LA IGLESIA EXISTE PARA EVANGELIZAR






Desde la perspectiva del Nuevo Nacimiento que nos presenta a Jesús el Señor como el Buen
Pastor que da la vida por sus ovejas, la Iglesia ha concebido a sus ministros como pastores de la Nueva Alianza.  Jesús es el pastor supremo, Cabeza de la Iglesia, el primero en morir y el primero en resucitar para salvarnos y ser ejemplo y modelo para sus discípulos. La Iglesia entiende la pastoral como la acción específica del Pastor que por amor se dona y entrega en servicio por los demás. 

  
     INDICE                                                                                    PÁG.

1.     El Dios de las Alianzas………………………………….. ……….2

2.     La Nueva Alianza………………………………………………... 8

3.     La Pastoral de Jesús…………………………………...................11

4.     ¿Cómo fue la Pastoral de la Iglesia Primitiva?........... …………17  

5.     La Iglesia existe para evangelizar…………………… ……. ….. 23

6.     La Iglesia existe para servir…………………………. ………….28

7.     Criterios y actitudes del Evangelizador…………….. ………….32

8.     Exigencias de  la Misión……………………………... ………….38

9.     Llamados a ser Apóstoles………………………………………..42

10.                       La Evangelización como Proceso…………………… ………….46

11.                       La Iglesia es el Pueblo de Dios……………..................... ……….51

12.                       ¿Cómo vivir la Nueva Alianza…….…………………………. ….56
Prologo.


La imagen de pastor propia del Oriente Medio, es la de un rey que protege y guía a sus rebaños de hombres, ayuda a los débiles y protege a los enfermos. Para la Biblia Dios aparece como un pastor que cuida el rebaño de los hombres, especialmente su pueblo Israel (Is 40,11) El Antiguo Testamento sabe que Dios es el Pastor de Israel: “Yahvé es mi pastor, nada me falta. En verdes pastos me hace reposar. Me conduce a fuentes tranquilas” (Slm 23, 1-2). También los jefes de Israel reciben rasgos de pastor (sacerdotes, profetas y reyes). Dios sacó a David de detrás del rebaño para constituirlo en pastor de su Pueblo (1Sm 16, 13). Jeremías nos habla del designio de Dios de darle a su Pueblo “pastores según su corazón” (Jer 3, 15) Ezequiel nos dice que Dios quitará a los malos pastores: “Les daré un pastor único que los pastoree: mi siervo David, él los apacentará, él será su pastor. Yo el señor, seré su Dios” (Ez 34, 23- 24). El profeta se refiere a Jesús,  el rey mesiánico.

En el Nuevo Testamento el rebaño aparece como grupo de hombres libres: “El Rebañito de Jesús”, los Doce: “No temas, pequeño rebaño, porque a vuestro Padre le ha parecido bien daros a vosotros el Reino” (Lc 12, 32) .En el evangelio de Juan, el señor Jesús se afirma como el Pastor ( Jn 10, 11) que llama y guía a su pueblo a pastos de conocimiento y discernimiento, y como el que da la vida para llevar a los “hombres a la unidad de la fe, al conocimiento de Dios, al estado del hombre perfecto, a la madurez en Cristo” (cf Ef 4, 13) La acción pastoral del Pastor Mesiánico tiene como finalidad la “Unidad de las ovejas, hacer en virtud de su sacrificio redentor un solo rebaño: “Porque él es nuestra paz: el que de los dos pueblos hizo uno, derribando el muro divisorio, la enemistad, y anulando en su carne la Ley con sus mandamientos y sus decretos, para crear en sí mismo, de los dos, un solo Hombre Nuevo. De este modo, hizo las paces y reconcilió con Dios a ambos en un solo cuerpo, por medio de la cruz, dando en sí mismo muerte a la Enemistad”  (Ef  2, 14- 17); Jesús es pastor que liberta a los hombres de las esclavitudes y los promueve para que sean sus discípulos y apóstoles para que continúen en la historia la obra comenzada por él: “Reunir a los hijos de Dios dispersos entre las naciones, para formar al nuevo pueblo de Dios con hombres venidos de todas las naciones”: La Iglesia.

Jesús es el Mesías- Pastor, que se identifica con los más pobres, sencillos, enfermos según el Evangelio de Mateo (25, 36. 41) y exhorta a sus discípulos a ser como él: “Servidor de sus hermanos (Mt, 20, 28) Pastor manso y humilde de Corazón (Mt 11, 29) que invita a sus ovejas a confiar en él, seguirlo y amarlo: “El que tiene mis mandamientos y los lleva a la práctica, ése es el que me ama; y el que me ame será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él.» Jesús le respondió: «Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará; y vendremos a él y haremos morada en él (Jn 14, 21.23).

San Pedro, pastor del rebaño del Señor Jesús nos da las pautas como deben ser los pastores para los tiempos de la Iglesia: “Quiero exhortar ahora a los ancianos que están entre vosotros, aprovechando que soy anciano como ellos, testigo de los sufrimientos de Cristo y partícipe de la gloria que está para manifestarse. Apacentad la grey de Dios que os está encomendada, vigilando, no forzados, sino voluntariamente, según Dios. Y no lo hagáis por mezquino afán de ganancia, sino de corazón; no tiranizando a los que os ha tocado cuidar, sino siendo modelos de la grey. Y cuando aparezca el Mayoral, recibiréis la corona de gloria que no se marchita (1 Pe
5, 1-4). San Pablo, siguiendo la enseñanza recibida dice a Timoteo: “Hijo mío, mantente fuerte en la gracia de Cristo Jesús; y cuanto me has oído en presencia de muchos testigos confíalo a hombres fieles, que sean capaces, a su vez, de instruir a otros. Soporta las fatigas conmigo, como un buen soldado de Cristo Jesús. Nadie que se dedica a la milicia se enreda en los negocios de la vida, si quiere complacer al que le ha alistado. Y lo mismo el atleta, que no recibe la corona si no ha competido según el reglamento. Y el labrador que trabaja es el primero que tiene derecho a percibir los frutos.  (2 Tim 2, 1- 7). 

Como discípulos de Jesús somos su Pueblo, su Iglesia y su Familia. El Señor nos asocia a su Obra redentora, a su Misión y a su Destino: “Pero vosotros sois linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido, destinado a anunciar las alabanzas de Aquel que os ha llamado de las tinieblas a su admirable luz; vosotros, que si en un tiempo no fuisteis pueblo, ahora sois Pueblo de Dios: ésos de los que antes no se tuvo compasión, pero que ahora son compadecidos” (1Pe 2, 9- 10). Como ministros de la Nueva Alianza nuestra vocación y nuestra razón de ser, es el servicio, manifestación del Amor de Dios derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que hemos recibido (cf Rom 5, 5).

En los Apóstoles toda la Iglesia es enviada por Cristo Resucitado al Mundo para proclamar las maravillas del Señor: “El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor” (Lc4. 1819). Para que la Iglesia pueda realizar la Misión, ha recibido los dones del Resucitado: La Paz, la Alegría, la Misión, el don del Espíritu y el Ministerio de la Reconciliación (Jn 20, 20s). Ha recibido los “dos denarios” de los que habla la parábola del buen Samaritano: La Palabra y los Sacramentos (Lc 10, 38).

Todos y cada uno de los evangelizadores ha de aceptar las recomendaciones que el Apóstol
Pablo da a su hijo Timoteo: “Hijo mío, mantente fuerte en la gracia de Cristo Jesús; y cuanto me has oído en presencia de muchos testigos confíalo a hombres fieles, que sean capaces, a su vez, de instruir a otros. Soporta las fatigas conmigo, como un buen soldado de Cristo Jesús. Nadie que se dedica a la milicia se enreda en los negocios de la vida, si quiere complacer al que le ha alistado. Y lo mismo el atleta, que no recibe la corona si no ha competido según el reglamento. Y el labrador que trabaja es el primero que tiene derecho a percibir los frutos” (2 tim 1,1- 6). La fidelidad a la Palabra de Dios nos hace discípulos de Jesucristo (Jn 8, 31) Llamados a ser constructores de “Comunidades fraternas, solidarias y misioneras”. Que sean verdaderos focos de Evangelización para que el mundo crea en Jesús, el Salvador, que Dios ofrece a los hombres. En estas Comunidades encontramos el lugar apropiado para vivir el Mandamiento Regio: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros; que, como yo os he amado, así os améis también entre vosotros. Todos conocerán que sois discípulos míos en una cosa: en que os tenéis amor los unos a los otros” (Jn 13, 34- 35).

1. El Dios de las Alianzas

Objetivo. Enseñar a la luz de la Sagrada Escritura,  el deseo salvífico de Dios que se hace cercano para liberar y comprometerse con su pueblo, que no era pueblo con el que hace Alianza para asociarlo a su designio salvífico y hacerlo luz de las naciones.

Iluminación. Yahvé bajó al monte Sinaí, a la cumbre del monte, y mandó a Moisés que subiera a la cima. Moisés subió” (Ex 19, 20)  “Dios pronunció estas palabras: «Yo soy Yahvé, tu Dios, que te he sacado del país de Egipto, del lugar de esclavitud (Ex 20,1).

1.     La Alianza: (Pacto/ Mandamientos/ Eucaristía) 

El pueblo de Israel es en sus orígenes era un “un grupo de tribus nómadas que van de un lugar a otro buscando pastos para sus rebaños. Para ellos su Dios no era como los dioses de los demás pueblos. Para los otros pueblos de la tierra su dios era de acá abajo: es un animal, el fuego, la lluvia… Para Israel su Dios es de allá arriba y le nombran el Dios de las Alturas: El Saday. Para los pueblos paganos su dios es sanguinario y pide víctimas humanas, en cambio para Israel su Dios, “Es Santo” y lo nombran el Qadosh, el Santo de Israel. Es un Dios cercano, amigo que camina con ellos y se ha revelado como “Yahve”. Para los otros pueblos su dios cambiaba, como cambian las estaciones; para los padres de Israel su Dios no cambia y le llaman el Olam: el Eterno, el que no cambia. La Roca de Israel que cumple lo que promete. Es el Dios de la Promesas, el Dios de la Alianza.

En la Alianza, igual que la creación, es una iniciativa divina, completamente libre y soberana. Es el Dios que nos ama por primero” (1Jn 4, 10). Toma la iniciativa para acercarse a los hombres, ya que ellos no pueden acercarse a Él. Dios es el totalmente libre para revelarse a sí mismo y revelarnos el misterio de su Voluntad, su designio eterno de salvación. El Dios de la Alianza es Amigo que “se comunica, se dona y se entrega” para hacer a los hombres partícipes de su Naturaleza divina (2 Pe 1, 4) y asociarlos en su Designio de salvación. El Dios de la Alianza es el Dios de la Revelación y el Dios de  la Gracia. 

2.     Dios el misionero del Cielo, se hace cercano.

Dios se hace cercano: Moisés vio que la zarza ardía, pero no se consumía. Pensó, pues, Moisés: «Voy a acercarme para ver este extraño caso: por qué no se consume la zarza.» Cuando Yahvé vio que Moisés se acercaba para mirar, le llamó de en medio de la zarza: «¡Moisés, Moisés!» Él respondió: «Aquí estoy.» Le dijo: «No te acerques aquí; quítate las sandalias que llevas puestas, porque el lugar que pisas es suelo sagrado(Ex 3, 1- 5)  «He visto la aflicción de mi pueblo en Egipto; he escuchado el clamor ante sus opresores y conozco sus sufrimientos. He bajado para librarlo de la mano de los egipcios y para subirlo de esta tierra a una tierra buena y espaciosa; a una tierra que mana leche y miel, al país de los cananeos, de los hititas, de los amorreos, de los perizitas, de los jivitas y de los jebuseos (Ex 3, 6- 8). 

3.     Moisés es el misionero del Padre

“El clamor de los israelitas ha llegado hasta mí y he visto la opresión con que los egipcios los afligen. Así que ponte en camino: yo te envío al faraón para que saques a mi pueblo, los israelitas, de Egipto.» Moisés dijo a Dios: «¿Quién soy yo para ir al faraón y sacar de Egipto a los israelitas?» Dios le respondió: «Yo estaré contigo, y ésta será la señal de que yo te envío: Cuando hayas sacado al pueblo de Egipto, daréis culto a Dios en este monte*. (Ex 3, 9- 12).

4.     Dios se da a conocer y nos revela el Misterio de su Voluntad.

El Dios de la Alianza de Moisés sigue vinculado, al Dios de los padres de Israel, de manera que empieza diciendo; “Yo soy el Dios  de sus padres, de Abraham, Isaac y Jacob. (Ex 3, 6) Pero después añade: “Soy el que soy” (soy Yahvé Ex 3, 14) ,  Contestó Moisés a Dios: «Si, cuando vaya a los israelitas y les diga: ‘El Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros’, ellos me preguntan: ‘¿Cuál es su nombre?’, ¿qué les responderé?» Dijo Dios a Moisés: «Yo soy el que soy.» Y añadió: «Esto dirás a los israelitas: ‘Yo soy’ me ha enviado a vosotros.» Siguió Dios diciendo a Moisés: «Esto dirás a los israelitas: ‘Yahvé, el Dios de vuestros padres, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob, me ha enviado a vosotros’. Éste es mi nombre para siempre;  

Al enviar a Moisés en virtud de este Nombre, Dios -Yahvéh- se revela sobre todo como del Dios de la Alianza: "Yo soy el que soy para vosotros; estoy aquí como Dios deseoso de hacer alianza y de dar salvación, como el Dios que os ama, os libera y os salva. Podemos afirmar que la iniciativa del Dios de la Alianza sitúa, desde el principio, la historia del hombre en la perspectiva de la salvación. La salvación es comunión de vida sin fin con Dios;

5.     La Alianza del Sinaí (Éxodo 19- 24) (Fecha 1250 a.C.)

Después de cruzar el mar Rojo, Moisés recibió la orden de Yahvé de llevarse el pueblo al desierto, rumbo a la “Montaña de Dios” para hacer a alianza con él. Dios primero libera y luego hace alianza. Lo que nos hace pensar que nuestro Dios no hace alianza con esclavos (cfr Éx. 19, 1). 

EL Dios de la Alianza es ante todo un Dios vivo y personal que llama al hombre a un encuentro personal con Él; un amigo muy cercano que camina con su Pueblo, lo defiende, le da de beber, de comer, lo corrige para manifestarle abiertamente su amor y le invita a corresponder. Este Dios que se va revelando, es un Dios Único, que se revela  a su pueblo como fuente de amor y de vida. El pueblo es su propiedad, y por eso le exige
“No tendrás otro Dios fuera de mí” (Éx. 20,3)

El Pueblo comprende que la liberación y la alianza exigen una conversión de corazón y una fidelidad en el cumplimiento de la Alianza que esclarece la relación con Dios y las relaciones fraternas y respetuosas con los demás (Éx. 20, 1-17) Fe y obediencia serán las exigencias de Dios para el pueblo de la Alianza. Dios se compromete con su Pueblo y éste se compromete con su Dios a ser fiel a la Alianza para gozar de los cuidados de su Dios. “Yo soy tu Dios y tu eres mi pueblo”. De la experiencia de la alianza nace la fe de Israel y es constituido como pueblo de Dios. La alianza es además el fundamento del culto israelita.

Puede hablarse de la alianza de Dios con Noé (Gn 9) y con Abraham (Gn 15), pero la fundamental, la que define a Israel, es la Alianza del Sinaí, que constituye el momento fundante del nacimiento de Israel como pueblo. La Alianza es posible porque Dios se manifiesta al pueblo por medio de truenos y relámpagos y una densa nube sobre el monte: “El tercer día, al rayar el alba, hubo truenos y relámpagos. Una densa nube cubría el monte, y podía oírse un fuerte sonido de trompeta. Todo el pueblo, en el campamento, se echó a temblar. Moisés hizo salir al pueblo del campamento, al encuentro de Dios, y se detuvieron al pie del monte. Todo el monte Sinaí humeaba, porque Yahvé había descendido sobre él en el fuego. El humo ascendía, como si fuera el de un horno, y todo el monte retemblaba con violencia. El sonido de la trompeta se hacía cada vez más fuerte. Moisés hablaba y Dios le respondía con el trueno*. Yahvé bajó al monte Sinaí, a la cumbre del monte, y mandó a Moisés que subiera a la cima. Moisés subió”. (Ex 19, 16- 20).

6.     El Decálogo de la Alianza.

De los signos cósmicos, propios de las religiones de la naturaleza, el texto nos lleva  a la palabra, en la que Dios se manifiesta como persona: “Dios pronunció estas palabras: «Yo soy Yahvé, tu Dios, que te he sacado del país de Egipto, del lugar de esclavitud.  No tendrás otros dioses fuera de mí*. No pronunciarás el nombre de Yahvé, tu Dios en falso * Recuerda el día del sábado para santificarlo*. Honra a tu padre y a tu madre*, para que se prolonguen tus días sobre la tierra que Yahvé, tu Dios, te va a dar.  No matarás.*  No cometerás adulterio.*  No robarás.*  No darás testimonio falso contra tu prójimo*.  No codiciarás la casa de tu prójimo*, ni codiciarás la mujer de tu prójimo* (Ex 20, 1-8).

7.     EL Código de la Alianza. 

Las palabras de los Mandamientos se hacen Código, libro de la Alianza. Sólo donde hay palabras puede haber pacto, es decir, diálogo amoroso y firme, promesa efectiva por parte de Dios que promete ser el Dios de unos hombres que le prometen ser fieles a Dios. Los Mandamientos de la Ley de Dios son el signo de la alianza del Sinaí. El libro de la alianza no es un texto de cantos de guerra ni un poema que contiene antiguas tradiciones. Aparece más bien como revelación de Dios y palabra constitutiva de la identidad israelita, es documento de alianza: testimonio donde se refleja la voluntad creadora de Dios para su pueblo y compromiso de acción del mismo pueblo para con su Dios. El Grito de la Alianza: “Tenemos Dios y Somos su Pueblo”. Experiencia que dirige la Historia de Israel y que es fundamento del Culto israelita al único Dios. 

“Entonces Moisés escribió todas las palabras de Yahvé. Se levantó temprano y construyó al pie del monte un altar con doce estelas por las doce tribus de Israel. Luego mandó a algunos jóvenes israelitas que ofreciesen holocaustos e inmolaran novillos como sacrificios de comunión para Yahvé. Moisés tomó la mitad de la sangre y la echó en vasijas; la otra mitad la derramó sobre el altar. Tomó después el libro de la Alianza y lo leyó ante el pueblo, que respondió: «Obedeceremos y haremos todo cuanto ha dicho Yahvé.» Entonces Moisés tomó la sangre*, roció con ella al pueblo y dijo: «Ésta es la sangre de la Alianza que Yahvé ha hecho con vosotros, de acuerdo con todas estas palabras.»Sacrificio y sangre de la Alianza” (Ex 24, 4-8).

Esta alianza sellada con la sangre de “toros y machos cabríos” es el fundamento del pueblo israelita que se sabe vinculado a Dios por una Ley que se expresa a través de unos mandamientos concretos que Dios mismo ha revelado al pueblo para que viva en libertad. Pues bien, a pesar del compromiso de la sangre de ellos, el Pentateuco afirma que los israelitas han roto la alianza, de manera que cuando Moisés desciende del Monte y encuentra al pueblo bailando alrededor del becerro de oro, tiene que romper las tablas de la ley. Israel ha roto la Alianza, pero Dios la renueva, en gesto de misericordia.

8.     Las Leyes de la Alianza.

“Porque tú eres un pueblo consagrado a Yahvé tu Dios; a ti te ha elegido para que seas el pueblo de su propiedad entre todos los pueblos que hay sobre la faz de la tierra. Si Yahvé os ha sacado con mano fuerte y os ha liberado de la casa de servidumbre, del poder del faraón, rey de Egipto, ha sido por el amor que os tiene y por guardar el juramento hecho a vuestros padres. Has de saber, pues, que Yahvé tu Dios es el Dios, el Dios fiel que guarda su alianza y su favor por mil generaciones con los que le aman y guardan sus mandamientos” (Dt 7, 6.8-9). A la luz del Deuteronomio podemos deducir las Leyes de la Alianza:
a)      La Ley de la pertenecía. Se trata de una pertenencia mutua. Dios es de aquellos que le pertenecen porque Él los ha adquirido.
b)      La Ley del Amor. Se trata de amores recíprocos. Dios ama a su pueblo con amor incondicional y el pueblo debe amar a su Dios.
c)      La ley del servicio. Dios se dona y se entrega a su pueblo para asociarlo a su obra y hacer de su pueblo luz de las naciones.

9. Una Nueva Alianza para tiempos futuros.

Los profetas al ver la dureza de corazón de los israelitas al no responder a Dios obedeciendo la alianza, anuncian una nueva: “Van a llegar días —oráculo de Yahvé— en que yo pactaré con la Casa de Israel (y con la Casa de Judá) una nueva alianza; no como la alianza que pacté con sus padres, cuando los tomé de la mano para sacarlos de Egipto, pues ellos rompieron mi alianza y yo hice estrago en ellos — oráculo de Yahvé—. Sino que ésta será la alianza que yo pacte con la Casa de Israel, después de aquellos días —oráculo de Yahvé—: pondré mi Ley en su interior y sobre sus corazones la escribiré, y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo (Jer 31, 31- 33) “Concluiré con ellos una alianza de paz, que será para ellos una alianza eterna. Los estableceré, los multiplicaré y pondré mi santuario en medio de ellos para siempre” (Ez 37, 26). “Me desposaré con ella para siempre” en justicia y en derecho; en amor y en misericordia, en fidelidad y en conocimiento (Os 2, 12).


2. La Nueva Alianza.

Objetivo. Mostrar como Dios manifiesta su amor al darnos a su Hijo, y cómo Jesús para hacer que los hombres salgan del pozo de la muerte, entrega su vida para con su sangre sellar la Alianza de Amor con su Pueblo elegido.

Iluminación. La Nueva Alianza sellada con la sangre de Cristo nos libera de la esclavitud de la Ley: >>Cristo nos rescató de la maldición de la ley, haciéndose él mismo maldición por nosotros, pues dice la Escritura: Maldito el que cuelga de un madero<< (Gal 3, 13)

1.     Llegada la Plenitud de los tiempos.

San  Pablo nos dice: Hermanos, las promesas fueron hechas a Abrahán y a su descendencia, es decir, Cristo, es el cumplimiento de la Promesas  (cfr Gal 3,15s). “Pero, al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo el régimen de la ley, para rescatar a los que se hallaban sometidos a ella y para que recibiéramos la condición de hijos.  Y, dado que sois hijos, Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: ¡Abbá, Padre! De modo que ya no eres esclavo, sino hijo; y, si eres hijo, también heredero por voluntad de Dios” (Gál 4, 4-7).

2.     Jesús toma la firme determinación de subir a Jerusalén.

San Mateo lo confirma en el tercer anuncio de la Pasión: “Cuando iba subiendo Jesús a Jerusalén, tomó aparte a los Doce y les dijo por el camino: «Ya veis que subimos a Jerusalén, donde el Hijo del hombre será entregado a los sumos sacerdotes y escribas. Lo condenarán a muerte y lo entregarán a los paganos, para burlarse de él, azotarle y crucificarlo. Y al tercer día resucitará.» (Mt 20, 17- 19).

Para san Juan, Jesús es el Amor entregado del Padre a los hombres, Para el discípulo amado
Jesús, acepta su pasión libremente, entregándose a sí mismo: “Antes de la fiesta de la Pascua, Jesús sabía que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre. Él, que había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el final. (Jn 13, 1-2).

3.     La Nueva Alianza es para todos

Recordad pues, cómo en otro tiempo vosotros, los gentiles según la carne, llamados, «incircuncisos» por los que practican la «circuncisión» —una operación practicada en la carne—, estabais a la sazón lejos de Cristo, excluidos de la ciudadanía de Israel y extraños a las alianzas de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo. Mas ahora, en Cristo Jesús, vosotros, los que en otro tiempo estabais lejos, habéis llegado a estar cerca por la sangre de Cristo. Porque él es nuestra paz: el que de los dos pueblos hizo uno, derribando el muro divisorio, la enemistad, y anulando en su carne la Ley con sus mandamientos y sus decretos, para crear en sí mismo, de los dos, un solo Hombre Nuevo. De este modo, hizo las paces y reconcilió con Dios a ambos en un solo cuerpo, por medio de la cruz, dando en sí mismo muerte a la Enemistad. Vino a anunciar la paz: paz a vosotros que estabais lejos, y paz a los que estaban cerca. Por él, unos y otros tenemos libre acceso al Padre en un mismo Espíritu. Así pues, ya no sois extraños ni forasteros, sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios” (Ef 2, 11- 19).

4.     Cristo sella con su sangre la Nueva Alianza.  

“Cristo nuestro cordero pascual ha sido inmolado” (1 Cor 5, 7) La Antigua Alianza fue sellada con la sangre de toros y de machos cabríos. Los sacrificios de animales son sustituidos por un sacrifico nuevo, el de Cristo, cuya sangre realiza eficazmente la unión definitiva entre Dios y los hombres. La muerte de Cristo, a la vez sacrificio de pascua, sacrificio de alianza y sacrificio expiatorio, lleva a su cumplimiento las figuras del Antiguo Testamento. Cristo con su sangre derramada en la cruz, abre el camino para que venga a nosotros el “el don del Espíritu Santo”. 

El Espíritu Santo es el “Signo de la Nueva Alianza”. “Cuando venga el Paráclito, que yo os enviaré de junto al Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí” (Jn 15, 26). “Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya, porque, si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito; pero si me voy, os lo enviaré” (Jn 16, 7) San Lucas también nos dice: “Yo os bautizo con agua. Pero está a punto de llegar alguien que es más fuerte que yo, a quien ni siquiera soy digno de desatarle la correa de sus sandalias; él os bautizará con Espíritu Santo y fuego” (Lc 3, 16). “Si alguno tiene sed, que venga a mí, y beberá; del que cree en mí se puede decir lo que afirma la Escritura: De su seno manarán ríos de agua viva.” Esto lo decía refiriéndose al Espíritu que iban a recibir los que creyeran en él. Porque aún no había Espíritu, pues todavía Jesús no había sido glorificado” (Jn 7, 37- 39).

5.     Los efectos de la Nueva Alianza.

Al entrar en la Nueva Alianza por la fe y el bautismo, los hombres son “justificados por la Fe” (Rom 5, 1ss; Gál 2, 16).  La Justificación hace referencia al perdón de los pecados y a la recepción de la Gracia, por lo que los pecadores pasamos de la muerte a la vida, de la aridez a las aguas vivas (cfr Jer 2, 13; Jn 7, 38) En la Nueva Alianza se quitan los pecados: “Vendrá de Sión el Libertador; alejará de Jacob las impiedades (Is 59, 20).  Y esta será mi alianza con ellos, cuando haya borrado sus pecados” (Rom 11, 26- 27). Ya no es la Alianza de la letra, es la Alianza del Espíritu: “Dios habita entre los hombres y cambia nuestros corazones: Porque nosotros somos templo de Dios vivo, como dijo Dios: Habitaré en medio de ellos y caminaré entre ellos; yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo”.  Dios pone en nuestros corazones su ley  (Rom 5, 5; 2 Cor 6, 16) Alianza que aporta la libertad de los hijos de Dios (Gál 4, 24). En virtud de la sangre de Cristo los pecados son perdonados (Ef 1, 7) y los corazones son renovados: “¡cuánto más la sangre de Cristo, que por el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios, purificará de las obras muertas nuestra conciencia para rendir culto al Dios vivo! (Heb 9,14).  Así se cumple la promesa de la “Nueva Alianza” anunciada por Jeremías y por Ezequiel: Gracias a la sangre de Jesús serán cambiados los corazones humanos y se les dará el don del Espíritu.


3. La Pastoral de Jesús, el Señor.



Objetivo: Conocer la pastoral de Jesús, el Buen Pastor,  como modelo de toda pastoral en la Iglesia, para que siguiendo sus huellas podamos realizar sus obras y hablar sus palabras para gloria de Dios y bien de los hombres.

Iluminación: “Porque de Él salía un poder que sanaba a todos y por eso toda la gente procuraba tocarle” (Lc 6, 19). “Se pasó la vida haciendo el bien y liberando a los oprimidos por el diablo” (Hech 10, 38).


1.     Jesús, es el Pastor de  las ovejas

La profecía del Siervo de Yahvé se cumple plenamente en Jesús. Cuando Jesús comienza a predicar en Galilea, da cumplimiento a la esperanza mesiánica: "País de Zabulón y país de Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles. El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierras y sombras de muerte, una luz les brilló" (Mt 4, 15-16). Galilea de los gentiles es símbolo de las naciones (paganas): pueblos que necesitan la luz y la encuentra en la predicación de Jesús. Esta luz se hará, particularmente intensa, única, en la exaltación del Siervo, en la resurrección de Jesús, que "después de resucitar el primero de entre los muertos, anunciaría la luz al pueblo y a los gentiles" (Hch 26, 23). Dios sale al encuentro del hombre, enviándole a su Hijo Unigénito. Cristo enviado por el Padre se presenta como la luz del hombre: "Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida" (Jn 8, 12; cfr. Jn 1, 9; 9, 39; 12, 35; 1 Jn 2, 8). La venida de Cristo como luz de los hombres obliga a los hombres a pronunciarse a favor o en contra (Jn 3, 19-21). Cristo, luz de los hombres, está presente en su Iglesia: "Yo estaré con vosotros hasta el fin del mundo" (Mt 28, 20; cfr. Jn 14, 18-23) para fortalecerla y conducirla hacia la Casa del Padre como Rey y Pastor.
Jesús es el buen pastor. Él mismo se dio este nombre (Jn 10, 11). “Él da la vida por sus ovejas y las conoce” (Jn 10, 11-14). El conocimiento de Jesús por sus ovejas es el conocimiento bíblico y personal, pues,  conlleva la entrega amorosa y la donación por todas y cada una de sus ovejas. “Te conozco y te llamo por tu nombre” (Is 43, 1-3) Jesús es también “La puerta de las ovejas” (Jn 10, 7)  “Camina delante de ellas” y ellas le siguen porque conocen su voz” (Jn 10, 4). Jesús buen Pastor alimenta al rebaño con fresca hierba y lo hace abrevar en aguas de reposo lo consuela y lo defiende con su vara y su cayado (Sal 23), y da su vida por ellas (Jn 10, 11).

Jesús, nos dice el Concilio Vaticano II, después de haber padecido la muerte de cruz, resucitó, se presentó por ello constituido en Señor, Cristo y Sacerdote para siempre y derramó sobre sus Apóstoles el Espíritu prometido por el Padre. Por esto la Iglesia, enriquecida con los dones de su Fundador recibe la misión de anunciar el Reino de Cristo y de Dios e instaurarlo en el corazón de cada hombre y de todos los hombres (LG 6).

2.     Cristo es el evangelizador del Padre 

Para la Iglesia, Jesús mismo, es el Evangelio de Dios, y ha sido, el primero y el más grande evangelizador. Lo ha sido hasta el final, hasta la perfección, hasta el sacrificio de su existencia terrena. Evangelizar para Jesús es darse y entregarse hasta el extremo; es sembrar el reino de Dios en el corazón de los hombres y de las culturas. Para Él, evangelizar es anunciar el reino de su Padre, es liberar a los hombres de la servidumbre del pecado y del dominio de Satanás, es reconciliar a los hombres con Dios y entre ellos; es dar vida y amar hasta el extremo (Jn 13, 1) Por eso pudo decirnos: “Vengo para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10, 10)  Dentro de la evangelización del Señor Jesús, encontramos la promoción de sus discípulos, a quienes eligió por amor y formó para que continuaran en la historia la Obra realizada y comenzada por Él: “No os llamo ya siervos, porque el siervo nunca sabe lo que suele hacer su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer” (Jn 15, 15) . 


3.     ¿Cómo fue la Pastoral de Jesús?

Como núcleo y centro de su Buena Nueva, Jesús anuncia la salvación, ese gran don de Dios que es liberación de todo 1o que oprime al hombre, pero que es sobre todo liberación del pecado y del Maligno, dentro de la alegría de conocer a Dios y de ser conocido por Él, de verlo, de entregarse a Él . Todo esto tiene su arranque durante la vida de Cristo y se logra de manera definitiva por su muerte y resurrección; pero debe ser continuado pacientemente a través de la historia hasta ser plenamente realizado el día de la venida final del mismo Cristo, cosa que nadie sabe cuándo tendrá lugar, a excepción del Padre (EN 9) Bástenos aquí recordar algunos aspectos esenciales.  

a)      El anuncio del reino de Dios (EN 7). Cristo, en cuanto evangelizador, anuncia ante todo su reino, el reino de Dios; tan importante que, en relación a él, todo se convierte en "1o demás", que es dado por añadidura. Solamente el reino es, pues, absoluto y todo el resto es relativo. El Señor se complacerá en describir de muy diversas maneras la dicha de pertenecer a ese reino (EN 8). Reino en el que nadie vive para sí mismo, y nadie está por encima de los otros. Todos somos esencialmente iguales, llamados hacernos pequeños para poder ser servidores unos de los otros a  la luz del Mandamiento Nuevo (cf Jn 13,
34-35)
b)     El amor recíproco a los hermanos como lo confirma el Mandamiento del Amor: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros; que, como yo os he amado, así os améis también entre vosotros. Todos conocerán que sois discípulos míos en una cosa: en que os tenéis amor los unos a los otros” (Jn 13, 34s). 
c)      El servicio dentro y fuera de la Comunidad: “¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis ‘el Maestro’ y ‘el Señor’, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros. Os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis lo que acabo de hacer con vosotros” (Jn 13, 13ss).
d)     La predilección del Señor por los más pequeños: “Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, era forastero y me acogisteis, 36 estaba desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y acudisteis a mí.’ Entonces los justos le responderán: ‘Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer, o sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos forastero y te acogimos, o desnudo y te vestimos? 39 ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y acudimos a ti?’ Y el Rey les dirá: ‘Os aseguro que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis.’ (Mt 25; 34- 40)
e)      La compasión en todo lo que hacía. Jesús, movido por la más grande compasión a los hombres y buscando siempre la gloria de su Padre, se dedicó a salvar a todo el hombre y a todos los hombres, tal como aparece en el Evangelio: “Al desembarcar, vio tanta gente que sintió compasión de ellos, pues estaban como ovejas que no tienen pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas” (Mc 6, 34) Se preocupó por liberar al pecador del pecado y de todas sus secuelas, sanó toda enfermedad y dolencia, “Porque de Él salía un poder que sanaba a todos y por eso toda la gente procuraba tocarle” (Lc 6, 19). Vendó y sanó heridas del corazón y derramó por todas partes sanidad interior de odio, miedo, y complejos, liberó de la opresión y aún de la posesión demoníaca y fue el modelo perfecto de oración y del ejercicio de todas las virtudes. Jesús con sus palabras, con sus exorcismos, con sus milagros, y sobre todo con su estilo de vida sembró el reino de Dios en el corazón de los hombres. “Se pasó la vida haciendo el bien y liberando a los oprimidos por el diablo” (Hech 10, 38).

4. ¿Qué podeos aprender de la Pastoral del Señor Jesús?

«Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os proporcionaré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera.» (Mt 11, 28-30) Sólo a la luz del Encuentro con la Palabra de Dios y en la obediencia de la fe nace en nosotros el deseo de ser como Jesús: «No está el discípulo por encima del maestro, ni el siervo por encima de su amo. Ya le basta al discípulo ser como su maestro, y al siervo como su amo (Mt 10, 24-25).

a)                  La glorificación del Padre

Lo primero que aparece en la pastoral de Jesús es el deseo de dar gloria  a su Padre del cielo: “No sabéis que tengo que estar en las cosas de mi Padre” (Lc 2, 49), “Mi alimento es hacer la voluntad del Padre que me ha enviado y en llevar a cabo su obra” (Jn 4, 34). “El Padre no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada” (Jn 8, 27-30). “Mi Padre siempre me escucha porque yo hago lo que a Él le agrada” (Jn 14, 31) “Yo no busco mi propia gloria. “El que habla por su cuenta busca su propia gloria; pero el que busca la gloria del que le ha enviado, ése es veraz; y no hay impostura en él” (Jn 7, 18) “Pero yo no busco mi gloria; ya hay quien la busca y juzga” (Jn 8, 50)  “En verdad, en verdad os digo «Si yo me glorificara a mí mismo, mi gloria no valdría nada; es mi Padre quien me glorifica, de quien vosotros decís: ‘Él es nuestro Dios”(Jn 8, 54). Todas estas palabras nos muestran que el objetivo principal de la
Pastoral de Jesús fue siempre la gloria de su Padre y no su interés personal. La recompensa que recibe es la “exaltación a la diestra de Dios, y ser proclamado como Señor y Mesías. (cf Fil 2, 611).


b)                  Amor fraternal al hombre

Unido a su Amor filial al Padre existió siempre en el corazón de Cristo un amor ardiente por los hombres, especialmente por los enfermos y pecadores. El ministerio de Jesús fue siempre animado por la compasión: “Él tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades” (Mt 8, 17). “Y al desembarcar, vio mucha gente, sintió compasión de ellos y curó a sus enfermos” (Mt 14, 14). “Me da lástima esta gente, porque hace ya tres días que permanecen conmigo y no tienen que comer” (Mt 8, 2). “Y al ver a la muchedumbre, sintió compasión porque estaban vejados y abatidos como ovejas que no tienen pastor” (Mt 11, 28). En su Evangelio Marcos nos dice: “Sintió compasión por la gente y se puso a enseñarles muchas cosas y al final del día les dio de comer” (Mc 6, 34ss). Por eso puede decirnos: “Sed misericordiosos como vuestro Padre celestial” (Lc 6, 36) Y darnos el “Mandamiento nuevo” y exhortarnos amar a los enemigos y orar por ellos (cf Lc 6, 27). El Señor Jesús todo lo hizo por amor y sin amor no hizo nada.

c)                   Pastoral nutrida con intensa oración

La eficacia pastoral de Jesús se debió a su intensa comunión con el Padre, alimentada con una íntima, profunda, intensa y frecuente oración. La oración de Jesús es uno de los mayores ejemplos para el ejercicio de nuestra pastoral. Jesús oraba de noche y predicaba de día. Jesús está en oración cuando recibe la unción del Espíritu Santo en el Jordán (Lc 3, 21). Prepara su ministerio con cuarenta días de intensa oración y ayuno en el desierto (cf Mt 4, 1ss). “Después de despedir a la gente subió al monte a solas para orar” (Mt 14, 23). “De madrugada cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó, salió y fue a un lugar solitario, donde su puso a orar” (Mc 1, 35). 

Con una noche de oración prepara la elección de los Doce (Lc 6, 12). Con una intensa noche de oración se prepara para su Muerte de Cruz: “Sentaos aquí, mientras que voy allá a orar” (Mt 26,
36). “Sumido en agonía insistía más en su oración” (Lc 22, 44). Oró por sus verdugos en la Cruz y muere con una oración de entrega al Padre.

La súplica de los discípulos siempre ha de ser la misma: “Maestro, enséñanos a orar” (Lc 11, 1). Jesús atendió la súplica y nos dio algunas normas para la eficacia de nuestra oración: Pedir perdón, perdonar a los que nos ofenden y amar a los enemigos (Mc 11, 24-25; Mt 5, 44-45). La oración de Jesús nos pide practicar la humildad: “Cuando hagáis oración no seáis como los hipócritas que hacen oración para que los vean” (Mt 6, 5/). Y de manera especial nos invita a vigilar: “Vigilad y orad para no caer en la tentación” (Lc 22, 46). 


d) Jesús, Pastor pobre

Jesús, Pastor pobre humilde y sencillo. Nace pobre y vive pobre, ejerció su pastoral en tal pobreza que pudo decir: “Las zorras tienen su madriguera y las aves del cielo sus nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza” (Lc 9, 58). Jesús comienza su “Carta Magna”,  las bienaventuranzas,  poniendo en primer lugar a los pobres: “Dichosos los pobres de espíritu porque de ellos es el reino de Dios” (Mt 5, 3) Pablo, al hablarnos de la generosidad de nuestro Señor Jesucristo nos dice: “El cual, siendo rico, se hizo pobre, por nosotros a fin de que os enriquecierais con su Pobreza.” (1Cor 8, 9). 

La pobreza de Jesús es el haberse hecho uno de nosotros; es su estilo de vida, su pasión y su muerte. Pablo nos describe la pobreza de Jesús en el himno de la carta a los Filipenses: “El cual, siendo de condición divina, no reivindicó su derecho a ser tratado igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo tomando condición de esclavo. Asumiendo semejanza humana y apareciendo en su porte como hombre, se rebajó a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz” (Flp 2, 6- 8) Como también podemos decir que la riqueza de Jesús es ser el hijo amado del Padre, el  hermano universal de los hombres y ser el servidor de todos. Por eso nos invita a ser como Él: “Manso y humilde de corazón” (Mt 11, 29). Nosotros los discípulos de Jesús, también, somos llamados a enriquecer a otros con nuestra pobreza. Por eso el Señor nos invita a ser como él: “Mansos y humildes de corazón” (mt 11, 29)


4. Jesús nos llama a ser testigos del amor de Dios

El primer testigo del amor de Dios en el mundo es Jesús. Él curaba, consolaba, perdonaba porque quería dar a conocer el amor que recibía de su Padre, porque quería que el mundo se enterase de que hay un Dios Creador de todo y de todos que además nos ama, como un Padre misericordioso, un Padre vigilante que cuida de nosotros, que nos sostiene, que nos guía para que aprendamos a vivir como personas, queriéndonos los unos a otros, en una familia universal que recuerde la familia de las personas divinas, la relación de cariño y de ternura que Dios tiene con nosotros. Este es el camino que nos lleva hasta Dios, el camino que nos salva de verdad y nos lleva  a la Vida.
 
La religión de Jesús es el amor, el amor con el que amaba a su Padre y el amor con que nos quería y nos quiere a todos. Por eso fue condenado y por eso mismo se dejó matar.”No hay amor más grande que dar la vida por los amigos” (Jn 15, 13) Jesús no podía dejar de hablar de Dios como un Padre universal que quiere igual a todos los hombres y a todos los pueblos, que perdona los pecados y se alegra por la conversión de los pecadores. 

Desde entonces los cristianos, y de forma especial los sacerdotes, dedicamos la vida a anunciar a unos y otros que Dios es Amor, que Dios nos quiere y que la religión verdadera, fuente de la vida y de la felicidad es el amor que Dios nos da cuando de verdad acudimos a Él con humildad y confianza, para luego nosotros irradiarlo en el rostro de las viudas, huérfanos y pobres (Cf Stg 1,
26). Para el Señor Jesús todo aquel que ama de verdad, es su amigo y es su discípulo (cf Jn 15, 15), es de los suyos, le pertenece (cf Gál 5, 24). El Señor nos revela la clave para ser sus testigos:
“Permanezcan en mi amor” como yo permanezco en el amor de mi Padre y permanezco en su amor” (Jn 15, 9) ¿Cómo permanecer en el amor del Señor? Guardando sus Mandamientos y sus Palabra, permanecemos en su amor amando y siendo amados (Jn 14, 21. 23).



5.     Llamados a ser Discípulos de Jesús.

El Papa Francisco nos ha recordado la vocación de todo bautizado a ser discípulo de Jesús para que con la fuerza del Evangelio, ser impulsado a evangelizar (EG 119- 120) Todo cristiano es discípulo misionero en la medida que se ha encontrado con el Amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, al estilo de la mujer samaritana (Jn 4, 1ss) de Zaqueo (Lc 19, 1-11); de Pablo, el Heraldo de Cristo (Hech 9, 20). Para el Papa Francisco discípulo de Jesús es todo aquel que lleva dentro la disponibilidad de salir fuera para ir y anunciar el amor de Cristo, de manera espontanea y en cualquier lugar donde se encuentre (EG 127).

Para san Juan las condiciones para ser discípulos siguen vigentes hoy día: “Ustedes me aman sí hacen lo que yo les diga” “Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les diga” (Jn 15, 14-15) “Permanezcan en mi amor, como yo permanezco en el amor de mi Padre”. ¿Cuál es la clave para permanecer en amor de Jesús? “Guardar sus Mandamientos: “Vayan y anuncien todo lo que yo les he enseñado” (Mt 28, 19s). EL Mandamiento Regio: “Ámense los unos a los otros como yo los he amado” (Jn 13, 34), y la Fracción del Pan: “Hagan esto en memoria mía” (Lc 22, 19). El discípulo que ha dejado sus nidos y sus madrigueras (Lc 9, 57), puede ahora reproducir la imagen de su Maestro (Rm 8, 29), ser como Él, servidor de los demás (Jn 13, 15) y don de Dios para los hombres, llevando una vida entregada y partida a favor de sus hermanos, los hombres.

6.     Para la gloria de Dios.

Qué hermoso suenan las palabras del Apóstoles en los oídos de todo auténtico discípulo del Señor Jesús: “Nosotros, en cambio, con el rostro descubierto, reflejamos, como en un espejo, la gloria del Señor, y somos transfigurados a su propia imagen con un esplendor cada vez más glorioso, por la acción del Señor, que es Espíritu” (2 Co 3, 16).

Lo anterior es posible cuando del corazón del discípulo, brota como de su fuente, la “Fidelidad al amor primero”, al amor de Jesús que según el Apóstol sólo puede brotar de un “corazón limpio, de una fe sincera y de una recta intención” (1 Tm 1, 5). En corazón del discípulo se convierte entonces en “manantial” que se desborda y refresca a muchas almas sedientas, y con la fuerza del Espíritu se convierte en “reparador de casas en ruinas (Is 58, 6,ss).

Todo está orientado para el discípulo de Jesús hacia la gloria de su Señor. Nada hace por rivalidad ni por interés propio, tanto en la vida como en la muerte, su Señor recibe el honor, la alabanza y la gloria. Por eso su descanso, su fuerza, su aliento lo encuentra en la oración, en el contacto con la Palabra y en la Eucaristía. Su alegría la encuentra en el servicio a sus hermanos a quienes es enviado y por quienes se gasta y derrocha. Su cansancio y sus contradicciones, sus posibles fracasos o derrotas son siempre una hermosa oportunidad para “ofrecerse como hostia viva, santa y agradable a Dios” (cf Rom 12, 1) a su Señor, a ejemplo de la Señora del Sagrado Corazón.


María, Señora del Sagrado Corazón ruega por nosotros.

4. ¿Cómo fue la pastoral de la Iglesia primitiva?


Objetivo: Dar a conocer la pastoral de la primitiva Iglesia para destacar los más importantes elementos para que sirvan como modelo a la Iglesia de hoy.

Iluminación: “Acudían al templo todos los días con perseverancia y con un mismo espíritu partían el pan con alegría y sencillez de corazón. Alababan a Dios y gozaban de la simpatía de todo el pueblo” (Hech 2, 44-47)

La Palabra Iglesia significa convocación. Designa la Asamblea de aquellos a quienes convoca la Palabra de Dios, para formar el Pueblo de Dios y que, alimentados con el Cuerpo de Cristo, se convierten ellos mismos en Cuerpo de Cristo (Catic 777). 

1. La predicación del Kerygma.

Dos momentos claves se han de resaltar: El primer anuncio y la experiencia del Espíritu Santo (Hech 2, 22-36). El crecimiento en la fe y la organización de la pastoral vendrán después (Hch 2, 42; 61)

a)      En la Iglesia primitiva el orden seguido por los Apóstoles partiendo de la experiencia de Pentecostés fue, en primer lugar, el anuncio profético de Pedro que presentó a Jesús como el Mesías de Dios: “Israelitas, escuchad estas palabras: A Jesús de Nazaret, hombre acreditado por Dios entre vosotros con milagros, prodigios y señales…ustedes lo mataron por medio de gente malvada…a este, Jesús, Dios lo resucitó; de lo cual todos nosotros somos testigos…sepa con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo, a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado” (Hech 2, 22- 36). 

b)      Al anuncio profético de los Apóstoles el pueblo responde compungido: “¿Qué tenemos que hacer”?  “Al oír esto, dijeron con el corazón compungido a Pedro y a los demás apóstoles: «¿Qué hemos de hacer, hermanos?» Pedro les contestó: «Convertíos y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para perdón de vuestros pecados y para que recibáis el don del Espíritu Santo. La Promesa es para vosotros y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos, para cuantos llame el Señor Dios nuestro».  Los Apóstoles hacen la invitación a la conversión, a la recepción del bautismo para el perdón de los pecados y a la recepción del Espíritu Santo:  (Hech 2, 37- 40). 

El encuentro personal con Jesús nos da la experiencia del Espíritu Santo: Encuentro liberador, gozoso y transformador, porque nos quita las cargas, y gozoso, por que experimentamos el triunfo de la Resurrección. Transformador, porque nos promueve y nos transforma en Ministros de la Nueva Alianza, “servidores de Cristo por voluntad del Padre” Ministros de la Palabra y de los Sacramentos. (Palabra y Sacramentos son inseparables).


2. La catequesis apostólica.

En el segundo momento viene el crecimiento de la Comunidad con cuatro características bien definidas:

a)      El conocimiento creciente de la enseñanza comunicada por los apóstoles, maestros de esa verdad. Los apóstoles enseñan lo que Jesús les enseñó a ellos. ¿Qué enseñamos nosotros?
(cf Hech 2, 42) Jesús enseñó a los suyos el “arte de vivir en Comunión” el “arte de amar” y el “arte de servir a los hermanos”. 
b)      La integración de una auténtica comunidad cristiana en donde cada miembro contaba con la ayuda espiritual y temporal de sus hermanos. 
c)      La vida sacramental centrada en la Eucaristía o fracción del pan de vida. Eucaristía celebrada el primer día de la semana (Hech 20, 7)
d)     La oración asidua en sus diversas formas, recomendada y practicada por Jesús y que fue el alma y la fuerza de esa comunidad.

3.     El servicio a las mesas. 

En un tercer momento la primera Comunidad se organiza para el servicio de las mesas: la pastoral de la caridad.

Según el libro de los Hechos de los apóstoles la pastoral de la Primera Comunidad sigue pasos muy concretos: la primera predicación apostólica, la catequesis como segundo término y en tercer lugar el cultivo organizado de la caridad: “Por aquellos días, al multiplicarse los discípulos, hubo quejas de los helenistas contra los hebreos, porque sus viudas eran desatendidas en la asistencia cotidiana. Los Doce convocaron la asamblea de los discípulos y dijeron: «No parece bien que nosotros abandonemos la Palabra de Dios por servir a las mesas. Por tanto, hermanos, buscad de entre vosotros a siete hombres, de buena fama, llenos de Espíritu y de sabiduría, y los pondremos al frente de este cargo; mientras que nosotros nos dedicaremos a la oración y al ministerio de la Palabra. Pareció bien la propuesta a toda la asamblea y escogieron a Esteban, hombre lleno de fe y de Espíritu Santo, a Felipe, a Prócoro, a Nicanor, a Timón, a Pármenas y a Nicolás, prosélito de Antioquía; los presentaron a los apóstoles y, habiendo hecho oración, les impusieron las manos. La Palabra de Dios iba creciendo; en Jerusalén se multiplicó considerablemente el número de los discípulos, y multitud de sacerdotes iban aceptando la fe”  (Hech 6, 1-7).

4.     ¿Qué encontramos en la Iglesia primitiva? 

A la luz del texto de los Hechos, encontramos que en la Pastoral de la Iglesia se han de tener presente: La Palabra, la vida comunitaria (los servicios), los sacramentos y la vida de piedad. Encontramos una gran sencillez y una gran eficacia en la pastoral de la primitiva comunidad cristiana. El Espíritu del Señor estaba y actuaba en unos pastores que lo habían recibido en plenitud y eran dóciles a la acción del Divino Espíritu en su misión apostólica. La eficacia de esta pastoral la encontramos en la lectura del mismo libro de los Hechos de los Apóstoles:

      “Todos los creyentes vivían unidos y tenían todo en común; vendían sus posesiones y sus bienes y repartían el precio entre todos, según la necesidad de cada uno”. 
      “Acudían al templo todos los días con perseverancia y con un mismo espíritu partían el pan con alegría y sencillez de corazón. Alababan a Dios y gozaban de la simpatía de todo el pueblo” (Hech 2, 44-47)
      “Muchos de los que oyeron la Palabra creyeron; y el número de hombres llegó a unos cinco mil” (Hech 4, 4).
      “La multitud de los creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola alma. Nadie llamaba suyo a sus bienes, sino que todo lo tenían en común” (Hech 4, 32)


5. ¿Cómo ha de ser la Pastoral de la Iglesia?

a) Lo primero para tener presente es que nuestra pastoral ha de ser como la de Jesús: invitando, pero, no imponiendo. 
      Ha de estar llena de los mismos sentimientos de Cristo Jesús, especialmente, la compasión. 
      No solamente eso, sino que además, toda nuestra predicación debe nutrirse con la
“Palabra de Dios para que no sea palabrería vana”
      y “La catequesis debe extraer siempre su contenido de la Palabra de Dios” (Juan Pablo II, CT 27) 
      “Es tan grande el poder y la fuerza de la palabra de Dios, que constituye el sustento y vigor de la Iglesia, firmeza de fe para sus hijos, alimento del alma, fuente límpida y perenne de vida espiritual” (DV 27) 

b)      En segundo lugar hemos de tener en cuenta el no menospreciar alguna de las vertientes de la pastoral en detrimento de las demás para no caer en el reduccionismo: sacramentos sin evangelización, o evangelización sin sacramentos o sin la práctica de la caridad. Esto reduce y empobrece la pastoral de la Iglesia. Busquemos siempre la Unidad del Anuncio, del Culto y de la Moral o práctica de las virtudes.

c)      En tercer lugar se ha de tener siempre en cuenta al hombre integral, hijo  de una cultura, poseedor de un cuerpo, un alma y un espíritu (1 Ts 5, 23) y situado en un contexto familiar y social. La pastoral de la Iglesia está al servicio del hombre y de la familia. Obra de la Pastoral es la formación de personas. En la  obediencia al Mandamiento nuevo La Iglesia, los cristianos lavando pies ayudamos a acrecer y a madurar como personas: “Así ya no seremos como niños, llevados a la deriva y zarandeados por cualquier viento de doctrina, a merced de la malicia humana y de la astucia que conduce al error” (Ef 4, 14).

Lo anterior nos hace ver la evangelización como proceso y no como acontecimiento. Los grandes cambios no se dan de la noche a la mañana ni de un día para otro. El cultivo del hombre y de su espiritualidad requiere tiempo y el uso de los medios adecuados. La verdadera evangelización no se da como una llamarada de petate. La formación de criterios,  convicciones, principios y valores humanos nos piden paciencia, confianza y tolerancia.

6. Aplicación en nuestros días.

Los primeros cristianos crecieron pronto en el conocimiento de la doctrina del Señor, gracias a la enseñanza de los Apóstoles que trasmitían con toda fidelidad lo que el Señor Jesús les había trasmitido a ellos: “Jesús se acercó a ellos y les habló así: «Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y estad seguros que yo estaré con vosotros día tras día, hasta el fin del mundo.» (Cfr Mt 28, 18ss). La primera predicación de los Apóstoles tenía una mayor pureza doctrinal: eran testigos de las palabras y hechos de Jesús, de su muerte y de su resurrección, además eran hombres poseídos por el Espíritu Santo, según la promesa de Jesús: “Sabed que yo estaré con ustedes hasta el fin de los siglos” (Mt 28, 20).

      La pastoral bíblica. Los Apóstoles eran hombres penetrados y poseídos por la palabra de Dios; verdad que hace que Pablo recomiende a la comunidad de Colosas: “Que la palabra de Cristo habite en ustedes con toda su riqueza” (Col 3, 16) y a su discípulo Timoteo le dice: “Toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para argüir, para corregir y para educar en la justicia: así el hombre de Dios se encuentra perfecto y preparado para toda buena obra” (2 Tim 3, 16)

Hoy por fortuna existen cada vez más personas que están leyendo la Biblia de una manera asidua y apasionada que les permite poseer las riquezas de la Palabra. La experiencia y la Iglesia nos han enseñado que la lectura de la Palabra de Dios ha de ir acompañada por la práctica de la oración para que según san Agustín se dé un verdadero diálogo con Dios: A Dios hablamos cuando oramos, y a Dios, escuchamos cuando leemos su Palabra (Dei Verbum 25). Toda predicación y catequesis en la Iglesia ha de nutrirse con la Palabra de Dios para que no resulte ser sólo vana palabrería (Ct 27) 

Al gusto por la Sagrada Escritura (leerla o escucharla asiduamente, meditarla, amarla y ponerla en práctica) Dios apremia abriendo la mente, explicando su sentido y llenando con su poder a quienes así lo hagan. El Concilio nos dice: “Dios viene al encuentro de sus hijos para conversar con ellos, y es tan grande el poder y la fuerza de la Palabra de Dios, que constituye sustento y vigor de la Iglesia, firmeza de fe para sus hijos, alimento del alma, fuente límpida y perenne de vida espiritual” (Dei Verbum 21).

      La pastoral de comunión. El término comunión que encontramos en texto de Hechos 2, 42, y que constituyó un medio de gran crecimiento espiritual y comunitario para la Iglesia primitiva, hace referencia a la creación de pequeñas comunidades cristianas mediante la unión de espíritus y la solicitud por los pobres y necesitados de todo orden: “todos los creyentes vivían unidos” (Hech 2, 46). Todo cristiano necesita el apoyo, el estimulo y la ayuda para cultivar sus valores y virtudes; ayuda que encuentra eficaz en una pequeña comunidad de hermanos que se preocupen por él, le enseñen a orar y a servir a la Iglesia desde el “don recibido”.  Nadie se realiza solo; nadie camina solo; nadie aprende a vivir para los demás, cuando camina solo. El cristiano solitario pronto cae y se queda caído.  

La acción del Espíritu Santo que es Amor, guía a los hombres a la comunión con otros creyentes para que hagan comunidad con ellos y de esta manera trabajen en la construcción de una Comunidad fraterna: “Donde dos o tres se reúnen en mi Nombre... ahí se construye la Comunidad  (Mt 18, 20). Lo importante que se ha de saber es que para que la comunidad sea auténtica ha de ser animada y conducida por el Espíritu Santo para que pueda proporcionar ayuda a todos sus miembros, esté centrada en la Eucaristía y esté insertada en la vida parroquial y unidas a los Pastores que el Señor ha dado a su Iglesia.

      Una Pastoral centrada en la Eucaristía o “fracción del Pan”. El término “fracción del pan” significa en el lenguaje cristiano “La cena del Señor”, es la primera forma que la Iglesia uso para referirse a la “Misa”. Es el sacrificio en el que Cristo se inmola, se sacrifica, ofreciéndose como pan partido, entregado y como sangre derramada en favor de toda la Humanidad. Después pasó a conocerse como “Eucaristía” que significa “acción de gracias”, rito eucarístico que las comunidades cristianas celebraban en las casas, nunca en el templo de Jerusalén. Dos textos de Pablo nos ayudan a entender el misterio de la “fracción del Pan”: “El cáliz de bendición, no es acaso el comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, no es comunión con el cuerpo de Cristo?” (1 de Cor 10, 16). “Porque yo recibí del Señor lo que os he trasmitido: que el Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó pan, y después de dar gracias, lo partió y dijo: este es mi cuerpo que se da por vosotros, haced esto en recuerdo mío”…. Este es el cáliz de la Nueva Alianza en mi sangre. Cuantas veces lo bebiereis, hacedlo en recuerdo mío. Pues cada vez que coméis este pan y bebéis este cáliz, anunciáis la muerte del Señor hasta que venga. Por tanto, quien coma del pan y beba el cáliz del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor.  

Examínese, pues, cada cual, y coma entonces del pan y beba del cáliz. Pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propio castigo. Por eso hay entre vosotros muchos enfermos y muchos débiles, y mueren no pocos” (1 Cor 11, 23, 30)

La vida espiritual de los primeros cristianos estaba centrada en la participación de la Eucaristía. Nosotros si queremos tener un alimento que nos nutra y nos fortalezca debemos hacer lo mismo:
comer del pan y beber del cáliz del Señor.  El Concilio definió la Eucaristía como “Sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de caridad, banquete pascual en el cual se recibe como alimento a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da como prenda de la gloria venidera” (SC No. 47) Para enseguida invitarnos a participar de una manera consciente, piadosa y activa de todos en la acción sagrada para que los fieles no sean mudos espectadores, sino aprendan a ofrecerse a sí mismos como hostias inmaculadas (SC No. 48).

La Eucaristía contiene todo el Bien espiritual de la Iglesia: Cristo mismo, y a ella se ordenan todos los ministerios y apostolados. Aparece como la fuente de toda predicación evangélica y es el centro de toda Asamblea de los fieles que preside el presbítero” (P O No. 5). Más delante el mismo Documento nos dice como hacer de la Eucaristía la fuente principal de santificación personal y de crecimiento pastoral: “practicar la oración frente al Sagrario para dar testimonio de la presencia real de Cristo en la Eucaristía, por la predicación, para mostrar a los fieles la insondable riqueza de la Eucaristía y la enseñanza diaria a insertarse diariamente en la vivencia de la Pascua eucarística; ayudando eficazmente a la comunidad a crecer en la fe, la esperanza y la caridad y a vivir el “sacrificio eucarístico en el que los Sacerdotes cumplimos nuestro principal ministerio” (PO No. 13)

        Las oraciones. La primera comunidad cristiana tuvo tanta vitalidad,  pues los cristianos impregnaron sus vidas con una intensa, continua y cálida oración: Era una comunidad orante. Asistían asiduamente a las oraciones (Hech 2, 42). La comunidad y los Apóstoles al frente de ella, seguían el ejemplo de Jesús Buen Pastor que fue para la comunidad primitiva el modelo de Pastor Orante. Dos modos de orar: personal y comunitariamente. Oración acompañada siempre con el ayuno y la caridad. Sólo una vida de intensa oración puede explicarnos el crecimiento y la fortaleza de las comunidades en tiempo de persecución. Una pastoral que no tenga como alma la oración estará siempre vacía y sus frutos serán pobres o nulos. Urge que los pastores aprendamos a orar con la comunidad, con las personas y no solamente por ellas. Hagamos de nuestra Parroquia una Comunidad orante.

El Libro de los Hechos de los Apóstoles nos describe la intensidad de oración de la primitiva comunidad. 

        Los Apóstoles reu8nidos con María, la Madre el Señor y los demás creyentes, esperaron en oración la llegada del Paráclito Divino
        (Hech 1, 13s) “Subían al Tempo a orar diariamente (Hech 3, 1): 
        Los Apóstoles se dedicaban a la oración y  a la predicación de la Palabra (Hech 6, 4) 
        Oran en momentos importantes como acciones y ordenaciones para cargos en la Iglesia (6, 6; 13, 3; 14, 23) 
        Oran con la comunidad en momentos de persecución (4, 24- 31; 12, 5- 12).
        Esteban ora al estilo de Jesús por él y sus verdugos (Hech 7, 59s). 
        Pablo hace oración después de su encuentro con Cristo (Hech 9,11). 
        Pedro ora cuando el Señor lo envía a casa de Cornelio (10,9). 
        Pablo y Silas oran mientras estaban en prisión (16, 25) 
        y en muchas otras ocasiones se dedican a la oración (20,36; 21,5)
 “Acudían diariamente al Templo con perseverancia y con un mismo espíritu; partían el pan en las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios y gozando de la simpatía de todo el pueblo. Por lo demás, el Señor agregaba al grupo a los que cada día se iban salvando” b(Hch 2, 46- 47).


Oremos con María y los Apóstoles por la Iglesia….





5. La Iglesia existe para Evangelizar.


Objetivo: Manifestar el verdadero fin de la Iglesia: ser instrumento del Señor Jesús para llevar a término la obra redentora comenzada por él, para que los hombres al creer en Cristo tenga vida eterna.

Iluminación: La Evangelización no se agota con la predicación y la enseñanza de una doctrina, sino que conduce  a la vida. Se da una intercomunicación entre la palabra y los sacramentos que produce la eficacia de la evangelización y es educación en la fe y vida en la gracia sacramental (EN 47)

1.     La Importancia de a evangelización.

La Iglesia ha nacido con este fin: Evangelizar. Cristo vino para anunciar y realizar entre los hombres la Buena Noticia. La Iglesia nació y vive únicamente para evangelizar a los hombres, a todos los hombres. Ella es el sacramento universal de salvación: la anuncia y realiza. Su renovación constante tiene aquí su objetivo: potenciar su actividad misionera universal, buscar nuevos cauces por los que los hombres conozcan, acepten y vivan el plan de Dios, despojarse de todo aquello que impide, en cada momento, la evangelización, realizar todo aquello que pueda hacer más creíble la verdad del Evangelio. Dice el Concilio Vaticano II: "La Iglesia ha nacido con este fin: propagar el reino de Cristo en toda la tierra para gloria de Dios Padre, y hacer así a todos los hombres partícipes de la redención salvadora y, por medio de ellos, ordenar realmente todo el universo hacia Cristo. Toda la actividad del Cuerpo místico, dirigida a este fin, recibe el nombre de apostolado, el cual la Iglesia lo ejerce por obra de todos sus miembros, aunque de diversas maneras" (AA 2).
El mayor remedio para combatir la pobreza, la ignorancia y los ateísmos, es la enseñanza viva y prolongada de la doctrina evangélica. No podemos negar que muchas veces se descuida esta enseñanza, se anuncian medias verdades, otras veces se dan las cosas por hechas (ya están evangelizados) o se le relega a un segundo plano. Por gusto o por dejarse llevar por la comodidad, pueden emplearse actividades cuyo resultado espiritual es más brillante que sólido. Se prepara la cosecha, pero se descuida la siembra, se construye rápidamente, pero se descuidan los cimientos. Se realizan actividades evangelizadoras buscando el lucro económico (se cobra en los congresos o en los retiros de evangelización dejando en duda la recta intención de los organizadores) Otras veces se exagera en el costo de los estipendios por los sacramentos causando escándalo en los fieles que tienen una fe débil e incipiente... Llegan las primeras tempestades y todo se derrumba.

2.     ¿Qué es evangelizar?

Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la  Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar, es decir, para predicar y enseñar, ser canal del don de la gracia, reconciliar a los pecadores con Dios, perpetuar el sacrificio de Cristo en la Santa Misa, memorial de su Muerte y Resurrección gloriosa.  (EN 14). La Iglesia ha sido enviada por su fundador, el señor Jesús, está presente en el corazón del mundo para anunciar la Buena Nueva a los pobres, la liberación a los oprimidos y la alegría a los afligidos (cf Lc 4, 18).

1.      Evangelizar es ofrecer una Buena Noticia que se presenta a sí misma como el principio más hondo de salvación para el hombre. La Buena Noticia consiste en que Jesús de Nazaret, el Cristo de Dios, que pasó por el mundo haciendo el bien y que fue crucificado está vivo, presente y operante en los que creen el él para transformarlos en hombres nuevos, a su propia imagen .

2.      “Evangelizar significa para la Iglesia llevar la Buena Nueva a todos los ambientes de la humanidad y, con su influjo, transformar desde dentro y renovar a la misma humanidad” (EN 14, 18). Evangelizar, es por eso,  sembrar el “poder de Dios” en el corazón de los hombres y de las culturas para instaurar el Reino del Señor, o sea, continuar como ministros de Cristo, su misma obra evangelizadora. 

3.      Evangelizar es enseñar a la gente el arte de vivir en comunión. Evangelizar es anunciar la persona de Jesús, la adhesión a su persona, a su destino  y a su misión; dicho de otra manera, anunciar a Jesús, su obra redentora, su Reino y sus valores. 

4.      Evangelizar es ante todo dar testimonio de una manera sencilla y directa, de Dios revelado por Jesucristo mediante el Espíritu Santo (EN 26) Una clara proclamación de que en Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre, muerto y resucitado, se ofrece la salvación a todos los hombres, como don de la gracia y de la misericordia de Dios (EN 27).

3.     La acción evangelizadora.

Evangelizar es lo propio de la Iglesia, su identidad y su razón de ser. Y También de cada uno de sus miembros. Todo bautizado está llamado a ser discípulo misionero de Jesús. Así lo dice el documento de Aparecida: “Discípulos Misioneros de Jesucristo para que nuestros pueblos tengan en él vida eterna” para que el mundo pueda tener vida en Cristo. (DA 3)

La Iglesia evangeliza cuando proclama el primer anuncio, cuando celebra la Eucaristía y demás sacramentos, cuando da testimonio de la caridad de Cristo, cuando reconcilia a los hombres; cuando ayuda a crecer en la fe y en humanidad. La Iglesia Evangeliza dando vida. Para esto necesitamos la “unción poderosa del Espíritu Santo” que Jesús resucitado da a su Iglesia: “Como el Padre me envió también yo os envío. Dicho esto sopló sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo”. A quienes perdonéis los pecados…” (Jn 20, 21-23) 

En la Liturgia, la Palabra se hace acontecimiento, y en la práctica de la Caridad Cristo se hace presente en medio de los hombres.. Digámoslo con toda claridad: La iniciativa evangelizadora viene de Dios, autor de las promesas, pero se requiere la cooperación del evangelizador a modo de acción instrumental. Lo anterior nos lleva a comprender lo que es la “pastoral de la Iglesia”: >>>continuar o hacer presente la acción liberadora y salvadora de Cristo en la Historia para que los hombres creyendo, tengan en Él vida eterna<<<

4.     ¿Cuál es el contenido de la Evangelización?

      Lo esencial del anuncio del Evangelio es proclamar que Jesús de Nazaret es el Cristo de Dios; “es nuestra paz” (Ef 2, 14) “es nuestra vida” (Col 3, 4)  “es nuestra sabiduría”, “nuestra justicia”, “redención y santificación” (1 de Cor 1, 30), es nuestro “único fundamento” (1 de Cor 4, 11) y “nuestra única esperanza” (Col 1, 27). Es también la Cabeza de la Iglesia y la Plenitud de todo.  Lo primero es saber que Cristo salvador, es el centro de la evangelización (1 de Cor 1, 17ss), que Él, actúa por medio de la Iglesia para dar a los hombres el contenido, que no es otro, que la salvación anunciada, proclamada y realizada por Jesús redentor, y es, hoy día actualizada en nuestras vidas por la acción del Espíritu Santo.

      El anunció de la Buena Nueva tiene en cuenta la “dignidad humana”. Dios ama y valora a todos y a cada ser humano. Lo piensa y mira con amor, lo acepta incondicionalmente y lo valora por lo que es: Persona, creada a su imagen y voluntad por amor. Todos hombres y mujeres, pobres o ricos, buenos o malos somos poseedores de una y única dignidad humana. Para Dios el hombre no vale por lo que tiene, ni por lo que sabe ni por lo que hace, para el Señor y para el evangelizador , toda persona vale por lo que es.

La evangelización cristiana proclama con fuerza y poder  que todos y cada uno de los seres humanos son amados por Dios y por la Iglesia. Proclama que Jesús Hijo de Dios (vida, muerte y resurrección), predica la fe y la conversión, administra el bautismo, la eucaristía, el perdón de los pecados, el don del Espíritu Santo, enseña sobre los valores del Reino, la dignidad del hombre y los derechos que le asisten, la práctica de las virtudes, la última venida de Jesús al final de los tiempos, la comunión eclesial (EN 17). 

La oración y el testimonio de vida, las obras de caridad y los compromisos concretos, personales y sociales son parte de una gama de posibilidades; son parte del contenido de la Evangelización. Puede darse la preferencia momentánea en alguno de los puntos, sea por la vocación de cada uno, sea por las instancias actuales de la acción del Espíritu Santo, sea por las necesidades concretas de una comunidad humana, pero nunca debe olvidarse la riquísima gama que abarca la acción evangelizadora.


5. ¿Qué medios tenemos para evangelizar?

“No habrá nunca evangelización posible sin acción del Espíritu Santo” (EN 75) La salvación anunciada y comunicada por Jesús y su Iglesia no pone su esperanza en los medios humanos, sino en la fuerza de Dios. El Señor Jesús no envió a los “Doce” con las manos vacías para que realizaran la misión de anunciar el Evangelio, perdonar los pecados, sanar los enfermos y expulsar el mal (Mc 3, 12-13), los “ungió” con el Espíritu Santo, el primer y principal evangelizador; es Él quien impulsa a cada evangelizador a  anunciar el Evangelio. (EN 75). 

Hay, en la Iglesia, diversidad de ministerios, pero, unidad de misión. Cristo ha confiado a los apóstoles y a sus sucesores, el cargo de enseñar, santificar y gobernar en su nombre y con su poder. El Papa Pablo VI nos dejó dicho: “Bástenos recordar algunos sistemas de evangelización, que por un motivo u otro tiene una importancia fundamental:

El testimonio de vida, una predicación viva, la liturgia de la Palabra, la catequesis, la utilización de los medios de comunicación social, el contacto personal, la función de los Sacramentos y la Piedad popular (EN 40-48).

Hoy podemos decir que la predicación de la Palabra, los Sacramentos y las Obras de Misericordia son lugares y medios para evangelizar, es decir, para dar vida. Evangelización, ya sea personal o comunitaria, por medio de retiros, talleres de capacitación, catequesis, congresos, grupos de oración y estudio bíblico. La Iglesia evangeliza cuando hace apostolado de casa en casa, visita los enfermos, los presos, atiende a los pobres mediante dispensarios médicos y comedores públicos, etc. 

EL Documento de Apostolado para los Laicos nos dice: “Pero los laicos, hechos participantes del cargo sacerdotal, profético y real de Cristo, asumen en la Iglesia y en el mundo su parte en lo que es la misión del pueblo de Dios… Los laicos sacan de su unión misma con Cristo el deber y el derecho de ser apóstoles…los sacramentos, y sobre todo la Eucaristía, comunica, y alimenta en los laicos, esa caridad que es como el alma de todo apostolado” (El apostolado de los laicos, 11-3).

6. Los Carismas en la Iglesia.

Un carisma, sencillamente, podemos decir que es, el instrumento de trabajo que Dios  en Cristo por el Espíritu,  pone en nuestras manos para que contribuyamos en la construcción de la Iglesia. Es una manifestación de la Gracia de Dios en favor de toda la comunidad. El sentido del carisma siempre será el bien común, son dados para edificar la Iglesia, ayudarnos a crecer en Santidad.  Para la “misión” que el Señor ha dado a su Iglesia, la ha dotado de carismas, tanto, ordinarios como extraordinarios con la finalidad de construir el “Cuerpo de Cristo”. En la eclesiología de san Pablo encontramos esta distribución de dones que tienen como objetivo el bien común. Para esto Cristo concede a unos ser profetas, a otros ser apóstoles y a otros ser maestros. A unos más ser evangelizadores y a otros ser pastores. 

      El profeta es el que abre brecha; tumba monte, anuncia caminos de liberación, denuncia las injusticias y los caminos de opresión, y renuncia, a sus propios criterios para abrirse a la acción del Espíritu.
      El apóstol viene después del profeta a confirmar el trabajo que se ha hecho y a organizar nuevas formas de trabajo y nuevos ministerios. 
      El maestro profundiza lo realizado por los carismas anteriores; es un catequista que explica y ahonda las verdades de la fe. 
      El evangelizador es un sembrador, que siembra y riega los corazones con la Palabra de Dios, llevando a los hermanos en un proceso de crecimiento a enamorarse de Jesús, de la Iglesia y de la humanidad. 
      El pastor guía y conduce a los pastos de discernimiento y conocimiento de Dios. El pastor es también un acompañante, un amigo que camina junto con el rebaño dando su vida y enseñando a dar vida con su palabra y con su testimonio. “Y esto para capacitar a los fieles, a fin de que, desempeñando debidamente su tarea, construyan el cuerpo de Cristo”. El pastor no es peor ni mejor que los demás. 

Los carismas que nos presenta san Pablo son  cada uno de ellos, “don y respuesta”. Son el fruto de la acción pastoral debidamente llevada  “en la comunión con Dios, mediante la vida de oración, la predicación o enseñanza, las oblaciones y los sacrificios, la organización y la puesta en común de los dones que Dios derrama en su Pueblo. Son ya frutos de la acción pastoral, de la evangelización. En esta perspectiva las acciones de los “obreros de la Viña”, según Esquerda Bifet, aparecen como los signos eclesiales de la evangelización, portadores de gracia y salvación y tienen como finalidad “implantar la Iglesia” es decir, enraizar en la vida humana la epifanía y la cercanía de Dios. (Espiritualidad misionera de Esquerda Bifet. Pág. 103).

7. Los Regalos del Resucitado a su Iglesia. 

El Señor Jesús hace a su Iglesia partícipe de lo que él es y de lo que él tiene. No la envía con las manos vacías: 

“Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, los discípulos tenían cerradas las puertas del lugar donde se encontraban, pues tenían miedo a los judíos. Entonces se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros.» Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús les dijo otra vez: «La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío.» Dicho esto, sopló y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.» (Jn 20, 19- 23).

      La Paz del Señor. Cristo mismo es nuestra Paz.
      La Alegría al ver al Señor. “Se llenaron de alegría al ver al Señor.
      La Misión del Señor. Es ahora la Misión de la Iglesia
      El Espíritu Santo. Dios se nos dona en persona para que realicemos la Misión.
      El Ministerio de la Reconciliación. En la Iglesia y por su medio nos reconcilia con Él y reconcilia a los hombres entre ellos.
      La Experiencia de la Resurrección. Es la experiencia de la presencia del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo en nuestra vida. Experiencia que es el Motor de la vida cristiana.
      El Don para edificar la Iglesia. Por medio de la Evangelización, los Sacramentos, Oraciones y Obras de Misericordia.


La Misión de la Iglesia es continuar en la historia la obra redentora de Cristo para que el mundo crea,  y creyendo se salve. La clave es la fidelidad a la misión y a la Acción del Espíritu Santo en la Iglesia y en el mundo. Teniendo presente las palabras de la Madre, la primera evangelizada y evangelizadora: “Hagan lo que él les diga” (Jn 2, 5)






6. La Iglesia existe para servir.


Iluminación: “Permanezcan en mi amor, como yo permanezco en el amor de mi Padre;  Si guardan mis mandamientos como yo guardo los Mandamientos de mi Padre, permanecerán en mi amor, como Yo guardo los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor” (Jn 15, 9).  

Ustedes me llaman a mi Maestro y Señor, y en verdad lo soy, pues, si Yo, siendo Maestro y Señor les he lavado a ustedes los pues, hagan ustedes lo mismo que yo he hecho con ustedes” ( Jn 13, 13- 14).  

1.     Somos los servidores del Reino.

Nuestro encuentro con Jesús no puede limitarse al culto que le tributamos. Él quiere instruirnos con sus enseñanzas para que las vivamos, llevando así una vida recta en su presencia. Una vida digna del Señor agradándole en todo y dando frutos de vida eterna. Por eso el discípulo no puede quedarse únicamente en la escucha fiel de la Palabra de Dios y en la práctica personal de la misma. El Señor nos quiere enviar como testigos suyos en el mundo: “Ustedes son la luz del mundo” (Mt 5, 13). Y esta encomienda apostólica no corresponde sólo a los Apóstoles y a sus sucesores, sino a toda la Iglesia. Todos debemos sentirnos involucrados en el anuncio del Evangelio. La Iglesia es por naturaleza servidora, existe para servir.

2.     El verdadero poder se manifiesta en el servicio.

En la Iglesia se vive para servir. Un servicio al Reino de Dios desde la Iglesia y a favor de toda la humanidad. No tengamos miedo, unidos a Cristo tenemos poder para aplastar serpientes y escorpiones y para vencer toda la fuerza del enemigo, y nada nos podrá hacer daño (cf Rm 16, 20). Pero no nos engolosinemos con el poder que Dios nos ha concedido. Esforcémonos con toda valentía para que el Reino de Dios llegue a  los hombres con todo su poder salvador. Pero antes que nada, que ese Reino que es Cristo, llegue a nosotros mismos, de tal forma que, revestidos de Él podamos continuar realizando su obra de liberación y de salvación en el mundo a favor de toda la humanidad. El poder de la fe se manifiesta en el servicio a los demás. Evangelizar es servir.

3.     Nuestra realidad existencial.

¿Qué sentido tiene la vida? ¿Qué clase de ambiente tenemos a nuestro alrededor? ¿Qué puedo hacer para salir de la depresión? ¿A quién tengo que ir para tener un poco de alegría y de paz interior? ¿Por qué otros tienen o se miran bien, y yo no soy feliz? Estas y otras son preguntas que la gente se hace y que frecuentemente se escuchan. Preguntas, lamentos, quejas y reproches que muchos se hacen a sí mismos y que más de una vez le hacen a Dios. Hago oración y parece que Dios no me escucha, me ha abandonado, está enojado conmigo. Leo la Biblia y no la entiendo. ¿Por qué? ¿Por qué Dios no me hace justicia?

Lo anterior va unido a una falsa concepción de Dios, del hombre y de la vida. Muchos son los que no saben de dónde vienen, para qué están aquí o para donde van. No logran encontrar el camino que les lleve a encontrar el sentido a su vida, y hasta llegan a experimentar el deseo de arrojar la toalla y salir por la puerta falsa. La pérdida del sentido de la vida es manifestación de una frustración, de una no proyección o de un estilo de vida encerrados en sí mismos que genera miedos, resentimientos, soledad, apatía, y arroja a muchos al alcoholismo, drogadicción, prostitución, angustia y más. ¿Qué decir frente a esta cruel realidad que padece nuestra sociedad? O al menos gran parte de ella.

4.     La Respuesta la tiene Jesús.

La respuesta la ha dado Aquel que caminó sobre las aguas, Jesús, el Señor: “Vengo para qué tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10, 10) y en otra parte del Evangelio nos dice: “No he venido a ser servido, sino a servir, y a dar mi vida por muchos” (Mt, 20, 28) La clave de la felicidad, de la armonía y de la paz interior o exterior ha sido revelada por el mismo Jesucristo: “Ustedes me llaman a mi Maestro y Señor, y en verdad lo soy, pues, si Yo, siendo Maestro y Señor les he lavado a ustedes los pues, hagan ustedes lo mismo que yo he hecho con ustedes” (Jn 13, 13- 14) La clave es el servicio. Lavar pies en sentido bíblico-religioso es compartir con los demás el don de Dios, lo que sabemos, lo que tenemos y lo que somos. Qué hermoso es saber que somos don de Dios para los demás. Soy un siervo de Dios. Soy alguien que no existe para mí mismo, mi alegría brota de la paz interior, de la entrega y de la donación a mis semejantes en el nombre de Dios.

5.     Servidores de Cristo.

¿Cómo saber si somos servidores del Señor o de nosotros mismos? ¿Cómo saber si somos llamados por Él o nos llamamos a nosotros mismos? “El que busca su propia gloria, su propio bien o su propio interés, en ese hay maldad, pero el que busca la gloria de Dios en ese hay verdad.”. (Jn 7,18) Dios amor, nos llama a salir del pecado, a huir de la corrupción para poder participar de su Gracia divina (cf 2 Pe 1, 4b). Primero nos perdona y nos da su amor y, después nos prepara , para luego confíarnos algún servicio. 

A quienes llama a dar frutos de vida eterna nos dice: “Permanezcan en mi amor, como yo permanezco en el amor de mi Padre;  Si guardan mis mandamientos como yo guardo los Mandamientos de mi Padre, permanecerán en mi amor, como Yo guardo los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor” (Jn 15, 9) ¿Cómo permanecer en el amor de Cristo? Podemos permanecer siendo amados, escuchando su Palabra y obedeciendo sus Mandamientos.
Podemos permanecer adorando y sirviendo al Señor. Ofreciendo nuestro culto en Espíritu y en Verdad,

Si la clave de la felicidad es el servicio, la ley del vivir bien, es el amor. Escuchemos al Maestro decirnos: “Ámense, los unos a los otros, como Yo les he amado” (Jn 13, 34). El guardar el Mandamiento Nuevo, pide, estar en comunión con Jesús, romper con el mal y hacer el bien, es decir, servir, y servir con amor, es dar vida a los demás.


6.     ¿Cómo ha de ser nuestro servicio?  

Con  amor, fe sincera, solidaridad, desprendimiento y con recta intención (cf 1 Tim 1, 4-5).
Servir con otros y para otros buscando siempre la gloria de Dios y el bien de los otros. En la “Empresa” de Dios no estamos solos, muchos están entre nosotros y con nosotros. Servir con otros no es fácil; existen los enemigos del servicio: la soberbia, el individualismo, la envidia, la ambición de poder o de dinero; en otros el principal enemigo es el miedo al fracaso, al que dirán, a la pobreza. Por eso Jesús a sus discípulos les pide un cambio de mentalidad y de actitudes para poder dejar cálculos personales y crecer en generosidad, en misericordia, en la acogida de los demás como seres portadores de una dignidad que es la misma en todos: “El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios ha llegado; convertíos y creed en la Buena Nueva” (Mc 1, 15) 

Lo importante es el trabajo por el Reino de Dios, para comprender la importancia  del trabajar unidos, mirando en una misma dirección con Jesús que gastó “su vida haciendo el bien y liberando a los oprimidos por el Diablo” (Hech 2, 38) Trabajar juntos por un mundo mejor: más humano y más fraterno; no importa que unos vayan delante y otros vayan atrás, o que unos lleguen temprano y otros lleguen tarde, sino, que lo importante es trabajar unidos, prestando un servicio, en apertura y solidaridad con todos y especialmente con los menos favorecidos, y evitando todo espíritu de competencia y de proselitismo.

7.     No escondamos el Evangelio debajo del tapate nuestras justificaciones.

No digas que es tarde, que no tienes tiempo, que no vale la pena. No te auto justifiques, el compromiso evangélico te espera. La auto justificación es el principio de la decadencia, primero espiritual, luego moral, después familiar y luego civil. El hombre que no sirve a los demás no sirve para nada; su realización humana está en peligro; su vida está en proceso de descomposición; su situación es de desgracia, de no salvación, y por lo tanto nos es querida por Dios, que nos dice: “Mis pensamientos no son tus pensamientos, mis caminos no son tus caminos” (Is 55, 9) “Misericordia quiero y no sacrificios” “Aprended a hacer el bien y a rechazar el mal” (Is 1, 17) para que la tierra de sus frutos a su tiempo. Los frutos de la tierra, es decir, del corazón, son el amor, la paz y el gozo en el Espíritu. La satisfacción de hacer lo que se tiene que hacer, con espontaneidad y no por obligación. Lo que sí creo que se debe tener bien claro, es aquello de que Dios conoce nuestros corazones y discierne nuestras intenciones, no podemos ser sus servidores, cuando prestamos un servicio a los demás con la intención de cultivar la fama, el honor, el prestigio en nuestro favor; cuando buscamos nuestros intereses personales, nuestras ganancias o nuestro propio enriquecimiento, y no el bien de los demás. 

8.     El servicio a los más pobres.

«Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria, acompañado de todos sus ángeles, se sentará en su trono glorioso.  Entonces serán congregadas delante de él todas las naciones, y él irá separando a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos. Pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda. Entonces dirá el Rey a los de su derecha: ‘Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, era forastero y me acogisteis, estaba desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y acudisteis a mí.’ Entonces los justos le responderán: ‘Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer, o sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos forastero y te acogimos, o desnudo y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y acudimos a ti?’ Y el Rey les dirá: ‘Os aseguro que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis.’ Entonces dirá también a los de su izquierda: ‘Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber, fui forastero y no me acogisteis, anduve desnudo y no me vestisteis, estuve enfermo y en la cárcel, y no me visitasteis.’  Entonces dirán también éstos: ‘Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento o forastero o desnudo o enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?’ Y él entonces les responderá: ‘Os aseguro que cuanto dejasteis de hacer con uno de estos más pequeños, también conmigo dejasteis de hacerlo.’ E irán éstos a un castigo eterno, y los justos a una vida eterna.» ( Mt 25, 36 46)

9.     La Regla de oro en el Servicio.

Tengamos siempre presente la regla de oro: “Has a los demás lo que quieres que los demás te hagan a ti” (Mt 7, 12) Hoy día se habla mucho de “excelencia” en los servicios; no podrá haber excelencia si no deseamos para los demás el bien que queremos para nosotros mismos. El cristianismo es servicio, es entrega y es donación en Cristo, Camino, Verdad y Vida, y en Él, a los hombres. En clave de servicio entendemos las palabras de la Escritura: “El que no trabaje que no coma” (2 Tes 3, 10) y “el que no trabajaba, que se ponga a trabajar, para que pueda con sus manos  ayudar a los demás.”  (Ef 4, 28) Recordando que en todo trabajo por el Reino de los Cielos es Dios quien paga a cada uno y a todos con el mismo “Denario”, su Gracia, y es Dios quien hace crecer lo que se planta con amor. En el reino nadie vive para sí mismo, vivimos para Dios y para los demás o nos excluimos a nosotros mismos del “Reinado de Dios”. Todos nacemos con un destino, destino glorioso, el ser hijos de Dios y hermanos de los hombres. Todo ser humano es valioso, es de gran valor; su vida tiene sentido, que se debe buscar, encontrar y realizar. La felicidad brota de la realización personal que se cultiva y madura en el servicio a los demás y con los demás. Cuando se frustra el sentido, aparece la frustración y sus derivados. Animo, no tengas miedo responder a la vida. 

Ábreme Señor la mente para que entienda el sentido de tus Mandamientos.

7. Criterios y actitudes del Evangelizador
Objetivo. Mostrar la importancia del cultivo de criterios, principios y actit cristianas en el evangelizador para que con su testimonio de vida y su acción pas pueda ser un servidor probado.

Iluminación: A todos, pastores y fieles se les pide asumir y profundizar en la aute espiritualidad cristiana. En efecto, espiritualidad que es un estilo o forma de vivir segú exigencias cristianas, la cual es la “vida en Cristo” y “en el Espíritu Santo”, que se ac por la fe, se expresa por el amor y, en esperanza, es conducida a la vida dentro d comunidad eclesial (I en A 29).

1.     Discípulos misioneros de Jesús.

"Quienes acogen con sinceridad la Buena Nueva, mediante tal acogida y la participación en la fe, se reúnen, pues, en el nombre de Jesús para buscar juntos el reino, construirlo, vivirlo. Ellos constituyen una comunidad que es a la vez evangelizada y evangelizadora. La orden dada a los Doce: "Id y proclamad la Buena Nueva", vale también, aunque de manera diversa, para todos los cristianos. Por esto Pedro los define "pueblo adquirido para pregonar las excelencias del que os llamó de las tinieblas a su luz admirable" (1 P 2, 9). Estas son las maravillas que cada uno ha podido escuchar en su propia lengua (cfr. Hch 2, 11). Por lo demás, la Buena Nueva dél reino que llega y que ya ha comenzado es para todos los hombres de todos los tiempos. Aquellos que ya la han recibido y que están reunidos en la comunidad de salvación pueden y deben comunicarla y difundirla" (Pablo VI, EN 13).
Por la acción del Espíritu, y una respuesta generosa de nuestra parte,  se produce en el interior del hombre lo que Jesús el Señor llamó: “Nuevo Nacimiento” (Jn 3, 1-5); se da un verdadero despertar a la vida de la Gracia que nos hace poner de pie, abandonar la vida arrastrada para comenzar a caminar con los pies sobre la tierra, es decir, con dominio propio, con lucidez y valentía en el “Camino que lleva a Jerusalén”, tras las huellas de Jesús como sus verdaderos discípulos (cfr  Lc 9, 23); nos vamos haciendo servidores de la “Multiforme” Gracia de Dios como ministros de la Nueva Alianza al servicio del Evangelio (cfr 1 Cor 4, 1-3). La guía en el nuevo caminar es la Palabra de Dios que por la fe nos conduce a la salvación (cfr Jn 8, 31); el alimento que nutre y fortalece es la Eucaristía (cfr Jn 6, 27); su aliento es la vida de oración (cfr Mt 26, 41); la confianza es la fidelidad al único criterio que se nos da: “El Evangelio de Jesucristo”: “No os llamo ya siervos, porque el siervo nunca sabe lo que suele hacer su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer” (cfr Jn 15, 15).

2.     Dos columnas sostienen la estructura del Evangelizador.

No hay engaños, el camino a recorrer ha sido ya transitado, primero por Jesús (Lc 9, 51- 52), después por sus Apóstoles y luego por miles y miles de hombres y mujeres que enamorados de la persona de Jesús, de su Evangelio, de su Iglesia… fueron al desierto, hicieron alianza con el Señor, para luego ir con la fuerza del Espíritu a proclamar la Buena Nueva, y al final, plasmaron su entrega con el sacrifico de sus vidas, sometieron su voluntad a la voluntad de Dios, para servirle con todo, al estilo de los grandes personajes de la Sagrada Escritura: Moisés, Josué, los Profetas, María, los Apóstoles, San Agustín, San Francisco, Monseñor Oscar Romero, Teresa de Calcuta y miles más. Todos ellos realizaron el objetivo del Evangelio: la amistad con Jesucristo, el amor fraterno y la donación de sus vidas.

      Primera columna. Quién quiera servir al Señor ha de aceptar y respetar incondicionalmente las “Leyes del Reino”. No hay lugar para vanas ilusiones o falsos mesianismos. No se puede quemar etapas y ni cortar caminos para llegar más rápido. 
      Segunda columna. Dejar las madrigueras y los nidos: “Las zorras tienen sus madrigueras y las aves sus nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar la cabeza” (Lc 9,
52); romper con infantilismos, vicios, ataduras, para entrar en el proceso que nos lleva a “Encarnar las grandes actitudes que configuran y definen al cristiano misionero o apóstol de Jesucristo”, elegido por voluntad del Padre para ser servidor del Evangelio. Servidores llenos de compasión y misericordia para con todos, al igual que su Maestro.

La actitud misionera exige una espiritualidad específica que concierne especialmente a todos aquellos a quienes el Señor ha llamado a ser sus misioneros. Este modo de vida es iluminado por la Palabra de Dios y fortalecido por la Eucaristía que da la fuerza al misionero para ponerse de pie, salir fuera e ir al encuentro de los hombres para iluminarlos con la “luz de la verdad”; esto es, disponibilidad para el servicio evangélico.

3.     Actitudes del Evangelizador

La actitud, es una  inclinación o tendencia hacia algo o hacia alguien, está presente en la mente y en la voluntad del hombre antes de la acción. En el fondo de las actitudes, cuando son cristianas, se va formando lo que en espiritualidad misionera se llama “Pastoral de la caridad”: la triple disponibilidad, para hacer la voluntad del Padre, para acercarse al hombre concreto e iluminarlo con la luz del Evangelio y la disponibilidad de dar la vida por realizar los dos objetivos anteriores. 

La actitud misionera se forja en la respuesta al llamado iluminador de Dios que invita a crecer y madurar en la fe, mediante el seguimiento de Jesús, El Misionero del Padre. Nunca será lo mismo tener criterios mundanos o paganos que a poseer criterios cristianos que son el fruto del cultivo de una voluntad firme, férrea y fuerte para amar. La práctica asidua, continúa y permanente de la lectura y escucha de la Palabra de Dios, unida a una vida centrada en la Eucaristía, a una vida de intensa oración y  abierta a la práctica de las “obras de misericordia” son fuente de las actitudes y criterios de los evangelizadores y misioneros de Jesús al servicio del Reino de Dios y su justicia. 

4.     El itinerario del Discípulo Misionero de Cristo.

      El Encuentro personal con Cristo a ejemplo de san Pablo. Es el punto de partida: Sucedió que, yendo de camino, cuando estaba cerca de Damasco, de repente lo rodeó una luz venida del cielo, cayó en tierra y oyó una voz que decía: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? El respondió: “Yo soy Jesús a quien tú persigues”. Pero levántate entra en la ciudad y se te dirá lo que tienes que hacer (Hech 9, 1ss). Pablo, elegido por el Señor para ser un instrumento de elección para llevar su nombre a los gentiles, los reyes y los hijos de Israel, recibe también el don de sufrir con Cristo, de padecer por su nombre” (Hch.  9, 15- 17; Flp 1, 29). El Encuentro con Cristo Resucitado divide la vida del Apóstol en dos: Antes, Pablo el fariseo y perseguidor de la Iglesia: Después, Pablo el Apóstol, el Misionero y Heraldo de Cristo.

      La obediencia a la Palabra de Cristo. Para el Nuevo Testamento la vida espiritual comienza cuando Dios, en Jesús, nos dirige su Palabra y nos nosotros nos adherimos a ella con nuestro “Fiat”. A medida que acogemos y vivimos su Palabra, ésta da fruto, y permite que la vida espiritual, es decir, el hombre nuevo, crezca y se desarrolle hasta alcanzar la plenitud en Cristo. Para el Apóstol sin obediencia a la Palabra de Cristo no hay conversión, ni purificación ni renovación espiritual. “Que la Palabra de Cristo habite en ustedes con toda su riqueza” (Col 3, 16). La Palabra que se obedece nos trasmite el mismo modo de pensar y de actuar de Cristo. Tener la mente de Cristo (cfr Fil 2, 5), exige renunciar a vivir según los criterios mundanos y paganos (cfr Rom 12, 2) que nos alejan de la verdad y de la voluntad de Dios. 

      La docilidad al Espíritu Santo. Para Pablo no ser conducidos por el Espíritu Santo es vivir en “la carne”, una vida mundana y pagana, vida de pecado que embota la mente, endurece el corazón y nos lleva al desenfreno de las pasiones (cfr Ef 4, 18). Para el Apóstol, cristiano, es el que vive según el Espíritu de Dios (cfr Gál 5, 25); Espíritu de
Libertad que es quien actúa la conversión en los creyentes: “Porque el Señor es el Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor ahí está la Libertad. Y nosotros todos, con el rostro descubierto, reflejamos como en un espejo, la gloria del Señor, y nos vamos transformando en su imagen con esplendor creciente, bajo la acción del Espíritu del Señor” (2 Cor 3, 17- 18). “Les pido que se dejen conducir por el Espíritu Santo y así no serán arrastrados por los bajos deseos” (Gál 5, 16). 

En la carta a los romanos nos dice: “En efecto todos los que son guiados por el espíritu de Dios son hijos de Dios. El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios coherederos de Cristo, ya que sufrimos con Él, para ser también con Él glorificados” (Rom 8, 14. 17). Para el Apóstol, sólo con la gracia del Espíritu Santo, el cristiano, puede llegar a ser lo que debe ser: un hombre nuevo, justificado, perdonado, reconciliado y comprometido con la causa de Cristo.

      La pertenencia a Cristo. “Porque los que son de Cristo Jesús han crucificado el instinto con su pasiones y deseos” (Gál 5, 24). Todo el que es de Cristo es una nueva creación, ha pasado de la muerte a la vida, de la esclavitud a la libertad, de las tinieblas a la luz: “Porque si en un tiempo fueron tinieblas, ahora son luz en el Señor: vivan como hijos de la luz, dando los frutos de la luz: la bondad, la justicia y la verdad” (Ef 5, 8- 9). “Pero ustedes no están animados por los bajos instintos, sino, por el Espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en ustedes. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no le pertenece” (Rom 8, 9- 10). 

Toda la vida del Apóstol estuvo proyectada hacia su meta: Cristo, Jesús su Señor, hasta el grado de sentirse suave “aroma de Cristo” ofrecido a Dios: “hostia viva, santa y agradable a Dios” (cfr Rom 12, 1). “Sé lo que es vivir en la pobreza y también en la abundancia. Estoy plenamente acostumbrado a todo, a la saciedad y al ayuno, a la abundancia y a la escasez: Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Flp 4, 12- 13). Por eso puede decirnos: “sean imitadores míos como yo lo soy de Cristo” (Flp 3, 17). 

      Listo para el envío. Cuando el discípulo  de Jesús ha encarnado en él la “libertad afectiva”, es decir, es ya poseedor de una doble certeza: la certeza de que Dios lo ama incondicionalmente y que él, también ama al Señor, acepta libremente el llamado a ser enviado como apóstol mensajero. Acepta el compromiso de la Misión que pide al misionero la experiencia del enamoramiento de Cristo y de su Iglesia.


5. El Decálogo del Evangelizador.

1.      Convertirse al Evangelio. Está primera conversión implica reconocer la propia debilidad y el propio pecado, aceptar que se está necesitado de ayuda, y aceptar el amor gratuito de
Dios que se nos da en Cristo Jesús. Convertirse es “llenarse de Cristo”, sacando fuera todo lo que no “viene de la fe”.
2.      Vivir en comunión íntima con Jesús. Esto nos pide romper en pedazos los ídolos que se llevan en el corazón en lugar de Cristo. Ser evangelizador es vivir con Cristo, en Cristo y para Cristo, para poder después ser trasparencia de él ante los demás. Porque el Evangelio es Jesús mismo.
3.      Dejarse guiar por el Espíritu. El Espíritu es el alma de la Iglesia y el primer agente de la Evangelización. La clave del éxito para todo evangelizador es la “docilidad al Espíritu” para dejarse plasmar interiormente por Él, y poder, así llegar a configurase con Cristo., hasta llegar a decir con San pablo: “Ya no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí” (Gál 2, 19).
4.      Tener conciencia de enviado. Aunque parezca lo contrario, en medio de nuestras muchas debilidades vamos encarnado una doble certeza: Primero que Dios nos ama y nos ha elegido para ser sus ministros. Segundo nosotros también lo amamos y con alegría y agradecimiento hemos decidido servirlo y amarlo
5.      La docilidad a la voluntad de Dios. No servimos a cualquier proyecto, sino al Proyecto que Dios ofrece a toda la  humanidad: El Reino de Dios. El Proyecto es de Dios y es para todos los hombres, razón por la que nos hemos de sentir responsables de todos y cada uno de ellos. Que nuestra única preocupación sea poner en práctica la voluntad del Señor.
6.      Vivir en comunión con la Iglesia. Jesús ha confiado el Ministerio de su Palabra, de la Reconciliación y de la conducción a su Iglesia. Ella animada por el Espíritu continua y prolonga en la Historia la “Obra Redentora de su Fundador”. Ella llama, forma y envía a los evangelizadores: Pone en su boca la Palabra que salva.
7.      El amor apasionada por la Iglesia. Amarla como es; débil, enferma y pecadora en sus miembros, pero también, fuerte, sana, santa y consagrada. En la Iglesia no somos perfectos, tan solo perfectibles. El evangelizador acoge con fidelidad el mensaje revelado que ella custodia y trasmite, vive en ella la comunión de fe, de culto y de caridad, pone al servicio de ella todos los dones recibidos de Dios y participa con su entrega en sus tareas evangelizadoras.
8.      Tener valentía profética. Sin confiar en sí mismo se lanza como el misionero de Cristo, confiando en la fuerza del evangelio y en la acción del Espíritu Santo que superan todo esfuerzo humano. Al evangelizador tan sólo se le pide su “obediencia incondicional a Dios antes que a los hombres”. Sólo entonces tendrá la fuerza para predicar el Evangelio,  con fidelidad en situaciones de conflicto, con plena libertad, para corregir, denunciar y construir una nueva humanidad.
9.      Amar a los hombres como Jesús los ha amado. El evangelizador, elegido por el Señor, ha sido también justificado y glorificado (cfr Rom 8, 29). Dios ha derramado su Amor en su corazón (Rom 5, 5) para que ame a Dios y a los que el Señor ama, de manera especial a los más débiles y pobres. El evangelizador ama todo lo que Dios ama y se gasta por dar vida a sus hermanos.
10.  Buscar a los descarriados. Superando todas las fronteras y divisiones busca a los que se han perdido, comprende a los pecadores, les corrige con amor, abre perspectivas nuevas de vida, reconstruye los lazos de la fraternidad y entrega su vida por los demás.

6.     En camino de crecimiento espiritual.

La vida es un viaje que nos pide ponernos en camino de crecimiento hasta llegar a la Meta. Buscar entender nuestras actitudes nos pone de frente a una pregunta: ¿Cómo me comporto frente al dinero, al sexo, al poder, al trabajo, servicio, a la fama, al prestigio? ¿Cómo me comporto frente a un espíritu de soberbia, de lujuria, de amor a la riqueza? Podemos definir las actitudes en grupos: positivas y negativas, pesimistas y optimistas, en buenas y malas. A la luz del Evangelio decimos que las actitudes pesimistas, negativas, derrotistas, deterministas, conformistas o totalitaristas no vienen de la fe (cf Rm 14, 23), y por lo mismo, no nos ayudan a ser mejores personas o mejores cristianos misioneros.

Las actitudes cristianas nacen y crecen a la sombra de la Palabra de Dios, acompañada por una vida de oración para que la Palabra sea: escuchada, guardada, cumplida y orada (Lc 8,21; 11,28). La actitud crece con el uso de su ejercicio, en la práctica en buenos hábitos, de criterios sólidos, de virtudes cristianas hasta llegar ser “armas de luz” (Rm 13, 12) o “armadura de Dios”
(Ef 6, 11) para “revestirse del Señor Jesucristo y no dejarse conducir en la lucha contra el mal por los deseos del instinto (Rm 13, 14). Una mente iluminada por el Evangelio y una voluntad fortalecida por el Espíritu Santo hacen unidad con el corazón para dar al misionero una “conciencia moral, misionera, llena de amabilidad, generosidad, solidaridad con todos, bondad, justicia y verdad (cfr Gál 5, 22; Ef 5, 9). Las actitudes cristianas del misionero de Cristo, cuando se convierten en acciones concretas a favor de la obra del Reino de Dios son para beneficio de toda la Iglesia. Hagamos presente  lo que comúnmente se dice: >>el que no crece disminuye; el que se estanca no avanza y el que no avanza retrocede, como “el que no junta desparrama”<< (Mt 12, 30).

7.     Les Leyes del Reino.

Lo que todo misionero debe saber es que el Reino de Dios crece en el mundo según un dinamismo establecido por el mismo Dios. Todo el que se integre al Reino y quiera desarrollar su dinamismo ha de acoger y respetar sus leyes internas. Estas leyes fueron explicadas por el Señor Jesús a través de sus parábolas.

  La ley de la gratuidad. El reino crece por su sola fuerza. Hay que tener confianza absoluta en que la semilla fructificará por sí sola. Basta sembrarla con valor, paciencia y perseverancias (Cfr Mc 4, 26- 29)

  La ley de la acogida. La Palabra de Dios no da fruto automático, ya que éste depende también de la respuesta del hombre. El Reino es una realidad que se propone y, por tanto, puede ser aceptada, rechazada y descuidada.

  La ley de la gradualidad. El Reino de Dios empieza siempre de forma sencilla y humilde, para después, siguiendo un ritmo obscuro, pero creciente de maduración, alcanzar unos resultados inesperados (Mc 4 19. 13,20). No hay que escandalizarse porque comience pobre, sencillo y humilde, hay que respetar sus procesos de crecimiento con paciencia y esperanza.

  La ley de la contradicción. El Reino será juzgado por muchos como impiedad, subversión o locura, y, por eso, será llevado a la cruz. Sólo si es capaz de aceptar la crisis, la oposición y la muerte, brotará como una realidad nueva (Cfr Jn 12, 23- 28). El discípulo no es más que su maestro, ni el siervo es más que su señor. Bástale al discípulo ser como su maestro, y al siervo como su señor” (Mt 10, 24).

  La ley de la donación. En el Paraíso de Dios se encuentra el “Árbol de la vida” (Apoc 2, 7) del cual el misionero ha de alimentarse para que pueda ser capaz de darlo todo y  para poder poseer la “Perla Preciosa”. En el Reino nadie vive para sí mismo, tanto en la vida como en la muerte somos del Señor y para el servicio (Cf Rm 14. 8) El Señor no pide poco, tampoco pide mucho, él lo pide todo (cfr Mt 5, 44- 45). No es válido dejar algo en reserva; no es válido convertirse a medias; no puede regatear la entrega, la donación, no se puede perder el tiempo, dejaríamos de ser útiles para el Reino (cfr Lc 9, 59- 62).

La fuerza del  reino de Dios es una gracia humanizadora y trasformadora que irrumpe por la fe en el corazón de los hombres para llevarlos a su Plenitud en Cristo. Fuerza que nos pone de pie, nos saca fuera de situaciones menos humanas para hacernos más humanos, más personas y mejores personas, capaces de “vivir en comunión y participación”, ser hombres y mujeres para el servicio a la “comunidad fraterna”. Puesto que en el reino de Dios nadie vive para sí mismo (cfr Rm 14, 8).

Oración: Padre nuestro…venga a nosotros tu Reino de amor, de paz, de gozo, de justicia.







8. . Exigencias de la Misión.


Objetivo: Descubrir el sentido de la Misión para despertar el amor y la pasión por ella, para llamar a os hombres a la salvación  ofrecida por el Padre en Jesucristo su amado Hijo. 
Iluminación: “Rueguen al dueño de la mies que envíe trabajadores a sus campos” (Lc 10, 2).
“Para que la Palabra de Cristo habite en ustedes con toda su riqueza”  (Col 3, 16) “Que todos los hombres puedan llegar al conocimiento de la verdad y a la salvación, por Cristo Jesús Nuestro Salvador” (2 Tim 2, 4).
1.    La vocación a la Misión.
“El encuentro con el señor produce una profunda trasformación de quienes no se cierran a él.  El primer impulso que surge de esta transformación es comunicar a los demás la riqueza adquirida en la experiencia de este encuentro” (I en A 68). La vocación a la misión tiene cuatro elementos: 
  La Llamada. Es Dios quien tiene la iniciativa y marca la vida del elegido. No somos nosotros quienes elegimos a Dios; ha sido Él quien por amor nos eligió desde antes de la creación del mundo (Cfr Ef 1, 4). La elección divina es gratuita, Dios llama por amor. El llamado suscita la búsqueda y el seguimiento de Jesús. Seguirle es vivir como Él vivió, aceptar su mensaje, asumir sus criterios, abrazar su suerte, participar su propósito que es el Plan del Padre. 
  La Misión. Es llamado para desempeñar una tarea específica y especial. Llamados para ser enviados con la fuerza del Espíritu como mensajeros de la Buena Nueva. Primero discípulos y después apóstoles, pero sin dejar de ser discípulos. Enviados a ofrecer  a los hombres la “comunión con Dios y con los hermanos.
  La Respuesta. El hombre tiene que responder poco a poco por el don de la gracia. Dios llama a crecer y madurar en la fe, quien responde al llamado vive como hijo de Dios. El don de Dios se puede rechazar, descuidar o abandonar; la elección es inalterable, está ahí, esperando que el hombre la descubra y responda con su vida.
  La Consagración. El llamado de Dios al hombre es funcional: es elegido para algo, para una misión que pide que el misionero comprometa toda su existencia y comprenda que no se pertenece, es propiedad, total y exclusiva de Cristo.

2.    La experiencia de Dios.
Esta experiencia es el punto de partida de la vida nueva que encarna en el “elegido” una doble certeza: De que Dios lo ama y que él también ama a su Señor.  Dios irrumpe en la vida de una persona, hombre o mujer, no importa su estrato social, ni su vida moral, fama o reputación… El Señor, Buen Pastor se acerca, nos hace entender que andamos equivocados; nos invita a volver al camino que nos lleva a la casa del Padre; nos perdona, sana y libera; al pecador, tan solo le toca responder  a la iniciativa de Dios dejándose amar, perdonar y conducir. A esto es lo que llamamos la experiencia de Dios; experiencia que se vive y que compromete nuestra vida: “Déjame ir contigo Señor” Le dijo el hombre que Jesús había liberado de una “legión de demonios”. Jesús lo envía como su primer misionero a tierra de paganos. (Mc 5, 18- 20).
Encontrar a Cristo vivo es aceptar su amor primero, optar por Él, adherir libremente a su persona y proyecto, que es el anuncio y la realización del Reino de Dios” (I en A 68) El encuentro tiene una dimensión eclesial y conlleva al compromiso misionero.
Un ejemplo de lo anterior es la “sanación de la suegra de Pedro” (Mc 1, 29- 31), a quien Jesús sanó de la fiebre, la levantó de la cama, y ella se puso a servirles. La fidelidad al servicio es la garantía de que el Señor sostiene al elegido en su trabajo; al misionero tan sólo se le pide que se fiel al amor de aquel que lo llamó.
3.    Del encuentro con Cristo a la conversión del corazón.
El hombre liberado, reconciliado y renovado es ahora un misionero en potencia, con su testimonio y su palabra estará, en su momento, al servicio de la familia, de la sociedad o de la Iglesia. No habrá cambio de estructuras en la sociedad, si, primero, no cambia el corazón de los hombres. La soberbia, madre y raíz de todo pecado (incluyendo los pecados capitales) es el peor enemigo de la realización humana. Recordemos a lo largo del camino que el hombre se realiza cuando vive su compromiso, en la donación y en la entrega a favor de todos los demás. 
El Señor Jesús nos sana de la fiebre de las concupiscencias: la soberbia, la avaricia, la lujuria, la ira, la gula, la envidia y la pereza para que podamos ser mejores servidores. La enfermedad del pecado atrofia a los hombres y los incapacita para el servicio a favor de los demás: hedonismo, consumismo, materialismo, instrumentalismo, individualismo…son manifestaciones de una sociedad enferma que genera frutos de muerte: angustia, miedo, odio, frustraciones, resentimientos, supersticiones…mientras la enfermedad persista, los hombres encerrados en sí mismos, se pasan la vida buscando razones para sentirse bien; buscan su propio bienestar al margen de los demás. La iniciativa de Dios para liberar y sanar el corazón de los hombres tiene como fin, además, del bien individual, el bien de la sociedad. Cuando el corazón del hombre sana por la acción de Dios, es mejor esposo, mejor, padre…san Lucas nos diría: “Si los demonios empiezan a ser expulsados es que el Reino de  Dios ha llegado a ustedes” (Lc 11,20). 
4.    Las exigencias de la misión
Colaborar en la misión de Cristo tiene sus exigencias y compromete la vida entera de los misioneros. Es propio del discípulo de Cristo gastar su vida como sal de la tierra y luz del mundo (DA 110) Veamos cuales son las indicaciones que hace Jesús a los 72 discípulos recién enviados.
(Lc 10, 1- 11)  
  Reconocer que Dios es el Dueño de la obra y que uno nos es más que un jornalero o trabajador. 
  Que  “la cosecha es mucha y los trabajadores pocos”, que se necesitan muchas manos y corazones bien dispuestos para que la Obra del reino se extienda y alcance a muchas más personas. 
  Que la misión es gracia y no voluntarismo humano; y que por tanto, es necesario no dejar de rogar “al Dueño de la mies que envíe trabajadores a sus campos”. 
  Que la misión está bajo el signo de la debilidad y de la mansedumbre: “los envío como corderos en medio de lobos”. 
  Que la misión es urgente y no hay que perder tiempo en saludos, reconocimientos y protagonismos: “No se detengan a saludar a nadie por el camino”. 
  Que el misionero ha de ser siempre un amante y protagonista de la paz: “Cuando entren en una casa digan: “Que la paz reine en esta casa”. 
  Que el misionero ha de estar siempre donde hay más necesidad y dolor, y ha de mostrar con  signos que Dios es Padre y tiene un Reino para nosotros: “Curen a los enfermos que haya y dígales: “Ya se acerca a ustedes el reino de Dios”. 
  Que no hay que sentirse mal por no ser bien recibidos en algunas ciudades: “Sacúdanse hasta el polvo de los pies” en señal de protesta y distanciamiento de esa cerrazón. 
  Y que todo esto ha de hacerse con entusiasmo, confianza y alegría: “Alégrense más bien de que sus nombres están grabados en el cielo”.
5.    El Misionero conoce el Camino de la Misión.
Al misionero fiel y consagrado a su Misión, Dios, por la acción del Espíritu Santo le abre caminos para que vaya a los lugares y personas que el Señor le designe para que siembre en ellos la semillas del Reino y abra campos de acción que sean signos permanentes de Iglesia. Recordemos las palabras del poeta Charles Péguy: Caminante no hay camino, el camino se hace al caminar. El misionero ha de estar atento a recibir las indicaciones de lo Alto que siempre serán confirmadas por los Pastores de la Iglesia.
  El contacto con la Palabra. La lectura asidua de la Palabra de Dios irá abriendo la mente del misionero y ayudándole a descubrir la voluntad de Dios para su vida; también, en el contacto con la Palabra, Dios hace nacer los deseos de conocerlo amarlo y servirlo (cfr Flp 2, 13).
  La oración íntima, cálida y continua. Juntamente con la “escucha de la Palabra, el misionero orante va creciendo en la capacidad de escucha y respuesta. Oración y Palabra  van llenando el corazón del misionero de caridad pastoral, de amor por la voluntad de Dios, por el servicio y de amor a la Iglesia y a las almas.
  La opción por los pobres. El discípulo misionero de Jesucristo no busca quedar bien y no busca que le vaya bien, razón por la que siguiendo las huellas de su Maestro, sin excluir a nadie, hace una “opción preferencial” por los pobres a quienes sirve y ama con alegría.
  La universalidad de la Misión. La oración y Palabra nos llevan a descubrir que Dios ama a todos los hombres y que Cristo murió por todos, por lo tanto, Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (2 Tim 2, 4). El discípulo de Jesús ha de ser un hombre abierto  a la verdad, y a la universalidad de la salvación.
  El desprendimiento de cargas inútiles. Seguir a Jesús sin tantas maletas, significa vivir el Evangelio sin componendas ni arreglos ni matices. Desprenderse de las cargas del corazón es renunciar a la lujuria, a la soberbia, a todo aquello que hoy se llaman malos deseos o desorden de las concupiscencias.
  Soportar las pruebas. Pablo, apóstol y siervo de Cristo Jesús recuerda su discípulo Timoteo la exigencia de soportar como buen soldad de Cristo Jesús los sufrimientos por la causa de la predicación del Evangelio (2 Tim 2,4)
  Fiel a su Identidad. De la misma manera le recuerda, que para recibir el premio y no ser descalificado, hay que jugar limpio, sin mezclar las cosas del mundo con las cosas de Cristo; sin mezclar la luz con las tinieblas; la carne con la gracia de Dios: “No se puede servir a dos señores”. (2 Tim 2, 5 )
  Ser primero para amar. Dios es Aquel que nos amó primero (1 Jn 4, 10) Él siempre toma la iniciativa. Pablo le dice a Timoteo que el misionero es como el agricultor: tiene el derecho a ser en primero en comer de los primeros frutos de la cosecha (2 Tim 2, 6 ) De la misma manera el misionero tiene que ser el primero en creer, en vivir lo que cree y en anunciar lo que vive. En apóstol de Cristo habla de su experiencia de fe, iluminada por la Palabra de Dios.

6.    La experiencia del desierto.
La exigencia  fundamental es el ser llamados, lo que equivale a entrar por la puerta del redil (Jn 10, 1ss) Si escuchamos la voz del Buen Pastor, la ponemos en práctica, tengamos la seguridad que nos iremos llenado con sus mismos sentimientos, con sus mismos pensamientos, con sus mismos preocupaciones, con sus mismas intereses y con sus mismas luchas (cfr Flp 2, 5)

Una segunda exigencia, consecuencia de la anterior es la dejarnos conducir al desierto por la acción del Espíritu Santo. El desierto es la etapa de la preparación para la misión. Es el lugar de la victoria de Dios, donde al comprender su voluntad, nos rendimos a su acción amorosa para decir con Jeremías: “Me sedujiste Señor, y me dejé seducir” (Jer 20, 7). En el  desierto el futuro misionero aprende a escuchar y discernir lo que es y vine de Dios y lo que viene de otros espíritus.

Al final del desierto, cuando la lección ha sido aprendida, ha llegado el momento de la opción fundamental: Opción por Jesucristo, abrazando la voluntad de Dios, se confirma el llamado respondiendo con una triple afirmación: “Sí amaré, sí obedeceré y sé serviré. Para confirmarse como el misionero de Cristo que ha vencido al demonio y lo ha atado para quedar totalmente disponible para servir por amor al Señor en el lugar y con las gentes que le sean asignadas. Aceptar el momento presente y el lugar que se le designe es una señal de la madurez y de la fidelidad del Misionero a la Misión: “Iré a donde Tú Señor, me lleves, y diré las palabras que Tú pongas en mi boca”. Al salir de misiones el Misionero de Cristo no pide cartas de recomendación, tampoco exige que le vaya bien o bonito, como de la misma manera no buscará quedar bien… tan sólo hacer la voluntad del que lo envió. 



Oremos con María, Madre y Modelo de Misioneros: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.» (Lc 1, 38)



9. Llamados a ser Apóstoles.
Objetivo: Resaltar con toda claridad que la Iglesia es el Apóstol de Jesucristo.  Toda ella es Misionera y existe para evangelizar para que todos sus miembros tomando conciencia acepten el compromiso de la misión.

Iluminación: Cristo resucitado, antes de su ascensión al Cielo envió a sus Apóstoles a anunciar el Evangelio al mundo entero, confiriéndoles los poderes necesarios para realizar esta misión. Pero, también, a los fieles laicos, precisamente por ser miembros de la Iglesia, tiene la vocación y misión de ser anunciadores del Evangelio: son habilitados y comprometidos en esta tarea por los sacramentos de iniciación cristiana y por los dones del Espíritu Santo. (I en A 66)

1.    ¿Qué significa la palabra apóstol?
"Como el Padre me envió, también yo os envío". La misión de Jesús continúa en la de sus propios enviados, los Doce, que por esta razón llevan el nombre de apóstoles. En efecto, la misión de los Apóstoles enlaza de la forma más estrecha con la de Jesús: "Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo" (Jn 20, 21). Esta palabra ilumina el sentido profundo del envío final de los Doce por Cristo Resucitado: "Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación" (Mc 16, 15; cfr. Mt 28, 19-20). La misión de Jesús alcanzará así a todos los hombres gracias a la misión de sus Apóstoles que continúa operante en la misión de la Iglesia de todos los tiempos, ya que los Doce fueron el inicio de todo el Pueblo de Dios, del conjunto de los creyentes y de sus pastores auténticos: "Los apóstoles fueron los gérmenes del Nuevo Israel y, al mismo tiempo, el &rigen de la jerarquía sagrada" (AG 5).
Apóstol, por lo tanto, significa enviado, mensajero, servidor, predicador de un Mensaje. Así decimos que Jesús es el Apóstol del Padre y los Discípulos son los Apóstoles de Jesús. El Padre envió a su Hijo para realizar la misión de salvar a los hombres y de comunicarles el don de su Espíritu. Jesús envía a sus discípulos para que continúen en la tierra la “obra” que Él comenzó,
“anunciando a Cristo con gozo y con fuerza, pero principalmente con el testimonio de la propia vida” (I en A 67)

2.    La vida nueva

“Hermanos os exhorto a que llevéis una vida según del llamamiento que han recibido”.  Es el llamado a la santidad, a vivir como hijos de Dios, de acuerdo al Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo. ¿Qué implica vivir este Evangelio? Un estilo de vida que ha sido vivido por Jesús:
“Qué abrazó la voluntad de su Padre hasta el fondo” (cfr Jn 4, 34) “Qué se pasó la vida haciendo el bien y liberando a los oprimidos por el diablo” (Hech 10, 38) Jesús mismo nos dice: Aprendan de mí que soy manso y humilde corazón (Mt 11, 25). Pablo nos recuerda: sean siempre humildes y amables; sean comprensivos y sopórtense mutuamente con amor; esfuércense en mantenerse unidos en el espíritu con el vínculo de la paz.

La vida nueva es la vida que el Padre nos da en su Hijo Jesucristo, y que Él nos la da por medio de  la Iglesia que es su Cuerpo. Por la Evangelización y por los Sacramentos, todos los hombres tenemos acceso a la Verdad de Dios y a la Salvación. Pablo le recuerda a su discípulo Timoteo: “Te escribo estas cosas para que sepas como hay que portarse en la casa de Dios, que es la Iglesia de Dios vivo, columna y fundamento de la verdad” (1ª de Tim 3, 15) 

Este es el trabajo del evangelizador: anunciar a Cristo y enseñar a vivir en comunión para que los hombres crean y lleguen a ser discípulos de Jesús. Este es el mandato recibido: “Vayan y enseñen todo lo que les he enseñado, bauticen y hagan discípulos míos” (cf Mt 28, 19) ¿Qué enseñó Jesús a sus discípulos? Y ¿Qué nos enseña hoy a nosotros? ¿Cómo nos enseñó Jesús? ¿Basta creer que Jesús nos amó y murió por nosotros? No basta que la gente crea, todos estamos llamados a ser discípulos misioneros de Dios en la unidad de la fe. Que nuestro creer en Cristo se haga confianza, obediencia y servicio al Reino de Dios.

3.       ¿Cuál es la finalidad del trabajo apostólico?

La construcción del Reino de Dios en la tierra. Un Reino de amor, de paz y de justicia. Un Reino que para pertenecer a él, hay que creer y convertirse. Este Reino crece en la Iglesia, Cuerpo místico de Cristo y se manifiesta en la vida de las comunidades y de los creyentes. Podemos decir que el fin de todo trabajo apostólico es construir una comunidad fraterna en la cual todos seamos hijos de Dios y hermanos unos de los otros; en esta comunidad, llamada también comunidad cristiana, nadie vive para sí mismo, vivimos para Dios y para los demás o nos excluimos de ella (cf Rm 14, 8). 

4.       ¿Qué es lo propio de esta comunidad? 

Lo propio es la Unidad y la Comunión que se hace Comunidad. “Un solo cuerpo, y un solo Espíritu. Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que reina sobre todos, actúa a través de todos y vive en todos. Un solo cuerpo, el Cuerpo de Cristo, la Iglesia. No hay muchos cuerpos, uno solo como una sola es la Iglesia. Un solo Espíritu, el Espíritu Santo que es el alma de la Iglesia, que la santifica y la guía a los terrenos de la santidad, del amor, de la entrega y del servicio.

Cada uno de nosotros ha recibido la gracia en la medida en que Cristo se la ha dado. Es la gracia recibida en el bautismo; gracia por la cual somos llamados con toda la Iglesia a ser servidores. La Iglesia existe para servir, para evangelizar, para comunicar a los hombres la vida de Dios por medio de la Palabra y por medio de los Sacramentos. Para esto Cristo concede a unos ser profetas, a otros ser apóstoles y a otros ser maestros. A unos más, ser evangelizadores y a otros ser pastores (cf Ef 4,11). 

El profeta es el que abre brecha; tumba monte, anuncia, denuncia y renuncia a sus propios criterios para predicar los caminos de liberación y denunciar los caminos de opresión. El apóstol viene después del profeta a confirmar el trabajo que se ha hecho y a organizar nuevas formas de trabajo y nuevos ministerios. El maestro profundiza lo realizado por los carismas anteriores; es un catequista que explica y ahonda las verdades de la fe. El evangelizador es un sembrador, que siembra y riega los corazones con la Palabra de Dios, llevando a los hermanos en un proceso de crecimiento a enamorarse de Jesús. El pastor guía y conduce a los pastos de discernimiento y conocimiento de Dios. 

El pastor es también un acompañante, un amigo que camina junto con el rebaño dando su vida y enseñando a dar vida con su palabra y con su testimonio. “Y esto para capacitar a los fieles, a fin de que, desempeñando debidamente su tarea, construyan el cuerpo de Cristo.” El desempeñar debidamente la tarea tiene dos dimensiones que se complementan armoniosamente: “la Gloria de Dios y el bien de la Iglesia”, el bien de las almas. Por otro lado, no olvidemos las recomendaciones del Apóstol: “Por esto, investidos de este ministerio por la misericordia de Dios, no desfallecemos. Antes bien, hemos repudiado el silencio vergonzoso, evitando proceder con astucia o falsear la palabra de Dios; al contrario, al manifestar la verdad, nos recomendamos a toda conciencia humana delante de Dios. Y si todavía se piensa que nuestro Evangelio está velado, lo está para los que se pierden, para los incrédulos (2 Cor 4, 1- 4).

5.  La unidad en la fe

“La catequesis es el proceso de formación en la fa, la esperanza y la caridad que informa la mente y toca el corazón, llevando al persona a abrazar a Cristo de modo pleno y completo (I en A 69) 

El objetivo de la Catequesis es llevarnos a la unidad en la fe y a al crecimiento espiritual: 
Hasta que todos lleguemos a estar unidos en la fe y en conocimiento del Hijo de Dios y lleguemos a ser hombres perfectos, que alcancemos en todas sus dimensiones la plenitud de Cristo”. A la unidad en la fe llegamos por la predicación de un mismo y único Evangelio; por el Bautismo que nos da la fe y que nos quita el pecado original; por el sacramento de la Reconciliación que nos perdona los pecados cometidos después del bautismo;  por la Eucaristía que nos hace partícipes de un  único Pan, el Pan que el Padre nos da. Para los creyentes la unidad de la fe se rompe con el pecado y se restituye por el camino del arrepentimiento. La Iglesia es para nosotros el Sacramento de la unidad y de la comunión con Dios y con los hombres.


6.  ¿Cómo llegar al conocimiento del Hijo de Dios? 

Hay que superar la justicia de los fariseos, su estilo de vida y su religión (cfr Mt 5,20). En la escuela de Jesús aprendemos a ser discípulos, para un día llegar a ser apóstoles. El conocimiento de Cristo no está expuesto a la superficialidad ni a la charlatanería. “El Señor quiere misericordia y no sacrificios”. “Todo el que ama conoce a Dios y ha nacido de Dios” (1 de Jn 4, 7). A Dios podemos conocerlo, amarlo y servirlo si guardamos su palabra, sus mandamientos y su doctrina (Jn 14, 21-23). Esto nos lleva a decir que la práctica de las virtudes es el camino más confiable para conocer al Hijo de Dios. Las virtudes teologales: la fe, la esperanza y la caridad, la humildad, la amabilidad, la solidaridad, la mansedumbre… Quien practica estas y otras virtudes cristianas se reviste de luz; se reviste de justicia y santidad (Ef 4, 24); se reviste de Jesucristo (Rm 13, 11s), es el traje de bodas del cual nos habla el Evangelio.

7.  ¿Cómo llegar a la Plenitud de Cristo? 

San Pablo nos hace una bella exhortación: “Ser hostias vivas, santas y agradables a Dios” (Rm 12, 1) ¿Cómo llegar a serlo? “Sin la comunión con Jesucristo no hay trasformación del corazón”. Lo  que exige romper la amistad con el mundo; muriendo cada día al pecado y dando muerte a las pasiones y deseos desordenados;  renovando la mente y el corazón y siguiendo las huellas de
Jesús; siendo servidores de la verdad, de la vida, de la palabra; dando misericordia a los débiles; aceptando las contradicciones que la vida nos presente; ofreciendo con Cristo al Padre nuestro sacrificio espiritual: aceptar la voluntad de Dios y someterse a ella; sufriendo con Cristo para también reinar con Él. “No vivo yo, es Cristo el que vive en mí, y la vida que ahora vivo la vivo de mi fe en el Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí” (Gál 2, 19-20).Ser hostia viva exige abrazar la cruz con amor y aceptar la voluntad de Dios para nuestra vida al estilo de María, de Mateo, de Pablo y miles y miles de cristianos que se animaron a vivir la aventura de la fe: vivir el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo sin componendas.

8.  ¿Cómo vivir la vida apostólica? 

Abrazamos la voluntad de Dios con amor en cada circunstancia de nuestra vida, siendo dóciles a la acción del Espíritu, en la entrega, donación y servicio al Pueblo santo de Dios. Pablo nos hace tres exhortaciones 

      “Soporta las fatigas conmigo como un buen soldado de Cristo”. El apóstol tiene que estar dispuesto a pagar el precio por liberar a los hombres de la opresión del Maligno. “Y lo mismo el atleta no recibe la corona sino ha competido según el reglamento.” Al apóstol lo que se le pide es que sea fiel a la multiforme gracia de Dios.
      “Y el labrador que trabaja es el primero que tiene derecho a percibir los frutos de la cosecha” (2 Tim 2, 2-4) Ser el primero en creer; el primero en vivir lo que ha creído y en anunciar y trasmitir las experiencias vividas.

Ahora podemos deducir cual es el alma de todo apostolado: “El amor de Cristo”. La Caridad que inflama el corazón del apóstol y lo dispone para que tenga la triple disponibilidad: hacer la voluntad del Padre, ir al encuentro de un hermano concreto para iluminarlo con la luz del Evangelio y la disponibilidad de dar la vida por realizar los dos objetivos anteriores. La Caridad pastoral es fuente de motivaciones y es fuerza que impulsa a la “misión”, al “servicio” a la “entrega” y a la “donación” en el Nombre del Señor Jesús a favor de los más débiles, de los menos favorecidos. 

Apóstol es aquel que ha sido enviado, teniendo presente que primero fue llamado a ser discípulo (Mc 3, 13); realidad que nunca se debe abandonar. El discipulado es tarea permanente. El único Maestro es Jesús, que elige, llama, capacita y envía a quienes se han dejado “lavar los pies: amar y enseñar por Él. 


María, Señora del Sagrado Corazón ruega por nosotros.







                                 10.    La Evangelización como Proceso.

Objetivo. Dar a conocer la importancia de aceptar la evangelización y la vida nueva como proceso y no como acontecimiento para buscar el crecimiento espiritual y los frutos de la fe como don y respuesta, como cultivo y conquista.

Iluminación. Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar, es decir, para predicar y enseñar, ser canal del don de la gracia, reconciliar a los pecadores con Dios, perpetuar el sacrificio de Cristo en la Santa Misa, memorial de su Muerte y Resurrección gloriosa (EN #14)


1.     El reino de Dios comienza pobre, sencillo y humilde. 

En los escritos del Nuevo Testamento encontramos la Buena Nueva anunciada de dos formas: la de un sencillo y profundo mensaje que Jesús lanzó a todos los vientos, anunciando el Reino de Dios y exhortando a la conversión y a la fe; y la de una enseñanza más desarrollada que, como Maestro, dio a sus discípulos. A estas dos formas, que se remontan al mismo Jesús, corresponden dos actividades esenciales a toda evangelización: la actividad kerygmática (kerygma: mensaje, proclamación) y la actividad catequética. La Iglesia como evangelizadora a de anunciar el testimonio y el anuncio explícito del Evangelio. Kerigma, predicación y catequesis. Por arte de los destinatarios se ha de esperar una adhesión vital y comunitaria. Para que con la fuerza de la palabra los hombres se adhieran de corazón al Reino de Dios, al nuevo orden de las cosas, a una manera nueva de pensar y de acruar.
El Señor Jesús nos dio claros ejemplos para que entendiéramos que la evangelización es un proceso y que no podemos cosechar donde no hemos sembrado y no donde lo que no hemos cultivado: “Decía también: «¿Con qué podremos comparar el Reino de Dios, o con qué parábola lo explicaremos? Es como un grano de mostaza que, en el momento de sembrarlo, es más pequeño que cualquier semilla que se siembra en la tierra. Pero una vez sembrado, crece y se hace mayor que todas las hortalizas, y echa ramas tan grandes que las aves del cielo anidan a su sombra.» (Mc 4, 30- 32) “En verdad, en verdad os digo que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, allí queda, él solo; pero si muere, da mucho fruto” (Jn 12, 24).

2.     La Iglesia se evangeliza a sí misma. 

Evangelizadora, la Iglesia comienza por evangelizar a sí misma. Comunidad de creyentes, comunidad de esperanza vivida y comunicada, comunidad de amor fraterno, tiene necesidad de escuchar sin cesar lo que debe creer, las razones para esperar, el mandamiento nuevo del amor. Pueblo de Dios inmerso en el mundo y, con frecuencia, tentado por los ídolos, necesita saber proclamar "las grandezas de Dios", (EN # 41) que la han convertido al Señor, y ser nuevamente convocada y reunida por El. En una palabra, esto quiere decir que la Iglesia siempre tiene necesidad de ser evangelizada, si quiere conservar su frescor, su impulso y su fuerza para anunciar el evangelio (EN # 15). La finalidad de la evangelización es el cambio interior, la conversión de la conciencia personal y colectiva. Transformar con la fuerza del Evangelio los criterios de juicio, los valores determinantes, los modelos de vida de la humanidad.


3.     Ser testigos del Amor de Dios.

La finalidad de la Evangelización es hacer que los hombres lleguen a ser partícipes del Amor de Dios, de la vida divina, o con palabras de la segunda carta de Pedro, de la Naturaleza divina (2 Pe 1, 4b) Cuando los hombres han probado lo bueno que es el Señor (Jn 6, 68); cuando han tenido la experiencia de un encuentro liberador y gozoso con el Señor Jesús, nace en sus corazones el deseo de compartir esa hermosa experiencia. He ahí la prueba de la verdad, la piedra de toque de la evangelización: es impensable que un hombre haya acogido la Palabra y se haya entregado al reino sin convertirse en alguien que a su vez da testimonio y anuncia (EN # 24). 

La Exhortación Apostólica nos sigue diciendo: “La evangelización, hemos dicho, es un paso complejo, con elementos variados: renovación de la humanidad, testimonio, anuncio explícito, adhesión del corazón, entrada en la comunidad, acogida de los signos, iniciativas de apostolado. Estos elementos pueden parecer contrastantes, incluso exclusivos” . En realidad son complementarios y mutuamente enriquecedores. Hay que ver siempre cada uno de ellos integrado con los otros. El mérito del reciente Sínodo ha sido el habernos invitado constantemente a componer estos elementos, más bien que oponerlos entre sí, para tener la plena comprensión de la actividad evangelizadora de la Iglesia (EN # 24).

a)      La renovación de la humanidad. “Evangelizar significa para la Iglesia llevar la Buena Nueva a todos los ambientes de la humanidad y, con su influjo, transformar desde dentro, renovar a la misma humanidad: "He aquí que hago nuevas todas las cosas". (Apoc 21, 5) Pero la verdad es que no hay humanidad nueva si no hay en primer lugar hombres nuevos, con la novedad del bautismo (EN # 47) y de la vida según el Evangelio. (EN # 48) La finalidad de la evangelización es por consiguiente este cambio interior y, si hubiera que resumirlo en una palabra, lo mejor sería que la Iglesia evangeliza cuando, por la sola fuerza divina del Mensaje que proclama, trata de convertir al mismo tiempo la conciencia personal y colectiva de los hombres, la actividad en la que ellos están comprometidos, su vida y ambiente concretos” (E N # 18).

“Vengo para que tengan vida en abundancia” (Jn 10, 10) “Yo soy el que hace las cosas nuevas” (Apoc 21, 5) Esto significa que la Evangelización nos ayuda a ser “hombres nuevos”. La Fe es un camino de humanización. Con la fuerza de la Palabra podemos ser  más persona y mejores personas. Es decir, más humanos. La familia evangelizada es escuela del más rico humanismo. En la Familia para que pueda lograr la plenitud de su vida y misión se requieren un clima de benévola comunicación y unión de propósitos entre los cónyuges y una cuidadosa cooperación de los padres en la educación de los hijos (GS 52). La renovación de la humanidad exige humanizar la educación, la economía la política y la religión. Educar a los niños como lo que son, y están llamados a ser. La persona es un ser original (único e irrepetible), responsable, libre y capaz de amar. Toda persona está llamada a madurar para llegar a ser personas plenas y fecundas. 

Evangelizar al hombre es iluminarlo con la luz de la Verdad para que comprenda que  no es una cosa, no es un algo, sino un alguien, una persona digna y valiosa. Su dignidad no se lo dan las cosas, no vale por lo que tiene, como tampoco se la dan las personas: Lleva consigo una dignidad intrínseca, recibida de su Creador. Humanizar al hombre exige enseñarle a distinguir entre el bien y el mal. El mal deshumaniza y el bien ayuda a realizarse como personas. Haz el bien y rechaza el mal es un valor que se aprende dentro del seno familiar. Cuando en la familia se educa para la responsabilidad, y la libertad en ella se aprende los valores del compartir, de la dignidad humana, de la solidaridad y del servicio.

b)      El testimonio de vida. Ante todo, y sin necesidad de repetir 1o que ya hemos recordado antes, hay que subrayar esto: para la Iglesia el primer medio de evangelización consiste en un testimonio de vida auténticamente cristiana, entregada a Dios en una comunión que nada debe interrumpir y a la vez consagrada igualmente al prójimo con un celo sin límites. "El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que ensenan, decíamos recientemente a un grupo de seglares, o si escucha a los que ensenan es porque dan testimonio.". San Pedro 1o expresaba bien cuando exhortaba a una vida pura y respetuosa, para que si alguno se muestra rebelde a la palabra, sea ganado por la conducta. Sera sobre todo mediante su conducta, mediante su vida, como la Iglesia evangelizara al mundo, es decir, mediante un testimonio vivido de fidelidad a Jesucristo, de pobreza y despego de los bienes materiales, de libertad frente a los poderes del mundo, en una palabra: de santidad (EN # 41). 

c)      Una predicación viva. No es superfluo subrayar a continuación la importancia y necesidad de la predicación: "Pero, como invocaran a Aquel en quien no han creído? Y como creerán sin haber oído hablar de Él? Y como oirán si nadie les predica? … luego la fe viene de la audición, y la audición por la palabra de Cristo" (Rom 10, 17). La palabra permanece siempre actual, sobre todo cuando va acompañada del poder de Dios. Por esto conserva también su actualidad el axioma de San Pablo: "la fe viene de la audición", es decir, es la Palabra oída la que invita a creer (EN 42). El hombre por la fe es justificado, salvado, santificado (cf Rom 5, 1-5). Se acepta a Cristo como Salvador personal, como Maestro de vida y como Señor de la historia. El creyente es ahora por la fe un hijo de Dios.

d)     La adhesión del corazón a Jesucristo. La vida nueva de la que nos habla san Pablo no es posible para el hombre lograr por sí mismo. Brota del Encuentro liberador y transformador con Cristo que derrama su amor en nuestros corazones (Rom 5, 5). A partir de este momento comienza realmente la aventura de la fe. Benedicto XVI nos enseña: "No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva" (Deus Caritas est 1)

El encuentro con Cristo es el “motor de la vida nueva” que nos pone en camino de conversión.  La conversión no se trata de un mero cambio de prácticas. Es algo mucho más profundo: Es la obra del Espíritu Santo que transforma la mente y el corazón ordenándolo todo hacia Cristo quien está por encima de todo. Antes la mente estaba cerrada en la esfera del ego, en el placer egoísta, el poder, el dinero, en las pasiones. Pero por el Espíritu el creyente posee la Gracia de Dios que encuentra en los medios de crecimiento que la Iglesia nos propone. 
 
e)      La entrada en la Comunidad. Del encuentro con Jesucristo a la incursión en la comunidad  cristiana. La Comunidad de fe es la madre espiritual del cristiano. Por el encuentro con el Señor el hombre entra en Comunión y se hace portador de una presencia que antes no tenía. Por la acción del Espíritu Santo y la respuesta del hombre, la Comunión se hace Comunidad, de manera que la ésta es manifestación de la Comunión, y la comunión es el alma de la Comunidad.

En la Comunidad cristiana nadie se realiza sólo (cf Gn 2, 18). En la Comunidad cristiana somos miembros unos de los otros (Rom 12, 5), Todos somos hijos de Dios (Gál 3, 26), y todos somos hermanos (Mt 9, 23) Llamados a vivir la espiritualidad de comunión, en donación y entrega mutua, Comunidad en la que los más fuertes aprenden a cargar con las debilidades de los más débiles (Rom 15, 1) “Dónde se reúnen dos o tres en mi nombre yo estoy en medio de ellos” (cf Mt 18, 20) Allí se construye la Iglesia y se crece como Iglesia. 

Mi primer regalo cuando regrese a la Iglesia fue una parroquia, y dentro de ella una pequeña comunidad que me enseño a orar, a leer la Biblia, a servir, y de manera especial a socializarme, a salir del yo para pensar como un nosotros. Sin esa comunidad yo no hubiera podido permanecer en mi proceso.

f)       La acogida de signos e iniciativas de apostolado. Del encuentro con a la Palabra al encuentro con Cristo en el sacramento: “Te haré mi esposa para siempre; te desposaré en justicia y en derecho, en amor y en compasión; te desposaré en fidelidad” (Os 2, 21) La Palabra de Dios es el primero de los regalos que el Señor da una persona o familia, pueblo o comunidad para salvarla. Guiada la Persona por  la Palabra, es llevada como de la mano a recibir en segundo reglo, el perdón de los pecados, en el sacramento de la reconciliación por el cual el cristiano renace a la vida de la Gracia para el dar el paso de la muerte a la vida; de las tinieblas a la luz, de la esclavitud a la libertad, y de la aridez a las aguas vivas en confrontación con las Palabra del Profeta: “Doble mal ha hecho mi pueblo: a mí me dejaron, manantial de aguas vivas, para hacerse cisternas, cisternas agrietadas, que el agua no retienen” (Jer 2, 13). Se ha dado la vuelta  a la casa del Padre y se ha recibido con el perdón, el don del Espíritu Santo: «Si alguno tiene sed, que venga a mí, y beberá; del que cree en mí se puede decir lo que afirma la Escritura: De su seno manarán ríos de agua viva.» (Jn 7, 37s).

4. ¿Y ahora qué? Aprender a caminar en la Nueva Vida.

Ahora, de la mano de la Comunidad, madre y hermana, el neófito, ha de recibir el alimento espiritual de la Palabra de Dios para aprender el modo como se ha vivir en la Comunidad de
Dios: “Te escribo estas cosas con la esperanza de ir pronto a ti;  pero si tardo, para que sepas cómo hay que portarse en la casa de Dios, que es la Iglesia de Dios vivo, columna y fundamento de la verdad” (1 Tim 3, 15) 

La primera de Pedro nos dice: “Habéis purificado vuestras almas, obedeciendo a la verdad, para amaros los unos a los otros sinceramente como hermanos. Amaos profundamente unos a otros, con corazón puro, pues habéis sido reengendrados a partir de una semilla no corruptible, sino incorruptible: la palabra de Dios viva y permanente. Pues toda carne es como hierba, y todo su esplendor como flor de hierba; se seca la hierba y cae la flor, pero la palabra del Señor permanece eternamente. Y ésta es la palabra: la Buena Nueva que se os ha anunciado (1 Pe 1, 22ss). 

“Rechazad, por tanto, malicias y engaños, hipocresías, envidias y toda clase de maledicencias. Como niños recién nacidos, desead la leche espiritual pura, a fin de que, gracias a ella, crezcáis con vistas a la salvación, si es que habéis gustado que el Señor es bueno” (1 Pe 2, 1- 3).

5. Los medios de crecimiento en  la Iglesia.

Para llevar una vida conforme a la verdad, el hombre nuevo aprende de la mano de sus hermanos de comunidad a vivir las exigencias de la vida nueva: “para que procedáis de una manera digna del Señor, agradándole en todo, fructificando en toda obra buena y creciendo en el conocimiento de Dios. Le pedimos también que os fortalezca plenamente con su glorioso poder, para que seáis constantes y pacientes en todo y deis con alegría gracias al Padre, que os hizo capaces de participar en la luminosa herencia de los santos (Col 1, 10- 12). Los medios que recibimos de Dios por medio de  la Iglesia para crecer en la fe, la esperanza y la caridad, son: 
      La oración cristiana. Personal, comunitaria y litúrgica,
      La Palabra de Dios. Leída y meditada a la luz de los padres de la Iglesia.
      La Liturgia de la Iglesia. Especialmente los Sacramentos y la Lectio divina.
      Las Obras de Misericordia que nos ayudan a salir del individualismo (Mt 25, 36ss).
      La pertenencia a una pequeña comunidad de vida. (cf (Mt 18, 20)
      El apostolado. El envío es para toda la Iglesia (Mt 28, 18ss; Mc 16, 16ss).

6. ¿Cuál es el fruto de la acción pastoral?

“La catequesis es el proceso de formación en la fa, la esperanza y la caridad que informa la mente y toca el corazón, llevando al persona a abrazar a Cristo de modo pleno y completo (I en A 69). 

1)                 Fruto de la acción pastoral es el “hombre nuevo”, remido y justificado por Cristo (Rm 5, 1-5; 2 Cor 5, 17); al apropiarse de los frutos de la redención ha sido reconciliado con Dios y con los miembros del Cuerpo de Cristo…se ha adherido a la persona de Jesucristo con todas sus implicaciones teológicas y morales ilustradas por el Magisterio (I en A 52); ha aceptado el evangelio como norma para su vida…y toma la decisión de seguir a Cristo. (cnf 2 Cor 5, 15) El Apóstol Pablo nos hace dos exhortaciones que nos ayudan comprender este estilo nuevo de vida: 

“Os exhorto hermanos por la misericordia de Dios a que ofrezcáis vuestros cuerpos como hostia vida, santa y agradable a Dios, este ha de ser vuestro culto espiritual.” (Rm 12, 1) Esta palabra de Pablo nos ayuda a entender que en la Iglesia nadie estorba, todos son importantes y todos, desde su pobreza, enfermedad o fracaso son útiles a los intereses del Reino. El sufrimiento y el dolor tienen un sentido oblativo que nos hace decir: “Los pobres también nos evangelizan”.

“Hermanos os exhorto a que llevéis una vida digna del llamamiento que han recibido”.  Es el llamado a la santidad, a vivir como hijos de Dios, de acuerdo al Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo (Fil 1, 29). 

¿Qué implica vivir este Evangelio? Un estilo de vida que ha sido vivido por Jesús que nos invita a aprender de Él: Manso y humilde corazón (cf Mt 11, 29). Pablo nos recuerda: sean siempre humildes y amables; sean comprensivos y sopórtense mutuamente con amor; esfuércense en mantenerse unidos en el espíritu con el vínculo de la paz. (Ef 4, 1ss) 

2)                 No podemos olvidar que otro fruto de la acción apostólica son “los Nuevos Agentes de Pastoral”, los nuevos discípulos y apóstoles que se han aventurado en el seguimiento de Cristo. Hombres y mujeres que han tenido un encuentro personal con Jesús, el Señor,  que los llevado a encarnar la “doble certeza” en sus vidas: “La certeza de saberse amados y elegidos por Dios y la certeza de su amor a Dios y a la Iglesia”. Cuando esta doble certeza se ha enraizado en el corazón de los creyentes, entonces se puede hacer la “Opción fundamental y radical por Cristo” aceptando todas las implicaciones que conlleva el seguimiento. Es tomar la firme decisión de seguir a Cristo.

3)                 Un fruto precioso de la Evangelización son las Comunidades florecientes convocados por la Palabra, alimentadas por la Eucaristía, revestidas con ministerios y servicios, caminan de la mano de Jesús y de María en comunión con sus pastores y trabajan en la edificación de una Comunidad parroquial. Comunidades que son “verdaderas lámparas vivas de fe, esperanza y caridad (I en A 52).

Todo esto vivido como proceso: No demos las cosas por echas, no queramos cosechar donde no hemos sembrado, la espiritualidad misionera, nos pide conocer y vivir las leyes del Reino, para no exigir lo que no hemos dado a nuestro hermanos de comunidad. Recordando las palabras del Génesis: “Tomó, pues, Yahvé Dios al hombre y lo dejó en el jardín de Edén, para que lo labrase y cuidase” (Gn 2, 15). Cultivar y proteger la fe para poder comer los frutos de la acción pastoral es responsabilidad de todo evangelizador. Recordando a san Pablo: “Si alguno no quiere trabajar, que tampoco coma” (2 Ts 3, 10).         

Oremos: Padre de toda misericordia, envía obreros a tu viña…….




                                     11.    La Iglesia  es el Pueblo de Dios.

Objetivo: enseñar que la Iglesia es el verdadero Pueblo de Dios, redimido por Jesucristo,  a quien cree, le obedece y le ama, su une a él, aceptando su Palabra, su Misión y su destino, para como discípulos colaborar con el Señor en la Obra de la salvación. 


1.     El Pueblo de su propiedad
“Pero, vosotros sois linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido, para anunciar las alabanzas de Aquel que os ha llamado de las tinieblas a su admirable luz, vosotros que en otro tiempo no erais mi  pueblo y que ahora sois el pueblo de Dios”. (1 de Pe 2, 9-10) 
Un pueblo que fue arrancado de las tinieblas y traído  a la luz de la verdad, de la justicia, de la equidad y del amor. Un pueblo libre que ha hecho alianza con Aquel que lo amó, lo justificó y lo glorificó (Rm 8, 29). Un pueblo llamado a ser luz, sal y fermento en medio de los pueblos (Mt 5, 13).         

Como Iglesia, somos el pueblo consagrado a Dios. Tengamos presente esto: cuando decimos el pueblo de Dios no aludimos al pueblo en general con sindicatos, comercios, empresas, etc.  Es una pretensión de los grupos humanos quererse constituirse en intérpretes del pueblo. El pueblo es muy autónomo, muy variado, muy pluriforme. Nadie puede arrogarse: "Yo soy la voz del Pueblo". Por eso, el pueblo de Dios es el grupo de los seguidores de Dios; es el grupo de los hombres y mujeres que inspirados en la fe en Jesucristo, lo obedecen, lo siguen, lo sirven, le pertenecen, celebran los sacramentos de la Iglesia y tienen la palabra divina como norma para su vida; para hacerse más agradables a Dios y, desde su unión en Cristo, ser un pueblo que sea luz, sal y fermento para el pueblo en general. Esto es la Iglesia. El Catecismo de la Iglesia, haciéndose eco del Concilia Vaticano, dice que el pueblo de Dios tiene características que lo distinguen de los otros pueblos.

2.     Características del Pueblo de Dios.

1.      Es el pueblo de Dios; Dios no pertenece en propiedad a ningún pueblo. Pero El ha adquirido para sí pueblo de aquellos que antes no eran pueblo: “una raza elegida, un sacerdocio real, una nación santa” (1 Pe 2, 9)
2.      Se llega a ser miembro de este pueblo, no por el nacimiento físico, sino por “el nacimiento de arriba”, “del agua y del Espíritu” (Jn 3,3-5). Por la fe en Cristo y el Bautismo.
3.      Este Pueblo tiene por Cabeza a Jesús el Cristo. “la Unción de Cristo, Cabeza fluye de la cabeza al Cuerpo, es el “Pueblo Mesiánico”.
4.      La identidad de este Pueblo, es la dignidad y la libertad de los hijos de Dios en cuyos corazones habita el Espíritu Santo como en un templo”.
5.      “Su Ley, es el Mandamiento Nuevo:” Amar como el mismo Cristo nos amó (Jn 13, 34) Esta es la Ley nueva del Espíritu” (Rom 8,2)
6.      Su Misión es ser luz, sal y fermento del mundo (cf Mt 5,13-14)
7.      “Su destino es el Reino de Dios. Que él mismo comenzó en este mundo, que ha de ser extendido hasta que él mismo lo lleve a su perfección” (LG 9; CATIC 782)

3.     El origen de la Iglesia.

Para penetrar en el Misterio de la Iglesia conviene, primeramente considerar su origen  dentro del Designio de la Santísima Trinidad y su realización progresiva en la Historia. (Catic 758) La Iglesia encuentra su origen en la eternidad de Dios, que en la Plenitud de los tiempos envió a su Hijo al Mundo. No obstante, podemos decir que es el Pueblo que en la Pascua nació, que participa de la Unción de Cristo al pertenecer a la Nueva y eterna Alianza

Por esta razón la Iglesia se siente y se sabe “asamblea convocada por el Padre”, Iglesia peregrina que camina para volver a Él (LG 2) Dios envió a su Hijo a salvar a todos los hombres, pero no aisladamente, sino en Comunidad. En Cristo, el Padre nos llama a ser “Familia de Dios”, ese es su gran deseo:”Que todos sean Uno en Cristo Jesús”, para que de esta manera “los hombres lleguen a la salvación y al  conocimiento de la verdad” (cf 2 Tim 2, 4). La Iglesia es el sacramento de unidad en la que Dios se une íntimamente a los hombres y realiza la unidad de todo el género humano. (LG 1)

4.     La  Fundación de la Iglesia.

Vino el Hijo enviado por el Padre e instauró en la tierra el Reino de los cielos, nos reveló su misterio y con su obediencia realizó la Redención de los hombres y selló con su sangre la Nueva Alianza. Nuestro Señor Jesucristo con la predicación de la Buena Nueva, milagros y exorcismos comenzó la fundación de su Iglesia (Catic 763) Siguiendo la voluntad de su Padre llamó  a sus discípulos: “Venid en pos de mí, seguidme, les dice…que os haré pescadores de hombres (Lc 5,10) De entre el grupo de discípulos  eligió a los Doce (Mt 10,5-7; Mc 3, 13ss; Lc. 6,12-16) Los Doce han sido llamados, elegidos, investidos de autoridad y poder y enviados expresamente por Jesús a predicar el Evangelio, a curar a los enfermos y a expulsar a los demonios (Catic 764).

Jesús con su predicación, milagros, exorcismos y con su estilo de vida, siembra el Reino de Dios en el corazón de los hombres. Acoger la Palabra de Jesús es acoger el Reino. El germen y el comienzo del Reino son el “pequeño rebaño” de Jesús (Lc 12, 32). El Señor Jesús de entre sus discípulos eligió a los Doce, eligió a Simón  a quien llamó Pedro como cabeza visible de su Iglesia, y le dijo: “Te eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y los poderes del Mal no prevalecerán sobre ella” (Mt 16, 17). Los Doce representan a las Doce tribus de Israel, ellos son los cimientos de la nueva Jerusalén (Apoc 21, 12- 14). Los Doce y los otros discípulos participan de la misión de Cristo, en su poder, y también en su suerte ( cf Mt 10, 25; Jn 15, 20). (Catic 765).

El Apóstol Juan ve en la muerte de Jesús, al ser traspasado su corazón por la lanza del soldado, el nacimiento de la Iglesia: “Y al instante salió sangre y agua” (Jn 19,34) Muchos de los Padres de la Iglesia han visto en el agua el símbolo el Bautismo y en la sangre la Eucaristía, y en estos dos sacramentos han visto, el signo de la Iglesia, nueva Eva, que nace del nuevo Adán. Jesús muere, y con su sangre compra para Dios su Padre un Pueblo de su propiedad; con su Resurrección Jesús comienza un “estado nuevo”, que ya no conoce la muerte; (Catic 766)

El acontecimiento de la Resurrección de Jesús de entre los muertos; es “el centro de nuestra fe” y representa además, la máxima revelación de Dios; la Resurrección de Jesús establece la comunidad apostólica como fundamento y norma de la Iglesia para todas la épocas. En la Resurrección nace el “Hombre Nuevo”, El Cristo total: Cabeza y Cuerpo.

Después de su Resurrección confirma lo que en vida había prometido. Jesús pregunta a Pedro:
“Simón, hijo de Juan, ¿Me amas más que estos?” Le dice él: “Señor tu sabes que te quiero”. Le dice Jesús apacienta mis corderos. Vuelve a decirle por segunda vez: “Simón hijo de Juan, ¿Me amas?” Le dice él: “Señor tu sabes que te quiero” Le dice Jesús apacienta mis ovejas”. Le dice por tercera vez:”Simón hijo de Juan, ¿me quieres? Y le dijo:”Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero” Le dice Jesús: apacienta mis ovejas.” (Jn 21, 15ss)

Después de la muerte-resurrección y ascensión del Señor Jesús, la Iglesia se reúne al alrededor de la María, la Madre de Jesús; estaban los Doce, algunas mujeres, y algunos familiares de Jesús, el número de los reunidos era de unos 120 personas (Hech 1, 12.15) El libro de los Hechos de los Apóstoles nos narra el “Cumplimiento de la Promesa” “Dentro de pocos días recibiréis el Poder de lo Alto (cf Hech 1, 8): En Pentecostés, Jesús bautiza a su Iglesia con el Espíritu Santo, “Y así toda la Iglesia aparece como un pueblo reunido en virtud de la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”(LG 4). En Pentecostés, con la Fuerza del Espíritu comiénzala misión y el crecimiento de la Iglesia.
          
5. La Misión de la Iglesia.

Jesús antes de su Ascensión convoca a los suyos y como despedida les comparte la Misión que el mismo Padre le había confiado a Él. En el libro de los Hechos les dice: “No se vayan de Jerusalén, dentro de muy pocos días recibiréis Poder y recibiréis la Promesa de la cual os hablé” (1, 8). El Concilio expresa lo anterior diciendo: “Cuando el Hijo terminó la obra que el Padre le encargó realizar en la Tierra, fue enviado el Espíritu Santo para que santificará continuamente  a la Iglesia ( LG 4) La Iglesia ha recibido la misión de “dar vida” “santificar  y
“conducir” a los fieles a la perfección  en la Gloria del Cielo (LG 48). 

      “Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues,  haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo y enseñándoles a todo lo que yo os he mandado” (Mt 28, 19-20)

      “Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado se salvará; el que no crea, se condenará” (Mc. 16, 15)

      “Todo poder se me ha dado en el cielo y en la tierra, así como el padre me envió, Yo los envió a ustedes. Dicho esto sopló sobre ellos y les dijo “Recibid el Espíritu Santo. A quienes les perdonéis los pecados les quedaran perdonados… ” (Jn 20,21ss) 

Todo lo anterior nos da razón suficiente para decir que la Iglesia hunde sus raíces  en la  eternidad: El Padre fuente de todo envío, es también la fuente del origen de la Iglesia.

6. Imágenes de la Iglesia (LG 7)

En la Sagrada Escritura encontramos multitud de imágenes y figuras relacionadas entre sí, mediante las cuales la Revelación habla del <misterio inagotable de la Iglesia>. Las imágenes tomadas del Antiguo Testamento constituyen variaciones de una idea de fondo, la del Pueblo de Dios. En el Nuevo Testamento (Ef 1, 22; Col 1, 18), todas estas imágenes adquieren un nuevo centro por el hecho de que Cristo llega a ser la Cabeza de ese Pueblo (Catic 753).

      La Iglesia redil, cuya única y obligada puerta es Cristo (Jn 10, 1-10). Es también una grey, de la que el mismo Dios se profetizó pastor. (Ez 34, 11ss) No obstante sea guiadas por pastores humanos, es Cristo mismo, Pastor y Cabeza de los pastores quien realmente guía a la Iglesia, la cuida y la alimenta. (Catic 754)

      La Iglesia es labranza o campo de Dios (cf 1 Co. 3, 9) En ese campo crece el árbol de olivo, cuya raíz santa fueron los patriarcas, y en la cual se realizó y se concluirá la reconciliación de los judíos y de los gentiles (cf Rom 11, 13-26). El Dueño de la “viña” la plantó como “viña escogida” de la cual Cristo es la Vid verdadera, que comunica vida y fecundidad a los sarmientos  que somos nosotros, que permanecemos en Él por medio de la Iglesia, y sin Él nada podemos hacer. (Jn 15, 1-5) (Catic755)

      La Iglesia construcción y edificación de Dios. (1 de Co 3, 9) Los Apóstoles y los profetas construyen la Iglesia sobre el “fundamento” que es Cristo (cf 1 de Cor 3, 11; Ef 2, 20). Nosotros entramos como piedras vivas de esa construcción por  nuestro bautismo (1 de Pe 2, 5). La “Construcción”, Edificio espiritual cimentado en los Profetas y  en los Apóstoles tiene siempre como fundamento Cristo, la “La Piedra Angular”. (Catic 756)

      Casa de Dios fundamento de la verdad (1 de Tim 3, 15) Familia habitación de Dios en el Espíritu (Ef 2, 19-22) Templo santo, representado en los templos de piedra. Templo que no fue  construido por la mano del hombre, sino, por la acción poderosa de Dios.  La Iglesia la Jerusalén de arriba y madre nuestra (Gal 4, 26; cf Apoc. 12,17)

      San Juan en el Apocalipsis describe a la Iglesia como la esposa inmaculada del Cordero Inmaculado (Apoc. 19, 7; 21, 2-9) “Cristo, la amó y se entregó por ella para santificarla” (Ef. 5,25-26); se unió a ella en alianza indisoluble, “la alimenta y la cuida (Ef. 5, 29) y la cuida sin cesar” (LG 6).

7. Un Pueblo sacerdotal, profético y real.

“Pero vosotros sois linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido, destinado a anunciar las alabanzas de Aquel que os ha llamado de las tinieblas a su admirable luz; 10 vosotros, que si en un tiempo no fuisteis pueblo, ahora sois Pueblo de Dios: ésos de los que antes no se tuvo compasión, pero que ahora son compadecidos”. (1 Pe 2, 9- 10).

Jesucristo es Aquel a quien el Padre ha ungido con el Espíritu Santo. Y lo ha constituido “Sacerdote, profeta y Rey”. Todo el Pueblo participa de estas funciones de Cristo y tiene las responsabilidades de la Misión y de servicio que se derivan de ellas. (Catic 783) Servicio como el enseñar la verdad, sobre Dios, sobre la Iglesia y sobre el Mundo. Anunciar y trasmitir la doctrina de la fe y de la moral cristiana, como una manera para convocar al Pueblo de Dios en torno a Cristo, prepara para la recepción de la Eucaristía y de la Vida sacramental comenzando por la Recepción del sacramento del Bautismo y culmina en la disponibilidad para servir, según el ejemplo de Cristo. (RM 19- 21)

El Catecismo nos sigue diciendo: “Cristo el Señor, Pontífice tomado de entre los hombres, ha hecho del nuevo Pueblo “un reino de sacerdotes para Dios su Padre”. Todos los bautizados participan de la “unción de Cristo” quedan consagrados para constituir  una casa espiritual y un sacerdocio santo (Catic 784, LG 10)

El Pueblo santo de Dios participa también del carácter profético de Cristo, todo el Pueblo, laicos y jerarquía que han recibido la fe y el Bautismo están llamados a profundizar en la comprensión de las verdades de la fe y a ser testigos de Cristo en este mundo (Catic 785)

Por último, el Pueblo de Dios, participa de la función “regia de Cristo”. Cristo realiza su realeza realizando la “Obra del Padre”, mediante su muerte y resurrección reconcilia a los hombres con Dios y entre sí en su propio Cuerpo. Cristo rey y Señor es el servidor de todos. Para el Cristiano, servir es reinar, particularmente en los pobres y en los que sufren, allí descubren la “imagen de su Fundador pobre y sufriente”. El Pueblo de Dios realiza su “dignidad regia” viviendo conforme a esta vocación de servir a Cristo. (Catic 786)

¿Qué podemos ofrecer a Dios? El gobierno de nuestro cuerpo, someter nuestra voluntad a Dios y servir a nuestros hermanos en comunión con Cristo: compartiendo con ellos el pan, siendo hospitalarios y poniendo nuestro tiempo al servicio de los enfermos, pobres y necesitados. Con Palabra de Pablo, el Pueblo de Dios está llamado a ofrecer un sacrificio vivo, santo y agradable a Dios. (Rm 12, 1)

La vocación del Pueblo de Dios: ser con Cristo y María Luz, Sal y Fermento, y así, poder ser ofrenda agradable a Dios. .















                                            12.      ¿Cómo vivir la Ley Nueva?


Objetivo. Resaltar para cultivar la conciencia cristiana y eclesial a la luz de la Nueva Alianza para comprender el compromiso bautismal.

Iluminación. “Eliminad la levadura vieja, para ser masa nueva, pues todavía sois ázimos. Porque nuestro cordero pascual, Cristo, ha sido inmolado. Así que, celebremos la fiesta, no con vieja levadura, ni con levadura de malicia e inmoralidad, sino con ázimos de sinceridad y verdad” (1Cor 5, 8). 

i. Escuchemos la Palabra de Dios.

“En cuanto a vuestra vida anterior, despojaos del hombre viejo, que se corrompe dejándose seducir por deseos rastreros, renovad vuestra mente espiritual, y revestíos del Hombre Nuevo, creado según Dios, que se manifiesta en una vida justa y en la verdad santa” (Ef 4, 22-24)
 ii. El Mensajero de la Gracia.

El cristiano discípulo de Jesucristo es mensajero del Evangelio de la gracia, no vive para sí mismo, sino para el Señor a quien le sirve en sus hermanos por amor a Jesús (cf 1 Cor 4, 5). “Ésta es la confianza que tenemos ante Dios, gracias a Cristo. Pues nosotros no podemos atribuirnos cosa alguna, como si fuera nuestra, ya que nuestra capacidad viene de Dios. Él nos capacitó para ser ministros de una nueva alianza, no de la letra, sino del Espíritu, pues la letra mata, mas el Espíritu da vida.  Pensemos que si el ministerio de la muerte, grabado con letras sobre tablas de piedra, resultó glorioso hasta el punto de no poder los israelitas mirar el rostro de Moisés a causa del resplandor que emitía — aunque pasajero—, ¡cuánto más glorioso no será el ministerio del Espíritu!” (1 Cor 3, 4-8)

 De acuerdo al Evangelio de la Gracia la salvación es un don gratuito de Dios en Cristo Jesús. “Evidentemente sois una carta de Cristo, redactada con nuestro ministerio; escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo; y no en tablas de piedra, sino en tablas de carne, en los corazones”. (2 Cor 3,3) Todo el que cree en el Evangelio de la Gracia ha aceptado a Jesús como su Salvador, como su Maestro y como su Señor, ha sido justificado por la gracia de la Fe; ha sido reconciliado, salvado, santificado y glorificado (cf Rom 8, 29). Lo viejo ha pasado, lo viejo es la ley antigua, la ley vieja, ahora ha entrado en la Nueva Alianza, sellada con la sangre de Cristo y confirmada por el Espíritu Santo en Pentecostés.
 iii. La ley mosaica

La ley mosaica es la letra, escrita en tablas de piedra, la ley vieja que muestra nuestra pecaminosidad, pero, no nos da la gracia. Nos hace reconocer que somos pecadores, pero, no nos justifica y no nos salva. A la luz del Nuevo Testamento nos dice que el hombre no puede salvarse con sus solos esfuerzos: “Ahora bien, sabemos que cuanto dice la ley lo dice para los que están sometidos a la ley, para que toda boca enmudezca y el mundo entero se reconozca reo ante Dios, ya que nadie será justificado ante él porque haya cumplido la ley, pues la ley sólo proporciona el conocimiento del pecado” (Rom 3, 19-20).
 iv. La  ley del Espíritu

La ley del Espíritu es la ley interior, escrita en nuestros corazones. Es la ley que da vida en Cristo Jesús y nos libera del pecado y de la muerte (Cf Rom 8, 2). La letra mata, más el Espíritu da vida; la letra esclaviza, el Espíritu nos libera. Según la teología de san Pablo: “Pero ahora, independientemente de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios de la que hablaron la ley y los profetas. Se trata de la justicia que Dios, mediante la fe en Jesucristo, otorga a todos los que creen —pues no hay diferencia; todos pecaron y están privados de la gloria de Dios—. Éstos son justificados por Él gratuitamente, en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús (Rom 3, 20-24)

v. Ley – Gracia.

¿De dónde viene la ley? ¿De dónde viene la gracia? (Jn 1, 17).  Ambas vienen de Dios. La ley nos fue dada por medio de Moisés. Pero, esta gracia viene de la muerte y resurrección de Jesucristo y justifica al pecador: “Así pues, una vez que hemos recibido la justificación mediante la fe, estamos en paz con Dios. Y todo gracias a nuestro Señor Jesucristo, por quien hemos obtenido, también mediante la fe, el acceso a esta gracia en la que nos hallamos, y nos gloriamos en la esperanza de participar de la gloria de Dios. Más aún, nos gloriamos hasta en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación engendra la paciencia; la paciencia, virtud probada; la virtud probada, esperanza, y la esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado”. (Rom 5, 1-5)

La Ley nueva, llamada también “Ley Espíritu”, o “Ley del Amor” nos ha llegado por Jesucristo (Jn1, 17). Ley que no fue promulgada en el monte de las Bienaventuranzas, sino, la escrita por él en los corazones, el día de Pentecostés. La ley Nueva es la misma gracia del Espíritu Santo que se ha dado a los creyentes. Ley que actúa a través del amor que el Espíritu Santo ha infundido en nuestros corazones (cf Rom 5, 5). Este amor es el mismo con el que Dios nos ama y con el que, al mismo tiempo, hace que nosotros le amemos a él y al prójimo. La ley Nueva es a lo que Jesús llama “El Mandamiento Nuevo”. Por lo tanto, el amor, es una ley, “La Ley del Espíritu” “La Ley de Cristo” que crea en el cristiano el dinamismo de hacer todo lo que Dios quiere, porque ha hecho suya la voluntad de Dios y ama todo lo que Dios ama.
 vi. El Decálogo y la Ley del Amor.

Después de la venida de Cristo subsiste de hecho la ley escrita: están los Mandamientos de Dios, el Decálogo, están los preceptos evangélicos, ahora también las leyes eclesiásticas y el Derecho Canónico. ¿Son cosas extrañas al cristianismo? ¿Las debemos aceptar o rechazar? ¿Es algo que se nos impone? La respuesta cristiana a este problema la encontramos en el Evangelio. Jesús dice: “No he venido abolir la ley y los profetas” sino, a darle “plenitud y cumplimiento” (Mt 5, 17). ¿Y cuál es el cumplimiento? A esto responde el Apóstol: “El verdadero cumplimiento de la ley es “El Amor” (Rom 13, 10). Del
Mandamiento del amor, nos dice el señor Jesús, dependen toda la ley y los profetas (Mt 22, 40) A la luz de lo anterior podemos decir que el sentido de los Mandamientos es el amor y el servicio al prójimo.

vii. Como ministros de la Nueva Alianza ¿Qué debemos hacer?

Por nuestro bautismo, todos hombres y mujeres, pobres y ricos, somos sacerdotes, profetas y reyes. “Pero vosotros sois linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido, destinado a anunciar las alabanzas de Aquel que os ha llamado de las tinieblas a su admirable luz” (1 Pe 2, 9).En cuanto, servidores y administradores de la Nueva Alianza, lo primero es saber que todo lo que somos, sabemos y tenemos es gracia de Dios
(1 Cor 4, 7) Por gracia de Dios “Somos ministros de la Nueva Alianza” para ayudar a nuestros hermanos a vivir la novedad de la Gracia. Con la alegría del Espíritu podemos decir: “Somos sacerdotes de la Nueva Alianza” “Tenemos los Sacramentos de la Nueva Alianza” y “Somos el pueblo de la Nueva Alianza”  Para la gloria de Dios y el bien de la Iglesia.
 viii. ¿Qué es lo que predicamos? 

Como ministros de la Nueva Alianza predicamos la Buena Nueva del Reino de Dios: “Que Dios en Jesucristo ha redimido a la Humanidad, está perdonando los pecados y está cambiando los corazones”. San Pablo nos aclara esta situación y pone las palabras en nuestros labios. “Nosotros predicamos a un Cristo crucificado”: escándalo para los judíos, locura para los gentiles; mas para los llamados, lo mismo judíos que griegos, un Cristo que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Porque la locura divina es más sabia que las personas, y la debilidad divina, más fuerte que las personas (1 Cor 1, 23s). 

“No nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús como Señor, y a nosotros como siervos vuestros por Jesús” (2 Cor 4, 5). La salvación es un don gratuito e inmerecido que Dios ofrece a los hombres por amor. Don gratuito, pero no barato. El precio a pagar es abrazar la Voluntad de Dios y someterse a ella. No olvidemos que Dios nos ama incondicionalmente, y nos amó primero. Lo anterior, para que no veamos la salvación como premio o como recompensa por nuestras buenas obras o por nuestros méritos personales.

Como mensajeros de la Nueva Alianza, predicamos la necesidad de volverse a Dios para recibir el perdón de los pecados, la exigencia de la conversión para entrar al reino de Dios según las palabras del Señor Jesús: (Mc 1, 15). Conversión que nos hace vivir y abrazar la “Moral cristiana” mediante la práctica de las virtudes para poder crecer en el conocimiento de Dios (Col 1, 10). Somos los predicadores de la Buena Noticia que enseñamos como se debe vivir en la Casa de Dios, columna y fundamento de la Verdad (cf 1 Tim 3, 15)

Enseñamos el paso de la Antigua Alianza a la Nueva Alianza que se dio hace más de dos mil años con Jesucristo, históricamente y ha tenido lugar para siempre. Sacramentalmente se da por la fe y el bautismo, pero existencial y espiritualmente debe tener lugar siempre de nuevo, en un estarse renovando interiormente por la acción del Espíritu Santo (Rom 12, 2). En cada sacramento bien recibido, en cada oración bien hecha, podemos y debemos renovar la misma novedad. Renovar la Alianza pide hacer “un acto de fe en Dios que se ha manifestado en Jesucristo” “Aceptar la voluntad de Dios y someterse a ella” “Hacer de la Palabra de Dios la Norma para nuestra vida”. 
 ix.  Somos Ministros de la Nueva Alianza.

Como ministro de la Palabra debo ser anunciador “de la gracia de Dios” que se ha manifestado en Cristo para nuestra salvación. Con palabras de san Pablo: “Dar testimonio del Evangelio de la gracia de Dios” (Hch 20, 24) Lo esencial no es el mensaje de las obras de la fe, sino, y por encima de todo, lo que Dios ha hecho por la humanidad. ”Nos amó primero” (1Jn 4, 10) No es decir a la gente pórtense bien para que Dios los premie y no los castigue, sino, decirles: “déjense amar por Dios”, para que les dé de lo suyo: “su amor y su perdón, es decir, su gracia, para que puedan portarse bien y convertirse al Reino de Dios. Lo primero es la acción de Dios manifestada en Cristo Jesús: “Porque tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo unigénito, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3, 16).

No es lo mismo llevar a Cristo en nuestro corazón a caminar vacíos de su presencia. No es lo mismo hacer cosas para salvarnos que hacerlas porque ya estamos salvos, ya somos poseedores de la Gracia de Dios. ¿Desde cuándo? Desde día de mi Bautismo, que fui incorporado al Cuerpo de Cristo y recibí el don de la Gracia. Desde el día de mi Encuentro con Cristo y que libremente lo acepte como mi Salvador y mi Señor. Por eso la Escritura nos llama hijos de Dios (cf Gál 3, 26) y “servidores y administradores de la multiforme gracia de Dios” (1 Cor 4, 1).

“Por esto, investidos de este ministerio por la misericordia de Dios, no desfallecemos. Antes bien, hemos repudiado el silencio vergonzoso, evitando proceder con astucia o falsear la palabra de Dios; al contrario, al manifestar la verdad, nos recomendamos a toda conciencia humana delante de Dios. Y si todavía se piensa que nuestro Evangelio está velado, lo está para los que se pierden, para los incrédulos. El dios de este mundo cegó a éstos su entendimiento, para impedir que vean el resplandor del glorioso Evangelio de Cristo, que es imagen de Dios. No nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús como Señor, y a nosotros como siervos vuestros por amor a Jesús (2 Cor 4, 1-5).


Oremos: Padre de toda Misericordia y Dios de todo consuelo, te pedimos por tu Verbo y por intercesión de María, la Virgen Madre que nos des Pentecostés,  para que podamos ser instrumentos de tu Amor en favor de toda la Humanidad.


Pbro. Uriel Medina Romero
Rectoría del Señor de la Misericordia








Oración para todos los días.

Ven Espíritu Santo

Ven, Espíritu Santo, Llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor. Envía, Señor, tu Espíritu.
Que renueve la faz de la Tierra.


Oración:

Oh Dios, que llenaste los corazones de tus fieles con la luz del Espíritu Santo;  concédenos que, guiados por el mismo Espíritu, sintamos con rectitud y gocemos siempre de tu consuelo.  Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.


ORACION AL ESPIRITU SANTO
Cardenal Verdier

Oh Espíritu Santo, Amor del Padre, y del Hijo,

Inspírame siempre lo que debo pensar, lo que debo decir, cómo debo decirlo, lo que debo callar, cómo debo actuar, lo que debo hacer, para gloria de Dios, bien de las almas y mi propia Santificación.

Espíritu Santo, Dame agudeza para entender, capacidad para retener, método y facultad para aprender, sutileza para interpretar, gracia y eficacia para hablar.

Dame acierto al empezar dirección al progresar y perfección al acabar. Amén.
                                                                                        
ORACIÓN AL ESPÍRITU SANTO
(de San Agustín)
 
Espíritu Santo, inspíranos, para que pensemos santamente.
Espíritu Santo, incítanos, para que obremos santamente.
Espíritu Santo, atráenos, para que amemos las cosas santas.
Espíritu Santo, fortalécenos, para que defendamos las cosas santas.
Espíritu Santo, ayúdanos, para que no perdamos nunca las cosas santas.



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