SIN SEGUIMIENTO DE CRISTO NO HAY
CONOCIMIENTO DE DIOS
OBJETIVO: Profundizar en el estilo de vida que el Señor Jesús nos
propone para tener más claridad en las exigencias del seguimiento y poder
responder generosamente a la invitación de ser discípulos misioneros del
Evangelio.
Iluminación: .Jesús le
dijo a otro: Sígueme. Pero él le respondió: Señor, déjame ir primero a enterrar
a mi padre. Jesús le contestó: deja que los muertos entierren a los muertos; tú
ve y anuncia el reino de Dios” (Lc 9, 59-60).
¿Hacia dónde nos lleva
Jesús? “¿Maestro bueno que he de hacer
para tener vida eterna?” Jesús le respondió: “Vete a vender lo que tienes,
dáselo a los pobres, que Dios será tu riqueza; luego, ven y sígueme” (Mc 10, 17.21). El Hijo
de Dios se ha hecho por nosotros camino, y ese camino nos lo ha enseñado con
sus palabras y con su testimonio de vida. ¿Qué nos pide Jesús? No nos pide
poco, tampoco nos pide mucho, Él lo pide todo… todo lo que se tiene, todo lo
que se sabe, todo lo que se es… todo ha de estar al servicio del Reino; al
servicio de la Evangelización, al servicio de los más pobres: los que no
conocen a Dios. Amar y seguir a Jesús significa una misma realidad: Mirar en la
misma dirección, tener sus mismos intereses, sus mismas preocupaciones y sus
mismas luchas. Nadie puede decir que ama a Jesús si no quiere identificarse con
Él, y nadie puede seguir a Jesús sin amarlo.
Las condiciones para
seguir a Jesús. “Mientras iban de camino, un hombre le dijo a
Jesús: Señor, deseo seguirte a donde quiera que vayas. Jesús le respondió: Las
zorras tienen cuevas y las aves tienen nidos; pero el Hijo del hombre no tiene
donde reclinar la cabeza” (Lc 9, 57). La Verdad que es Jesús, está es el
fundamento de todo seguimiento, a la vez que inicio de toda llamada. Jesús no
engaña, no seduce con promesas
ilusorias. No hay lugar para la búsqueda de prestigio, de fama, de poder o de
seguridades. No se debe buscar el que nos vaya bien como tampoco el quedar
bien… hay que darlo todo para la “Gloria de Dios” y para el bien de las almas,
hasta llegar al total desprendimiento de sí mismo. La verdad es que Jesús no
quiere ser un “parche” de sus amigos, el quiere ser el todo. A Jesús no se le
debe seguir por lo que Él da, sino por lo que Él es. “Yo sé porque me siguen”
(cfrJn 6, 26), dice Jesús a sus discípulos.
Jesús le dijo a otro: Sígueme. Pero él le respondió: Señor, déjame ir primero a
enterrar a mi padre. Jesús le contestó: deja que los muertos entierren a los
muertos; tú ve y anuncia el reino de Dios” (Lc 9, 59-60). La preocupación
por las riquezas nos hace olvidarnos de lo esencial y no poner la mirada en las
cosas materiales. “Dejar que los muertos entierren a los muertos”, es lo mismo
que dedicarse a pelear herencias, que para un discípulo equivale a perder el
tiempo. “Busca primero el reino de Dios y lo demás vendrá por añadidura.” “Otro le dijo: Señor, quiero seguirte, pero, primero déjame ir a despedirme de los
de mi casa. Jesús le contestó: el que pone su mano en el arado y sigue mirando
atrás, no sirve para el reino de Dios (Lc 9, 62). Las ataduras, los apegos,
los lazos familiares y el pasado pueden ser un obstáculo para seguir a Jesús.
Son las cebollas y los puerros de Egipto. El peligro de volver a la mediocridad
siempre está latente. El hombre viejo que fue destronado, no se da por vencido
y quiere recuperar el lugar perdido.
La clave del seguimiento.
“Luego Jesús dijo a sus
discípulos: Si alguno quiere ser discípulo mío, olvídese de sí mismo, cargue
con su cruz y sígame. Porque el que quiera salvar su vida la perderá; pero el
que pierda la vida por causa mía la encontrará” (Mt 16, 24-25). Muchos son los
que buscan la felicidad al margen de Dios. Quieren sentirse bien y recurren a
la química, presente hoy en el alcohol, en la droga, en el poder, el placer y
la riqueza. Jesús nos invita a seguirlo, pero no de cualquier modo, sino negándose a sí mismo y cargando la
cruz, entendiéndose como un camino de realización propuesto por el mismo
Jesús. La negación de sí mismo lleva al desprendimiento de las cosas, de
gustos, de personas o de las propias ideas o maneras de pensar. Se deja algo,
por algo mejor; lo que se deja puede ser malo o puede ser bueno, pero siempre,
lo mejor es Cristo. Por Jesús renuncio a la riqueza, a la propia familia, a
tener una esposa y unos hijos o a un status de vida. Para seguir a Jesús,
identificarme y configurarme con Él.
Por lo pronto es
necesario. “Simón Pedro le preguntó a Jesús:
Señor, ¿A dónde vas?, A donde yo voy, le contestó Jesús, no puedes seguirme
ahora; pero me seguirás después. Pedro le dijo: Señor, ¿Por qué no puedo
seguirte ahora? ¡Estoy dispuesto a dar mi vida por ti! (Jn 13, 36-37). ¿Por qué Pedro
no podía seguir a Jesús en ese momento? En realidad Pedro no sabía lo que
hablaba. Era necesario que Jesús fuera solo y puro a la cruz, a la que abrazó
hasta el fondo por hacer la voluntad de su Padre y con su muerte gloriosa
salvar a la Humanidad, y abrir el camino para que el Espíritu Santo viniera a
los discípulos, y entonces también ellos pudieran ir y estar con Jesús. Ese es
su deseo: “Donde yo esté, estén también
ustedes” (Jn 12, 26). Necesitamos
la Gracia de Dios para guardar el Mandamiento Nuevo y para dar la vida por
Jesús. Esta Gracia es el “Don del Espíritu Santo”. Las solas fuerzas o los
buenos deseos y propósitos no son suficientes para dar la vida por el Maestro.
Se necesita el Poder de Dios y nuestras decisiones personales para ir con Jesús
a Jerusalén y morir con Él.
La meta de Jesús es la meta
de los discípulos. “Habiendo llegado la hora
de pasar de este mundo al Padre y habiendo amado a los suyos, los amó hasta el
extremo” (Jn 13, 1). Jesús no es de la tierra, es de Arriba, vino de junto al Padre
y a Él vuelve. Antes de la Ascensión al Cielo Jesús vivió su Pascua: pasó por
la Cruz y la Resurrección. Seguir a Jesús es pasar por su Pascua: pasar de la
muerte a la vida, de las tinieblas a la luz, de la esclavitud a la libertad; es
cambiar de paternidad y apropiarse de los frutos de la Redención de Cristo: la
Resurrección y el Don del Espíritu, el Perdón y la Paz. De la Pascua de Cristo,
brota como de su única fuente la “Nueva Creación”, el hombre nuevo que se ha
despojado de su antigua manera de vivir para caminar con Jesús amando y
haciendo el bien, dando testimonio del poder de Dios. Jesús, el señor nos
confirma todo lo anterior: “Si alguno me
sirve, que me siga, y donde yo esté, allí estará también mi servidor. Si alguno
me sirve, el Padre le honrará.” (Jn 12, 26)
Don y tarea. La vida espiritual es
“don y tarea” y sirve para nutrir, fortalecer y transformarnos en hombres
nuevos teniendo a Jesús como Modelo que nos dice: “Mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre y llevar a cabo su obra”
(Jn 4, 34). ¿Cuál es la obra del Padre? Mostrar al mundo el rostro de bondad,
de misericordia, de perdón y de amor. Jesús nos revela el rostro de Dios y a la
vez el rostro del hombre. Él es lo que nosotros estamos llamados a ser: Hijo de
Dios y servidor de los hombres. La tarea para esta vida es “reproducir la imagen de Jesús” (Rom 8, 29). “Él es la Imagen del Padre” (Col 1, 15). Nosotros estamos llamados a
ser “imagen del Hijo”, es decir, “ser hijos en el Hijo”. La clave para lograrlo
es el “seguimiento”, sin el cual no habrá identificación entre Maestro y
Discípulo; sin seguimiento no hay santidad, y sin santidad, nadie verá al
Señor. El hambre de Dios es manifiesta el deseo de hacer “la voluntad de Dios la delicia de nuestra
vida”. Abrazar la voluntad de Dios es el alimento espiritual que nos hace tener
hambre y sed de Él, nos pide dejar de comer el alimento que entra por los
sentidos y que robustece al hombre viejo la vida espiritual nos pide dejar el
alimento chatarra y alimentarnos con la Palabra de Dios, la Eucaristía, la
Oración y la buenas Obras. Para crecer hay que disminuir (Jn 3, 30).
Un evangelio sin
componendas. Toma tu parte en los sufrimientos
como un buen soldado de Cristo Jesús. Ningún soldado en servicio activo se
enreda en los asuntos de la vida civil, porque tiene que agradar a su superior (2Tim 2, 4). El trabajo
del soldado es defender la patria. Para los soldados de Cristo es defender los
intereses del Reino: La fe, la esperanza y la caridad. Defender la dignidad de
la persona y de la familia. El sufrimiento que pueda venir, es propio del
oficio y ha de verse como un regalo de Dios (Fil 1, 29). El sufrir por Cristo
tiene un sentido oblativo, encuentra su fuerza en el amor a Aquel que nos amó
hasta el extremo y que ahora invita a los suyos a reinar con Él. Es un
verdadero servicio a la causa del Reino. Es el modo propio para dar vida a la
familia, a los hombres, al prójimo.
De la misma manera el deportista no puede recibir el
premio, si no lucha de acuerdo con las
reglas (2Tim 2, 5). No hay medias tintas. No hay lugar para la mediocridad ni
para la tibieza. Jugar limpio es ser fieles al Evangelio de Jesús que supera
todo conocimiento. No podemos mezclar la vida mundana con el estilo de vida que
Jesús propone a los suyos. La mezcla resultaría en tibieza, enfermedad
espiritual y mortal que nos excluye de la Salud y nos priva de la gloria de
Dios (cfr Rom 4, 23). ¿Cuáles son las reglas? Podemos hablar de tres: “un corazón limpio, una fe sincera y una
conciencia recta” (2Tim 1, 5). El corazón limpio es el que se ha lavado en
la “Sangre del Cordero”, no busca sus propios intereses. La fe sincera es la
confianza en Dios y la obediencia incondicional a su Palabra. La conciencia
recta todo lo hace para la mayor gloria de Dios y para el bien de las almas. En
pocas palabras, la caridad de Cristo es el “alma de todo apostolado”.
El que trabaja en el campo tiene el derecho a ser el
primero en recibir su parte de la cosecha (2Tim 2, 6). El primero en
creer; el primero en vivir y el primero en anunciar lo que cree y lo que ha
vivido. No podemos decir a los demás que amen a Jesús si nosotros no lo amamos
primero. No podemos ser testigos falsos o predicadores vacíos por eso el señor
nos pide fidelidad a sus Mandamientos y
cultivar una recta conciencia para buscar siempre y en toda circunstancia la
Gloria de Dios. Buscar la propia gloria es equivocarse de camino, es errar en
el blanco.
El camino de la pascua.“Si hemos muerto con Él,
también viviremos con Él; si sufrimos con valor, tendremos parte en su reino;
si le negamos, también Él nos negará; si no somos fieles, Él sigue siendo fiel,
porque no puede negarse a sí mismo” (2Tim 11 - 13). Morir con Jesús para vivir con
Él. Sufrir con Jesús para reinar con Él, y dar testimonio de su grandeza entre
los hombres, es el camino que nos lleva a la Paz. Creo con firmeza y estoy
convencido que éste es el estilo de vida que Jesús propone a los suyos, a los
que creen en su Nombre a los que lo aman.
La fe cristiana será siempre una fe pascual. Por ella
pasamos de la muerte a la vida, de la esclavitud a la libertad, del pecado a la
gracia. Muerte y Resurrección son para los cristianos dos momentos de un mismo
acontecimiento. Realidad que se manifiesta en el seguimiento, camino de
discipulado, y que un día, el día del Señor, al ser enviados seremos apóstoles,
pero, sin dejar de ser discípulos, para nunca de dejar de aprender del único
Maestro, Jesucristo de Nazareth. El Hombre humilde y manso de corazón que
invita a sus discípulos a seguirlo, a estar con Él… para poder darle vida al
mundo, como ministros de la Nueva Alianza sellada con la Muerte y Resurrección
de Cristo Jesús.
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