La Reconciliación con Dios y con la Iglesia.
1. ¿Cómo Reconciliarse con Dios?
Lo primero es dejarse encontrar por Jesús, Buen Pastor que se nos acerca para decirnos que andamos equivocados, y que nos volvamos al “Camino” que nos lleva a la Casa del Padre. La reconciliación implica tener la “Disponibilidad” para abrirle al Señor las puertas de nuestro corazón y dejarnos mirar por Él. Él no entra en nuestras vidas con las manos vacías; lleva en sus manos “los dones” de Dios: “La Palabra, el Perdón, la Paz, el Don de su Espíritu”.
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Dios, al crear al hombre, le concedió el don
de la gracia santificante, elevándolo a la dignidad de hijo suyo y heredero del
cielo. Al pecar Adán y Eva se rompieron la amistad del hombre con Dios,
perdiendo el alma la vida de la gracia. A partir de ese momento, todos los
hombres con la sola excepción de la Bienaventurada Virgen María nacemos con el
alma manchada por el pecado original. La
misericordia de Dios, sin embargo, es infinita: compadecido de nuestra triste
situación, envió a su Hijo a la tierra para rescatarnos del pecado y
reconciliarnos con Dios y con los hombres, devolvernos la amistad perdida y la
vida de la gracia, haciéndonos nuevamente dignos de entrar en la gloria del
cielo. (cf Gál. 4, 4-6) Todo esto nos lo concede a través del sacramento del
bautismo: “Con Él hemos sido sepultados
por el bautismo, para participar en su muerte, de modo que así como El resucitó
de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una
nueva vida" (Rom. 6, 4).
Creemos que el Bautismo es la “puerta” para entrar a la Iglesia, y es,
a la vez, el primero de los Sacramentos. Los padres y los padrinos se
comprometen a educar a su hijo en la fe y en el amor a los hombres. A ellos se
les confía en cuidar que esa “la luz de Cristo”, permanezca siempre encendida
para que todo lo que hagan en su vida sea agradable a Dios. “La luz” que
reciben es la Fe, la Esperanza y la Caridad, que el bautizado recibe
gratuitamente de Dios por méritos de Cristo, para ser constituido en una “nueva
creación” de acuerdo a las palabras de la Sagrada Escritura: “Por tanto, el que está en Cristo, es una
nueva creación; pasó lo viejo, todo es nuevo, y todo proviene de Dios que nos
reconcilió consigo por Cristo y nos confió en ministerio de la reconciliación”
(2 de Cor 5, 17- 18).
La luz que recibe el bautizado es Cristo mismo que nos dice: “Yo soy la luz del mundo; el que me siga no
caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8, 12) Caminar
en tinieblas es vivir en el pecado, realizando las obras de la carne; viviendo
como un libertino de espaldas al “Plan de vida y de salvación” (Ef 1, 3-10) que
Dios tiene, y ofrece a todos y a cada uno de los hombres en Cristo Jesús,
Salvador y Redentor de los pecadores.
3. ¿Qué pasa cuando los hombres
volvemos a pecar?
Cuando nosotros después del Bautismo hacemos el mal cometiendo pecados
y de esta manera enlodamos el vestido blanco recibido en el Bautismo; es decir,
pisoteamos la “Nueva dignidad de hijos de Dios”, perdemos la santidad o gracia
santificante y volvemos a la muerte espiritual.
Jesucristo, conocedor de nuestras fragilidades y sabiendo que llevamos
“su tesoro” en vasos de barro, quiso dejarnos un “medio muy eficaz” para darnos
su perdón y su gracia santificante: El Sacramento de la Reconciliación”. En
vida Jesús había dicho a Pedro, en él a toda la Iglesia: “A ti te daré las llaves del Reino de los cielos, y lo que ates en la
tierra quedará atado en los cielos” ((Mt 16, 19). Después de la
Resurrección, el Resucitado dice a sus discípulos: “La paz con vosotros. Como
el Padre me envió yo también os envío”. Dicho esto, sopló sobre ellos y les
dijo: “Recibid el Espíritu Santo. A quienes les perdéis los pecados, les quedan
perdonados; a quienes se los retengáis les quedan retenidos” (Jn 20, 21- 23)
Este Sacramento es “el segundo bautismo”. Es un “Encuentro liberador y
gozoso con el Señor Jesús”. Liberador por que el Señor quita nuestras “cargas”
y gozoso por que experimentamos el triunfo de la resurrección del Señor Jesús.
El Bautismo de los hijos es una oportunidad para recurrir al Sacramento de la
Confesión para recibir el perdón de nuestros pecados y ser reconciliados con
Dios y con la Iglesia.
Reconciliarse con Dios a quien ofendimos es volver a ser hijos de Él, y
“Hermanos de Jesús”, “Templos del Espíritu Santo” y miembros vivos de la
“Comunidad fraterna” que es la Iglesia. Cuando Dios nos reconcilia, en virtud
de la “Sangre de Cristo”, perdona nuestros pecados, nos saca de las tinieblas,
nos quita el yugo de la esclavitud y nos restituye la “Gracia” recibidas en el
Bautismo.
4. ¿Qué actitudes necesitamos
para una buena confesión?
Solamente tres: Una fe sincera. Cristo que después de haber realizado
la “Obra que el Padre” le encomendó, envío a la Iglesia y le confirió el poder
de perdonar los pecados. Una esperanza viva, sabiendo que si nuestro
arrepentimiento es sincero no pisaremos las puertas de la cárcel, saldremos
libres por los méritos de nuestro Abogado, Jesús de Nazaret. En tercer lugar
una disponibilidad para amar a Dios, haciendo su voluntad, guardando su palabra
y viviendo según Él se lo merece. No tengamos miedo a Dios que es un Padre
lleno de una misericordia infinita, que nos atrae hacia Él, con cuerdas de
ternura y lazos de misericordia (Os 11, 4)
5. Reconocimiento de los pecados
y el arrepentimiento.
La Palabra nos ilumina y nos lleva al reconocimiento de nuestros
pecados y al arrepentimiento. Nos duele haber ofendido a Dios que es un Padre
misericordioso. A Dios lo ofendemos cuando despreciamos su amor y hacemos daño
a los que Él ama. Por el arrepentimiento cuando es verdadero nos apartamos de
lo malo: acciones, lugares, personas, y nos proponemos, confiados en la ayuda
que Dios nos ofrece, no volver a pecar. ¿Esto es posible? Con la gracia de Dios
y con nuestras decisiones, si podemos, para Dios no hay nada imposible.
Oremos: Señor Jesús, te pido, por la intercesión de nuestra Madre
Santísima me concedas la Luz de tu Espíritu Santo para que ilumine las
tinieblas de mi corazón y, pueda yo reconocer mis muchos pecados,
Te pido también la gracia de experimentar el dolor por haber ofendido
al Padre celestial que tanto me ama, con el deseo de no volver a pecar. Señor
me abandono en tus manos, haz de mí lo que quieras. Por lo que hagas conmigo te
doy gracias.
6. La confesión, la penitencia y la reparación de daños.
Después vamos a la “Confesión”. Confesamos
todos nuestros pecados al sacerdote, representante de Cristo y de la Iglesia.
Él, no por méritos propios, sino por los méritos de Jesucristo, ha recibido el
“Ministerio de la Reconciliación, y la “Potestad para perdonar los pecados”.
El abrazo de Dios y de la
Iglesia….
El Sacerdote, ministro de Cristo y de la Iglesia, tiene presente que es,
el instrumento de Dios y de la Iglesia para acoger a los “hijos pródigos” que
están de regreso, por eso dice a cada uno de ellos:
La Iglesia es una Madre,
cariñosa que anhela y espera el regreso de sus hijos e hijas ausentes, en el
nombre de Cristo y de la Iglesia, yo te recibo. Bienvenido, te estábamos
esperando.……La alegría de saberse amado
Después de la Confesión hEemos de cumplir la “penitencia que se nos
fuere impuesta como una disponibilidad de participar en la Pasión de Cristo y
crecer en su amor, como miembros vivos de la Comunidad.
La conversión auténtica nos pone en el camino de la responsabilidad,
nos hace libres para amar, para ser capaces de reparar los daños y las
irresponsabilidades que habíamos causado por nuestros pecados.
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