LA EUCARISTÍA EDIFICA A LA IGLESIA







                                              

   La Eucaristía edifica a la Iglesia

 

Resultado de imagen para imagenes de Jesús eucaristiaObjetivo: Dar a conocer la importancia de la celebración eucarística como fuente y culmen de toda acción pastoral en la edificación de la Iglesia: Sacramento de amor.


Iluminación: “Asistían asiduamente a las enseñanzas de los Apóstoles, a la Comunión, a la fracción del Pan y a las oraciones (Hch 2, 42). “La Eucaristía es fuente y cumbre de toda la vida cristiana” (LG 11). “La Sagrada Eucaristía, en efecto, contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua” (PO 5).

 

1.                      La Eucaristía edifica la Iglesia, y la Iglesia hace la Eucaristía.

 

Los Apóstoles al comer del cuerpo y beber la sangre de Cristo en el Cenáculo, entraron por primera vez en comunión sacramental con Cristo. Desde aquel momento y hasta la consumación de los siglos la Iglesia se edifica a través de la comunión sacramental con el Hijo de Dios inmolado por nosotros en el altar de la Cruz (I. de E. 21c).


La Eucaristía es el Sacramento de la Comunión; Comunión con Dios y comunión entre los fieles que comulgan, une al cielo con la tierra. Al unirse a Cristo el Pueblo de la Nueva Alianza, éste se convierte en “Sacramento de salvación” para la humanidad, en obra de Cristo, en “luz del mundo y sal de la tierra” para la redención de todos (Mt 5, 13; I. de E. 22)

Cuando recibimos el “Cuerpo Eucarístico” recibimos el don de Cristo  y de su Espíritu. Cristo y el Espíritu son inseparables, son las manos de Dios, en la Redención y Santificación de la Comunidad de la Nueva Alianza. La Eucaristía construye la Iglesia como “Comunidad fraterna, solidaria y misionera”.

La Comunidad primitiva de Hechos de los Apóstoles, nos da un ejemplo de esto: “Asistían asiduamente a las enseñanzas de los Apóstoles, a la Comunión, a la fracción del Pan y a las oraciones (Hch 2, 42). Estos cuatro elementos son el fundamento de toda comunidad cristiana cimentada en la verdad, en el amor y en la vida (Jn 14, 6), y que por lo mismo debe estar centrada en la Eucaristía, alimento y fuerza de los fieles.

Juan Pablo II, en la Iglesia de Eucaristía, de acuerdo con el Vaticano II nos ha dicho: “No se construye ninguna comunidad cristiana, sí ésta no tiene como raíz y centro la celebración de la Sagrada Eucaristía” (I. de E. 33; PO 6). Es una lástima que sean muchos los que asisten a la Misa y no comulgan, ya sea porque no creen en la presencia real de Cristo en las “especies eucarísticas”, porque no están preparados o porque no tienen hambre del Pan vivo o porque no se creen dignos (falsa humildad).

El Cristo que recibimos en la Eucaristía es, verdaderamente el mismo que vivió, enseñó y murió en Palestina hace más de dos mil años. Pero al mismo tiempo es mucho más que eso. El Jesús que recibimos es el Cristo resucitado que está con nosotros, vivo y activo en la Iglesia y en el mundo. Es “el cuerpo y la sangre, alma y divinidad”, “toda la persona” de Cristo “resucitado y glorificado”. Es el que recibimos en la sagrada comunión.

2.                       La exigencia para comulgar.

Para recibir el Sacramento de la Comunión, el Papa, nos recuerda la exigencia de estar en estado de Gracia por medio de la cual participamos de la naturaleza divina (1 de Pe 1, 4). El mismo Apóstol nos dice: “Examínese, pues cada cual, para que no coma el pan y beba de la copa indignamente (1 Cor 11, 28). El Catecismo de la Iglesia nos recuerda no pasar a comulgar con una conciencia manchada y corrompida; Al estar en pecado grave se debe recibir el Sacramento de la Reconciliación antes de pasar a comulgar (Catic 1335). La Eucaristía y la Penitencia son dos sacramentos estrechamente vinculados entre sí que ayudan a los fieles a estar en un continuo proceso de conversión.

Lo que nos pide el Señor para participar dignamente del “Banquete de Bodas” es el  “vestido de fiesta”, la pureza o limpieza de corazón. Qué estemos reconciliados con él y con los hermanos, y el lugar para reconciliarnos con Dios es el sacramento de la Confesión. Con tristeza, con firmeza y a la misma vez con una gran caridad hemos de recordar que las personas que  viven en unión libre, en amasiato o en una situación de adulterio permanente, no deben pasar a comulgar, sería recibir indignamente el cuerpo de Cristo. Pero no por eso deben sentirse rechazadas por la Iglesia que es Madre y Maestra, y sufre con esta situación de muchos de sus hijos. Estás parejas pueden y deben venir a la Misa, escuchar la Palabra de Dios, hacer oración, practicar la caridad, dar testimonio, hacer actos de fe, esperanza y caridad, practicar otras virtudes cristiana y “hacer una comunión espiritual”, abriendo su corazón al Señor que tiene sus caminos para llevar a sus fieles a la salvación por la fe en Cristo Jesús y a la perfección cristiana (cfr 2 Ti, 3, 14ss).

3.                      La Eucaristía como “Culto existencial”

Al salir de  “Misa”,  fuera del templo, somos portadores del Amor de Cristo que se nos ha dado en el Pan de la Eucaristía, hemos de irradiarlo por donde vayamos pasando haciéndonos prójimos al estilo del Buen Samaritano de todos los hermanos que encontremos a nuestro paso, sin discriminación o “acepción de personas”. Cuando damos  un trato “según Cristo” comprenderemos que “Participar en la Misa es un compromiso para vivir el misterio de “Comunión”, al estilo de la primera comunidad para quien la Eucaristía el era el centro de la vida comunitaria.

Pablo nos exhorta: “Os exhorto, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, a que os ofrezcáis a vosotros mismos como un sacrificio vivo, santo y agradable a Dios. Tal debería ser vuestro culto espiritual” (Rom 12, 1). Con la disponibilidad de hacer la voluntad de Dios en cada situación de nuestra vida; con la disponibilidad de salir de sí mismo para ir al encuentro del pobre, del necesitado, de los demás para iluminarlos con la luz del Evangelio; y con la disponibilidad de dar la vida por realizar los otros dos objetivos. La Eucaristía: Sacramento del Amor, nos trasforma en “regalo de Cristo a los hombres”. Amén, Amén.


4.                      Cinco llaves para entender la Eucaristía.

Muchas son las personas que no entienden lo que está pasando a lo largo de la celebración de la eucaristía, y algunos se aburren al no encontrarle en sentido a la Misa. Sabemos que se trata del Sacramento de nuestra fe. Lo esencial es creer que Jesús está presente en el Pan y en el Vino que se han consagrado por las palabras de la consagración y por la acción del Espíritu Santo”.

La primera llave es el “silencio”. Para lograrlo hay que tener recogimiento interior. El silencio ha de ser interior y exterior. Cuando nuestro corazón está lleno de preocupaciones estériles, estamos llenos de ruidos que impiden que el Espíritu haga oración en nuestro interior de acuerdo a las palabras de la Escritura: No sabemos orar como conviene pero el Espíritu Santo ora e intercede por nosotros. El hombre de hoy tiene miedo hacer silencio, y solo en el silencio del corazón puede escuchar la voz de su conciencia.

La segunda llave es la “contemplación”. Mirar con los ojos del corazón, con los ojos de la fe a Aquel que sabemos que se entregó por todos los hombres y que está presente en la Eucaristía. Él mismo es nuestra Eucaristía.

La tercera llave es “la oración”. A Misa vamos a orar, y en ella podemos encontrar todas las formas de oración cristiana que queramos. Desde la oración de pedir perdón, dar gracias, silencio, acogida, ofrecimiento, vaciamiento, experimentar el amor de Dios y muchas más. En la Misa oramos como hijos de Dios y como hermanos de los demás.

La cuarta llave es la “caridad”. La caridad es la vida de Dios derramada en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado (cfr Rom 5, 5) Es donación, entrega abandono en las manos de Dios, es disponibilidad de hacer la voluntad de Dios, de servirlo en los demás; es disponibilidad de ofrecerse y dar la vida como sacrificio con Cristo por la causa del Reino de Dios.

La quinta llave es “la escucha”. Escuchar la voz de Dios que habla a nuestro corazón para animarlos, exhortarnos, motivarnos, enseñarnos y corregirnos. Cuando escuchamos a Dios en la Misa nuestro corazón arde, nuestra mente es iluminada con la luz de la verdad y nuestra voluntad se fortalece para orientar nuestra vida en la “Voluntad de Dios”. De la calidad de la “escucha” será nuestra fe, es decir, nuestra confianza en el Señor, nuestra obediencia a su Palabra, nuestra pertenecía y nuestra consagración a Él: “estoy a la puerta y llamo, si alguno, escucha mi voz y me abre la puerta, Yo entro, y ceno con él y el conmigo” (Apoc 3, 20)

Estas cinco “llaves” son manifestación de nuestra apertura a la acción del Espíritu; son expresión del verdadero culto a Dios, y su eficacia depende de la fusión de todas ellas: sin silencio no hay escucha, sin la escucha no se da el diálogo que es la oración, y sin la oración, no hay caridad, ésta es el alma y la fuerza de la oración.



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