo, es darle la espalda y no darle gloria por las obras que ha realizado en nuestra vida. El testimonio es con la vida, y pide, actitudes y acciones concretas, es de palabra y de obra. Damos testimonio cuando renunciamos al mal y a lo malo. Pero a la vez, damos testimonio cuando hacemos el bien, cuando amamos a Dios y al prójimo. Cuando el testimonio es de palabra, es para resaltar la Obra de Cristo en nuestra vida; las maravillas que ha hecho en nosotros y en los demás. Se trata de resaltar la gloria de Dios, al estilo de María: “Porque ha hecho obras grandes en mí el que todo lo puede, Santo es su Nombre” (Lc 1, 29). La vida del cristiano debe ser un testimonio viviente.
5.       Vivir de la fe en Cristo Jesús.

“Para mí la vida es Cristo y la muerte es ganancia” (Flp 1, 21). Para el Apóstol la fe que no progresa se estanca; y la fe que no se renueva se muere; es necesario alimentar, regar, podar y cultivar la fe para progresar en ella y conocer el gozo de la fe; se trata del gozo del Señor que no dan los sentidos. En la carta a los Colosenses el Apóstol nos dice lo que implica la vida de fe:
“Cuando oramos, damos gracias sin cesar a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, por vosotros, pues tenemos noticias de vuestra fe en Cristo Jesús y de vuestra caridad que tenéis con todos los santos”  (Col 1, 3) “Para que lleguéis al pleno conocimiento de la voluntad de Dios, con toda sabiduría y comprensión espiritual”  (V. 9) Podemos hacernos un par de preguntas para ayudarnos a comprender lo anterior:
¿Quiénes pueden conocer  plenamente la voluntad del Señor? y ¿Para qué queremos conocer la voluntad de Dios? Las respuestas las da el Evangelio: Sólo los que creen y se convierten entran en el Reino (Mc 1, 15), como expresión de la voluntad de Dios (Mt 7, 21). Con palabras de Pablo: “Fe en Jesucristo y amor a los consagrados” (Ef 1, 17; Col 1, 3). “Sólo los limpios de corazón verán a Dios” (Mt 5, 8). Aquellos que han lavado su conciencia en la sangre del Cordero y por la acción del Espíritu Santo son purificados de toda mancha de pecado. Mientras el hombre viejo permanezca en los vicios o en los pecados capitales; guiándose por criterios mundanos o paganos, está lejos de la verdad que cimenta la fe: no puede llegar al conocimiento de la voluntad del Padre; no puede conocer ni amar ni servir a Cristo (Ef 4, 17).
6.       Exigencias de la vida en Cristo.

Mediante la gracia de la fe, el Espíritu Santo nos capacita para dar una respuesta a la revelación de Dios y a la revelación de la persona redimida. De esta manera experimentamos la fuerza integradora de la fe, en nuestra vida en la comunión con Dios y con la Comunidad eclesial, creando lazos de amor y de justicia fraterna.
La integración de fe y vida, nace en nuestra conciencia de que la fe es un don inmerecido de Dios; don que se pierde cuando no hay un agradecimiento activo, fuerza para orientar nuestra inteligencia y voluntad hacia los terrenos de Dios: la verdad, la justicia y la bondad (Ef 5, 9). Verdaderos frutos de una fe coherente:
V   “Procediendo de una manera digna del Señor, agradándole en todo”. De esta manera vivió Jesús, en el amor y en la obediencia a su Padre, en la entrega y donación a los hombres (Jn 14, 31; Flp. 2, 8).

V   “Fructificando en toda obra buena y creciendo en el conocimiento de Dios” (Ef 5, 9; Gál 5,22). Dos realidades que son inseparables: se crece en el conocimiento de Dios”, dando frutos de vida y no de muerte.

V   “Fortaleciéndose plenamente con su glorioso poder para luchar, padecer y trabajar en la obra de Dios” (Ef 6, 10), con toda paciencia y serenidad.

V   “Llenándose de alegría y dando gracias al que nos hizo capaces de participar en la luminosa herencia de los santos” (Col 1, 9- 12).


7.       ¿Cuál es la herencia de los santos? Estamos hablando de la herencia de la fe: El Reino de Dios: “Él nos libró del poder de las tinieblas y nos trasladó al reino de su Hijo querido, por quien recibimos la redención y el perdón de los pecados” (Col 1, 13). La herencia es la salvación, es la vida eterna, es Dios mismo que se nos da en la persona de su Hijo. Por la fe en Jesucristo recibimos la justificación y el don del Espíritu Santo (Rm 5, 1-5). Fe que da testimonio de que ya somos hijos de Dios en Cristo, y si somos hijos somos también herederos con Cristo de la herencia de Dios, si compartimos sus sufrimientos, para ser también con Él glorificados (Rm 8, 16). La Herencia de los santos es el mismo Dios.
Por la fe todo lo que es de Cristo es también de la Iglesia que es su Plenitud (Col 2, 9) Todo, implica aceptar: su Padre, su madre, su misión, su destino, su gloria, su familia, su pasión, su muerte y resurrección, su Espíritu. Jesús ora a su Padre diciendo: “Todo lo tuyo es mío, y todo lo mío es tuyo, que mi gloria se manifieste en ellos” (Jn 17, 10).
Qué bello es recordar las palabras del apóstol: “Jesucristo se hizo rico para enriquecernos con su pobreza” (cfr 2, Cor 8, 9) ¿Cuál es la riqueza de Jesús? No es otra que ser el Hijo amado del Padre, ser hermano de los hombres y ser el servidor de ellos. Todo eso es nuestro, gracias a la ofrenda amorosa que Jesús hizo de sí mismo a favor de toda la humanidad. Ahora por la fe en Él podemos apropiarnos de los “frutos de la redención” y ser con Jesús hijos de Dios, y formar con y en Él, una fraternidad viva, solidaria y misionera.




8.    LA BATALLA ESPIRITUAL

La batalla espiritual; en este capítulo se nos ayuda a reconocer a nuestros enemigos, es decir todo aquello que nos impide la vida en la Gracia; posteriormente nos menciona cómo combatirlos y las armas con las que contamos para ello. Finalmente esa vida de lucha del católico, pasará por crisis o pruebas que son inevitables y necesarias porque a través de ellas podemos alcanzar la madurez humana y cristiana en la fe.
Objetivo: Ayudar a tomar consciencia que la vida cristiana es un don de Dios, una tarea y una lucha que pide esfuerzos, renuncias y sacrificios, para purificar el corazón de todo lo que no sea Reino y poder llevar una vida consagrada al Señor, en el cultivo de las virtudes cristianas y de los valores del Reino.
Iluminación: “No te pido que los retires del mundo, sino que los guardes del Maligno” (Jn 17, 15) “Si vivimos según el Espíritu obremos también según el Espíritu” (Gál 5, 25)
“No nos dejes caer en tentación”. No nos dejes tomar el camino que conduce al pecado, pues estamos empeñados en el combate entre  la “carne y el Espíritu” (Catic 2846)

1.       Los enemigos de la fe.

Para Pablo una vida que no es iluminada y conducida por el Espíritu Santo es vida pagana, mundana, vida de pecado, a la cual él denomina: “vivir en la carne”  y sus frutos son llamados las “obras de la carne” (Gál 5, 16- 19). Para el Apóstol todo espíritu que no viene de fe es pecado (Rm 14, 23); por lo tanto, se opone a la fe. En la carta a los efesios enumera a los tres enemigos clásicos de la salvación: mundo, maligno y carne (Ef 2, 1-3) que hoy algunos concentran en el “Ego” que lucha contra el “Amor espiritual”. Con palabras del Apóstol: “hombre viejo contra hombre nuevo” (Ef 4, 21-23)

Desde Pablo podemos afirmar que todos los pecados capitales son enemigos de la fe, el peor y más grande es la soberbia que se niega a obedecer, amar y servir. No obstante, me atrevo a decir que los más grandes enemigos de la salvación, hoy día, no son Egipto o Asiria, sino, el “Individualismo” y el “Relativismo”. Ambos son hijos de la mezcla de los pecados capitales: la soberbia y la avaricia engendran el individualismo que reza: “Estando yo bien los demás allá ellos”. No hay preocupación por los demás. Mientras que el relativismo, mezcla del egoísmo, lujuria y la envidia, reza, bueno lo que me es útil lo que me deja placer, lo que me hace poderoso. El hombre vencido por la maldad, se convierte en un ser servil oprimido y opresor de sus hermanos.

2.       El Combate de la fe.
Todo el que cree que Jesús es el Hijo de Dios ha nacido de Dios, y todo el que nace de Dios vence al mundo. Y la fuerza que vence al mundo es nuestra fe. ¿Quién es el que vence al mundo sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios? (1 Jn 5, 1.4-5) En el Padre Nuestro pedimos: “No nos dejes caer en tentación y líbranos del Mal”. El Señor Jesús también dijo a sus Apóstoles y en ellos a todos nosotros: “Vigilen y oren para no caer en tentación” (Mt 26, 41) Vigilar significa conocerse, despojarse, revestirse y luchar contra los enemigos de la salvación: el Mundo, el Maligno y la carne, el hombre viejo que se enconcha en el interior de cristiano negándose a perder el reinado de las pasiones y de las concupiscencias.
“Porque estoy a punto de ser derramado en libación, y el momento de partida es inminente. He participado en una noble competición, he llegado  a la meta en la carrera, he conservado la fe. Y desde ahora me aguarda la corona de la justicia que aquel Día me entregará el Señor, el justo juez y no solamente a mí, sino también a todos los que hayan esperado con amor su Manifestación” (2 Tim 4, 6- 8)
La vida espiritual es don y lucha. Luchamos por lo que se considera valioso: La Gracia de Dios que se nos ha otorgado en Cristo. “Por lo demás fortaleceos por medio del Señor, de su fuerza poderosa, revestíos de las armadura de Dios para poder resistir a las asechanzas del Diablo”Por eso tomad las armas de Dios para poder resistir en el día funesto; y manteneos firmes después de haber vencido en todo” (Ef 6, 10-13) ¿Cuál es la clave del Apóstol Pablo para salir victorioso en el combate de la fe? Tres son sus armas poderosas, verdaderas armas de Luz:
V   Una mente iluminada por la Verdad. La verdad es el fundamento de la libertad, de lo bueno, de lo justo, de lo perfecto. La verdad es lo firme, lo estable, lo seguro, mientras que la mentira es el fundamento del hedonismo, del odio, de lo malo. “No se mientan, hablen siempre la verdad unos a los otros” (Ef 4, 25) “Aborrezcan el mal y amen apasionadamente el bien” (Rom 12, 9) Para Pablo la vida en Cristo es vivir en la verdad que nos hace honestos, sinceros, humildes, íntegros. Por eso exhorta a los Efesios a “mantenerse firmes, ceñida vuestra cintura con la verdad y revestidos de la justicia como coraza” (Ef 6, 14)

V   Una voluntad firme, férrea y fuerte para amar. Para hacer la voluntad  de Dios, para seguir a Cristo y vivir para Él. Lo que exige al cristiano descubrir y vivir el sentido pascual de la fe: morir al pecado y vivir para Dios en Cristo Jesús (Rm 6, 6, 11). Despojaos del hombre viejo y revestíos del hombre nuevo en justicia y santidad (Ef 4, 23-24) “No se dejen vencer por el mal, al contrario, venzan con el bien al mal” (Rm 12, 21).

V   Un corazón lleno de amor a Cristo y a la Iglesia. “Para mí la vida es Cristo y la muerte es ganancia” (Flp 1, 21). El Apóstol se sabe siervo y apóstol de Cristo por voluntad del Padre” (Gál 1,1; Ef 1,1) Toda su vida es ofrenda a Cristo su Señor, verdad que lo hace decir: Velad y manteneos firmes en la fe; tener valor y sed fuertes: Hacedlo todo con amor (1 Cor 13-14) Su amor al crucificado resucitado lo hizo exclamar: “Maldito el que no ame a Cristo” (1 Cor 16, 22). El Apóstol vive para que Cristo sea conocido, amado y servido: “Os amo a todos en Cristo” (1 Cor 16, 2). Amor apasionado por Cristo y por su Pueblo que es la Iglesia.

3.       Las crisis de la fe.

La vida de los cristianos conoce la experiencia de la alegría y del sufrimiento, ya que las pruebas de la vida, a la vez permiten comprender el  misterio de la cruz y participar de los sufrimientos de Cristo (Col 1, 24), son preludio de la alegría y la esperanza a la que nos conduce la fe: “Cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Cor 12, 10) Las crisis o pruebas de la fe son inevitables. Su finalidad es sacarnos de una fe infantil para llevarnos a través del horno del sufrimiento (1 Pe 1, 6-7), a la madurez humana y cristiana. El Eclesiástico nos dice: “Hijo mío te has decidido servir al Señor, prepárate para la prueba. Endereza tu corazón y mantente firme y no te angusties en tiempo de adversidad” (Eclo 2, 1-2) Hay tres cosas con las que podemos hacer frente a una crisis de fe que no nos servirían de mucho: negarla, echarle tierra encima y auto justificarnos, el problema sigue y nunca habría un crecimiento sano en la fe. En cambio si en medio de la crisis hacemos oración encontramos la fuerza para enfrentarla, aceptarla y hablar de ella.

4.       A modo de testimonio.

Vienen a mi memoria muchas de las pruebas que he recibido en mi vida, verdaderos regalos de Dios. El autor de la “Imitación de Cristo”, describe las crisis de fe como “la visita que el Señor hace a sus elegidos. Los visita para confirmarlos en la fe o para corregirlos. El gran peligro sería el no “reconocer el día de su visita” y negarle entrada a nuestro corazón. Desde la primera de mis crisis entendí que se trataba de un don de Dios, una enseñanza para la vida, necesaria para dejar atrás el infantilismo espiritual y dar un paso en la senda hacia el crecimiento espiritual de frente a la aceptación de la voluntad de Dios y al abandono de los planes personales para abrirse a la acción del Señor. Sin purificación no hay crecimiento en la gracia o en la virtud.
Otra de las crisis que dejó huella en mi caminar espiritual al principio de mi conversión se debió a la gran admiración que yo sentía por un sacerdote: sus conocimientos teológicos, su estilo de predicación, sus carismas, y más. Mi admiración me hacía defenderlo y proponerlo para cualquier cosa. Esta crisis de fe me enseñó que Dios no admite competencia: había caído en la idolatría. Cierto día alguien me acusó con él, me juzgo de oídas, cuando llegué a la enseñanza me negó el saludo, rechazó mis servicios y públicamente me expuso ante la comunidad. Su intención era aplastarme, destruirme como él mismo lo dijo a la asamblea.  Cuando me dirigí al estacionamiento, con la intención de retirarme para siempre de aquel lugar, me sentí el más tonto, derrotado y defraudado, no sabía el por qué. Al sentarme detrás del volante de mi carro, éste se negaba a encender, esperé un momento para un segundo intento, y vino a mí la palabra del Señor: “Uriel, ¿cómo te trató tu dios?” Me llené de luz, entendí que era una lección, que Dios me estaba purificando, me estaba haciendo pedacitos a mi dios.  Mi ídolo no era más que una criatura que al creerse de un chisme me había juzgado. Aquel sacerdote había estado ocupando en mi corazón el lugar de Cristo. 
Mi respuesta al Señor en la oración fue sencilla: Señor Jesús, ¿Qué me quieres enseñar? Es cierto, lo que me dices: hice del sacerdote mi ídolo. Señor, ¿qué quieres que haga? Haré lo que me digas. La respuesta que recibí fue inmediata: Has oración por él. Mi respuesta a la voluntad de Dios fue como la de María en la Anunciación: “Hágase en mí según tu Palabra, hágase tu voluntad en mi vida” (Lc 1, 38). Experimenté una frescura, una paz y un gozo indescriptible, no pude contener las lágrimas, la crisis había pasado, el Ángel del Señor, había realizado su trabajo y cumplido su misión. Con la libertad de espíritu, me dejó un corazón lleno de agradecimiento.














9.    LA EXPERIENCIA DE LA FE

La Experiencia de la fe. El propósito de este capítulo es ayudar a comprender y a profundizar la experiencia de Dios en nuestra vida para responder con generosidad y solidaridad como testigos, discípulos y misioneros de Jesucristo.
Objetivo: Ayudar a comprender y a profundizar  la experiencia de Dios en nuestra vida para responder con generosidad y solidaridad como testigos, discípulos y misioneros.                                         
Iluminación. “Por eso te recomiendo que reavives el carisma de Dios que está en ti por la imposición de las manos. Porque no nos ha dado  el Señor a nosotros un espíritu de timidez, sino de fortaleza, caridad y templanza” (2Tm 1, 6-7).
1.       Pentecostés: El cumplimiento de las promesas.

Cristo definió Pentecostés como una experiencia de "bautismo en el Espíritu". Es el cumplimiento de una promesa: “Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo y seréis mis testigos” (Hech 1, 8). Este acontecimiento fue definitivamente una experiencia religiosa: estaban en oración, recibieron el bautismo con manifestaciones externas y gran gozo, hablaron en lenguas y una poderosa unción para la predicación que traspasaba los corazones  (Hech 1, 5).

Juan el Bautista había profetizado que sólo “Jesús puede bautizar con Espíritu Santo y fuego” (Lc 3, 16). El Señor mismo ansiaba este momento al descubrirnos los anhelos de su Corazón: “He venido a arrojar un fuego sobre la tierra, y cuanto desearía de que ya estuviera encendido” (Lc 12, 48), es el fuego del Amor; el fuego de la Evangelización; es el “Fuego de Dios” que quema las impurezas de nuestros corazones para hacernos hombres nuevos. Mientras ese fuego no arda en nosotros, seguiremos en tinieblas, llenos de pecados y esclavos de la carne con sus pasiones desordenadas. Nuestro corazón seguirá siendo de piedra.
2.       ¿De qué bautismo se trata?

La Iglesia nos enseña que el bautismo solamente es uno: “Un solo Cuerpo de Cristo, un solo Espíritu, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre que está en todos” (Ef 4, 4-5). Nuestra Madre la Iglesia nos ha enseñado que son siete los Sacramentos instituidos por Cristo. No se trata de un nuevo Sacramento, como tampoco se pretende decir que no se haya recibo antes al Espíritu Santo. El cristiano posee el Espíritu Santo desde el don del bautismo y la confirmación, pero, el Espíritu no siempre lo posee a él. Es decir, falta la integración a la vida del don que se ha recibido de Dios y de su presencia. De ahí la urgencia de pedir a Dios que renueve la gracia recibida en los Sacramentos, como también, fuera de ellos.

3.       El Bautismo en el Espíritu Santo.

Se trata de una experiencia, más o menos profunda, de la presencia del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo en nuestra vida. Experiencia que es el motor de la “Nueva Vida”, de la vida en Cristo o de una vida según el Espíritu Santo que nos enseña a vivir según Dios. Esta experiencia viene a renovar todas las gracias recibidas en los Sacramentos ya recibidos. Porque el Espíritu de Cristo al entrar en el creyente actualiza en él la muerte y Resurrección de Cristo le quita el corazón de piedra y le da el corazón nuevo.

Esta experiencia de Dios es como la inmersión en el agua viva del Espíritu Santo, una nueva alegría de existir para Dios, de adorarle y servir a los demás. Nos deja una sensación de paz, un deseo de conversión, de valentía para anunciar a Cristo a los hermanos; experiencia de liberación interior y de determinación para seguir a Cristo en todas las circunstancias de la vida. Lo que más cuenta son los frutos del Espíritu: “Caridad, alegría, paz, longanimidad, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y continencia” (Ga 5, 22). Para algunos constituye una experiencia profunda de conversión; para otros un lento progreso espiritual que lleva a la experiencia de una vida auténticamente cristiana.

Digamos también que la experiencia del “bautismo del Espíritu Santo” mantiene vivo el recuerdo de Jesús, es el que lo “glorifica”, es Él, quien lo da a conocer (Jn 16, 4). A través de esta gracia la persona experimenta un nuevo amor y un nuevo deseo de servir a Cristo. Entra en una relación personal con Él, porque el Espíritu hace que amemos la “voluntad de Dios” y nos abracemos a ella.
Para entender esta experiencia recordemos las palabras de Juan el Bautista: “Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego” (Lc 3, 16). La experiencia personal me ha enseñado que Cristo bautiza con su Espíritu a todo creyente que le abre la puerta de su corazón y se deja conducir por Él. Jesús el Señor, no entra en nuestro interior con las manos vacías: lleva con Él el “Don, la gracia de su Espíritu”, la “Nueva Ley”.
Para mí, el Bautismo del Espíritu es una “Nueva efusión del Espíritu que irrumpe en nuestra vida”. Se trata de un “verdadero avivamiento” de todas las gracias recibidas por medio de los Sacramentos, de la escucha de la Palabra y de la oración. Este avivamiento de la gracia recibida con anterioridad, nos lleva al “Encuentro personal con Cristo”. Encuentro liberador y gozoso, Motor de la “Vida Nueva”. Puede darse dentro de la recepción de un Sacramento, durante un retiro espiritual o en los acontecimientos de la vida. En la medida que nos abramos a la acción del Espíritu de Cristo (cf Rm 5, 1- 5).
San Juan nos recuerda la  promesa de Jesús: “Del corazón del que crea en mí, brotarán “ríos de agua viva” (Jn 7, 37). El apóstol Pedro revestido con el poder del Espíritu nos dice: “Todo el que se arrepienta y se bautice en el nombre de Jesucristo, recibe el don del Espíritu (Hech 2, 38).
El apóstol Pablo nos enseña el camino para recibir esta Gracia: “Por la fe en Jesucristo ustedes recibieron el don del Espíritu” (Ga 3, 1-4). Fe en Jesucristo y conversión, sin esto, seguiremos siendo sepulcros blanqueados.
4.       La Oración para recibir la efusión del Espíritu.

La oración por efusión del Espíritu Santo, (efusión, derramar sobre, entrar de fuera) o por la liberación del Espíritu (avivamiento) en nuestro interior recibido en nuestro Bautismo; (infusión es desbordamiento, de dentro hacia fuera) efusión o infusión son fruto de la acción de Dios. La oración consiste en una petición dirigida al Padre o al Señor Jesús para que abra las puertas del Cielo y derrame el don de su Espíritu, renueve los portentos de Pentecostés en la vida de la Comunidad o del hermano o hermana por quien se ora.

Una oración llena de fe y caridad fraterna que la comunidad eleva a Dios en virtud de los méritos del Señor Jesús para pedir su Espíritu, de manera nueva y en mayor abundancia, sobre la persona por la que se ora. Esta oración se hace generalmente mediante la imposición de manos, la cual no es un rito sacramental, ni mágico, sino, un gesto de amor fraterno, una expresión de comunión fraterna, un signo externo de solidaridad en la oración, con el deseo ardiente, sometido a la voluntad de Dios, de que Jesús libere o derrame sobre nuestro hermano(a) el don del Espíritu Santo que Él nos ha comunicado.
5.       ¿Cómo inicia  y madura la experiencia de fe?

El gran acontecimiento de Pentecostés comenzó en Jerusalén hace ya más de dos mil años, pero Dios quiere darnos la experiencia individual a cada uno de sus hijos. Si entendemos la Experiencia individual de Pentecostés como >>Encuentro personal con Cristo por la acción del Espíritu<<, podemos pensar y decir que se trata de un “Encuentro” entre la “Ternura de Dios y la miseria del pecador que vuelve a casa”. Es un momento de gracia dentro del proceso vivencial de la fe o del camino que se ha recorrido. Es el don de Cristo a quien se haya dejado encontrar por Él. Momento de plenitud, de llenura (vestido nuevo, anillo a  la medida, sandalias nuevas, fiesta… Hijo pródigo). Dios no solo perdona, sino que llena el corazón del “Vino Nuevo”: Amor, Paz y Gozo en el Espíritu.

6.       Del corazón del que cree en Mí brotarán ríos de agua viva (Jn 7, 38-39)

http://www.aciprensa.com/Banco/images/tn-pente1.gifLa experiencia puede ser sensible, audible, palpable, pero no explicable, puede darse con signos externos, pero no necesariamente, ya que el Espíritu sopla como quiere y donde encuentra acogida y apertura, disposición para secundar sus mociones (cf Jn 3, 8). Para algunos viene como una brisa suave y para otras como viento huracanado: irrumpe con fuerza, pero, en todos viene como principio de renovación y vida nueva. Sus manifestaciones o frutos brotan  de un “corazón renovado, de una fe sincera y de una conciencia recta” (1Tm 1, 5). Son manifestaciones de un corazón que se ha convertido en “Fuente de Aguas vivas” (Jn 7, 38).

Esta nueva apertura a la acción, movimientos, dirección e inspiración del Espíritu Santo abarca a toda la persona: mente, voluntad sentimientos, memoria, relaciones e historia, que son tocados por la acción de Dios de manera que  manifestarán los frutos, virtudes, dones y carismas para edificar nuestra estructura espiritual y para edificar la Iglesia. Algunos de los frutos:
V   Conversión interior y transformación de vida. El creyente que ha recibido el amor de Dios en su corazón se convierte en una persona apasionada por el Reino de Dios, que hace de la voluntad del Señor la delicia de su vida. Guardar sus Mandamientos ya no es una carga, porque se sabe y se siente justificado: amado por Dios, perdonado y salvado por Él.

V   El amor a Cristo y un compromiso personal con Él. El hombre nuevo es un enamorado de Cristo. Vive de encuentros con Él. Se sabe su testigo, su amigo, su discípulo y su misionero. Lo escucha, lo obedece, le pertenece, lo sirve y se deja conducir por Él.

V   Amor a la lectura de las Sagrada Escrituras. El amor a la Palabra de Dios. Antes de que el Espíritu de Cristo irrumpiera en su interior, la Biblia era un “libro empolvado” que sólo se le tenía como adorno. Ahora siente un amor a la Palabra: es leída, escuchada, meditada y cumplida, como respuesta al hambre y a la sed por conocer al Amigo y saber de su Voluntad. La lectura asidua de la escritura nos llena de “Una Luz poderosa para comprender mejor el misterio de Dios y su plan de salvación.” La Palabra de Cristo libera (Jn 8, 32), limpia (Jn 15, 1-5), santifica (Jn 17, 23) y conduce a la salvación y a la perfección cristiana (2 Tim 3, 14ss)

V   El amor a la oración. Tanto individual como comunitaria; espontanea como litúrgica. La Experiencia de Dios nos convierte en orantes con poder a favor de los demás y de la Iglesia. Oración íntima, cálida, extensa y perseverante, agradecida e intercesora.

V   El amor a la Iglesia y amor a los Sacramentos. Esto enriquece el sentido de ser Iglesia y el compromiso de la misión. A la Iglesia se le ama como es: santa y a la vez necesitada de purificación, en ella hay santos y pecadores, débiles y fuertes, sanos y enfermos, si alguno quiere ser de uso especial que se consagre al Señor (2 Tim 2, 20)

V   El amor fraterno. Es por excelencia la señal de la Nueva Ley. Podemos afirmar sin miedo que donde hay amor fraterno actúa como en su propia casa el Espíritu Santo. Sin el amor fraterno la fe no habita en nuestros corazones (Ef 3, 17)

V   El amor y la devoción a la  Virgen María. Un amor filial a la Madre de Cristo y de los creyentes.  María es Madre, Modelo y Figura de la Iglesia, Ella es la “Bendita entre la mujeres”, “es Madre del Señor” y es “Mujer creyente”.

V   El deseo creciente de  apertura a la acción del Espíritu Santo,  que guía a los hijos de Dios y les da la fuerza para dar testimonio con poder. Deseo que va acompañado por el rechazo a las obras de la carne y la guarda de los Mandamientos de la ley de Dios (cfr Jn 14, 21).

V   Ejercicio y crecimiento de las virtudes humanas y cristianas junto con la entrega generosa al servicio en favor de los débiles (apostolado). El crecimiento en las virtudes responde a una vida en la verdad, fundamento de todas las libertades y de toda virtud cristiana (Col 3, 5- 14).

V   Aparecen los carismas: Manifestaciones y Ministerios del Espíritu Santo para conducir, gobernar, santificar la Iglesia. Entre otros aparecen en la comunidad los profetas, los maestros, los apóstoles, los evangelizadores que son verdaderos discípulos y misioneros de Cristo para que el mundo tenga vida en Él (Ef 4, 11).

V   El gozo inefable. No es el gozo que nos dan los sentidos, sino, el “Gozo” profundo que sólo puede venir del Espíritu de Dios. Es la señal que seguir a Cristo, Luz del mundo, es una fiesta. Es el gozo que brota de la paz, de la donación, de la entrega, del servicio.

7.       Sin olvidar que es un proceso.

El punto de partida fue el encuentro liberador y gozoso con Cristo, el punto de llegada es estar en las “Manos del Padre”: Jesucristo y el Espíritu Santo. San Pablo nos dice: “Estoy crucificado con Cristo, muriendo al pecado y viviendo para Dios en el Espíritu Santo” (Gál 5, 24- 25) La Cruz es el lugar para estar reproduciendo la imagen de Jesús, el Hijo de Dios y poder llegar a tener sus mismos sentimientos, pensamientos, preocupaciones, intereses y luchas. No se deben quemar etapas, sino vivirlas para poder crecer en la fe y entender las palabras del Apóstol Pablo:
“Porque el Señor es el Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor ahí está la libertad. Más todos nosotros con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, nos vamos transformando en esa 

misma imagen cada vez más gloriosos, así es como actúa el Señor que es Espíritu” (2Co 3, 17- 18).
El proceso nos lleva  hacer de la voluntad de Dios la delicia de nuestra vida, para que podamos recibir de su generosidad lo que nuestro corazón anhele en referencia a nuestra salvación. Sólo a la luz del proceso podemos exclamar con Jesús: “Mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre y llevar a cabo su Obra” (Jn 4, 34) También podremos decir con Pablo: “No vivo yo, es Cristo quien vive en mí” (Gál 2, 20). Sólo la fe del que está en las manos de Dios puede mover montañas, caminar sobre el agua y sobre las nubes, es decir, en el poder de Dios.
Escuchemos a María decirnos: “Hagan lo que él les diga” (Jn 2, 5) Éste es el evangelio de la Madre que ella misma creyó, vivió y anunció: “Hágase en mí según su Palabra” (Lc 1, 38). Un proceso que trasforma, fortalece y nos identifica con Jesús como discípulos misioneros al servicio de la Misión que recibió del Padre y que Jesús comparte con los suyos.
No tengas miedo dice Jesús a los suyos: “Yo estaré con contigo todos los días” “Yo estaré en tu esquina” como tu Amigo para ayudarte y conducirte en cada situación concreta de tu vida.

Oremos: (Mt 28, 19-ss)











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